lunes, 18 de junio de 2018

DOMINGO XII – B (24 de junio de 2018)


DOMINGO XII – B (24 de junio de 2018)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos: 4,35-41

4:35 Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla".
4:36 Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.
4:37 Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua.
4:38 Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
4:39 Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?" Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!" El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
4:40 Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?"
4:41 Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.


Jesús dijo a sus discípulos: "¿Por qué tienen miedo hombres de poca fe?" (Mc 4,40). Pedro grito: “Señor, sálvame" (Mt 14,30). Jesús dijo a la mujer cananea: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!" (Mt 15,28).Jesús dijo a los que lo seguían: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe como el centurión” (Mt 8,10). Como es de ver, el tema de hoy es el de la fe.

Jesús les dijo a sus discípulos: "Crucemos a la otra orilla" (Mc 4,35). Dijo también: “La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día" Jn 6,39-40). Entre esta orilla (vida presente y terrena) y la otra orilla (vida eterna) estamos embarcados en la nave de la vida. Y en esta travesía estamos acompañados por Dios. Dos cosas nos resalta el evangelio: O Tenemos una fe despierta o una fe dormida: “Lo despertaron y le dijeron: ¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos? Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio! ¡Cállate! El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: ¿Por qué tienen miedo hombre de poca fe?” (Mc 4,39-40).

Jesús les dijo también: “Sin mi nada pueden hacer” (Jn 15,5). Una noche los discípulos están en alta mar: “Jesús caminado sobre el agua se cerca a la barca y los apóstoles se asuntan, pero Jesús les dijo: Tranquilícense, soy yo; no teman. Entonces Pedro le respondió: Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua.  Ven, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: Señor, sálvame. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó” (Mt 14,27-32). La gran tentación nuestra es sentirnos igual a Dios, caminar también sobre el agua.

a) Tener fe dormida: “Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal” (Mc 4,28). En otro episodio leemos: Dijo Jesús a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora? Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu es fuerte, pero la carne es débil" (Mc 14,37-38). Además el apóstol San Pedro nos dice: “Sean sobrios y estén siempre despiertos, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe” (IPe 5,8-9).

Está claro que si no tenemos una fe despierta o viva y por ende Jesús está dormido, tendremos siempre un viento en contra en la vida y los problemas nos ahogaran. Andamos por esta vida como en barcas que a veces van navegando bien, sin mayor problema aparentemente, cuando vamos por aguas tranquilas.  Sin embargo, los problemas se presentan cuando la navegación se hace difícil, por las tempestades y tormentas propias de la vida de cada uno. Y es cuando nos damos cuenta que teníamos una vida sin Jesús, un fe dormida o inerte.

“Al atardecer de ese mismo día, Jesús les dijo: Crucemos a la otra orilla" (Mc 4,35). Jesús ha venido a encaminarnos hacia la otra orilla, la vida eterna. En esta travesía de esta orilla hacia la otra, tendremos muchas dificultades. Y en esos momentos de navegación difícil comenzamos a flaquear y a temer.  Nos pasa lo mismo que sucedió a los Apóstoles en el Evangelio de hoy, el cual nos narra el conocido pasaje de la tormenta en medio de la travesía de una orilla a otra del lago:  “se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua” (Mc. 4, 35-41). Sucede que Jesús iba con ellos en la barca.  Pero  ¿qué hacía el Señor? ...  “Dormía en la popa, reclinado sobre un cojín”. Fue tan fuerte la borrasca y tanto se asustaron, que lo despertaron, diciéndole: “Maestro:  ¿no te importa que nos hundamos?”. En efecto, cuando estamos navegando bien, aparentemente sin problemas, sin tempestades, tal vez ni nos acordamos de Dios pero con una fe casi inerte.  Pero cuando la travesía se hace difícil y vienen las olas turbulentas, pensamos que Jesús está dormido y que no le importa la situación por la que estamos pasando.  Tal vez hasta lo culpemos de lo que nos sucede y hasta le reclamemos indebida e injustamente.  A los Apóstoles los reprendió por eso.  Podría reprendernos también a nosotros.

b) ¿Cómo tener fe despierta?: “Lo despertaron y le dijeron: ¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos? Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio! ¡Cállate! El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: ¿Por qué tienen miedo hombre de poca fe?” (Mc 4,39-40).  En este pasaje Cristo muestra a los Apóstoles el poder de su divinidad.  Con una simple orden divina, el viento calla, la tempestad cesa y sobreviene la calma. Pero sucede que ahora, salvados de la tormenta que amenazaba con hundirlos, surge en ellos un nuevo temor.  “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”(Mc 4,41)  Se quedan atónitos del poder del Maestro.  Ya ellos habían sido testigos de unos cuantos milagros de Jesús.  Quizá hasta el momento habían pensado que era un gran Profeta o simplemente alguien muy especial.  Pero de allí a ver a la naturaleza embravecida obedecerle así... Y ese Jesús, que ha mostrado un poder que sólo Dios tiene, les dirige unas preguntas que tienen sabor de reclamo: “¿Aún no tiene fe?  ¿Por qué tenían tanto miedo?”(Mc 4,40).   Es como si les dijera: ¿No les ha bastado ver los signos que he hecho ante ustedes?  ¿No se dan cuenta aún de Quién soy?  Sólo Dios puede dar órdenes al viento, a las olas y a las tempestades.  Por eso quedan con temor, atónitos, de ver el poder divino actuando delante de ellos y, además, reclamándoles su falta de fe.

En la Liturgia de hoy, estamos siendo testigos, junto con Job y los Apóstoles, de la omnipotencia divina.  Job la palpa en una visión desde la cual Dios le habla. Y los Apóstoles la ven manifestada, nada menos que en Jesús, el Maestro, con quien viven día a día. La Primera Lectura (Job. 38, 1.8-11) es la respuesta de Dios a los reclamos, lamentos y preguntas que Job le hacía, motivado por sus infortunios, sus sufrimientos y las pérdidas que había sufrido en su familia, su salud, sus bienes.  Nos dice esta lectura que Dios habló a Job desde la tormenta y le mostró su poder con respecto del mar.  Dios se muestra como dueño de la creación, como señor del mar al que le puso límites: “Hasta aquí llegarás, no más allá.  Aquí se romperá la arrogancia de tus olas”.  

Dios da a entender a Job, y a todos nosotros, que no podemos osar discutir con Dios, ni reclamarle.  En subsiguientes capítulos, Job termina por retractarse y acepta el señorío de Dios.  Por cierto, en el Epílogo del Libro de Job vemos que Dios le restituye “al doble” todos sus bienes materiales, familiares y de salud.  La actitud de Job es de sumisión y resignación.  En ese sentido sigue siendo un ejemplo para todos nosotros. Sin embargo, la actitud del cristiano debe superar la de Job.  A la sumisión al poder divino, debemos añadir nuestra plena confianza en lo que Dios tenga dispuesto para nuestras vidas: tempestades o calma, alegría o sufrimientos, carencias o plenitudes.  Todo lo que Dios disponga, sabemos, es para nuestro mayor bien: nuestra salvación eterna.  Así confiados, estaremos serenos en las tempestades, alegres en los sufrimientos, plenos en las carencias. Actuando así, estamos cumpliendo con lo que nos dice San Pablo en la Segunda Lectura (2 Cor. 5, 14-17): “El que vive en Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado.  Ya todo es nuevo”.    Enfocar así las desventuras, sufrimientos y carencias significa “vivir en Cristo” y “ser creaturas nuevas”.  Y ser “creaturas nuevas” significa no turbarse ante las tribulaciones y sufrimientos, sino andar en plena confianza en Dios.  Sólo El sabe lo que nos conviene.  

¿Somos creaturas nuevas o creaturas viejas? ¿No podría el Señor mostrarnos toda su omnipotencia como a Job, después de sus cuestionamientos y protestas?  ¿No podría el Señor reclamarnos a nosotros también, como reclamó a los Apóstoles después de calmar la tormenta? ¿Qué hacemos ante los sufrimientos, los peligros, los inconvenientes, las tempestades que se nos presentan en nuestra vida personal, familiar o nacional? ¿Confiamos realmente en el poder de Dios?  ¿Confiamos realmente en lo que Dios tenga dispuesto para nuestra vida: sea calma o sea tempestad?  ¿O creemos que debe despertar y hacer un milagro, para que las cosas sean como nosotros consideramos conveniente?  ¿No llegamos a creer, inclusive, que no le importa lo que nos suceda?  ¿Realmente duerme el Señor?

¡Qué débil es nuestra fe!  Débil, como la de los Apóstoles en ese momento.  Nos olvidamos que Dios está siempre con nosotros, pero que lo tenemos dormido. Hay que despertarlo, Él tiene que estar al mando de la travesía de la vida, con razón nos había dicho “Sin mi nada podrán hacer”(Jn 15,5).   El guía nuestra barca en medio de tempestades y tormentas, en una presencia escondida y silenciosa, como la del Maestro dormido en la barca.

No hace falta que haga milagros, aunque estemos en medio de una tempestad.  ¡No tenemos derecho a reclamarle milagros!  El gran milagro es que El nos lleva sin ruido, en silencio, a escondidas a través de olas borrascosas cuando hay tempestades.  Pero también está presente cuando todo parece tranquilo, cuando parece que no tuviéramos necesidad de Él, pues todo como que anda bien. Sea en la tormenta, sea en la calma, Dios está presente.  Y El desea que nos demos cuenta de que está allí, presente en la vida de cada uno de nosotros, esperando que nos demos cuenta de su presencia silenciosa.  En todo momento, sea de tempestad, sea de calma, el Señor está derramando sus gracias para guiarnos por esta vida que es la travesía que nos lleva a la otra: la Vida Eterna.

Si tenemos una fe despierta entonces el viento está a favor nuestro, todo es paz y tranquilidad. Con razón San Pablo exclamó con gozo al decir “Para mi Cristo lo es todo” (Col 3,11). Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores? ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a condenarlos? ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros? ¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada?” (Rm 8,31-35).

San Juan el Bautista

1:57 Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.
1:58 Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.
1:59 A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre;
1:60 pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan".
1:61 Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre".
1:62 Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.
1:63 Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados.
1:64 Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
1:65 Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.
1:66 Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?" Porque la mano del Señor estaba con él. PALABRA DEL SEÑOR.

Hoy también celebramos la solemnidad de San Juan Bautista:

Acuérdense de la Ley de Moisés, mi servidor,  a quien yo prescribí, en el Horeb, preceptos y leyes para todo Israel. (Mal 3,22)

“Yo les voy a enviar a Elías, el profeta, antes que llegue el Día del Señor, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia sus hijos y el corazón de los hijos hacia sus padres, para que yo no venga a castigar el país con el exterminio total” (Mal 3,23-24).

Juan Bautista es el signo de la irrupción de Dios en su pueblo. El Señor le visita, le libra, realiza la alianza que había prometido. El papel del precursor es muy preciso: “Una voz clama en el desierto ¡Preparen el camino del Señor, tracen en la estepa prepara los caminos del Señor (Is 40, 3), anuncia al pueblo la noticia: “Todos los hombres verán la Salvación de Dios (Lc 3,6).

“Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lc 3,2). “Se hacían bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados” (Mt 3,6). Juan decía a la multitud que venía a hacerse bautizar: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan los frutos de una sincera conversión, y no digan: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham” (Lc 3,7-8).

El pueblo se preguntaban si Juan no sería el Mesías, pero Juan les aclaro y dijo: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Lc 3,15-16).

Juan, por medio de muchas otras exhortaciones anunciaba al pueblo la Buena Noticia (Lc 3,18). Conviene que el crezca y yo disminuya (Jn 3,30). Ahí viene, este es el cordero de Dios que quita pecado del mundo (Jn 1,29).