sábado, 2 de agosto de 2014

DOMINGO XVIII - A (03 de Agosto del 2014)



DOMINGO XVIII - A (03 de Agosto del 2014)

Proclamación del santo Evangelio según San Mateo 14,13-21:


En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista se embarcó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: "Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos". Pero Jesús les dijo: "No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos".  Ellos respondieron: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados". "Tráiganmelos aquí", les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, Mateo 16, 9 sin contar las mujeres y los niños. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Las parábolas de Mt 13: 1) El sembrador (Mt 13,1-9), parábola del tesoro escondido 2) El trigo y la cizaña (Mt 13,24-30). 3) El grano de mostaza (Mt 13,31-32). 4) La levadura (Mt 13,33). 5) El tesoro escondido en el campo (Mt 13,44). 6) La perla del mercader (Mt 13,45-46). 7) La pesca en la red que atrapa todo (13,47-50). Finalmente encontramos conclusión igualmente breve (Mt 13,51-52). Nos han situado ante el reino d los cielos y nuestra vida terrenal. Nos han puesto de manifiesto la contrariedades y las oposiciones que el Reino debía encontrar. Ahora en Mt 14 ya hallamos una de esas contrariedades y como amenaza, la de Herodes. La muerte de Juan Bautista es un anuncio y una amenaza de muerte para Jesús. Jesús se marcha a un lugar desierto.

"Al saberlo la gente, lo siguió... Al desembarcar vio Jesús el gentío..." (Mt 14,13-14): Jesús amenazado por el poder, por Herodes, pero rodeado por el gentío. Con todo, al escuchar anteriormente las parábolas, el gentío no había demostrado una especial comprensión del Reino. Aunque falte esta respuesta profunda de la fe, a Jesús "le dio lástima y curó a los enfermos" (Mt 14,14). Jesús, perseguido e incomprendido, reúne con amor a los hombres, los cura y los alimenta.

Los apóstoles hace un pedido al Señor: “Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos" (Mt 14,15). Aun los apóstoles no han comprendido aquello que Jesús les había dicho: "El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4). Jesús constata que hay hambre de la palabra de Dios, desde una familia: “María sentada a los pies de Jesús escuchaba y Martha se multiplicaba… le dijo Martha, Martha andas inquieta en tantas cosas, solo una es necesaria, Maira escogió la mejor parte” (Lc 10,42). Hasta toda el pueblo: “Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para su cosecha" (Mt 9,36-38). Sentir el hambre de Dios es lo más importante, porque lo demás como el hambre del pan material, es efecto de este don: “No se inquieten diciendo: "¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos? Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6,31-33).

Fíjense que el Señor suscitó en la gente el hambre de la palabra de Dios. En seguida acude a satisfacer la necesidad del hambre material y aquí hallamos una de las seis narraciones de la multiplicación de los panes y peces que hay en los evangelios. En un despoblado, como el pueblo de Israel en el desierto fue alimentado por el maná (Ex 16,15-18), ahora el nuevo pueblo de Dios, formado por gente dispersa y heterogénea, será alimentado por Jesús. Notamos en el texto las oposiciones entre la propuesta de los discípulos: "que vayan a las aldeas y se compren de comer" (Mt 14,15) y la propuesta de Jesús: "No hace falta que se vayan, denles ustedes de comer" (Mt 14,16) y entre el hecho palpable del gentío y la escasez de lo que hay para dar: "no tenemos más que cinco panes y dos peces" (Mt 14,17) Con todo, las siete piezas ya nos indican un número de plenitud. Les dijo: “Tráiganmelos los 5 panes y los dos peces” (Mt 14,18). Presentaron de ofrenda todo lo que tenían, señal que algunos han captado el mensaje de la caridad, equivalente a aquella escena: Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir" (Mc 12,41-44).

Jesús recibió los 5 panes y los 2 peces: "Alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente" (Mt 14, 19): Al igual que el jefe de la familia judía decía en el empiezo de toda la cena la acción de gracias sobre el pan y lo repartía para cada miembro de la familia, igualmente lo hace Jesús, y a través de los discípulos da el alimento al pueblo congregado por él. No podemos desunir la lectura de este hecho, de la imagen de Jesús como Pan de vida que hallamos en el evangelio de Juan 6,51 y de la referencia clara que hay, en el vocabulario, a la Eucaristía, signo del don total de Jesús a los hombres. Todos los evangelistas relatan la multiplicación de los panes. Mientras Lucas y Juan no narran nada más que una sola multiplicación de los panes (Lc 9, 10-17; Jn 6,1-13), Marcos y Mateo hacen referencia a dos multiplicaciones (Mc 6,30-44; 8, 1-10; Mt 14,13-21; 15, 32-39). Parece que las dos narraciones tanto en Mateo como en Marcos tienen origen de un solo suceso de la multiplicación de los panes, pero que ha sido transmitido en dos versiones según tradiciones diversas. Además la narración de Mateo 14,13-21 y Mc 6, 30-44 parecen ser las redacciones más antiguas.

Reitero, el texto nos presenta a Jesús, que habiendo oído la noticia de la muerte del Bautista a manos de Herodes (Mt 14,12), se retira a otra parte “en un lugar desierto” (Mt 14,13). Muchas veces en los evangelios, Jesús se nos presenta como aquél que se retira a un lugar apartado. Aunque no siempre es así, generalmente en este retirarse quiere demostrar un Jesús inmerso en la oración, intima unión con el Padre (Jn 11,41). He aquí algunos ejemplos: “Despedida la gente, subió al monte solo, a orar. Llegada la noche Él estaba todavía solo, arriba” (Mt 1,23); “En la mañana se levantó cuando todavía estaba obscuro y salido de casa, se retiró aun lugar desierto y allá oraba” (Mc 1,35); “Jesús se retiraba a lugares solitarios para orar” (Lc 5,16); “conducido por el Espíritu” Jesús se retira después de su bautismo al desierto para ser tentado por el diablo venciendo sus seducciones con la fuerza de la palabra de Dios (Mt 4,1-11; Mc 1,12-13; Lc 4,1-13) Otras veces Jesús llama consigo a sus discípulos: “Vengan a un lugar desierto y apartado a descansar un poco” (Mc 6,31). En este pasaje, Jesús reza antes de la multiplicación de los panes. Los evangelios demuestran que a Jesús le gustaba orar antes de acontecimientos importantes en el curso de su ministerio, como el bautismo, la transfiguración, la pasión (Jn 17,21).

Esta vez, como ya mencionamos, la gente lo sigue al desierto (Mt 14,13) y Jesús siente compasión por ellos, curando a los enfermos (Mt 14,14). En Jesús se asoma una compasión por los que le siguen (Mt 15,32). El Maestro se conmueve porque ellos “eran como ovejas sin pastor”(Mc 6,34). Jesús en efecto es el buen pastor que alimenta a su pueblo como ha hecho el profeta Eliseo (2 Re 4, 1-7, 42-44) y Moisés en el desierto (Ex 16; Num 11). En el evangelio de Juan, Jesús con el discurso sobre el pan de la vida (Jn 6,55). Explica el significado del signo de la multiplicación de los panes. Este prodigio es una preparación al pan que será dado en la Eucaristía. Los gestos realizados por Jesús antes de la multiplicación de los panes, en todos los evangelios nos recuerdan el rito de partir el pan, la eucaristía.

Los gestos son: a) toma el pan, b) alza “los ojos al cielo”, c) pronuncia “la bendición”, d) parte el pan, e) hace distribuir a los discípulos (Mt 14,19). Estos gestos se encuentran en la narración de la última cena de Jesús (Mt 26,26; Lc 22,19-20; Mc 14,22). Escenas que pueden muy bien resumir este episodio: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo… Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6,51-56).

Todos comen y se sacian de este pan. Sobran doce cestas de los restos de pan (Mt 14,20). Jesús es aquél que sacia al pueblo elegido de Dios: Israel, compuesto por las doce tribus. Pero sacia también a los paganos en la segunda multiplicación (Mt 15,32-39), simbolizados esta vez por siete panecillos, el número de las naciones de Canaán (Hch 13,19) y también el número de los diáconos helenistas (Hch 6,5; 21,8) que tenían el deber de proveer a la distribución cotidiana de las mesas. La comunidad recogida en torno a Jesús, primicia del Reino de los Cielos, acoge en sí Hebreos y Gentiles, todos son llamados a aceptar la invitación de participar de la mesa con el Señor. Jesús hace ver esto incluso con su gesto de sentarse a la mesa con publicanos y pecadores y con su enseñanza en las parábolas de los banquetes, donde “muchos vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (Mt 8,11; Mt 2,34; Lc 14, 16-24).

Preguntas para nuestra meditación personal: ¿Qué te ha llamado más la atención en este texto? ¿Cuál de los gestos de Jesús te gustan más en este texto? ¿Te has parado a reflexionar alguna vez sobre las emociones de Jesús? Este texto se fija en la compasión. ¿Puedes encontrar otros en los evangelios? ¿Qué crees que Dios quiera comunicarte con este relato sobre la multiplicación de los panes? Jesús provee de alimento en abundancia. ¿Te confías a la providencia del Señor? ¿Qué significa para ti confiar a la providencia de Dios? ¿Alguna vez has pensado en la Eucaristía como un sentarse a la mesa con el Señor? ¿Quiénes son los invitados a esta mesa?

 CONTEMPLACIÓN

No podemos hacernos ilusiones: por el amor mutuo y, en particular, por la atención a los necesitados porque, se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo (Jn 13,35; Mt 25,31-46) por nuestros frutos (Mt 7,16). En base a este criterio se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas, en las que Cristo se nos da como pan, alimento de nuestra vida espiritual (Jn 6,51), en tanto nosotros también nos ofrezcamos como medio de salvación para los demás, transmitiendo mensajes de vida.

Los apóstoles sólo pudieron recolectar 5 panes  y 2 peces (dos números que no tienen un significado importante en la simbología, sin embargo si sumamos los panes y peces nos dan 7 el número de la plenitud, de la perfección). Con  siete alimentos consiguió que sobrase comida, doce cestos (otro número simbólico: doce eran las tribus de Israel).  Jesús primero se pone en oración con el Padre, bendice la comida y reparte, pero ¿cómo pudo sobrar tanta comida? Simplemente porque cuando se comparte motivado por el amor, por poco que tengamos, recordemos la viuda que dio lo único que poseía: una moneda,  todos tienen, todos sacian su hambre y al final sobra.

No podemos decir que lo solucionen sus familiares, que los ricos les den que para eso tienen más, que lo arreglen los gobiernos, sino que es competencia de todos, cada uno según su poder, pero todos, todos sin excepción, podemos contribuir para que el mundo sea cada vez más equitativo, más solidario y sobre todo no haya estas diferencias tan enorme: unos tiramos la comida a los contenedores, mientras otros mueren porque no tienen nada que llevarse a la boca. Así han de ser los apóstoles de hoy, en ningún caso indiferente a las necesidades de los demás, siempre dispuestos a atender y acudir en la ayuda de los necesitados, con generosidad y sin pensar muchas veces en el descanso, porque esto se hace por el amor a Cristo, por amor al Padre Bueno y a todos sus hermanos. Los apóstoles le ofrecieron a Jesús todo lo que tenían: 5 panes y 2 peces, fruto del trabajo y del esfuerzo, solo cinco panes y Jesús hizo todo los demás. El Evangelio continúa: Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que habían sobrado se llenaron doce canastos. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños. El milagro fue tan abundante, que todos se saciaron y luego recogieron doce canastos sobrantes. Era uso judío recoger, después de las comidas, los trozos de comida caídos a tierra. El milagro se constataba bien: las sobras eran más que la materia de cinco panes para el milagro.

La esperanza de las gentes que habían seguido a Jesús, no quedo fallida, ellos recibieron lo que necesitaban, llegaron enfermos y fueron curados, para saciar su hambre les proporcionó pan, para saciar su espíritu, Él les entrego su la Palabra. El que sigue resueltamente a Jesucristo, encuentra todo lo que necesita para sí, en esta vida terrenal y luego en la vida eterna. Nuestro amado Padre Bueno, ya nos ha regalo su amor. En Cristo nos ha dado todo, se ha dado a sí mismo. ¿Qué otro poder será más fuerte que este amor generoso y apasionado que el Padre manifestó en Jesús? Este amor nos sostiene en medio de toda circunstancia adversa. Así lo comprendió también San Pablo; ¿Quién podrá separamos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? (Rom 8, 35).
Así como Pablo, que convencido de que en el amor de Cristo tiene la fortaleza para vencer cualquier dificultad, así también sea para nosotros el mismo convencimiento. Así como las gentes dejaron todo por seguir al Señor hasta el desierto, y sin importarle el hambre no se apartaron de El,  que ninguna adversidad nos contenga para seguirle. Así como el Señor pone en nuestras manos muchos bienes, pongamos en manos de los demás compartiendo solidariamente lo que tenemos, para que le demos a otros nosotros mismos.