lunes, 27 de octubre de 2014

DOMINGO XXXI - A (02 de Noviembre del 2014)




DOMINGO XXXI – A (02 de Noviembre del 2014)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 24,1-8:

El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro  y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: "Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día". Y las mujeres recordaron sus palabras. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN

Estimados amigos en el Señor, Paz y Bien.

San Pablo nos cuenta sobre el evangelio que hoy hemos leído del siguiente modo: “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Pedro, luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto. Además, se apareció a Santiago y a todos los Apóstoles. Por último, se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto. Porque yo soy el último de los Apóstoles, y ni siquiera merezco ser llamado Apóstol, ya que he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy” (I Cor 15,3-10)… “Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes… Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido perdonados. En consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido para siempre. Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos” (I Cor 15,12-20).

Hoy celebramos a los fieles difuntos, ayer celebramos a todos los santos. ¿Por quiénes es necesario orar, por los santos, por los condenados o por los del purgatorio? Por los santos no hace falta orar, porque el lugar de los santos es el cielo (Ap 21,2-4;27), por tanto los santos ya están santificados por eso, a lo sumo podemos pedir que ellos intercedan por nuestra salvación. Por los condenados tampoco hace falta orar, porque el lugar de los condenados es el infierno y es imposible que los condenados salgan del infierno (Lc 16,23-26). Por los del purgatorio si es necesario nuestra oración. Porque el purgatorio no es un estado al igual que el cielo que es eterno y en la medida que es eterno el cielo es también eterno el infierno, en cambio el purgatorio es un estadio momentáneo situado entre el cielo y el infierno (II Mac 12,45; Jn 5,29; Icor 3,13-15).

El catecismo de nuestra Iglesia enseña que: “Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (DS 1304) y de Trento (DS 1820; 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura, (por ejemplo, 1 Cor 3,15; 1P1,7) habla de un fuego purificador: Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12,31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro” (NC 1030-1031).

Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó Judas Macabeo hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos en el combate, para que quedaran liberados del pecado" (2 Mac 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, (DS 856) para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:

Cuando oramos por nuestros difuntos les llevamos socorro como cuando el abogado defiende al interno de la cárcel en su pronta liberación, así nuestras oraciones abogan en la liberación del purgatorio de las almas de nuestros hermanos difuntos. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre, (Jb 1,5)  ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por las almas de nuestros difuntos les lleven un cierto consuelo en su liberación? No dudemos, pues, en socorrer a los que hermanos nuestros difuntos. Y además, porque el mismo Señor nos lo dice: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Mt 7,7-8).

Dios creó los seres humanos para que disfruten de su Creador viéndole en la Gloria. Sin embargo todos hemos pecado (Rm 5,12) y en esa condición no se puede entrar en el cielo, pues nada manchado puede entrar en el Cielo (Ap 21,27); por lo cual, todos necesitamos la redención de Jesucristo para poder ir al cielo (Jn 14,1-3). Jesús nos purifica con el poder de su Sangre para poder ser admitidos al cielo (I Pe 1,18). La salvación es posible sólo por medio de Jesucristo (Jn 5,24). Si morimos en gracia de Dios es porque hemos recibido esa gracia por los méritos de Jesucristo que murió por nosotros en la cruz. La purificación del purgatorio también es gracias a Jesucristo.

El purgatorio es necesario porque pocas personas se abren tan perfectamente a la gracia de Dios aquí en la tierra como para morir limpios y poder ir directamente al cielo. Por eso muchos van al purgatorio donde los mismos méritos de Jesús completan la purificación.  Dios ha querido que nos ayudemos unos a otros en el camino al cielo. Las almas en el purgatorio pueden ser asistidas con nuestras oraciones.

Como ya dijimos: El texto del 2 Macabeos 12, 43-46 da por supuesto que existe una purificación después de la muerte. Judas Macabeo efectuó entre sus soldados una colecta... a fin de que allí se ofreciera un sacrificio por el pecado... Pues... creían firmemente en una valiosa recompensa para los que mueren en gracia de Dios... Ofreció este sacrificio por los muertos; para que fuesen perdonados de su pecado. En en el mismo sentido se nos dice: "Unos fueron torturados, rehusando la liberación por conseguir una resurrección mejor"(Heb 11,35). Asimismo las palabras de nuestro Señor: “El que insulte al Hijo del Hombre podrá ser perdonado; en cambio, el que insulte al Espíritu Santo no será perdonado, ni en este mundo, ni en el otro” ( Mt 12,32).

En estos pasajes Jesús hace referencia a un castigo temporal que no puede ser el infierno ni tampoco el cielo. Se llega a semejante conclusión en la carta de San Pablo: “Pues la base nadie la puede cambiar; ya está puesta y es Cristo Jesús. Pero, con estos cimientos, si uno construye con oro, otro con plata o piedras preciosas, o con madera, caña o paja, la obra de cada uno vendrá a descubrirse. El día del Juicio la dará a conocer porque en el fuego todo se descubrirá. El fuego probará la obra de cada cual: si su obra resiste el fuego, será premiado; pero, si es obra que se convierte en cenizas, él mismo tendrá que pagar. Él se salvará, pero como quien pasa por el fuego" (1 Cor 3, 12-13).

Muchas almas a la hora de la muerte tienen manchas de pecado, es decir merecen castigo temporal por sus pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa.  La Iglesia entiende por purgatorio el estado o condición en que los fieles difuntos están sometidos a purificación. Las almas de los justos son aquellas que en el momento de separarse del cuerpo, por la muerte, se hallan en estado de gracia santificante y por eso pueden entrar en la Gloria. El juicio particular les fue favorable pero necesitan quedar plenamente limpias para poder ver a Dios "cara a cara". El tiempo que un alma dure en el purgatorio será hasta que esté libre de toda culpa y castigo. Inmediatamente terminada esta purificación el alma va al cielo. El purgatorio no continuará después del juicio final.

Por estas razones suficientemente justificadas, es como la Iglesia recomienda orar por los fieles difuntos, oración que les ayuda en su purificación y por ende por su salvación. Y la oración efectiva es la Santa Eucaristía porque en ella está el mismo Señor, Juez de vivos y muertos cuando nos los dices: "Tomen y coman que esto es mi cuerpo... tomen y beban que este es el cáliz de mi sangre... para el perdón de los pecados" (Mt 26,26).