martes, 1 de julio de 2025

DOMINGO XIV - C (07 de Julio de 2025)

 DOMINGO XIV - C  (06 de Julio de 2025)

PROCLAMACIÓN DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN San Lucas 10,1-12.17-20:

10:1 Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.

10:2 Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.

10:3 ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.

10:4 No lleven dinero, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.

10:5 Al entrar en una casa, digan primero: "¡Que descienda la paz sobre esta casa!"

10:6 Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.

10:7 Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.

10:8 En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;

10:9 curen a sus enfermos y digan a la gente: "El Reino de Dios está cerca de ustedes".

10:10 Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan:

10:11 "¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca".

10:12 Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad.

10:17 Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre".

10:18 Él les dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.

10:19 Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos.

10:20 No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y bien

El seguimiento al Señor no es cuestión humana, uno no sigue el Señor como quiere, cuando quiere y a como le de las ganas. Las reglas del seguimiento las pone el Señor. Ahora lo mismo sucede para la misión. Dios es quien pone las pautas de la misión. Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, "llamó a los que él quiso y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3, 13-14). Desde entonces, serán sus "enviados". Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21; Jn 13, 20; 17, 18). Por tanto su ministerio es la continuación de la misión de Cristo: "Quien a Uds. recibe, a mí me recibe", dice a los Doce (Mt 10, 40; Lc 10, 16). Jesús los asocia a su misión recibida del Padre: como "el Hijo no puede hacer nada por su cuenta" (Jn 5, 19.30), sino que todo lo recibe del Padre que le ha enviado, así, aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin Él (Jn 15, 5) de quien reciben el encargo de la misión y el poder para cumplirla. Los Apóstoles de Cristo saben por tanto que están calificados por Dios como "ministros de una nueva alianza" (2 Co 3, 6), "ministros de Dios" (2 Co 6, 4), "embajadores de Cristo" (2 Co 5, 20), "servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1 Co 4, 1).

 “Mientras iban caminando, uno le dijo: Te seguiré adondequiera que vayas. Y Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. A otro dijo: Sígueme. Él respondió: Déjame ir primero a enterrar a mi padre. Le respondió: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios" (Lc. 9, 57-60). Uno no puede llamarse a sí mismo, luego buscar peros en el camino; es Jesús quien llama (Jn 15,16). Uno no puede irse al cielo por su cuenta y por eso hasta el joven rico al interesarse por el cielo preguntó: ¿Qué tengo que hacer para llegar al cielo? Jesús le dijo: “Cumple los mandamientos de la ley de Dios”. El Joven dijo: Ya cumplí con todo eso desde pequeño qué más me falta. Y Jesús le dijo: Claro que te falta algo más: Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres y vente conmigo” (Mc10,17).

Como vemos, el tema de hoy es el ser enviado a una misión, pero para ser enviado hay que estar antes con el maestro. El buen apóstol es el que antes es un buen discípulo. Quien ha escuchado la llamada, comprenderá esta preocupación: “La mies es mucha, los obreros son pocos” (Lc. 10,2). Los hombres y mujeres que necesita a Dios y que quieren conocer la verdad son muchos, pero los comprometidos  con el Evangelio son pocos. Esta vez, Jesús no manda solo a los Doce, manda a setenta y dos, es decir manda a todos los discípulos de dos en dos (sentido eclesial y comunitario).

La segunda preocupación del misionero es precisamente esta advertencia: “Sepan que los envío como corderos en medio de lobos” (Lc 10,3). La misión no será nada fácil. Con razón ya había dicho Jesús a los que se movían por meras ilusiones: “Te seguiré adondequiera que vayas. Y Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. A otro dijo: Sígueme. Él respondió: Déjame ir primero a enterrar a mi padre. Le respondió: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios" (Lc. 9, 57-60). La misión es para los sabios, decididos, arriesgados, valientes, pero para los humildes de corazón (Mt 11,28).

La misión que les encarga es el Reino de los cielos y su propagación: “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Por tanto para tal misión no hace falta “llevar monedero, ni bolsón, ni sandalias, ni se detengan a visitar a conocidos. Al entrar en cualquier casa, bendíganla antes diciendo: La paz sea en esta casa” (Lc 10,5).

Nada de quedar sentados calentando las bancas de la Iglesia. El verdadero lugar del que lleva el evangelio de Jesús es el camino, no la tranquilidad de la casa. Es el camino y no la tranquilidad de instalarnos cómodamente en la Iglesia preocupados de que esté siempre limpia. El Evangelio de hoy nos pide a todo bautizado tener no zapatos lustrados, sino pies sucios por el polvo del camino. Nos invita ser parte de Iglesia en misión.

Lo que suscita una misión autentica es el encuentro con el Señor: “hemos visto el Señor” (Jn 20,25). Porque de este encuentro con el Señor nace la misión. Y el Papa Francisco ha dicho reiteradas veces que “tenemos que ser pastores con olor de ovejas”. Esta tare nos compromete desde el bautismo:"¡Id y haced discípulos a todos los pueblos!" (Mt. 28,19-20)- de esta noble misión depende nuestra salvación cuando el mismo Señor nos lo dice: “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,26-27).

El último aspecto a tenerse encuentra en el evangelio de hoy es esto: “Sanen a los enfermos y digan a la gente: El Reino de Dios ha venido a ustedes. Pero si entran en una ciudad y no quieren recibirles, vayan a sus plazas y digan: Nos sacudimos y les dejamos hasta el polvo de su ciudad que se ha pegado a nuestros pies. Con todo, sépanlo bien: el Reino de Dios ha venido a ustedes” (Lc. 10,9-11). Jesús les pide que anuncien, pero haciendo signos que hagan creíble la buena Noticia. "Curen enfermos." Demostrando que Dios se preocupa del bienestar y la salud integral del hombre.

Esta misión del envió a los 72 no es sino un anticipo lo que luego y en definitiva será cuando se consuma la redención, es decir la pasión, muerte de nuestro Señor y su resurrección. Después de su resurrección, el Señor Jesús se presentó muchas veces a los apóstoles, reforzando su fe y preparándolos para el inicio de una gran misión evangelizadora, que les confió de modo definitivo en el momento de su ascensión al cielo. Es entonces cuando el Señor dirigió a sus apóstoles este mandato: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc. 16,15-16). De este momento el Evangelista San Mateo recoge también estas otras palabras del Señor: “Id y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28,19-20). El del Señor hace un llamado a ponerse en marcha, un envío con su poder para continuar su propia misión reconciliadora y proclamar el Evangelio a todas las culturas de todos los tiempos para transformar a modo de fermento el mundo entero.

CON LA FUERZA DE SU ESPÍRITU: El Señor había mandado anteriormente a los discípulos a que esperaran en Jerusalén la venida del Espíritu. Les había dicho: “Serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días”(Hch1,8). Siguiendo aquellas indicaciones volvieron al cenáculo y allí perseveraban en la oración en compañía de María, preparándose de esta manera sus corazones para recibir el Don prometido (Hch. 1,14).

 “ID POR TODO EL MUNDO Y ENSEÑAD EL EVANGELIO” (Mc 16,15): Jesús les volvió al decir: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los envío yo también.” Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos” (Jn 20,21-23).

Dios nos ha llamado a cada uno por nuestro nombre, nos ha ungido y nos ha enviado, haciéndonos partícipes de la misión de su Hijo amado. Tenemos también hoy en nosotros la fuerza del Espíritu y experimentamos el dinamismo expansivo de la Buena Nueva: ¡no podemos contener su anuncio! Arde en nuestro corazón un fuego que necesita comunicarse (Jer. 20,9) y expandirse encendiendo otros corazones con el anuncio del Evangelio, buscando ganarlos para el Señor con el testimonio de una vida que llevando al Señor muy dentro lo irradia con su sola presencia. Eso no puede sino expresarse en la creciente coherencia con que en la vida cotidiana vivimos el Evangelio que predicamos. Por ello la semilla de la Buena Nueva espera y necesita ser acogida por nosotros mismos cada día, pues está llamada a germinar y dar frutos de conversión y santidad en mí, para que de ese modo pueda anunciarla de modo creíble y convincente a todas las personas.

Jamás podemos olvidar que la evangelización del mundo entero pasa a través de nuestra propia santidad, posible sólo en la medida en que cada uno sepa acoger el Espíritu divino en sí dejándose transformar por su dinamismo de amor. No olvidemos que nadie da lo que no tiene: ninguno de nosotros podrá transmitir el Señor si no lo lleva dentro, si cada día no le abre la puerta de su corazón y se encuentra con Él. Si no arde el fuego del amor del Señor en nuestros corazones (Lc. 24,32), ¿cómo podremos encender otros corazones, cómo podremos encender el mundo entero? Al respecto y con mucha razón San Pablo nos advierte: “Ahora vivo yo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20) Pero también exclamó lleno de gozo: ¡Pobre de mí si no anuncio el Evangelio! (I Cor 9,16).

La actividad misionera de la Iglesia, se fundamenta profundamente en el mandato de Jesús y se entiende como un deber intrínseco a la fe bautismal, esencial para la salvación. El pasaje de Lucas 10:1-12; 17-20 ofrece una base bíblica rica para comprender esta dimensión.

Actividad Misionera en Lucas 10:1-12; 17-20:

1. El Envío de los Setenta y Dos (Lc 10:1-12): Universalidad de la Misión: Jesús "designó a otros setenta y dos y los envió de dos en dos delante de él a todas las ciudades y lugares adonde él había de ir" (v. 1). Este número, "setenta y dos" (o "setenta" según algunas traducciones), a menudo se interpreta como simbólico de la totalidad de las naciones gentiles, contrastando con los doce apóstoles que representaban a las doce tribus de Israel. Esto subraya que la misión de Jesús no se limita a un grupo selecto, sino que tiene un alcance universal, abarcando a toda la humanidad.

La Urgencia de la Cosecha (v. 2): "La mies es mucha y los obreros pocos." Esta metáfora agrícola resalta la inmensidad de la tarea evangelizadora y la necesidad apremiante de más personas comprometidas en ella. Es un llamado a la oración por vocaciones misioneras y a la acción por parte de quienes ya son "obreros".

Vulnerabilidad y Confianza (v. 3-4): Jesús los envía "como corderos en medio de lobos", y les prohíbe llevar provisiones (dinero, alforja, sandalias). Esto enfatiza la dependencia total de Dios y la providencia divina, así como la necesidad de una fe radical. La misión no se basa en recursos humanos, sino en la fuerza del Espíritu.

Anuncio de la Paz y del Reino (v. 5-9): Los discípulos deben ofrecer la paz al entrar en una casa y anunciar: "El Reino de Dios ha llegado a ustedes". La misión es una proclamación de la cercanía de la salvación que viene de Dios, no de los méritos humanos. La sanación de los enfermos es una señal visible de la llegada de este Reino.

Respuesta y Consecuencias (v. 10-12): Se instruye a los discípulos sobre cómo reaccionar ante el rechazo: sacudir el polvo de los pies como testimonio. Esto muestra que la aceptación del mensaje es una decisión libre, pero el rechazo tiene consecuencias serias, pues implica el rechazo al mismo Jesús y a quien lo envió. La frase "A quien les escucha a ustedes, me escucha a mí; quien los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me envió" (Lc 10:16). Jesús está hablando a sus discípulos y establece una conexión directa entre la aceptación o rechazo de sus seguidores y la aceptación o rechazo de él mismo y, por extensión, de Dios.  En otras palabras, cuando alguien escucha a los discípulos, está escuchando a Jesús. Cuando alguien rechaza a los discípulos, está rechazando a Jesús. Y cuando alguien rechaza a Jesús, está rechazando a Dios mismo.

2. El Regreso y la Verdadera Alegría (Lc 10:17-20): El Poder en el Nombre de Jesús (v. 17): Los setenta y dos regresan con gozo, asombrados de que "hasta los demonios se nos someten en tu Nombre". Esto demuestra que el poder de la misión no reside en la habilidad de los evangelizadores, sino en la autoridad de Cristo.

La Victoria de Cristo sobre Satanás (v. 18): Jesús responde: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo". Esta es una afirmación teológica profunda. La misión de los discípulos es una extensión de la misión de Cristo, que implica la derrota de las fuerzas del mal. La evangelización no es solo una difusión de información, sino una batalla espiritual contra satanás y su reino. Y para esta misión Dios da su poder: "Les he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y sobre toda fuerza del enemigo, y nada les hará daño"(v. 19). Esto asegura la protección divina para aquellos que se comprometen en la misión, confirmando que la autoridad de Cristo los acompaña.

 La Verdadera Fuente de Gozo (v. 20): Jesús corrige la perspectiva de su alegría: "No se alegren de que los espíritus se les sometan, sino alégrense de que sus nombres estén escritos en el cielo". La verdadera alegría no proviene de los éxitos ministeriales o de manifestaciones de poder, sino de la certeza de la salvación personal y la comunión con Dios. La misión es un medio, no el fin último. El fin es la vida eterna.

La Actividad Misionera como Deber de Todo Católico Bautizado para Alcanzar la Salvación

Desde nuestra perspectiva teológica católica, el pasaje de Lucas 10, junto con otros mandatos de Jesús (como la Gran Comisión en Mt 28:19-20), fundamenta la convicción de que la actividad misionera no es una opción para algunos privilegiados, sino un deber inherente a la vocación cristiana recibida en el Bautismo.

Naturaleza Misionera de la Iglesia: El Concilio Vaticano II, especialmente en Lumen Gentium y Ad Gentes, enfatiza que la Iglesia es misionera por su propia naturaleza, ya que su origen está en la misión de Cristo y del Espíritu Santo. No existe la Iglesia sin misión; la misión es su razón de ser.

El Bautismo como Fundamento del Deber Misionero: Al ser bautizado, el cristiano es incorporado a Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Como "pueblo profético", el bautizado participa de la misión de Cristo de anunciar el Evangelio. El Bautismo confiere una dignidad y una responsabilidad: la de ser discípulos y misioneros. El Papa Francisco, y otros papas antes que él, han insistido en que "cada bautizado es un misionero". La fe se fortalece al ser compartida.

    La misión como causa de la Salvación: La doctrina de nuestra Iglesia sostiene que "fuera de la Iglesia no hay salvación" (aunque esto ha sido matizado teológicamente para incluir a aquellos que buscan a Dios con un corazón sincero y que, sin culpa propia, desconocen a Cristo y a su Iglesia). La Iglesia es el "sacramento universal de salvación" (Hch 2,47), el signo e instrumento de la unión de Dios con la humanidad. La actividad misionera es el medio por el cual la Iglesia cumple su mandato de llevar el mensaje de salvación a todas las personas. No se trata de que el acto de evangelizar per se garantice la salvación personal del misionero de manera automática. Más bien, la evangelización es la respuesta a la gracia de la salvación ya recibida en el Bautismo y es un acto de caridad hacia los demás. Al evangelizar, el cristiano no solo cumple un mandato divino, sino que se convierte en instrumento de la gracia de Dios para que otros puedan conocer a Cristo y así alcanzar la salvación.

 Evangelización y Crecimiento Espiritual: La Redemptoris Missio de San Juan Pablo II subraya que la misión "renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!". Así, el compromiso misionero, lejos de ser una carga, es un camino de crecimiento espiritual y santificación para el propio misionero, acercándolo más a la fuente de su salvación, que es Cristo.

Caridad y Proximidad: La misión es una expresión suprema de la caridad, ya que el mayor bien que se puede transmitir al prójimo es el conocimiento de Cristo y el camino hacia la vida eterna. Implica una "salida" hacia las "periferias existenciales", un amor preferencial por los pobres y aquellos que aún no conocen a Cristo.

En resumen, Lucas 10:1-12; 17-20 nos presenta una misión universal, urgente, dependiente de Dios y con el poder de Cristo. Teológicamente, la Iglesia Católica entiende esta actividad misionera como un deber ineludible de todo bautizado, no como un requisito legalista para la salvación, sino como la expresión vital de una fe que ha recibido el don de la salvación y desea compartirlo, y que al hacerlo, se fortalece y cumple su vocación más profunda y escribe su nombre en el libro de la vida que es el cielo Lc 10,20).

lunes, 23 de junio de 2025

SOLEMNIDAD DE SAN PESDRO Y SAN PABLO CICLO – C (Domingo 29 de junio de 2025)

 SOLEMNIDAD DE SAN PESDRO Y SAN PABLO CICLO – C (Domingo 29 de junio de 2025)

Proclamación del Santo Evangelio según Mt 16,13-19:

16:13 Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?».

16:14 Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas».

16:15 «Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?».

16:16 Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».

16:17 Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.

16:18 Y yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.

16:19 Yo te dará las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo». PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el Señor Paz y bien.

Mt 16,13-19 es un pasaje central en la exégesis y teología católica, especialmente relevante en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo. A continuación, se presenta una explicación desde una perspectiva bíblica, exegética y teológica, considerando la importancia de ambos apóstoles.

1. Contexto Bíblico y Narrativo (Mt 16,13-19): El pasaje se sitúa en Cesarea de Filipo, un lugar con connotaciones paganas, lo que subraya la ruptura de Jesús con las expectativas judías tradicionales y el establecimiento de un nuevo orden. La pregunta de Jesús a sus discípulos, "¿Quién dice la gente que soy yo, el Hijo del Hombre?", busca sondear la percepción pública sobre su identidad. Las respuestas iniciales (Juan el Bautista, Elías, Jeremías o uno de los profetas) muestran que, si bien se le reconocía como un enviado de Dios, no se le atribuía aún su verdadera identidad mesiánica y divina.

La pregunta clave, sin embargo, es la que dirige a sus discípulos: "Y Uds. ¿quién dicen que soy yo?". Esta pregunta es personal e interpelante, exigiendo una respuesta de fe y compromiso. La respuesta de Pedro, "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo", es una confesión de fe fundamental, revelada por el Padre mismo, como Jesús subraya: "Esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos". El pasaje se divide en dos momentos clave: 1) La pregunta de Jesús sobre su identidad (vv. 13-16): Jesús interroga primero a la multitud y luego a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que soy yo?" (v. 13) y "¿Quién decís vosotros que soy yo?" (v. 15). Las respuestas iniciales (Juan el Bautista, Elías, Jeremías o alguno de los profetas) revelan una comprensión limitada de su persona. 2) La confesión de Pedro y la institución de la Iglesia (vv. 16-19): Es aquí donde Pedro, impulsado por una revelación divina, pronuncia la confesión central: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (v. 16). La respuesta de Jesús a Pedro es la base de la eclesiología católica.

A partir de esta confesión, Jesús pronuncia las famosas palabras dirigidas a Pedro:

  • "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia." (v. 18a)
  • "Y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella." (v. 18b)
  • "A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y todo lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos." (v. 19)

2. Exégesis del Pasaje (Análisis Detallado):

a) "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia."

  • Juego de palabras: Jesús utiliza un juego de palabras en arameo (Cefas/Kefa) que Mateo traduce al griego. Petros (Pedro) es masculino, mientras que petra (piedra, roca) es femenino. Este matiz ha sido objeto de debate: La exégesis, basada en la tradición patrística, sostiene que la "roca" es Pedro mismo, a quien Jesús le da un nuevo nombre y una nueva función. Pedro, por su confesión de fe y por su papel designado por Cristo, se convierte en el fundamento visible de la Iglesia. El cambio de nombre de Simón a Pedro (Cefas) es significativo y, en la tradición bíblica, siempre indica un cambio de destino o una nueva misión. La frase "sobre esta piedra" se refiere inequívocamente a Pedro, quien acaba de ser elogiado por su respuesta.
  • Edificar mi Iglesia: La palabra "Iglesia" (ekklesía) es mencionada por primera vez en los Evangelios aquí. Implica una comunidad convocada por Dios, que va más allá del pueblo de Israel. Jesús mismo es el constructor de esta Iglesia, y Pedro es el fundamento visible que Él establece.

b) "Y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella."

  • Las puertas del Hades: El Hades (infierno) representa el reino de la muerte, la oscuridad, el mal y el poder destructor. Las "puertas" simbolizan la fuerza y el poder.
  • No prevalecerán: Esta frase es una promesa de la invencibilidad de la Iglesia. Ni siquiera las fuerzas del mal o la muerte podrán destruirla. Es una garantía de la asistencia divina a la Iglesia y a su fundamento, Pedro.

c) "A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y todo lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos."

  • Las llaves del Reino: En la cultura antigua, las llaves eran un símbolo de autoridad y poder para gobernar o administrar. Quien tenía las llaves de una ciudad o una casa tenía el poder de abrir y cerrar, de permitir o prohibir el acceso. En este contexto, las llaves del Reino de los Cielos significan la autoridad para gobernar la Iglesia y para decidir quién entra en el Reino de Dios. Esta autoridad es delegada por Cristo a Pedro: "A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos" (v. 19): La imagen de las llaves es una alusión a Isaías 22,22, donde se otorga a Eliaquim la autoridad sobre la casa de David. "Las llaves": Significan autoridad suprema. En el contexto rabínico, dar las llaves implicaba la autoridad para gobernar, enseñar e interpretar la Ley. Pedro recibe la autoridad sobre el Reino de los Cielos, es decir, sobre la Iglesia. Esta autoridad es para "abrir" y "cerrar", "permitir" y "prohibir", "atar" y "desatar".
  • Atar y desatar: Esta expresión rabínica tenía un significado legal y doctrinal.
    • Atar: Significaba prohibir, condenar, excomulgar, declarar algo ilícito o doctrinalmente erróneo.
    • Desatar: Significaba permitir, absolver, admitir, declarar algo lícito o doctrinalmente correcto.
    • Autoridad eclesiástica: Este poder de atar y desatar es una autoridad para legislar, para enseñar doctrinalmente y para administrar la disciplina dentro de la comunidad eclesial. Es una autoridad para perdonar pecados y para interpretar la voluntad divina. Aunque esta autoridad será extendida a los demás apóstoles en Mt 18,18, en Mt 16,19 se le confiere a Pedro de manera singular y principal. La frase "quedará atado/desatado en los cielos" (perfecto pasivo divino) indica que la acción de Pedro en la tierra tiene una ratificación divina.

3. Significado Teológico para la Solemnidad de San Pedro y San Pablo: La Solemnidad de San Pedro y San Pablo (29 de junio) celebra la vida, el martirio y el legado de estos dos pilares de la Iglesia. Mt 16,13-19 es fundamental para comprender el papel de San Pedro, pero también se conecta indirectamente con San Pablo.

a) El Primado de Pedro:

  • Fundamento de la Unidad: El pasaje establece el primado de Pedro como el fundamento visible de la unidad de la Iglesia. Su rol es asegurar la cohesión de la fe y la comunión entre los creyentes.
  • Garantía de la Ortodoxia: La autoridad de atar y desatar implica que Pedro y sus sucesores tienen la responsabilidad de discernir la verdad doctrinal y de preservar la fe apostólica.
  • Servicio de Pastoreo: Las llaves simbolizan el pastoreo universal de la Iglesia, es decir, la responsabilidad de guiar y cuidar a todo el rebaño de Cristo.

b) Complementariedad de Pedro y Pablo:

Aunque Mt 16,13-19 se centra en Pedro, la Solemnidad celebra a ambos apóstoles porque sus ministerios son complementarios y esenciales para la Iglesia.

  • Pedro: La Roca, la Fe Confesada, la Autoridad Fundacional. Representa la estructura jerárquica y la unidad visible de la Iglesia. Su misión se centró inicialmente en los judíos, pero su visión en Hechos 10 y su liderazgo en el Concilio de Jerusalén (Hechos 15) mostraron su apertura a los gentiles.
  • Pablo: El Apóstol de los Gentiles, la Proclamación del Evangelio, la Gracia de la Conversión. Representa el dinamismo misionero, la universalidad del Evangelio y la profundidad teológica. Su celo apostólico llevó el mensaje de Cristo a todo el mundo conocido, enfatizando la salvación por gracia mediante la fe.

La tradición los une porque ambos, con sus dones y carismas distintos, contribuyeron de manera irremplazable a la expansión y consolidación de la Iglesia. Pedro estableció el fundamento y la estructura; Pablo, con su evangelización incansable, extendió el edificio. Ambos derramaron su sangre en Roma, la capital del Imperio, sellando con su martirio el compromiso con Cristo y el amor a la Iglesia.

En resumen: La Llamada a la Confesión Personal ( Mt 16,13-19): Así como Jesús preguntó a Pedro, nos pregunta a cada uno de nosotros: "¿Y tú, quién dices que soy yo?". Este pasaje nos invita a renovar nuestra propia confesión de fe en Jesús como el Cristo, el Hijo del Dios viviente, y a vivir coherentemente con esa fe. Es la base escriturística del primado petrino, una doctrina fundamental para nuestra Iglesia Católica. En la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, este pasaje nos recuerda la importancia de Pedro como el fundamento visible de la Iglesia, dotado de autoridad para atar y desatar, y cuya fe es inquebrantable. Al mismo tiempo, se celebra la sinergia con San Pablo, cuya predicación universal complementó la misión de Pedro, edificando juntos el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

Para nuestra meditación:

SAN PEDRO: Pedro es un predilecto de Jesús, desde el primero momento. Vive con el Señor los acontecimientos más importantes de su vida, todos aquéllos que estaban reservados para unos pocos. Fogoso y temperamental no tiene inconveniente en asegurar a Jesús que es capaz de morir con El y que le seguirá fielmente hacia ese camino de dolor y renuncia que el Señor estaba pintando y que Pedro, en un primer momento, rechazó con toda la energía de su temperamento. Pero todos sabemos que Pedro falló en toda la línea. Bastó la insinuación de una mujer, en los momentos de peligro, para que negase rotundamente conocer al Maestro. No es para escandalizarse. Todos nosotros tenemos más que motivos suficientes para comprenderlo y disculparlo. Lo comprendió y lo disculpó el Señor. Siguió encontrándose con él después de su resurrección, concediéndole, como siempre, un "trato de favor" y, tal como hoy leemos en el evangelio, quiso dejarle el cuidado de los suyos, sin recordarle nunca su estrepitoso fallo. No hubo para Pedro, por parte de Jesús, reprensión sino perdón. No le echó en cara Jesús a Pedro su pasado sino que le echó en cara su futuro, un futuro en el que Pedro, efectivamente, será capaz de seguir, paso a paso, las huellas de su Maestro. Y quedó claro que lo único que Jesús exigió a Pedro para que fuera su fiel imagen en la tierra, era que le amase. Si hay algo claro por parte de Cristo es el deseo de fundamentar a los cristianos en el amor, en el amor a su Persona y, como consecuencia lógica, en el amor a todos los hombres.

SAN PABLO: Pablo también es un hombre con tristes antecedentes. Forofo de la Ley, dogmático, duro e intransigente, se caracterizó por la persecución a los primeros cristianos creyendo a pies juntillas que así hacía un buen servicio a Dios, naturalmente a "su" Dios. Hizo falta que cegaran sus ojos, que tan claramente veían, para que una luz nueva se hiciese en su interior y rompiera completamente con aquel estilo que tan contrario era con el del Señor al que, a partir de entonces, iba a servir con una dedicación exclusiva y excluyente. También para Pablo será el amor de Cristo el que cimentará su vida ya para siempre orientada hacia una sola meta.

Estas son las "piedras" fundamentales de nuestra Iglesia. Unas piedras que tienen sus grietas y sus resquebrajaduras, porque la única Piedra fundamental, aquella que desecharon los constructores, es Cristo y sólo en El no hay fisura, ni tacha ni grieta. En todos los demás, estén más o menos arriba o abajo, sean más o menos importantes o corrientes, es posible la grieta, como fue posible en Pedro, que vivió tan cerca de Cristo y en Pablo que era un estupendo cumplidor de la Ley, un religioso de cuerpo entero. Es ésta una realidad confortante y que además ha tenido en la Iglesia una demostración constante a través de los siglos.

Es cierto que la Iglesia es santa, pero no lo es menos que no lo somos todos los que somos Iglesia, y digo todos, cualquiera que sea el sitio que en ella ocupemos. Negarlo sería una tontería, reconocerlo es un acto de sinceridad y de valentía que a nadie tiene que escandalizar. Es cierto que la iglesia da a conocer a Dios al mundo, pero también lo es que, a veces, lo da a conocer oscureciendo su rostro; es cierto que la Iglesia nos acerca a Dios y también lo es que, a veces, nos lo aleja. Sólo Cristo no tiene arruga ni mácula, sólo El presenta el verdadero y auténtico rostro de Dios sin deficiencia alguna. Todos los demás lo enseñamos quizá con nuestra mejor voluntad pero con nuestra carga de pequeñeces y debilidades.

Hoy es día de pedir sinceramente por la Iglesia, de sentirnos identificados con ella, de agradecerle tanto como nos ha dado y de desear sinceramente que vaya limando constantemente las aristas que puede tener y que evitan a los hombres el encuentro con Dios en ella. Es día de examinarnos, como componentes de esa Iglesia y de ver si el fundamento de nuestra pertenencia a ella, es por encima de todo, el que Cristo exigió a Pedro: el amor a El. Sólo si podemos contestar, aunque sea desde nuestra pequeñez, con la misma sinceridad con que lo hizo Pedro que, ciertamente, amamos a Cristo podremos ser piedras útiles en ese edificio de la Iglesia que, a pesar de nosotros mismos, no se derrumbará nunca y que es absolutamente necesaria para el mundo si de verdad cumple con la misión que tiene encomendada: llevar a los hombres hacia el Reino, haciendo que ese Reino sea una realidad ya, aquí y ahora. Hoy es día de penetrar en el conocimiento de la Iglesia, de aceptarla tal como es con toda su grandeza y sus posibles zonas de sombra que hacen resplandecer todavía más la luz de Cristo que es quien, en definitiva, la sostiene por encima de cualquier terremoto.

Pedro y Pablo son dos cristianos en los que debemos mirarnos con frecuencia. Ambos tuvieron sus fracasos personales y ambos siguieron tan fielmente a Cristo que lo hicieron visible en el mundo acercando a El a todos aquéllos que se les aproximaban. Esto es lo que cuenta y lo que les hace grandes a los ojos de Dios y también, desde luego a los de los hombres y, por supuesto, a los que de todos los que, como ellos, pretendemos seguir siendo Iglesia, esa Iglesia que ellos construyeron con su propia sangre.

lunes, 16 de junio de 2025

DOMINGO DEL CORPUS CHRISTI (22 de Junio de 2025)

 DOMINGO DEL CORPUS CHRISTI (22 de Junio de 2025)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 9,11 - 17:

9:11 Pero la multitud se dio cuenta y lo siguió. Él los recibió, les habló del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados.

9:12 Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: "Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto".

9:13 Él les respondió: "Denles de comer ustedes mismos". Pero ellos dijeron: "No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente".

9:14 Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: "Háganlos sentar en grupos de cincuenta".

9:15 Y ellos hicieron sentar a todos.

9:16 Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud.

9:17 Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas. PALABRA DEL SEÑOR.

 REFLEXIÓN:

Estimados hermanos(as) en el señor sacramentado Paz y Bien.

Jesús Eucaristía en la Santa Misa es el Corazón de Nuestra Fe: La Santa Misa no es simplemente un rito; es el encuentro más profundo y transformador con Jesucristo. En cada celebración, Jesús no es solo recordado, sino que se hace realmente presente para nosotros en la Eucaristía. Esta presencia es el centro de nuestra fe y la fuente de nuestra vida espiritual.

Jesús se Nos Entrega en Cuerpo y Sangre: Cuando participamos en la Misa, somos testigos y partícipes del milagro más grande: la transubstanciación. Por las palabras del sacerdote y la acción del Espíritu Santo, el pan y el vino se convierten en el verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo. No es una representación simbólica ni un recuerdo lejano; es Jesús mismo, entero y glorioso, que se nos da como alimento espiritual.

Imagina la Última Cena: Jesús, con un amor inmenso, anticipa su sacrificio en la cruz y se entrega a sus discípulos bajo las especies del pan y el vino. En cada Misa, ese mismo acto de amor se renueva. Jesús Eucaristía es el cordero inmolado que se hace presente, ofreciéndose al Padre por nuestros pecados y abriendo para nosotros las puertas de la vida eterna. Al comulgar, nos unimos íntimamente a Él, recibiendo su vida, su gracia y su amor.

El Pan de Vida que Nos Sostiene: Jesús se define a sí mismo como el "Pan de Vida" (Juan 6,35). En la Eucaristía, Él es ese pan que nos alimenta en nuestro peregrinar por este mundo. Así como el alimento físico nutre nuestro cuerpo, la Eucaristía nutre nuestra alma, fortaleciéndonos contra el pecado, dándonos consuelo en las pruebas y llenándonos de esperanza.

Comulgar no es un acto rutinario; es un encuentro personal con el Señor Resucitado. Es permitir que Jesús entre en nuestra vida de la manera más íntima posible, para transformarnos desde dentro, para que cada vez seamos más como Él. Es recibir la fuerza para amar como Él amó, para perdonar, para servir y para llevar su luz al mundo.

Un Banquete que Nos Une: La Eucaristía no solo nos une a Jesús, sino que también nos une como hermanos en la fe. Al participar del mismo Cuerpo y la misma Sangre, nos convertimos más plenamente en el Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia. La Eucaristía es el sacramento de la unidad, que nos llama a superar nuestras divisiones y a vivir el amor y la caridad que Jesús nos enseñó.

Cada Misa es un anticipo del banquete celestial, el Reino donde estaremos eternamente con Dios. Al recibir la Eucaristía, saboreamos ya la promesa de la vida eterna y nos preparamos para ese día glorioso.

Vivir la Eucaristía en lo Cotidiano: Esta fiesta solemne de Jesús Eucaristía en la Santa Misa nos invita a ir más allá del momento de la celebración. Nos impulsa a llevar esa presencia de Cristo a nuestra vida diaria. Si hemos comido el Pan de Vida, estamos llamados a ser pan para los demás: a compartir nuestra fe, a consolar al que sufre, a ser instrumentos de paz y justicia. Que cada vez que participemos en la Santa Misa, renovemos nuestra fe en la presencia real de Jesús Eucaristía y permitamos que este sacramento transforme nuestro corazón, nuestra mente y nuestras acciones y nos haga hombres nuevos.

La Santa Misa: Culmen y Fuente de la Vida Cristiana en la Eucaristía: La Santa Misa, como cumbre de la liturgia católica, es el espacio privilegiado donde el Sacramento de la Eucaristía se celebra y se hace presente de manera viva y dinámica. Es en esta acción sagrada donde la reflexión bíblica y la doctrina católica se entrelazan para revelar la riqueza inagotable de este don divino. Para comprender la profundidad de la Eucaristía en la Misa, es esencial explorar cómo la Palabra de Dios y la tradición de la Iglesia iluminan cada momento de esta celebración.

I. Fundamento Bíblico de la Eucaristía en la Misa: La celebración de la Misa es un eco y una actualización de los momentos fundacionales de la Eucaristía en las Sagradas Escrituras:

  1. La Última Cena (Mateo 26,26-29; Marcos 14,22-25; Lucas 22,14-20; 1 Corintios 11,23-26):
    • Institución del Sacramento: Estos relatos sinópticos y paulinos son el corazón de la institución eucarística. Jesús toma el pan, lo bendice, lo parte y lo da a sus discípulos, diciendo: "Tomad y comed, este es mi Cuerpo". De igual manera, toma el cáliz de vino: "Esta es mi Sangre de la Nueva Alianza, que será derramada por muchos para el perdón de los pecados".
    • Mandato: El "Hagan esto en conmemoración mía" (Lucas 22,19; 1 Corintios 11,24-25) es el mandato explícito que Jesús da a sus apóstoles para que continúen celebrando este memorial. La Misa es la obediencia continua de la Iglesia a este mandato divino.
    • Significado del Sacrificio: La Misa actualiza el sacrificio incruento de Cristo en la cruz. Las palabras "derramada por muchos para el perdón de los pecados" (Mateo 26,28) conectan directamente la Eucaristía con la redención y la expiación por los pecados, un concepto que encuentra sus raíces en los sacrificios del Antiguo Testamento.
  2. El Pan de Vida (Juan 6,22-59):
    • Discurso Eucarístico: Este pasaje de Juan, anterior a la Última Cena, es una profunda catequesis de Jesús sobre la Eucaristía como el "Pan de Vida". Jesús afirma: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar es mi carne por la vida del mundo" (Jn 6,51).
    • Necesidad de Comer y Beber: La insistencia de Jesús "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna" (Jn 6,54) subraya la necesidad vital de la comunión para la vida en Cristo y la unión con Él. Este pasaje es fundamental para comprender la Real Presencia.
  3. Los Discípulos de Emaús (Lucas 24,13-35):
    • Liturgia de la Palabra y de la Eucaristía: Este relato post-resurrección es un paradigma de la Santa Misa. Jesús explica las Escrituras a los discípulos (Liturgia de la Palabra), y es reconocido "al partir el pan" (Liturgia de la Eucaristía). Muestra cómo la Palabra de Dios y el Sacramento Eucarístico son inseparables en la experiencia del encuentro con Cristo resucitado.

II. Doctrina Católica de la Eucaristía en la Celebración de la Misa

La teología católica ha desarrollado una rica comprensión de la Eucaristía en la Misa, arraigada en la Revelación y la Tradición.

  1. La Misa como Actualización del Sacrificio de Cristo:
    • Unico Sacrificio: La Misa no es un nuevo sacrificio, sino la misma celebración de Jesús con sus apóstoles, sacramento único del sacrificio de Cristo en el Calvario. "Cristo nuestro Señor, que iba a ofrecerse una vez para siempre, por medio de su muerte en el altar de la cruz, a Dios Padre, para realizar en ellos una redención eterna, quiso dejar a su Iglesia un sacrificio visible" (Catecismo de la Iglesia Católica, CIC 1366).
    • Carácter Propiciatorio: Este sacrificio es propiciatorio, es decir, aplica los méritos de la pasión y muerte de Cristo para el perdón de los pecados y la remoción de las penas. Se ofrece por los vivos y por los difuntos.
  2. La Presencia Real de Cristo:
    • Transubstanciación: Por las palabras de la consagración y la invocación del Espíritu Santo (Epíclesis: “Te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu espíritu…”), el pan y el vino se transforman en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, manteniendo las apariencias sensibles. Esta es la doctrina de la transubstanciación.
    • Presencia Completa: Cristo está presente total y plenamente bajo cada una de las especies (pan y vino), y bajo cada fragmento de la Hostia o gota de la Preciosa Sangre. Su presencia es sustancial, verdadera y real, no meramente simbólica.
  3. La Misa como Banquete Pascual y Comunión:
    • Alimento Espiritual: La Eucaristía es el alimento espiritual que nutre la vida de gracia en el creyente. Al comulgar, los fieles se unen íntimamente a Cristo y se asimilan a Él. "La comunión nos une más íntimamente a Cristo. Él mismo dice: 'El que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí, y yo en él' (Jn 6,56)" (CIC 1391).
    • Unidad del Cuerpo Místico: La comunión eucarística fortalece la unidad de la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo. "Cuantos comen el único pan, que es Cristo, entran en comunión con Él y forman en Él un solo cuerpo" (CIC 1396).
    • Prenda de Gloria Futura: La Eucaristía es también una "prenda de la gloria futura" (CIC 1402), una anticipación del banquete celestial en la plenitud del Reino de Dios.
  4. La Misa como Acción de Gracias (Eucaristía):
    • El término "Eucaristía" significa "acción de gracias". La Misa es la suprema acción de gracias que la Iglesia, unida a Cristo, eleva al Padre por todos sus dones, especialmente por la redención. Es una respuesta de amor y gratitud al amor infinito de Dios.

III. Implicaciones para la Celebración y la Vida del Fiel

La riqueza de la Eucaristía en la Misa tiene profundas implicaciones:

  • Participación Activa: La comprensión de que la Misa es el sacrificio de Cristo y el banquete del Señor invita a una participación plena, consciente y activa. No es un mero espectáculo, sino una acción en la que cada fiel está llamado a unirse a Cristo en su ofrenda al Padre.
  • Adoración y Reverencia: La Real Presencia exige una profunda adoración y reverencia hacia el Santísimo Sacramento, tanto durante la Misa como fuera de ella.
  • Formación Espiritual: La escucha atenta de la Palabra de Dios en la Liturgia de la Palabra, unida a la participación en la Liturgia Eucarística, forma y transforma al creyente, nutriendo su vida de fe, esperanza y caridad.
  • Misión y Testimonio: La comunión con Cristo en la Eucaristía impulsa al creyente a vivir como discípulo, llevando el amor de Cristo al mundo y construyendo el Reino de Dios.

En conclusión, la Santa Misa es mucho más que una simple ceremonia; es el lugar donde el misterio de la Eucaristía se desvela en toda su plenitud. Es el encuentro sacramental con el Cristo resucitado que se entrega como alimento, nos une a Él y entre nosotros, y nos capacita para vivir una vida cristiana auténtica, anticipando la plenitud del Reino. Es, en verdad, el "culmen y fuente de toda la vida cristiana" (CIC 1324).

En el evangelio de Juan todo el capítulo 6 nos habla sobre el sentido y el valor real de la eucaristía, así por ejemplo nos dice: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de esta pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Inmediatamente la gente se pregunta: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). La gente no entendió, y hasta hoy todavía hay muchos que no quieren entender aquella palabra que el Ángel dijo a Marìa: “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37) Jesús mismo nos ha dicho: “Todo es posible para Dios” (Mt 19,26). Y así un día convirtió el agua en vino (Jn 2,3). Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. (Jn 27-11). Así pues, la omnipotencia de Dios hizo posible que su Palabra se hiciera carne (Jn 1,14), que esa Palabra que es su Hijo, tiene el poder de convertir el agua en vino, hoy convierte ante nuestros ojos el Pan en su cuerpo y el vino en su sangre al decir: "Tomen y coman que esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Tomen y beban todos de él, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza que será derramada por Uds para el perdón de los pecados, y hagan esto en conmemoración mía” (Mc 14,22).

En la oración del Padre Nuestro pedimos: “Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt. 6, 11). Sin embargo, ese alimento diario, que pedimos y que Dios nos proporciona a través de su Divina Providencia, que es el pan material, y el pan material nos tiene llevar al encuentro con Dios mediante el Pan Espiritual, (Eucaristía). No podemos estar pendientes solamente del alimento material. El pan material es necesario para la vida del cuerpo, pero el Pan Espiritual es indispensable para la vida del alma. Dios nos provee ambos.

Jesucristo murió, resucitó (Lc 24,6) y subió a los Cielos, y está sentado a la derecha de Dios Padre (Credo). Pero también permanece en la Hostia Consagrada (Mt 26,26), en todos los sagrarios del mundo. Y allí está vivo, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; es decir: con todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios, para ser ese alimento que nuestra vida espiritual requiere. Es este gran misterio lo que conmemoramos en la Fiesta de Corpus Christi. El Jueves Santo Jesucristo instituyó el Sacramento de la Eucaristía, pero la alegría de este Regalo tan inmenso que nos dejó el Señor antes de partir, se ve opacada por tantos otros sucesos de ese día, por los mensajes importantísimos que nos dejó en su Cena de despedida, y sobre todo, por la tristeza de su inminente Pasión y Muerte.

Jesús dijo a sus discípulos: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Lo mismo: “No les dejare huérfanos” (Jn 14,18). Y saben por qué; porque como Juan dice: Dios es amor (IJn 4,8). “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para todo el que cree en Él tenga vida eterna” (Jn 3,16).  Jesús mismo nos ha dicho: “Si alguien me ama, guardará mis palabras y mi padre lo amara y vendremos y haremos morada en èl” (Jn 14,23). Por eso, pienso que fue la mejor definición que dio de sí el Hijo al decirnos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Al menos en su relación con nosotros es Jesús quien se dona en la Eucaristía. Convertirse en pan sin necesidad de panaderos porque de ello hace el Espíritu santo y darse a comer como pan y carne. Todo ello, ¿qué significa sino que Jesús no vive para sí sino que vive para que todos tengamos vida eterna. Pero pensar que Dios se hace pan y se hace carne para que podamos comerlo, realmente es todo un exceso de amor y de entrega. El pan no sirve para nada si no es para que lo comamos. El pan no es para sí mismo ni para guardarlo. El pan es siempre para los otros. La carne no es para sí misma, es para que otros puedan alimentarse.

Los judíos que escuchaban a Jesús se escandalizaron y disputaban entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (Jn 6,52). Dios siempre ha sido escandaloso para los hombres porque es tan creativo que hace cosas que ni se nos ocurre pensarlas. Esa es la Eucaristía. Algo tan sencillo como es comulgar y algo tan misterioso que es comernos a Dios entero. Algo tan misterioso que Dios en su loco amor por nosotros: “Los amo hasta el extremo” (Jn 13,1), se hace vida en nuestra vida (Jn 14,6). Por eso, no cabe duda que, la Eucaristía es uno de los mayores milagros del amor de Dios. Por tanto, debiera ser también una de las experiencias más maravillosas de los hombres. Sin embargo, uno siente cierta sensación de insatisfacción. ¿No la habremos devaluado demasiado? Y no porque no comulguemos, sino porque es posible que no le demos el verdadero sentido a la Comunión que es comunión con el mismo Hijo (Gal 2,20) que nació de las entrañas de María la virgen (Lc 2,6) y con el mismo Jesús crucificado (Lc 24,33) y resucitado (Lc 24,46). Es comunión con el pan glorificado: “El que come mi carne y bebe mi sangre vive de la vida eterna y yo lo resucitare en el último dia” (Jn 6,54).

Dios buscó el camino fácil y lo más sencillo posible para nuestro encuentro. Y a nosotros pareciera que lo fácil no nos va, como que preferimos lo complicado y difícil. Una de las maneras de deformar la Eucaristía es no vivir lo que en realidad significa. Pablo nos dice: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.” (I Cor 10,17) Somos muchos y somos diferentes. Somos muchos y pensamos distinto. Sin embargo, todos juntos formamos un solo cuerpo, una sola comunidad, una sola Iglesia, una sola familia. ¿Por qué? Sencillamente porque “todos comemos del mismo pan”. Por tanto, comulgar significa unidad, sentirnos un mismo cuerpo, una misma familia (Ef 4,5-6). De modo que no podemos comulgar “del mismo pan” y salir luego de la Iglesia tan divididos como entramos (Tit 3,10).

No olvidemos que la Eucaristía es mucho más que un acto piadoso individualista, es el Sacramento de la Iglesia. Es el Sacramento del amor de Dios que nos ama a todos (Jn 13,34). Es el Sacramento de la unidad, donde por encima de nuestras diferencias, todos nos sentimos miembros de un mismo cuerpo que es Jesús, que es la Iglesia. Por eso San Pablo nos habla desde su experiencia. Las primeras divisiones en la Iglesia nacieron de la celebración de la Eucaristía. Todos participaban en la misma celebración, pero mientras unos comían bien, los otros pasaban hambre. Pablo les dice enérgicamente: “Esto no es celebrar la Cena del Señor”(I Cor 11,33-34). No se puede comulgar a Cristo si a la vez no comulgo con mi hermano (I Jn 4,20). No se puede recibir el pan de la unidad, si vivimos divididos. Por eso decimos que “la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace a la Iglesia”. “Aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan.” El fruto de nuestras Eucaristías tendría que ser “la espiritualidad de unidad y de la comunión fraterna”.

Cualquiera no comulga sino el que está en gracia de Dios. Así es como lo describe San Pablo: “El que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (I Cor 11,23-29).  También hay citas que diversas que resalta la importancia de la Eucaristía: Éxodo 24, 8; Jeremías 31, 31;  Matero 26, 28;  Marcos 14, 24;  Lucas 22, 20; 2 Corintios 3, 6;  Hebreos 8, 8;  Hebreos 10, 29.

lunes, 9 de junio de 2025

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD – C (15 de Junio de 2025)

 

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD – C (15 de Junio de 2025)

Proclamación del santo evangelio segun San Juan 16,12-15:

16:12 Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora.

16:13 Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.

16:14 Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.

16:15 Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: "Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes". PALABRA DEL SEÑOR.

Reflexión:

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Dijo Jesús a Felipe: “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 14,11). Hoy nos ha dicho:  “Todo lo que es del Padre es mío" (Jn 16,15). Y luego: “Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo” (Jn 16,13). EL Espíritu no solo es Inteligencia o fuerza sino que es también conocimiento de Dios. Por el Espíritu conocemos al Hijo: “Nadie puede decir Jesús es el Señor si no es movido por el Espíritu Santo” (I cor 12,3). Y Por el Hijo conocemos lo que es el Padre. Y las tres divinas personas nos constituye en ser Imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26), cuando somos bautizados: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19).

Si nos preguntan por ser creyentes al ser bautizados: ¿Cuál es el principio de tu fe? ¿Qué concepto de Dios manejas? O si te piden descríbeme a ese Dios en quien crees. ¿Por dónde empezarías? El art. 27del Nuevo Catecismo dice: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador” (GS 19,1).

Hasta el día de hoy, el hombre ha expresado su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales que se puede llamar al hombre un ser religioso: “Dios creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra y determinó con exactitud el tiempo y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen a Dios, para ver si a tientas le buscaban y le hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 26-28).

Por tanto, para dar razón de nuestra fe no hemos de mirar al cielo, ni tomarnos la cabeza, sino ponernos de rodillas y empezar a recitar la oración del credo: “Creo en solo Dios Padre todo poderoso, creador del cielo y de la tierra… Creo en el Hijo único de Dios… Creo en el Espíritu Santo dador de vida…” Ahí está el principio y el fundamento de nuestra fe. Creemos en un Solo Dios pero que tuvo a bien revelarse de tres diversas formas: Como Padre cuya función es la de crear. En el Hijo cuya función es la de Redimir (salvar a la humanidad). En el Espíritu Santo que tiene la función de santificar y hacer actual las cosas sagradas (Ap 21,5). De estas tres divinas personas solo el Hijo asumió la naturaleza humana: “La palabra de Dios se hizo hombre y habito entre nosotros” (Jn 1,14). Jesús nos dice: “Yo y el Padre somos una sola realidad” (Jn 10,30). Jesús resucitado mismo dijo: “La paz este con Uds. Como el Padre eme envió así también les envío yo. Dicho esto soplo sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu santo” (Jn 20,21-22).

Dios es amor (I Jn 4,8). Si Dios es amor, entonces con razón quiso el hombre entrara en esta sintonía de su amor, por eso le dio el título de ser su: “Imagen y semejanza” (Gn 1,26). Lo que significa que el misterio de la Trinidad (Padre, Hijo, Espíritu Santo) es el despliegue de su amor para la humanidad. Con razón la segunda divina persona Cristo Jesús en su enseñanza central nos exhorta: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo les he amado” (Jn 13,34). Cuando pregunta  a Jesús un doctor de la ley “Maestro bueno ¿cuál es el mandamiento principal de la ley? Jesús respondió: Ama a Dios sobre todas las cosas con toda tu alma y con todo tu ser, el segundo es similar, ama a tu prójimo como a ti mismo, este mandato es lo principal de la Dios y los profetas” (Mc 12,28). Luego San Juan Dice: “Si alguno dice, Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Porque el que no ama a su hermano a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? (IJn 4,20). Estos dos argumentos nos dan pie para decir con certeza que la fiesta de la Santísima Trinidad es la fiesta de la manifestación del amor pleno de Dios.

Jesús redujo toda la Ley a dos cosas: el amor a Dios y el amor al prójimo. Con lo cual quiso decirnos que no podemos amar a uno sin amar al otro y que lo que hagamos a uno se lo hacemos al otro. De ahí entendemos que Benedicto XVI escribió en su primera Encíclica: "Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí." Y aún añade más: "Lo que subraya es la inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo. Ambos están tan estrechamente entrelazados, que la afirmación de amar a Dios es en realidad una mentira si el hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia. El versículo de Juan se ha de interpretar más bien en el sentido de que el amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también ciegos ante Dios." (DC n. 16).

Cuando decimos que "no vemos a Dios" tendríamos que preguntarnos si "realmente vemos al prójimo". Por tanto el prójimo es el camino del hombre hacia Dios. Si yo no creo en ti, ¿creeré de verdad en Dios? Si tú me eres indiferente, ¿no que también Dios termina siéndome indiferente? Si yo te margino a ti de mi vida, ¿no estaré marginando también a Dios?

La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad consubstancial" (Concilio de Constantinopla II, año 553). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el

Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza" (Concilio de Toledo XI, año 675). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina" (Concilio de Letrán IV, año 1215).

Las tres Personas divinas son realmente distintas entre sí. "Dios es único pero no solitario" (DS 71). "Padre", "Hijo", Espíritu Santo" no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo" (Concilio de Toledo XI, año 675). Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede" (Concilio de Letrán IV, año 1215). La Unidad divina es Trino.

Las Personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las Personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: "En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres Personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia" (Concilio de Toledo XI, año 675). El padre crea, el hijo redime y el espíritu santifica. Pero una sola sustancia, una sola esencia, una sola naturaleza. Ninguno precede en grandeza, eternidad y potestad. Absolutamente simple, por eso indivisible, inseparable, inconfundible, e inmutable.

Por tanto el Padre es creador en cuanto que el Hijo redime y el Espíritu santifica, y el Hijo es redentor en cuanto que el Padre crea y el Espíritu santifica y el Espíritu santifica en cuanto que el Padre crea y el Hijo redime. De ahí concluimos que, el Padre no es el Hijo ni el Espíritu santo y el Hijo no es ni el Padre ni el Espíritu Santo y Espíritu Santo no es ni el Hijo ni el Padre. No son tres Dioses sino tres Divinas personas distintas y un solo Dios.

El misterio de la Santísima Trinidad solo es posible entender si el hombre es revestido por la fuerza del Espíritu Santo (Hch 1,8). Así nos lo ha reiterado hoy: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá a la verdad plena” (Jn 16,12-13).

Nuestras relaciones con Dios, el Hijo y el Espíritu. ¿Cómo podemos nosotros estar en Dios, y Dios en nosotros? ¿Cómo nosotros formamos una cosa con él? ¿Cómo se distingue el Hijo en cuanto a su naturaleza de nosotros?... Escribe, pues, Juan lo siguiente: «En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu» (1 Jn 4, 13). Así pues, por el don del Espíritu que se nos ha dado estamos nosotros en él y él en nosotros. Puesto que el Espiritu es de Dios, cuando él viene a nosotros con razón pensamos que al poseer el Espiritu estamos en Dios. Así está Dios en nosotros: no a la manera como el Hijo está en el Padre estamos también nosotros en el Padre, porque el Hijo no participa del Espíritu ni está en el Padre, por medio del Espíritu; ni recibe tampoco el Espíritu: al contrario, más bien lo distribuye a todos. Ni tampoco el Espíritu junta al Verbo con el Padre, sino que al contrario, el Espíritu es receptivo con respecto al Verbo. El Hijo está en el Padre como su propio Verbo y como su propio resplandor: nosotros, en cambio, si no fuera por el Espíritu, somos extraños y estamos alejados de Dios, mientras que por la participación del Espíritu nos religamos a la divinidad.

Asi pues, el que nosotros estemos en el Padre no es cosa nuestra, sino del Espíritu que está en nosotros y permanece en nosotros todo el tiempo en que por la confesión (de fe) lo guardamos en nosotros, como dice también Juan: Si uno confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios» (I Jn 4, 15). ¿,En qué, pues, nos asemejamos o nos igualamos al Hijo?... Una es la manera como el Hijo está en el Padre, y otra la manera como nosotros estamos en el Padre. Nosotros no seremos jamás como el Hijo, ni el Verbo será como nosotros, a no ser que se atrevan a decir... que el Hijo está en el Padre por participación del Espíritu y por merecimiento de sus obras, cosa cuyo solo pensamiento muestra impiedad extrema. Como hemos dicho, es el Verbo el que se comunica al Espiritu, y todo lo que el Espíritu tiene, lo tiene del Verbo.

domingo, 1 de junio de 2025

DOMINGO DE PENTECOSTES – C (08 de Junio de 2025)

 DOMINGO DE PENTECOSTES – C (08  de Junio de 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Juan 20, 19-23:

20:19 Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"

20:20 Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

20:21 Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".

20:22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.

20:23 Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en la fe Paz y Bien.

“En el principio la tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, el Espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas” (Gn 1,2). “Vivan según el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren” (Gal 5,16-17). Un cristiano sin Espíritu Santo es como un fuego que no quema, que no calienta. Pero con el Espíritu Santo, ¡qué diferencia!: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad” (Jn 14,15-17). El Espíritu Santo les dio un poder espiritual: el de perdonar los pecados (Jn 20,23). Aquí vemos cómo el Espíritu Santo les da la facultad de hacer lo que Cristo hacía durante su vida. Es el Espíritu Santo quien les dará el poder de predicar y de santificar como hacía Cristo. La misión de la Tercera Persona es secundar la obra de Cristo, llevar a los hombres a transformarse en Cristo.

El Espíritu Santo es la fuente de la santidad de la Iglesia. Porque se ha derramado el Espíritu, la Iglesia es santa, e incluso podríamos decir que si hay santos es porque el Espíritu continúa obrando hoy como ayer. “Los discípulos quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (Hch 2,4).

El viento en la Biblia, está asociado al Espíritu Santo: se trata del “Ruah” o “soplo vital” de Dios (Gn 2,7). Ya el profeta Ezequiel tambien había profetizado que como culmen de su obra Dios infundiría en el corazón del hombre “un espíritu nuevo” (Ez 36,26), también Joel 3,1-2; pues bien, con la muerte y resurrección de Jesús,  y con el don del Espíritu los nuevos tiempos han llegado, el Reino de Dios ha sido definitivamente inaugurado.

No sólo Lucas nos lo cuenta, también según Juan, el mismo Jesús, en la noche del día de Pascua, sopló su Espíritu sobre la comunidad reunida (ver el evangelio de hoy: Juan 20,22: “Sopló sobre ellos”; también Juan 3,8). Pero lo que aquí llama la atención es el “ruido”, elemento que nos reenvía a la poderosa manifestación de Dios en el Sinaí, cuando selló la Alianza con el pueblo y le entregó el don de la Ley (Éx 19,18; ver también Heb 12,19-20). El “ruido” se convertirá en “voz” en el versículo 6.  Éste es producido por “una ráfaga de viento impetuoso”, lo cual nos aproxima a un “soplo”.

El Espíritu Santo nos ayuda a asimilar la doctrina de Cristo. La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo:  “El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26). Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su comunión con el Padre en el Espíritu Santo: el Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su muerte y resurrección. Con frecuencia notamos que tenemos ideas claras sobre la doctrina católica. Si nos hicieran un examen, probablemente sacaríamos una buena nota. Pero una cosa es saber algo y otra es vivirla. Necesitamos una ayuda especial para poder ir formando nuestra conciencia moral, y esta ayuda viene del Espíritu Santo.

En realidad, el verdadero artífice de una conciencia bien formada es el Espíritu Santo (Jn 8,31): es Él quien, por un lado, señala la voluntad de Dios como norma suprema de comportamiento, y por otro, derramando en el alma las tres virtudes teologales y los dones, suscita en el corazón del hombre la íntima aspiración a la voluntad divina hasta hacer de ella su alimento. Con mucha frecuencia no vemos claramente el por qué la Iglesia nos exige ciertos comportamientos morales. En estas ocasiones tenemos que echar mano de una ayuda superior, la del Espíritu Santo. El puede doblar nuestro juicio para hacerlo coincidir con el de Dios.

El Espíritu Santo nos da la fuerza necesaria para vivir nuestros compromisos bautismales. La vida cristiana es una opción que debemos renovar todos los días. Dios nos deja libres. En cualquier momento cabe la posibilidad de echarnos atrás, de quedarnos indiferentes, de ser unos cristianos “domesticados” como ciertos animales que sólo sirven para adornar el hogar, pero que ya no son agresivos porque están domados. También la conciencia se puede domesticar y recortar a una medida cómoda. Una conciencia para andar por casa, es una conciencia mansa, que nos presenta los grandes principios morales suavizados, que nos ahorra sobresaltos, remordimientos y angustias. Ante las faltas, sabe encontrar justificantes y lenitivos: Estás muy cansado, todos lo hacen, obraste con recta intención, lo hiciste por un fin bueno, es de sentido común.

El Espíritu Santo no deja de venir a nosotros constantemente. Experimentamos muchas venidas del Espíritu Santo durante nuestra vida. Las más fuertes son cuando recibimos los sacramentos. Por medio de cada sacramento el “artífice de nuestra santificación”, el Espíritu Santo, va acabando su gran obra en nosotros, nuestra transformación en Cristo. Además de estas venidas sacramentales del Espíritu Santo, hay otras que son menos espectaculares, pero no por eso pierden importancia: su influencia sobre nuestra conciencia moral. Para el alma en estado de gracia, la voz de la conciencia viene a ser la voz del Espíritu Santo, que ante ella se hace portador del querer del Padre celestial. Nuestra vida debería ser un constante diálogo con el Espíritu Santo. Es imposible vivir la vida cristiana, cumplir con el principio y fundamento... sin esta colaboración con el divino Huésped del alma, el Espíritu Santo.

En el Credo Niceno rezamos: “Creo en el ESPÍRITU SANTO, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas”. Jesús dijo antes de su ascensión: “En adelante el espíritu paráclito que mi padre enviara en mi nombre, el intérprete, les enseñará, y recordará todo lo que yo les he enseñado y le guiará a la verdad plena” (Jn 14,26).  Deseo destacar algunos rasgos que nos pueden ayudar a vivir mejor este acontecimiento y a vivir mejor el misterio de la Iglesia desde el sacramento del bautismo, tomados del Nuevo Catecismo de la Iglesia:

Jesús dijo a Nicodemo: "Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu” (Jn 3,5-6). El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo. Pero "bautizados en un solo Espíritu", también "hemos bebido de un solo Espíritu"(1 Co 12, 13): el Espíritu es, pues, también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado (Jn 19, 34; 1 Jn 5, 8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna. "El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna” (Jn 4,13-14).

Jesús en el inicio de su vida pública dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19). El simbolismo de la unción es también significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (1 Jn 2, 20. 27; 2 Co 1, 21). 

En la iniciación cristiana es el signo sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de Oriente "Crismación". Pero para captar toda la fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo (Mesías en hebreo) significa "Ungido" del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo "ungidos" del Señor (Ex 30, 22-32), de forma eminente el rey David (1 S 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: la humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por el Espíritu Santo". Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu Santo (Lc 4, 18-19; Is 61, 1). La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu Santo, quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento (Lc 2,11) e impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del Señor (Lc 2, 26-27); es de quien Cristo está lleno (Lc 4, 1) y cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones salvíficas (Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin quien resucita a Jesús de entre los muertos (Rm 1, 4; 8, 11). Por tanto, constituido plenamente "Cristo" en su humanidad victoriosa de la muerte (Hch 2, 36), Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que "los santos" constituyan, en su unión con la humanidad del Hijo de Dios, "ese Hombre perfecto que realiza la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13).

La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos (Mc 6, 5; 8, 23) y bendice a los niños (Mc 10, 16). En su Nombre, los Apóstoles harán lo mismo (Mc 16, 18; Hch 5, 12; 14, 3). Más aún, mediante la imposición de manos de los Apóstoles el Espíritu Santo nos es dado (Hch 8, 17-19; 13, 3; 19, 6). En la carta a los Hebreos, la imposición de las manos figura en el número de los "artículos fundamentales" de su enseñanza (Hb 6, 2). Este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus epíclesis sacramentales. El dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo los demonios" (Lc 11, 20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra "por el dedo de Dios" (Ex 31, 18), la "carta de Cristo" entregada a los Apóstoles "está escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón" (2 Co 3, 3). El Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección" (Lc 3,22).

“Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes” (Jn 14,15-16). Jesús les dijo también: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo” (Jn 16,12-13).

Pentecostés, manifestación del misterio de Dios uno y trino: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Hemos celebramos a JC resucitado en todo tiempo de pascua, haciendo memoria "de la pasión salvadora" de Jesús, y de su "admirable resurrección y el domingo pasado su ascensión al cielo", como se dice en la Plegaria eucarística. Y esto lo podemos hacer por obra del Espíritu Santo, que es el Espíritu del Padre y del Hijo. Desde la tarde de la Resurrección a la mañana de Pentecostés, el efecto de la resurrección de Jesús es permanente: dar, comunicar su Espíritu; es decir que siempre es Pascua de Resurrección y siempre es Pentecostés. Con el "don" del Espíritu de JC resucitado podemos decir que Dios es definitivamente el "Emmanuel", el Dios-con-nosotros (Is 7,14). Y donde está el Espíritu, está también el Padre y el Hijo: “El espíritu consoladora quien el Padre enviara en mi nómbreles les enseñara y recodara todo” (Jn 14,26).

"Estaban los discípulos en casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos" (Jn 20,19). Es una descripción muy clara de una comunidad que no ha experimentado el Espíritu de JC resucitado.

Todavía estaban con el desconcierto de la pasión y de la muerte de Jesús. Pasión y muerte que para ellos fue también un escándalo. Por eso cuando experimentan y creen en JC resucitado "se llenaron de alegría" (Jn 20,20). Alegría, gozo, paz, son "dones" del Espíritu Santo (Is 11,1ss). 

Podríamos preguntarnos hoy, nosotros que somos la comunidad que vivimos y creemos en el Espíritu de Jesús resucitado, por nuestros miedos. Miedo porque quizás somos pocos; miedo porque parece que en nuestra sociedad vamos perdiendo influencia; miedo porque no vemos el camino claro; miedo porque tenemos pocas vocaciones... ˇComo si no tuviéramos la fuerza del Espíritu!

"Exhaló, soplo su aliento sobre ellos" (Jn 20,22). En este "exhalar" de JC resucitado sobre sus discípulos, contemplamos que son creados de nuevo. En la primera creación se nos dice que "Dios insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente" (Gn 2,7). Como nosotros por el bautismo y la confirmación hemos recibido el Espíritu para una vida nueva (Col,3,9). No la del hombre egoísta y pecador, sino la que valora y vive aquello que no pasará nunca. Nosotros, por el bautismo y la confirmación, nos hacemos portadores del Espíritu a los hombres hermanos, y trabajamos para que de hombres pecadores y dispersos vayamos construyendo el pueblo de Dios que es templo del Espíritu (Mt 28,19). 

"Se llenaron todos de Espíritu Santo" (Hc 2,4). El Espíritu Santo, que es el Espíritu de Jesús resucitado, viene como un viento irresistible, que sopla donde quiere (Jn 3,8). Y la comunidad está reunida, y está reunida "en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús". La comunidad reunida en oración, y "con María la madre de Jesús" (Hch 1,14). Estos son aspectos fundamentales de todo grupo cristiano si quiere ser una comunidad que experimente y viva del Espíritu: comunidad que reza, y en la que "María la madre de Jesús" está muy presente.

"Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas que se repartían" (Hch 2,3). Estamos en la nueva y definitiva Alianza (Jer 33,11), inaugurada por obra del Espíritu que el Padre y el Hijo envían. En la alianza del Sinaí aparecen también el "ruido" y el "fuego". Es el "fuego" del Espíritu, la llama del amor viviente. Fuego que significa amor, amor nupcial, celoso, fiel, exclusivo, posesivo; amor más fuerte que la muerte. Fuego que es indomable e incontrolable. El Espíritu Santo, como dicen los Padres de la Iglesia, es "Fuego que procede del Fuego". El Espíritu Santo es el "amor que procede del Amor". Por eso dejémonos inflamar por Él; dejémonos amar por Él.

En la Iglesia siempre es Pentecostés: Pentecostés en griego significa 50, que en el simbolismo de los números bíblicos significa la perfección, plenitud, cumplimiento. San Lucas nos describe cinco "pentecostés", venidas del Espíritu Santo en diferentes momentos de la vida de la comunidad cristiana, para mostrarnos que siempre que viene el Espíritu es Pentecostés. No fue un solo y aislado Pentecostés. Nuestro bautismo fue Pentecostés, en la confirmación recibimos como "Don" el mismo de Pentecostés; la Eucaristía es acción del Espíritu Santo que nos reúne, nos comunica y hace entender la Palabra, y hace que la Palabra se haga Pan que alimenta, y nos envía a hacer las obras que el Padre quiere en favor de los hermanos.

Todos nosotros somos testigos de cómo el Espíritu nos va transformando, personal y comunitariamente; cómo el Espíritu va suscitando hombres y mujeres que luchan para la transformación de nuestro mundo. El E.S. nos santifica (Lv 19,2). Y santifica a la Iglesia (Mt 16,18).

"Todos nosotros hemos sido bautizados en un mismo Espíritu". Por eso el misterio de Pentecostés está actuando siempre. Es el Espíritu que nos da la fe por la que confesamos que "Jesús es Seńor" (ICor 12,3). Es el Espíritu que nos congrega y nos hace una comunidad, la Iglesia. Es el Espíritu que suscita múltiples carismas, servicios, dones, regalos, ministerios, al servicio de la comunidad (I Cor 12,4). El Espíritu es el que hace posible que siendo muchos, y teniendo distintas maneras de pensar y actuar, sepamos amarnos y ser "uno". El Espíritu Santo nos hace superar todas las divisiones, fruto del pecado, y salta todas las barreras sociales, de raza, de religión. El Espíritu Santo es la única bebida que da la Vida de Dios, vida en santidad (Mt 5,8).