domingo, 17 de marzo de 2024

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR - B (24 de marzo del 2024)

 DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR - B (24 de marzo del 2024)

Proclamación del Evangelio según Marcos15,15- 39:

(Lectura breve)

15:15 Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuera crucificado.

15:16 Los soldados le llevaron dentro del palacio, es decir, al pretorio y llaman a toda la cohorte.

15:17 Le visten de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñen.

15:18 Y se pusieron a saludarle: “¡Salve, Rey de los judíos!”

15:19 Y le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él.

15:20 Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y le sacan fuera para crucificarle.

15:21 Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz.

15:22 Le conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario.

15:23 Le daban vino con mirra, pero él no lo tomó.

15:24 Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qué se llevaba cada uno.

15:25 Era la hora tercia cuando le crucificaron.

15:26 Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: “El Rey de los judíos.”

15:27 Con él crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda.

15:29 Y los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: “¡Eh, tú!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres días,

15:30 ¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!”

15:31 Igualmente los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse.

15:32 ¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.” También le injuriaban los que con él estaban crucificados.

15:33 Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona.

15:34 A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: “Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?”, - que quiere decir - “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?”

15:35 Al oír esto algunos de los presentes decían: “Mira, llama a Elías.”

15:36 Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: “Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle.”

15:37 Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró.

38 Y el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo.

15:39 Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.” PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados amigos en el señor paz y bien.

“He aquí que días vienen - oráculo de Yahveh - en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza… pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jer 31,31-33). “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre sea glorificado” (Jn 12,23). Llego la hora de la nueva y definitiva alianza, la hora la la salvación de la humanidad. La mayor prueba del amor de Dios por la humanidad (Rm 5,8).

 “No hay amor más grande que el que da la vida por su amigos (Jn 15, 13). “Ámense unos a otros como yo los he amado” (Jn 13,34). El amor no es un sentimiento, es una decisión, una opción. Jesús que es la manifestación del amor de  Dios, dio  libremente su   vida por cada uno de nosotros. “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes.  Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”  (Jn 15,9-10).  Decimos que Jesús tenía que morir, que su muerte fue un acto del  destino. No. Jesús decidió predicar y vivir amándonos, eligió el amor a nosotros, decidió amarnos a todos y esta decisión le llevó a la muerte.

El Mesías ha venido, no para vencer a los hombres, sino para vencer el mal que hay en el hombre. Ha venido para liberarlo de todo lo que le oprime: “Quien comete el pecado es del Diablo, pues el Diablo peca desde el principio. Pero, el Hijo de Dios vino para destruir las obras del Diablo” ( I Jn 3,8). ¿Cómo lo ha hecho?: “Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras”( I Cor 15,3). De esta forma nos redimió o nos justificó. Y la razón de esta actitud de Dios es que: “Dios es amor” ( I Jn 4,8). Por eso dice San Pablo: “La prueba de que Dios nos ama es que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros en la Cruz” (Rm 5,8).

Escenas del suceso de la Pasión:

1. Cuando vamos a comenzar a revivir la Semana Santa, la Iglesia, como que nos previene: Todo esto va a tener un final feliz, la Resurrección. Por eso con la Procesión de los Ramos celebrada con ritmo festivo, al aclamar a Cristo como el Hijo de David que viene en el nombre del Señor, adelantamos su Resurrección.

2 "Llevaron el borrico, le echaron encima los mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo" Marcos 11,1. "Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey, que viene a tí humilde, montado en un asno" (Mat 21,1). En cotraposición a los reyes victoriosos montando a caballo, Jesús entra como rey en la ciudad santa humildemente. Es manso y humilde de corazón.

3 Lucas completa la narración de Mateo, contándonos el llanto de Jesús: "Al ver la ciudad, lloró como gotas de sangre por ella" (Lc 19,49). A medida que va avanzando hacia la muerte, se aprecia más la sensibilidad de Jesús, lamentando la desgracia de su patria, manifestando la ternura por sus discípulos.

4 "Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oido para que escuche" (Is 50,4). Escuchar y hablar. Para poder dar vida y ser fuerte, para soportar insultos y salivazos, para ofrecer la espalda a sus golpes, para seguir a Cristo, necesitamos escuchar la palabra. Sólo ella nos dará la fuerza necesaria.

5 "Se burlan de mí, me acorrala una jauría de mastines, me taladran las manos y pies, se pueden contar mis huesos, se reparten mi ropa, se sortean mi túnica. Fuerza mía, ven corriendo a ayudarme" (Slm 21).

6. "Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oirlo se alegraron y le prometieron dinero" (Mc 14,1). Judas, hombre mezquino y ambicioso, capaz de traicionar y entregar a su Maestro y desencadenar una tragedia tan enorme por unas monedas.

El domingo de pasión -más conocido como domingo de ramos- inaugura la semana santa. De acuerdo con la rúbrica, "en este día la Iglesia celebra la entrada de Cristo en Jerusalén para realizar su misterio pascual". Los cuatro evangelistas relatan este acontecimiento y subrayan su importancia. Jesús es presentado como el Rey-Mesías, que entra y toma posesión de su ciudad. Pero no entra como un rey guerrero que avanza con su gran ejército, sino como un Mesías humilde y manso, cumpliendo así la profecía de Zacarías (9,9): "He aquí que tu rey viene a ti; él es justo y victorioso, humilde y. montado en un asno".

La procesión. La característica de la procesión es el júbilo, gozo que anticipa el de pascua. Es una procesión en honor de Cristo rey; por eso los ornamentos son rojos y se cantan himnos y aclamaciones a Cristo. La Iglesia realiza los acontecimientos del primer domingo de ramos: lo que se lee en el evangelio se vive inmediatamente después en la procesión.

"¡Bendito el que viene en nombre del Señor!; ¡hosanna en las alturas!" En cada celebración eucarística repetimos esta aclamación al comenzar la oración eucarística. La venida de Cristo en el misterio eucarístico acontece diariamente. En la procesión del domingo de ramos, la Iglesia, representada en cada asamblea litúrgica, sale a recibir y dar la bienvenida a Cristo de una manera especial.

La procesión nos transmite como una anticipación o pregustación del domingo de pascua. La alegría y el triunfo de pascua rompe así la liturgia más bien sombría del domingo de ramos. Las palmas que se bendicen y se llevan en procesión, son emblema de victoria. "Hoy honramos a Cristo, el rey triunfador, llevando estos ramos". El responsorio que se canta al entrar en la iglesia menciona explícitamente la resurrección: "Al entrar el Señor en la ciudad santa, los niños hebreos profetizaban la resurrección de Cristo".

Liturgia de la palabra. Este domingo se llama de dos maneras: domingo de ramos y también domingo de pasión. Ramos por la victoria y pasión por el sufrimiento. La procesión es heraldo de la victoria de pascua; en cambio, la liturgia de la palabra que le sigue nos sumerge en la liturgia del viernes santo. Cristo vencerá efectivamente, pero lo hará por su pasión y muerte.

La primera lectura es del profeta Isaías (50,74). Los sufrimientos del profeta en manos de sus enemigos son figura de los de Cristo. Su serena aceptación de los insultos e injurias nos hace pensar en la humildad de Cristo cuando fue sometido a provocaciones aún peores. Es un sufrimiento aceptado libremente y voluntariamente soportado. Esta idea de aceptación se encuentra también en la segunda lectura (Flp 2,6-11), que nos dice: "Cristo se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz". Repetimos el mismo tema en el prefacio: "Siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales".

La segunda lectura nos hace penetrar con profundidad en el misterio de la redención. San Pablo, escribiendo a los filipenses, habla del anonadamiento (kenosis) de Cristo, el cual no sólo "se despojó de sí mismo asumiendo la condición de esclavo", sino que incluso se humilló hasta someterse a la muerte de cruz. Esta era lo último de la humillación y el anonadamiento, hacerse un proscrito, un desecho de la sociedad. Pero san Pablo, después de sondeadas las profundidades de los sufrimientos de Cristo, eleva en seguida nuestro pensamiento: "Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el `Nombre-sobretodo-nombre`.

domingo, 10 de marzo de 2024

V DOMINGO DE CUARESMA – B (17 de Marzo de 2024).

 V DOMINGO DE CUARESMA – B (17 de Marzo de  2024).

 Proclamcion del santo evangelio según San Juan: 12,20-33:

 12:20 Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos

12:21 que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús".

12:22 Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús.

12:23 Él les respondió: "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.

12:24 Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere,  queda solo; pero si muere, da mucho fruto.

12:25 El que tiene apego a su vida la perderá;  y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.

12:26 El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.

12:27 Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: "Padre, líbrame de esta hora"? ¡Si para eso he llegado a esta hora!

12:28 ¡Padre, glorifica tu Nombre!" Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar".

12:29 La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel".

12:30 Jesús respondió: "Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes.

12:31 Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera;

12:32 y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí".

12:33 Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir. PALABRA  DEL  SEÑOR.

 Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Hemos escuchado en la primera lectura cómo el profeta Jeremías, después de haber sufrido por la ruina de su pueblo, Israel, con el destierro a Babilonia, ahora de parte de Dios, anuncia, por primera vez en todo el Antiguo Testamento, una Nueva Alianza. "Miren que llegan días en que haré con la casa de Israel y la cada de Judá una alianza Nueva". Dios sigue fiel a su promesa y a su Alianza: "Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo". A pesar de la dureza del corazón de su pueblo, Dios no le abandona. Por sus profetas le va conduciendo, le va exhortando a la conversión.

“Meteré mi ley en su corazon”: Una «nueva alianza» ha sido sellada por Dios, después de que la primera fuera «quebrantada». Mientras la soberanía de Dios era ante todo una soberanía basada en el poder -el Seńor había sacado a los israelitas de Egipto «tomándolos de la mano»- y los hombres no poseían una visión interior de la esencia del amor de Dios, era difícil, por no decir imposible, permanecer fiel a la alianza. Para ellos el amor que se les exigía era en cierto modo como un mandamiento, como una ley, y los hombres siempre propenden a transgredir las leyes para demostrar que son más fuertes que ellas. Pero cuando la ley del amor está dentro de sus corazones y aprenden a comprender desde dentro que Dios es amor, entonces la alianza se convierte en algo totalmente distinto, en una realidad interior, íntima; cada hombre la comprende ahora desde dentro, nadie tiene necesidad de aprenderla de otro, como se aprende en la escuela: «Todos me conocerán, desde el pequeńo al grande».

Esta alianza es nueva, no solamente porque es otra, una segunda, sino porque se diferencia esencialmente de la primera. żEn qué consiste la novedad de esta alianza que vendrá ? La respuesta nos la da el mismo Jeremías en un texto que puede ser considerado como de los más sublimes del Antiguo Testamento; texto que, por otra parte, inspirará gran parte del Nuevo.

Estas son las características de la Nueva Alianza” (Jr 31,33). «Pondré mi Ley en su interior y la escribiré en sus corazones. » El creyente aceptará la palabra divina como algo propio, como el hijo que vive la palabra del padre con quien se identifica. Interiorizar la Ley es asumir la obediencia perfecta al Padre, tal como la segunda lectura de hoy dice de Cristo. La palabra de Dios no es obedecida (escuchada) como algo impuesto por la autoridad, sino que es escuchada por el corazón. El creyente hace suyos los pensamientos y los actos de Dios.

La Alianza que anuncia Jeremías será más perfecta, más interior. No quedará grabada, como la de Moisés, en unas tablas de piedra: "Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones". "Todos me conocerán, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados".

Por eso el salmo nos ha hecho pedir: "Oh Dios, crea en mí un corazón nuevo.". La Alianza, como el amor y la amistad, no se quedan en gestos exteriores, sino que piden una actitud interior, profunda.

A Cristo le costó lágrimas y sangre la Nueva Alianza. Lo que el profeta Jeremías intuyó desde la penumbra del Antiguo Testamento, nosotros lo vemos ya cumplido plenamente en Cristo Jesús. La Nueva Alianza la selló El con su Sangre en la Cruz.

Las lecturas de hoy nos dicen lo que le costó. Sería una falsa imagen de Jesús el imaginarlo como un superhombre, impasible, estoico, por encima de todo sentimiento de dolor o de miedo, de duda o de crisis. Juan, en el evangelio, nos ha dicho cómo Jesús, instintivamente, pedía a Dios que le librara de la muerte, aunque luego él mismo recapacitó y pidió que se cumpliera la voluntad del Padre. Y en la carta a los Hebreos hemos leído detalles que no constan en el evangelio: Cristo, ante la muerte, pidió ser librado de ella con lágrimas y gritos.

Sólo puede extrańar esto a los que no han entendido la profundidad de su comunión y su solidaridad con los hombres. Tenemos un mediador, un Pontífice, que no es extrańo a nuestra historia, que sabe comprender nuestros peores momentos y nuestras experiencias de dolor, de duda y de fatiga. Lo ha experimentado en su propia carne. Y así es como ha realizado entre Dios y la Humanidad la definitiva Alianza.

Obedeciendo, solidarizándose hasta la cruz. haciendo suyo el castigo por nuestro pecado, "se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna" (Hebreos).

-El grano de trigo que muere y así da fruto: Pero todo esto no es la última palabra. Este amor total hasta la muerte tiene un sentido positivo. El mismo Jesús nos ha presentado una imagen muy expresiva: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto". Ese es el camino de la salvación que Cristo nos ha conseguido. Como es el camino de todas las cosas que valen la pena.

Nos estamos acercando a la Semana Santa y la Pascua. Contemplamos esta figura de Cristo caminando hacia su Cruz y dispongámonos a incorporarnos también nosotros al mismo movimiento de su Pascua: muerte y vida, renuncia y novedad.

Nos ha dicho: "El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor. El que se ama a sí mismo, se pierde". Celebrar la Pascua supone renunciar a lo viejo y abrazar con decisión lo nuevo. La novedad de vida que Cristo nos quiere comunicar.

Esto supone lucha. Esto comporta muchas veces dolor, sacrificio, conversión de caminos que no son pascuales, que no son conformes a la Alianza con Dios. El mejor fruto de la Pascua es que nuestra fe, tanto a nivel personal como comunitario, se haga más profunda y convencida, y que cambie el estilo de nuestra vida.

Cuando hoy escuchemos en la Eucaristía lo que el sacerdote dice del cáliz de vino: "este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza nueva y eterna", recordemos lo que anunciaba Jeremías, y que se ha consumado en la Cruz de Cristo. De esa Alianza participamos cada vez que acudimos a comulgar. La Eucaristía es cada vez una Pascua concentrada: EU/PAS: Cristo mismo ha querido en ella hacernos partícipes de toda la fuerza salvadora de su entrega en la Cruz.

viernes, 1 de marzo de 2024

IV DOMINGO DE CUARESMA – B (10 de Marzo del 202

 IV DOMINGO DE CUARESMA – B (10 de Marzo del 2024)

Proclamación del santo evangelio según san Juan 3,14-21:

3.14 En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,

3:15 para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.

3:16 Porque Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.

3:17 Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

3:18 El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

3:19 En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.

3:20 Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas.

3:21 En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor paz y bien:

La Elevación en la cruz: «El Hijo del debe ser elevado, para que todo el que crea en él tenga vida eterna» (Jn 3,14). La Muerte-Exaltación de Jesús es, por una parte, causa de nuestra salvación. Tal acontecimiento es, por otra, expresión del amor de Dios a los hombres. Lo entregó para que tuviéramos vida. Ese es el plan de Dios: que nos salvemos en Cristo. Por ahí van las palabras de Pablo: «Dios… por el gran amor con que nos amó… estando muertos, nos ha hecho vivir con Cristo… nos ha resucitado con Cristo y nos ha sentado en el cielo con él…» La salvación es: a) una «nueva creación», un nuevo nacimiento de arriba (bautismo), vida, resurrección, luz, filiación divina ( Jn 3,5).  b) gracia, don, obra del amor de Dios. La salvación viene de arriba por Cristo; nosotros la recibimos en Cristo para gloria de Dios. Al fin y al cabo es la participación de la gloria divina en Cristo Jesús.

Valor de la Fe. La salvación se hace realidad en nosotros por la fe en Cristo. Sin la fe no podemos salvarnos. Se trata de la fe viva, acompañada de obras de amor. La segunda y tercera lectura lo ponen de relieve. «Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras», declara Pablo. Dios es Luz, Dios es salvación. El que obra perver­samente, huye de la luz, huye de Dios, enseña Juan. Convendrá, por tanto, insistir en la necesidad de la fe viva, es decir, de las obras buenas nacidas de la fe, para conseguir la salvación. Esa será la mejor preparación para las fiestas. Un buen repaso de nuestra conducta cristiana: fe y buenas obras en Cristo Jesús.

Juicio-Condenación. El plan de Dios muestra un reverso serio: conde­nación y repulsa por parte de Dios. La primera y la tercera lectura nos lo recuerdan. La luz está reñida con las tinieblas; Dios con el pecado; la vida con la muerte; Jesús con el mal. El que no tiene fe, el que no obra el bien, se halla en las tinieblas, está lejos de Dios, es de Satán. El mismo se condena. Hay que insistir en ello. Como el amor de Dios al hombre es grande, así la responsabilidad de éste hacia aquél.

Dios no es indiferente al pecado. Ni puede serlo: es negación de Dios. Dios lo castiga con severidad. Dios no puede dejar impune el desprecio, consciente y rotundo, a su amor. Dios entregó a su Hijo -¡Unico!- por nosotros. Es muy serio y muy grave mofarse de Dios. Cuan grande es su amor, así su repulsa. Esto nos debe infundir un santo temor de Dios. Recordemos el destierro del pueblo de Israel y la catástrofe de Jerusalén en tiempos de Cristo. Para no­sotros será más terrible, pues despreciamos, una vez gustado, mayor y me­jor don: despreciamos a su propio Hijo, muerto por nosotros en cruz. La carta a los Hebreos nos advierte con insistencia del peligro que corremos si nos apartamos de Dios: Hb 2, 2-4; 6, 4-8; 10, 26-31.

Los judíos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para obrar en la voluntad de Dios? Jesús les respondió: La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado" (Jn 6,28-29). "La prueba que Dios nos ama es que, siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros" (Rm 5,8). Hoy se nos ha dicho: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17). “El que cree en él (Hijo), no es condenado (Se salva); el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,18).

¿Cómo nos salvó el Hijo único? Jesús les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos. Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir en manos de sus enemigos y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24,44-48).

Otra pregunta para disipar las dudas: “¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?" (Mc 10,17). Hoy nos ha dicho: “El que cree en el Hijo único de Dios, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,18).

El domingo anterior, el Señor anunció algo importante: “Destruid este templo que yo lo levantaré en tres días” (Jn 2,19). Y hoy vuelva a tocar el tema de modo diverso: “De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna” (Jn 2,14). Este gran anuncio acuña tres cosas: Nueva alianza, nueva Iglesia y nueva ley: la ley del amor.

Hoy nos ha dicho Jesús el tema central de su enseñanza: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17). Al respecto dice San Pablo: “Dios redentor nuestro quiere que todos los hombres se salven llegando al conocimiento de la verdad” (I Tm2,4). Y mismo Señor nos lo reitera: “Yo no he venido a hacer mi voluntad sino la voluntad de mi Padre” (Jn 6,38). De modo que detrás de todo el misterio de la redención está el amor de Dios a la humanidad.

San Juan ya nos lo dijo también: “el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,7-8). Dios solo dijo una palabra para crearnos, pero para redimirnos, Él mismo se hizo hombre (Jn 1,14)  y dio su vida por nosotros (Jn 10,17). Y ¿alguien puede decir que en suma, esta redención no se puede resumir como un gesto de amor de Dios en favor de la humanidad?

“Tanto amó Dios al mundo...” (Jn 3,16): aquí reside el mensaje que la Iglesia nos transmite mediante los textos litúrgicos de hoy. Ese amor infinito de Dios ha recorrido un largo camino en la historia de la salvación, antes de llegar a expresarse en forma definitiva y última en Jesucristo (Evangelio). La primera lectura nos muestra en acción el amor de Dios de un modo sorprendente, como ira y castigo, para así suscitar en el pueblo el arrepentimiento y la conversión (primera lectura). La carta a los Efesios resalta por una parte nuestra falta de amor que causa la muerte, y el amor de Dios que nos hace retornar a la vida junto con Jesucristo (segunda lectura). En todo y por encima de todo, el amor de Dios en Cristo Jesús.

Jesucristo es la manifestación del amor del Padre. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”. Toda la historia de Dios con el hombre, como se presenta en la Biblia, es una historia impresionante de amor. Dios que por amor crea, da la vida, elige a un pueblo para hacerse presente entre los hombres, se hace ‘carne’ en Jesucristo para salvarnos desde la carne...y el hombre que por orgullo rechaza el amor buscando ‘autocrearse’, ‘autodonarse la vida’, ‘autoelegirse’. Parecería que Dios le quisiera enseñar a deletrear en su mente y en su vida el amor, y sólo es capaz de pronunciar el egoísmo, el odio o al menos la indiferencia a lo que no sea el propio yo. Parecería que Jesús en lugar de ser la forma suprema del amor divino, fuese al contrario causa de su turbación, de su sentimiento de fracaso, de su frustración alienante. ¿Qué sucede en el corazón humano para que no pueda descubrir en Jesucristo la sublimidad del amor de Dios?

El Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto (Jn3, 14): Los fariseos atribuían a la Ley dos funciones: ser fuente de vida y norma de conducta. Jesús se presenta a sí mismo como sustituyendo las funciones de la Ley. Él es la verdadera fuente que da la vida verdadera. Es el Hombre levantado en alto (Jn 3, 14). El evangelista Juan alude a la serpiente de bronce fabricada por Moisés en el desierto (Nm 21, 9). Mirándola, quedaban libres los judíos del veneno de las mordidas de las serpientes.

De Jesús procede la vida verdadera: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo el que esté vivo y crea en mí, jamás morirá” (Jn 11, 25). Creer en Jesús. Ésa es la condición necesaria para llegar a la vida eterna (Jn 3, 15). De la gracia de Dios nos viene la vida verdadera, no por el cumplimiento de la Ley.

Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único (Jn 3,16): Ésta es la razón definitiva de la misión del Mesías. El Hombre levantado en alto (Jn 3,14-15), Jesús crucificado, el que ha bajado del cielo (Jn 3,13), es el que es enviado para dar vida al mundo. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo (Jn 3,17). El amor es la causa principal que mueve al mismo Dios a enviar a su Hijo al mundo. Y el amor es también el motivo definitivo para salvar. Dios no quiere condenar a los humanos. Por encima de todo, de la infidelidad de los hombres, prevalece el amor infinito y total de Dios hacia la humanidad. El que cree en él no será condenado (Jn 3,18): El amor de Dios no hace excepciones, porque quiere salvar a todos los humanos. Esto es bueno y grato a los ojos de Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 3-4). Quien se entrega al Señor totalmente por la fe, ya no sufre condenación, porque ha creído en el Hijo de Dios (Jn 3,18). Los mismos hombres son los que, rechazando la luz (Jn3,19), preparan su propia condenación. El Hombre Jesús, levantado en alto hace presente el amor de Dios, que nos otorga gratuitamente la vida y la salvación. Ya no hay que ser fiel más que al amor de Dios, manifestado y encarnado en el Hijo único Jesús (Jn3, 15, 16, 18).

El que cree en Jesús, el Mesías, ya está también creyendo en las posibilidades de la respuesta del hombre a ese don gratuito de Dios. El hombre se salva, no por la práctica de la Ley, sino por su adhesión total por la fe, a la donación gratuita y generosa del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús.

Toda la vida del cristiano está sostenida y alimentada por la alegre-buena Noticia: Tanto amó Dios al mundo que le dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3,16). Movido por su amor, él nos destinó de antemano, por decisión gratuita de su voluntad, a ser adoptados como hijos suyos, por medio de Jesucristo, y ser así un himno de alabanza a la gloriosa gracia que derramó sobre nosotros por medio de su Hijo querido (Ef 1, 4-6). Por la gracia han sido salvados mediante la fe, y esto no es algo que venga de ustedes, sino que es un don de Dios, no viene de las obras, para que nadie pueda enorgullecerse (Ef 2, 8-9; segunda lectura de este domingo).

Esta Palabra auténtica de Dios nos ensancha el ánimo y nos abre a la confianza total en el Señor. Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por él. El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros (1 Jn 4, 9-10).

La muerte de Jesús habla más de vida que de muerte. Hay muertes que solo hablan de muerte, pero hay muerte que hablan de vida. La muerte de Jesús nos habla más de la vida que de la muerte. Jesús no murió porque tenía que morir como nosotros. Jesús murió aceptando su muerte, sufriendo en su muerte, pero también gozando en su muerte. Porque Él entregaba su vida contemplaba cómo florecía el mundo de vida, como el mundo florecía en primavera de nueva vida.

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.” (Jn 3,16) “El Hijo del hombre tiene que ser elevado para que todo el que crea en él tenga vida eterna.” (Jn 3,14) “Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3,16). Esa es la verdad de la Cruz y esa la verdad del crucificado. Revelación del amor del Padre, principio de vida eterna, salvación del mundo. La muerte de Jesús en la Cruz habla de vida y habla de Dios. Todo el que quiera descubrir el verdadero amor del Padre tiene que mirar a la cruz: “Así ama Dios.” Todo el que quiera vivir de verdad tiene que mirar a la cruz, alguien da su vida para que otros la tengamos en plenitud.

Dios nos amó hasta entregar a su hijo en la cruz por nosotros” (Jn 3,16). No es conveniente quedarnos mirando las apariencias. No nos quedemos mirando lo que solo contemplan nuestros ojos. Miremos lo que hay dentro de esa muerte. Miremos lo que hay dentro de ese dolor. Miremos lo que hay detrás de esa Cruz. Vida eterna. La Iglesia nació en la Cruz. Con razón Juan exclamó: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel". Y Juan dio este testimonio: "He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo". Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios" (Jn 1,29-34).

III DOMINGO DE CUARESMA - B (03 de marzo del 2024)

 

III DOMINGO DE CUARESMA - B (03 de marzo del 2024)

Proclamación del Santo Evangelio de según San Juan 2,13 - 25:

2:13 Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén

2:14 y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.

2:15 Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas

2:16 y dijo a los vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio".

2:17 Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.

2:18 Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?"

2:19 Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar".

2:20 Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?"

2:21 Pero él se refería al templo de su cuerpo.

2:22 Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.

2:23 Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba.

2:24 Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos

2:25 y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre. PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados amigos en el Señor Paz y Ben.

“Cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” ( Jn 2,22). Jesús les dijo que, estas son aquellas palabras mías que les hablé cuando todavía estaba con Uds: "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí. Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén” (Lc 24,44-47).

Cristo sigue siendo, en su misterio, centro de consideración y de contem­plación. En él brilla, majestuosa y bondadosa al mismo tiempo la sabiduría divina.

Cristo muere (Hombre verdadero) y resucita (Dios verdadero). En este contexto se anuncia un gran misterio: Cristo es el nuevo templo. “Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua” (Jn 19,34) -alusión a los sacramentos vivificantes del bautismo y de la eucaris­tía- nació la Iglesia, dirán los Padres. Una vez elevado, atrajo hacia sí todas las miradas.

Piénsese, pues, en la doble dimensión del concepto. La antigua Economía se derrumba con las instituciones, especialmente las culturales. Para el nuevo Espíritu que invade ahora a la humanidad procedente de Dios a tra­vés de Cristo, no valen los moldes antiguos. Surge un nuevo Templo, un Nuevo Culto. Ni Garizín ni Jerusalén son ya suficientes. Desde ahora la ado­ración se hará en el Espíritu (Santo) y en Verdad (Cristo) (Jn 4,24). El Nuevo Templo es Cristo mismo. Cayó el viejo templo; surgió el Nuevo. Cristo murió en la carne, para resucitar en el Espíritu. Nadie podrá destruirlo. No es obra hu­mana, es obra de Dios. Esta es la gran señal de todos los tiempos: La Resu­rrección de Cristo y la Institución de la Iglesia como Cuerpo de Cristo.

Esta es la obra maestra de Dios: Cristo en toda su dimensión. Morir para resucitar; destruir para levantar; matar para vivificar. Es, pues, El miste­rio de Cristo, de su muerte y de su resurrección, visto bajo un nuevo aspecto: de la muerte de Cristo surgió la Iglesia. Así es la Sabiduría de Dios.

Pablo se extiende en la contemplación de esta Sabiduría divina. El misterio de la Cruz del Señor. Pablo ha vivido el misterio de la Cruz. La vida cristiana no puede existir sin la Cruz del Señor. Los caminos de Dios son sorprendentes; la vida cristiana es asimismo sorprendente. Hay que contar con ello. La filosofía de este mundo no podrá comprenderla. Lo humilde, lo pobre, lo despreciable, lo más indigno a los ojos de los hombres viene a ser elegido por Dios para hacer brillar su fuerza, su grandeza, su Salvación.

Cristo, pues, no solo es objeto de contemplación, sino modelo a imitar. Cristo es la Sabiduría que debe practicarse, vivirse, gustarse. Cristo es nuestra Ley. Cumpliéndola encontraremos la Vida. (Salmo responsorial).

El decálogo es la expresión de la Sabiduría divina. Cristo es el camino. Debemos explicitar el contenido. Ahí está el Decálogo. Buen tiempo ahora, en Cuaresma, para repasar nuestra actitud respecto a la Ley -Cristo/Decálogo. La Salvación nos viene de Cristo. Vivir a Cristo es cumplir sus mandamien­tos. Ahí están. Repasémoslos.

“Nadie ha visto jamás a Dios; pero el Hijo único que es está en el seno del Padre es quien nos lo ha dado a conocer” (Jn 1,18). Esta cita nos resume el nuevo lugar del encuentro con Dios: El evangelio nos recuerda a los seguidores de Jesús que no hemos de sentir nostalgia del viejo templo. Jesús “destruido” por las autoridades religiosas, pero “resucitado” por el Padre, es el “nuevo templo, nuevo lugar de encuentro entre Dios y los hombres”. No es una metáfora atrevida. Es una realidad que ha de marcar para siempre la relación de los cristianos con Dios. Para quienes ven en Jesús el nuevo templo donde habita Dios, todo es diferente. Para encontrarse con Dios, no basta entrar en una iglesia. Es necesario acercarse a Jesús, entrar en su proyecto, seguir sus pasos, vivir con su espíritu.

En este nuevo templo que es Jesús, para adorar a Dios no basta el incienso, las aclamaciones ni las liturgias solemnes. Los verdaderos adoradores son aquellos que viven ante Dios «en espíritu y en verdad». La verdadera adoración consiste en vivir con el «Espíritu» de Jesús en la «Verdad» del Evangelio. Sin esto, el culto es «adoración vacía».

Las puertas de este nuevo templo que es Jesús están abiertas a todos. Nadie está excluido. Pueden entrar en él los pecadores, los impuros e, incluso, los paganos. El Dios que habita en Jesús es de todos y para todos. En este templo no se hace discriminación alguna. No hay espacios diferentes para hombres y para mujeres. En Cristo ya «no hay varón y mujer». No hay razas elegidas ni pueblos excluidos. Los únicos preferidos son los necesitados de amor y de vida. Necesitamos iglesias y templos para celebrar a Jesús como Señor, pero él es nuestro verdadero templo.

El Evangelio, nos propone los tres cambios sustanciales que requiere la consumación de la redención dela humanidad por parte de Hijo Redentor:

a. Las Bodas de Caná: como anuncio de una nueva alianza, pues la antigua ya no tiene vida, le falta el vino de la fiesta: “La madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le respondió: "Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía. Pero su madre dijo a los sirvientes: "Hagan todo lo que él les diga … Jesús dijo a los sirvientes: "Llenen de agua estas tinajas". Y las llenaron hasta el borde. Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete". Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino” (Jn 2,3-9).

b. El cambio del Templo por un Templo nuevo que será el mismo Jesús a partir de su Muerte y Resurrección: Nicodemo le preguntó: "¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?" Jesús le respondió: Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Ustedes tienen que renacer de lo alto. El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu" (Jn 3,4-8). Por el bautismo somos nuevo templo que Jesús reedificó con su resurrección y que un día la instituyó: “Sobre esta piedra edificaré mi iglesia” (Mt 16,18).

c. El cambio de la Ley esclavizante por la nueva ley del amor y como consecuencia el cambio de la nueva imagen de Dios: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34).

Juan nos habla hoy del cambio del Templo en una actitud poco común en el comportamiento de Jesús. Se trata de cambiar lo viejo que ya no tiene vida y no sirve, por algo nuevo que da vida. Cambiar no significa destruir el pasado, significa renovar y transformar el pasado ya inútil por algo nuevo que devuelva la vida al pueblo. Hablar de la destrucción del Templo era atentar contra el centro mismo de la religiosidad de Israel y, por tanto, dejarlo sin un elemento que fundamentaba su identidad junto con la antigua alianza y la ley mosaica. Jesús no es de los que se dedica a conservar lo antiguo, aunque ya sea inservible y esté carcomido ya por la herrumbre del tiempo. Para el cambio hace falta mucho coraje y mucha valentía e incluso es consciente de que tendrá que pagar su atrevimiento con su propia muerte.

“En tres días lo levantaré”. Pero no será el mismo. Será un templo nuevo, distinto. No de cemento y ladrillo, sino que será de carne y hueso. “Yo seré el nuevo templo.” Los templos son la expresión normal de nuestra fe comunitaria, lugar de encuentro, de celebración y de proclamación y escucha de la Palabra. Sin embargo, los templos también nos han hecho mucho daño porque hemos reducido la expresión de nuestra fe a nuestra presencia en el templo. Hemos encerrado nuestra fe en los templos: voy a misa, voy a rezar, voy a visitar y encontrar a Dios. Pero con ello hemos reducido nuestra fe a los domingos y algunos más fervorosos a algunos días de la semana. También hemos encerrado a Dios en los templos y los hemos excluido de la calle. La calle, el trabajo, la política, la economía, la diversión se ha quedado sin Dios. No negamos la importancia de los templos, pero siempre que no encerremos a Dios en ellos. Que Dios está en los templos no lo pongo en duda, pero Dios no cabe en el templo. Dios necesita la calle. Dios necesita el mundo en el que cada uno nos movemos.

En imprescindible propiciar el encuentro con Dios, pero para encontrarme con Dios está bien que yo frecuente el templo, pero sin olvidarnos de que el mejor templo de Dios es el corazón de cada uno y el mundo en el que se mueve, trabaja y desarrolla. De lo contrario, nos convertimos en “cristianos del domingo” y paganos de “la semana”. Jesús habla de la destrucción del viejo templo, pero anunciando otro nuevo. En lo sucesivo, el templo de Dios es Jesús mismo. Es ahí donde tenemos que encontrar a Dios. Es ahí donde tenemos que ver y sentir a Dios.

Jesús resucitado y glorificado se convirtió en el nuevo templo de Dios, cada uno de nosotros también se ha convertido en templo de Dios: “Vendremos a él y moraremos en él” (Jn 14,23). Para encontrarnos con Dios no necesitamos salir a la calle, basta que nos miremos a nosotros por dentro y nos encontremos habitados por Él. Los templos serán espacios de encuentro de todos los templos que somos cada uno de los creyentes.

Quién solo encuentra a Dios en el templo material, se olvida de su propia sacralizad. “Yo soy templo”, un templo que no podemos profanar, sino que tendremos que respetar con la misma veneración con que visitamos a Dios en el templo material. Pablo lo dijo claramente: “¿No saben que son templos del Espíritu Santo?” (I Cor 6,19).

El único lugar sagrado era el Templo. Era el único lugar a donde todos tenían que ir para encontrarse con Dios. El Dios que anuncia Jesús no es un Dios secuestrado entre paredes o por la ley, sino un Dios que tiene sentimientos: “Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad" (Jn 4,24). Y Jesús agrega: ”Mi alimento es hacer la voluntad de mi padre” (Jn ,34) ¿Cómo hacernos uno con el Padre en el Hijo Redentor? Mediante el amor como nueva ley: “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn 15,10-15).


II DOMINGO DE CUARESMA - A (25 de febrero del 2024)

 II DOMINGO DE CUARESMA - A (25 de febrero del 2024)

Proclamación del Evangelio San Marcos 9,2-10:

9:2 Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos.

9:3 Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas.

9:4 Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.

9:5 Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".

9:6 Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.

9:7 Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo".

9:8 De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.

9:9 Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.

9:10 Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría "resucitar de entre los muertos". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Moisés dijo al pueblo: “El Señor tu Dios te suscitará un profeta de tu nación y de entre tus hermanos, como yo; a él deberán escuchar” (Dt 18,15). Una voz desde la nube llego: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo"(Mc 9,7). Jesús les dijo: “El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; si uds. no las escuchan, es porque no son de Dios” (Jn8,47). Dios se dejó ver en su Hijo y en unos segundos en el estado glorioso en el cielo (transfigurado).

Jesús quiere fortalecer la fe y la esperanza de sus Apóstoles, especialmente de los que estarán más próximos en los días tristes de la pasión y Muerte. La visión de Cristo glorioso en el Tabor, como un anticipo de la felicidad que aguarda en el Cielo a los que sean fieles, les ayudará a propagar y defender la fe en medio de las más duras persecuciones: “En el mundo tendrán que sufrir mucho; pero tengan valor: yo he vencido al mundo"  (Jn.16,33).

Cuando rezamos el Credo decimos: “Creo en Jesucristo  verdadero  Dios y  verdadero hombre”.  La parte humana, (Jesús verdadero hombre)  hemos  resaltado el domingo anterior (domingo de la  tentación), escena que san Pablo lo define así: "Tengan entre Uds.  los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciéndose en todo como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz”  (Flp. 2,5-9). Hoy, domingo de la transfiguración, resaltamos la parte Divina: “Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas” (Mc 9,2-3). Juan lo resume  así. “De Jesús hemos recibido todos, y gracia tras gracia. Porque la Ley se nos fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás, pero el Hijo único, que está en el seno del Padre, él nos lo dio a conocer".  Jesús mismo nos lo dice: “Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). “Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 14,11).

“Jesús se transfiguró en presencia de sus discípulos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús” (Mc 9,2-4). “Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: Moisés y Elías” (Lc 9,29-30). Jesús dijo a sus discípulos: “Estén despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu es fuerte, pero la carne es débil" (Mt 26,41). Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos. Él les dijo: Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino…” (Lc 11,1-2). Así, pues, la oración es  medio estratégico para ver y  estar con Dios y decir como Pedro: “Que bien  se está aquí” (Mc 9,5).

Estar con el Padre es estar en el mismo cielo, pero para estar en este estado requiere ser santos: Santifíquense y sean santos; porque yo soy su Dios. Guarden mis mandamientos y cumplan. Yo soy Dios, el que los santifica” (Lv 20,7-8). ¿Cómo ser santos? Jesús nos dice: Felices los que tiene el corazón puro y  limpio porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Es decir no estar con pecados que mancha el alma.

La purificación del alma es el tiempo de la cuaresma: En el camino de la cuaresma entramos una nueva escena “alta” en la vida de Jesús: la transfiguración. Se puede decir que éste es el momento culminante de la revelación de Jesús en el cual se manifiesta a sus discípulos en su identidad plena de “Hijo”. Ellos ahora no sólo comprenden la relación de Jesús con los hombres, para los cuales es el “Cristo” (Mesías), sino su secreto más profundo: su relación con Dios, del cual es “el Hijo” (Mc 1,11). Entremos en el relato con el mismo respeto con que lo hicieron los discípulos de Jesús al subir a la montaña y tratemos de recorrer también nosotros el itinerario interno de esta deslumbrante revelación con sabor a pascua.

En el domingo anterior, Primer Domingo de Cuaresma El Señor nos enseñó con su ejemplo cómo debemos afrontar las tentaciones del demonio (Mt 4,1-11) Lo que claramente nos indica que el Hijo Único de Dios es hombre de verdad, que sintió hambre, pero que el enemigo  quiso aprovecharse de esta carencia para someterlo y nunca pudo. El Hijo de Dios no solo se rebajó para ser uno como nosotros: “El, que era de condición divina, no hizo alarde  de su  categoría de Dios; al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor” (Flp 2,6-11). En todo igual a nosotros, menos en el pecado (Heb 4,15). Y en el credo confesamos esta verdad: “Descendió al infierno y al tercer día resucito de entre los muerto  y subió al cielo…”

Pues, fíjense que estas enseñanzas divinas se nos ilustra en dos partea: el domingo pasado en la parte humana del Hijo de Dios (Mt 4,1-11). Hoy  en el II domingo de cuaresma la manifestación de la parte Divina: Jesús tomó consigo a Santiago, Pedro y Juan… mientras estaban en oración se transfiguro… “ (Lc 9,29). Ya no es el Jesús tentado y con hambre, sino el Jesús transfigurado y glorificado, como un sol brillante en la cima del Tabor que es el cielo.

¿Cuál es el mensaje que acuña el evangelio de Hoy? Que este tiempo de cuaresma, tiempo de conversión, ayuno y oración, que es tiempo de ascensión al monte tabor (cielo); que en este tiempo de oración terminemos en la sima del tabor contemplando el rostro de Jesús transfigurado, y glorificado (Mt 17,1-9). Esta es la mayor riqueza de la vida espiritual de los hijos de Dios. Y así nos lo reitera mismo Juan: “Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. El que tiene esta esperanza en él, sea santo, así como él es santo” (IJn 3,2-3).

Qué maravilla saber que  la riqueza espiritual que llevamos dentro del cuerpo mortal, un día tengamos que, como premio experimentar y contemplar a Jesús transfigurado, que no es sino el mismo cielo. Pero para eso hace falta despojarnos de lo terrenal y subir a orar, como Jesús esta vez acompañado de los tres discípulos preferidos: Pedro, Santiago y Juan. Lo maravilloso del Tabor es verlo iluminado con la belleza interior de Jesús. Allí se transfiguró, dejó que toda la belleza de su corazón traspasase la espesura del cuerpo y todo Él se hiciese luz ante el asombro de los tres discípulos y como Pedro exclamar: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantará aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».” (Mt  17,4).

Toda oración bien hecha nos encamina al encuentro con el Padre, la oración debe transformarnos. La oración nos debe hacer transparentes. Transparentes a nosotros mismos, transparentes ante los demás, trasparentes ante Dios. En la oración vivimos nuestra real y verdad dimensión humana y divina por la gracia de Dios (Mt 5,23).

La transfiguración del Señor nos debe situar ante la verdad que viene de Dios: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, entonces conocerán la verdad y la verdad los hará libres» (Jn 8,31). Libres de las tinieblas, que es el infierno (Lc 16,19-31).

En la Transfiguración del Señor, Dios nos habla de que algo nuevo comienza, que lo viejo ha llegado a su fin: “A vino nuevo, odres nuevos” (Mc 2,22). Ahora en la transfiguración apareció el Antiguo Testamento: Moisés y Elías. Ellos son los testigos de que lo antiguo termina y de que ahora comienza una nueva historia. Ya no se dirá escuchen a Moisés (Lc 16,19-31), sino “éste es mi hijo el amado, mi predilecto: escúchenlo”(Mt 7,5). Ello aplicado a la Cuaresma bien pudiéramos decir que es una invitación a la oración como encuentro con Dios, al encuentro con nosotros mismos, además de un abrirnos a la nueva revelación de Jesús.

Finalmente conviene manifestarlo aquí: La oración de oraciones es la santa misa. Y en la Santa misa aquello que ya nos dijo el Señor por Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta» Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen?. El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?” (Jn 14,9-10). Con ver a Jesús vemos a Dios mismo ante nuestros ojos y es más, en cada Santa Eucaristía el señor se transfigura en el altar, se nos muestra glorificado y transfigurado: Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados” (Mt 26,26-28).

DOMINGO I DE CUARESMA – B (18 de febrero del 2024)

 DOMINGO I DE CUARESMA – B (18 de febrero del 2024)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos: 1,12 - 15:

1:12 En aquel tiempo, el Espíritu lo llevó al desierto,

1:13 donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían.

1:14 Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo:

1:15 "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien:

Jesús estuvo 40 días en el desierto y fue tentado por satanás (Mc 1,13). “Si uno es probado no diga: Es Dios quien me prueba; porque Dios ni es probado por el mal ni prueba a nadie. Sino que cada uno es probado por su propia concupiscencia que le arrastra y le seduce. Después la concupiscencia, cuando ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, una vez consumado, engendra la muerte” (Stg 1,13-15). ¿Qué es la tentación? Es una invitación a tergiversar o falsear la verdad. La verdad viene de Dios: “Yo soy la verdad” (Jn 14,6). Lo opuesto de la verdad es la mentira por eso Dios nos manda: “No mentiras” (Ex 20,16).

Dijo Dios  al Pueblos: “Hoy he puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes,  con tal que ames al Señor, tu Dios, escuches su voz y le seas fiel” (Dt 30,19-20). Dios quiere que optemos por la vida y para ello hace falta purificarnos como bien nos dice Jesús: “Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios” (Mt 5,8). Y  el tiempo de cuaresma es muy propicio para nuestra purificación. “Yo soy su Dios, les mando que se purifiquen y sean santos porque yo soy santo” (Lc 11,44). La causa es la pureza, efecto la santidad, y en suma la salvación. Como saber que estamos puros? Al estar exentos de todo tipo de pcados.                                        

El tiempo de  la Cuaresma comenzamos entre dos enunciados: “Con el sudor de tu frente comerás tu pan, hasta que vuelvas a  ser polvo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y a polvo te convertirás” (Gen 3,19). "El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio"  (Mc1,15). Como seres mortales, no somos eternos (polvo); Como seres espirituales, somos participes de la vida en Dios. Pero, para estar con Dios   hace falta la conversión al Evangelio.

Este primer domingo de cuaresma reflexionamos sobre las tentaciones de Jesús en el desierto, que como hemos  escuchado en el Evangelio, Marcos solo las constata sin dar mayores detalles a diferencia de los demás sinópicos.

Con frecuencia solemos quedarnos en esas tres tentaciones de convertir las piedras en panes, de exhibirse en el alero del Templo o la promesa de la riqueza del mundo. Yo las reduciría a una sola: la tentación sobre Dios. La tentación de quedarnos con nuestra idea de Dios que, en el fondo, es una manera de negar la verdad sobre Dios. Por eso mismo, pienso que esta Cuaresma la pudiéramos enfocar sobre nuestra idea de Dios. ¿Quién es nuestro Dios? ¿Cómo es nuestro Dios? ¿Cuál es el sentido de Dios en nuestras vidas?

Fácilmente decimos que creemos en Dios, lo repetimos en el Credo; sin embargo, si luego nos detenemos a pensar un poco, nos vamos a dar cuenta de que Dios tiene muchas deformaciones en nuestro corazón. Pienso que el mayor pecado no es negar a Dios sino deformarle. El Diablo le presenta a Jesús tres deformaciones de Dios. ¿Cuántas deformaciones hay en nosotros? Que esta Cuaresma nos lleve a clarificar la verdad de Dios en nosotros. El problema de las tentaciones de Jesús era un problema de Dios, porque cada tentación va precedida de un “si eres Hijo de Dios”. En toda tentación está de por medio la idea y la conciencia que tenemos de Dios. Y esto en dos sentidos: Primero ¿soy fiel a lo que Dios quiere y espera de mí o prefiero seguir mis propias inclinaciones? La tentación es un problema de fidelidad. Y el segundo en el sentido: Una falsa mentalidad sobre Dios.

a.- En Mateo y Lucas, las tentaciones de Jesús tienen connotación diversa en Marcos porque duran todos los 40 días. Y que Satanás pone a prueba la fidelidad de Jesús al camino trazado por el Padre.

En esta situación se proclama la victoria de Jesús: Vence la violencia opresora y divisora del hombre y se anuncia que él trae la paz escatológica (Is 9,5; 11,6-9) en la que habita una humanidad nueva capaz de solidaridad, de servicio y de amor en el construir la historia.

El servicio de los ángeles evoca la protección de Dios con su profeta perseguido, indicando así de qué manera Dios Padre participa en los combates de su Hijo y de qué lado está en los conflictos de la historia. Con todo ello se presenta a Jesús como a Adán en el paraíso, pero no retro-proyectado hacia atrás sino anunciado hacia el futuro, como una realidad que va a suceder. Jesús es el nuevo Adán, el prototipo de una humanidad nueva que nace en su carne y se forma en su seguimiento. Las tentaciones atraviesan la vida de Jesús y en todas ellas Jesús constantemente renueva su “SÍ” al proyecto del Padre:

Vienen de los fariseos que le piden demostraciones de poder para evitarse el camino doloroso de la fe (Mc 8,11-13).

Vienen del mismo discípulo que acaba de confesar la fe pero que se intenta apartarlo del camino. A él le responde: “¡Quítate de mi vista, Satanás! Porque tus pensamiento (=proyectos, caminos) no son los de Dios sino de los hombres” (Mc 8,33).

Vienen de su mismo corazón de hombre que le teme a la muerte: “Y decía: ¡Abbá, Padre! Todo es posible para ti, aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Mc 14,35).

Vienen de los adversarios (los espectadores de la pasión y los sumos sacerdotes) que lo invitan a bajarse de la cruz: “!Sálvate a ti mismo bajando de la cruz!... ¡Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos!” (Mc 15,30).

También el discípulo y el misionero pasarán por las pruebas de su Maestro. Toda tentación es negación del camino de la fe, un claudicar del “Camino del Señor”. Desde ya comprendemos que seguir a Jesús supondrá pruebas que vienen de muchos lados, pero que también como su Maestro no estará sólo y que si se apoya en la victoria de él -el más fuerte- saldrá siempre adelante sostenido en su fidelidad. Esta fuerza nos será ofrecida en su misterio pascual, misterio en el que nos sumergiremos bautismalmente.

b. Las tentaciones una falsa mentalidad de Dios: El diablo tienta a Jesús para que presente una idea equivocada de Dios. Un Dios no para regir y orientar y guiar nuestras vidas, sino un Dios utilitarista. Un Dios a nuestro servicio. Si eres Hijo de Dios podrás convertir las piedras en panes. Si eres Hijo de Dios aunque te tires de la punta de la torre no te pasará nada. Si en vez de adorar a Dios me adoras a mí lo tendrás todo, el mundo entero será tuyo. Y también esta falsa mentalidad de Dios es causa de muchos ateísmos modernos. 

Si analizamos la filosofía moderna, la novela y el teatro moderno, veremos que Dios ocupa un lugar central, pero para cuestionarlo, no para creer en Él sino para negar su existencia. Así por ejemplo a menudo solemos pensar más en un Dios todopoderoso que en un Dios amor. Pensamos en un Dios que puede solucionarnos nuestros problemas. Uno de los temas más presentes en la filosofía moderna existencialista es hacer a Dios culpable de todo lo que pasa de malo en el mundo o cuestionar: ¿Por qué hay hambre en el mundo si Dios puede dar de comer a todos? ¿Por qué sufren los inocentes? ¿Por qué Dios no me consigue un trabajo decente para alimentar a mi familia? ¿Por qué Dios me envía este cáncer o por qué ha muerto mi amigo en un accidente de tránsito si Dios podía evitarlo? Como se ve, es más fácil culpar a Dios del hambre en el mundo, que no el que en el mundo haya más justicia y repartamos mejor los bienes que nos sobran. Que Dios haga el milagro, cuando el verdadero milagro lo tendríamos que hacer nosotros.

DOMINGO VI – B (11 de Febrero del 2024)

 

DOMINGO VI – B (11 de Febrero del 2024)

Proclamacion del santo evangelio según San Marcos 1,40-45:

1,40 En aquel tiempo, se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme".

1:41 Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado".

1:42 En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.

1:43 Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente:

1:44 "No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio".

1:45 Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes. PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien

Dijo el señor: “Pidan y se les dará, busquen y encontraran; porque al que pide se le da… (Mt 7,7); “Todo lo que pidan con fe y en una oración se les dará lo que pidan” ( Mt 21,22). El leproso nos da una lección de cómo se pide, con mucha fe y humildad: “Señor, si quieres, puedes curarme” (Mc 1,40). ¡Qué gran prudencia y fe la de este leproso que se acerca a Cristo! No interrumpe su discurso, ni se atraviesa entre la multitud de oyentes, sino que espera el momento oportuno. Y no se lo pide de cualquier manera, sino con mucho fervor, postrándose a sus pies, con fe sincera y con una opinión correcta acerca de Él (una oración simple que sale del corazón profundo del leproso). En efecto, no le dice: “Dame salud; o haz que me sane”; sino: ‘Si quieres, puedes curarme’. No le dice: ‘Señor, ¡cúrame!, sino que más bien le confía todo a Él y da testimonio así que Él es Señor para curar o no, reconociendo el pleno poder que le asiste.

 ‘Quiero, queda curado’ (Mc 1,41). A pesar de haber realizado tantos y tan extraordinarios milagros, no consta que alguna vez haya hablado como lo hizo en esta circunstancia. Aquí; para confirmar en el pueblo y en el leproso la fe en su poder, dice primero: ‘¡Quiero!’. Y no lo dice sin hacerlo, sino que enseguida de las palabras sucede el hecho” y suscita dos connotaciones: a) Jesús aparece en comunión con la Ley de Moisés al manda al leproso a presentarse a los sacerdotes (Mc 1,44; Lv 13,10) pero también en contraposición a ella cuando se hace impuro al tocar al leproso en el (Mc 1,41). b) Ni el leproso hace lo normal, que es alejarse gritando “impuro”, “impuro, “impuro soy”; ni tampoco Jesús lo hace: alejarse del leproso, sino que lo toca. Dos acciones prohibidas por la ley de Moisés.

 

Lo que es puro e impuro dice el Señor: "Cuando se apartó de la multitud y entró en la casa, sus discípulos le preguntaron: ¿Qué es lo que hace puro o impuro al hombre? Dijo Jesús: “¿No saben que nada de lo que entra de afuera en el hombre puede mancharlo, porque eso no va al corazón sino al vientre, y después a la letrina?" Así Jesús declaraba que eran puros todos los alimentos. Luego agregó: "Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que hacen impuro al hombre" (Mc 7,17-23).

Por tanto, no por comer mucho o poco; no por estar con un mal del cuerpo, o por estar sano el cuerpo depende nuestra salvación. Sino de cómo está el alma o espíritu nuestro, si puro o impuro, depende nuestra salvación.

La enseñanza del Evangelio nos reporta cuatro elementos: 1) Encuentro entre Jesús y el leproso (Mc 1,40). 2) Curación del leproso (Mc 1,40-42). 3) Envío del hombre sanado (Mc 1,43-44). 4) El hombre sanado pregona la curación: el primer misionero de Jesús (Mc 1,45)

1.- Encuentro entre Jesús y el leproso (Mc 1,40): “Se le acerca un leproso…” No sabemos dónde ni cuándo sucede este episodio del evangelio. Marcos va al grano: un leproso “viene a su encuentro”. Es decir, del fondo de un escenario impreciso emerge el hombre necesitado, es llamado “un leproso”. Para nosotros los lectores se abre entonces otro escenario, cuyo trasfondo en los relatos bíblicos del Antiguo Testamento, nos permite captar la gravedad de la situación: un leproso es una persona triplemente marginada.

a.- Con relación a Dios: El leproso considerado “impuro”, o sea, lejos de la comunión con Dios, así lo señala la normativa del libro del Levítico (primera lectura). La causa: la enfermedad era considerada un castigo de Dios. El relato de Marcos parece insinuar que la lepra es un flagelo demoníaco (notemos que Jesús actúa como en un exorcista (Mc 1,42).

b.- Con relación al pueblo: Por la misma razón anterior, el leproso era apartado de su comunidad de Israel. Siempre debía mantenerse lejos de la gente; si bien sabemos que esto no se aplicaba estrictamente sino para la entrada a la ciudad de Jerusalén. Al leproso se le acababan todas las antiguas relaciones: para su familia, sus amigos y sus conocidos, era una persona muerta en vida. Se le tenía asco. Cuando se aproximaba a un lugar habitado tenía que advertir su presencia con una campanita y decir que era leproso. ¡Qué humillación!

c.- Con relación a sí mismo: La autoestima de un leproso debía ser baja: no sólo soporta grandes dolores sino que nota cómo va perdiendo su integridad física, su belleza. Siente su mal olor sin poder hacer nada. No sólo los otros tienen repugnancia de él, sino también él de sí mismo. El dolor de una persona así no puede ser mayor: el rechazo social, el que se considere que ni siquiera Dios lo ama, el asistir conscientemente a la putrefacción de su cuerpo. Pues bien, él “viene” donde Jesús. De esta forma rompe las reglas sociales y religiosas: un leproso no debe acercarse a una persona sana sino gritarle desde lejos (Lev 13,45-46).

Ya podemos comprender quién es el que “viene” donde Jesús: 1) Un hombre que se presenta ante Jesús con una situación humanamente incurable. 2) Un hombre valiente –o quizás atrevido- que rompe las reglas poniendo en peligro de exclusión social y religiosa a Jesús. 3) Un hombre que comprende lo que le ofrece la Buena Nueva de Jesús: el poder de Dios puede sanarlo.

Curación del leproso (Mc 1,40-42): “…Suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes limpiarme”. La súplica del leproso representa un desafío para Jesús y al mismo tiempo muestra qué idea tiene del precedente actuar del Maestro y qué expectativas le ha suscitado. La manera como el leproso implora su sanación contiene todos los elementos de una oración propiamente dicha. Lo hace en forma gestual y en forma verbal, pero expresando en el fondo una gran convicción. El gesto es de profunda reverencia. Así también ora Jairo, el jefe de la sinagoga y padre afligido de la niña que será resucitada (Mc 5,22), e igualmente la anónima y angustiada madre en Tiro (Mc 7,25).

En otras palabras, el orante reconoce que es suficiente que Jesús quiera para que suceda algo que parece imposible, la curación más difícil que es casi como la resurrección de un muerto. Ya Job (18,13) había dicho que la lepra era “el primogénito de la muerte”. No menos terribles habían sido las palabras de Aarón cuando la lepra de su hermana María: “No sea ella como quien nace muerto del seno de su madre, con la carne medio consumida” (Números 12,12). En el fondo subyace la confesión de fe bíblica que proclama el poder absoluto de Dios: “Todo es posible para Dios” (Mc 10,27). De la misma forma orará Jesús en el Getsemaní: “Todo es posible para ti” (Mc 14,36ª); y luego se abandonará filialmente en el “querer” del Padre: “Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Mc 14,36). Uno no puede de dejar de ver en esta ocasión cómo la expresión que decimos con frecuencia, “Si Dios quiere”, tiene un profundo sentido.

¿Sobre qué recaen las acciones pedidas a Jesús? Anteriormente en la sinagoga, Jesús había mostrado el poder de su palabra (Mc 1,25.27). Ahora se suplica que lo vuelva a hacer en un acto de purificación: “Puedes limpiarme”. A diferencia de los sacerdotes del Templo, quienes declaraban cuándo una persona ya estaba limpia, lo que se le pide a Jesús es la limpieza-curación misma.

Veamos cómo Jesús confirma su poder divino –en calidad de portador del Espíritu e Hijo del Padre (Mc 1,10-11) anunciador del Reino (Mc 1,15)- con la declaración explícita de su voluntad y la potencia de su palabra.

“Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: ‘Quiero; queda limpio” (Mc 1,41). El “Quiero” está movido desde un gesto que proviene de un sentimiento, de la profunda sintonía entre el sanador y el sanado. Jesús no se contenta con mirar desde lejos la miseria del leproso sino que se identifica con su realidad y la carga sobre sus hombros a la manera del siervo sufriente (Is 53,11; 2 Cor 5,21; Gal 3,13). Ahora bien, notamos en la sanación una entrega total de Jesús mediante un movimiento que se desencadena en lo profundo y se exterioriza en la mano que se extiende hasta alcanzar el contacto físico con el hombre llagado y marginado. Finalmente, lo gestual se vuelve verbal: el poder de la Palabra.

1) Los gestos: “Extendió la mano... le tocó” (Mc 1,41). Vemos los dos pasos de una imposición de manos, lo cual es una forma de transmitir la potencia, pero sobre todo de expresar gestualmente la voluntad. Hay un trasfondo bíblico. En el Antiguo Testamento, Dios se manifestaba “con brazo extendido” que realizaba prodigios: “Os salvaré con brazo extendido” (Ex 6,5);  y también el poder de Dios por medio de los gestos de Moisés en (Ex 4,4; 7,19; 8,1; 9,22; 14,16,21,26). La mano se extiende para tocar. Para Marcos el contacto físico es importante (Mc 3,10; 5,27.28.31; 6,56; 7,33; 8,22; 10,13), es una forma de comunicación honda que vehicula algo de sí mismo.

2) Las palabras: “Quiero, queda limpio” (Mc 1,41): Las palabras verbalizan lo ya dicho con el gesto. Es notable cómo los verbos de la orden de Jesús corresponden puntualmente con los de la petición del leproso. Jesús confirma la idea que el enfermo tiene de él: ¡actúa con el poder de Dios! “Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio” En Jesús actúa Dios: basta que quiera una cosa para que ella suceda enseguida.

Como es de ver, el tema de la purificación aparece por tercera vez consecutiva: “Puedes limpiarme” (Mc 1,40), “Queda limpio (puro)” (Mc 1,41)  y “Quedó limpio (puro)” (Mc 1,42). Esta secuencia de voces (del enfermo, de Jesús y del narrador que haces las veces de observador externo muestra linealmente cómo la oración ha sido atendida. Marcos nos invita a apreciar el valor de lo ocurrido: el querer de Jesús tiene un poder inmenso. ¿Qué otra cosa podríamos lograr los hombres con nuestra simple voluntad al enfrentar las enfermedades? Jesús actúa como Dios: basta que quiera una cosa para que ella suceda. El leproso es curado al instante de la enfermedad.

Envío del hombre sanado: “Le despidió al instante prohibiéndole severamente: ‘Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio” (Mc 1,43-44). Enseguida viene una nueva orden, no para la enfermedad sino para el hombre que estrena nueva vida. Tiene dos componentes:

a) Uno negativo: lo que no debe hacer, esto es, guardar el secreto de lo sucedido. La finalidad es evitar la publicidad y evitar concepciones simplistas que expone a Jesús a la manipulación de quienes buscan su poder sin comprender cuál es su profunda identidad mesiánica, o sea, sin dejarlo revelarse y cumplir a cabalidad la misión para la cual vino (esto es el “secreto mesiánico”.

b) Lo positivo: lo que sí debe hacer, que es proceder como manda la Ley de Moisés al respecto (Lv 6,13), pero no como simple cumplimiento de una normativa sino “para que le sirva de testimonio”: no una acusación sino como demostración y anuncio concreto del acontecer del Reino de Dios. Las palabras de Jesús atribuyen la “limpieza” (o purificación) del leproso a la obra de Dios y lo reintegran a su comunidad de vida y de culto, a la asamblea del Pueblo de Dios, con todos sus derechos y deberes.

3.- El hombre sanado pregona la curación: el primer misionero de Jesús: “Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia (El primero en proclamarla Buena Noticia, el poder de Dios en el Hijo), de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes”(Mc 1,45). El pasaje termina de forma inesperada. El hombre sanado no acepta restricciones y desobedece la orden de Jesús: “Divulga la noticia”. El mandato dado “severamente” no consigue reprimir el “entusiasmo” de esta persona. Puede decirse que Jesús puede controlar la enfermedad pero no el corazón del hombre.

Se hace notar enseguida: 1) Ahora el marginado es Jesús que debe quedarse fuera de los centros urbanos, “en lugares solitarios”. Esto puede entenderse de dos maneras: Ahora es él quien está en la situación del leproso: éste sería el doloroso costo del servicio. Jesús quiere mantener el propósito del secreto que había pedido: no quiere populismo. 2) La evangelización del (ex) leproso es eficaz. La predicación del (ex) leproso es testimonial y consigue atraer ríos de gente hacia la persona de Jesús.

La forma verbal de la frase “acudían  a él de todas partes”, genera un efecto: una acción prolongada y constante de ríos de personas que –como lo hizo inicialmente el leproso- “vienen” donde Jesús. El progresivo reconocimiento de Jesús por parte del pueblo, en este primer capítulo del Evangelio, llega a su punto culminante. El punto es que no sólo la fama de Jesús se difunde. Sino que –como una onda expansiva- continúa creciendo la confianza en Él. Esto es lo que logra el primer misionero del Evangelio.

Una inquietud conecta la primera con la última página del Evangelio: si este hombre no fue capaz de quedarse callado cuando Jesús se lo pidió, entonces ¿qué habrá que esperar al final del Evangelio cuando se mande a hablar?: “Id a decir…” (Mc 16,7).

El pasaje termina con una especie de aclamación coral, pero sólo con gestos, que proclama la grandeza de Jesús en la sanación realizada. La predicación se vuelve testimonial y no se restringe a un solo aspecto, ni a un solo lugar ni a pocas personas, sino a “todos acudían”. ¡Este es el ideal de la evangelización! De la experiencia del leproso aprendemos que el Dios de Reino predicado por Jesús es poderoso y que se la juega toda por nosotros. Indudablemente Él es superior a todas las fuerzas y poderes. Ahora bien, cuándo y de qué modo esto suceda, debemos dejarlo determinar por él.

Por tanto, la pregunta inquietante que nos ilumina en buscar respuestas es: ¿Maestro, qué obras buenas debo hacer para heredar la vida eterna? (Mc 10,17). Obrando en la enseñanza de Jesús en la misión: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,15-18). Porque Jesús no enseña meras teorías de cómo se llega al cielo, sino de las experiencias de vida habitual en la misión: sanando, limpiando leprosos, acudiendo al que necesita de la ayuda. Al respecto dice el apóstol: “¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: "Vayan en paz, caliéntense y coman", y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta” (Stg 2,14-17).