DOMINGO XIV - C (06 de Julio de 2025)
PROCLAMACIÓN DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN San Lucas
10,1-12.17-20:
10:1 Después de esto, el Señor designó a otros setenta y
dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y
sitios adonde él debía ir.
10:2 Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los
trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe
trabajadores para la cosecha.
10:3 ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.
10:4 No lleven dinero, y no se detengan a saludar a nadie
por el camino.
10:5 Al entrar en una casa, digan primero: "¡Que
descienda la paz sobre esta casa!"
10:6 Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz
reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
10:7 Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de
lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.
10:8 En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo
que les sirvan;
10:9 curen a sus enfermos y digan a la gente: "El Reino
de Dios está cerca de ustedes".
10:10 Pero en todas las ciudades donde entren y no los
reciban, salgan a las plazas y digan:
10:11 "¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha
adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que
el Reino de Dios está cerca".
10:12 Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada
menos rigurosamente que esa ciudad.
10:17 Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de
gozo: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre".
10:18 Él les dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo
como un rayo.
10:19 Les he dado poder para caminar sobre serpientes y
escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos.
10:20 No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se
les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el
cielo". PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXION:
Estimados amigos(as) en el Señor Paz y bien
El seguimiento al Señor no es cuestión humana, uno no sigue
el Señor como quiere, cuando quiere y a como le de las ganas. Las reglas del
seguimiento las pone el Señor. Ahora lo mismo sucede para la misión. Dios es
quien pone las pautas de la misión. Jesús es el enviado del Padre. Desde el
comienzo de su ministerio, "llamó a los que él quiso y vinieron donde él.
Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc
3, 13-14). Desde entonces, serán sus "enviados". Como el Padre me
envió, también yo os envío" (Jn 20, 21; Jn 13, 20; 17, 18). Por tanto su
ministerio es la continuación de la misión de Cristo: "Quien a Uds.
recibe, a mí me recibe", dice a los Doce (Mt 10, 40; Lc 10, 16). Jesús los
asocia a su misión recibida del Padre: como "el Hijo no puede hacer nada
por su cuenta" (Jn 5, 19.30), sino que todo lo recibe del Padre que le ha
enviado, así, aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin Él (Jn
15, 5) de quien reciben el encargo de la misión y el poder para cumplirla. Los
Apóstoles de Cristo saben por tanto que están calificados por Dios como
"ministros de una nueva alianza" (2 Co 3, 6), "ministros de
Dios" (2 Co 6, 4), "embajadores de Cristo" (2 Co 5, 20),
"servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1
Co 4, 1).
“Mientras iban
caminando, uno le dijo: Te seguiré adondequiera que vayas. Y Jesús le dijo: Las
zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no
tiene donde reclinar la cabeza. A otro dijo: Sígueme. Él respondió: Déjame ir
primero a enterrar a mi padre. Le respondió: Deja que los muertos entierren a
sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios" (Lc. 9, 57-60). Uno no
puede llamarse a sí mismo, luego buscar peros en el camino; es Jesús quien
llama (Jn 15,16). Uno no puede irse al cielo por su cuenta y por eso hasta el
joven rico al interesarse por el cielo preguntó: ¿Qué tengo que hacer para
llegar al cielo? Jesús le dijo: “Cumple los mandamientos de la ley de Dios”. El
Joven dijo: Ya cumplí con todo eso desde pequeño qué más me falta. Y Jesús le
dijo: Claro que te falta algo más: Vende todo lo que tienes y dáselo a los
pobres y vente conmigo” (Mc10,17).
Como vemos, el tema de hoy es el ser enviado a una misión,
pero para ser enviado hay que estar antes con el maestro. El buen apóstol es el
que antes es un buen discípulo. Quien ha escuchado la llamada, comprenderá esta
preocupación: “La mies es mucha, los obreros son pocos” (Lc. 10,2). Los hombres
y mujeres que necesita a Dios y que quieren conocer la verdad son muchos, pero
los comprometidos con el Evangelio son pocos. Esta vez, Jesús no
manda solo a los Doce, manda a setenta y dos, es decir manda a todos los
discípulos de dos en dos (sentido eclesial y comunitario).
La segunda preocupación del misionero es precisamente esta
advertencia: “Sepan que los envío como corderos en medio de lobos” (Lc 10,3).
La misión no será nada fácil. Con razón ya había dicho Jesús a los que se
movían por meras ilusiones: “Te seguiré adondequiera que vayas. Y Jesús le
dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del
hombre no tiene donde reclinar la cabeza. A otro dijo: Sígueme. Él respondió:
Déjame ir primero a enterrar a mi padre. Le respondió: Deja que los muertos
entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios" (Lc. 9,
57-60). La misión es para los sabios, decididos, arriesgados, valientes, pero
para los humildes de corazón (Mt 11,28).
La misión que les encarga es el Reino de los cielos y su
propagación: “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca,
conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Por tanto para tal misión no
hace falta “llevar monedero, ni bolsón, ni sandalias, ni se detengan a visitar
a conocidos. Al entrar en cualquier casa, bendíganla antes diciendo: La paz sea
en esta casa” (Lc 10,5).
Nada de quedar sentados calentando las bancas de la Iglesia.
El verdadero lugar del que lleva el evangelio de Jesús es el camino, no la
tranquilidad de la casa. Es el camino y no la tranquilidad de instalarnos
cómodamente en la Iglesia preocupados de que esté siempre limpia. El Evangelio
de hoy nos pide a todo bautizado tener no zapatos lustrados, sino pies sucios
por el polvo del camino. Nos invita ser parte de Iglesia en misión.
Lo que suscita una misión autentica es el encuentro con el
Señor: “hemos visto el Señor” (Jn 20,25). Porque de este encuentro con el Señor
nace la misión. Y el Papa Francisco ha dicho reiteradas veces que “tenemos que
ser pastores con olor de ovejas”. Esta tare nos compromete desde el
bautismo:"¡Id y haced discípulos a todos los pueblos!" (Mt.
28,19-20)- de esta noble misión depende nuestra salvación cuando el mismo Señor
nos lo dice: “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su
vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre
vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a
cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,26-27).
El último aspecto a tenerse encuentra en el evangelio de hoy
es esto: “Sanen a los enfermos y digan a la gente: El Reino de Dios ha venido a
ustedes. Pero si entran en una ciudad y no quieren recibirles, vayan a sus
plazas y digan: Nos sacudimos y les dejamos hasta el polvo de su ciudad que se
ha pegado a nuestros pies. Con todo, sépanlo bien: el Reino de Dios ha venido a
ustedes” (Lc. 10,9-11). Jesús les pide que anuncien, pero haciendo signos que
hagan creíble la buena Noticia. "Curen enfermos." Demostrando que
Dios se preocupa del bienestar y la salud integral del hombre.
Esta misión del envió a los 72 no es sino un anticipo lo que
luego y en definitiva será cuando se consuma la redención, es decir la pasión,
muerte de nuestro Señor y su resurrección. Después de su resurrección, el Señor
Jesús se presentó muchas veces a los apóstoles, reforzando su fe y
preparándolos para el inicio de una gran misión evangelizadora, que les confió
de modo definitivo en el momento de su ascensión al cielo. Es entonces cuando
el Señor dirigió a sus apóstoles este mandato: «Id por todo el mundo y
proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc. 16,15-16). De este momento el
Evangelista San Mateo recoge también estas otras palabras del Señor: “Id y
haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado”
(Mt 28,19-20). El del Señor hace un llamado a ponerse en marcha, un envío con
su poder para continuar su propia misión reconciliadora y proclamar el Evangelio
a todas las culturas de todos los tiempos para transformar a modo de fermento
el mundo entero.
CON LA FUERZA DE SU ESPÍRITU: El Señor había mandado
anteriormente a los discípulos a que esperaran en Jerusalén la venida del
Espíritu. Les había dicho: “Serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de
pocos días”(Hch1,8). Siguiendo aquellas indicaciones volvieron al cenáculo y
allí perseveraban en la oración en compañía de María, preparándose de esta
manera sus corazones para recibir el Don prometido (Hch. 1,14).
“ID POR TODO EL MUNDO
Y ENSEÑAD EL EVANGELIO” (Mc 16,15): Jesús les volvió al decir: “¡La paz
esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los envío yo también.” Dicho
esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo: a quienes
descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les
serán retenidos” (Jn 20,21-23).
Dios nos ha llamado a cada uno por nuestro nombre, nos ha
ungido y nos ha enviado, haciéndonos partícipes de la misión de su Hijo amado.
Tenemos también hoy en nosotros la fuerza del Espíritu y experimentamos el
dinamismo expansivo de la Buena Nueva: ¡no podemos contener su anuncio! Arde en
nuestro corazón un fuego que necesita comunicarse (Jer. 20,9) y expandirse
encendiendo otros corazones con el anuncio del Evangelio, buscando ganarlos
para el Señor con el testimonio de una vida que llevando al Señor muy dentro lo
irradia con su sola presencia. Eso no puede sino expresarse en la creciente
coherencia con que en la vida cotidiana vivimos el Evangelio que predicamos.
Por ello la semilla de la Buena Nueva espera y necesita ser acogida por
nosotros mismos cada día, pues está llamada a germinar y dar frutos de conversión
y santidad en mí, para que de ese modo pueda anunciarla de modo creíble y
convincente a todas las personas.
Jamás podemos olvidar que la evangelización del mundo entero
pasa a través de nuestra propia santidad, posible sólo en la medida en que cada
uno sepa acoger el Espíritu divino en sí dejándose transformar por su dinamismo
de amor. No olvidemos que nadie da lo que no tiene: ninguno de nosotros podrá
transmitir el Señor si no lo lleva dentro, si cada día no le abre la puerta de
su corazón y se encuentra con Él. Si no arde el fuego del amor del Señor en
nuestros corazones (Lc. 24,32), ¿cómo podremos encender otros corazones, cómo
podremos encender el mundo entero? Al respecto y con mucha razón San Pablo nos
advierte: “Ahora vivo yo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en
mí” (Gal 2,20) Pero también exclamó lleno de gozo: ¡Pobre de mí si no anuncio
el Evangelio! (I Cor 9,16).
La actividad misionera de la Iglesia, se fundamenta
profundamente en el mandato de Jesús y se entiende como un deber intrínseco a
la fe bautismal, esencial para la salvación. El pasaje de Lucas 10:1-12; 17-20
ofrece una base bíblica rica para comprender esta dimensión.
Actividad Misionera en Lucas 10:1-12; 17-20:
1. El Envío de los Setenta y Dos (Lc 10:1-12): Universalidad
de la Misión: Jesús "designó a otros setenta y dos y los envió de dos en
dos delante de él a todas las ciudades y lugares adonde él había de ir"
(v. 1). Este número, "setenta y dos" (o "setenta" según
algunas traducciones), a menudo se interpreta como simbólico de la totalidad de
las naciones gentiles, contrastando con los doce apóstoles que representaban a
las doce tribus de Israel. Esto subraya que la misión de Jesús no se limita a
un grupo selecto, sino que tiene un alcance universal, abarcando a toda la
humanidad.
La Urgencia de la Cosecha (v. 2): "La mies es mucha y
los obreros pocos." Esta metáfora agrícola resalta la inmensidad de la
tarea evangelizadora y la necesidad apremiante de más personas comprometidas en
ella. Es un llamado a la oración por vocaciones misioneras y a la acción por
parte de quienes ya son "obreros".
Vulnerabilidad y Confianza (v. 3-4): Jesús los envía
"como corderos en medio de lobos", y les prohíbe llevar provisiones
(dinero, alforja, sandalias). Esto enfatiza la dependencia total de Dios y la
providencia divina, así como la necesidad de una fe radical. La misión no se
basa en recursos humanos, sino en la fuerza del Espíritu.
Anuncio de la Paz y del Reino (v. 5-9): Los discípulos deben
ofrecer la paz al entrar en una casa y anunciar: "El Reino de Dios ha
llegado a ustedes". La misión es una proclamación de la cercanía de la
salvación que viene de Dios, no de los méritos humanos. La sanación de los
enfermos es una señal visible de la llegada de este Reino.
Respuesta y Consecuencias (v. 10-12): Se instruye a los
discípulos sobre cómo reaccionar ante el rechazo: sacudir el polvo de los pies
como testimonio. Esto muestra que la aceptación del mensaje es una decisión
libre, pero el rechazo tiene consecuencias serias, pues implica el rechazo al
mismo Jesús y a quien lo envió. La frase "A quien les escucha a ustedes,
me escucha a mí; quien los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y quien me
rechaza a mí, rechaza al que me envió" (Lc 10:16). Jesús está hablando a
sus discípulos y establece una conexión directa entre la aceptación o rechazo
de sus seguidores y la aceptación o rechazo de él mismo y, por extensión, de
Dios. En otras palabras, cuando alguien escucha a los discípulos, está
escuchando a Jesús. Cuando alguien rechaza a los discípulos, está rechazando a
Jesús. Y cuando alguien rechaza a Jesús, está rechazando a Dios mismo.
2. El Regreso y la Verdadera Alegría (Lc 10:17-20): El Poder
en el Nombre de Jesús (v. 17): Los setenta y dos regresan con gozo, asombrados
de que "hasta los demonios se nos someten en tu Nombre". Esto
demuestra que el poder de la misión no reside en la habilidad de los
evangelizadores, sino en la autoridad de Cristo.
La Victoria de Cristo sobre Satanás (v. 18): Jesús responde:
"Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo". Esta es una
afirmación teológica profunda. La misión de los discípulos es una extensión de
la misión de Cristo, que implica la derrota de las fuerzas del mal. La
evangelización no es solo una difusión de información, sino una batalla
espiritual contra satanás y su reino. Y para esta misión Dios da su poder: "Les
he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y sobre toda fuerza del
enemigo, y nada les hará daño"(v. 19). Esto asegura la protección divina
para aquellos que se comprometen en la misión, confirmando que la autoridad de
Cristo los acompaña.
La Verdadera Fuente
de Gozo (v. 20): Jesús corrige la perspectiva de su alegría: "No se
alegren de que los espíritus se les sometan, sino alégrense de que sus nombres
estén escritos en el cielo". La verdadera alegría no proviene de los
éxitos ministeriales o de manifestaciones de poder, sino de la certeza de la
salvación personal y la comunión con Dios. La misión es un medio, no el fin último.
El fin es la vida eterna.
La Actividad Misionera como Deber de Todo Católico Bautizado
para Alcanzar la Salvación
Desde nuestra perspectiva teológica católica, el pasaje de
Lucas 10, junto con otros mandatos de Jesús (como la Gran Comisión en Mt
28:19-20), fundamenta la convicción de que la actividad misionera no es una
opción para algunos privilegiados, sino un deber inherente a la vocación cristiana
recibida en el Bautismo.
Naturaleza Misionera de la Iglesia: El Concilio Vaticano II,
especialmente en Lumen Gentium y Ad Gentes, enfatiza que la Iglesia es
misionera por su propia naturaleza, ya que su origen está en la misión de
Cristo y del Espíritu Santo. No existe la Iglesia sin misión; la misión es su
razón de ser.
El Bautismo como Fundamento del Deber Misionero: Al ser
bautizado, el cristiano es incorporado a Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Como
"pueblo profético", el bautizado participa de la misión de Cristo de
anunciar el Evangelio. El Bautismo confiere una dignidad y una responsabilidad:
la de ser discípulos y misioneros. El Papa Francisco, y otros papas antes que
él, han insistido en que "cada bautizado es un misionero". La fe se
fortalece al ser compartida.
La misión como
causa de la Salvación: La doctrina de nuestra Iglesia sostiene que "fuera
de la Iglesia no hay salvación" (aunque esto ha sido matizado
teológicamente para incluir a aquellos que buscan a Dios con un corazón sincero
y que, sin culpa propia, desconocen a Cristo y a su Iglesia). La Iglesia es el
"sacramento universal de salvación" (Hch 2,47), el signo e
instrumento de la unión de Dios con la humanidad. La actividad misionera es el
medio por el cual la Iglesia cumple su mandato de llevar el mensaje de
salvación a todas las personas. No se trata de que el acto de evangelizar per
se garantice la salvación personal del misionero de manera automática. Más
bien, la evangelización es la respuesta a la gracia de la salvación ya recibida
en el Bautismo y es un acto de caridad hacia los demás. Al evangelizar, el
cristiano no solo cumple un mandato divino, sino que se convierte en
instrumento de la gracia de Dios para que otros puedan conocer a Cristo y así
alcanzar la salvación.
Evangelización y
Crecimiento Espiritual: La Redemptoris Missio de San Juan Pablo II subraya que
la misión "renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da
nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!".
Así, el compromiso misionero, lejos de ser una carga, es un camino de
crecimiento espiritual y santificación para el propio misionero, acercándolo más
a la fuente de su salvación, que es Cristo.
Caridad y Proximidad: La misión es una expresión suprema de
la caridad, ya que el mayor bien que se puede transmitir al prójimo es el
conocimiento de Cristo y el camino hacia la vida eterna. Implica una
"salida" hacia las "periferias existenciales", un amor
preferencial por los pobres y aquellos que aún no conocen a Cristo.
En resumen, Lucas 10:1-12; 17-20 nos presenta una misión
universal, urgente, dependiente de Dios y con el poder de Cristo.
Teológicamente, la Iglesia Católica entiende esta actividad misionera como un
deber ineludible de todo bautizado, no como un requisito legalista para la
salvación, sino como la expresión vital de una fe que ha recibido el don de la
salvación y desea compartirlo, y que al hacerlo, se fortalece y cumple su
vocación más profunda y escribe su nombre en el libro de la vida que es el
cielo Lc 10,20).
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