domingo, 5 de noviembre de 2023

DOMINGO XXXII – A (12 de Noviembre de 2023)

 DOMINGO XXXII – A (12 de Noviembre de 2023)

 Proclamación del Santo evangelio según San Mateo 25,1-13:

 25:1 Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo.

25:2 Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes.

25:3 Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite,

25:4 mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos.

25:5 Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas.

25:6 Pero a medianoche se oyó un grito: "Ya viene el esposo, salgan a su encuentro".

25:7 Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas.

25:8 Las necias dijeron a las prudentes: "¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?"

25:9 Pero estas les respondieron: "No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado".

25:10 Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta.

25:11 Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: "Señor, señor, ábrenos",

25:12 pero él respondió: "Les aseguro que no las conozco".

25:13 Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora. PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

 Las mujeres sabias o prudentes: “El Señor da la sabiduría, de su boca proceden la ciencia y la inteligencia” (Prov 2,6). “Feliz el hombre que encuentra la sabiduría, porque la sabiduría es más rentable que la plata y más precioso que el oro fino” (Prov 3,13). “La Sabiduría es luminosa y nunca pierde su brillo, se deja encontrar por los que la buscan y contemplar por los que la aman” (Sab 6,12). “Si ustedes Uds. buscan tronos y los cetros, honren a la Sabiduría y reinarán para siempre” (Sab 6,21).

“De aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24,36). “Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel? El les contestó: A Uds. no les toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre Uds. y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,6-8).

“Llegó el esposo: las que sabias que tenían lámparas encendidas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta” (Mt 25,10).

¿A qué conclusiones llegamos, después de las lecturas de hoy? En primer lugar, al convencimiento de que la Sabiduría (Prov 2,6), su esencia, consiste en saber esperar a Dios; saber apropiarse los frutos de la redención (Jn 3,17). En segundo lugar, que este encuentro con Dios (Is 7,14), habitualmente, sucede fuera de los cálculos del hombre (Prov16,1), y en tercer lugar, que hay que vigilar sin desmayo (Mt 24,36). Porque en los momentos trascendentales de la vida, nadie, en absoluto, puede asumir nuestra propia responsabilidad.

Las mujeres sabias representan aquí a los fieles que esperan la venida del Señor. El novio es el Señor. La vigilancia de la fe está simbolizada por las lámparas que brillan en medio de la noche y que es preciso mantener encendidas (Ejercer la fe). Este simbolismo ha pasado a la liturgia de la Iglesia, por ejemplo, en las velas del bautismo (Jn 8,12), de la primera comunión y de los moribundos. No es normal que un novio se retrase y haga esperar a su novia hasta avanzada la noche. Es evidente que el autor piensa en Jesús, que retarda su venida más de lo que esperaban los cristianos. Una larga espera produce cansancio y aburrimiento, se corre peligro de que le entre a uno el sueño y se halle dormido en el momento preciso. Esto es lo que les pasa a la doncellas necias (Mt 25,8).

Cuando llega el momento decisivo de recibir al novio y entrar con él en la fiesta (Cielo), las doncellas prudentes no ayudan a sus compañeras que se habían dormido (Mt 25,9). No se trata de una falta de caridad justamente cuando ésta parece más necesaria. El autor quiere decirnos que nadie puede vigilar por otro y asumir la responsabilidad de los otros en los momentos importantes. Cada uno ha de cuidar su propia lámpara (ejercer la fe). Cuando llegue la hora del juicio, no será posible el intercambio de los bienes espirituales; cada uno será juzgado según sus obras (Jn 5,29). Sólo los que permanezcan vigilantes entrarán en las bodas eternas (Cielo). Debemos cuidarnos mucho de no llegar tarde a la última cita, a la decisiva. Pues, cuando llegue la hora, sólo se salvarán los que estén preparados.

Si no conocemos el día ni la hora, será necesario vigilar cada momento (Mt 24,36). El cristiano es un hombre despierto. Vivir despiertos es no hacerse el dormido ante las necesidades del prójimo. El que no ama al prójimo no espera, no tiene nada que esperar cuando el Señor vuelva. Pues seremos juzgados sobre el amor (I Jn 4,8).

 Si queremos ser como las mujeres sabias o prudentes hemos de preguntarnos: ¿Por qué tenemos que interesarnos tanto por nuestra salvación? Porque solo tenemos esa única opción aconsejable. La otra opción que es la condenación no es aconsejable (opción de las mujeres necias) y si alguien piensa que el purgatorio es otra opción; pues, el purgatorio no es un estadío. No es lo mismo que cielo, e infierno que purgatorio. El cielo es eterno por lo que el infierno es también eterno, en cambio el purgatorio es eventual. Jesús nos lo dice al respecto: "Vayan por todo el mundo, enseñen la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará” (Mc 16,15). El reino de Dios tiene que ver con nuestra salvación.

 Respecto al Reino de Dios: "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia" (Mc 1,15).  Los fariseos le preguntaron cuándo llegaría el Reino de Dios. Jesús les respondió: "El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: Está aquí o Está allí. Porque el Reino de Dios está entre ustedes" (Lc 17,20-21). Dijo Jesús: “Si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20). Es decir, Jesús es la manifestación y el despliegue del Reino de Dios, porque en Jesús se realiza el encuentro de Dios con la humanidad. De ahí que, Jesús dice: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23). Juan dice: “Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios” (Ap 21,2-3).

 Recordemos las preguntas del eje trasversal de nuestras reflexiones:“¿Qué obras buenas tengo que hacer para obtener la salvación eterna?” (Mc 10,17). “¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). “¿Quiénes podrán salvarse?” (Mt 19,25). Y en la búsqueda de respuestas a tales inquietudes nos topamos con aquella escena: “¿Cuál es el mandamiento principal de la ley?” Jesús respondió: Amar a Dios y amar al prójimo (Mt 22,36). La respuesta del amor a Dios y al prójimo, así como hacer lo que decimos siendo hermanos (Mt 23,3-8); es la estrategia eficaz para revestirnos con traje de fiesta (santidad) y ser parte del banquete de boda del cordero como fiesta de los salvos o salvados (Mt 22,12). Hoy, en la parábola de las diez doncellas se nos describe el momento preciso del inicio de dicha fiesta: “Llegó el esposo y las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta” (Mt 25,10).

 Cabe preguntarnos: ¿Quién o qué significa que el esposo ya llega? ¿Qué significa la sala nupcial? ¿Quiénes si y quienes no entran a la sala nupcial? Y sobre todo ¿Qué significa, la puerta se cerró? Y ¿Estén preparados? Estas preguntas tienen que ser precedidas por preguntas más de fondo: ¿Serán pocos los que se salven? (Lc 13,23). ¿Qué cosas buenas tengo que hacer para heredar la vida eterna? (Mc 10,17). ¿Quién podrá salvarse? (Mt 19,25).

 ¿Quién o qué significa que el esposo (Mt 24,44) ya llega? (Mt 25,6). El esposo es sin duda Cristo Jesús, el Hijo de Dios. Y la esposa ¿Quién es? La Iglesia es la esposa: “Sobre esta piedra edificaré mi iglesia” (Mt 16,18). Respecto al matrimonio dice Jesús: “Ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre" (Mt 19,6). Jesús explica a Nicodemo y dice: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17). Y ¿Cómo nos salvó? Jesús lo manifiesta: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Añadió: "Así estaba escrito, el Mesías sufrirá y resucitará de entre los muertos al tercer día” (Lc 24,46). Todo este misterio de la redención ya se describe en el A.T: “Yo te desposaré conmigo para siempre, te desposaré en la justicia y el derecho, en el amor y la misericordia; te desposaré en la fidelidad, y tú conocerás al Señor” (Os 2,21-22). La figura de la Iglesia celestial desposada se describe así: “Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios” (Ap 21,2-3).

 ¿Quiénes si y quienes no entran a la sala nupcial? “Cuando llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta” (Mt 25,10). La sala nupcial tiene connotación de cielo. Y entran al cielo: “las que estaban preparadas”, las que tenían las lámparas encendidas. En este punto recordemos las enseñanzas de Jesús: “Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mt 5,14-16). “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en las tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).

 Se puede tener una lámpara nueva y fina pero si no alumbra, de nada sirve. La lámpara requiere del aceite. Así, nosotros  somos bautizados (Mt 28,19-20). Pero, si no ejercemos los dones del bautizo como la fe, por ende no brilla nuestra luz, equivale no tener obras: “La fe sin obras está muerta” (Stg 2,17). Al creyente se le conoce por sus frutos: “Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán. Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos” (Mt 7,15-17). Así pues, siendo malos no pretendamos tener lámparas encendidas, o siendo buenos tener lámparas apagadas. No busquemos sorprender con engaños: "Ustedes aparentan ser buenos ante los hombres, pero Dios conoce sus corazones. Porque lo que es estimable a los ojos de los hombres, resulta despreciable para Dios” (Lc 16,15). “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos" (Mt 15,8-9).

 Por tanto: las doncellas preparadas que entraron con el esposo a la sala nupcial (Mt 25,10) son los que entran al cielo, y son parte de los salvados, porque tuvieron encendidas la lámpara, ejercieron su fe, viviendo lo que el señor nos enseña (Lc 11,28). Llegar al cielo para estar con Dios no es de mera ilusión, ni de bonitas palabras sobre Dios (Mt 7,21), sino escuchando la palabra de Dios y poniendo en práctica las enseñanzas del Evangelio (Mt 7,24). Y vivir el mensaje del evangelio equivale ser de la postura de las mujeres prevenidas con las lámparas encendidas (Mt 25,10).

 ¿Qué significa, que la puerta se cerró? (Mt 25,10). Que cada quien tendrá que ocupar el lugar que le corresponde. Quien o quienes están preparadas(os) tendrán que ocupar un lugar en el cielo. Quienes no estaban preparadas(os), tendrán que quedar excluidas(os) de la sala nupcial (cielo) y ocupar las tinieblas (infierno=ausencia de Dios). ¿Qué, no es que Dios es misericordioso? (Lc 6,37), si Dios es muy misericordioso, pero la misericordia de Dios tiene su límite. La justicia divina s el límite de la misericordia: “La puerta está cerrada” (Mt 25,10). Al respecto conviene recordar aquella escena:

 “El pobre (Lázaro) murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico (Epulón) también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces (Epulón) exclamó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan. Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo (cielo), y tú, el tormento (infierno). Además, entre ustedes (infierno) y nosotros (cielo) se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí (cielo) hasta allí (infierno) no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí" (Lc 16,22-26). De modo que la escena nos confirma que “la puerta cerrada” es el límite de la misericordia,  es decir la justicia divina. Y como el cielo (sala nupcial=fiesta) es eterna; el infierno (los excluidos=sin fiesta) es también eterno. Y al respecto se nos dice: “Después vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él. Ante su presencia, el cielo y la tierra desaparecieron sin dejar rastros. Y vi a los que habían muerto: grandes y pequeños, de pie delante del trono. Fueron abiertos los libros, y también fue abierto el Libro de la Vida; y los que habían muerto fueron juzgados de acuerdo con el contenido de los libros; cada uno según sus obras. El mar devolvió a los muertos que guardaba: la Muerte y el Abismo hicieron lo mismo, y cada uno fue juzgado según sus obras. Entonces la Muerte y el Abismo fueron arrojados al estanque de fuego, que es la segunda muerte. Y los que no estaban inscritos en el Libro de la Vida fueron arrojados al mar de fuego” (Ap 20,11-15).

 Por las razones ya citadas, Dios salvador nuestro quiere que todos nos salvemos llegando al conocimiento de la verdad (I Tm 2,4) y nos reitera: “No se inquieten entonces, diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos? Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6,31-33). Así, pues, si para revestirnos con traje de fiesta (Mt 22,12) hace falta sabernos amar unos a otros como Dios nos ha amado (Jn 13,34); con el tema del amor, resaltamos otro elemento importante de la estrategia para ser santos (Lv 11,45). 

 Cumpliendo con eficiencia la misión encomendada: “Id al mundo entero y enseñar el Evangelio a toda la creación, quien crea y se bautice se  salvara, quien se resiste en creer será condenado” (Mc 16,15). Es decir, depende cuan eficientes somos en la misión para que mucho o pocos se salven, depende de este trabajo también nuestra salvación. En este contexto de misión nos preguntamos ¿Qué tipo de catequesis hacemos? ¿Somos como nuestro maestro Jesús o somos como los falsos maestros (fariseos)? (Mt 23,3). ¿Cuál es la diferencia entre el maestro verdadero y maestro falso? ¿Qué diferencia hay entre el creyente autentico y el creyente falso? (Mt 23,3). Hacer buen trabajo evangelizador que es tare de todo bautizado (Mt 28,19-20) equivale ser prevenidos y tener la fe o la lámpara encendida (Mt 25,10). Por lo que, no es suficiente estar en vela sino cumpliendo la misión, que a su vez equivale tener lámpara encendida (Mt 25,10).