DOMINGO XXXII – A (12 de Noviembre de 2023)
Proclamación del Santo evangelio según San Mateo
25,1-13:
25:1 Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a
diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo.
25:2 Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes.
25:3 Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de
aceite,
25:4 mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y
también llenaron de aceite sus frascos.
25:5 Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a
todas y se quedaron dormidas.
25:6 Pero a medianoche se oyó un grito: "Ya viene el
esposo, salgan a su encuentro".
25:7 Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus
lámparas.
25:8 Las necias dijeron a las prudentes: "¿Podrían
darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?"
25:9 Pero estas les respondieron: "No va a alcanzar
para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado".
25:10 Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban
preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta.
25:11 Después llegaron las otras jóvenes y dijeron:
"Señor, señor, ábrenos",
25:12 pero él respondió: "Les aseguro que no las
conozco".
25:13 Estén prevenidos, porque no saben el día ni la
hora. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
Las mujeres sabias o prudentes: “El Señor da la
sabiduría, de su boca proceden la ciencia y la inteligencia” (Prov 2,6). “Feliz
el hombre que encuentra la sabiduría, porque la sabiduría es más rentable que
la plata y más precioso que el oro fino” (Prov 3,13). “La Sabiduría es luminosa
y nunca pierde su brillo, se deja encontrar por los que la buscan y contemplar
por los que la aman” (Sab 6,12). “Si ustedes Uds. buscan tronos y los cetros,
honren a la Sabiduría y reinarán para siempre” (Sab 6,21).
“De aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los
cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24,36). “Señor, ¿es en este momento
cuando vas a restablecer el Reino de Israel? El les contestó: A Uds. no les
toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino
que recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre Uds. y serán mis
testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la
tierra” (Hch 1,6-8).
“Llegó el esposo: las que sabias que tenían lámparas encendidas
entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta” (Mt 25,10).
¿A qué conclusiones llegamos, después de las lecturas de
hoy? En primer lugar, al convencimiento de que la Sabiduría (Prov 2,6), su
esencia, consiste en saber esperar a Dios; saber apropiarse los frutos de la
redención (Jn 3,17). En segundo lugar, que este encuentro con Dios (Is 7,14),
habitualmente, sucede fuera de los cálculos del hombre (Prov16,1), y en tercer
lugar, que hay que vigilar sin desmayo (Mt 24,36). Porque en los momentos
trascendentales de la vida, nadie, en absoluto, puede asumir nuestra propia
responsabilidad.
Las mujeres sabias representan aquí a los fieles que esperan
la venida del Señor. El novio es el Señor. La vigilancia de la fe está
simbolizada por las lámparas que brillan en medio de la noche y que es preciso
mantener encendidas (Ejercer la fe). Este simbolismo ha pasado a la liturgia de
la Iglesia, por ejemplo, en las velas del bautismo (Jn 8,12), de la primera
comunión y de los moribundos. No es normal que un novio se retrase y haga
esperar a su novia hasta avanzada la noche. Es evidente que el autor piensa en
Jesús, que retarda su venida más de lo que esperaban los cristianos. Una larga
espera produce cansancio y aburrimiento, se corre peligro de que le entre a uno
el sueño y se halle dormido en el momento preciso. Esto es lo que les pasa a la
doncellas necias (Mt 25,8).
Cuando llega el momento decisivo de recibir al novio y
entrar con él en la fiesta (Cielo), las doncellas prudentes no ayudan a sus
compañeras que se habían dormido (Mt 25,9). No se trata de una falta de caridad
justamente cuando ésta parece más necesaria. El autor quiere decirnos que nadie
puede vigilar por otro y asumir la responsabilidad de los otros en los momentos
importantes. Cada uno ha de cuidar su propia lámpara (ejercer la fe). Cuando
llegue la hora del juicio, no será posible el intercambio de los bienes
espirituales; cada uno será juzgado según sus obras (Jn 5,29). Sólo los que
permanezcan vigilantes entrarán en las bodas eternas (Cielo). Debemos cuidarnos
mucho de no llegar tarde a la última cita, a la decisiva. Pues, cuando llegue
la hora, sólo se salvarán los que estén preparados.
Si no conocemos el día ni la hora, será necesario vigilar
cada momento (Mt 24,36). El cristiano es un hombre despierto. Vivir despiertos
es no hacerse el dormido ante las necesidades del prójimo. El que no ama al
prójimo no espera, no tiene nada que esperar cuando el Señor vuelva. Pues
seremos juzgados sobre el amor (I Jn 4,8).
Si queremos ser como las mujeres sabias o prudentes
hemos de preguntarnos: ¿Por qué tenemos que interesarnos tanto por nuestra
salvación? Porque solo tenemos esa única opción aconsejable. La otra opción que
es la condenación no es aconsejable (opción de las mujeres necias) y si alguien
piensa que el purgatorio es otra opción; pues, el purgatorio no es un estadío.
No es lo mismo que cielo, e infierno que purgatorio. El cielo es eterno por lo
que el infierno es también eterno, en cambio el purgatorio es eventual. Jesús
nos lo dice al respecto: "Vayan por todo el mundo, enseñen la Buena
Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no
crea, se condenará” (Mc 16,15). El reino de Dios tiene que ver con nuestra salvación.
Respecto al Reino de Dios: "El tiempo se ha
cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena
Noticia" (Mc 1,15). Los fariseos le preguntaron cuándo llegaría el
Reino de Dios. Jesús les respondió: "El Reino de Dios no viene
ostensiblemente, y no se podrá decir: Está aquí o Está allí. Porque el Reino de
Dios está entre ustedes" (Lc 17,20-21). Dijo Jesús: “Si yo expulso a los
demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha
llegado a ustedes” (Lc 11,20). Es decir, Jesús es la manifestación y el
despliegue del Reino de Dios, porque en Jesús se realiza el encuentro de Dios
con la humanidad. De ahí que, Jesús dice: "El que me ama será fiel a mi
palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23).
Juan dice: “Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y
venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo. Y
oí una voz potente que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios entre los
hombres: él habitará con ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con
ellos y será su Dios” (Ap 21,2-3).
Recordemos las preguntas del eje trasversal de
nuestras reflexiones:“¿Qué obras buenas tengo que hacer para obtener la
salvación eterna?” (Mc 10,17). “¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23).
“¿Quiénes podrán salvarse?” (Mt 19,25). Y en la búsqueda de respuestas a tales
inquietudes nos topamos con aquella escena: “¿Cuál es el mandamiento principal
de la ley?” Jesús respondió: Amar a Dios y amar al prójimo (Mt 22,36). La
respuesta del amor a Dios y al prójimo, así como hacer lo que decimos siendo
hermanos (Mt 23,3-8); es la estrategia eficaz para revestirnos con traje de
fiesta (santidad) y ser parte del banquete de boda del cordero como fiesta de
los salvos o salvados (Mt 22,12). Hoy, en la parábola de las diez doncellas se
nos describe el momento preciso del inicio de dicha fiesta: “Llegó el esposo y
las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la
puerta” (Mt 25,10).
Cabe preguntarnos: ¿Quién o qué significa que el
esposo ya llega? ¿Qué significa la sala nupcial? ¿Quiénes si y quienes no
entran a la sala nupcial? Y sobre todo ¿Qué significa, la puerta se cerró? Y
¿Estén preparados? Estas preguntas tienen que ser precedidas por preguntas más
de fondo: ¿Serán pocos los que se salven? (Lc 13,23). ¿Qué cosas buenas tengo
que hacer para heredar la vida eterna? (Mc 10,17). ¿Quién podrá salvarse? (Mt
19,25).
¿Quién o qué significa que el esposo (Mt 24,44) ya
llega? (Mt 25,6). El esposo es sin duda Cristo Jesús, el Hijo de Dios. Y la
esposa ¿Quién es? La Iglesia es la esposa: “Sobre esta piedra edificaré mi
iglesia” (Mt 16,18). Respecto al matrimonio dice Jesús: “Ya no son dos, sino
una sola carne. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre" (Mt
19,6). Jesús explica a Nicodemo y dice: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a
su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida
eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el
mundo se salve por él” (Jn 3,16-17). Y ¿Cómo nos salvó? Jesús lo manifiesta:
“No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13).
Añadió: "Así estaba escrito, el Mesías sufrirá y resucitará de entre los
muertos al tercer día” (Lc 24,46). Todo este misterio de la redención ya se
describe en el A.T: “Yo te desposaré conmigo para siempre, te desposaré en la
justicia y el derecho, en el amor y la misericordia; te desposaré en la
fidelidad, y tú conocerás al Señor” (Os 2,21-22). La figura de la Iglesia
celestial desposada se describe así: “Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén,
que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada
para recibir a su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: Esta
es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, y ellos serán su
pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios” (Ap 21,2-3).
¿Quiénes si y quienes no entran a la sala nupcial?
“Cuando llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala
nupcial y se cerró la puerta” (Mt 25,10). La sala nupcial tiene connotación de
cielo. Y entran al cielo: “las que estaban preparadas”, las que tenían las
lámparas encendidas. En este punto recordemos las enseñanzas de Jesús: “Ustedes
son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una
montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que
se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la
casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes,
a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el
cielo” (Mt 5,14-16). “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en las
tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).
Se puede tener una lámpara nueva y fina pero si no
alumbra, de nada sirve. La lámpara requiere del aceite. Así, nosotros
somos bautizados (Mt 28,19-20). Pero, si no ejercemos los dones del
bautizo como la fe, por ende no brilla nuestra luz, equivale no tener obras:
“La fe sin obras está muerta” (Stg 2,17). Al creyente se le conoce por sus
frutos: “Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con
pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los
reconocerán. Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo
produce frutos malos” (Mt 7,15-17). Así pues, siendo malos no pretendamos tener
lámparas encendidas, o siendo buenos tener lámparas apagadas. No busquemos
sorprender con engaños: "Ustedes aparentan ser buenos ante los hombres,
pero Dios conoce sus corazones. Porque lo que es estimable a los ojos de los
hombres, resulta despreciable para Dios” (Lc 16,15). “Este pueblo me honra con
los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto: las
doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos" (Mt 15,8-9).
Por tanto: las doncellas preparadas que entraron con
el esposo a la sala nupcial (Mt 25,10) son los que entran al cielo, y son parte
de los salvados, porque tuvieron encendidas la lámpara, ejercieron su fe,
viviendo lo que el señor nos enseña (Lc 11,28). Llegar al cielo para estar con
Dios no es de mera ilusión, ni de bonitas palabras sobre Dios (Mt 7,21), sino
escuchando la palabra de Dios y poniendo en práctica las enseñanzas del Evangelio
(Mt 7,24). Y vivir el mensaje del evangelio equivale ser de la postura de las
mujeres prevenidas con las lámparas encendidas (Mt 25,10).
¿Qué significa, que la puerta se cerró? (Mt 25,10).
Que cada quien tendrá que ocupar el lugar que le corresponde. Quien o quienes
están preparadas(os) tendrán que ocupar un lugar en el cielo. Quienes no
estaban preparadas(os), tendrán que quedar excluidas(os) de la sala nupcial
(cielo) y ocupar las tinieblas (infierno=ausencia de Dios). ¿Qué, no es que
Dios es misericordioso? (Lc 6,37), si Dios es muy misericordioso, pero la
misericordia de Dios tiene su límite. La justicia divina s el límite de la
misericordia: “La puerta está cerrada” (Mt 25,10). Al respecto conviene
recordar aquella escena:
“El pobre (Lázaro) murió y fue llevado por los ángeles
al seno de Abraham. El rico (Epulón) también murió y fue sepultado. En la
morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de
lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces (Epulón) exclamó: "Padre
Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en
el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan. Hijo mío,
respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en
cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo (cielo), y tú, el
tormento (infierno). Además, entre ustedes (infierno) y nosotros (cielo) se
abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí (cielo) hasta
allí (infierno) no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta
aquí" (Lc 16,22-26). De modo que la escena nos confirma que “la puerta
cerrada” es el límite de la misericordia, es decir la justicia divina. Y
como el cielo (sala nupcial=fiesta) es eterna; el infierno (los excluidos=sin
fiesta) es también eterno. Y al respecto se nos dice: “Después vi un gran trono
blanco y al que estaba sentado en él. Ante su presencia, el cielo y la tierra
desaparecieron sin dejar rastros. Y vi a los que habían muerto: grandes y
pequeños, de pie delante del trono. Fueron abiertos los libros, y también fue
abierto el Libro de la Vida; y los que habían muerto fueron juzgados de acuerdo
con el contenido de los libros; cada uno según sus obras. El mar devolvió a los
muertos que guardaba: la Muerte y el Abismo hicieron lo mismo, y cada uno fue
juzgado según sus obras. Entonces la Muerte y el Abismo fueron arrojados al
estanque de fuego, que es la segunda muerte. Y los que no estaban inscritos en
el Libro de la Vida fueron arrojados al mar de fuego” (Ap 20,11-15).
Por las razones ya citadas, Dios salvador nuestro
quiere que todos nos salvemos llegando al conocimiento de la verdad (I Tm 2,4)
y nos reitera: “No se inquieten entonces, diciendo: ¿Qué comeremos, qué
beberemos, o con qué nos vestiremos? Son los paganos los que van detrás de
estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan.
Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por
añadidura” (Mt 6,31-33). Así, pues, si para revestirnos con traje de fiesta (Mt
22,12) hace falta sabernos amar unos a otros como Dios nos ha amado (Jn 13,34);
con el tema del amor, resaltamos otro elemento importante de la estrategia para
ser santos (Lv 11,45).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Paz y Bien
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.