DOMINGO XVIII - C (04 de agosto del 2019)
Proclamación del santo Evangelio segun San Lucas 12,13 - 21:
12:13 Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi
hermano que comparta conmigo la herencia".
12:14 Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha
constituido juez o árbitro entre ustedes?"
12:15 Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia,
porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada
por sus riquezas".
12:16 Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre
rico, cuyas tierras habían producido mucho,
12:17 y se preguntaba a sí mismo: "¿Qué voy a hacer? No
tengo dónde guardar mi cosecha".
12:18 Después pensó: "Voy a hacer esto: demoleré mis
graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis
bienes,
12:19 y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados
para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida".
12:20 Pero Dios le dijo: "Insensato, esta misma noche
vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?"
12:21 Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí,
y no es rico a los ojos de Dios". PALABRA DEL SEÑOR.
COMENTARIO:
Estimados hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.
Un doctor de la Ley preguntó a Jesús: "Maestro, ¿qué
tengo que hacer para heredar la Vida eterna? Jesús le preguntó a su vez: ¿Qué
está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella? Él le respondió: Amarás al Señor, tu
Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo
tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo. Has respondido exactamente, le
dijo Jesús; haz eso y heredarás la vida eterna" (Lc 10,25-28). Hoy, la inquietud es por la herencia de bienes
materiales: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la
herencia" (Lc 12,13). En el fondo, hay complemento: Se puede heredar la
vida terna compartiendo los bienes materiales como Jesús nos enseña: "Si
quieres ser perfecto, ve; vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, así
tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme” (Mt 19,21).
“La raíz de todos los males en el mundo es el amor al dinero”
(I Tm 6,10). A menudo el hombre olvida la realidad: “Nada trajimos cuando
vinimos al mundo, y al irnos, nada podremos llevar” (I Tm 6,7). Hasta el cuerpo
dejaremos: “El cuerpo vuelve a la tierra porque de ella fue formado y el espíritu
vuelve a Dios porque de Él viene” (Ecl 12,7). El alma que es espíritu,
despojado del cuerpo, un día tendrá que dar cuenta a Dios de su modo de
proceder si fue caritativo o egoísta. Por eso Jesús nos sugiere: “No acumulen
tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los
ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el
cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que
perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt
6,19-21). Y hoy, nos reitera: "Cuídense de toda avaricia, aunque uno lo tenga todo, la vida del hombre no
depende de su riqueza"(Lc 12,15).
Jesús dijo también al joven rico: "Si quieres ser
perfecto, ve; vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, así tendrás un
tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. Al oír estas palabras, el joven se
retiró entristecido, porque poseía muchos bienes. Jesús dijo entonces a sus
discípulos: Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los
Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una
aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos. Los discípulos quedaron muy
sorprendidos al oír esto y dijeron: Entonces, ¿quién podrá salvarse? Jesús,
fijando en ellos su mirada, les dijo: Para los hombres esto es imposible, pero
para Dios todo es posible” (Mt 19,21-26). “¿De qué le serviría a uno ganar el
mundo entero si se pierde a sí mismo? ¿Qué dará para rescatarse a sí mismo?
Sepan que el Hijo del Hombre vendrá con la gloria de su Padre, rodeado de sus
ángeles, y entonces recompensará a cada uno según su conducta” (Mt 16,26-27). Y
hoy nos está reiterando lo mismo: “Eviten con gran cuidado toda clase de
codicia, porque aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan
vida” (Lc 12,15).
Uno de entre la gente pidió a Jesús: “Maestro, dile a mi
hermano que me dé mi parte de la herencia. Le contestó: Amigo, ¿quién me ha
nombrado juez o repartidor de bienes entre ustedes?” (Lc 12,13-14). El domingo
anterior decíamos que a menudo no sabemos pedir a Dios y por eso Dios no nos
escucha. Que Dios escucha siempre que lo pidamos con un corazón puro y sincero.
Dios es el más interesado en nuestra felicidad y por eso es él el que se
adelanta y nos da lo que sabe que nos hace falta antes que se lo pidamos, pero
Dios respeta la libertad del hombre por eso espera que se lo pidamos. Que nazca
de nosotros el pedir en una oración, pues así dice mismo Dios: “Cuando me
invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; y cuando me busquen me
encontrarán, siempre que me imploren con todo un corazón puro y sincero” (Jer
29,12)
Me pregunto ahora, este pedido: “Maestro, dile a mi hermano
que me dé mi parte de la herencia” (Lc 12,13), será una petición que nace de
una fe autentica a Dios o será que este hombre quiere usar el actuar de Dios
con criterios personales y egoístas? ¿Cuántos de nosotros y con frecuencia confundimos
las cosas ante Dios? El mensaje del evangelio que hoy nos inculca Jesús es
demoler el muro del egoísmo y agrandar el granero del amor y compartir el pan
con el hambriento. Entonces un día nos lo dirá: "Les aseguro que cada vez
que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos pobres, lo hicieron conmigo
hereden el Reino de los cielos" (Mt 25,40).
El tema de las herencias es un tema recurrente e nuestra
vida familiar y motivo de muchas discordias. Gustaría saber cuántos hermanos,
que hasta es posible vayan a misa hoy y muy devotamente y no se hablen por
problemas de herencia entre hermanos. Por eso, yo soy de los que insisto a los
padres a que hagan testamento a tiempo. No saben cuántos líos entre los
hermanos se evitarían. La parábola de Jesús es toda una lección de nuestra
codicia y de nuestra ansia de tener, capaz de sacrificar nuestra condición de
hermanos, nuestra condición de solidaridad y de nuestro compartir con los
demás.
Jesús lamenta la codicia del corazón del dueño de la
cosecha, porque, mientras los pobres se mueren de hambre y cada día los grandes
terratenientes los dejan sin sus tierras, este hombre tiene un cosecha tan
tremendo que ya no sabe dónde almacenar tanto grano. La única preocupación es
qué haré para meter tanto trigo. La solución es clara, piensa en levantar
nuevos graneros, en almacenar. Ni se le pasa por la cabeza pensar, que ya que
Dios le ha regalado tan buena cosecha, cuánto pudiera repartir entre los que no
tienen nada, entre los que se mueren de hambre. Piensa en agrandar sus
graneros, pero no piensa que con ello está achicando su corazón. Pienso
agrandar sus graneros, pero no piensa en agrandar el corazón. Crecerán y se
agrandarán sus graneros, pero su vida se empequeñecerá y achicará. Un tema de
ayer y también de hoy. Hermanos, sí, mientras viven los padres. Nada más morir
los viejos, dejamos de ser hermanos, y somos herederos. Es ahí donde, nos
olvidamos de los padres, y nos olvidamos que somos hijos, y nos olvidamos de
que somos hermanos. Ahora comienza el egoísmo. ¿Qué me toca a mí? ¿Qué te toca
a ti? Pero claro, siempre hay alguien que se cree más derechos y con más
títulos para atrapar la mejor tajada.
Jesús tuvo experiencia de esto. Por eso este pobre hombre,
dominado por el poder de su hermano, acude a Jesús para que convenza a su
hermano de que reparta la herencia. Pretendemos que Dios también haga de
intercesor y de árbitro cuando nosotros nos olvidamos de ser hermanos y la
codicia crea peleas fraternas. Jesús no se mete en esos líos de herencias, no
es esa su misión. Su misión está en manifestar que el egoísmo de tener solo
lleva a la división, por eso propone una parábola que nos habla no del acumular
sino del compartir. ¿Cuántas familias rotas por causa de las herencias?
¿Cuántos hermanos que no se hablan desde la muerte de los padres? ¿Cuántos
hermanos que han dejado de serlo desde que los viejos se fueron. Y todo por el
egoísmo del tener, del acumular.
El mejor recuerdo y homenaje a nuestros padres que se
fueron, será conservar una familia unida como ellos la quisieron. Que el mejor
homenaje y la mejor memoria de nuestros padres que ya nos dejaron serán el
amor, la unidad y la fraternidad de los hijos. ¿De qué sirve llorarlos, si
entre nosotros vivimos peleados por lo que ellos nos dejaron? ¿Con qué cara nos
acercaremos a su tumba a ofrecerles un ramo de flores, cuando nosotros no nos
atrevemos a visitarlos juntos y cambiamos de fecha para no encontrarnos? ¿Para
eso lucharon toda su vida nuestros padres, para que ahora nosotros rompamos la
unidad familiar? El amor se expresa y manifiesta no en el acaparar, sino en el
compartir y en la sensibilidad de las necesidades de cada uno. Al fin y al
cabo, nadie llevará consigo lo que privamos a nuestro hermano.
Recordemos la enseñanza de Jesús sobre el joven
rico: “Jesús estaba a punto de partir, cuando un hombre corrió a su encuentro,
se arrodilló delante de él y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer
para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie
es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas
adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto,
honra a tu padre y a tu madre. El hombre le contestó: “Maestro, todo eso lo he
practicado desde muy joven que más me fala”. Jesús fijó su mirada en él, le
tomó cariño y le dijo: “Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes
y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después,
ven y sígueme. Al oír esto se desanimó totalmente, pues era un hombre muy rico,
y se fue triste. Entonces Jesús paseó su mirada sobre sus discípulos y les
dijo: ¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!”
(Mc 10,17-23).