Déjenlos crecer juntos hasta la cosecha, y
entonces diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y échenlo al fuego,
y luego recojan el trigo en mi granero" (13,30)
Proclamación
del Santo Evangelio según San Mateo 13,24-43:
En aquel tiempo Jesús les
propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un hombre que
sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo,
sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron
las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al
propietario y le dijeron: "Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu
campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?" Él les respondió: "Esto
lo ha hecho algún enemigo". Los peones replicaron: "¿Quieres que
vayamos a arrancarla? No. Les dijo el dueño.
Porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el
trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los
cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y
luego recojan el trigo en mi granero".
También
les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un grano de
mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña
de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se
convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a
cobijarse en sus ramas".
Después
les dijo esta otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a la
levadura que una mujer mezcla con tres medidas de harina, hasta que fermenta
toda la masa".
Todo esto lo
decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin
parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré
en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.
Entonces,
dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y
le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña en el campo". Él les
respondió: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el
campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña
son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio;
la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles. Así
como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera
sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos
quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los
arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces
los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga
oídos, que oiga! PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
El domingo anterior,
Jesús por medio de parábolas, nos decía: "El sembrador salió a sembrar. Al
esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las
comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, y brotaron en seguida, porque la
tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de
raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las
ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras
sesenta, otras treinta” (Mt 13,4-8). Y nos preguntábamos: ¿Qué tipo de tierra
somos: tierra dura como del camino, tierra pedregosa, tierra de maleza o tierra
fértil? Y nos decíamos que no conviene engañarnos, porque tarde o temprano todo
quedará al descubierto, todo se sabrá (Mt 10,26). Y el mismo Señor nos adelantó
al decirnos: “A Uds. os reconocerán por sus frutos” (Mt 7,15).
En la parábola de la
cizaña distinguimos cuatro momentos: 1) La parábola del trigo y la cizaña (Mt
13,24-30). Luego viene su explicación (Mt 13,36-43). 2) La parábola del grano
de mostaza (Mt 13,31-32). 3) La parábola de la levadura (Mt 13,33). Y 4) El
¿por qué? de las enseñanzas por medio de parábolas (Mt 13,34-35).
De las tres parábolas,
la de la cizaña ocupa la enseñanza central de este domingo: Mt 13,24-30.36,43. El
Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su
campo. La mención a una semilla buena nos coloca a la expectativa de una
buena cosecha. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró cizaña
entre el trigo, y se fue (Mt 13,25). Hay que estar siempre vigilantes, no
podemos descuidarnos porque el enemigo siempre se encuentra al acecho, esperando
el momento para sembrar la cizaña. Al respecto San Pedro nos dice: “Sean
sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un
león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe” (I Pe
5,8).
El trigo y la cizaña pueden estar juntas durante mucho
tiempo, ya sea en la vida de los demás como en nosotros mismos. Por lo general,
es fácil advertir en los demás, pero en nosotros, no advertimos su presencia. Y
no nos damos cuenta en qué momento empezó a germinar en nuestra vida el
resentimiento y la venganza o cualquier otro mal; pero eso sí, nos damos cuenta
del mal en el otro y muy rápido, y quisiéramos que Dios intervenga con todo su
poder para colocarlo al malo en su lugar. Pero el Señor nos dice: “¿Por qué te
fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que
está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: Deja que te saque la paja
de tu ojo, si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu
ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mt
7,3-5). La cizaña es precisamente lo que nos motiva actuar como juez de los
demás y ahoga en nosotros la enseñanza de Dios. Y tiene mucha razón Santiago en
decirnos: “No hay más que un solo legislador y juez, aquel que tiene el poder
de salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para condenar al prójimo?” (Stg. 4,12).
Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo
es que ahora hay cizaña en él? Él les
respondió: "Esto lo ha hecho algún enemigo". Los peones replicaron:
"¿Quieres que vayamos a arrancarla?" (Mt 13,27-28). Vemos que aunque
la semilla es de buena calidad hay cosas a su alrededor que la ahogan y quizás
el rendimiento no sea igual. Ante su preocupación: "¿Quieres, que vayamos
a recogerla?" (Mt 13,28b) y la respuesta del amo es: "No, no sea
que, al recoger la cizaña, arranquen a la vez el trigo” (Mt 13,29). Los
discípulos quedan extrañados, pero la dinámica del Reino de Dios es otra,
siempre estarán buenos y malas. Nuestra vida misma pasa por días llenas de
cizaña, o días de buen trigo. Al respecto dijo con mucha sabiduría San Pablo:
“Para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina
clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere. Tres veces pedí al Señor
que me librara, pero él me respondió: "Te basta mi gracia, porque mi poder
se manifiesta en la debilidad". De ahí que, me gloriaré de todo corazón en
mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco
en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y
en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil,
entonces soy fuerte” (II Cor 12,7-10).
Para vivir en la senda del camino recto hemos de estar muy
atentos y llevar una vida de constante discernimiento y para ello muy bien caen
los consejos de Pablo: “Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu
de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne
desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí,
y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren” (Gal 5,16-17). Así
también, al lado de los buenos están los malos. Esta convivencia
continuará, según dice el patrón de la parábola “Dejen que ambos crezcan juntos
hasta la ciega” (Mt 13, 30). Crecerán el trigo y la cizaña juntos,
pero eso será solo hasta el tiempo de la cosecha, es decir mientras dure esta
vida terrenal, pero aquí esta luego la manifestación del límite de la
misericordia de Dios, es decir la Justicia divina. “Diré a los cosechadores:
Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan
el trigo en mi granero" (Mt 13,30). Es decir la cizaña al fuego del
infierno y el trigo al granero, que es el cielo. Por el destino final que tiene
cada una de las semillas se comprende que con las decisiones y acciones de cada
persona se pone en juego el propio futuro, el destino final. Por tanto
hay que ser responsables con la vida y los dones que se nos dio porque: "Al que
se le confió mucho, se le exigirá mucho más” (Lc 12,28). Junto a este sentido
de responsabilidad que debe tener cada persona, esta parábola nos deja una
bellísima lección sobre la paciencia: así como el patrón, Dios nos da
tiempo a cada uno para que recapacitemos, y Dios está esperándonos por nuestra
conversión hasta el final. Pero, también de nuestra parte, lo mismo debemos
hacer con nuestros hermanos con los cuales hemos perdido la paciencia por su
reticencia en el pecado; hay que insistir, darle una oportunidad, esperar por
su conversión.
Otro aspecto, que es conveniente que se reitere y que ya lo
manifestamos. Lo sabemos todos por experiencia que, nadie es completamente
trigo. Hay que escuchar a los santos: siempre se reconocen pecadores. Ni
completamente somos cizaña porque, no hay nadie que, por muy malo que sea, no
tenga en el fondo un buen corazón. Por tanto no hay que caer en la
actitud equivocada de quien separa tajantemente el mundo de los buenos y el
mundo de los malos. En cada persona hay un poco de todo. En fin, no nos
corresponde a nosotros juzgar a los demás, porque un día cada uno dará cuentas
de los suyo, sino más bien evaluarnos a nosotros mismos. La parábola enseña que
en el campo hay buenos y malos, pero nosotros por lo general no estamos en condiciones
de saber quiénes son los buenos y quiénes son los malos. La presencia de la
cizaña no constituye una sorpresa. Y, sobre todo, no es señal de fracaso. La
Iglesia no es la comunidad de los salvados, de los elegidos, sino el lugar
donde podemos salvarnos. Pero al final cada a uno se nos reconocerá si somos
trigo o cizaña por nuestros frutos (Mt. 7,16).
En resumen: Así como en Génesis se dice: Dios dio al hombre
este mandamiento: "De cualquier árbol del jardín puedes comer, pero del
árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de
él, morirás sin remedio" (Gn 2,16-17). Luego, sorpresivamente aparece un ser
extraño, con parecer distinto al querer de Dios: Replicó la serpiente a la
mujer: "Al comer del árbol prohibido, no morirán. Es que Dios sabe muy
bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como
dioses, conocedores del bien y del mal" (Gn 3.4-5). Es decir, no solo Dios
siembra, que también hay otros que siembran. Y lo hacen de noche, mientras la
gente está dormida o tergiversando la verdad, usando la mentira. Por eso mismo
ya nos dijo el Maestro: “A Uds. los reconocerán por sus frutos” (Mt. 7,16).
Pero también, en segundo lugar, Jesús nos invita a no
escandalizarnos de los malos que hay y que viven a nuestro lado. Lo cual
implica la necesidad de la conversión y también la esperanza de que los malos
puedan algún día ser buenos. O incluso nos invita a pensar que muchas veces la
cizaña no siempre está en los demás, sino que en el momento menos pensado, ya
está en nosotros germinando y a punto de echar mucha semilla. O ¿no es cierto
que sin querer ya estamos en pleitos de odio, ira, rencor, envidia? Recordemos
lo que Jesús nos dice: "El fariseo, de pie, oraba en voz baja: "Dios mío,
te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos
y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago
la décima parte de todas mis entradas" (Lc 18,11-12). Es decir, creemos
ser buen trigo, cuando eso no es cierto.
Y en tercer lugar, no somos los indicados para decidir la
suerte de los malos. Dios como juez supremo sabe hacer sus cosas, espera el
momento. Y el momento no es ahora, sino al final. Los apóstoles preguntaron al
Señor ¿Cuándo será eso? Jesús respondió: nadie lo sabe, solo el Padre, pero
estén preparados” (Mt 24,44). Porque sólo Dios es quien ha de juzgar a cada uno.
Muchos nos quejamos del porqué Dios permite que haya tantos malos pero no
decimos ¿Por qué soy malo? Nosotros hubiésemos preferido que los elimine, pero
Dios actúa de otra manera. Ese juicio no se hará en el tiempo, sino al final de
los tiempos cuando se decida la suerte de unos y de otros. Mientras tanto, tendremos
que crecer juntos, a lado de la cizaña; pero con mucho criterio de
discernimiento para que no se meta en nuestra vida como la maleza o la cizaña (Mt
13,7). Y porque tarde o temprano llegará el tiempo de la cosecha y cada quien
tendrá que ocupar el lugar que merece: "Así como se arranca la cizaña y se quema
en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre
enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a
los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá
llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en
el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!" (Mt 13,40-43).