lunes, 10 de septiembre de 2018

DOMINGO XXIV – B (16 de setiembre de 2018)


DOMINGO XXIV – B (16 de setiembre de 2018)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 8,27-35:

8:31 Jesús  comenzó a enseñarles: El Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días;
8:32 y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo.
8:33 Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres".
8:34 Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
8:35 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“Dios es amor” (I Jn 4,8). “Nosotros hemos visto y atestiguamos que el Padre envió al Hijo como Salvador del mundo. El que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, permanece en Dios, y Dios permanece en él” (I Jn 4,14-15). Si Dios es amor; nadie ama lo que no conoce. Si no conocemos a Dios en vamos decimos que conocemos a Dios. “Ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Pedro respondió: "Tú eres el Mesías" (Mc 8,29). La respuesta es correcta, pero ¿Qué entiende Pedro por Mesías? Entiende como todo judío: Un mesías que les salvara de la esclavitud de los romanos que somete a los judíos desde el año 63 A.C. los librara mediante la fuerza (guerra). Los judíos esperan un Mesías héroe, guerrillero. Por eso cuando Jesús  comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo (Mc 8,31-32).

El domingo anterior, recordemos que en la parte final del evangelio la gente hizo una profesión colectiva y publica y decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos" (Mc 7,37). Hoy siguiendo en la misma línea de profesión de fe constamos también la profesión de fe de los apóstoles pero con un matiz muy diverso y sorpresivo. Y para su mejor comprensión podemos resaltar tres escenas:

1) La profesión de fe de Pedro (Mc 8,27-30). 2) El primer anuncio de la Pasión (Mc 8,31-33). 3) Condiciones para seguir a Jesús (Mc 8,34-35).

En el preámbulo de nuestra reflexión, traemos a colación dos pasajes de la sagrada escritura que bien nos puede dar luces en su entendido: 1) “Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, permanece en Dios, y Dios permanece en él” (I Jn 4,15). 2) “Nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no está impulsado por el Espíritu Santo” (I Cor 12,3).

1) Profesión de la fe de Pedro: Jesús les pregunto: ¿Quién dicen que soy yo?... Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Pedro respondió: "Tú eres el Mesías" (Mc 8,28-29). Dos preguntas que amerita sinceridad para con nosotros mismos y para con Dios. Qué piensa de Él el mundo hoy y qué pensamos cada uno de nosotros. O ¿quién es Jesús para el mundo y quién es Jesús hoy para mí? Una pregunta que, en primer lugar, no nos la hace la gente, nos la hace Jesús mismo: “¿Qué soy yo para ti?” (Mc 8-29) A la vez, una pregunta que, bajo muchos aspectos, puede clarificar o modificar el sentido de nuestra fe porque, de ordinario, cuando se trata de fe, todos pensamos en el Credo. Y el Credo puede ser importante, pero no basta recitarlo para decir que somos verdaderamente creyentes. Jesús no nos dejó un libro de doctrinas que podemos entender o que sólo lograrían entender los sabios, los teólogos. La fe es para todos. La fe no es creer en “algo”, no es creer “en ideas o doctrinas”, sino hacer de Jesús el centro de nuestras vidas, en enamorarnos de Jesús. No se trata de cuánto sabemos de Él, sino cuánto lo amamos y lo sentimos.

¿Quién dicen que soy yo?... Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Pedro respondió: "Tú eres el Mesías" (Mc 8,28-29). Ni la gente ni los discípulos tienen una idea clara sobre Jesús, y digo ello porque la bonita respuesta de Pedro: “Tu eres el Mesías” (Mc 8,29) no tiene convicción y eso se constata en seguida: Cuando Jesús lo reprende al decir: "Retírate, ve detrás de mí, Satanás Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mc 8,33). Si nos fijamos en la respuesta, todos saben muy bien lo que piensa la gente. “Ellos contestaron en coro. Mientras que cuando la pregunta es personal, todos callan y sólo habla Pedro. Pero esa palabra por no tener raíz se la lleva el viento. De todos modos, la respuesta que dan parece bien real y puede ser también la respuesta que damos hoy. No cabe duda de que la persona de Jesús tenía que ser ambigua para ellos, pero hay tantas imágenes o respuestas sobre Él también hoy. Para muchos alguien del pasado. Para otros una fantasía. Para otros, sencillamente no significa nada. Sin embargo, para muchísimos otros es alguien fundamental en sus vidas.

¿Es o será importante para el cristiano saber lo que hoy piensa el mundo sobre Jesús? Si es importante. Para mí no me puede ser indiferente lo que tú pienses o no pienses de Él. Además, si queremos anunciar de verdad a Jesús hoy a los hombres, tenemos que saber lo que piensan. Es preciso presentar un Jesús que les diga algo a sus inquietudes y preocupaciones. Además la respuesta de los demás expresa cuánto de trabajo evangelizador serio yo estoy haciendo. Si hice buen trabajo, la gente estará preparada para dar una respuesta correcta.

El Señor constató que la gente y los mismos discípulos no tienen una concepción clara sobre El Mesías en el querer de Dios, sino un Mesías en el criterio humano. Buscan un Dios a la medida de sus criterios. La corrección que hizo el Señor de la idea equivocada del Mesías triunfador temporal, fue especialmente severa para con Pedro, pero fue para todos los discípulos, pues nos dice el texto que “Jesús se volvió y, mirando a los discípulos, reprendió a Pedro”.   Le dijo sin ninguna suavidad: “¡Apártate de mí, Satanás!  Porque tú no piensas según Dios, sino según los hombres” (Mc 8,33).

San Pablo tiene razón: “Nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no está impulsado por el Espíritu Santo” (I Cor 12,3). La respuesta desatinada tiene que tener algún motivo serio.  Pedro estaba siendo tentado por el Demonio y a ésta actitud Jesús le responde igual que cuando en el desierto quiso también tentarlo con el poder temporal. Por la severa respuesta de Jesús, resulta evidente que, para sus seguidores, rechazar el sufrimiento no es una opción.  Todo intento de rechazo de la cruz y del sufrimiento, todo intento de buscarnos un cristianismo sin cruz y sufrimiento, es una tentación y, como vemos, no va de acuerdo con lo que Jesús continúa diciéndonos en este pasaje. Hoy, es una gran tentación buscar un camino fácil para llegar al cielo o sin cruz. Dice el texto que, luego de reprender a Pedro, se dirigió entonces a la multitud y también a los discípulos, para explicar un poco más el sentido del sufrimiento: el suyo y el nuestro.

2) Anuncio de la pasión: Jesús comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días” (Mc 8,31). En otro pasaje ya nos dijo Jesús: “No piensen que vine a abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una letra, ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se cumpla. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos” (Mt 5,17-19). Resalta el enseñar y cumplir, profesar la fe y vivir. Pedro profesó bien la fe al decir “Tu eres el Mesías” (Mc 8,29).Pero le faltó reafirmar su profesión con la actitud de seguir al Señor sin poner peros, de ahí que se hago la llamada de atención.

3) Condiciones para seguir: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Mc 8, 34). Más claro no podía ser: el cristianismo implica renuncia y sufrimiento. Seguir a Cristo es seguirlo también en la cruz, en la cruz de cada día.  Y para ahondar un poco más en el asunto, agrega una explicación adicional: “El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8,35).

Pero... ¿qué significa eso querer salvar nuestra vida?  Significa querer aferrarnos a todo lo que consideramos que es “vida” sin realmente serlo.  Es aferrarnos a lo material, a lo perecedero, a lo temporal, a lo que nos da placer, a lo que nos da poder, a lo ilícito, etc. Y a veces, inclusive, a lo que consideramos lícito y hasta un derecho. Si pretendemos salvar todo esto, lo vamos a perder todo.  Y, como si fuera poco, perderemos la verdadera “Vida”.   Pero si nos desprendemos de todas estas cosas, salvaremos nuestra Vida, la verdadera, porque obtendremos, como Cristo, el triunfo final: la resurrección y la Vida Eterna. San Pablo nos dice: “No tengamos puesta la mirada en las cosas visibles, sino en las invisibles: lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno” (II Cor 4,18).

En la Segunda Lectura (St. 2, 14-18) el Apóstol Santiago nos habla de que la fe sin obras es cosa muerta.  Relacionando esto con el sentido del sufrimiento humano, podríamos decir que si el cristiano no testimonia su fe en Cristo, aceptando llevar con El su cruz, esa fe es vana. No se llega al cielo sin fe, como no hay Iglesia sin Jesús. El fin de nuestra fe no es la Iglesia, sino Jesús. La misión de la Iglesia no es ella misma, sino llevarnos a todos a la fe y al encuentro y al seguimiento de Jesús.