sábado, 18 de junio de 2016

DOMINGO XII – CICLO C (19 de Junio de 2016)


XII DOMINGO  – CICLO C   (19 de Junio de 2016)

Proclamación del santo Evangelio según San Lucas 9,18 - 24:

En aquel tiempo sucedió que mientras Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?" Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado". "Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?" Pedro, tomando la palabra, respondió: "Tú eres el Mesías de Dios". Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. "El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día".

Después dijo a todos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

El Evangelio nos presenta tres escenas: La profesión de fe de Pedro (Lc 9,18-21). El primer anuncio de la Pasión (Lc 9,22). Y las condiciones para seguir a Jesús (Lc 9,23-24):

La profesión de fe de Pedro: Jesús les preguntó, “¿Uds. quién dicen que soy yo? Pedro, tomando la palabra, respondió: Tú eres el Mesías de Dios” (Lc 9,20). En el relato paralelo de Mateo, Jesús agrega y dice: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella” (Mt 16,17-18). Y algo más, dijo también san Pablo: “Les aseguro que, nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no está impulsado por el Espíritu Santo. (I Cor 12,3). “Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado” (Rm 10,9).

Como vemos, en el evangelio leído hoy, Pedro da una respuesta muy solemne a la pregunta de Jesús. En efecto, Pedro como nosotros, ve mucho más su aspecto divino que su aspecto humano. Es fácil reconocer a Jesús como el Mesías. Lo difícil es reconocer que la verdad de Jesús tiene que pasar por la realidad humana de ser juzgado, rechazado, condenado y crucificado.

El primer anuncio de la Pasión: "El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día" (Lc 9,22). El evangelio de Mateo se dice: “Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.  Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 16,21-23).

La espera del Mesías, el Cristo está muy latente por la comunidad judía. Pero la escena después de la respuesta correcta de Pedro que pone en tela de juicio es aquello que Jesús mismo pone: “El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser muerto y resucitar al tercer día" (Lc 9,22). La aclaración muy precisa que hace Jesús sobre la concepción del Mesías que el pueblo judío espera no está en concordancia con el Mesías que Dios envía por eso el descontento a esta: “Jesús hablaba de esto con mucha seguridad. Pedro, pues, lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo (que esto de la derrota en manos de tus enemigo no puede pasarte, lo evitaremos). Pero Jesús, dándose la vuelta, vio muy cerca a sus discípulos. Entonces reprendió a Pedro y le dijo: “¡Pasa detrás de mí, Satanás! Tus ambiciones no son las de Dios, sino de los hombres” (Mc 8,32-33).

Condiciones para seguir a Jesús: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará” (Lc 9,23-24).

Pero no solo suscita discordias esta corrección al modo de pensar respecto al Mesías, sino también el modo como tienen que seguir, quienes quieren seguir: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará" (Lc. 9,23). Este precio lo pone Jesús, es el precio del cielo, no es nada barato, ahí que nos topamos con este episodio: “Al escucharlo, cierto número de discípulos de Jesús dijeron: “¡Este lenguaje es muy duro! ¿Quién querrá escucharlo? Jesús se dio cuenta de que sus discípulos criticaban su discurso y les dijo: “¿Les desconcierta lo que he dicho? ¿Qué será, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir al lugar donde estaba antes? El espíritu es el que da vida, la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu, y son vida… A partir de entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y dejaron de seguirle. Jesús preguntó a los Doce: “¿Quieren marcharse también ustedes?” Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,60-70).

Pero, curiosamente gente que no es de la cultura judía son los que sin poner peros aceptan y descubren a Dios en Jesús: La mujer samaritana dijo a Jesús: “Yo sé que el Mesías, (que es el Cristo), está por venir; cuando venga, nos enseñará todo.” Jesús le dijo: “Ese soy yo, el que habla contigo” (Jn 4,25). Y la mujer convoca al pueblo para que se acerquen a ver a Jesús: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cristo?” Salieron, pues, del pueblo y fueron a verlo (Jn 4,29-30). Luego es el mismo pueblo no judío que dice a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has contado. Nosotros mismos lo hemos escuchado y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn 4,42).

Como vemos, no siempre es fácil creer en Dios, quizá nos es fácil creer en un Dios Divino, pero creer en el Dios que se hizo hombre (Jn 1,14) y que se somete bajo sus leyes, no es siempre fácil. De ahí que Jesús saca una conclusión que nos lo comparte: “Ningún profeta es bien recibido en su patria” (Lc 4,24). Pero no obstante estas limitaciones, Jesús siempre fiel al proyecto de Dios: “Pues él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios es único, y único también es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre, que en el tiempo fijado dio el testimonio: se entregó para rescatar a todos” (ITm 2,4-6). Por eso Jesús al Padre por ser tan fiel porque sabe que este proyecto no es suyo sino de Dios padre: “Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado. Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer” (Mt 11,25-27).

Hoy, mis estimados hermanos, también Cristo, el señor nos pide una respuesta a cada uno de nosotros, pero esa respuesta tiene que nacer de nuestra propia convicción porque si nos movemos bajo parámetros culturales o sociales, es posible que tengamos problemas como las tuvo los apóstoles. Porque resulta que, hay cristianos que todo lo dan por hecho y nunca se les ocurre preguntarse, cuestionarse. Y una de las preguntas que debiéramos hacernos constantemente es: "Yo creo en Dios", pero ¿qué es Dios para mí?" "Yo creo en Jesús, pero, ¿qué es Jesús para mí?" "Yo tengo fe, pero ¿qué es la fe para mí?" Quizá, incluso y antes de ensayar estas preguntas convendría hacernos consigo mismo: ¿Quién soy yo para? ¿Quién quisiera que yo fuera para la gente? ¿Qué quisiera que la gente pensara en mí? ¿Qué ofrezco yo para que las cosas cambien? ¿Qué hago para que esto quede desmentido si no me gusta lo que piensan de mí? ¿Qué hago para reafirmar lo que piensan de mí?.

Estas preguntas de introspección tienen el propósito de saber qué rumbo toma nuestra vida. Porque tanto en la vida cristiana, como en la vida ordinaria de cada día, en la vida de matrimonio o, incluso, en la vida sacerdotal, uno de los mayores peligros suele ser la rutina, el acostumbrarnos. Eso por una razón muy sencilla. Una pareja que no se pregunta y cuestiona con frecuencia sobre el amor es posible que termine en una especie de aburrimiento, de un amor apagado o que se va apagando. Es que tanto el amor, como también la fe, es preciso renovarlos constantemente, es preciso someterlos a autocrítica con frecuencia, si es que queremos mantenerlos vivos y actualizados las motivaciones que permitieron llegar a donde estamos o que faltan aún llegar a aquello que soñamos alcanzar.

Porque no basta decir que creemos en Dios. La pregunta clave es qué significa Dios hoy en mi vida. Porque no basta decir que creemos en Jesús. La pregunta clave es qué significa Jesús hoy en mi vida. No basta decir que estamos bautizados. La pregunta clave es qué significa mi bautismo hoy en mi vida. Y dichas respuestas deben comprometernos a apostar por lo que creemos alcanzar porque en ella se juega nuestra propia vida, y si así no lo vemos, entonces perdemos tiempo en cosas que no van con nosotros.


Como tampoco basta con decir "yo estoy casado", sino qué significa el matrimonio y mi esposa en mi vida. Por eso Jesús pone las condiciones para quien quiera seguirle. Primero, se define a sí mismo como el rechazado de los hombres, y luego quien quiera seguirle tendrá jugársela entera. Porque Dios aposto del todo por ti en su Hijo quien vino a revelarnos cuanto Dios nos ama y así lo explica a Nicodemo: ”Tanto amó Dios al mundo, que le dio al Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él” (Jn 3,16-17).