domingo, 17 de diciembre de 2023

IV DOMINGO DE ADVIENTO – B (24 de diciembre de 2023)

 IV DOMINGO DE ADVIENTO – B (24 de diciembre de 2023)

 Proclamación del Santo evangelio según San Lucas 1,26-38

 1:26 En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,

1:27 a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

1:28 El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo".

1:29 Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.

1:30 Pero el Ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido.

1:31 Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús;

1:32 él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,

1:33 reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin".

1:34 María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?"

1:35 El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.

1:36 También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes,

1:37 porque no hay nada imposible para Dios".

1:38 María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Ángel se alejó. PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

 "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo".(Lc 1,28). “Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” (Lc 1,31). "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el Santo que nacerá de ti será llamara Hijo de Dios” (Lc 1,35). Estas citas resumen el evangelio de hoy, y es conveniente contextualizar en la historia de la salvación. Todas las palabras son de Dios, y el mensaje es un mensaje alegre. La alegría se encontraba ausente del mundo desde hacía mucho tiempo, había desaparecido desde el pecado. Toda la antigua economía y toda la historia de la humanidad estaban empañadas de tristeza, como si en sus relaciones con Dios el hombre hubiera sido en todo momento consciente de una enemistad aún sin expiar: el hombre tenía naturalmente miedo de Dios. El mensaje actual está precedido de un saludo feliz y de una apelación pacífica y cariñosa: Ave: es la primera palabra de este saludo, la cual, pronunciada una vez, se repetirá eternamente.

Partimos de dos premisas. 1) Dios se dice: “Yo salvare a mi pueblo de sus enemigos. Haré que vuelvan a Jerusalén. Ellos serán mi Pueblo, y yo seré para ellos su Dios, fiel y salvador” (Zac 8,7). 2) “Dios es amor” (I Jn 4,8). Se propone en salvar a su pueblo y ¿Salvar de qué?

Una vez que Dios creo al hombre (Gen 1,26). Dios le dio este mandamiento: “Puedes comer de cualquier árbol del jardín, más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás sin remedio" (Gen 2,16). En efecto, “Dios creo al hombre en el principio y lo dejó librado a su propio albedrío” (Eclo 15,14). El hombre tiene en sus manos la decisión de optar: Por la vida o por la muerte, lo que escoja se le dará lo que dará” (Eclo 15,17). Para discernir entre el bien el mal Dios mismo da el saber: “El Señor da la sabiduría, de su boca proceden saber e inteligencia” (Prov 2,6). Quien opte por la vida, está llamado a ser santo: “Santifíquense y sean santos; cumpliendo mis mandamientos y poniéndolos en práctica porque yo soy, vuestro Dios el que los santifico” (Lv 20,7).

 El proyecto de vida que Dios propone al hombre se truncó ¿Por qué?: Instigada por la serpiente: “La mujer vio que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió” (Gen 3,6). Es decir opto por la muerte: “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron” (Rm 5,12).

 Dios que es amor (IJn 4,8) se propone y dice por el profeta: "Juro por mi vida, que yo no deseo la muerte del pecador, sino que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). Para ello se propone y dice: “Yo salvare a mi pueblo de sus enemigos. Los haré volver y habitarán en medio de Jerusalén. Ellos serán mi Pueblo, y yo seré su Dios, fidelidad y salvador” (Zac 8,7). Esto se resume en un nuevo pacto de alianza: “Estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño —oráculo del Señor—. Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley en su mente, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo” (Jer 31,31-33). Es el pacto de amor, se reafirma lo que ya hemos dicho: “Dios e amor”(IJn 4,8).

 El despliegue de esta nueva alianza  se inicia así: El Ángel anunció a María y dijo: "Alégrate, llena de Gracia el Señor está contigo" (Lc 1,28). Ella turbada por dicho saludo, recibe el anuncio de que ha sido elegida por Dios para ser la Madre de su Hijo Unigénito. Y a pesar de estar ya comprometida con San José, dando muestra de una fe, humildad, valentía y abandono en las manos de Dios, pronuncia las palabras más importantes en la historia de la humanidad: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Permitiendo en ese instante el prodigio de la Encarnación (Jn 1,14).

 Dios se hace hombre en el seno purísimo de María, en las entrañas de una mujer de nuestra raza, Dios se humanizo, Dios se hizo lo que nosotros somos, para ser lo que Él es. Comparte desde entonces nuestra humanidad. Porque María supo decir Si a la voluntad de Dios, dio comienzo el embarazo más glorioso de la historia y la Redención de la humanidad se hizo posible. En el saludo del Arcángel a la Virgen María, descubrimos nada menos que su inmaculada Concepción. En efecto al llamarla "LLENA DE GRACIA" (Lc 1,28), el Ángel declara que la Virgen María está llena de favores de Dios, ha gozado de la plenitud del Espíritu Santo, lo que excluye automáticamente el pecado original, ya que si en algún momento María hubiera estado en pecado, aunque no hubiera sido más que por un instante, ya no sería la llena de Gracia. Es por este texto principalmente, que la Iglesia declaró el Dogma de la inmaculada concepción, que siempre habíamos creído, en 1854 y que Ella misma ratificó en Lourdes, Francia, en 1858, al definirse ante Santa Bernardita como "Yo soy la inmaculada Concepción".

 Las Bodas de Caná (Jn 2,3): Los Evangelios nos relatan cómo en el pueblecito de Caná de Galilea, la Virgen Santísima asistió invitada a una boda, y también llegaron Jesús y sus discípulos. María es la mujer atenta, servicial, la gran ama de casa que se da cuenta de que el vino de la fiesta se ha terminado. "Hijo, no tienen vino" (Jn.2,3) ¿Por qué la Virgen acudió a su Hijo?, ¿Qué esperaba que él hiciera?, ¿Por qué confió tanto en él? No lo sabemos, pero el hecho es que su intercesión provocó el primer milagro de Jesucristo "y sus discípulos creyeron en él". En este pasaje se revela que el poder es de él, la intercesión de Ella. Con la confianza de ser escuchada por su Hijo, dice a los criados: "Haced lo que él os diga", así pués, cuando acudamos a la Virgen Santísima en alguna necesidad, estemos dispuestos a cumplir en todo la voluntad de Dios.

 María Al pie de la Cruz (Jn 19,26). Durante la vida pública del Señor, la Virgen María permanece prudentemente en la sombra, confundida entre la muchedumbre, relativamente cerca de su Hijo, meditando sus palabras en su corazón, como la primera discípula de Cristo.

 Desde la presentación en el Templo, cuando Jesús tenía 40 días de nacido, María había recibido del anciano Simeón una premonición angustiante: "Mira, este niño está destinado a ser la caída y el resurgimiento de muchos en Israel como signo de contradicción. Y a ti misma una espada te atravesará el alma" (Lc.2,34-35)

 Más tarde, el relato del testigo presencial de lo que sucedió en el Calvario, San Juan, es sumamente conmovedor. María, la que pasaba desapercibida en los triunfos de Jesús, aparece en un primer plano en el momento del dolor. "Junto a la Cruz de Jesús, estaban su Madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena" (Jn.19,25).

 Es la Virgen Dolorosa con siete puñales clavados en su Corazón Inmaculado. Y a continuación San Juan nos relata lo que pasó: "Jesús viendo a su Madre y junto a Ella al discípulo que amaba, dice a su Madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo; luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa". (Jn. 1 9,26-27)

 Escena llena de misterio; ciertamente Jesús se preocupa por el futuro de su Madre. Habiendo ya muerto San José (no aparece ni una sola vez en la vida pública de Jesucristo) y no teniendo el Señor hermanos carnales, quedaba María desamparada. San Juan es el único de los apóstoles presente en la muerte de Cristo, es el Apóstol virginal que recibe en herencia nada menos que a la Madre de Dios; Jesús en San Juan nos la hereda por Madre a la Madre del Salvador, a la Siempre Virgen María: “Mujer ahí a tu hijo, hijo ahí a tu madre”.

 Naturalmente, dentro de la Liturgia y tradición de la Iglesia, aparece paulatinamente, la memoria de la Santísima Virgen en festividades que conmemoran los principales acontecimientos y verdades que sobre Ella se han aceptado siempre, algunas de las cuales ha sido necesario declarar dogmas de fe, a saber:

 Que es la Madre de Dios. (1º de enero) Dogma declarado por el Concilio de Efeso en el año 431 e incorporado a las oraciones oficiales de la Iglesia. Y la virginidad: “María dijo al Ángel ¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre? El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios" (Lc 1,34-35).

 La inmaculada Concepción. (8 de diciembre) Es el Dogma declarado por el Papa Pío IX en 1854, acerca de que la Santísima Virgen María fué concebida sin pecado original.

La Asunción de la Virgen María a los Cielos. (15 de agosto) Dogma declarado por el Papa Pío XII en 1950, acerca de que la Santísima Virgen fué llevada al Cielo en cuerpo y alma.

La Anunciación, la Navidad, la Presentación y la Asunción. Además de estas solemnes festividades, hay otras muchas a lo largo del Año Litúrgico, en las que celebramos, no solamente aquellos hechos que surgen de la palabra de Dios, sino también los emanados de otras fuentes como son las principales apariciones de la Santísima Virgen María, reconocidas por la Iglesia, a saber: Tepeyac (1531), Lourdes (1858), Fátima (1917) y otras devociones populares.

En busca de una casa. ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? El hombre religioso cree que puede complacer a Dios con sus obras y asegurarse, mediante ofrendas, la propia salvación.

Establece unas coordenadas espacio-temporales y psicológico-morales, y cree encerrar dentro de ellas al Dios de la libertad.

Pero ni David ni Constantino, ni el Vaticano ni el Concilio, podrán convencer a Dios sobre el lugar y el tiempo y el modo de su presencia salvadora. Dios es libre y es imprevisible. Y, sobre todo, Dios es gratis. La salvación corre de su cuenta. Y las casas donde habitar las prepara él.

Cuando quiso habitar entre los hombres, no por nada, sino porque los amaba y necesitaba manifestarles su amor y salvarles de sus dramáticas dolencias, buscó el lugar donde quedarse.

Conocéis la historia. No buscó lo grande, lo brillante, lo influyente, ni siquiera lo santo: buscó una muchacha, la más pequeña del pueblo más vulgar de la nación más oprimida. "Y la doncella se llamaba María".

No es que fuera tan buena y tan santa que atrajera la mirada y el corazón de Dios, sino que la mirada y el amor de Dios la hizo tan buena y tan santa. ¡Qué misterio! Las preferencias de Dios no hay hombre que las entienda. La iniciativa siempre parte de Dios, y cuando Él actúa deja siempre la marca inconfundible de la pequeñez y de la humildad. O sea, que Dios no quiere nuestras cosas, sino nuestro vacío; no quiere nuestras virtudes, sino nuestra pobreza; no quiere nuestros méritos, sino nuestra fe.

Al que se cree digno y capaz, Dios le deja que se las arregle por su cuenta. Pero al que se cree pequeño e insuficiente Dios le envía el ángel de la Anunciación. "Porque miró la pequeñez de su esclava".

Pide nuestra fe. O sea, pide que confiemos en Él, que estemos pendientes de toda palabra que sale de su boca, que nos pongamos en sus manos, que le dejemos actuar en nosotros y por nosotros, que le digamos FIAT, que le digamos SI. Y que se lo digamos cariñosa y gozosamente, como el niño más pequeño al Padre más querido. Sí, Papá. Lo demás ya es cosa suya.

domingo, 10 de diciembre de 2023

DOMINGO III DE ADVIENTO - B (17 de diciembre del 2023)

 DOMINGO III DE ADVIENTO - B (17 de diciembre del 2023)

 Proclamamos el Evangelio de Jesucristo según San  Juan 1,6-8. 19-28:

 1:6 Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.

1:7 Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.

1:8 Él no era la luz, sino el testigo de la luz.

1:19 Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: "¿Quién eres tú?"

1:20 Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: "Yo no soy el Mesías".

1:21 "¿Quién eres, entonces?", le preguntaron: "¿Eres Elías?" Juan dijo: "No". "¿Eres el Profeta?" "Tampoco", respondió.

1:22 Ellos insistieron: "¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?"

1:23 Y él les dijo: "Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor,  como dijo el profeta Isaías".

1:24 Algunos de los enviados eran fariseos,

1:25 y volvieron a preguntarle: "¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?"

1:26 Juan respondió: "Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen:

1:27 él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia".

1:28 Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

¿Qué obras buenas tengo que hacer para obtener la salvación eterna? (Mc 10,17). Siendo testigo de la luz (Jn 1,8).

 Estamos ya celebrando el III domingo del tiempo de adviento. En el I domingo se nos ha dicho: “Estén despiertos y vigilantes porque Uds. no saben cuándo será el día y la hora en que llegue el dueño de casa” (Mc 13,33). En el II domingo: “Yo soy la voz que clama en el desierto, preparen el camino del Señor” (Is 40,3; Mc 1,3). Hoy, Juan Bautista dice: “Yo no soy la luz, sino testigo de la luz” (Jn 1,8). Nosotros también estamos llamados a esta sagrada misión: “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra" (Mt 28, 11-20).

“Yo soy testigo de la luz” (Jn 1,8). Esta  afirmación contundente se complementa con esta cita: Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo” (Jn 1,29). Además agrega Juan y dice: “Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre el que veas descender el Espíritu, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo. Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios" (Jn 1,33-34). Luego Jesús mismo nos dice: “Yo soy la luz del mundo quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). No es lo mismo caminar en tiniebla que en la luz, como no es lo mismo estar en día que de noche.

“El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él" (Jn 11,9-10). Hay distinción clara entre el que está en la luz y en tinieblas. ¿Quién es el que está en la luz y en tinieblas? El que ha nacido en el espíritu: "El que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu” (Jn 3,5-6). San Pablo dice: “Los que han sido bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo” (Gal 3,27). “Despójense del hombre viejo, y renuévense en la mente y espíritu para revestirse del hombre nuevo encaminados a ser santos” (Ef 4,22-24). Así pues, el que se ha convertido al evangelio (Mc 1,15) es hombre nuevo. San Pablo exclama de gozo al comprender este gran misterio: “Vivo yo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20). Quien se convierte al evangelio, es sin duda el hombre testigo de la luz (Jn 1,8).

Juan Baustista exhorta tajantemente al advertir que algunos quieren bautizarse sin dejar las tinieblas: “Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan frutos de una sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. (Mt 3,7-10; Mt 7, 19). Ser bautizados nos purifica de todos los pecados, pero ejerciendo el don del bautismo en nuestra vida es como nos santificamos (Lv 11,45). Si estamos bautizados, pero no ejercemos el don de nuestra fe, seguimos siendo hombre de tinieblas no por la ineficacia del sacramento del bautismo sino por no dejarnos transformar por la fuerza del espíritu. En este sentido, Jesús mismo hace referencia al hombre que finge ser bautizado, el hombre envuelto en tinieblas (fariseos) y dice: “Son ciegos que guían a otros ciegos. Pero si un ciego guía a otro, los dos ciegos caerán en un pozo" (Mt 15,14).

El hombre convertido al evangelio (Mc 1,15) está comprometido con esta consigna: “Enseñen el evangelio a toda la creación, quien crea y se bautice se salvara y quien se resiste en creer será condenado” (Mc 16,15). ¿Cómo enseñar el evangelio? Siendo testimonio de la luz: “Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en la cima de una montaña y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así alumbre ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y por ella glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mt 15,14-16). En suma, Jesús nos recomienda ser testigo de la luz (Jn 1,8) para asegurar nuestra salvación (Mc 16,15).  

La Iglesia se conforma por cada uno de los bautizados (Gal 3,27). Y todos los bautizados seguimos al Señor quien con mucha razón nos dice: “Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá luz y vida” (Jn 8,12). Pero los que no conocen a Dios son los hijos de las tinieblas (Ef 5,5). Felizmente vivimos unos momentos en los que la Iglesia tiene mejores testigos de la luz. ¿Quién negará, por ejemplo que el Papa Francisco no está siendo el gran testigo de la luz para el mundo? ¿Qué decir de los santos que brillaron y brillan por siempre por su santidad? (Mt 22,12): San Francisco de Asís, San Antonio de Padua, Santa Clara; santa Rosa de Lima, San Martin de Porres, San Francisco Solano etc.

Dijo Jesús: “Yo soy la luz del mundo” (Mt 8,12). Y Juan lo reconoce: la luz es Él, yo soy simple testigo de la luz (Jn 1,7). Esa es también la misión de cada cristiano. No es él la luz, pero él vive iluminado por la luz de Jesús y del Evangelio y nos convertimos también nosotros en “testigos de la luz” (Jn 1,8): Somos testigos de la luz, cuando vivimos iluminados por Jesús, cuando vivimos en la verdad del Evangelio, cuando vemos a los demás como hermanos, cuando defendemos la dignidad de los hermanos, cuando amamos a los demás como a nosotros mismos y como Dios los ama (Mt 22,36). Somos testigos de la luz, cuando somos sensibles a las necesidades de los demás, cuando los demás pueden reconocer a Dios en nuestras vidas, cuando los demás se sienten iluminados en su camino. Seamos la lámpara en la que arde la mecha del Evangelio y de Jesús (Mt 5,14). Seamos testigos de la luz dejando que nuestra vida sea una Navidad. Un principio de esperanza para sí y los demás.

El Evangelio de hoy nos plantea una pregunta directa y personal a la que, de ordinario, no queremos responder. “¿Quién eres tú?” “¿Qué dices de ti mismo?”(Jn 1,19). Todos sabemos muy bien quiénes son los demás, todos sabemos muchas cosas de los otros, lo difícil es cuando alguien nos pregunta: ¿Y tú quién eres? ¿Qué dices de ti mismo? Es una pregunta que muy pocos son capaces de hacerse porque es preguntarse por su propia identidad, por su propio ser y ¿Quién se conoce realmente a sí mismo?

Respecto a la identidad, Hay Varios pasajes o citas en las que se hace referencia al tema, así tenemos por ejemplo: Los judíos lo rodearon a Jesús y le preguntaron: "¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente. Jesús les respondió: Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,24-27). Los discípulos de Juan el Bautista preguntaron a Jesús ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias, y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos. Y les respondió: Digan a Juan lo que han visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!” (Lc 7,20-23). Pero la inquietud más importante de la identidad es:

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es? Ellos le respondieron: Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas. Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy? Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella” (Mt 16,13-18;  Mc 8, 29; Lc 9, 20; Jn 6, 68-69). Y la afirmación contundente de la nueva identidad lo trae san Pablo al afirmar: “En virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. La vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20).

Así pues, nosotros mismos, cuando un día tengamos que presentarnos en el cielo, nos pedirá nuestra identidad, el Justo Juez que es Cristo Jesús (Hch 10,42): ¿Usted quién es? Si le decimos, mire yo soy el ingeniero... Él nos dirá: Yo no le he preguntado por el oficio, sino quién es. Yo ayudé a construir muchas Iglesia. Yo no le preguntado qué ha construido sino quién es usted. Soy un padre de familia. Por favor, Señor, yo no le he preguntado si tiene hijos, sino quién es. No se enfade, Señor, pero a decir verdad es lo único que sé de mí mismo.

Esto es lo que le pasó a Juan cuando los interlocutores le preguntaron: “¿Quién eres, que dices de ti mismo?” (Jn 1,19). Juan dijo: Yo no soy Elías, ni soy el profeta, yo no soy el Mesías. Pero, ¿quién demonios es usted? Yo soy el que bautiza y abre caminos al que está por venir porque en medio de vosotros hay uno a quien no conocen y al que no soy digno de desatarle la corre de sus sandalias (Jn 1,25-27). Yo no soy yo, sino que soy en relación al otro. ¿Quién soy yo? La respuesta nos la da Pablo: “Ya no soy yo, sino Cristo que vive en mí.” (Gal 2,20) Eso es ser cristianos comprometidos con la misión de anunciar el evangelio (I Cor 9,16).

¿Quien eres; el Mesías; Elías o el profeta? Quedan desorientados. Las respuestas de Juan Bautista son cada vez más breves, hasta terminar en un escueto y seco "No", que bloquea el interrogatorio y deja desorientados a los inquisidores. No se atribuye ninguna función que pueda centrar la atención en su persona. El evangelista pone en boca del Bautista la triple negación, porque las tres figuras van a ser representadas por Jesús. El Mesías, Elías y el Profeta encarnaban diversos aspectos de la salvación esperada como instrumentos del Espíritu.

"¿Quién eres?" Le piden que se defina a sí mismo. Las autoridades quieren una respuesta clara para juzgar si Juan representa un peligro; quieren saber qué pretende con su actividad. No ponen el mínimo interés por enterarse de su mensaje. Así son siempre los dirigentes: ya lo saben todo; sólo tienen que vigilar para que nadie se desmande. Se define como "la voz que grita en el desierto". Es alguien que debe ocultarse para no hacer sombra al que viene. Es la conciencia del pueblo fiel que esperaba la venida del Mesías. Juan es "la voz", Jesús es "la Palabra". Quita la palabra, ¿y qué es la voz?: un ruido vacío. La voz sin palabras llega al oído, pero no edifica el corazón. Lo que Juan Bautista está indicando es el proverbio: "Si alguien te señala el cielo, no te quedes mirando el dedo". El sólo es dedo que señala al que viene.

La actitud de Juan es la única válida para los cristianos, tanto como individuos aislados como formando comunidad. Su misión -nuestra misión- es ser testigo de la Luz o indicar la presencia de Cristo en el mundo, procurando que nuestro testimonio sea transparente, que los hombres no tropiecen en nosotros, sino que descubran el rostro de Jesús. Tampoco nosotros tenemos ninguna importancia, no tenemos influencias, pero sabemos que Jesús se encuentra entre nosotros, sabemos que está en medio de nuestro mundo.

Al identificarse con la "voz que clama en el desierto" (Is  40,3), Juan conecta con la tradición profética. Y exhorta a los dirigentes a quitar los obstáculos que ellos mismos han puesto: "Allanen el camino del Señor". El Señor va a recorrer su camino y debe encontrarlo libre. Las autoridades son las que han torcido ese camino; han impedido la liberación que el Señor quiere hacer, manteniendo al pueblo en la esclavitud de la tiniebla.

Preparar el camino al que viene requiere una actitud activa y comprometida. Con nuestro trabajo tenemos que adelantar el día del Señor. Juan es un ejemplo de creyente convencido de verdad, que trata de "ser". Su acción brotó como consecuencia de su fe adulta.

El cristiano no puede vivir fuera del mundo (Jn 17,15); vive en una sociedad en la que sabe que está presente Jesús Resucitado, aunque no sea visible (Mt 28,20). Sabe que este mundo no es el fin, sino camino que construye la futura plenitud. Pero ¿cómo vivir en el mundo haciendo camino hacia el Reino? No hay exclusiones previas, no hay normas que resuelvan a priori los problemas. Es preciso vivir en el mundo, pero sabiendo juzgar, criticar, descubrir "lo bueno". Lo dice san Pablo: "Examínenlo todo, quédense con lo bueno" (I Tes 5,21). Y el criterio sobre lo bueno es el evangelio: será bueno todo lo que conduzca hacia el Reino, hacia más amor, más justicia, más libertad, más fraternidad... para todos.

"Allanen el camino del Señor" es quitar de nosotros todo lo que no responda a ese progreso hacia el Reino. Cada uno verá qué. Y es abrirse a todo lo que nos conduzca a él. Es un examen que cada uno puede y debe hacer.

¿Sabemos rechazar lo que es obstáculo al camino? ¿Qué es lo que estamos rechazando ahora? ¿Sabemos unirnos a lo que favorece este camino, venga de donde venga? ¿En qué lo demostramos? ¿Qué nos impide aceptar el Reino? ¿Qué nos "llena" en el camino hacia él de esperanza, de ilusión, de alegría...? No olvidemos que el evangelio es un anuncio de libertad, de esa libertad que tanta falta nos hace al hombre y a la sociedad de hoy.

La presencia de Dios, realidad oculta: Aparecen los fariseos. Serán los acérrimos adversarios de Jesús a lo largo de todo el evangelio. Es el grupo de los observantes y guardianes de la ley. Se han quedado en la letra de ella y por eso son enemigos del Espíritu. Han absolutizado a Moisés y se opondrán ferozmente a Jesús. Están muy dignamente representados en nuestra Iglesia de hoy. Al no identificarse con ninguno de los personajes previsibles y pretender ser enviado por Dios, Juan parece colocarse fuera de la tradición de Israel. La pregunta que le hacen es casi una acusación: "¿Por qué bautizas?" Era el bautismo lo que provocaba la alarma de los dirigentes, porque el hecho de bautizar estaba asociado de algún modo a las tres figuras mencionadas.

El bautismo significaba sepultar el pasado para empezar una vida nueva. El bautismo de Juan pedía la adhesión a la persona del Mesías, que comportaba la ruptura con las instituciones; aparecía como símbolo de un movimiento que avivaba el descontento existente respecto a los dirigentes. Era el signo de una liberación.

Desconcertados por sus negaciones, los representantes de los dirigentes han recibido como respuesta a su insistencia un mensaje de denuncia: son ellos los que impiden la obra liberadora de Dios: "Allanen el camino". Ahora les anuncia una noticia inquietante: el Mesías no es él, pero está ya presente y va a responder a los anhelos del pueblo.

"Yo bautizo con agua". Juan es consciente de que su bautismo será seguido de otro superior, y quita importancia al suyo. El agua pertenece al mundo físico y únicamente con lo físico puede tener contacto. El bautismo con "Espíritu Santo" (Jn 1,33) penetra en el interior mismo del hombre. El agua simboliza una transformación, pero es el Espíritu el único que puede realizarla. Su bautismo no es definitivo, sino solamente preparación para recibir a un personaje que va a llegar; sólo El dará el bautismo definitivo. Juan suscita un movimiento popular, en espera de Otro.

"En medio de Uds. hay uno que no conocen". El personaje al que mira su bautismo está ya presente, pero ellos no se han dado cuenta aún de su presencia. Los fariseos están incapacitados para reconocer el Espíritu. Lo mismo todos los que son -¿somos?- como ellos.

Tampoco nosotros lo reconocemos frecuentemente, pero está en nuestra vida. Esta frase, central en el presente pasaje, sigue resonando en nuestros oídos. Y es que la presencia de Dios es y será siempre una presencia oculta. Jesús vive a nuestro lado. ¿Cómo lo reconoceremos? ¿Queremos reconocerlo de verdad? Puede ser cualquiera, puede parecerse a cualquiera.

La verdad de la encarnación de Dios es muy difícil de ser aceptada. Llegamos a creernos a duras penas que Dios se encarnó en Jesús de Nazaret. Pero todo se complica cuando vamos entendiendo que Jesús está presente en cada persona que vive en el mundo (Mt 25,31-46; He 9,4-5). Esta encarnación-presencia de Jesús en la humanidad nos oprime. Si Dios vive entre nosotros, no podemos vivir tranquilos.

Dios se ha hecho solidario con todos los hombres. Lo que se le hace a cada persona, se le hace a Dios. Estamos tan cerca de Dios como lo estamos del prójimo. Cada ser humano es Dios al alcance de nuestra mano y de nuestro corazón. Pero somos demasiado "razonables" para poder entender esto y vivirlo en consecuencia. A lo máximo que llegamos es a decirlo, a "creerlo" de palabra.

¿Cómo es posible que Dios se pueda presentar "así"? Es éste un tema importante de reflexión para todos nosotros. Nuestro Dios es terriblemente "molesto". Su presencia será siempre desconcertante, dolorosa, comprometida, una llamada a la generosidad, a la justicia, a la libertad, a la fe, al amor...

No esperemos el "juicio final" (Mt 25,31-46) para entenderlo. Dios ha venido a habitar entre nosotros (Enmanuel). Tenemos que tener mucho cuidado para descubrirlo en los acontecimientos y en las personas que nos rodean.

No solemos aceptarle tal como se nos manifiesta. Tenemos una auténtica hostilidad a la forma que tiene Dios de manifestarse en el presente: nosotros queriendo alejarlo de nuestra vida, encumbrarlo, adorarlo tranquilo en el cielo; y El siempre cercano, a nuestro lado, delante de nosotros cuando nos ponemos a caminar por su camino y detrás cuando le pedimos evidencias. Nuestro Dios no es una idea, una imaginación; es una realidad que hace daño porque nos compromete a una acción en favor de todos los hombres.

Juan afirma su inferioridad: "No soy digno de desatar la correa de su sandalia". "Esto pasaba en Betania". La localización de Betania es insegura, hasta el punto que puede dudarse haya existido una localidad de tal nombre. Sin embargo, su localización, real o simbólica, es importante en el relato evangélico: será a este lugar donde Jesús se retire al final de su vida pública (Jn 12,1).

"En la otra orilla del Jordán". No es la Betania de Lázaro y sus hermanas. Esta nos recuerda el paso del río efectuado por Josué para entrar en la tierra prometida. Para anunciar la liberación que va a realizar Jesús, Juan se coloca en un territorio que evoca esa tierra, donde el propicio la purificación para entrar a la tierra de promesas de Dios, fuera de las instituciones judías.

Las actitudes diversas que el tiempo de Adviento nos invita a vivir con intensidad, hoy se destaca una: la alegría, el gozo. De hecho, hoy es aquel domingo llamado tradicionalmente «Domingo de Gaudete», precisamente por ese tono gozoso que sobresale a lo largo de toda la celebración.

Ya en la primera lectura Isaías anuncia el retorno del exilio como una gran noticia: Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos. Ante tal perspectiva la única reacción lógica es el entusiasmo: Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo. Se trata de la misma alegría y entusiasmo que María cantó en el Magníficat, hoy propuesto como salmo responsorial, por las maravillas obradas por Dios en su persona. Y san Pablo, en el fragmento de su primera carta a los de Tesalónica que leemos hoy, acaba de remachar el clavo: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.

Así pues, la actitud de espera, de preparación, y también aquel compromiso de anuncio, de testimonio, de esta venida del Señor, han de ir acompañados de un tono gozoso, festivo, alegre, sobre todo porque sabemos reconocer que el Señor ya ha venido, y sigue viniendo cada día, y ha hecho obras grandes por nosotros, por lo que debemos estarle agradecidos, esperando que continuará haciéndose presente. Todo lo cual queda muy bien resumido en la oración colecta del día: Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo; concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante.

«La alegría es el gigantesco secreto del cristiano» .

La gran verdad es que fuera del cristianismo no hay alegría. Tan vieja como las cartas de S. Ignacio de Antioquía, que -incluso cuando ya se sabía trigo de Cristo próximo a ser molido en los dientes de las fieras- se dirigía a sus fieles deseándoles «muchísima alegría».

En el mundo también hay alegría, es cierto; pero una alegría falsa y poco duradera. Alegría es el reclamo que coloca el mundo ante las diversiones más estúpidas o menos dignas. La fuente de nuestra perenne alegría debe brotar más hondo: la alegría viene de un fondo de serenidad que hay en el alma.

El motivo de nuestra alegría es porque Dios está cerca y porque viene a nosotros como Salvador, como Libertador (Ver Antífona de entrada). Aquí está la raíz de nuestra alegría: en que hemos sido rescatados del poder del maligno y trasladados a un mundo inundado por la gracia. En que Dios se ha hecho de nuestra carne y de nuestra sangre. En que su madre es nuestra madre y su vida es nuestra vida. En que somos pequeños y miserables, y llenos de defectos, para que en nosotros resplandezca el poder y la misericordia de Dios.

Toda la vida áspera y dura del Bautista está comprendida humanamente por dos soledades: la soledad del desierto y la soledad de la prisión, pero la revelación se encarga de dejar bien claro que el eje auténtico de la vida del Precursor se apoya en dos nota de júbilo y de alegría. Dice su madre Isabel: «Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo saltó de gozo el niño en mi seno» (Lc 01,44). «El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría que ha alcanzado su plenitud» (Jn 03,29).

“En medio de Uds. hay uno que no conocen». El personaje al que mira su bautismo está ya presente, pero ellos no se han dado cuenta aún de su presencia. Los fariseos están incapacitados para reconocer el Espíritu. Lo mismo todos los que son -¿somos?- como ellos.

Tampoco nosotros lo reconocemos frecuentemente, pero está en nuestra vida. Esta frase, central en el presente pasaje, sigue resonando en nuestros oídos. Y es que la presencia de Dios es y será siempre una presencia oculta. Jesús vive a nuestro lado.

¿Cómo lo reconoceremos? ¿Queremos reconocerlo de verdad? Puede ser cualquiera, puede parecerse a cualquiera. La verdad de la encarnación de Dios es muy difícil de ser aceptada. Llegamos a creernos a duras penas que Dios se encarnó en Jesús de Nazaret. Pero todo se complica cuando vamos entendiendo que Jesús está presente en cada persona que vive en el mundo (Mt 25,31-46; He 9,4-5).

Esta encarnación-presencia de Jesús en la humanidad nos oprime. Si Dios vive entre nosotros, no podemos vivir tranquilos. Dios se ha hecho solidario con todos los hombres. Lo que se le hace a cada persona, se le hace a Dios. Estamos tan cerca de Dios como lo estamos del prójimo. Cada ser humano es Dios al alcance de nuestra mano y de nuestro corazón.

Pero somos demasiado «razonables» para poder entender esto y vivirlo en consecuencia. A lo máximo que llegamos es a decirlo, a «creerlo» de palabra. ¿Cómo es posible que Dios se pueda presentar «así»? Es éste un tema importante de reflexión para todos nosotros. Nuestro Dios es terriblemente «molesto». Su presencia será siempre desconcertante, dolorosa, comprometida, una llamada a la generosidad, a la justicia, a la libertad, a la fe, al amor...

No esperemos al «juicio final» (Mt 25,31-46) para entenderlo. Dios ha venido a habitar entre nosotros. Tenemos que tener mucho cuidado para descubrirlo en los acontecimientos y en las personas que nos rodean.

PREPARACIÓN INTERIOR SIENDO HOMBRE NUEVOS (Col 3,9): Finalmente, tendremos que invitar a todos a intensificar la preparación personal. La Navidad ya está cerca, y todos corremos el riesgo de quedar atrapados por el trajín de los días previos a las fiestas. Hemos de dedicar un tiempo a la dimensión interior, espiritual, a la oración, para poder vivir y saborear de verdad lo que estamos a punto de celebrar. Tal como afirmaba san Pablo en la segunda lectura de hoy: Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo.


domingo, 3 de diciembre de 2023

DOMINGO II DE ADVIENTO – B (10 de Diciembre del 2023)

 DOMINGO II DE ADVIENTO – B (10 de Diciembre del 2023)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 1,1-8:

1:1 Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios.

1:2 Como está escrito en el libro del profeta Isaías: Mira, yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino.

1:3 Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos,

1:4 así se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.

1:5 Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.

1:6 Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:

1:7 Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias.

1:8 Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo". PALABRA DEL SEÑOR.

 REFLEXIÓN

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien en el Señor.

"Dios tiene mucha paciencia porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan" (II Pe 3,9). "Hablen al corazón de Jerusalén: Díganle que su culpa está pagada". Nos está hablando de la misericordia de su corazón. Dios está conmovido. No quiere el castigo del pecador, sino su arrepentimiento (Ez 33,11). El Dios de misericordia que no condena, ni reprocha, ni nos hace mala cara, viene en busca de la oveja perdida.

 Predicaba Juan Bautista en el desierto de Judea, que se convirtieran Marcos 1,1, como lo tenía que hacer el heraldo del Señor desde lo alto de un monte, del segundo Isaías, "Preparen un camino al Señor" con una conversión sincera: Convertirse es cambiar de actitud, retornar a Dios, que comporta arrepentimiento, enmienda, reconciliación con Dios y con los hermanos. "Allanen los senderos", para que su viento y su brisa encuentren el paso libre. Paso de la soberbia a la humildad, de la ira a la paciencia, del egoismo a la misericordia, gratitud y compasión; de la lujuria a la castidad; de la rebeldía a la observancia y obediencia, y del querer siempre tener razón, a la afabilidad con los hermanos. Decía santa Teresa: "cuanto más santas, más conversables con las hermanas".
El Evangelio de Marcos empieza así: Comienzo del Evangelio de Jesús, el Cristo, Hijo de Dios (Mc 1,1). Todo tiene un principio, también la Buena Noticia de Dios que Jesús nos comunica. El texto que nos proponemos meditar nos muestra cómo Marcos buscó este comienzo. Cita a los profetas Isaías y Malaquías y menciona a Juan Bautista, que preparó la venida de Jesús. Marcos nos muestra así que la Buena Noticia de Dios, revelada por Jesús, no ha caído del cielo, sino que viene de lejos, a través de la Historia. Y tiene un precursor, uno que ha preparado la venida de Jesús. También para nosotros, la Buena Noticia nos llega a través de las personas y los acontecimientos bien concretos que nos indican el camino que lleva a Jesús. Por esto, al meditar el texto de Marcos, conviene no olvidar esta pregunta: “A lo largo de la historia de mi vida, ¿quién me ha indicado el camino hacia Jesús?” Y una segunda pregunta: “¿He ayudado a alguno a descubrir la Buena Noticia de Dios en su vida? ¿He sido el precursor para alguno?”

Comentario del texto: Marcos 1,1: Comienzo del Evangelio de Jesús, Hijo de Dios
En la primera frase de su Evangelio, Marcos dice: Comienzo del Evangelio de Jesucristo, ¡Hijo de Dios! (Mc 1,1). Al final del Evangelio, en el momento de la muerte de Jesús, un soldado romano exclama: ¡Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios! (Mc 15,39). Al principio y al final está este título de Hijo de Dios. Entre el principio y el final, a lo largo de las páginas del evangelio, Marcos aclara cómo debe ser entendida y anunciada esta verdad central de nuestra fe: Jesús es el Hijo de Dios.

Juan el Bautista se presento en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados" ( Mc 1,4). Pero, al ver que venían muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: “Raza de víboras, ¿quién les ha enseñado a huir de la ira de Dios? Den, pues, frutos de  sincera conversión, y no crean que basta con decir: Tenemos por padre a Abraham.  Porque les digo que Dios puede de estas piedras dar hijos a Abraham” (Mt 3,7-9). La gran tentación de hoy para el hombre es: Que si toca o no del árbol prohibido (Gn 2,16) le da igual. Perdió el sentido del bien y del mal. "Le da igual ir al cielo o infierno". De ahí que preguntan a Jesus: ¿Por que dicen que primero vendrá Elias? Jesús les dijo que Elias ya vino y no lo reconocieron e hicieron lo que quisieron con el, así también harán sufrir al Hijo del hombre (Mt 17,10). 

“La Ley y los Profetas llegan hasta Juan. Desde entonces se proclama el Reino de Dios, y todos tienen que esforzarse para entrar en él” (Lc 16,16). Y para entrar o ser parte del Reino de Dios es indispensable el bautismo. Jesús dijo a Nicodemo: "Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. (Jn 3,5). Además, se nos dijo: "Que todos los pueblos sean mis discípulos bautizándolos en el nombre del padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19).

 El Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo, elementos constitutivos de la misión (trabajo evangelizador de la Iglesia)  y una misión efectiva suscita la salvación tal como Jesús mismo nos indica al decir: "Id por todo el mundo y proclamen el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará y quien se resiste en creer será condenado" (Mc 16, 15-16). El Bautismo es el primero y principal sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (Rm 4, 25), a fin de que "vivamos también una vida nueva" (Rm 6, 4). En el momento en que hacemos nuestra primera profesión de fe, al recibir el santo Bautismo que nos purifica, es tan pleno y tan completo el perdón que recibimos, que no nos queda absolutamente nada por borrar, sea de la pecado original, sea de cualquier otra cometida u omitida por nuestra propia voluntad, ni ninguna pena que sufrir para expiarlas. 

 La eficacia del Bautismo nos encamina a la santidad (Lv 11,45). Pero hay que tener en cuenta que no nos libra de las debilidades de nuestra naturaleza humana (Concupiscencia= efectos del pecado original) que tenemos que afrontar después del bautismo. Nosotros tenemos que combatir los movimientos de la concupiscencia que no cesan de incitarnos al mal" (NC Nº 977-978). Al respecto San Pablo dice: “No entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que no quiero” (Gal 5, 17). “Sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí” (Rm 7,18-19). “Cada uno es probado por su propia concupiscencia que le arrastra y le seduce. Después la concupiscencia, cuando ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, una vez consumado, engendra la muerte” (Stg 1,14-15).

El Señor delego a la Iglesia en sus ministros consagrados la misión de administrar los sacramentos como el bautismo y la reconciliación al decir: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". (Mt 16,18-19). Por medio del sacramento del bautismo la Penitencia, el bautizado configura con Jesús y se reconcilia con Dios y con la Iglesia

Hoy, segundo domingo de adviento: “Juan el Bautista se presentó en el desierto, proclamando el bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Mc 1,4). Luego recalca: “Detrás de mí viene el que es más poderoso que yo, ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo" (Mc 1,7-8). Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo” (Jn 1,29-30). “Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, él me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu  y que permanece sobre él, este es el que bautiza con el Espíritu Santo” (Jn 1:33). “Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios" (Jn 1,34).

Para comprensión mejor el evangelio de hoy, recordemos aquella cita donde Jesús nos dice: “Salí del Padre y viene al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre” (Jn 16,28). En la primera venida el Hijo de Dios viene como cualquiera de nosotros: De las entrañas de una mujer: (Lc 1,26-38). Este misterio de la encarnación del Hijo de Dios (Jn 1,14) celebraremos en la navidad y para ello nos preparamos en este tiempo de adviento, tiempo de espera. ¿Para qué vino el Hijo de Dios? Para invitarnos al reino de Dios, es la misión del Hijo, por eso al inicio de su vida pública nos dice: “El tiempo se ha cumplido, y el Reino de Dios está cerca conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Pero, también más luego a la pregunta de los fariseos ¿Cuándo llegaría el Reino de Dios. Jesús respondió: El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: Está aquí o Está allí. Porque el Reino de Dios está entre ustedes" (Lc 17,20-21). Además Jesús agrega: “Si yo expulso a los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20). Jesús es el despliegue del Reino de Dios y entrar o estar en el reino de Dios es estar Con Dios: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros" (Mt 1,23).

A diferencia del domingo anterior en el que hemos resaltado la actitud de espera a la segunda venida del Hijo en su estado glorioso (Mc 13,33.35.37), que será para premiarnos (Mt  16,27). Hoy resaltamos su primera venida en su naturaleza humana (Jn 1,14), que será para invitarnos al Reino de Dios, para eso tenemos que bautizarnos: “Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a Juan Bautista, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados” (Mc 1,5). Pero el bautismo tiene elementos como requisitos que cumplir, así por ejemplo se nos dice: Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras,  ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca?  Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham” (Mt 3,7-9).

El año pasado tuvimos como hilo conductor en nuestras reflexiones la cita: “Un hombre preguntó al Señor: ¿Qué obras buenas debo hacer para conseguir la Vida eterna?” (Mt 19,16). Este año también reiteramos esta inquietud: “Un hombre corrió hacia Jesús y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?" (Mc 10,17). Como es de ver, el tema recurrente es la salvación. En el inicio del adviento y durante el año iremos preguntándonos ¿Qué he de hacer o hemos de hacer para obtener la vida eterna? El domingo anterior se nos ha dicho que: “Tengan cuidado y estén vigilantes, porque no saben cuándo llegará el momento” (Mc 13,33). Hoy nos dice que para obtener nuestra salvación debemos entrar o ser parte del Reino de Dios. ¿Cómo se es parte del reino de Dios? Bautizándonos y para  el bautismo hace falta nuestra sincera conversión (Mt 3,7). Y este tiempo de adviento es tiempo propicio para renovar nuestro bautismo mediante el sacramento de la reconciliación.

Hay que tener en cuenta sobre aquella cita: “Las necias dijeron a las prudentes: ¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan? Pero estas les respondieron: No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado. Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: "Señor, señor, ábrenos, pero él respondió: Les aseguro que no las conozco. Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora” (Mt 25,8-13). Debemos estar bautizados todos, eso es importante, pero luego debemos ejercer el don del bautismo en nuestra vida. Si no  somos creyentes comprometidos con nuestra fe en la Iglesia, seremos como las mujeres necias que tenemos lámparas pero las tenemos apagadas. Y si tenemos apagadas la luz de la fe, no podremos entrar en el banquete de boda del cordero (cielo). Pero, ¿no basta ser bautizados? El bautismo es importante, pero luego hay que practicar o ejercer la fe. Las mujeres necias tienen lámparas pero no tiene aceite y no alumbra.

"Quien se bautice se salvara" (Mc 16,15). El primer  efecto del bautismo es la destrucción del pecado y el hombre arrancado del pecado y acompañado de sus obras de caridad tiene a su favor la salvación. Se ve claramente ya en el A.T. y en numerosos textos bíblicos donde se afirma que los pecados son borrados, quitados, lavados, purificados: “Yo soy, yo mismo soy el que borro tus iniquidades... y no me acordaré de tus pecados” (Is 43,25); “Hagan, penitencia y conviértanse, para que sean borrados sus pecados (He 3,19). La justificación misma que no es sólo remisión de los pecados;  sino que la justificación arranca al hombre del pecado".

El segundo efecto del bautismo es la conversión "pone" algo en el alma. La Sagrada Escritura lo afirma diciendo que se trata de una renovación interior del hombre: “Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo. Arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios. Los salvaré de todas sus impurezas” (Ez 36,26-29).

En dos ocasiones emplea san Pablo la imagen del cambio de vestidura para referirse a la conversión (transformación) que actúa el Espíritu Santo en el hombre: “Han sido encaminados conforme a la verdad de Jesús a despojarse, en cuanto a su vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de su mente, y a revestirse del hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4,20-24; Col 3,9-10).

El Apóstol toma de la escatología judía este tema del hombre viejo y el hombre nuevo para expresar la transformación que supone en el hombre la nueva vida en Cristo. El «hombre nuevo» es como el prototipo de una nueva humanidad recreada por Dios en Cristo (Ef 2,15). Constituye el centro de la nueva creación (2 Co 5,17; Ga 6,15) que Cristo ha obtenido restaurando con su sangre todas las cosas desordenadas por el pecado (Col 1,15-20). Si el hombre viejo representa a la humanidad creada a imagen de Dios pero condenada después por desobediencia a la esclavitud del pecado y de la muerte (Rm 5,12), el hombre nuevo es el hombre recreado en Cristo, que ha recuperado la imagen de su Creador (Col 3,10).

Tanto esta contraposición como la anterior describen dos órdenes existenciales e históricos: «El hombre viejo o deteriorado por el pecado es el que procede de Adán, creado por Dios del barro de la tierra, e inclinado al barro tras el pecado. El hombre nuevo es el recreado por la acción del Espíritu a imagen de Cristo. Un linaje viene por la carne y trae consigo las limitaciones de la carne; está realmente sometido a la concupiscencia, al dolor y a la muerte. El otro linaje viene por el Espíritu y trae consigo la Fuerza del Espíritu. El orden de la carne o puramente animal es realmente terreno y mortal; el del Espíritu lleva un principio real y eficaz de resurrección». Nos encontramos ante dos linajes o dos modos de vida: el de la carne y el del espíritu; el del hombre viejo y el hombre nuevo.

San Pablo dice: “Uds. aprendieron de Jesús que es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo, que se va corrompiendo dejándose arrastrar por los deseos engañosos, para renovarse en lo más íntimo de su espíritu y revestirse del hombre nuevo, en la justicia y en la verdadera santidad” (Ef 4,22-24). El tema del hombre viejo y hombre nuevo proviene de la escatología judía; y  el del hombre exterior e interior es de origen griego. Esta segunda contraposición completa la primera haciendo referencia más concretamente a la pugna que existe dentro del mismo hombre que recibe al Espíritu. Ese combate entre el cuerpo pasible y mortal y la parte racional del hombre, es una ley de experiencia que el mismo Apóstol sufre (Rm 7,21-23).

Juan Bautista nos dice: “Detrás de mí viene el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo” (Mc 1,7-8). La actuación del Espíritu se inicia en el interior del hombre y transforma por completo el ser del hombre. El hombre interior se relaciona con lo íntimo del hombre transformado por el Espíritu Santo: es el hombre nuevo en Cristo; en contraste con él aparece el hombre exterior, lo que queda del hombre viejo caduco y mortal, con la concupiscencia inclinada hacia las cosas de este mundo. Mientras el hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se renueva día tras día (2 Co 4,16), anticipando la completa realización de la nueva humanidad en camino hacia la santidad.

Si ya estamos convertidos, San Pablo nos exhorta: “Déjense conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren” (Gal 5,16-17). Quien vive guiado por el espíritu no da lugar a la apetencia de la carne, y el que vive según la carne vive en: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios” (Gal 5,19-21). Pero si vivimos guiados por e espíritu, entonces viviremos en: “Amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está de más, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos” (Gal 5,22-24). Quienes vivimos en estos principios ya somos hombre nuevos y hemos entrado a ser parte del Reino de Dios porque llevando la vida de santidad somos como san Pablo bien nos dice: “Vivo yo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20).

Para ser perseventes en la vida de santidad no olvidemos el consejo del Señor: “Estén despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está fuerte, pero la carne es débil" (Mt 26,41). El tiempo adviento es tiempo de renovar nuestro compromiso, tiempo de oración, penitencia y reconciliación. Es tiempo de reabastecernos de aceite y tener encendida las lámparas, tiempo nuevo o tiempo de conversión.

domingo, 26 de noviembre de 2023

DOMINGO I DE ADVIENTO – B (03 de Diciembre del 2023)

 DOMINGO I DE ADVIENTO – B (03 de Diciembre del 2023)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 13,33-37:

13:33 Tengan cuidado y estén vigilantes, porque no saben cuándo llegará el momento.

13:34 Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela.

13:35 Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana.

13:36 No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos.

13:37 Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén vigilantes!. PALABRA DEL SEÑOR.

 REFLEXIÓN

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien en el Señor.

¿Cómo saber si estamos dormidos o despiertos? Nuestros desatinos e indiferencias indican que estamos en tinieblas, urge despertar del sueño de la mediocridad con la vigilancia en la oración. “Oren para no caer en la tentación” (Mt 26,41). Orar o rezar es encender la luz en la noche. La oración nos despierta de la tibieza de una vida horizontal, eleva nuestra mirada hacia lo alto, nos sintoniza con el Señor. La oración permite que Dios esté cerca de nosotros y nosotros cerca de él; por eso, nos libra de la soledad y nos da esperanza. La oración oxigena la vida: así como no se puede vivir sin respirar, tampoco se puede ser cristiano sin rezar. Y hay mucha necesidad de cristianos que velen por los que duermen, de adoradores, de intercesores que día y noche lleven ante Jesús, luz del mundo, las tinieblas de la historia. Rezar con amor, he aquí la vigilancia. Cuando la Iglesia adora a Dios sirviendo al prójimo con amor, no vive en la noche. Aunque esté cansada y abatida, camina hacia el Señor que es nuestra luz (Jn 8,12).

Empezamos el tiempo de Ad-viento. "El tiempo de Adviento tiene un doble carácter: es, en efecto, tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida de Dios a los hombres, y a la vez es un tiempo en que, por aquel recuerdo, las mentes se orientan hacia la expectación de la segunda venida, al fin de los tiempos. Por este doble motivo, el tiempo de Adviento aparece como un tiempo de devota y gozosa espera"

Ambos aspectos se contienen en todo el tiempo de Adviento, pero hay una primera parte del Adviento en la que predomina la expectación de la segunda venida de JC y una segunda parte en la que pasa a primer término la esperanza navideña.

Los dos prefacios de Adviento lo sugieren. El primero da como tema de nuestra acción de gracias el que Cristo, cuando vino por vez primera, humilde y semejante a los hombres, nos abrió el camino de la salvación eterna, "para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria..., podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar"; el motivo del segundo es "Cristo, Señor nuestro. A quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres. El mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento".

El adviento no sólo es preparación para la venida; él mismo es Venida, Advenimiento. La conmemoración de la venida humilde hace esperar la gloriosa, y no sólo esperarla, sino celebrarla. Especialmente en este primer domingo, que es el gran domingo del Adviento.

La liturgia y especialmente la Eucaristía, hace presente todos los misterios de Cristo. No sólo los ya realizados históricamente (nacimiento, pasión, muerte, resurrección), sino el último no realizado aún: la venida gloriosa. En la profesión de fe de cada domingo decimos que "de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos". En la aclamación de después de la consagración clamamos: "¡Ven, Señor Jesús!". Después del Padrenuestro, en que hemos pedido la venida del Reino, el sacerdote añade:"...mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo". Todos nos quejamos de la superficialidad sentimental de nuestra Navidad. Hacemos el belén con ilusión y lo desmontamos con tristeza, porque no nos ha dejado huella, como las estaciones que se suceden. La Navidad será seria si el Adviento lo ha sido, y el Adviento lo será si nos tomamos en serio la venida del Señor. No con miedo, sino esperándolo como Salvador: "Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación".

"Estén vigilantes, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana" (Mc 13,35). ¿A que vendrá? A separar a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: "Vengan, benditos de mi Padre, reciban la herencia del Reino porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era forastero, y me acogieron… cada que lo hicieron con unos de is hermanos pobres conmigo lo hicieron… a los de su izquierda: apártense de mi malditos…” ( Mt 25,32ss).  Esto amerita juicio.

¿Cuándo será eso? De ese momento crucial que, está por venir, nos habla hoy el evangelio: (Mc 13,33-37): al exhortarnos: “Estén vigilantes, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana” (Mc 13,35). Hay que tener las lámparas encendidas ( Mt 25,10). ¿No han podido velar una hora conmigo? Velen y oren, para no caer en la tentación; porque el espíritu es fuerte, pero la carne es débil.” (Mt 26,41-42).

Con este primer domingo de adviento comenzamos el año nuevo litúrgico, ciclo B ya que el año que pasó el ciclo A hemos leído el Evangelio de San Mateo, el evangelio más amplio de todos (28 capítulos), en este año nuevo litúrgico (2024) que es el ciclo B, leeremos y reflexionaremos el evangelio de san Marcos (16 capítulos). El pasaje escogido para este primer domingo de Adviento es la conclusión del discurso final de Jesús, en el cual los discípulos son invitados a la perseverancia en la espera de la venida del Hijo: “Tengan cuidado y estén vigilantes, porque no saben cuándo llegará el momento” (Mc 13,33). ¿Esperar vigilante el momento de qué?: Tres citas nos sitúan en la respuesta: “Salí del Padre, vine al mundo; dejo el mundo y vuelvo al Pare” (Jn 16,28).  “Cuando vaya y les preparado un lugar en la casa de mi Padre, volveré por Uds. y los llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estén también ustedes” (Jn 14,3). “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,27). ¿En qué consiste el pago? En estar con Dios. Y para estar con Dios hay que estar en vigilia, con las lámparas encendidas (Mt 25,10). Ejercer la fe poniendo en práctica las enseñanzas del Señor (Mt 7,24).

El año pasado tuvimos como hilo conductor de nuestras reflexiones esta cita: “Un hombre preguntó al Señor: "¿Qué obras buenas debo hacer para conseguir la Vida eterna?” (Mt 19,16). Este año también reiteramos esta inquietud: “Un hombre corrió hacia Jesús y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?" (Mc 10,17). Como es de ver, el tema recurrente es la salvación. En el inicio del adviento y durante el año iremos preguntándonos ¿Qué he de hacer o hemos de hacer para obtener la vida eterna? Ahora se nos ha dicho que: “Tengan cuidado y estén vigilantes, porque no saben cuándo llegará el momento” (Mc 13,33).

“Salí del Padre y viene al mundo” (Jn 16,28). Recordemos que, en la primera venida el Hijo Dios viene como cualquiera de nosotros: De las entrañas de una mujer: (Lc 1,26-38). Este misterio de la encarnación del Hijo de Dios (Jn 1,14) celebraremos en la navidad y para ello nos preparamos en este tiempo de adviento, tiempo de espera. 

¿Para qué vino el Hijo de Dios? Para invitarnos al reino de Dios, es la misión del Hijo, por eso al inicio de su vida pública nos dice: “El tiempo se ha cumplido, y el Reino de Dios está cerca conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Pero, también más luego a la pregunta de los fariseos ¿Cuándo llegaría el Reino de Dios. Jesús respondió: El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: Está aquí o Está allí. Porque el Reino de Dios está entre ustedes" (Lc 17,20-21). Además Jesús agrega: “Si yo expulso a los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20). Jesús es el despliegue del Reino de Dios y entrar o estar en el reino de Dios es estar Con Dios: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros" (Mt 1,23).

Después de la misión (“Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre”: Jn 16,28). Jesús vuelve al Padre después de cumplir su misión (Jn 19,30), dando su vida en la Cruz (Lc 23,46). Resucita al tercer día (Lc 24,46). Se despide y dice: “No se pongan tristes. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes” (Jn 14,1-3). Nos dice: “Volveré por Uds.” Nos anuncia su segunda venida. Pero la segunda venida ya no será como en la primera venida. Al respecto dice el Señor:   “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y pagará a cada uno de acuerdo con su trabajo” (Mt 16,27). ¿En qué consiste la paga? Estar con Dios para siempre:

“Mientras las mujeres necias fueron a buscar aceite, llegó el esposo a media noche: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: Señor, señor, ábrenos, pero él respondió: Les aseguro que no las conozco. Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora” (Mt 25,10-13). Ahora nos reiteró: “Tengan cuidado y estén vigilantes, porque no saben cuándo llegará el momento” (Mc 13,33). Como vemos; este domingo en el inicio del tiempo de adviento el evangelio nos sugiere preguntarnos ¿Cómo esperar la venida o llegada del Señor? A esta inquietud es lo que responde el evangelio de hoy Mc 13,33-37.

La “venida” del Señor que en griego significa “Parusía” y del que San pablo hace amplia referencia, así por ejemplo nos lo dice: “Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser: espíritu, alma y cuerpo. Hasta la Parusía (Venida) de nuestro Señor Jesucristo” (I Tes 5,23). La Parusía se ve como el “retorno” del Señor. Esto se comprende bien en el pasaje de hoy, donde se habla del retorno de un dueño de casa que se ha ido de viaje después de haberle confiado a sus servidores diversos encargos (Mc 13,34). Pero hay una realidad más profunda detrás de este lenguaje simbólico. Se trata del hecho de vivir con confianza y perseverancia, apoyándose en la fidelidad de Dios, quien tiene el rostro de Jesús, el Hijo de Dios y Señor de la historia. Los cristianos no esperamos el “regreso” del Señor resucitado, sino que vivimos en la espera de su venida. Con este tema, damos el primer paso firme en nuestro itinerario del Adviento, tiempo de espera en vigilia.

El episodio Mc 13,33-37 nos ubica en la última gran lección de Jesús a sus discípulos. En el evangelio de Marcos, además de todas las enseñanzas que se encuentran dispersas por toda la obra, solamente hay dos grandes discursos de Jesús: el “discurso en parábolas” a la orilla del lago (Mc 4,3-32) y el llamado “discurso escatológico” en el monte de los Olivos (Mc 13,5-37). El pasaje de hoy, es la conclusión del último discurso. La palabra que resalta es: “¡estar vigilantes!”. Estamos, ante una enseñanza fundamental del discipulado y este es el hilo conductor del evangelio de Marcos: El discípulo que está en vela. En efecto, los discípulos deben estar vigilantes ante los peligros externos (los falsos profetas, la persecución Mt 10,19.22) y los peligros internos (perder de vista al Señor).

Al llegar a la última parte del discurso (Mc 13,28-37), Jesús cuenta dos parábolas: comienza con la parábola de la higuera (Mc 13,28-32) y termina con la parábola del patrón ausente (Mc 13,33-37). El tema de estas parábolas es la venida del Hijo del hombre. Las imágenes nos ponen ante situaciones de ausencia, pero ausencia eventual, en la expectativa del regreso: cuando se asoman las ramas tiernas de la higuera el verano todavía no ha llegado, pero se sabe que vendrá irremediablemente (Mc 13,28-32); cuando los empleados están encargados de la casa, el patrón todavía no está presente, pero a su tiempo él llegará para pedirles cuentas (Mc 13,33-37). Así se retoma la inquietud de los cuatro discípulos, Pedro, Santiago y Juan, quienes observando la belleza del Templo y ante la advertencia del Maestro de que éste llegaría a su fin, solicitaron: “Dinos cuándo sucederá eso, y cuál es la señal de que todas estas cosas están para cumplirse” (Mc 13,4). Jesús respondió: “De aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sólo el Padre” (Mc 13,32).

Con esta idea comienza el pasaje que vamos a considerar: no se sabe el tiempo de la “venida”. A los discípulos se les dice: “porque ignoran cuándo será el momento… porque no saben cuándo viene el dueño de la casa” (Mc 13,33.35). A la luz de esta realidad se fijan las posturas  para el discipulado: ¿cuál debe ser su actitud en el tiempo de la espera?

“Estén atentos y vigilantes, porque no saben cuándo será el momento” (Mc 13,33). Todo el discurso está atravesado por este tipo de llamadas de atención. Esta es la cuarta y última vez que Jesús lo dice: “Miren que nadie les engañe” (Mc 13,5); “Mírense Uds mismos” (Mc 13,9); “Miren que los he advertido” (Mc 13,23); “Estén atentos…” (Mc 13,33). Y la manera concreta de ejercitar la atención en medio de las convulsiones de la historia y de la expectativa de la venida del Hijo del hombre es la vigilancia: “¡Vigilen!”.  Los discípulos deben percibir con mirada lúcida y aguda la venida del Señor en este tiempo en que no saben “cuándo será el momento”. ¿Qué es lo que Jesús pide en el mandato “velen”?

Hasta que el Hijo del hombre no regrese triunfante al final de los tiempos para reunir a los elegidos, los discípulos no pueden bajar la guardia, deben estar siempre sobrios y vigilantes. En el contexto del pasaje, “velar” significa reconocer continuamente que uno es siervo y que tiene una responsabilidad con el patrón, que la vida de uno debe estar concentrada en función del encargo recibido y que hay que conducir un estilo de vida acorde con este comportamiento.

El Adviento es una gran vigilia en el que aprendemos a afrontar “la noche”: Los cristianos al esperar la venida de Jesús, el Señor resucitado, vivían con mayor intensidad esta espera, siempre estaban en tiempo de Adviento. Pero la vigilia tiene un gran valor espiritual. La “vigilia” no es un paliativo para olvidarse de los miedos o las preocupaciones de cada día. Todo lo contrario, la noche representa el tiempo de la crisis que provoca la soledad, que reaviva los temores y las angustias. La vigilia tiene aspectos y significados diversos: hay quien vela porque no consigue encontrar el equilibrio y la serenidad del sueño; también hay quien vela porque tiene una tarea urgente para el día siguiente y no cuenta con más tiempo; hay quien vela porque está en una fiesta hasta el amanecer. Hay padres de familia que velan esperando al cónyuge o al hijo fuera de casa; hay personas que velan esperando la muerte de un agonizante; hay quien vela porque está enfermo; hay quien vela trabajando por los demás.

El Señor nos aconseja: “Estén despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está fuerte, pero la carne es débil" (Mt 26,41). San Pablos nos lo dice así: “Ustedes, hermanos, no viven en las tinieblas para que ese Día los sorprenda como un ladrón: Todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día. Nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas. No nos durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos despiertos y seamos sobrios. Los que duermen lo hacen de noche, y también los que se emborrachan. Nosotros, por el contrario, seamos sobrios, ya que pertenecemos al día: revistámonos con la coraza de la fe y del amor, y cubrámonos con el casco de la esperanza de la salvación” (I Tes 5,4-8).

domingo, 19 de noviembre de 2023

DOMINGO XXXIV – A (26 de Noviembre de 2023).

DOMINGO XXXIV – A (26 de Noviembre de 2023).

Proclamación del Santo evangelio según san Mateo 25,31-46:

25:31 Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso.

25:32 Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,

25:33 y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a la izquierda.

25:34 Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: "Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo,

25:35 porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron;

25:36 desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver".

25:37 Los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?

25:38 ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos?

25:39 ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?"

25:40 Y el Rey les responderá: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo".

25:41 Luego dirá a los de la izquierda: "Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles,

25:42 porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber;

25:43 estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron".

25:44 Estos, a su vez, le preguntarán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?"

25:45 Y él les responderá: "Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo".

25:46 Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna" PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien:

"(A los de su derecha) Vengan, benditos de mi Padre... Porque tuve hambre y me dieron de comer... Cada vez que lo hicieron con uno de estos hermanos míos pobre, lo hicieron conmigo... (A los de su izquierda): Apártense de mí... Porque tuve hambre y no me dieron de comer… Cada vez que no lo hicieron con uno de estos mis hermanos pobres, dejaron de hacerlo conmigo. Estos irán al (Infierno) castigo eterno y los justos a la vida eterna (Cielo)” Mt 25,31-46). Con esta sentencia termina el ciclo litúrgico. ¿Quienes son los justos? “La justicia consiste en poner en práctica todos mandamientos nuestro Dios” (Dt 6,25). "Quien vive en el amor, cumple con toda la ley" (Rm 13,10).

Durante todo el año hemos seguido el evangelio de san Mateo. Hoy es el último domingo: y también su lectura es como el resumen de toda su Buena Noticia: Cristo como Juez y Rey Universal, y el AMOR AL HERMANO como tema de la confrontación de cada hombre con Él. EL AMOR es, pues, el resumen de todo el Evangelio. Durante todo este año nos hemos dedicado a entender las mil facetas del Reino de Dios, Reino cuya máxima manifestación fue la persona y la obra de Jesucristo quien por a mor la humanidad entrego su vida y nos redimió. El Evangelio, a su vez, no solamente nos invita a cerrar este año litúrgico viendo a Jesucristo, Rey del universo, sino también a mirar la historia desde su final, ese punto omega en que cada hombre se encontrará en completa desnudez consigo mismo y con sus obras, reflejando su vida en la de Jesucristo.

¿Qué nos dirá a nosotros Jesús: "Vengan, benditos de mi Padre" o "Apártense de mí, malditos?" Y preguntémonos: ¿Damos de comer a los que pasan hambre? ¿Acogemos a los forasteros? ¿Visitamos a los enfermos? ¿Visitamos a los presos y tenemos verdadera compasión?

Una acogida concreta, de hecho; todo el juicio está construido en torno a la contraposición entre "hacer y no hacer; amar y no amar”. Nos parece volver a escuchar el discurso de la montaña (Mt 5,7. 21-23). Es la tesis habitual predilecta de Mateo: lo esencial de la vida cristiana no es decir, y ni siquiera confesar a Cristo de palabra, sino practicar el amor concreto entre los pobres, a los extraños y a los oprimidos. Esta es la voluntad de Dios. Esta es la vigilancia.

Este Pastor "juzgará entre oveja y oveja" como nos anuncia el Profeta. Y precisamente este juicio es el que nos va a describir el propio JC mediante una parábola de la que, como en todas las parábolas, hemos de procurar, por encima de la anécdota, descubrir el mensaje y sus exigencias.

El examen no va a ser sobre el significado del amor, aunque no se pronuncie esa palabra. La traduce en seis actitudes que concretan el vivir en el amor amar (Rm 13,10). Asombra que no se haga en ellas ni una sola alusión a conductas específicamente religiosas o cultuales. Cada uno es declarado justo o es rechazado según haya servido con amor a los demás o se haya evadido de hacerlo. Jesús invita a los de la derecha a entrar en posesión del reino a causa de sus obras en favor de sus hermanos por ende en favor suyo, al haberse hecho él solidario de todos los que tienen alguna necesidad de ayuda.

 “Salí del Padre y vine al mundo” (Jn 16,28) ¿A qué vino el Señor? A instituir el Reino de Dios: “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Luego dice: “Volveré  para llevarlos conmigo” Pero, para estar con Él, hemos de ser evaluados sobre la misión que nos dejó: “Id al mundo entero y enseñen el evangelio a toda la creación, quien crea y se bautice se salvara, quien se resiste, será condenado”(Mc 16,15). El Señor volverá; se refiere a su segunda venida y ¿Para qué vendrá? Pues, mismo Señor nos lo dice: “El hijo del hombre vendrá con la gloria de su Padre rodeado de sus ángeles y recompensara a cada uno según su trabajo” (Mt 16,27). La recompensa al trabajo desplegado (misión) consiste en “estar para siempre con Él”. Ahora nos interesa saber con mayores detalles sobre ¿Cómo seremos evaluados, o en qué consiste el juicio final? De esta inquietud trata el evangelio de hoy: Mt 25,31-46. Escena que responde con detalles a la pregunta de fondo y constante: ¿Qué de bueno tengo que hacer para heredar la vida eterna? (Mt 19,16).

 “Dios es amor” (IJn 4,8). Si Dios es amor, el juicio tiene esta misma dimensión, porque Jesús vino a poner de manifiesto este amor: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). De ahí que, el juicio consiste en: “la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn 3,19). “El que ama a su hermano permanece en la luz, pero el que no ama a su hermano, está en las tinieblas y camina en ellas, sin saber a dónde va” (IJn 2,10).

 Sabemos que: "Cristo murió por nuestros pecados y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos" (Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está "por encima de todo principado, potestad, virtud, dominación" porque el Padre "bajo sus pies sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos (Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En Él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento transcendente (NC 668). Mismo Señor nos dice: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). Así, Cristo Jesús es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece en la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia (Ef 4, 11-13).

 El designio de Dios ha entrado en su consumación. Estamos ya en la "última hora" (1 Jn 2, 18; 1 P 4, 7). "El final de la historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida de manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado en este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48). El Reino de Cristo manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos (Mc 16, 17-18) que acompañan a su anuncio por la Iglesia (cf. Mc 16, 20).

 El Reino de Dios, que es lo mismo decir Reino de Cristo, està presente ya en su Iglesia, pero, no está todavía acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; Mt 25, 31) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los poderes del mal (2 Ts 2, 7), a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido (1 Co 15, 28), y "mientras no haya nuevo cielo y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios" (LG 48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (1 Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (2 P 3, 11-12) cuando suplicamos: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 20).

 El advenimiento de Cristo en su gloria es inminente (Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7; Mc 13, 32). Este acontecimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (Mt 24, 44: 1 Ts 5, 2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén "retenidos" en las manos de Dios (2 Ts 2, 3-12). Nuestro Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará, quien se resiste en creer, será condenado" (Mc 16, 15-16). El Bautismo es el primero y principal sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (Rm 4, 25), a fin de que "vivamos también una vida nueva" (Rm 6, 4).

 El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (Lc 16, 19-31) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón  (Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros: “Estos irán al castigo eterno (los que no fueron caritativos), y los justos (caritativos) a la Vida eterna" (Mt 25,46).

 El Juicio Final es una verdad de fe expresamente contenida en la Sagrada Escritura y definida por la Iglesia de una manera explícita. Por ello cada vez que rezamos el Credo recordamos este artículo de fe cristiana: “(Jesucristo) vendrá de nuevo con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin”. El anuncio del Juicio Final, será para todos los seres humanos, está presente en muchas citas del Antiguo Testamento. Allí vemos anunciado cómo Dios juzgará al mundo por el fuego (Is. 66, 16). Reunirá a las naciones y se sentará a juzgar realizando la siega y la cosecha (Joel 4, 12-14). El Profeta Daniel describe con imágenes impresionantes este juicio con el que concluye el tiempo y comienza el Reino eterno del Hijo del Hombre (Dn. 7, 9-12 y 26). El Libro de la Sabiduría muestra a buenos y malos juntos para rendir cuentas; sólo los pecadores deberán tener temor, pues los justos serán protegidos por Dios mismo (Sb. 4 y 5).  

 Cristo mismo varias veces nos habló de este momento, así: "Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre. Mientras todas las razas de la tierra se golpeen el pecho verán al Hijo del Hombre viniendo en las nubes del cielo, con el Poder divino y la plenitud de la Gloria. Mandará a sus Angeles, los cuales tocarán la trompeta y reunirán a los elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo a otro del mundo.” (Mt. 24, 30- 31). Cuando el Hijo del Hombre venga en su Gloria rodeado de todos sus Angeles, se sentará en su Trono como Rey glorioso. Todas las naciones serán llevadas a su presencia, y como el pastor separa las ovejas de los machos cabríos, así también lo hará El. Separará unos de otros, poniendo las ovejas a su derecha y los machos cabríos a su izquierda” (Mt. 25, 32).

 San Pedro y San Pablo también se ocuparon del tema del Juicio en varias oportunidades. Nos aseguran que Dios juzgará a cada uno según sus obras sin hacer diferenciación de personas, de raza, de origen o de religión. (1 Pe. 1, 17 y Rom. 2, 6). También nos dice San Pablo que todo se conocerá, hasta las acciones más secretas de cada uno (Rom. 2, 16). San Juan nos narra en el Apocalipsis la visión que tuvo del Juicio Final: “Vi un trono espléndido muy grande y al que se sentaba en él. Su aspecto hizo desaparecer el cielo y la tierra sin dejar huellas. Los muertos, grandes y chicos, estaban al pie del trono. Se abrieron unos libros, y después otro más, el Libro de la Vida. Entonces los muertos fueron juzgados de acuerdo a lo que estaba escrito en los libros, es decir, cada uno según sus obras” (Ap. 20, 11-14).

 De acuerdo a estas citas sabemos que: 1) Cristo vendrá con gran poder y gloria, en todo el esplendor de su divinidad. 2) Cristo glorioso será precedido de una cruz en el Cielo (la señal del Hijo del Hombre). 3) Vendrá acompañado de los Angeles. 4) Con su omnipresencia, todos los resucitados, de todas las naciones estarán ante Cristo Juez. Comparecerán delante del Tribunal de Dios todos los seres humanos, sin excepción, para recibir la recompensa o el castigo que cada uno merezca. En el Juicio Final vendrá a conocerse la obra de cada uno, tanto lo bueno, como lo malo, y aun lo oculto. 5) Ya resucitados todos, Cristo separará a los salvados de los condenados.

 ¿Quién podrá salvarse? (Mt 19,25) Aquél que tiene fe en Jesucristo, nos dice el Evangelio. Pero tener fe en Jesucristo no significa solamente creer en El, sino que es indispensable vivir de acuerdo a esa fe; es decir, siguiendo a Cristo en hacer la Voluntad del Padre: “El que escucha mis palabras y las pone en práctica, es como un hombre sabio que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. El que escucha mis palabras y no las practica, es como un hombre necio, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande" (Mt 7,24-27).

 El día del Juicio Final se sabrá por qué permitió Dios el mal y cómo sacó mayores bienes. Quedarán definitivamente respondidas las frecuentes preguntas: ¿Por qué Dios permite tanta injusticia? ¿Por qué los malos triunfan y los buenos fracasan? Mucho de lo que ahora en este mundo se considera tonto, negativo, incomprensible, se verá a la luz de la Sabiduría Divina. El Juicio Final dará a conocer la Sabiduría y la Justicia de Dios. Se conocerá cómo los diferentes males y sufrimientos de las personas y de la humanidad los ha tomado Dios para Su gloria y para nuestro bien eterno. Ese día conocerá toda la humanidad cómo Dios dispuso la historia de la salvación de la humanidad y la historia de cada uno de nosotros para nuestro mayor bien, que es la felicidad definitiva, perfecta y eterna en la presencia de Dios en el Cielo.

 Por lo tanto, la preguntas constantes: ¿Quién podrá salvarse? (Mt 19,25); ¿Qué obras buenas debo hacer para heredar la vida terna? (Mc 10,17); ¿Serán pocos los que se salven? (Lc 13,13) han sido respondidas así: “¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte? El Rey les responderá: Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” hereden el reino de los cielos (Mt 25,39-40).

 Dirá a los de la izquierda: "Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber… Estos, a su vez, le preguntarán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido? El rey les responderá: Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con uno de mis hermanos  pobres, tampoco lo hicieron conmigo" (Mt 25,41-45). Así, estos (los que no practicaron misericordia con amor)  irán al castigo eterno, y los justos (los que practicaron misericordia con amor) a la Vida eterna" (Mt 25,46). Porque se nos dice: “El que no practicó misericordia será juzgado sin misericordia” (Stg 2,13). Y “La fe sin obras está muerta” (Stg 2,17). “Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los malvados que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. En cambio los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga” (Mt 13,40-43).