DOMINGO XXXIV – A (26 de Noviembre de 2023).
Proclamación del Santo evangelio según san Mateo 25,31-46:
25:31 Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado
de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso.
25:32 Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y
él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,
25:33 y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a la
izquierda.
25:34 Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha:
"Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue
preparado desde el comienzo del mundo,
25:35 porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve
sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron;
25:36 desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron;
preso, y me vinieron a ver".
25:37 Los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te
vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?
25:38 ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te
vestimos?
25:39 ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a
verte?"
25:40 Y el Rey les responderá: "Les aseguro que cada
vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron
conmigo".
25:41 Luego dirá a los de la izquierda: "Aléjense de
mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus
ángeles,
25:42 porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer;
tuve sed, y no me dieron de beber;
25:43 estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me
vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron".
25:44 Estos, a su vez, le preguntarán: "Señor, ¿cuándo
te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te
hemos socorrido?"
25:45 Y él les responderá: "Les aseguro que cada vez
que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron
conmigo".
25:46 Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida
eterna" PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien:
"(A los de su derecha) Vengan, benditos de mi Padre... Porque tuve hambre y me dieron de comer... Cada vez que lo hicieron con uno de estos hermanos míos pobre, lo hicieron conmigo... (A los de su izquierda): Apártense de mí... Porque tuve hambre y no me dieron de comer… Cada vez que no lo hicieron con uno de estos mis hermanos pobres, dejaron de hacerlo conmigo. Estos irán al (Infierno) castigo eterno y los justos a la vida eterna (Cielo)” Mt 25,31-46). Con esta sentencia termina el ciclo litúrgico. ¿Quienes son los justos? “La justicia consiste en poner en práctica todos mandamientos nuestro Dios” (Dt 6,25). "Quien vive en el amor, cumple con toda la ley" (Rm 13,10).
Durante todo el año hemos seguido el evangelio de san Mateo.
Hoy es el último domingo: y también su lectura es como el resumen de toda su
Buena Noticia: Cristo como Juez y Rey Universal, y el AMOR AL HERMANO como tema
de la confrontación de cada hombre con Él. EL AMOR es, pues, el resumen de todo
el Evangelio. Durante todo este año nos hemos dedicado a entender las mil
facetas del Reino de Dios, Reino cuya máxima manifestación fue la persona y la
obra de Jesucristo quien por a mor la humanidad entrego su vida y nos redimió. El
Evangelio, a su vez, no solamente nos invita a cerrar este año litúrgico viendo
a Jesucristo, Rey del universo, sino también a mirar la historia desde su
final, ese punto omega en que cada hombre se encontrará en completa desnudez
consigo mismo y con sus obras, reflejando su vida en la de Jesucristo.
¿Qué nos dirá a nosotros Jesús: "Vengan, benditos de mi
Padre" o "Apártense de mí, malditos?" Y preguntémonos: ¿Damos de
comer a los que pasan hambre? ¿Acogemos a los forasteros? ¿Visitamos a los
enfermos? ¿Visitamos a los presos y tenemos verdadera compasión?
Una acogida concreta, de hecho; todo el juicio está
construido en torno a la contraposición entre "hacer y no hacer; amar y no
amar”. Nos parece volver a escuchar el discurso de la montaña (Mt 5,7. 21-23).
Es la tesis habitual predilecta de Mateo: lo esencial de la vida cristiana no
es decir, y ni siquiera confesar a Cristo de palabra, sino practicar el amor
concreto entre los pobres, a los extraños y a los oprimidos. Esta es la
voluntad de Dios. Esta es la vigilancia.
Este Pastor "juzgará entre oveja y oveja" como nos
anuncia el Profeta. Y precisamente este juicio es el que nos va a describir el
propio JC mediante una parábola de la que, como en todas las parábolas, hemos
de procurar, por encima de la anécdota, descubrir el mensaje y sus exigencias.
El examen no va a ser sobre el significado del amor, aunque no
se pronuncie esa palabra. La traduce en seis actitudes que concretan el vivir en el amor amar (Rm 13,10). Asombra que no se haga en ellas ni una sola alusión a conductas
específicamente religiosas o cultuales. Cada uno es declarado justo o es
rechazado según haya servido con amor a los demás o se haya evadido de hacerlo.
Jesús invita a los de la derecha a entrar en posesión del reino a causa de sus
obras en favor de sus hermanos por ende en favor suyo, al haberse hecho él
solidario de todos los que tienen alguna necesidad de ayuda.
“Salí del Padre y
vine al mundo” (Jn 16,28) ¿A qué vino el Señor? A instituir el Reino de Dios:
“El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en
el Evangelio” (Mc 1,15). Luego dice: “Volveré para llevarlos conmigo”
Pero, para estar con Él, hemos de ser evaluados sobre la misión que nos dejó:
“Id al mundo entero y enseñen el evangelio a toda la creación, quien crea y se
bautice se salvara, quien se resiste, será condenado”(Mc 16,15). El Señor
volverá; se refiere a su segunda venida y ¿Para qué vendrá? Pues, mismo Señor
nos lo dice: “El hijo del hombre vendrá con la gloria de su Padre rodeado de
sus ángeles y recompensara a cada uno según su trabajo” (Mt 16,27). La
recompensa al trabajo desplegado (misión) consiste en “estar para siempre con
Él”. Ahora nos interesa saber con mayores detalles sobre ¿Cómo seremos evaluados,
o en qué consiste el juicio final? De esta inquietud trata el evangelio de hoy:
Mt 25,31-46. Escena que responde con detalles a la pregunta de fondo y
constante: ¿Qué de bueno tengo que hacer para heredar la vida eterna? (Mt
19,16).
“Dios es amor” (IJn 4,8). Si Dios es amor, el juicio
tiene esta misma dimensión, porque Jesús vino a poner de manifiesto este amor:
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree
en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para
juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no
es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el
nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). De ahí que, el juicio consiste en:
“la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas que la luz,
porque sus obras eran malas” (Jn 3,19). “El que ama a su hermano permanece en
la luz, pero el que no ama a su hermano, está en las tinieblas y camina en
ellas, sin saber a dónde va” (IJn 2,10).
Sabemos que: "Cristo murió por nuestros pecados y
volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos" (Rm 14, 9).
La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su humanidad, en
el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: posee todo poder
en los cielos y en la tierra. El está "por encima de todo principado,
potestad, virtud, dominación" porque el Padre "bajo sus pies sometió
todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos (Ef 4, 10; 1
Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En Él, la historia de la humanidad e
incluso toda la Creación encuentran su recapitulación (Ef 1, 10), su
cumplimiento transcendente (NC 668). Mismo Señor nos dice: "Yo he recibido
todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). Así, Cristo Jesús es también
la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (Ef 1, 22). Elevado al cielo y
glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece en la tierra en su
Iglesia. La Redención es la fuente de la autoridad que Cristo, en virtud del
Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia (Ef 4, 11-13).
El designio de Dios ha entrado en su consumación.
Estamos ya en la "última hora" (1 Jn 2, 18; 1 P 4, 7). "El final
de la historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya
decidida de manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por
anticipado en este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se
caracteriza por una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (LG
48). El Reino de Cristo manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos
(Mc 16, 17-18) que acompañan a su anuncio por la Iglesia (cf. Mc 16, 20).
El Reino de Dios, que es lo mismo decir Reino de
Cristo, està presente ya en su Iglesia, pero, no está todavía acabado "con
gran poder y gloria" (Lc 21, 27; Mt 25, 31) con el advenimiento del Rey a
la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los poderes del mal (2 Ts
2, 7), a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la
Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido (1 Co 15, 28), y
"mientras no haya nuevo cielo y nueva tierra, en los que habite la
justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que
pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive
entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la
manifestación de los hijos de Dios" (LG 48). Por esta razón los cristianos
piden, sobre todo en la Eucaristía (1 Co 11, 26), que se apresure el retorno de
Cristo (2 P 3, 11-12) cuando suplicamos: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,
20).
El advenimiento de Cristo en su gloria es inminente
(Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el
momento que ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7; Mc 13, 32).
Este acontecimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (Mt 24,
44: 1 Ts 5, 2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de
preceder estén "retenidos" en las manos de Dios (2 Ts 2, 3-12).
Nuestro Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo: "Id
por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y
sea bautizado se salvará, quien se resiste en creer, será condenado" (Mc
16, 15-16). El Bautismo es el primero y principal sacramento del perdón de los
pecados porque nos une a Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para
nuestra justificación (Rm 4, 25), a fin de que "vivamos también una vida
nueva" (Rm 6, 4).
El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en
la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero
también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata
después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La
parábola del pobre Lázaro (Lc 16, 19-31) y la palabra de Cristo en la Cruz al
buen ladrón (Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (2 Co
5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (Mt 16, 26)
que puede ser diferente para unos y para otros: “Estos irán al castigo eterno
(los que no fueron caritativos), y los justos (caritativos) a la Vida
eterna" (Mt 25,46).
El Juicio Final es una verdad de fe expresamente
contenida en la Sagrada Escritura y definida por la Iglesia de una manera
explícita. Por ello cada vez que rezamos el Credo recordamos este artículo de
fe cristiana: “(Jesucristo) vendrá de nuevo con gloria para juzgar a vivos y
muertos, y su Reino no tendrá fin”. El anuncio del Juicio Final, será para
todos los seres humanos, está presente en muchas citas del Antiguo Testamento.
Allí vemos anunciado cómo Dios juzgará al mundo por el fuego (Is. 66, 16).
Reunirá a las naciones y se sentará a juzgar realizando la siega y la cosecha
(Joel 4, 12-14). El Profeta Daniel describe con imágenes impresionantes este
juicio con el que concluye el tiempo y comienza el Reino eterno del Hijo del
Hombre (Dn. 7, 9-12 y 26). El Libro de la Sabiduría muestra a buenos y malos
juntos para rendir cuentas; sólo los pecadores deberán tener temor, pues los
justos serán protegidos por Dios mismo (Sb. 4 y 5).
Cristo mismo varias veces nos habló de este momento,
así: "Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre.
Mientras todas las razas de la tierra se golpeen el pecho verán al Hijo del
Hombre viniendo en las nubes del cielo, con el Poder divino y la plenitud de la
Gloria. Mandará a sus Angeles, los cuales tocarán la trompeta y reunirán a los
elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo a otro del mundo.” (Mt.
24, 30- 31). Cuando el Hijo del Hombre venga en su Gloria rodeado de todos sus
Angeles, se sentará en su Trono como Rey glorioso. Todas las naciones serán
llevadas a su presencia, y como el pastor separa las ovejas de los machos cabríos,
así también lo hará El. Separará unos de otros, poniendo las ovejas a su
derecha y los machos cabríos a su izquierda” (Mt. 25, 32).
San Pedro y San Pablo también se ocuparon del tema del
Juicio en varias oportunidades. Nos aseguran que Dios juzgará a cada uno según
sus obras sin hacer diferenciación de personas, de raza, de origen o de
religión. (1 Pe. 1, 17 y Rom. 2, 6). También nos dice San Pablo que todo se
conocerá, hasta las acciones más secretas de cada uno (Rom. 2, 16). San Juan
nos narra en el Apocalipsis la visión que tuvo del Juicio Final: “Vi un trono
espléndido muy grande y al que se sentaba en él. Su aspecto hizo desaparecer el
cielo y la tierra sin dejar huellas. Los muertos, grandes y chicos, estaban al
pie del trono. Se abrieron unos libros, y después otro más, el Libro de la
Vida. Entonces los muertos fueron juzgados de acuerdo a lo que estaba escrito
en los libros, es decir, cada uno según sus obras” (Ap. 20, 11-14).
De acuerdo a estas citas sabemos que: 1) Cristo vendrá
con gran poder y gloria, en todo el esplendor de su divinidad. 2) Cristo
glorioso será precedido de una cruz en el Cielo (la señal del Hijo del Hombre).
3) Vendrá acompañado de los Angeles. 4) Con su omnipresencia, todos los
resucitados, de todas las naciones estarán ante Cristo Juez. Comparecerán
delante del Tribunal de Dios todos los seres humanos, sin excepción, para
recibir la recompensa o el castigo que cada uno merezca. En el Juicio Final
vendrá a conocerse la obra de cada uno, tanto lo bueno, como lo malo, y aun lo oculto.
5) Ya resucitados todos, Cristo separará a los salvados de los condenados.
¿Quién podrá salvarse? (Mt 19,25) Aquél que tiene fe
en Jesucristo, nos dice el Evangelio. Pero tener fe en Jesucristo no significa
solamente creer en El, sino que es indispensable vivir de acuerdo a esa fe; es
decir, siguiendo a Cristo en hacer la Voluntad del Padre: “El que escucha mis
palabras y las pone en práctica, es como un hombre sabio que edificó su casa
sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los
vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida
sobre roca. El que escucha mis palabras y no las practica, es como un hombre
necio, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron
los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y
su ruina fue grande" (Mt 7,24-27).
El día del Juicio Final se sabrá por qué permitió Dios
el mal y cómo sacó mayores bienes. Quedarán definitivamente respondidas las
frecuentes preguntas: ¿Por qué Dios permite tanta injusticia? ¿Por qué los
malos triunfan y los buenos fracasan? Mucho de lo que ahora en este mundo se
considera tonto, negativo, incomprensible, se verá a la luz de la Sabiduría
Divina. El Juicio Final dará a conocer la Sabiduría y la Justicia de Dios. Se
conocerá cómo los diferentes males y sufrimientos de las personas y de la
humanidad los ha tomado Dios para Su gloria y para nuestro bien eterno. Ese día
conocerá toda la humanidad cómo Dios dispuso la historia de la salvación de la
humanidad y la historia de cada uno de nosotros para nuestro mayor bien, que es
la felicidad definitiva, perfecta y eterna en la presencia de Dios en el Cielo.
Por lo tanto, la preguntas constantes: ¿Quién podrá
salvarse? (Mt 19,25); ¿Qué obras buenas debo hacer para heredar la vida terna?
(Mc 10,17); ¿Serán pocos los que se salven? (Lc 13,13) han sido respondidas
así: “¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte? El Rey les
responderá: Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis
hermanos, lo hicieron conmigo” hereden el reino de los cielos (Mt 25,39-40).
Dirá a los de la izquierda: "Aléjense de mí,
malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus
ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me
dieron de beber… Estos, a su vez, le preguntarán: Señor, ¿cuándo te vimos
hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos
socorrido? El rey les responderá: Les aseguro que cada vez que no lo hicieron
con uno de mis hermanos pobres, tampoco lo hicieron conmigo" (Mt
25,41-45). Así, estos (los que no practicaron misericordia con amor) irán
al castigo eterno, y los justos (los que practicaron misericordia con amor) a
la Vida eterna" (Mt 25,46). Porque se nos dice: “El que no practicó
misericordia será juzgado sin misericordia” (Stg 2,13). Y “La fe sin obras está
muerta” (Stg 2,17). “Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego,
de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus
ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los malvados que hicieron el mal, y
los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. En
cambio los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. El que
tenga oídos, que oiga” (Mt 13,40-43).
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