lunes, 26 de noviembre de 2018

I DOMINGO DE ADVIENTO – C (02 de Diciembre de 2018)


I DOMINGO DE ADVIENTO – C (02 de Diciembre de 2018)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 21,25-28.34-36

25 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas,
26 muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas.
27 Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria.
28 Cuando empiecen a suceder estas cosas, tengan ánimo y levanten la cabeza porque se acerca su liberación.»
34 «Cuídense de que no se hagan pesados su corazón por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre Uds,
35 como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra.
36 Estén en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengan fuerza y escapen a todo lo que está para venir, y puedan estar en pie delante del Hijo del hombre.» PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor paz y bien.

El evangelio nos habla de: a) la manifestación gloriosa del Hijo y, b) la exhortación a la vigilancia. ¿Qué necesidad tiene Dios de manifestarse en su Hijo? Dios no tiene necesidades porque es omnipotente, la única motivación de manifestarse es: Porque Dios es amor (I Jn 4,8). Mismo Jesús dirá al respecto: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).

Jesús es la manifestación amorosa de Dios para con la humanidad. Así nos lo dice: “Nadie ha visto jamás a Dios; el que nos lo ha revelado es el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre” (Jn 1,18). “La Palabra de Dios se hizo hombre” (Jn 1,14). Pero hoy nos ha dicho: “Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación" (Lc 21,27-28). Esta manifestación está referida a su segunda venida.

¿Cómo hemos de esperar el día de la segunda manifestación del hijo? Nos lo dice: “Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre" (Lc 21,36). Es decir, este tiempo nuevo es tiempo de mayor oración y penitencia.

 El tiempo adviento es un tiempo de esperanza y a vivir motivados por esta esperanza. La esperanza es la más humilde de las virtudes, porque se esconde en la vida. La fe se ve, se siente, se sabe qué es. La caridad se hace, se sabe qué es. Pero ¿qué es la esperanza? ¿Qué es una actitud de esperanza? Para acercarnos un poco podemos decir en primer lugar que la esperanza es un riesgo, es una virtud arriesgada, es una virtud, como dice San Pablo, ‘de una ardiente expectación hacia la revelación del Hijo de Dios’. No es una ilusión”.  Tener esperanza, es “estar es tensión hacia la revelación, hacia el gozo que llenará nuestra boca de sonrisas. Los primeros cristianos, ha recordado el Papa, la “pintaban como un ancla: la esperanza es un ancla, un ancla fija en la orilla” del Más Allá. Y nuestra vida es exactamente un caminar hacia esta ancla.

El adviento despierta el deseo de contemplar a Dios que sale al encuentro del hombre en su Hijo. Así, expresa este deseo el salmista: “Como la cierva sedienta busca corrientes de agua viva, así mi alma, te busca Dios. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios?” (Slm 42,2-3). Unos griegos le dijeron a Felipe: "Señor, queremos ver a Jesús"(Jn 12,21). Felipe dice a Jesús: muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le dijo: “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mi” (Jn 14,8)


El adviento te invita a entrar en el aposento de tu alma: Quita todo de tu alma, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él. Di, pues, alma mía, di a Dios: "Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro". Y ahora, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte. Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca; porque no puedo ir en tu búsqueda a menos que tú me enseñes, y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré, hallándote te amaré y amándote estaré en ti y tu en mi (I Jn 4,12).