DOMINGO IV – B (28 de enero del 2018)
Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,21-28:
1:21 Entraron en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús
fue a la sinagoga y comenzó a enseñar.
1:22 Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les
enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.
1:23 Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu
impuro, que comenzó a gritar:
1:24 "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has
venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios".
1:25 Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de
este hombre".
1:26 El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un
gran alarido, salió de ese hombre.
1:27 Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a
otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da
órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!"
1:28 Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en
toda la región de Galilea. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Queridos(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
“Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros:
"¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes
a los espíritus impuros, y estos le obedecen!" (Mc1,27).Este episodio nos
reporta dos hechos: Que Jesús enseña con autoridad y, hasta los demonios le
obedecen.
Conviene traer a colación algunas citas para nuestra reflexión: "Si Dios fuera su Padre, ustedes me
amarían, porque yo he salido de Dios y vengo de él. No he venido por mí mismo, sino
que él me envió” (Jn 8,42). “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si
ustedes no me escuchan, es porque no son de Dios" (Jn 8,47). “Ustedes
tienen por padre al demonio y quieren cumplir los deseos de su padre. Desde el
comienzo él fue homicida y no tiene nada que ver con la verdad, porque no hay
verdad en él. Cuando miente, habla conforme a lo que es, porque es mentiroso y
padre de la mentira” (Jn 8,44).
“Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti,
que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste”
(Jn 17,21).
Al ver a Jesús, se postraron delante de él; sin embargo,
algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo
poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28.17-18). Y les dijo: "Vayan por
todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se
bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Estos prodigios acompañarán
a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas;
podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les
hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán"
(Mc 16,15-18).
“Fue precipitado el enorme Dragón, la antigua Serpiente, (Gén
3, 1) llamada Diablo o Satanás, y el seductor del mundo entero fue arrojado
sobre la tierra con todos sus ángeles. Y escuché una voz potente que resonó en
el cielo: Ya llegó la salvación, el poder y el Reino de nuestro Dios y la
soberanía de su Mesías, porque ha sido precipitado el acusador de nuestros
hermanos” (Ap 12.9-10).
En efecto, “todos estaban asombrados de su enseñanza, porque
les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mc 1,22). ¿Por
qué la primera reacción de la gente de Cafarnaún hacia Jesús haya sido el
reconocimiento de su autoridad? Porque era gente cansada de recibir enseñanzas
que eran puras imposiciones, puras prohibiciones y repeticiones siempre de lo
mismo. Como Jesús dirá en otra ocasión respecto a los falsos maestros: enseñan
pero no viven, dicen pero no hacen lo que dicen (Mt 23,3).
“Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué
es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los
espíritus impuros, y estos le obedecen!” (Mc 1,27) es complemento a (Mc 1,22) y tenemos tres afirmaciones del
pueblo. “Se quedaron atónitos de su doctrina, porque no enseñaba como los
escribas, sino con autoridad.” Luego una
segunda: “Este modo de enseñar con autoridad es nuevo.” Y la tercera: “Hasta a
los espíritus inmundos les manda y le obedecen.” Y nos sugiere dos ideas: el
tema de la autoridad autentica y el tema de la autoridad falsa.
a.- Autoridad autentica o verdadera: El Evangelio de hoy nos
sitúa ante las primeras impresiones que la gente tiene acerca de Jesús. Y
resulta curioso que la primera reacción haya sido de reconocer la superioridad
de la enseñanza de Jesús por encima de los escribas, los especialistas de la
ley (Mc 1,22). Lo primero que reconocen en Él es “la autoridad con la que
enseña”. “Este modo de enseñar es nuevo”, aquí hay algo distinto a lo que los
escribas dicen que no hacen sino hablar comentando la ley de Moisés y los
Profetas (Mt 23,3). Pero aquí hay algo más, hay una novedad, Jesús no es un
comentarista. Jesús habla de lo que sabe, de lo que Dios le inspira y de lo que
el Espíritu Santo despierta en su corazón: “El que me envió está en la verdad,
y lo que aprendí de él es lo que enseño al mundo” (Jn 8,26). Entonces, aquí
radica la diferencia: La enseñanza de los letrados esclaviza. La enseñanza de
Jesús es liberadora, es una invitación al amor y a la libertad y el respeto a
la persona. Que bien se puede resumir en un nuevo mandato: “Que se amen unos a
otros como les he amado” (Jn 13,34).
Un Evangelio de suma actualidad, precisamente hoy es que la
autoridad ha perdido fuerza y sentido porque hoy ya no creemos tanto en la
autoridad que nace del puesto que uno ocupa o del poder que tiene, sino que
creemos en la autoridad de la persona misma, de la verdad y autenticidad de la
persona y en la medida en que esta autoridad es una llamada al respeto de los
demás, a la libertad de los demás y a la promoción y desarrollo de los demás.
Es decir, hoy creemos a la autoridad no del que manda sino del que pone su vida
en actitud de servicio a los demás y así nos enseñó el Señor cuando dijo:
“Entre ustedes no debe suceder así Al contrario, el que quiera ser grande, que
se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su
esclavo: como el Hijo del hombre, que no
vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una
multitud" (Mt 20,26-28). De esta actitud de servicio es como nace la
autoridad autentica.
Para entrar en el segundo tema: Una autoridad capaz de sacar
de nuestros corazones esos malos espíritus que nos esclavizan: “Si yo expulso a
los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios
ha llegado a ustedes (Lc 11,20). La autoridad que brota de la dignidad misma de
la persona que manda. Más que mandar, la verdadera autoridad sirve a los demás.
Más que sentirse superior, la verdadera autoridad es la que siente superiores a
los demás. Una verdadera autoridad no se impone por el miedo, sino por el amor.
Hoy tenemos más miedo a la autoridad que un verdadero amor y cariño. Por eso
pienso que el Evangelio de hoy es una llamada de atención para todos, para los
que enseñan y mandan y para los que escuchan y obedecen.
b.- El Evangelio que acabamos de oír, también nos relata la
expulsión de un demonio por Jesús: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús
Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de
Dios". Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este
hombre" (Mc 1,24-25). Fíjese que el demonio reconoce a Jesús como el Santo
de Dios. Nos recuerda lo de (Lc 1,35). Luego viene: “El espíritu impuro lo
sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre” (Mc 1,26).
Es decir obedeció a Jesús.
Tal vez, este hecho
nos suena a nosotros un poco raro porque el demonio resulta obediente pero ¿esa
obediencia será autentica? Pero también el estar poseído por un demonio nos
parece algo exclusivo de los tiempos pasados. Sin embargo sucede también en
nuestros días, aunque sea poco frecuente. Pero el problema de fondo para el
hombre de hoy es la pregunta, si el demonio como persona existe o no. Resulta
que el hombre moderno e incluso el cristiano moderno apenas creen en el
demonio. Éste ha conseguido realizar en nuestros días, su mejor maniobra, es
decir hacer que se dude de su existencia.
En el primer libro se nos narra: “La serpiente era el más
astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho. Y dijo a
la mujer: ¿Cómo es que Dios les ha dicho: No coman de ninguno de los árboles
del jardín? Respondió la mujer a la serpiente: Podemos comer del fruto de los
árboles del jardín. Más del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha
dicho Dios: No coman de él, ni lo toquen, so pena de muerte. Replicó la
serpiente a la mujer: De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que
el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses,
conocedores del bien y del mal." Y como viese la mujer que el árbol era bueno
para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su
fruto y comió, y dio también a su marido y comió” (Gn 3,1-6).
Dios ya había creado un mundo de espíritus puros: los
ángeles. Ellos se dividieron en dos bandos: unos fieles a Dios (Lc 1,26-28) y
otros rebeldes en contra de Él como ya se nos narra en Génesis. Éstos fueron
arrojados al infierno y buscan, desde entonces, contrarrestar el poder y
dominio de Dios. Y porque no les es dado enfrentarse directamente con Dios, lo
hacen indirectamente. Tratan de arrebatarle su creatura preferida de la tierra:
el hombre. Así cada uno de nosotros es un campo de lucha en el que se enfrentan
el bien y el mal, las fuerzas divinas y las fuerzas diabólicas. ¿Quién negaría
tal realidad? Nadie de nosotros va a ser tan ingenuo de creerse fuera de esa
lucha permanente. Cada uno de nosotros experimenta esta tensión, este conflicto
en su propio cuerpo y en su propia alma. Nos damos cuenta de que un ser fuerte
obra en nosotros y nos quiere imponer su voluntad, y que necesitamos a otro más
fuerte para liberarnos.
Fuimos liberados ya el día de nuestro bautismo. Pero el
demonio volvió a nosotros y lo dejamos entrar de nuevo, por medio de nuestros
pecados. La gran obra del diablo es el pecado. Él es el “padre del pecado” (I
Jn 3,8). La realidad del mal - que lleva a los hombres a matar, robar y
engañar; que hace triunfar al injusto y sufrir al justo; que vuelve egoístas a
los que tienen ya demasiado y lleva a la desesperación a los marginados - todo
esto y mucho más es su obra, bien presente y actual en nuestro mundo.
Realmente, el hombre no vive solo su destino. Es incapaz de ser absolutamente
independiente. O se entrega a Dios o es encadenado por el demonio.
Tanto en el bien como en el mal, no somos nosotros los que
vivimos: es Cristo o Satanás el que vive y triunfa en nosotros. ¡O somos hijos
de Dios o somos hijos del diablo! Me recuerda un cuento: Un cura párroco y un
burlón viajan juntos en el mismo tren. Éste le dice: “¿Ya sabe la noticia? Ayer
murió el diablo y hoy va a ser enterrado”. Entonces todo el mundo espera la
respuesta del cura. Éste sonreía nomás y empieza a buscar algo en sus
bolsillos. Por fin encuentra una moneda y se la da al burlón diciendo: “Siempre
tuve mucha compasión con los huérfanos”. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos
del diablo!
Jesucristo choca, desde el comienzo de su misión, con esta
potencia del mal increíblemente activa y extendida por el mundo. Por todas
partes Jesús la descubre, la expulsa, la destrona. En este contexto debemos ver
también el Evangelio de hoy. En el centro del texto no está el poseído por el
demonio, sino Cristo mismo. En Él debe fijarse nuestra mirada. Porque nosotros
mismos no lograremos soltarnos del poder del demonio. Con nuestras propias
fuerzas no podremos vencer el mal dentro de nosotros.
Es necesario que Cristo nos fortalezca en nuestra lucha
diaria contra el enemigo. Es necesario que Cristo nos libere, paso a paso, de
su poder destructor. También María, la vencedora del diablo, ha de ayudarnos en
ello. Como Cristo procedió, en el Evangelio de hoy, con el poseído, así quiere
expulsar la injusticia, la mentira, el odio y todo el mal de esta tierra.
Quiere en nosotros y por nosotros crear un mundo nuevo mejor, renovar la faz de
la tierra. Quiere construir una Nación de Dios, donde reinan la verdad, la
justicia y el amor. Queridos hermanos, también nosotros seremos, un día,
totalmente libres de la influencia del maligno. Será en el día feliz de nuestro
encuentro final con Dios, de nuestra vuelta a la Casa del Padre.
Termino con las palabras del apóstol San Pedro: “Sean
sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un
león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe, sabiendo
que sus hermanos dispersos por el mundo padecen los mismos sufrimientos que
ustedes” (I Pe 5,8-9).