miércoles, 24 de enero de 2018

DOMINGO IV – B (28 de enero del 2018)

DOMINGO IV – B (28 de enero del 2018)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,21-28:

1:21 Entraron en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar.
1:22 Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.
1:23 Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar:
1:24 "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios".
1:25 Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre".
1:26 El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre.
1:27 Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!"
1:28 Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!" (Mc1,27).Este episodio nos reporta dos hechos: Que Jesús enseña con autoridad y, hasta los demonios le obedecen.

Conviene traer a colación algunas citas para nuestra reflexión: "Si Dios fuera su Padre, ustedes me amarían, porque yo he salido de Dios y vengo de él. No he venido por mí mismo, sino que él me envió” (Jn 8,42). “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no me escuchan, es porque no son de Dios" (Jn 8,47). “Ustedes tienen por padre al demonio y quieren cumplir los deseos de su padre. Desde el comienzo él fue homicida y no tiene nada que ver con la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, habla conforme a lo que es, porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44).

“Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17,21).

Al ver a Jesús, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28.17-18). Y les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,15-18).


“Fue precipitado el enorme Dragón, la antigua Serpiente, (Gén 3, 1) llamada Diablo o Satanás, y el seductor del mundo entero fue arrojado sobre la tierra con todos sus ángeles. Y escuché una voz potente que resonó en el cielo: Ya llegó la salvación, el poder y el Reino de nuestro Dios y la soberanía de su Mesías, porque ha sido precipitado el acusador de nuestros hermanos” (Ap 12.9-10).

En efecto, “todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mc 1,22). ¿Por qué la primera reacción de la gente de Cafarnaún hacia Jesús haya sido el reconocimiento de su autoridad? Porque era gente cansada de recibir enseñanzas que eran puras imposiciones, puras prohibiciones y repeticiones siempre de lo mismo. Como Jesús dirá en otra ocasión respecto a los falsos maestros: enseñan pero no viven, dicen pero no hacen lo que dicen (Mt 23,3).

“Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!” (Mc 1,27) es complemento a  (Mc 1,22) y tenemos tres afirmaciones del pueblo. “Se quedaron atónitos de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.”  Luego una segunda: “Este modo de enseñar con autoridad es nuevo.” Y la tercera: “Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.” Y nos sugiere dos ideas: el tema de la autoridad autentica y el tema de la autoridad falsa.

a.- Autoridad autentica o verdadera: El Evangelio de hoy nos sitúa ante las primeras impresiones que la gente tiene acerca de Jesús. Y resulta curioso que la primera reacción haya sido de reconocer la superioridad de la enseñanza de Jesús por encima de los escribas, los especialistas de la ley (Mc 1,22). Lo primero que reconocen en Él es “la autoridad con la que enseña”. “Este modo de enseñar es nuevo”, aquí hay algo distinto a lo que los escribas dicen que no hacen sino hablar comentando la ley de Moisés y los Profetas (Mt 23,3). Pero aquí hay algo más, hay una novedad, Jesús no es un comentarista. Jesús habla de lo que sabe, de lo que Dios le inspira y de lo que el Espíritu Santo despierta en su corazón: “El que me envió está en la verdad, y lo que aprendí de él es lo que enseño al mundo” (Jn 8,26). Entonces, aquí radica la diferencia: La enseñanza de los letrados esclaviza. La enseñanza de Jesús es liberadora, es una invitación al amor y a la libertad y el respeto a la persona. Que bien se puede resumir en un nuevo mandato: “Que se amen unos a otros como les he amado” (Jn 13,34).

Un Evangelio de suma actualidad, precisamente hoy es que la autoridad ha perdido fuerza y sentido porque hoy ya no creemos tanto en la autoridad que nace del puesto que uno ocupa o del poder que tiene, sino que creemos en la autoridad de la persona misma, de la verdad y autenticidad de la persona y en la medida en que esta autoridad es una llamada al respeto de los demás, a la libertad de los demás y a la promoción y desarrollo de los demás. Es decir, hoy creemos a la autoridad no del que manda sino del que pone su vida en actitud de servicio a los demás y así nos enseñó el Señor cuando dijo: “Entre ustedes no debe suceder así Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo:  como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud" (Mt 20,26-28). De esta actitud de servicio es como nace la autoridad autentica.

Para entrar en el segundo tema: Una autoridad capaz de sacar de nuestros corazones esos malos espíritus que nos esclavizan: “Si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes (Lc 11,20). La autoridad que brota de la dignidad misma de la persona que manda. Más que mandar, la verdadera autoridad sirve a los demás. Más que sentirse superior, la verdadera autoridad es la que siente superiores a los demás. Una verdadera autoridad no se impone por el miedo, sino por el amor. Hoy tenemos más miedo a la autoridad que un verdadero amor y cariño. Por eso pienso que el Evangelio de hoy es una llamada de atención para todos, para los que enseñan y mandan y para los que escuchan y obedecen.

b.- El Evangelio que acabamos de oír, también nos relata la expulsión de un demonio por Jesús: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios". Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre" (Mc 1,24-25). Fíjese que el demonio reconoce a Jesús como el Santo de Dios. Nos recuerda lo de (Lc 1,35). Luego viene: “El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre” (Mc 1,26). Es decir obedeció a Jesús.                 

Tal vez, este hecho nos suena a nosotros un poco raro porque el demonio resulta obediente pero ¿esa obediencia será autentica? Pero también el estar poseído por un demonio nos parece algo exclusivo de los tiempos pasados. Sin embargo sucede también en nuestros días, aunque sea poco frecuente. Pero el problema de fondo para el hombre de hoy es la pregunta, si el demonio como persona existe o no. Resulta que el hombre moderno e incluso el cristiano moderno apenas creen en el demonio. Éste ha conseguido realizar en nuestros días, su mejor maniobra, es decir hacer que se dude de su existencia.

En el primer libro se nos narra: “La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho. Y dijo a la mujer: ¿Cómo es que Dios les ha dicho: No coman de ninguno de los árboles del jardín? Respondió la mujer a la serpiente: Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Más del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No coman de él, ni lo toquen, so pena de muerte. Replicó la serpiente a la mujer: De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal." Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido y comió” (Gn 3,1-6).

Dios ya había creado un mundo de espíritus puros: los ángeles. Ellos se dividieron en dos bandos: unos fieles a Dios (Lc 1,26-28) y otros rebeldes en contra de Él como ya se nos narra en Génesis. Éstos fueron arrojados al infierno y buscan, desde entonces, contrarrestar el poder y dominio de Dios. Y porque no les es dado enfrentarse directamente con Dios, lo hacen indirectamente. Tratan de arrebatarle su creatura preferida de la tierra: el hombre. Así cada uno de nosotros es un campo de lucha en el que se enfrentan el bien y el mal, las fuerzas divinas y las fuerzas diabólicas. ¿Quién negaría tal realidad? Nadie de nosotros va a ser tan ingenuo de creerse fuera de esa lucha permanente. Cada uno de nosotros experimenta esta tensión, este conflicto en su propio cuerpo y en su propia alma. Nos damos cuenta de que un ser fuerte obra en nosotros y nos quiere imponer su voluntad, y que necesitamos a otro más fuerte para liberarnos.

Fuimos liberados ya el día de nuestro bautismo. Pero el demonio volvió a nosotros y lo dejamos entrar de nuevo, por medio de nuestros pecados. La gran obra del diablo es el pecado. Él es el “padre del pecado” (I Jn 3,8). La realidad del mal - que lleva a los hombres a matar, robar y engañar; que hace triunfar al injusto y sufrir al justo; que vuelve egoístas a los que tienen ya demasiado y lleva a la desesperación a los marginados - todo esto y mucho más es su obra, bien presente y actual en nuestro mundo. Realmente, el hombre no vive solo su destino. Es incapaz de ser absolutamente independiente. O se entrega a Dios o es encadenado por el demonio.

Tanto en el bien como en el mal, no somos nosotros los que vivimos: es Cristo o Satanás el que vive y triunfa en nosotros. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo! Me recuerda un cuento: Un cura párroco y un burlón viajan juntos en el mismo tren. Éste le dice: “¿Ya sabe la noticia? Ayer murió el diablo y hoy va a ser enterrado”. Entonces todo el mundo espera la respuesta del cura. Éste sonreía nomás y empieza a buscar algo en sus bolsillos. Por fin encuentra una moneda y se la da al burlón diciendo: “Siempre tuve mucha compasión con los huérfanos”. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo!

Jesucristo choca, desde el comienzo de su misión, con esta potencia del mal increíblemente activa y extendida por el mundo. Por todas partes Jesús la descubre, la expulsa, la destrona. En este contexto debemos ver también el Evangelio de hoy. En el centro del texto no está el poseído por el demonio, sino Cristo mismo. En Él debe fijarse nuestra mirada. Porque nosotros mismos no lograremos soltarnos del poder del demonio. Con nuestras propias fuerzas no podremos vencer el mal dentro de nosotros.

Es necesario que Cristo nos fortalezca en nuestra lucha diaria contra el enemigo. Es necesario que Cristo nos libere, paso a paso, de su poder destructor. También María, la vencedora del diablo, ha de ayudarnos en ello. Como Cristo procedió, en el Evangelio de hoy, con el poseído, así quiere expulsar la injusticia, la mentira, el odio y todo el mal de esta tierra. Quiere en nosotros y por nosotros crear un mundo nuevo mejor, renovar la faz de la tierra. Quiere construir una Nación de Dios, donde reinan la verdad, la justicia y el amor. Queridos hermanos, también nosotros seremos, un día, totalmente libres de la influencia del maligno. Será en el día feliz de nuestro encuentro final con Dios, de nuestra vuelta a la Casa del Padre.


Termino con las palabras del apóstol San Pedro: “Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos dispersos por el mundo padecen los mismos sufrimientos que ustedes” (I Pe 5,8-9).

DOMINGO III T.O. – B (21 de enero del 2018)

DOMINGO III T.O. – B (21 de enero del 2018)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,14-20

1:14 Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo:
1:15 "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia".
1:16 Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores.
1:17 Jesús les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".
1:18 Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.
1:19 Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó,
1:20 y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

"Un hombre tenía dos hijos. Dijo al primero: "Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña. Él respondió: No quiero. Pero después se arrepintió y fue. Al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: Voy, Señor, pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre? El primero, le respondieron” (Mt 21,28-31). Esta parábola bien puede darnos pautas sobre la inquietud latente: ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna o el reino de Dios? (Mc 10,17). Para heredar la vida eterna tenemos que escuchar la Palabra de Dios hecha carne (Jn 1,14).

¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir! ¡Me has forzado y has prevalecido!  Soy motivo de risa todo el día, todos se burlan de mí” (Jer 20,7). Este pasaje profético, nos resume lo que paso con Jonás. Cuando Dios pone su mirada en alguien, lo escoge.  Eso lo han sabido muchos santos.  Pero nadie lo supo mejor que Jonás, ese interesante y pintoresco personaje del Antiguo Testamento que, según nos cuenta el libro que lleva su nombre, pasó tres días dentro de una ballena. ¿Podrá ser verdad esto?  Cuesta pensar en algo así.  Pero lo desconcertante es que el mismo Jesús se refiere a la estadía forzada de Jonás dentro de una ballena para tratar algo tan trascendental como su futura Resurrección.  ¿Iba el Hijo de Dios a citar un mito?  ¿Y a citarlo con el sentido y la precisión que lo hizo?  Así: “Estos hombres de hoy son gente mala; piden una señal, pero no la tendrán.  Solamente se les dará la señal de Jonás.  Porque así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, así lo será el Hijo del Hombre para esta generación”  (Lc 11, 29-30).  ¿Sin embargo,  de Jonás lo más importante no fue si realmente pasó o no tres días dentro de una ballena, sino que no quería hacer lo que Dios le pedía.  Dios lo escogió para que se convirtiera él y para que -por la elección que Dios hizo de él- muchos de Nínive también se convirtieran.

El Señor escogió a Jonás y a este profeta no le valió de nada escapar en un barco para huir de Dios.  El barco se vio metido dentro de una tormenta.  Jonás es lanzado al agua al conocerse que la causa de la tormenta es la huída de Jonás.  Y luego de ser tragado por una ballena, es lanzado por el animal cerca de las costas de Asia Menor para que de allí fuera a la ciudad de Nínive a predicar lo que el Señor le pedía.  El Señor buscaba que la gran ciudad de Nínive se convirtiera de sus vicios y pecados.  (Para dar una idea del tamaño de esta ciudad, baste con el dato que nos da la Escritura: se requerían 3 días para recorrerla a pie).

Jonás predicó lo que el Señor le indicó: “Dentro de cuarenta días Nínive será destruida”.  Sin embargo, sorprendentemente, los habitantes de Nínive se convirtieron y creyeron en Dios, e hicieron penitencia, todos.  Dios, entonces, no destruyó la ciudad.

Otros elegidos de Dios son más dóciles que Jonás.  Tal es el caso de los primeros discípulos escogidos por Jesús.  Nos cuenta el Evangelio de San Marcos (Mc. 1, 14-20)  que cuando Jesús, viendo a Andrés y a su hermano Pedro echando las redes de pescar en el lago de Galilea, les llamó para hacerlos “pescadores de hombres, ...y  ellos dejaron las redes y lo siguieron.” Respuesta inmediata y obediente a la escogencia del Señor.

Los escogidos de Dios son instrumentos suyos para la conversión que Dios desea realizar en medio de su pueblo, es decir, en cada uno de nosotros.  Y la conversión siempre exige un cambio de vida: incluye, primero que todo, dejar el pecado.  Pero no basta esto.  Es necesario pasar a una segunda fase: “creer en el Evangelio”.  Y creer en el Evangelio significa vivir según el Evangelio.  No basta conocer la teoría del Evangelio: es necesario vivirlo en la práctica.

Es necesario cambiar la mentalidad terrena que nos vende el mundo, esa mentalidad a la que estamos muy acostumbrados.  ¿Cuál es la mentalidad del mundo?  Aquélla que nos lleva a quedarnos en lo temporal y a olvidarnos de lo eterno, a preferir lo terrenal y olvidarnos de lo celestial, a conformarnos con lo humano y a descartar lo divino, a creer en el mundo y a olvidarnos del Evangelio.

Sin embargo, el Señor nos dice: “El Reino de Dios ya está cerca.  Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.   Ciertamente el Reino de Dios está cerca, pero sólo será una realidad cuando, arrepentidos y convertidos, creamos y vivamos según el Evangelio.  Será una realidad cuando vivamos según la Voluntad Divina, cuando -como rezamos en el Salmo (#24)- el Señor “nos descubra sus caminos”.  Y, una vez descubiertos los caminos del Señor, podamos seguirlos con docilidad.

San Pablo nos recuerda en la Segunda Lectura (1 Cor. 7, 29-31)  que “este mundo que vemos es pasajero”,  y que “la vida es corta”.   Y nos aconseja cómo conviene que vivamos desapegados de este mundo pasajero y de esta vida corta: “los que sufren, como si no sufrieran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran como si no compraran; los casados, como si no lo estuvieran”.   Es decir: “estar en el mundo sin ser del mundo” (Jn. 17, 14-15). Y cuando el Señor nos llame, no hay que seguir el ejemplo de Jonás: duro para responder. Hay que imitar a otros: a Pedro, Andrés, Santiago, Juan…. Ellos, sin pensarlo mucho, dijeron sí enseguida y siguieron al Señor.


En Suma: Cuatro elementos son necesarias para ser parte del Reino de Dios: 1) Que el tiempo se ha cumplido. 2) Que el reino de Dios irrumpe sin demora. 3) Que nos convirtamos, 4) acogiendo el Evangelio como norma de vida nueva.

DOMINGO II TO - B (14 de Enero 2018)

II DOMINGO T.O. Ciclo B

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 1, 35-42:

“35 Al día siguiente, se encontraba ( de nuevo allí con dos de sus discípulos.
36 Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios».
37 Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús.
38 Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí - que quiere decir, "Maestro" - ¿dónde vives?»
39 Les respondió: «Vengan y lo verán» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima.
40 Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús.
41 Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» - que quiere decir, ‘Cristo’.
42 Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» - que quiere decir, ‘Piedra’ ”. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios? Jesús les respondió: La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado" (Jn 6,28-29). El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo” (Mt 13,44). Estas dos citas nos sitúan en la perspectiva de búsqueda de la respuesta a pregunta: “¿Qué debo hacer para heredar la Vida eterna?" (Mc 10,17). Pregunta de hipotesis investigativa que este año iremos deslindando.

1) El prólogo-Himno (Jn 1,1-18) que nos anuncia quién es Jesús y nos presenta las líneas principales del Evangelio; 2) El testimonio de Juan Bautista (Jn 1,19-34), en el cual se hace una presentación de la persona de Jesús, mientras éste entra en escena; 3) La primera actividad de Jesús, que es la congregación de sus primeros discípulos (Jn 1,35-51).

Esta parte final del primer capítulo del Evangelio de Juan (1,35-51) es el punto más alto con relación a todo lo anterior y constituye el verdadero comienzo de la narración evangélica, porque es ahora cuando Aquel que ha sido presentado como el “la Palabra de Dios hecho carne” (Jn 1,14) comienza a hablar.  Por eso el relato contenido en Juan 1,35-41 también podría denominarse: “Jesús -el Maestro- entra en acción”. La Palabra de Dios comienza a hablar/actuar (Evangelio: Buena Noticia).

Asistimos a las primeras palabras de Jesús en el Evangelio, que son pocas pero significativas y ocupan un lugar central en cada escena (Jn 1,38.39.42.43.47.48.50-51). Éstas están dirigidas exclusivamente a aquellos con los cuales sostendrá la relación más estrecha, es decir a sus discípulos, los mismos que experimentarán y comprenderán su misterio y se convertirán luego en sus apóstoles o testigos.

El encuentro con Jesús: Los pasos y mediaciones que allí se dan,  permanecerá como paradigma para los discípulos de todos los tiempos quienes comenzarán su camino de discipulado a partir de un “encuentro personal” con Jesús. Mientras los otros tres evangelios describen el llamado de los discípulos de manera breve (excepto Lc 5,1-10) y concisa en torno al significado del imperativo “Sígueme” -en los llamados relatos vocacionales-, el evangelio de Juan prefiere describir con todo su colorido la manera como se comienza a tejer la relación profunda entre el maestro y sus discípulos, mostrándonos otro ángulo -quizás más profundo- de lo que significa el “seguir” a Jesús. El evangelio de Juan nos enseña, entonces, desde su primera página cómo es un encuentro con Jesús.

Si pudiéramos sintetizarlo todo en pocas palabras podríamos decir que todo encuentro con Jesús es: Personal, Significativo, Transformador, Provocador de nuevos encuentros.

Sobre esta base el evangelista Juan nos describe una serie de escenas, cada una con sus propias particularidades, permitiéndonos así descubrir lo maravilloso que es encontrarse con Jesús y todas las consecuencias que se derivan del encuentro.  Estas escenas están encadenadas entre sí (las dos primeras y las dos últimas por el testimonio de quien ya encontró a Jesús; la segunda y la tercera por el motivo cronológico) y se desarrollan como en un crescendo, donde la identidad de la persona de Jesús va apareciendo cada vez más clara y la percepción de los discípulos (el “ver”) tiene mayor profundidad.

El encuentro de Jesús con Andrés y su compañero: Juan 1,35-40: Los elementos más importantes de este encuentro se pueden esquematizar así:1) Testimonio acerca de Jesús (Jn 1,35-36). 2) Escucha y respuesta al testimonio (Jn 1,37). 3) Caminar en el seguimiento/búsqueda de Jesús (Jn 1,38). 4) Ir y ver por sí y permanecer con Jesús (Jn 1,39). Este esquema es: “escuchar” al “seguir” y “Permanecer en Jesús” (Jn 1,40).

El testimonio acerca de Jesús: el primer impulso (Jn 1,35-36). En el primer encuentro dos discípulos se cambian de maestro. Andrés y su otro compañero (Jn 1,40) escuchan el testimonio de Juan Bautista, de quien se dice son “dos de sus discípulos” (Jn 1,35), y comienzan a seguir a Jesús (Jn 1,37). Juan Bautista cumple esta función, dada desde el prólogo (Jn 1,7) y ejercida ya por primera vez, el día anterior, ante las autoridades de Israel (Jn 1,19-34). A diferencia del día anterior, Jesús no “viene hacia él” (Jn 1,29) sino que “pasa”, “sigue su camino”, “traza una ruta hacia adelante” (Jn 1,35). Juan Bautista lo nota bien y sabe poner a sus propios discípulos en ese camino.

El anuncio de la Buena Noticia: “He ahí el Cordero de Dios” resuena por segunda vez (Jn 1,29 y 1,36). El cumplimiento de su misión, implica para Juan la pérdida de sus discípulos, por eso está a la altura de su vocación: “Es preciso que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30). De hecho él “no era la Luz sino quien debía dar testimonio de la Luz” (Jn1,8). Juan Bautista es un maestro que sabe reconocer al verdadero maestro, no retiene a los discípulos para sí, sabe desprenderse porque conoce quién es el verdaderamente importante.

Escucha y respuesta al testimonio (Jn 1,37): El testimonio de Juan Bautista conduce hacia Jesús a dos de sus discípulos: “Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús” (Jn 1,37). Observando el comportamiento de los discípulos descrito en los dos verbos “oir” y “seguir”, podemos comprobar cómo en el discipulado la escucha es importante pero el seguimiento es decisivo: “lo oyeron hablar así”. Lo que atrae a los discípulos no es nada externo de la persona Jesús, ni siquiera un cúmulo de conocimientos acerca de él. Lo que atrae es el significado de su persona: la transformación que él puede obrar en mi vida a partir del don de su perdón.

El seguimiento es decisivo: “siguieron a Jesús”. No basta saber algo acerca de Jesús, el conocimiento pide dar un paso, un ponerse en movimiento hacia el encuentro con él.  Con el testimonio se hace una primera idea de Jesús, con el encuentro se vive la experiencia de la transformación. ¿Cuáles son los motivos del seguimiento? (Jn 1,38). Sucede algo maravilloso.  Los discípulos ya están siguiendo a Jesús, pero no han dialogado con él. Ahora sucede el encuentro. 

Jesús toma la iniciativa: se da media vuelta, los “ve” en su actitud de seguirlo y se dirige hacia ellos.  Su primera palabra (la primera de todo el Evangelio) no es una afirmación sino una pregunta: “¿Qué buscáis?” (Jn 1,38). La pregunta pone al descubierto el corazón de los discípulos, ellos son: Hombres en búsqueda: ciertamente “buscadores”, pero no siempre es claro de qué. Hombres que no se han quedado paralizados sino que se han puesto en camino: en Jesús parece haber una luz para sus inquietudes. Jesús no los ha recibido con una larga enseñanza acerca de Dios o de sus propósitos misioneros o sobre los objetivos del seguimiento o sobre lo que él ve en el corazón de los hombres. Jesús suscita un diálogo, un diálogo profundo que permite exponer los motivos del corazón, allí donde se dan los compromisos. Los discípulos no le responden qué buscan, a lo mejor todavía no lo pueden expresar con palabras.  Una característica de la pedagogía de Jesús en este evangelio es que educa a sus interlocutores para que sepan hablar expresando sus motivos más profundos.  Los discípulos le responden con otra pregunta: “Maestro, ¿dónde vives?” (Jn 1,38).

La pregunta “¿Dónde vives?” (Jn 1,39). Equivale para un discípulo al “¿Dónde está tu escuela?”. Donde la intención de fondo es pedir la prolongación del diálogo.  Lo que los discípulos buscan no se puede explicar a las carreras en medio de la calle.  Los discípulos piden tiempo, desean hablar en paz con su nuevo “Maestro”. Jesús acepta. Les dice: “Venid y lo veréis” (Jn 1,39). “Vieron dónde vivía y se quedaron con él (a partir de) aquel día” (Jn 1,39).  Así como la escucha del testimonio los condujo al seguimiento de Jesús, ahora los dos discípulos no sólo ven dónde habita el Maestro sino que “se quedan” con él. Se trata de un “entrar” en el mundo de Jesús y entablar con él relaciones basadas en la confianza mutua.  Además, el encuentro no queda como una hecho ocasional sino como una experiencia estable, permanente; es el inicio de una verdadera amistad.  Sus vidas respiran en una nueva atmósfera de relaciones y de vivencias que durará mucho.

La indicación acerca del día del suceso, e incluso del detalle “eran más o menos las cuatro de la tarde” (Jn 1,39), deja entender que el encuentro con Jesús marcó su propia historia, fue el día y la hora decisiva de sus vidas.

ESCUCHAR  al SEGUIR-PERMANECER (Jn 1,40): La conclusión de esta primera escena aparece así: “Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús” (Jn 1,40).  Esta frase es, al mismo tiempo, la introducción de la escena que sigue. Pero como frase conclusiva, nos da una clave para comprender la dinámica de fondo del encuentro con Jesús, ésta se da en proceso de la Escucha/Respuesta. Los dos primeros discípulos de Jesús supieron dejarse conducir por aquél que ya sabía quién era Jesús, Juan Bautista, y dieron el primer paso en su itinerario como discípulos de un nuevo Maestro que les abriría definitivamente nuevos horizontes en sus vidas.  Pero luego, ya junto con Jesús, volvieron a escuchar la palabra de Jesús y le respondieron.  En el fondo de esta dinámica del Escuchar y Responder se nota una profundización en los motivos profundos que había en el corazón de los discípulos.

Hay que aprender a escuchar al Maestro (Evangelio): con las actitudes, los lugares y los tiempos que él lo requiere. La palabra de Jesús “Vengan y lo verán” contiene lo esencial del encuentro.  Se trata de una invitación (vengan) y una promesa (verán). Todo apunta hacia el encuentro vivo y personal con el Maestro, y ése es el núcleo del acto educativo.  Jesús no les entrega un libro con doctrinas y normas para que sean buenos discípulos, sino que los llama a un encuentro personal de amistad, de comunión con él. Por su parte los discípulos no pueden permanecer a distancia, sin compromiso, como simples espectadores, sino que deben comprometerse, andar con él y seguir su camino, el camino que él indique. En definitiva, el “permanecer” con Jesús es la forma concreta de seguirlo, porque el conocimiento de Jesús no se puede tener a distancia, sino sólo en la comunión con él.

El encuentro de Jesús con Simón Pedro. Juan 1,41-42: Este segundo encuentro está estructurado en cinco pasos:

Búsqueda de otro para compartirle la experiencia (Jn 1,41). Anuncio del descubrimiento de la identidad mesiánica de Jesús (Jn 1,41). Conducir el hermano a Jesús (Jn 1,42). Descubrimiento del ser conocido por Jesús (Jn 1,42). Transformación de la persona (Jn 1,42).

Búsqueda de otro para compartirle la experiencia (Jn 1,41). El primer encuentro con Jesús desata una cadena de encuentros: la experiencia de la relación personal con Jesús suscita nuevos testimonios y conduce a él a nuevos discípulos.  El siguiente es Simón Pedro. Los discípulos conducen a Jesús a sus propios familiares, a sus paisanos, a su círculo de amigos.  En el caso de Simón Pedro cuenta la relación familiar: “su hermano Simón” (Jn 1,41). Como bien acentúa el relato, Andrés no se encuentra a Simón Pedro por casualidad sino que lo busca.

Anuncio del descubrimiento de la identidad mesiánica de Jesús (Jn 1,41): Él quiere hacerlo partícipe de su nuevo y maravilloso descubrimiento: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41).  Testimoniar ahora es transmitir el descubrimiento al hermano: “Encontrar a Jesús” es “descubrirlo”: un nuevo horizonte de experiencias y de conocimientos vitales que se abre con él; anunciar a Jesús es una proclamación eclesial: no en primera persona sino en el plural comunitario. La experiencia vivida en el “permanecer” con Jesús le ha permitido a Andrés y a su compañero comprobar que Jesús es el Cristo, el Mesías enviado por Dios (Jn 1,34).  El encuentro con Jesús es, en última instancia, una experiencia de Dios y de su actuar salvífico y  definitivo en los últimos tiempos de la historia.

Antes de que el discípulo llegue a confesar su fe (“Tú eres el Cristo”) Jesús deja saber que él sabe quién es aquél a quien llama (“Tú eres Simón”).  El contenido del conocimiento es la persona de Simón como tal, como hombre distinto de los demás, pero también su historia y su mundo familiar: es el “Hijo de Juan”.  La experiencia de fe comienza de esta manera tan sencilla: llegar a descubrir a quien verdaderamente conoce nuestra vida personal, nuestras búsquedas y también nuestras raíces afectivas, el tejido de las relaciones que nos dan identidad en el mundo.


Transformación de la persona (Jn 1,42): Como se llamará en el futuro: “Tú te llamarás Cefas…”. Y el evangelista inmediatamente traduce: “…que quiere decir ‘Piedra’”.  El cambio de nombre no es algo superficial, indica más bien que algo sucede en la identidad del discípulo cuando conoce al Maestro. El encuentro es un diálogo de conocimiento profundo, de revelación del quiénes somos y del quién es Él para nosotros, que transforma la vida. El discípulo podrá decir: “desde el momento en que te conocí algo comenzó a cambiar en mí”. El cambio de nombre es también una expresión de amor, muestra cuánto Jesús se interesa por su discípulo asignándole una tarea.  La transformación en la vida del discípulo tiene que ver con lo que le sucede interiormente a partir de su experiencia de amistad con Jesús y con la misión que, en su nombre, tendrá que asumir por el resto de sus días.