sábado, 28 de diciembre de 2013

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA - A (29 de Diciembre del 20013)



SAGRADA FAMILIA - A / 29 de diciembre del 2013

Evangelio de San Mateo 2,13-15;19-23

En aquel tiempo, después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».  José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: "Desde Egipto llamé a mi hijo".

Cuando murió Herodes, el Angel del Señor se apareció en sueños a José, que estaba en Egipto, y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño». José se levantó, tomó al niño y a su madre, y entró en la tierra de Israel. Pero al saber que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea, donde se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo que había sido anunciado por los profetas: "Será llamado Nazareno" PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor, Paz y Bien.

La sagrada familia (la virgen María y san José), antes de vivir juntos ya tenían problemas; porque el hijo que lleva en sus entrañas la virgen, no es precisamente para José (Mt 1,18), por eso José decidió ya no concretizar la vida conyugal. Pero, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo… Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa” (Mt. 1,20;24). Cuando todo parece normalizarse, la sagrada familia tendrá otro problema, el problema del alojamiento: “María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue” (Lc 2,7).

Que alegría, que el niño ya nació, pero los problemas no cesan en la sagrada familia. Ahora no todos se alegran con su nacimiento, sino muchos en Jerusalén se alborotan por su nacimiento empezando por el rey Herodes (Mt 2,2). El Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto” (Mt 2,13-14).

Muchos dirán que la suerte no acompañó a la familia de Jesús que comenzó con problemas, nació en medio de problemas y recién nacido siguen los problemas. Ahora debe emigrar a Egipto como un prófugo, como un exilado. ¡Y era la Sagrada Familia! Era nada menos que la familia de Jesús. Con qué facilidad hablamos de la Sagrada Familia como si en ella todo fuese gozo y alegría, como si en ella no hubiese problemas, ni conflictos y dolores ni sufrimientos, ni carencias. Sin embargo, si meditamos el texto de Mateo fue una familia con serias dificultades y con serios problemas, y no solo en sus comienzos, sino durante toda la vida del Hijo de Dios.

Una familia muy santa y muy querida de Dios, pero también una familia que debió sufrir mucho. Yo diría que una familia muy parecida a muchas de nuestras familias de hoy. Esto es lo que me impresiona y de la Familia de Jesús. Siempre me habían presentado a la Sagrada Familia como un cielo en la tierra, todo era cariño, todo era amor y todo era felicidad, y ahora que leo y medito el Evangelio descubro que es una familia que debió vivir la realidad de muchas de nuestras familias.

Una familia sin casa propia que tiene que refugiarse en la marginalidad de Belén. Una familia de emigrantes, desarraigada de su propia tierra y de su propia lengua que tiene que vivir expatriada y exilada. Además algo bien curioso, por culpa del Hijo que es también el Hijo de Dios porque es a Él a quien Herodes quiere eliminar. María y José tienen un hijo a quien la autoridad y el poder persiguen para darle muerte, recién nacido.

Pero, sería bueno preguntarnos también, si no hubiera problemas, que sería de nosotros, seriamos como ángeles del cielo. Así, pues, los problemas no pueden ser una razón para no ser felices. Estoy seguro de que, a pesar de todos estos sufrimientos, la familia de Jesús fue una familia feliz. Si en tu familia hay problemas,  no se desesperen, miren en la Sagrada Familia que los tuvo posiblemente mayores que los de Uds. ¿Quién no tiene problemas?

 Para que vean, la Sagrada Familia no vivió en las nubes, sino en un mundo real, con unas situaciones concretas, con unas personas concretas, con unos poderes concretos y con unas mentalidades concretas. La familia de Jesús comenzó ya con problemas en la Encarnación. El susto de José y el riesgo de María, estaban ahí como cuchilla afilada rasgando corazones. Sólo la fe de José en la Palabra de Dios pudo abrir luz en aquella oscuridad.

Como ya dijimos, los problemas en la sagrada familia ya se presentan l inicio. El Nacimiento del mismo Niño no tuvo mucho de facilidades. Tocar puerta tras puerta y sentirse rechazados hasta ir a parar a un establo de ovejas, no debió de tener demasiado de fiesta. Y ahora algo realmente doloroso y peligroso: “Herodes quiere matar al Niño. Huye a Egipto.” Entonces como tres prófugos, emprenden el camino del desierto, como extranjeros en tierra ajena. Problema tras problema. Algunos, creíamos que la verdad y felicidad de la familia consiste en que no falte nada, lo tengamos todo, y no haya problemas. A la Sagrada Familia le faltó todo, no tenía nada y estuvo llena de problemas. Sin embargo era la Familia de Dios, era la Familia de Jesús, María y José.

Todos queremos tener una linda familia. Todos queremos tener una familia feliz. Ese ha de ser ideal de hogar y de familia, pero la realidad que nos rodea no siempre nos ayuda. En la familia de Jesús, el problema estuvo en el ansia de poder de Herodes, dispuesto a todo, con tal de sacar de en medio a alguien que pudiera poner en peligro su trono.

Hoy puede que no seamos tan ceñidos en problemas, pero hay muchos estilos de Herodes: la injusticia, la pobreza y la miseria, la falta de trabajo, son los problemas económicos. Nunca las alegrías vienen completas, hay muchas circunstancias que nos hacen sentir el sufrimiento y la desilusión. Sin embargo, la fe fue más fuerte que todas las amenazas en la Familia de Jesús. Nosotros tendríamos que afirmar un amor capaz de hacernos más fuertes que todos los tropiezos del camino. Un bello ejemplo para luchar y no desesperarnos. Un bello ejemplo para luchar y ser más que nuestras dificultades.

El secreto para afrontar nuestros conflictos, temores, e inseguridades está en la figura de la grada familia, en la humildad de san José, que nunca supo poner peros en la propuesta de Dios, hace lo que Dios le manda y sin decir una sola palabra. La virgen sin saber ser madre dice: Aquí está la esclava del Señor hágase en mí según tu palabra (Lc 1,28). El Hijo terminara su vida en la cruz entre los malhechores como un condenado, pero al tercer día resucitará (Mc 10,33). Pero, antes tendrá que sufrir mucho, cargar con su cruz… “Padre si es posible aparta de mi esta copa, pero que no haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,24).

Saben quién no tiene problemas. Es el que no hace nada en su vida, a quien le da igual hacer bien o mal. Pero quien quiere hacer siempre el bien, quien quiere superarse, siempre tendrá problemas. Pero contamos con la ayuda de Dios, él va a estar ahí donde todos te abandonan, él nunca te fallará. Tu fe y tu voluntad de superación y camino al éxito es tu única opción y eso solo tú puedes hacerlo por ti y los suyos ya nadie más lo hará por ti. Esperar con paciencia y la perseverancia es un deber, no un lujo. El cristiano es por definición, el Hombre de la Esperanza. San Pedro nos anima a que siempre estemos dispuestos a dar razón de nuestra esperanza. Muchos creyentes toman por modelo a personas simples humanos (deportistas, artista) y dejan y dejan de lado el modelo de la humanidad que es Cristo Jesús. Miran la vida con pasividad y resignación: aceptan la frustración y la derrota; se olvidan que Dios sembró en cada uno capacidades extraordinarias, dones, talentos, para afrontar la vida, mejorar y hacer de ella una fiesta de esperanza y de gozo. Al respecto el Dr. Christian Barnard compuso una maravillosa oración que dice:

Si piensas que estás vencido, lo estás.
Si piensas que no te atreves, no lo harás.
Si piensas que te gustaría ganar
Pero [crees] que no puedes, no lo lograrás;
Porque en el mundo encontrarás que el éxito
Comienza con la voluntad del hombre.

Si piensas que perderás; ya has perdido.
Todo está en el estado mental,
Porque muchas carreras se han perdido
Antes de haber corrido.
Y muchos cobardes han fracasado
antes de haber su trabajo empezado.

Piensa en grande y tus hechos crecerán;
Piensa en pequeño y te quedarás atrás.
Tienes que pensar bien para elevarte,
Todo está en el estado mental.

Si piensas que estás adelante, lo estás.
Tienes que estar seguro de ti mismo,
antes de intentar ganar un premio.
La batalla de la vida no siempre la gana
el hombre más fuerte o el más ligero.

Porque tarde o temprano, el hombre que gana
es aquel que cree poder hacerlo. Amén.


El ángel ha dicho a la virgen María: “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37). Jesús dice: Sin mi nada podrán hacer (Jn 15,5). Nada es imposible para quien cree y tiene fe (Mt 17,20). San Pablo: Para mi Cristo lo es todo (Col 3,11). La fe que mueve montañas, sumado a tu voluntad, podrás hacer cosas extraordinarias y de hecho es la única estrategia para escalar el cielo.

CON LA BENDICIÓN DE DIOS OS DESEO DE TODO CORAZÓN UN AÑO NUEVO DE MUCHA FELICIDAD PARA UD. Y TODA SU FAMILIA. SINCERO DESEO DE SU AMIGO FR. JULIO CH. HERMANO FRANCISCANO.


sábado, 21 de diciembre de 2013

IV DOMINGO DE ADVIENTO - A (22 de Diciembre del 2013)


IV DOMINGO DE ADVIENTO A (22 de diciembre del 2013)

Evangelio según San Mateo 1,18-24.

Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no han vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.

Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: "La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel", que traducido significa: «Dios con nosotros». Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos amigos en el Señor Paz y bien.

 La Encarnación de Jesús no estuvo carente de problemas y dificultades humanas. A nosotros todo nos parece todo fácil. El Ángel anuncia a María. María acepta, pero ahora vienen los líos con José su esposo. Sorpresivamente, José se da cuenta de que María está embarazada, es consciente que él no ha convivido con ella. Por lógica humana uno solo puede pensar en un adulterio, José no quiere pensar eso de María, la conoce muy bien, pero tampoco puede negar la realidad lo que sus ojos están viendo.

¿Se dan cuenta del problema que se ganó José?  ¿Quieren ustedes ponerse en una situación similar? Ponte que tú como novio, estas en la víspera de contraer el matrimonio y que precisamente ahí te sorprendes que tu novia a quien tanto has amado te sale con el cuento que ya está embarazada y el hijo no es precisamente para ti. ¿Qué actitud tomarías como novio? O que tú como novia estas a punto de casarte y que tu novio en las vísperas te sale con el cuento que ya espera un hijo y no es contigo sino con tu amiga. ¿Irías aun en tales circunstancias alegremente al altar con tu pareja? Pues, José esta exactamente envuelto en este lío. “José, su esposo, que era un hombre justo no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1,19).

Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt 1,20-21) ¿Cree alguien que es fácil entender y creer en ello cuando todos sabemos cómo se hacen los hijos y cómo vienen los hijos al mundo?

Sin embargo, José al igual que antes María: El Ángel le dijo: “No tengas miedo María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,  reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”. María dijo al Ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?”. El Ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,31-35). Ahora José cree y se fía de la Palabra del Ángel (Mt 1,20-21). María creyó sin entender, José también cree sin entender nada. Aquí todo se mueve en el plano de la Palabra y de la fe en la Palabra de Dios.

¿Hoy, alguien cree ya en la Palabra? ¿Tú te fiarías de la palabra de tu esposa o de tu hija? Aquí no hay documentos firmados. No hay documentos notariales que atestigüen la veracidad de la palabra del Ángel; sin embargo, aquí hay dos testigos de fe: María y José que creyeron sin ver, creyeron en la Palabra de Dios, se fiaron de la Palabra de Dios sin exigir ni firmas ni pruebas. María dijo al Ángel: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). José obedeció a la palabra del Ángel y “se llevó a casa a su mujer” (Mt 1,24). Misterio de la palabra. Misterio de la fe. Creer fiándose sencillamente de la Palabra de Dios, eso no hace cualquiera sino obedece al poder de la fe como obra de Dios.

Hay una figura en la Navidad que solemos destacar relativamente poco, es la figura de José. Sí, le ponemos de rodillas delante del Niño y poquito más. Sin embargo, es una de las figuras centrales de la Navidad. Hay tres figuras que llenan todo el cuadro: El Niño, María y José, la sagrada familia. José era bien bueno, era todo un hombre de Dios, era todo un hombre de fe; sin embargo, pareciera que “Dios se la hizo”. ¿Se dan cuenta del lío en que le metió María? Mejor dicho, el lío en que le metió Dios.

La lógica humana buscaría que en la anunciación debieron estar presentes los dos tanto la Virgen como José y Dios se hubiera ahorrado líos. Pero el Ángel se le aparece solo a María, no a José. La Anunciación de la Encarnación es para María, y nadie cuenta y piensa en José. Pero la cosa no podía ocultarse por mucho tiempo. Hasta que, un día, percibe la realidad de su esposa María “embarazada”. ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo entenderlo? ¿Qué hacer? Todo un momento de angustia, de dudas, de incertidumbres encontradas. Sería el momento de hacer el escándalo madre en Nazaret. ¡Qué talla de hombre! ¡Qué talla de alma! ¡Qué talla de fe! Pero el sufrimiento nadie se lo podía quitar. ¡Y vaya si era bueno! ¿Por qué le tenía que pasar esto a José? No resulta fácil pasar por esa prueba de fe por la que pasa José y guarda silencio. Todo lo medita en su ser interior.

Cuando el Ángel le revela la verdad de lo que ha sucedido, la mente de José se doblega. El corazón de José se aviva y la serenidad cubre la fama de María delante del pueblo. ¿Te imaginas a todas las mujeres de Nazaret viéndola a María como una adúltera? Pues, veamos una escena de adulterio:

“Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?». Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra». E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?». Ella le respondió: “Nadie, Señor». «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante” (Jn 8,3-11). José quiso evitar este escándalo para su esposa María por eso dice: “José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1,19). Pero, Dios corrige a José: “Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt 1,20-21).

Dios tiene una manera de hacer las cosas que desconcierta a cualquiera. La Navidad comenzó en Nazaret con todo un problema entre José y María. ¿Se merecían esto? Algo que no corre en nuestra lógica, pero corre maravillosamente en la lógica de la fe, que es la lógica de Dios. Los caminos de Dios nunca son fáciles, pero terminan siendo maravillosos. Ese es el camino de cada uno de nosotros hacia la Navidad. De la oscuridad de la fe, a la claridad de la fe.

San Pablo al respecto dice: “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo» ¡Abba!, es decir, ¡Padre! (Gal 4.4-6). O como el profeta dice: “Dios puso su morada entre los hombres” (Ez 37,27). O como mismo Juan dice. “La palabra de Dios se hizo hombre y habito entre nosotros” (Jn 1,14).

La encarnación del hijo de Dos es el despliegue del amor hacia nosotros y con razón dice San Juan: “Tanto amó Dios tanto al mundo, que envió a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16). Escena que el profeta lo resume con una idea maravillosa: "Aquí la señal que Dios da: La Virgen está embarazada y da a luz un hijo y le, ponen el nombre de Enmanuel que significa Dios-con-nosotros" (Is 7,14). Lo que quiere decir que Él se hizo lo que nosotros somos porque esta con nosotros, y para que nosotros seamos lo que Él es.

EL PRIMER PESEBRE LO EDIFICÓ SAN FRANCISCO DE ASÍS EN 1223

                   
                        LA NAVIDAD DE GRECCIO
              CELEBRADA POR SAN FRANCISCO (1223)

                                    Relato de Tomás de Celano (1 Cel 84-87)

Digno de recuerdo y de celebrarlo con piadosa memoria es lo que hizo Francisco tres años antes de su gloriosa muerte, cerca de Greccio, el día de la natividad de nuestro Señor Jesucristo. Vivía en aquella comarca un hombre, de nombre Juan, de buena fama y de mejor tenor de vida, a quien el bienaventurado Francisco amaba con amor singular, pues, siendo de noble familia y muy honorable, despreciaba la nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del espíritu. Unos quince días antes de la navidad del Señor, el bienaventurado Francisco le llamó, como solía hacerlo con frecuencia, y le dijo: «Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno». En oyendo esto el hombre bueno y fiel, corrió presto y preparó en el lugar señalado cuanto el Santo le había indicado.

Llegó el día, día de alegría, de exultación. Se citó a hermanos de muchos lugares; hombres y mujeres de la comarca, rebosando de gozo, prepararon, según sus posibilidades, cirios y teas para iluminar aquella noche que, con su estrella centelleante, iluminó todos los días y años. Llegó, en fin, el santo de Dios y, viendo que todas las cosas estaban dispuestas, las contempló y se alegró. Se prepara el pesebre, se trae el heno y se colocan el buey y el asno. Allí la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, se valora la humildad, y Greccio se convierte en una nueva Belén. La noche resplandece como el día, noche placentera para los hombres y para los animales. Llega la gente, y, ante el nuevo misterio, saborean nuevos gozos. La selva resuena de voces y las rocas responden a los himnos de júbilo. Cantan los hermanos las alabanzas del Señor y toda la noche transcurre entre cantos de alegría. El santo de Dios está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo. Se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre y el sacerdote goza de singular consolación.

El santo de Dios viste los ornamentos de diácono, pues lo era, y con voz sonora canta el santo evangelio. Su voz potente y dulce, su voz clara y bien timbrada, invita a todos a los premios supremos. Luego predica al pueblo que asiste, y tanto al hablar del nacimiento del Rey pobre como de la pequeña ciudad de Belén dice palabras que vierten miel. Muchas veces, al querer mencionar a Cristo Jesús, encendido en amor, le dice «el Niño de Bethleem», y, pronunciando «Bethleem» como oveja que bala, su boca se llena de voz; más aún, de tierna afección. Cuando le llamaba «niño de Bethleem» o «Jesús», se pasaba la lengua por los labios como si gustara y saboreara en su paladar la dulzura de estas palabras.

Se multiplicaban allí los dones del Omnipotente; un varón virtuoso tiene una admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba recostado en el pesebre; se acerca el santo de Dios y lo despierta como de un sopor de sueño. No carece esta visión de sentido, puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados. Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados de alegría.

Se conserva el heno colocado sobre el pesebre, para que, como el Señor multiplicó su santa misericordia, por su medio se curen jumentos y otros animales. Y así sucedió en efecto: muchos animales de la región circunvecina que sufrían diversas enfermedades, comiendo de este heno, curaron de sus dolencias. Más aún, mujeres con partos largos y dolorosos, colocando encima de ellas un poco de heno, dan a luz felizmente. Y lo mismo acaece con personas de ambos sexos: con tal medio obtienen la curación de diversos males.

El lugar del pesebre fue luego consagrado en templo del Señor: en honor del beatísimo padre Francisco se construyó sobre el pesebre un altar y se dedicó una iglesia, para que, donde en otro tiempo los animales pacieron el pienso de paja, allí coman los hombres de continuo, para salud de su alma y de su cuerpo, la carne del Cordero inmaculado e incontaminado, Jesucristo, Señor nuestro, quien se nos dio a sí mismo con sumo e inefable amor y que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo y es Dios eternamente glorioso por todos los siglos de los siglos. Amén. Aleluya. Aleluya.


PARA TI MI QUERIDO(A) AMIGO(A) DE ESTE MEDIO PERMÌTEME EXPRESARTE UN SALUDO FRANCISCANO DE PAZ Y BIEN POR ESTAS FIESTAS DE NAVIDAD. QUE EL NIÑO JESÚS DERRAME BENDICIONES EN TU FAMILIA. 
ATTE. TU AMIGO FR JULIO CH.



sábado, 14 de diciembre de 2013

III DOMINGO DE ADVIENTO - A (15 de Diciembre)


III DOMINGO DE ADVIENTO - A (15 de Diciembre del 2013)

Proclamación del Evangelio según San Mateo 11, 2 -11:

En aquel tiempo, Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?». Jesús les respondió: «Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven:

Los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de escándalo!».

Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: «¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes. ¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. El es aquel de quien está escrito: "Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino". Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él. PALABRA DEL SEÑOR.

 REFLEXIÓN

Queridos amigos(as) en la fe paz y bien.

En el domingo anterior leíamos el evangelio en el que se nos decía que Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea proclamando: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3,1-2). Y más adelante decía: “Produzcan el fruto de una sincera conversión” (Mt 3,8). Y terminaba la enseñanza: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Mt 3,11). Haciendo clara referencia al profeta. “El no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir: juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres de país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas” (Is 11,3-5).

Hoy, en el III domingo de adviento, en el domingo de la alegría (Flp 4,4) se nos presenta situándonos como el que ya estamos recibiendo los primeros vestigios del amanecer. Juan bautista es como esa estrella, el lucero que nos anuncia el gran día en que Dios estará con nosotros de visita, una visita esperada durante muchos siglos y anunciada por los profetas.

Juan mandó  sus discípulos y desde la cárcel a que pregunten a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» (Mt 11,3). La duda de Juan el bautista es enorme sentido humano y es que la figura de Jesús siempre nos resultará un tanto ambigua. ¿Acaso resulta fácil reconocer al hijo de Dios en un niño? ¿Acaso resulta fácil reconocer al hijo de Dios recostado en un pesebre? ¿Acaso resulta fácil reconocer a Dios sin casa propia y naciendo en un establo de animales? ¿Nos es fácil entender que el Rey del universo, el dueño de todo cuanto existe se nos presente como un simple mendigo?  Y la otra gran idea: Dios se revela y manifiesta no sentado en un trono, rodeado de oro, en un palacio de lujo sino rebajándose hasta tocar lo más bajo de la realidad humana, entre los pobres pastores.

Juan bautista, que está en la cárcel porque denunció a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano» (Mc 6,18), tiene una idea de grandeza sobre Jesús. Y ahora le llegan noticias de un estilo de vida rebajado a tener que convivir con la miseria humana y le entran dudas. La oscuridad de la cárcel se une ahora a la oscuridad de sus ideas y de su pensamiento. De ahí una duda tan profunda como preguntarle: “¿Eres tú de verdad o tenemos que esperar a otro?” (Mt 11,3).

En la cárcel a Juan le van llegando rumores sobre las actividades de Jesús. Juan se siente metido en un enredo, lo que oye de Jesús no responde a lo que él esperaba y al igual que todos los judíos: Juan y los suyos hubieran querido un Jesús más duro, más firme, que pusiese orden, aunque fuese con la fuerza y la violencia. Por una parte, la oscuridad de la cárcel y, por otra, la figura de Jesús que se les desmorona y desfigura con cada actitud de Jesús y más aún cuando dice: “Mi reino no es d este mundo” (Jn 18,36).

Pero Juan no es de los que se queda en el mar de la duda, quiere clarificarse, y manda por eso a sus discípulos a que le pregunten directamente a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (Mt 11,3). Dos ideas que pueden servirnos. La primera, no podemos vivir en la penumbra de la duda. La segunda, mejor será siempre preguntar directamente, a Jesús y no andar con rodeos, que así no se aclara nada. Preguntar directamente  a Jesús porque solo el posee la verdad (Jn 14,6).

Jesús nunca suele responder con teorías. Jesús siempre responde con hechos de vida. Cuando los discípulos de Juan preguntan a Jesús: “Tu eres el que ha de venir o debemos esperar a otro”. Jesús que está predicando rodeado de mucha gente hace un alto en su enseñanza y atiende a los discípulos de sus amigos Juan Bautista y vaya la sorpresa. Jesús no les dice que sí, sino que manda acercarse a los enfermos: “A ver ¿quiénes están ciegos? Que pasen aquí adelante” y les unta con la saliva los ojos y ven. Saltan de gozo los ciegos dejan de ser ciegos. Jesús dice ahora: “A ver ¿Quiénes están sordos y mudos?” y les toca con el dedo el oído y se les abren los oídos y hablan sin dificultad. Jesús pide ahora que traigan a en sus camillas a los tullidos, mancos y cojos y les toma de las manos y caminan y saltan de gozo y sin dificultad. Al joven que yacía en su ataúd le dice “Joven a ti te digo levántate” y el muerto se levantó.

Jesús dice a los enviados de su amigo Juan bautista: “Id y decid a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!” (Mt 11,4-6)

Con frecuencia tenemos una idea falsa de Dios, como en realidad la tenía Juan. Con frecuencia anunciamos a un Dios que no es. Un Dios que nunca ha dicho de sí lo que nosotros decimos de Él. Jesús se clarifica, no como el juez que condena, sino como el Dios que salva. Un Dios que se define a sí mismo, no en lo que es en sí, sino en relación a los hombres y su misión salvífica. Resulta curioso que mientras el hombre se define en relación a Dios, Dios se define a sí mismo en relación al hombre. Es el Dios liberador. El Dios que nos libera de nuestras esclavitudes. El Dios que nos hace ver. El Dios que sana nuestras invalideces. El Dios que nos limpia de nuestras lepras. El Dios que nos hace oír. El Dios que nos da la vida. Con mucha razón ya nos había dicho “Quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).

Esas son las señales de identidad de Jesús, ese es el currículum vitae de identidad de Jesús: el curar nuestras enfermedades, el devolvernos nuestra dignidad, el devolvernos nuestra dignidad. Luego conviene preguntarnos ¿Cuáles serán las señales de la identidad del cristiano? ¿Nos definiremos como cristianos por lo que hacemos por los demás? Siempre pensamos en que nos reconocerán por nuestra relación con Dios. Eso es fundamental, pero podrán reconocernos como tales si no hacemos nada por los demás. San Pablo con gran sabiduría dice al respecto: “El que recibe la enseñanza de la Palabra, que haga participar de todos sus bienes al que lo instruye. No se engañen: nadie se burla de Dios. Se recoge lo que se siembra: el que siembra para satisfacer su carne, de la carne recogerá sólo la corrupción y muerte; y el que siembra según el Espíritu, del Espíritu recogerá la Vida eterna. No nos cansemos de hacer el bien, porque la cosecha llegará a su tiempo si no desfallecemos. Por lo tanto, mientras estamos a tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe” (Gal 6,6-10).

Si hemos tomado con seriedad este tiempo de adviento entonces Dios nacerá sin tardanza en tu corazón y entonces veras la gloria de Dios en ti (Jn 11,40) y podrás exclamar como san Pablo: “Pero en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20). Porque para mí la vida es Cristo (Flp 1,21).


sábado, 7 de diciembre de 2013

II DOMINGO DE ADVIENTO - A (8 de Diciembre del 2013)



II DOMINGO DE ADVIENTO - A (8 de diciembre del 2013)

Evangelio de San Mateo 3,1-12:

En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca». A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: "Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos".

Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: «Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca?

Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: «Tenemos por padre a Abraham». Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible». P:ALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos en la fe Paz y Bien.

El domingo pasado hemos inaugurado este tiempo de adviento y en ella el Señor nos ha dicho: “Estén preparados, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor… preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24,42-44). Y hemos dicho que este tiempo de adviento es el resumen de todo el tiempo de espera del Mesías que es el Antiguo Testamento

De hecho, este Segundo Domingo de Adviento se nos describe en la sagrada escritura el comienza del cumplimiento de todas las profecías respecto al Mesías. Comienza algo nuevo como dice el profeta Isaías: “Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor” (Is 11,1-2).

Hoy el evangelio dice: “En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3,1-2). Y más adelante dice: “Produzcan el fruto de una sincera conversión” (Mt 3,8). Y termina la enseñanza: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Mt 3,11). Haciendo clara referencia al profeta. “El no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir: juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres de país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas” (Is 11,3-5).

La figura de Juan Bautista que aparece en este tiempo de adviento no aparece con un hombre nuevo y distinto, sino que es hombre nuevo y distinto. Viste distinto. Come distinto. Habla distinto. Atrae a la gente de una manera distinta. Comienza el anuncio de algo nuevo. Comienzan a sentirse aires nuevos. Hasta el desierto comienza a oler a primavera. Si se dan cuenta, parece un hombre nuevo, un hombre extraño. Aparece el anuncio de algo diferente. Ya no es la repetición del pasado, sino de algo nuevo. Da gusto cuando uno descubre cosas nuevas y las cosas nuevas tienen que ver con el espíritu de Dios.

Ya no se predica la ley ni el templo, sino que se predica que el Reino de Dios está cerca (Mt 3,2). Da gusto cuando a uno le anuncian no los arreglos del pasado, sino algo que está brotando como nuevo (Is 11,1. Juan no es un una hombre cualquiera. Juan se siente a sí mismo como alguien diferente. Viste diferente, come diferente, habla diferente y hasta predica en lugares diferentes. Juan no es de los que se cree más, sino de los que disfruta anunciando que otro es más que él y ni siquiera es digno de desatarle las sandalias de ese alguien importante que es el Mesías (Mt 3,11).

¿Se han dado cuenta de cómo el Evangelio comienza presentando a Juan el Bautista como “palabra”? Hoy está de moda decir que las palabras se las lleva el viento, que ya no creemos en las palabras. Sin embargo, todavía hay palabras que merecen ser escuchadas. No hay palabra más auténtica que la palabra hecha vida (Jn 1,14). La vida de Juan el Bautista es toda ella una palabra. Es palabra cuando está cargada de coraje de decir la verdad tanto a Herodes como a Horodías de rechina los dientes de rabia y no para hasta que logra darle muerte. La muerte, como testimonio de la verdad, es la mejor palabra. Dicen que la muerte tapa definitivamente la boca. Yo diría que la muerte abre definitivamente la boca: “Ahí está el Cordero, el que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29).

Juan Bautista puede resultar un hombre raro para nuestra cultura post moderna, como es raro todo aquel que es capaz de caminar por donde los demás no suelen caminar. Es capaz de alejarse de la ciudad de Jerusalén, e incluso de su Templo, para instalarse en el desierto, libre como el viento del mismo desierto. Un hombre que no se dedica a estudiar la ley ni a enseñar grandes teorías. Es un hombre cuya misión es enseñar a vivir de una nueva esperanza y un nuevo horizonte. Tiene una misión única como todos los que quieren ser originales. “Preparar los caminos a Dios que está viniendo” (Mt 3,2).

Juan no es sino una voz que grita, una voz que proclama el cambio, una voz que grita la presencia de alguien todavía invisible en el desierto; pero que ya está; ya comienza a despuntar la aurora. Hoy necesita nuestra iglesia de esos hombres, extraños, raros, que gritan donde no hay nadie para que se acerquen todos. Necesitamos de profetas que todavía saben soñar mundos nuevos, que saben soñar mundos para Dios. Soñar en el amor de Dios, soñar en una esperanza real.

Este Segundo Domingo del Adviento nos habla de caminos, por tanto, nos habla de caminantes. Caminos que cada día van arando la tierra de nuestro corazón con ese impulso del cambio. Con ese despertar nuevas ilusiones y esperanzas nuevas. Es el momento de los que se sienten llamados por la gracia camino de nuevos planes, fruto de corazones nuevos. No se puede crear lo nuevo con un corazón viejo y cansado.

Las palabras de Juan Bautista que de alguna forma resume este tiempo de adviento: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3,2). Nos permite traer a colación otro elemento importante en este tiempo el del ayuno y reconciliación y al respecto el profeta nos describe muy claro: 

“Grita a voz en cuello, no te contengas miedo, alza tu voz como una trompeta: denúnciela a mi pueblo su rebeldía y sus pecados a la casa de Jacob! Ellos me consultan día tras día y quieren conocer mis caminos, como lo haría una nación que practica la justicia y no abandona el derecho de su Dios; reclaman de mí sentencias justas, les gusta estar cerca de Dios y se quejan: «¿Por qué ayunamos a tú no lo ves, nos afligimos y tú no lo reconoces?». Porque ustedes, el mismo día en que ayunan, se ocupan de negocios y maltratan a su servidumbre. Ayunan para entregarse a pleitos y querellas y para golpear perversamente con el puño. No ayunen como en esos días, si quieren hacer oír su voz en las alturas, ¿Es este acaso el ayuno que yo amo, el día en que el hombre se aflige a sí mismo? Doblar la cabeza como un junco, tenderse sobre el cilicio y la ceniza: ¿a eso llamas ayuno y día aceptable al Señor? Este es el ayuno que yo amo –oráculo del Señor–: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardarán en cicatrizar; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: «¡Aquí estoy!». Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como al mediodía. El Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan” (Is. 58,1-11).

sábado, 30 de noviembre de 2013

I DOMINGO DE ADVIENTO - A (01 de Diciembre del año 2013)



ADVIENTO 1 - A (1° de Diciembre del 2013)

Lectura del Evangelio de San Mateo 24,37-44

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.

De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada. PALABRA DEL SEÑOR.


Estimados(as) hermanos(as) en la fe, Paz y Bien.

Dice el Señor Dios. “Yo soy el alfa y omega, principio y fin” (Ap 1,8). Dice también: “El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasaran” (Mc 13,13). O también aquellas palabras: “Ya llega el novio salgan a su encuentro” (Mt 25,6). Palabras bíblicas que nos permiten entrar a un tiempo nuevo. Hoy inauguramos el año nuevo litúrgico Ciclo A-2014. Aunque aún que seguimos en el año 2013 pero ya en el último mes. Y empezamos con el tiempo de adviento, tiempo que nos prepara para una fiesta grandiosa, la fiesta del Niño Jesús. Y empezamos con bendiciendo la corona de adviento y encendiendo la primea vela.

La tradición litúrgica de nuestra iglesia nos presenta cada año el rito de las cuatro velas, una cada semana, es decir estaremos durante cuatro semanas en tiempo de conversión y cambio. Pueden pasar como un rito casi intrascendente. Sin embargo, siguen teniendo el simbolismo de algo que se enciende, de una luz nueva que alumbra nuestras vidas. Como una esperanza que se enciende en nosotros. Decía mismo Jesús: “Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Y encender la primera vela significa el inicio de la espera en vigilia o en vela.

Pienso que este rito que celebramos al comienzo de cada Misa los domingos del Adviento debiéramos repetirlo luego en nuestros hogares con toda la familia. Un miembro de la familia las enciende mientras otro, preferible el padre o la madre, leen en voz alta la oración correspondiente. Una manera que tiene la familia de vivir a la espera de la Navidad. Una manera que tiene la familia para afirmar su esperanza y su fe en aquel a quien esperamos con gozo. Un gozo que ha de ser experiencia espiritual de “esperar a Alguien”. El gozo de sentir que interiormente nuestros corazones se van iluminando y abriendo para recibir a Jesús. No es cuestión de hacer “Nacimientos” bonitos, es cuestión de hacer de nuestro hogar todo un nacimiento. Un nacimiento no de cartones, sino de vidas, de corazones conversos a la luz de dos que es la gracia suprema.


RITO DE BENDICION DE LA CORONA DE ADVIENTO:


Monición:

Al comenzar el nuevo año litúrgico vamos a bendecir esta corona con que inauguramos también el tiempo de Adviento. Sus luces nos recuerdan que Jesucristo es la luz del mundo. Su color verde significa la vida y la esperanza. El encender, semana tras semana, los cuatro cirios de la corona debe significar nuestra gradual preparación para recibir la luz de la Navidad.

Oración al comienzo del Adviento:

La tierra, Señor, se alegra en estos días y tu Iglesia desborda de gozo ante tu Hijo, el Señor, que se avecina como luz esplendorosa, para iluminar a los que yacemos en las tinieblas de la ignorancia, del dolor y del pecado. Lleno de esperanza en su venida, tu pueblo ha preparado esta corona con ramos del bosque y la ha adornado con luces. Dígnate derramar tu bendición en ella para que vivamos este tiempo de conversión según tu voluntad practicando obras de misericordia y caridad para que cuando llegue tu hijo seamos con él admitidos a su reino…+… en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo, Amén.

Oración del primer domingo de Adviento:

Encendemos, Señor, esta luz, como aquel que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene. Muchas sombras nos envuelven. Muchos halagos nos adormecen. Queremos estar despiertos y vigilantes, queremos caminar alegres hacia ti, porque Tú nos traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven, Señor Jesús!

Unidos en una sola voz digamos Padre nuestro...

V. Ven Señor Jesús, haz resplandecer tu rostro sobre nosotros.
R. Y seremos salvados.

REFLEXIÓN:

¿De qué se trata el tiempo de Adviento? Se trata de una esperanza de siglos (todo el Antiguo Testamento) que, después de mucha espera, recién comienza a realizarse. Pero, aunque parezca mentira y nos obliga a esperar, la esperanza misma ya es una razón para seguir mirando lejos. Puede que nosotros no veamos todavía nada, pero la fuerza de la esperanza nos da esa seguridad de que “vendrá”, lo “lograremos”. Por eso mismo quien tiene esperanza firme en lo nuevo, no se desanimará aunque tarde. Son muchos los desilusionados de todo. Desilusionados de ellos mismos. Desilusionados de la familia, de la sociedad, de la política, de la economía, incluso desilusionados de la Iglesia misma. Mientras nos enredamos en esas desilusiones, dejamos de ver amanecer una luz de esperanza que nos dice que todo puede cambiar.

Hoy comenzamos el camino del Adviento, camino de preparación para el que ha de venir al final de los tiempos, pero que nosotros la vivimos mejor, esperando al que ha de venir en estas Navidades, ese Dios encarnado es la “Esperanza de Dios” y que está llamado a ser la razón de nuestra esperanza. Porque lo que nosotros no podemos, sabemos que Él sí lo puede y con Él, también nosotros. No es la esperanza que viene de nuestros sueños. Es la esperanza de Dios “que ama tanto al mundo que entrega a su propio Hijo para que todos los que creen en el tengan vida eterna” (Jn 3,16). Ahí está el porqué y el para qué de nuestro esperar.

De tanta insatisfacción nos estamos quedando sin esperanza, sin ganas de luchar comprometernos de verdad. Por eso nos quedamos arañando las cosas. Prepararse para la Navidad ha de ser un levantar la cabeza por encima de nuestras dificultades, un mirar por encima de nuestras inmediateces, un ser conscientes de que nunca una noche ha vencido al amanecer, y nunca un problema ha vencido a la esperanza.

El evangelio de hoy inicia con aquellas palabras de Jesús que se remite a los sucesos del A. T. “Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca…” (Mt 24,37-38). Y termina con las mismas: “Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24,44). Jesús nos exhorta prepararnos y este tiempo de adviento es para esa preparación, pero ¿Cómo prepararnos?

San Pablo en la carta a los Romanos nos da pautas de cómo puede ser una buena preparación. Todo un programa de vida. Primero, que tomemos conciencia del momento en que vivimos. Segundo, que despertemos los que vivimos dormidos. Estamos metidos en la noche, pero ahí está la esperanza “el día se echa encima”, es hora de dejar las obras de las tinieblas y armarnos con las obras de la luz. A vivir como en pleno día. Y añade algo más: nada de entregarnos a la vida del placer y menos todavía a las riñas y enemistades. Para ello es el momento de revestirnos del Señor Jesús. ¿No le parece todo esto todo un plan de vida capaz de cambiar las cosas?

En resumidas cuentas, lo primero que la Palabra de Dios nos pide en este Primer Domingo de Adviento es que abramos los ojos, que dejemos esa vida en tinieblas que nos atonta y nos impide ver la realidad. Uno de nuestros peores problemas es no darnos cuenta de la realidad en la que vivimos, es como enterarnos de las cosas después que han pasado. La única manera de vivir la realidad y de comprometernos con ella, es tomar conciencia de lo que pasa. Pablo nos habla claro, hay que despertarse del sueño. Es cierto que la noche va avanzada, pero también el día está encima en que todo quedará al descubierto. Los problemas pueden ser grandes, pero también las soluciones se hacen cada vez más posibles. Para ello es preciso andar añorando la plena luz del día y no a tientas en la oscuridad. Comencemos el Adviento despiertos, con lo ojos abiertos, para que la venida de Jesús no nos tome a todos por sorpresa.


No vaya a sucedernos como a las mujeres necias del evangelio: “A medianoche se oyó un grito: "¡Ya viene el esposo, salgan a su encuentro!". Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: "¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?". Pero estas les respondieron: "No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado". Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: "Señor, señor, ábrenos", pero él respondió: "Les aseguro que no las conozco". Por tanto, estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora” (Mt 25,6-13).

DOMINGO XXXIV - C (24 de Noviembre del 2013)


DOMINGO XXXIV – C (24 de Noviembre del 2013)

Lectura del Evangelio de San Lucas 23,35-43

En aquel tiempo, el pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!». También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!».

Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». El le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».  PALABRA DEL SEÑOR.


Estimados hermanos en el Señor, Paz y Bien.

Finalmente llegamos al último domingo de este tiempo litúrgico ciclo C con la solemnidad de Jesucristo rey del Universo y curiosamente es título Rey, Dios arranca de los labios de los mismos verdugos del Hijo. Estas cosas solo puede hacer Dios, saber sacar una revelación de verdad “aun en son de burla para los hombres”, pero Dios sabe sacar una revelación de tales verdades hasta de una piedra: “También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!» (Lc 23,36-37).

Lucas lo ha expresado admirablemente en el texto evangélico que hemos leído, dibujando un escenario perfecto de entronización, en el que no falta detalle. El pueblo contempla la escena desde una cierta distancia; cerca del trono en el que se sienta el rey están, rodeándole, las autoridades civiles y militares, que son las únicas que pueden dirigirse a él directamente; aunque entre ellos destacan los consejeros más próximos que le hablan de tú a tú, sin intermediarios ni protocolo. Este escenario formal, dibujado por Lucas con toda intención, se llena de un contenido que poco o nada tiene que ver con alegato alguno a favor de la monarquía o de cualquier otro sistema político. Aquí la analogía usada funciona por contraste, pues se trata de algo completamente distinto. El pueblo que contempla de lejos no aclama, sino que primero ha exigido la ejecución de Jesús (cf. Lc 23, 18), aunque, como indica el mismo Lucas, después se duele de lo que ha visto (“se volvieron golpeándose el pecho”).

Las “autoridades civiles y militares”, son los altos magistrados judíos y los soldados romanos, que insultan a Jesús, tentándole, igual que el diablo en el desierto (“si eres hijo de Dios…”), para que use el poder en beneficio propio. Los consejeros más próximos son criminales, uno de los cuales también apostrofa al Rey escarneciéndolo. El rey del que hablamos tiene por trono la cruz, instrumento de tortura y ejecución para los criminales y los esclavos. Incluso el letrero en escritura griega, latina y hebrea, anunciando “éste es el rey de los judíos”, no deja de estar cargado de ironía, que denigra no sólo al supuesto rey en su extraño trono, sino también (ahí los romanos no perdieron la oportunidad) al pueblo que tiene un rey así. La Iglesia y la liturgia, al decirnos que Jesús es Rey y que ha vencido, nos presentan una imagen de esta realeza y su victoria que no puede dar lugar a equívocos o asimilaciones.

Si ser proclamado rey significa ser enaltecido y elevado, es claro que la “elevación” de Jesús es de un género completamente distinto. En el evangelio de Juan se habla de “elevación” y “glorificación” para referirse a la cruz. En Lucas no se habla, pero se “ve” lo mismo. Si la exaltación significa ponerse por encima de los demás, en Jesús significa, al contrario, abajarse, humillarse, tomar la condición de esclavo (cf Flp 2, 7-8). Aquí entendemos plenamente las palabras de los israelitas a David cuando le proponen que sea su rey: “somos de tu carne”. Jesús no es un rey que se pone por encima, sino que se hace igual, asume nuestra misma carne y sangre, nuestra fragilidad y vulnerabilidad. Por eso mismo, lejos de imponerse y someter a los demás con fuerza y poder, él mismo se somete, se ofrece, se entrega. Y ahora podemos comprender un nuevo rasgo original y exclusivo de la realeza de Cristo: pese a ser el único rey por derecho propio, es, al mismo tiempo, el más democrático, porque Jesús es rey sólo para aquellos que lo quieren aceptar como tal.


De nuevo en la primera lectura comprendemos que el sentido pleno de la elección libre del rey David por parte de los israelitas se da sólo en Cristo. De hecho, a lo largo de la pasión de este extraño rey, tal como la narra Lucas, van apareciendo personajes que lo eligen y aceptan pese a su terrible destino o precisamente por él: de entre el pueblo, las mujeres que se dolían y lamentaban por él (cf. Lc 23,  26) y otras que con sus conocidos se mantienen cerca de la Cruz (cf. 23, 49); de entre las “autoridades civiles y militares”, José de Arimatea, que reclama el cadáver, y el centurión romano que confiesa la justicia de Jesús y glorifica a Dios (cf. 34, 47. 50-53). Por fin, también uno de los “consejeros más próximos”, el buen ladrón, que expone su causa al tiempo que reconoce el Reino que los ojos simplemente humanos son incapaces de ver (cf. Lc 23, 40-43).

sábado, 16 de noviembre de 2013

DOMINGO XXXIII - C (17 de noviembre del 2013)



DOMINGO 33 - C (17 de noviembre del 2013)

Evangelio de San Lucas  21, 5 - 19:

En aquel tiempo dijo Jesús a algunos que ponderaban la belleza del  Templo, por la calidad de la piedra y los adornos: “Esto que ven, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida.” Le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?” Él dijo: “Miren, no se dejen engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, no se aterren; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato.”

Entonces les dijo: “Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo. “Pero, antes de todo esto, les echarán mano y les perseguirán, entregándoles a las sinagogas y cárceles y llevándoles ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto les sucederá para que den testimonio. Hagan el propósito, de no preocuparse de cómo se defenderán, porque yo les daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos sus adversarios.

Serán entregados por sus padres, hermanos, parientes y amigos, y les matarán a algunos de Uds. y serán odiados por todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de su cabeza. Con su perseverancia salvaran sus almas .”PALABRA DELE SEÑOR".

REFLEXIÒN:

Estimados amigos(as) en el Señor, Paz y Bien.

Este episodio del mensaje del evangelio de hoy me trae a memoria lo de la torre de babel: “Cuando los hombres emigraron desde Oriente, encontraron una llanura en la región de Senaar y se establecieron allí. Entonces se dijeron unos a otros: «¡Vamos! Fabriquemos ladrillos y pongámoslo a cocer al fuego». Y usaron ladrillos en lugar de piedra, y el asfalto les sirvió de mezcla. Después dijeron: «Edifiquemos una ciudad, y también una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo, para perpetuar nuestro nombre y no dispersarnos por toda la tierra» (Gn 11,2-4). Pero completa la idea el salmista: “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los albañiles; si el Señor no custodia la ciudad en vano vigila el centinela. Es inútil que ustedes madruguen; es inútil que velen hasta muy tarde y se desvivan por ganar el pan: ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen! (Slm 126). La gran tentación y constante del hombre es escapar de Dios y vivir a su capricho: “Al oír la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín, a la hora en que sopla la brisa, se ocultaron de él, entre los árboles del jardín. Pero el Señor Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?». «Oí tus pasos por el jardín, respondió él, y tuve miedo porque estaba desnudo. Por eso me escondí». El replicó: «¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol que yo te prohibí?». El hombre respondió: «La mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él». El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Cómo hiciste semejante cosa?». La mujer respondió: «La serpiente me sedujo y comí» (Gn 3,8-13)

Tuvo mucha razón el religioso y clérigo, Jacobo Benigno Bossuet cuando dijo: “Todo es Dios menos Dios mismo.” Hemos convertido en “dios” todos nuestros caprichos, al progreso, al desarrollo, al dinero, al bienestar, al placer del sexo, al placer del turismo. Hoy nos sobran “dioses” pero eso sí, hemos olvidado al mismo Dios. Resulta curioso, por una parte nos empeñamos en negar a “Dios” y, por otra, nos pasamos la vida creando “dioses”. ¿Alguien podrá vivir sin Dios? Está demostrado que no.  Pero el problema es que nos hemos creado muchos y falsos prejuicios respecto al Dios que Jesús nos ha presentado, creemos que el verdadero Dios nos complica la vida, preferimos inventarnos nuestros “dioses” pero ¿esos dioses de nuestros caprichos nos salvará o por lo menos nos dará felicidad eterna? ¿El dios dinero nos dará felicidad? Claro que no.

 Hoy Jesús nos ha dicho que estas maravillas de las construcciones habrá del saber humano, todo se vendrá abajo, no quedara piedra sobre piedra (Lc 21,6). ¿Se imaginan lo que diría Jesús hoy contemplando nuestros templos? ¿Se imaginan lo que diría Jesús hoy contemplando nuestras ciudades modernas? ¿Se imaginan lo que diría Jesús hoy contemplando nuestras casas o edificios? La gente se admiraba de la belleza del templo de Jerusalén, por sus piedras. Es decir, se admiraba de lo que algún día desaparecería. ¿Cuánta sabiduría, cuantos proyectos, cuánto dinero para el cemento; pero cuánto de empeño ponemos a nuestra vida en Dios?.

La inmensa mayoría de turistas que visita nuestros templos  y monumentos arquitectónicos se lleva unas fotos como recuerdo, pero cuántos se llevan una experiencia de Dios. Templos que cuesta una cara mantenerlos. Templos que terminan siendo incluso patrimonio del Instituto Nacional de Cultura, que no se pueden tocar sin su autorización. Son un tesoro y un valor para fomentar nuestro negocio del turismo. ¿Y dónde queda Dios? La inmensa mayoría de turistas ni siquiera se entera que está el Santísimo en tal templo. Todos se quedan con la belleza física y material.

Los templos levantados por grandes arquitectos son ahora los templos que atraen a la gente. En cambio, ¿alguien se fija en los verdaderos templos que somos nosotros y donde realmente habita Dios? Creo que los templos van a quedar para el turismo. Al final de todo, nos quedaremos con el único gran templo que será Jesús porque del resto no quedará piedra sobre piedra. Y que nadie se atreva a asumir el rol del Jesús, por eso nos pone de sobre aviso: no crean a los que dicen: “Está aquí, soy yo.” “No les sigan.” Y hoy no faltan falsos mesías a quienes muchos siguen. Jesús anuncia tiempos difíciles y, además, anuncia tres situaciones nada fáciles.

En primer lugar, no faltaran falsos profetas. Incluso tratando de engañarnos presentándose como el verdadero Jesús. En realidad nunca han faltado esos falsos profetas que tratan de arrastrar seguidores. Querer asumir la figura de Jesús y tratar de convencernos que ellos son la verdad y como si Jesús se encarnase en ellos, es una de las grandes tentaciones por las que todos pasamos. Aquí es preciso estar atentos y tener el espíritu del discernimiento. Dijo Jesús: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del infierno no prevalecerá contra ella. Yo te dará las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo». Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías” (Mt 16,18-20). Jesús siempre habla de una única iglesia y no de varias iglesias.


A veces no se atreven a decir que ellos son Jesús, pero son muchos los que sí se atreven a decir que “Jesús les ha revelado la verdad”. Sólo así se explica esa proliferación de Sectas que pululan por todas partes. Y dicen ser solo ellos quienes tienen la verdad. Solo ellos son la verdadera Iglesia y el verdadero camino. Es muy cierto que Jesús dijo: “Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí –como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre– y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a ellas también las traeré: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño porque hay un solo Pastor” (Jn 10,14-16). Por eso Jesús es claro al decirnos, “porque muchos vendrán usando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “El momento está cerca; no vayan tras ellos.”

Lo segundo, Jesús anuncia toda una serie de cataclismos, en el cielo y en la tierra. Estos siempre se han dado y seguirán dándose. No podremos construir lo nuevo sin destruir la viejo.


Finalmente, lo tercero, será que llegará el momento en que aún entre nosotros habrá divisiones y persecuciones. Incluso en la misma familia habrá esos conflictos, pero Jesús nos invita a no desesperarnos sino a seguir confiando en Él. Nos invita a seguir perseverando a pesar de todo. Solo la perseverancia hasta el final nos salvará. “Ustedes serán entregados a la tribulación y a la muerte, y serán odiados por todas las naciones a causa de mi Nombre. Entonces muchos sucumbirán; se traicionarán y se odiarán los unos a los otros. Aparecerá una multitud de falsos profetas, que engañarán a mucha gente. Al aumentar la maldad se enfriará el amor de muchos, pero el que persevere hasta el fin, se salvará. Esta Buena Noticia del Reino será proclamada en el mundo entero como testimonio delante de todos los pueblos, y entonces llegará el fin. (Mt 24,9-14). Dice también Jesús: “el cielo y la tierra pasaran pero mis palabras no pasaran” (Mc 13,31). ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino». (Mt  16,26-28).