DOMINGO XIX – A (13 de agosto del 2023)
Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo: 14,22-33
14:22 En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la
barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la
multitud.
14:23 Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al
atardecer, todavía estaba allí, solo.
14:24 La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por
las olas, porque tenían viento en contra.
14:25 A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre
el mar.
14:26 Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se
asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a
gritar.
14:27 Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no
teman".
14:28 Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú,
mándame ir a tu encuentro sobre el agua".
14:29 "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la
barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él.
14:30 Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y
como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame".
14:31 En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo,
mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?"
14:32 En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.
14:33 Los que estaban en ella se postraron ante él,
diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". PALABRA DEL
SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
"¡Animo, soy yo; no tengan miedo!" (Mt 21,47). Es
la frase central de la narración, el fundamento de toda lucha cristiana. No da
ninguna señal para ser reconocido ni menciona ningún nombre. Sólo dice:
"Soy yo". Dos palabras que lo dicen todo, porque sólo hay un hombre
que puede hablar de un modo tan incondicional y absoluto. Los discípulos no
debían reconocerlo ni por su voz, ni por su figura, ni por un gesto. Sólo deben
saber que quien habla así tiene que ser él. "Yo soy" evoca la
respuesta de Dios a Moisés a la pregunta ¿Cuál es tu nombre?: "Yo soy el
que soy" (Ex 3,14). Alude a su condición divina; por eso ante él sólo es
válida la confianza sin reservas y la entrega total, que eliminan el miedo.
El evangelio de hoy nos sitúa en dos perspectivas de
complemento: oración y fe: “Subió a la montaña para orar a solas. Y al
atardecer, todavía estaba allí solo en oración” (Mt 14,23); “Jesús tendió la
mano a Pedro y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué
dudaste?" (Mt 14,31). Y estos dos temas como son la fe y la oración son
ingredientes básicos para entrar en comunión con Jesús glorificado en la Santa
Eucaristía que instituye para nuestra santificación al decir: “Toman y coman
todos de él, porque esto es mi cuerpo. Toman y beban que este el cáliz de mi
sangre… para el perdón de los pecados; hagan esto en conmemoración mía” (Mt
26,26).
El texto de hoy lo dividimos en 4 partes:
1) El enlace con la multiplicación de los panes del domingo
anterior con los actos de fe: “Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a
la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la
gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al
atardecer estaba solo allí en oración” (Mt 14,22-23).
2) Jesús camina sobre las aguas. Acto que solo
corresponde a Dios (Causa de nuestra vida): “La barca se hallaba ya distante de
la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era
contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando
sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y
decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les
habló Jesús diciendo: «¡Ánimo!, soy yo; no tengan miedo” (Mt 14,24-27).
3) El episodio de Pedro. La gran tentación del hombre,
ser igual que Dios (Solo somos efecto de la obra creadora de Dios): “Pedro le
respondió: Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti caminando sobre las aguas.
¡Ven!, le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas,
yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como
comenzara a hundirse, gritó: ¡Señor, sálvame!. Al punto Jesús, tendiendo la mano,
le agarró y le dice: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? Subieron a la barca y
amainó el viento” (Mt 14,28-32).
4) La profesión de fe de la comunidad (Barca =
Iglesia): “Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo:
«Verdaderamente eres Hijo de Dios” (Mt 14,33).
En la primera parte, fíjense que Jesús ora: En la
soledad y en la noche (Mt 14,23; Mc 1,35; Lc 5,16), a la hora de las comidas
(Mt 14,19; 15,36; 26,26-27). Con ocasión de los acontecimientos más
importantes: el bautismo: (Lc 3,21), antes de escoger a los doce (Lc 6,12),
antes de enseñar a orar (Lc 11,1; Mt 6,5), antes de la confesión de Cesarea (Lc
9,18), en la Transfiguración (Lc 9,28-29), en el Getsemaní (Mt 26,36-44), sobre
la cruz (Mt 27,46; Lc 23,46). Ruega por sus verdugos (Lc 23,34), por Pedro (Lc 22,32),
por sus discípulos y por los que le seguirán (Jn 17,9-24). Ruega también por sí
mismo (Mt 26,39; Jn 17,1-5; Heb 5,7). Enseña a orar (Mt 6,5), manifiesta una
relación permanente con el Padre (Mt 11,25-27), seguro que no lo dejará nunca
solo (Jn 8,29) y lo escuchará siempre (Jn 11,22.42; Mt 26,53). Ha prometido (Jn
14,16) continuar intercediendo en la gloria (Rm 8, 34; Heb 7,25; 1 Jn 2,1). Y
es que la oración es el alimento de la vida espiritual. asi, cono el
pan material es la fuente de energía par el cuerpo,
la oración es el pan de la vida espiritual.
En la segunda parte se suscita el encuentro entre los
discípulos y Jesús: “Ellos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. Es un
fantasma, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo:
Tranquilícense, soy yo; no teman" (Mt 14,26-27): El miedo, el pánico no es
sino manifestación de la falta de fe y nos hace ver fantasmas. El relato del
Evangelio de hoy, nos presenta una de las realidades de la vida personal,
familiar o eclesial. Como paso a los discípulos, no siempre el viento está a su
favor y, con frecuencia, encuentra muchos vientos en contra. Es ahí cuando
pensamos estar solos, cuando en realidad Jesús está con nosotros, pero nuestro
miedo nos impide reconocerle y somos capaces de ver fantasmas donde deberíamos
ver que Él viene a echarnos una mano. Pero casi siempre olvidamos lo que ya nos
había dicho: “Yo estaré con uds. todos los días hasta el fin del mundo” (Mt
28,20).
En tercer lugar: “Pedro le respondió: Señor, si eres tú,
mándame ir a tu encuentro sobre el agua. Jesús le dijo ven. Y Pedro, bajando de
la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la
violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: Señor,
sálvame. Jesús le tendió la mano increpándolo: "Hombre de poca fe, ¿por
qué dudaste? (Mt 14,28-32). Pedro, en vez de fiarse de la Palabra de Jesús, le
exige de prueba un milagro. Poder acercarse a Él, ir hacia Él, caminando como
Él sobre las aguas. Es la gran tentación de muchos de nosotros que, en vez de
creer en la Palabra de Jesús, le exigimos a Dios milagros para creer. La fe no
nace de los milagros; al contrario, cuando Jesús quería hacer algún milagro
pregunta si tenían fe, por eso les decía: “Tu fe te ha salvado” (Mc 5,34).
Pedro siente que se está hundiendo. Es que una fe que pide milagros es una fe
demasiado débil y a las primeras dificultades, el miedo nos invade y nos
hundimos fácilmente. Pero es entonces que Pedro reconoce al Señor y le grita:
“¡Sálvame!”. Fíjense qué actitud de Jesús, que está al tanto de nosotros, como
un papá que cuida del hijo que empieza a caminar, que ni bien tropezamos nos
tiende la mano de auxilio. Pero mientras no clamemos su ayuda, no intervendrá
porque respeta la libertad del hombre. Ese clamor tiene que nacer de nuestra
fe.
En cuarto lugar: “Los que estaban en ella se postraron
ante él, diciendo: Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". (Mt 14,33).
Cuando Jesús amaina la tormenta, solo entonces todos se postran en una
confesión comunitaria diciendo: “Realmente eres el Hijo de Dios.” Los momentos
más difíciles ponen a prueba nuestra fe. Muchos confiesan que tienen dudas de
fe, dudas en la Iglesia, dudas en los sacerdotes dudas de sí. En alguna medida
la duda es buena, porque la duda siempre es el comienzo de una fe más sólida.
Donde sí hay que despertar nuestra preocupación es cuando no se tiene dudas
respecto a nuestra fe, porque o es señal de que hemos perdido por completo la
fe o tenemos certezas de la fe, si es así, que bien y si no es así, hay que
pedírselo al Señor como los apóstoles: “Los Apóstoles dijeron al Señor:
Auméntanos la fe. Él respondió: Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano
de mostaza, y dijeran a esa montaña: "Arráncate de raíz y plántate en el
mar", ella les obedecería” (Lc 17,5-6). Pero hay que hacerla mediante la
oración: Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de
sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a
sus discípulos. Él les dijo entonces: Cuando oren, digan: Padre,
santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino…” (Lc 11,1-4).
¿Quién, en algún momento de su vida, no ha pasado por la
prueba de la duda? Sólo no duda el que no cree, porque quien no cree de verdad,
no tiene por qué dudar. No se duda de aquello que no se cree. Muchos se
imaginan que están perdiendo la fe porque han comenzado a tener dudas, cuando
en realidad, sus dudas pueden manifestar la verdad de su fe. Las dudas pueden
nacer de uno mismo o pueden proceder del entorno en el que se vive y de las
mismas verdades en que se cree. De uno mismo, porque la fe no es simplemente un
conjunto de verdades que uno tiene en la cabeza, la fe es un estilo de vida y
de vivir. Y cuando uno comienza a vivir al margen de su fe, es lógico que
comience a poner en dudo sus propias creencias.
Ojala que nuestra fe, no tiemble a los vientos contrarios
que la vida nos ofrece. Solo unidos en una fe autentica en Jesús podemos ir por
el camino correcto y por eso El mismo nos ha insistido mucho:
“Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento
no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen
en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en
él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no
permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge,
se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras
permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán” (Jn 15,4-7).
Los éxitos no ayudan a madurar. Mientras que los momentos
difíciles siempre ayudan a tomar conciencia de la realidad, ayudan a pensar y
también a sentir la necesidad de Jesús que no anda lejos pero cuesta verlo.
Es preciso desterrar los miedos de la Iglesia porque
los miedos no ayudan a nada. Los miedos paralizan e impiden caminar. Los
miedos, también en la Iglesia, nos impiden mirar hacia delante y nos obligan a
echar las anclas en el pasado.
En los Hechos de los Apóstoles se habla del coraje y
la valentía de los primeros cristianos. Hoy es posible que tengamos que hablar
más de nuestros miedos e inseguridades que de nuestras valentías. Una Iglesia
con miedo, no camina, es como barca atada al puerto. Sin embargo, Jesús le
sigue pidiendo: “Rema mar adentro.”
El miedo nos hace ver fantasmas por todas partes,
hasta convierte a Jesús en un fantasma en la noche. Los fantasmas nos impiden
caminar. Cuando vemos fantasmas por todas partes, nos entran escalofríos en el
alma y las piernas se nos paralizan.
También hoy necesitamos escuchar la voz de Jesús que
nos grita en la noche: “¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!” Sería triste que nos
diga como a Pedro: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?” ¿No es ésta una
invitación a mirar para adelante y arriesgarnos?