II DOMINGO DE ADVIENTO - A (8 de diciembre del 2013)
Evangelio de San Mateo 3,1-12:
En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en
el desierto de Judea: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca».
A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: "Una voz grita en el
desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos".
Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de
cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén,
de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía
bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. Al ver que
muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo:
«Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca?
Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se
contenten con decir: «Tenemos por padre a Abraham». Porque yo les digo que de
estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta
a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y
arrojado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel
que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de
quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.
Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el
granero y quemará la paja en un fuego inextinguible». P:ALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados amigos en la fe Paz y Bien.
El domingo pasado hemos inaugurado este tiempo de adviento y
en ella el Señor nos ha dicho: “Estén preparados, porque ustedes no saben qué
día vendrá su Señor… preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora
menos pensada” (Mt 24,42-44). Y hemos dicho que este tiempo de adviento es el
resumen de todo el tiempo de espera del Mesías que es el Antiguo Testamento
De hecho, este Segundo Domingo de Adviento se nos describe
en la sagrada escritura el comienza del cumplimiento de todas las profecías
respecto al Mesías. Comienza algo nuevo como dice el profeta Isaías: “Saldrá
una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces. Sobre él
reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu
de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor” (Is
11,1-2).
Hoy el evangelio dice: “En aquel tiempo se presentó Juan el
Bautista, proclamando en el desierto de Judea: Conviértanse, porque el Reino de
los Cielos está cerca” (Mt 3,1-2). Y más adelante dice: “Produzcan el fruto de
una sincera conversión” (Mt 3,8). Y termina la enseñanza: “Yo los bautizo con
agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso
que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará
en el Espíritu Santo y en el fuego” (Mt 3,11). Haciendo clara referencia al
profeta. “El no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga
decir: juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los
pobres de país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus
labios hará morir al malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad
ceñirá sus caderas” (Is 11,3-5).
La figura de Juan Bautista que aparece en este tiempo de adviento
no aparece con un hombre nuevo y distinto, sino que es hombre nuevo y distinto.
Viste distinto. Come distinto. Habla distinto. Atrae a la gente de una manera
distinta. Comienza el anuncio de algo nuevo. Comienzan a sentirse aires nuevos.
Hasta el desierto comienza a oler a primavera. Si se dan cuenta, parece un hombre
nuevo, un hombre extraño. Aparece el anuncio de algo diferente. Ya no es la
repetición del pasado, sino de algo nuevo. Da gusto cuando uno descubre cosas
nuevas y las cosas nuevas tienen que ver con el espíritu de Dios.
Ya no se predica la ley ni el templo, sino que se predica
que el Reino de Dios está cerca (Mt 3,2). Da gusto cuando a uno le anuncian no
los arreglos del pasado, sino algo que está brotando como nuevo (Is 11,1. Juan
no es un una hombre cualquiera. Juan se siente a sí mismo como alguien
diferente. Viste diferente, come diferente, habla diferente y hasta predica en
lugares diferentes. Juan no es de los que se cree más, sino de los que disfruta
anunciando que otro es más que él y ni siquiera es digno de desatarle las
sandalias de ese alguien importante que es el Mesías (Mt 3,11).
¿Se han dado cuenta de cómo el Evangelio comienza
presentando a Juan el Bautista como “palabra”? Hoy está de moda decir que las
palabras se las lleva el viento, que ya no creemos en las palabras. Sin
embargo, todavía hay palabras que merecen ser escuchadas. No hay palabra más
auténtica que la palabra hecha vida (Jn 1,14). La vida de Juan el Bautista es
toda ella una palabra. Es palabra cuando está cargada de coraje de decir la
verdad tanto a Herodes como a Horodías de rechina los dientes de rabia y no
para hasta que logra darle muerte. La muerte, como testimonio de la verdad, es
la mejor palabra. Dicen que la muerte tapa definitivamente la boca. Yo diría
que la muerte abre definitivamente la boca: “Ahí está el Cordero, el que quita
el pecado del mundo” (Jn 1,29).
Juan Bautista puede resultar un hombre raro para nuestra
cultura post moderna, como es raro todo aquel que es capaz de caminar por donde
los demás no suelen caminar. Es capaz de alejarse de la ciudad de Jerusalén, e
incluso de su Templo, para instalarse en el desierto, libre como el viento del
mismo desierto. Un hombre que no se dedica a estudiar la ley ni a enseñar
grandes teorías. Es un hombre cuya misión es enseñar a vivir de una nueva
esperanza y un nuevo horizonte. Tiene una misión única como todos los que
quieren ser originales. “Preparar los caminos a Dios que está viniendo” (Mt
3,2).
Juan no es sino una voz que grita, una voz que proclama el
cambio, una voz que grita la presencia de alguien todavía invisible en el desierto;
pero que ya está; ya comienza a despuntar la aurora. Hoy necesita nuestra
iglesia de esos hombres, extraños, raros, que gritan donde no hay nadie para
que se acerquen todos. Necesitamos de profetas que todavía saben soñar mundos
nuevos, que saben soñar mundos para Dios. Soñar en el amor de Dios, soñar en
una esperanza real.
Este Segundo Domingo del Adviento nos habla de caminos, por
tanto, nos habla de caminantes. Caminos que cada día van arando la tierra de
nuestro corazón con ese impulso del cambio. Con ese despertar nuevas ilusiones
y esperanzas nuevas. Es el momento de los que se sienten llamados por la gracia
camino de nuevos planes, fruto de corazones nuevos. No se puede crear lo nuevo
con un corazón viejo y cansado.
Las palabras de Juan Bautista que de alguna
forma resume este tiempo de adviento: “Conviértanse, porque el Reino de los
Cielos está cerca” (Mt 3,2). Nos permite traer a colación otro elemento
importante en este tiempo el del ayuno y reconciliación y al respecto el profeta
nos describe muy claro:
“Grita a voz en cuello, no te contengas miedo, alza tu
voz como una trompeta: denúnciela a mi pueblo su rebeldía y sus pecados a la
casa de Jacob! Ellos me consultan día tras día y quieren conocer mis caminos,
como lo haría una nación que practica la justicia y no abandona el derecho de
su Dios; reclaman de mí sentencias justas, les gusta estar cerca de Dios y se quejan:
«¿Por qué ayunamos a tú no lo ves, nos afligimos y tú no lo reconoces?». Porque
ustedes, el mismo día en que ayunan, se ocupan de negocios y maltratan a su
servidumbre. Ayunan para entregarse a pleitos y querellas y para golpear perversamente
con el puño. No ayunen como en esos días, si quieren hacer oír su voz en las
alturas, ¿Es este acaso el ayuno que yo amo, el día en que el hombre se aflige
a sí mismo? Doblar la cabeza como un junco, tenderse sobre el cilicio y la
ceniza: ¿a eso llamas ayuno y día aceptable al Señor? Este es el ayuno que yo
amo –oráculo del Señor–: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del
yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu
pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas
desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. Entonces despuntará tu luz como
la aurora y tu llaga no tardarán en cicatrizar; delante de ti avanzará tu
justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor
responderá; pedirás auxilio, y él dirá: «¡Aquí estoy!». Si eliminas de ti todos
los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si ofreces tu pan al
hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las
tinieblas y tu oscuridad será como al mediodía. El Señor te guiará
incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de
vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas
aguas nunca se agotan” (Is. 58,1-11).