DOMINGO XXVI - C (29 de setiembre del 2019)
Proclamación del santo evangelio según San Lucas 16,19 - 31:
16:19 Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino
finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes.
16:20 A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre
llamado Lázaro,
16:21 que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del
rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.
16:22 El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno
de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
16:23 En la morada de los muertos, en medio de los
tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él.
16:24 Entonces exclamó: "Padre Abraham, ten piedad de
mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi
lengua, porque estas llamas me atormentan".
16:25 "Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has
recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él
encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.
16:26 Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran
abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden
hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí".
16:27 El rico contestó: "Te ruego entonces, padre, que
envíes a Lázaro a la casa de mi padre,
16:28 porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no
sea que ellos también caigan en este lugar de tormento".
16:29 Abraham respondió: "Tienen a Moisés y a los
Profetas; que los escuchen".
16:30 "No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si
alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán".
16:31 Abraham respondió: "Si no escuchan a Moisés y a
los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se
convencerán"". PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXION:
Estimados amigos(as) en la fe Paz y Bien.
“Tanto el rico como el pobre tienen algo es común: Que los
dos provienen de la mano creadora de Dios” (Prov 22,2); así también el pobre y
el rico no deciden qué día morirán (Ecl 8,8). Hoy nos ha dicho el Señor que: “Así
como el pobre muere, el rico también muere” (Lc 16,22). “Recuerda que eres
polvo y a polvo volverás” (Gn 3,19). Corporal o físicamente tenemos el mismo
destino: volver a ser tierra. Pero hay un detalle importante: “El polvo vuelva
a la tierra, como lo que es, y el espíritu vuelva a Dios, porque es él quien lo
dio” (Ecl 12,7). El espíritu que recibimos de Dios (Gn 2,7) no muere, no es
susceptible a la muerte, pero tiene dos destinos: o vuelve a Dios o no vuelve a Dios. Hoy nos lo ha dicho el Señor: El pobre
murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham, cielo. El rico también
murió y fue sepultado, Infierno” (Lc 16,22).
El pobre no está en el cielo por ser pobre, ni el rico en el
infierno por ser rico. El pobre puede estar en el cielo o en el infierno, como también
el rico puede estar en el cielo o infierno. ¿De qué depende estar en el cielo o
infierno tanto para el rico como para el pobre? "Les aseguro que cada vez
que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo. Hereden
el Reino de los cielos. Luego dirá a los de la izquierda: Aléjense de mí,
malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus
ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer” (Mt 25,40-42). “Estos
irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna" (Mt 25,46).
"Si quieres ser perfecto, dijo Jesús al rico, ve, vende
todo lo que tienes y dáselo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo.
Después, ven y sígueme. Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido,
porque poseía muchos bienes” (Mt 19,21-22). Si el rico hubiera sido capaz de
compartir su riqueza con los pobres hubiera adquirido un tesoro en el cielo y
sus bienes lo hubieran servido para su salvación. Por tanto, el rico está en el
infierno clamando piedad por no saber compartir su riqueza con el pobre. El pobre pudo también estado en el infierno
si no hubiera sabido vivir en la honradez, el pobre está en el cielo porque vivió
mendigando y no robo a nadie. Hay muchos que apelando a su pobreza asaltan y
matan. Y hacen mucho daño.
Me viene a la memoria aquella pregunta que hacen a Jesús: “
Señor, serán pocos los que se salven? (Lc 13,23). Y San Pablo describe lo que
en el corazón de Jesús ronda la respuesta a esta pregunta: “Dios salvador
nuestro quiere que todos los hombres se salven y conozcan la verdad” (I Tm
2,4). Pero como vemos en el relato y enseñanza de hoy, Jesús nos describe que
no será así, es decir que, no todos se
salvaran porque no todos aceptaran esta oferta de Dios cual es vivir en el amor
unos a otros (Mc 12,28-31). Esta parábola de hoy (Lc 16,19-31) nos describe dos
realidades distintas en el que un día tenemos que sopesar o afrontar: O bien
seremos recibido en el seno de Abraham
que es el cielo (Lc 16,22) o seremos recibidos en el abismo que es el
infierno (Lc 19,23). Reitero no por ser rico estaremos en infierno o por ser
pobre en el cielo, sino de como hicimos el uso de los bienes y la vida en el amor
manifiesto por el prójimo en obras de caridad.
Dice Dios: "Juro por mi que, no deseo la muerte del
pecador sino que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). Se han
preguntado alguna vez y por lo menos por mera curiosidad de ¿cómo será el cielo
y cómo será el infierno? Son preguntas que en teología se llama preguntas del
orden escatológico que corresponden a realidades postrimeras o realidades
después de la muerte física. Pues, aquí Jesús, hoy nos presenta y nos da
algunas pautas de cómo es el cielo y
cómo es el infierno, las posibles moradas del alma nuestro. Digo posibles en el
sentido que, o estaremos un día en el seno de Abraham, recibiendo consolación
(cielo, Lc 16,25) o en el seno del abismo, en medio de tormenta de fuego
(infierno, Lc 16,24). No podemos estar en los dos y o estar fuera de esas dos
realidades. Para nuestra vida futura, vida del alma no hay otra tercera
posibilidad, es decir pasar un momento en el abismo, otro momento en el cielo,
o escapar de estas dos realidades. Eso es imposible dice Jesús en su
explicación de hoy (Lc 19,26). Ahora recordemos otra vez la pregunta: “Señor,
¿serán pocos los que se salven? (Lc 13,23) y ¿cómo hacer que nos salvemos del
infierno y no estar a lado del rico? Pues, a Jesús le interesa hacernos
entender esta realidad mediante esta parábola.
Para deslindar esta parábola maravillosa conviene destacar:
Primero, un rico que se da una vida de señor y amo por sus bienes materiales
(Lc 16,19). Vive una vida en la que “no le falta nada”. Vendría bien citar
aquello que se dijo el rico: “Hombre tienes bienes almacenados para muchos
años; descansa, come, bebe y date buena vida" (Lc 12,19). Bueno, eso de
nada le falta lo ponemos entre comillas porque es una vida en la que falta todo
para heredar la vida verdadera y eterna. Vive una vida en soledad porque los
bienes materiales no le dan calor humano que toda persona requiere. Segundo, el
rico (Lc 16,19) como no es incapaz de mirar más allá del portón de su casa
(egoísmo), no tiene nombre. En cambio, Jesús pone nombre al pobre: Lázaro (Lc.
16,20). Es que la pobreza hecho fantasma o sea sin rostro humano a nadie alude.
Y Dios no es fantasma. Dios tiene nombre, es un hombre (Lc 24,39), tiene rostro
y como tal quiere amar al hombre con rostro humano y no al hombre con máscaras
o fantasmas.
Una simple puerta (egoísmo que enceguece y es igual al
infierno) puede impedir (Lc 16,20) ver a los que están fuera sumergido en
miseria, impiden ver el hambre de los que están al otro lado. Impiden ver las
necesidades de los demás. Esta puerta es pues, el ego del hombre que será
también la puerta que impedirá que un día pueda pasar de las tinieblas o del
fuego ardiente hacia la vida celestial (Lc 16,26).
Conviene resaltar el estilo y trato de Jesús. No tiene
palabras de condena para el rico, prefiere presentarnos la triste realidad y
que sea ésta la que toque nuestro corazón rompiendo el muro o la puerta del
ego. Porque no es condenando como se solucionan los problemas. El único camino
para solucionar el sufrimiento de los demás es ponerle rostro al hambre.
Ponerle un corazón de carne en lugar del corazón de piedra (Ez. 36,26).
A la pregunta de, si se salvaran pocos o muchos (Lc 13,23),
el problema no está en que pocos o muchos puedan vivir espléndidamente. El
problema tampoco está en los que viven sumergidos en la miseria. El problema
que molesta mucho a Dios es la indiferencia con que el hombre actúa en relación
a los demás (Mt 25,40-43). Tal vez sin pretenderlo, todos tengamos muchos muros
o puertas en nuestro corazón que nos impiden ver la pobreza de quienes se
sentirían felices con lo que a nosotros nos sobra. Con esta forma de vida no
podemos decir que amamos a Dios. Porque bien lo dice Juan: “Amémonos los unos a
los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y
conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn
4,7-8).
Si no amamos como Dios nos ama no podemos decir que somos de Dios. “El
que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede
amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?” (I Jn
4,20). El amor en Dios no es bonita teoría y muy romántica, no. Juan dice: “No
amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad. En
esto conoceremos que somos de la verdad, y estaremos tranquilos delante de Dios
aunque nuestra conciencia nos reproche algo, porque Dios es más grande que
nuestra conciencia y conoce todas las cosas” (I Jn 3,18-20).
Entre el rico y el pobre “se abre un gran abismo” (Lc
16,26): Como ya hemos dicho; Jesús, no condena la riqueza, no condena los
esplendidos banquetes que pudiéramos darnos y ojala fueran todos los días. El
gran problema de la humanidad no es el ser ricos y tener mucho. El problema de
la humanidad es la vida envuelto en el egoísmo y eso es lo que Dios condena: la
actitud que asumimos hacia los demás. Cuando no tenemos capacidad para darnos
cuenta de las necesidades de los otros. Cuando vivimos indiferentes ante el
hambre de los demás. Cuando no nos importan los problemas de los demás. Cuando
no nos importan las lágrimas de los demás. Cuando los sentimientos de los otros
no dicen nada a nuestro corazón de piedra (Ez 36,26). La indiferencia es la
actitud de quienes viven en el “egoísmo, encarcelados o esclavos de su yo” y no
se enteran de que también existen los demás. La indiferencia es la manera de
matar y hacer que solo nosotros existimos. Pero esta forma de vida no durara
por siempre, el placer, la seguridad que ofrece los bienes materiales no
trasciende, se agota.
La única forma de romper el ego que nos aísla del amor de
Dios es aquella forma de vida que Jesús nos enseñó: “Ámense unos a otros como
os he amado” (Jn. 13,34). Pero ese amor del que nos habla y manda Jesús no es
de mero subjetivo, sino un amor encarnado (Jn 3,16). Y la única forma de no
caer en el amor subjetivo o teórico es comprender la respuesta que Jesús dio un
día al joven rico que preguntó ¿Cuál es el mandamiento principal? Y Jesús respondo:
"El Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus
fuerzas.
El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro
mandamiento más grande que estos" (Mc 12,28-31). La única forma de no
estar a lado del rico del evangelio de hoy que padece tormento de fuego es
saber amar a Dios y al prójimo, mejor dicho amando al pobre es como se ama de
verdad a Dios. Pero mucho cuidado, no nos vaya a pasar aquello del joven rico a
quien dijo Jesús: “Ve, vende lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás
un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. El joven rico, al oír estas
palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: Qué difícil será para
los ricos entrar en el Reino de Dios” (Mc 10,17-23).
En la parte final no puedo cerrar mi reflexión de este
domingo sino es antes haciendo una mención especial a nuestro seráfico Padre
San Francisco de Asís, que es el santo que entendió perfectamente el evangelio
de Jesús y supo desprenderse todo los bienes materiales repartiéndolo entre los
pobres y solo vivir para el Señor. San Pablo puede resumir la vida del
pobrecillo de Asís de esta forma: “Yo en virtud de la Ley, he muerto a la Ley,
a fin de vivir solo para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo
yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo
en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20). Y
aquello respecto al despojo de bienes materiales: “A causa del Señor, nada
tiene valor para mí. Todo los considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp
3,8). Al final de su vida San Francisco de Asís, recibió como premio la estigmatización,
las santas llagas del Señor: “Ahora en adelante, que nadie me venga con
molestias: porque yo llevo en mi cuerpo las huellas de Cristo pobre y
crucificado” (Gal 6,17).
Recordemos el Papa Nº 266 de nuestra Iglesia
católica y Romana por qué escogió este nombre de Francisco, sino es por todo
cuanto significa para la Iglesia este santo, llamado con justa razón EL HERMANO
UNIVERSAL: “Desde luego, algunos – Dice el Santo Padre- no sabrán por qué he
decidido llamarme Francisco. Os voy a contar una historia... Comenzó diciendo
cómo durante el Cónclave estaba sentado en la capilla Sixtina junto al cardenal
brasileño Claudio Humes, ex arzobispo de Sao Paolo y ex prefecto de la
Congregación para el Clero. Cuando consiguió los 77 votos necesarios para convertirse
en Papa, los cardenales rompieron a aplaudir." Humes me abrazó, me besó y
me dijo: “No te olvides de los pobres”. Esas palabras: los pobres. Pensé en san
Francisco de Asís. Luego pensé en las guerras, mientras el escrutinio
proseguía. Pensé en Francisco, el nombre de la paz. Y así entró ese nombre en
mi corazón: Francisco de Asís. El hombre de los pobres, de la paz, que ama y
custodia al creador. Y en este momento con el creador no tenemos una relación
tan buena!, indicó con una sonrisa cómplice. "¡Cómo me gustaría una
Iglesia pobre y para los pobres!" Como lo quiso san Francisco de Asís, el
Hermano pobrecillo de Asís.