DOMINGO DE RAMOS – C (13 de abril de 2025)
Proclamamos la Pasión de Jesucristo según San Lucas en el
Capítulo 23, 33-49 (Lectura abreviada)
23:33 Cuando llegaron al lugar llamado "del Cráneo",
lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su
izquierda.
23:34 Jesús decía: "Padre, perdónalos, porque no saben
lo que hacen". Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre
ellos.
23:35 El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes,
burlándose, decían: "Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es
el Mesías de Dios, el Elegido!"
23:36 También los soldados se burlaban de él y, acercándose
para ofrecerle vinagre,
23:37 le decían: "Si eres el rey de los judíos,
¡sálvate a ti mismo!"
23:38 Sobre su cabeza había una inscripción: "Este es
el rey de los judíos".
23:39 Uno de los malhechores crucificados lo insultaba,
diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros".
23:40 Pero el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No
tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?
23:41 Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos
nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo".
23:42 Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a
establecer tu Reino".
23:43 Él le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás
conmigo en el Paraíso".
23:44 Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la
oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde.
23:45 El velo del Templo se rasgó por el medio.
23:46 Jesús, con un grito, exclamó: "Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu". Y diciendo esto, expiró.
23:47 Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a
Dios, exclamando: "Realmente este hombre era un justo".
23:48 Y la multitud que se había reunido para contemplar el
espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho.
23:49 Todos sus amigos y las mujeres que lo habían
acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo
sucedido. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXION:
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
Con la celebración del domingo de ramos iniciamos la semana
santa y tiene varias escenas, desde el día más oscuro (Viernes Santo) como el
día más claro (Domingo de Pascua). En resumidas cuentas ¿Qué significa la
semana santa? Todo pensamiento que podemos decir, queda insuficiente ante el
misterio y silencio de Jesús en la cruz. Ya el profeta Isaías hace 7 siglos,
antes de la escena de la pasión del Señor anuncio: “Todos andábamos errantes
como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre
él (Hijo) las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y
ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja
muda ante el que la esquila, él no habría su boca. Fue detenido y juzgado
injustamente, y, ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la
tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo” (Is.
53,7-58).
En el inicio de esta semana santa imaginemos y pensemos que:
Pasa ante nuestra mirada la intensidad de la escena de la agonía en el huerto
de los Olivos. Jesús, abrumado por la previsión de la prueba que le espera,
solo ante Dios, lo invoca con su habitual y tierna expresión de confianza: ¡Abbá,
Padre!. Le pide que aleje de él, si es posible, la copa del sufrimiento (Mc
14,36). Pero el Padre parece que no quiere escuchar la voz del Hijo, de ahí que
retoma fuerza y dice: “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la
del que me envió” ( Jn 6,68). “Quien no conoció pecado, se hizo pecado por
nosotros, para que viniésemos a ser justificados de Dios en él” (2 Co 5,21).
Nunca podremos saber y conocer la profundidad de este
misterio. Es toda la aspereza de esta paradoja la que emerge en el grito de
dolor, aparentemente desesperado, que Jesús da en la cruz: “Eloí, Eloí, lema
sabactaní?”—que quiere decir— “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?”
(Mc 15,34). ¿Es posible imaginar un sufrimiento mayor, una oscuridad más densa?
En realidad, la angustia del “por qué” dirigido al Padre con las palabras
iniciales del Salmo 22, aun conservando todo el realismo de un dolor indecible,
se ilumina con el sentido de toda la oración en la que el Salmista presenta
unidos, en un conjunto conmovedor de sentimientos, el sufrimiento y la
confianza. En efecto, continúa el Salmo: “En ti esperaron nuestros padres,
esperaron y tú los liberaste... ¡No andes lejos de mí, que la angustia está
cerca, no hay para mí socorro sino estastu!.
Cristo nos devuelve el rostro paternal, ¡qué misericordia ha
tenido el Señor con nosotros! ¡Que nadie, pues, se quede sin recibir este
abrazo del Padre (Lc 15,20). En nuestras horas oscuras, cuando sintamos el
cansancio de la fe, cuando todo nos parezca obscuro y la angustia haga presa de
nuestros miembros, veamos a Jesús en Getsemaní, y digámosle con sincero
corazón: ¡no te dejo solo mi Señor! ¡No, no te dejo solo en tu lucha por la
salvación de mi alma y de mis familiares! Salgamos de esa oración de la semana
santa con el alma ardiente y dispuesta a seguir luchando por Cristo, con cristo
y sus intereses que tiene que ver con nuestra salvación (Jn 3,17). No
reduzcamos nuestra misión cristiana a nuestras pobres miradas, cuando Cristo
nos pide estar con Él en lo más duro de la batalla. Aunque es verdad lo que
dijo: “Esta noche todos ustedes me abandonarán, porque así lo dicen las
Escrituras: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño” (Mt
26,31). Pedro mismo le dijo: Aunque todos se aparten de ti, yo nunca me
apartaré. Jesús le dijo: En verdad te digo que esta misma noche, antes que el
gallo cante, me habrás negado tres veces conocerme” (Mt 26,33). ¿Cómo permanecer
en y con Dios?: "Quien confiese que Jesús es hijos de Dios" (I Jn 2,5). Y Orar: “Oren para no caer en tentación porque el espíritu es
fuerte pero la carne es débil” (Mt 26,41).
El salmista clama viendo esta escena de la pasión del Señor:
“Mis enemigos me han rodeado como toros, como bravos toros de Basán; rugen como
leones feroces, abren la boca y se lanzan contra mí. Soy como agua que se
derrama; mis huesos están dislocados. Mi corazón es como cera que se derrite
dentro de mí. Tengo la boca seca como una teja; tengo la lengua pegada al
paladar. ¡Me has hundido hasta el polvo de la muerte! Como perros, una banda de
malvados me ha rodeado por completo; me han desgarrado las manos y los pies.
¡Puedo contarme los huesos! Mis enemigos no me quitan la vista de encima; se
han repartido mi ropa entre si y sobre ella echan suertes” (Slm 21,19). Con
muchos pasajes podemos buscar su real dimensión de la pasión del Señor, incluso
el mis Señor dirá resumiendo todo el A.T: “Estas profecías que acaban de oír,
hoy se cumplen”(Lc 4,21).
En este relato de la pasión del Señor, es tan cierto como el
Profeta lo predijo: “Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su
boca. Como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la
esquila, él no abría su boca para su defensa” (Is 53,7). Donde solo hablan los
hombres y tan cierto que Jesús guarda silencio. Pero con la poca fuerza que le
queda, sólo alguna que otra palabra pronuncia, no en su defensa, sino
manifestando su amor incluso a sus verdugos. Esas que llamamos las siete
palabras. Lucas pone en boca de Jesús tres palabras: La del perdón (Lc 23,34),
la de la promesa al buen ladrón (Lc 23,43) y la entrega de su espíritu en manos
del Padre (Lc 23,46). Lucas trae un detalle: la muerte de Jesús está sellada
con la confesión de fe del Centurión Romano, un pagano que reconoce a Dios en
la Cruz por ver el modo como muere (Lc.23,47).
Las tres Palabra citadas en la pasión, relatadas por Lucas
son de doble dimensión: divinas y humanas. Divinas porque sólo Dios puede
olvidarse de sí mismo y de sus sufrimientos para seguir pensando en el hombre.
Sólo Dios puede morir perdonando, que es el mejor oficio de Dios. Y sólo Dios
es capaz de abrir a la esperanza de la salvación a un facineroso que muere a su
lado. Morir regalando esperanza. Y sólo Él es dueño de la muerte. Por eso sólo
Él es capaz de vencer a la muerte (Jn 11,25) entregando voluntariamente su
espíritu en las manos del Padre (Lc 23,46). Son también, palabras profundamente
humanas. Revelan la gran sensibilidad de Jesús hacia el dolor de los demás (Lc
23,43). Revelan que se puede morir olvidándose de su muerte para dedicar sus
últimos momentos a quienes están necesitados de perdón y de esperanza (Lc
23,34). Por eso mismo, la Semana Santa no podemos vivirla sin sentirnos
solidarios con los demás (Mc 12,28). La Semana Santa es un diálogo con Dios y
con los hombres, un compromiso con Dios y con los hombres. Porque es la gran
semana del amor (Jn 13,34).
Que difícil creer en un Dios que se deja morir (Lc 23,46). ¿Qué
Dios se nos manifiesta en la Semana definitiva de la Pasión? Un Dios, para
muchos, un tanto extraño, un Dios que no responde a nuestras expectativas. Pues
a nosotros nos encanta un Dios que lo sabe todo, lo puede todo. En la Pasión
Dios se nos revela con un rostro totalmente diferente. Es el Dios débil, del
que los hombres pueden hacer lo que les viene en gana: prenderlo, juzgarlo,
condenarlo y crucificarlo. Aquí no hay nada de grandeza humana, lo único que
hay es debilidad: “Pero yo no soy un hombre, sino un gusano; ¡soy el hazmerreír
de la gente!” (Slm 21,7) . Un Dios que, hasta los soldados y criados, se
permiten el lujo de escupirle en la cara, darle de bofetadas, y convertirlo en
objeto de diversión y burla. ¿A esto se ha reducido Dios? ¿Es posible que Dios
se haya podido empequeñecer más? Un Dios víctima de todos. Todos tienen derecho
a jugar con él. El único que carece de derechos es él.
¿Qué tipo de Dios tenías en la mente? El Dios de la Pasión
es el Dios débil y de los débiles, crucificado y de los crucificados, el Dios
que calla y sufre en el silencio, mientras todos vociferan y piden a gritos su
condena. Sin embargo, todo eso no es sino el ropaje con el que se reviste Dios
porque, por dentro, la realidad es otra. El Dios de la Pasión es el Dios que
encarna los valores del Reino. El Dios que se sale del sistema humano(Razón) y
anuncia un sistema nuevo(Fe y amor). Se sale del sistema de la fuerza y el
poder y proclama el sistema del amor y la solidaridad y la fraternidad. El Dios
que se comparte a sí mismo con los débiles y ofrece la esperanza a los débiles.
El Dios que no ama el dolor, pero que es capaz de convertirlo en expresión de
amor y de vida. Un Dios que, colgado en la Cruz, es capaz de olvidarse de sí
mismo y escucha y atiende las súplicas de un crucificado que se desangra a su
lado.
Hoy, propios y extraños nos preguntamos: ¿qué hace un Dios
colgado de la Cruz? ¿No parece el mayor absurdo humano? Pues lo único que hace
Dios colgado de la Cruz es hacernos entender cuánto Dios nos ama, perdonar,
salvar, dar su vida por ti (Rm 5,8). Dar la vida por los demás, dar su vida
para que otros vivan, puede ser un absurdo humano, pero es la sabiduría divina
(I Cor 1,30). “El mensaje de la cruz es una locura para los que están en camino
de perdición, pero para los que están en camino de salvación es fuerza de Dios”
(I Cor 1,18). ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el hombre culto? ¿Dónde el docto
sutil de este mundo? ¿Acaso Dios no ha demostrado que la sabiduría del mundo es
una necedad? ( I Cor 1,2). En efecto, ya
que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que
manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la
predicación. Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de
sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo
para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para
los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios
es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más
fuerte que la fortaleza de los hombres” (I Cor 1,22-25).
En resumidas cuentas, la escena de la pasión del Señor no es,
sino la manifestación del amor de Dios en su Hijo a la humanidad y la concreción
y manifestación del Hijo que nos enseña por su palabra y ahora por su
testimonio: “Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.
Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si
alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra”
(Mt 5,38-39).