sábado, 15 de junio de 2013

DOMINGO XI - C (16/JUL/13)

PALABRA DE DIOS: XI DOMINGO - C T.O. (16/JUL/13): DOMINGO XI (TO – C) 16 de junio del 2013 San Lucas 7,36 - 50: En aquel tiempo, un fariseo le rogó a Jesús que comiera con él, ...

XI DOMINGO - C T.O. (16/JUL/13)


DOMINGO XI (TO – C) 16 de junio del 2013


San Lucas 7,36 - 50:

En aquel tiempo, un fariseo le rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de Él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume. Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: "Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora."

Jesús le respondió: "Simón, tengo algo que decirte." Él dijo: "Di, maestro." Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?" Respondió Simón: "Supongo que aquel a quien perdonó más." Él le dijo: "Has juzgado bien", y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos.

No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra." Y le dijo a ella: "Tus pecados quedan perdonados." Los comensales empezaron a decirse para sí: "¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?" Pero Él dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado. Vete en paz."

PALABRA DEL SEÑOR
COMENTARIO:

Mis queridos amigos os expreso mi saludo cordial y fraterno de Paz y Bien.
Estamos celebrando el XI domingo del tiempo ordinario y la liturgia nos invita a meditar y reflexionar sobre la actitud escandalosa del fariseo Simón y el escándalo que suscita la actitud de Jesús al perdonar el pecado de la mujer más pecadora de la ciudad:

Simón “el buen fariseo” invitó a Jesús a cenar a su casa. Jesús no tiene reparo alguno en aceptar dicha invitación. Le importan poco las críticas y murmuraciones de la gente que se tiene por buena. Jesús es de los que no tiene escrúpulos si se trata de amar ni siquiera de entrar en casa de un fariseo que sabe piensa mal de Él. Lo que digan o no los demás no le preocupa, su preocupación es acercarse a los que necesitan de su ayuda, ya había dicho: “No es la gente sana la que necesita médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan lo que significa esta palabra de Dios: Me gusta la misericordia más que las ofrendas. Pues no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,12-13). Pero luego resulta muy curioso, una escena que revela el corazón humano del anfitrión. No sabemos cuáles pudieron ser los motivos por los que el fariseo, que se llamaba Simón, invitó a Jesús a su casa, pero es de suponer que el fin era espiar a Jesús: “Los maestros de la Ley y los fariseos espiaban a Jesús para ver si hacía una curación en día sábado, y encontrar así motivo para acusarlo” (Lc 6,7). Pero es que durante la cena entra una pecadora desesperada de vivir el vacío de una vida entregada al servicio de muchos que se llamaban buenos y la utilizaban.

Mientras ella se echa a los pies de Jesús, los riega con sus lágrimas y se los seca con su larga cabellera, alguien está condenando a esta mujer y condenando a Jesús. "Si este fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo estás tocando y lo que es: una pecadora"(Lc. 7,39). Jesús, que conoce la verdad del corazón humano: La mujer samaritana exclamó: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cristo?” (Jn 4,29) y por eso sale en defensa de la pecadora, marginada por aquellos mismos que la utilizaban para saciar sus propias pasiones. Cuando se trata de defender al débil o al pecador arrepentido, Jesús no le importa poner al descubierto el corazón podrido y que apesta de los buenos fariseos (Jn 11,39). No tiene vergüenza en poner al descubierto los pensamientos del que le invitó a la cena, no tiene vergüenza en desacreditar a quien le había regalado una cena, porque de por medio está el amor al pecador que busca llenar su vacío y limpiar su vida de tanta basura.

Me gusta el atrevimiento de Jesús de poner al descubierto los pensamientos del fariseo que le ofrece la cena, dejándolo al descubierto de todo el mundo. Me gusta también el atrevimiento de Jesús que da cara por una pecadora pública, de mala reputación y marginada por todos los buenos. Me encanta el atrevimiento de Jesús de defender a los malos desprestigiando a los buenos. Me encanta el atrevimiento de Jesús de poner al descubierto la maldad del corazón de los buenos y la bondad que aún queda en el corazón de los malos. Con frecuencia condenamos en los demás lo que escondemos dentro de nosotros y Dios termina destapándolo. “Nadie te condeno? Yo tampoco te condeno” había dicho a la mujer adúltera (Jn 8,11).

Y qué tal si en tu misa de fiesta o matrimonio sube al altar una mujer que todo el mundo sabe que es la prostituta más conocida de tu pueblo para presentar su ofrenda. La verdad que no sé si el mayor susto se lo llevaría el Sacerdote o la gente que participa en la Eucaristía. Es que resulta curioso, mientras por una parte las calificamos de malas mujeres, luego cuando se trata de prohibirles su presencia. Salimos a defenderlas, pero defenderlas para que sigan con el mismo oficio, y no me dirán que tampoco faltan quienes lo creen necesario. Es esta una escena evangélica llena de contrastes. La actitud de Simón el fariseo que se escandaliza, aunque se guarda bien de conservar las apariencias del bueno y noble, y la actitud de Jesús que se deja tocar, se deja lavar los pies y perfumarlos y la recibe con cariño y compasión.

El escándalo es mayor cuando Jesús le dice: "Mujer tu fe te ha salvado." "Vete en paz." Simón piensa mal de la mujer y piensa mal de Jesús. Mientras tanto, Jesús siente el gozo de la compasión, siente el calor de aquellas lágrimas y aquellos besos. Más aún cuando la ve levantarse nueva, perdonada, con un corazón nuevo porque esta mujer estaba muerta en vida condenada gente que dicen ser de corazón noble; al respecto dice Jesús a los fariseos: “Raza de víboras, si ustedes son tan malos, ¿cómo pueden decir algo bueno? La boca siempre habla de lo que está lleno el corazón. El hombre bueno saca cosas buenas del bien que guarda dentro, y el que es malo, de su mal acumulado saca cosas malas. Yo les digo que, en el día del juicio, los hombres tendrán que dar cuenta hasta de lo dicho que no podían justificar”. (Mt 12,35-36)

¡Cuánto hablamos mal de las pobres pecadoras! Pero, ¿qué hacemos por ellas? ¡Cuánto hablamos mal y criticamos a todo el mundo Pero, ¿qué hacemos por ellos los que  se portan mal? Los hemos convertido en objeto de cantidad de chistes y marginaciones. Pero que levante la mano el que se haya acercado a ellos para tenderles una mano y abrirlos a la esperanza. Hoy tendría que sonar fuerte tanto en la sociedad como en la misma Iglesia las frases de Jesús: "Misericordia quiero y no sacrificios" (Am 6,6). "Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5,7). Un cristiano sin misericordia y sin sensibilidad para estos marginados no lleva el corazón de Jesús dentro de sí. La misericordia hace posible que hasta los malos puedan cambiar y sentir el gozo y la alegría del perdón de Dios porque también ellos son objeto del amor de Dios, aunque no lo sean del nuestro.

Recuerden lo que Jesús nos dice: “Sean compasivos como es compasivo el Padre de ustedes. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará; se les echará en su delantal una medida colmada, apretada y rebosante. Porque con la medida que ustedes midan, serán medidos ustedes” (Lc 6,36-38). “La religión verdadera y perfecta ante Dios, nuestro Padre, consiste en esto: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus necesidades y no contaminarse con la corrupción de este mundo” (Stg 1,27).

domingo, 9 de junio de 2013

X DOMINGO - CICLO C (T.O)


DOMINGO X (T.O.) 9 DE JUNIO 2013

Evangelio: San Lucas 10 11- 17

En aquel tiempo, iba Jesús de camino de una ciudad llamada Naím, e iban con él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: "No llores." Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: "Joven, a ti te digo: Levántate." El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: "Un gran profeta ha surgido entre nosotros", "Dios ha visitado a su pueblo". Y la noticia se divulgó por toda la comarca y Judea entera.
PALABRA DEL SEÑOR.
COMENTARIO:

Muy estimados amigos en el señor Paz y Bien.

En este domingo el tema de nuestra reflexión es el tema de la muerte y la resurrección.  La resurrección es efecto de la muerte y la muerte no es sino efecto del pecado y el pecado no es obra de Dios. “Po un solo hombre  entró el pecado en el mundo, y con el pecado la muerte. Después la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron (Rm 5,12). Así pues, el pecado es obra del hombre. “Si decimos que no tenemos pecado, nos estamos engañando a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Pero si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad. Si dijéramos que no hemos pecado, sería como decir que él miente, y su palabra no estaría en nosotros” (IJn 1,8-10).

El daño está hecho, habrá que hacer frente al Pecado porque conduce a muerte y la muerte no es sino el infierno. “Dios salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios es único, y único también es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre” (ITm 2,4-5). Mismo Jesús dice. “Entonces Tomás preguntó: «Señor, nosotros no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino? Jesús contestó: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6-7).  Resáltese esta afirmación de Jesús “yo soy la vida”. “Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección (y la vida). El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.» (Jn 11, 25-26).

Ahora bien, conviene situarnos en algunas escenas de la resurrección las que suscita el mismo Señor Jesús salvador nuestro que ha venido a arrancarnos del poder de la muerte:

1).-Naim: Jesús se dirigió poco después a un pueblo llamado Naím, y con él iban sus discípulos y un buen número de personas. Cuando llegó a la puerta del pueblo, sacaban a enterrar a un muerto: era el hijo único de su madre, que era viuda, y mucha gente del pueblo la acompañaba. Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: «No llores.» Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron. Dijo Jesús entonces: «Joven, yo te lo mando, levántate.» Se incorporó el muerto inmediatamente y se puso a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre: Mujer ahí tienes a tu hijo. (Lc. 7. 12-15). La parte ultima similar a la escena de su propia muerte: Jesús, al ver a la Madre y junto a ella al discípulo que más quería, dijo a la Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» (Jn 19,26).

2).- Casa de Jairo: Estaba aún Jesús hablando, cuando alguien vino a decir al dirigente de la sinagoga: «Tu hija ha muerto; no tienes por qué molestar más al Maestro.» Jesús lo oyó y dijo al dirigente: «No temas: basta que creas, y tu hija se salvará.» Al llegar a la casa, no permitió entrar con él más que a Pedro, Juan y Santiago, y al padre y la madre de la niña. Los demás se lamentaban y lloraban en voz alta, pero Jesús les dijo: «No lloren; la niña no está muerta, sino dormida.» Pero la gente se burlaba de él, pues sabían que estaba muerta. Jesús la tomó de la mano y le dijo: «Niña, levántate.» Le volvió su espíritu; al instante se levantó y Jesús insistió en que le dieran de comer (Lc 8, 49-52)

3) Betania: Jesús ordenó: «Quiten la piedra.» Marta, hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya tiene mal olor, pues lleva cuatro días.» Jesús le respondió: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios? Y quitaron la piedra. Jesús levantó los ojos al cielo y exclamó: «Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas; pero lo he dicho por esta gente, para que crean que tú me has enviado.» Al decir esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!» Y salió el muerto. Tenía las manos y los pies atados con vendas y la cabeza cubierta con un velo. Jesús les dijo: «Desátenlo y déjenlo caminar.» Muchos judíos que habían ido a casa de María creyeron en Jesús al ver lo que había hecho. (Jn 11,19-45).

4) Propia muerte y resurrección: y Jesús gritó muy fuerte: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y dichas estas palabras, Jesús murió. El capitán romano, al ver lo que había sucedido, reconoció la mano de Dios y dijo: «Realmente este hombre era un justo.» Y toda la gente que se había reunido para ver este espectáculo, al ver lo ocurrido, comenzó a irse golpeándose el pecho. (Lc 23, 46-48) … (María de Magdala, Juana y María, la madre de Santiago) al entrar en la tumba no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían qué pensar, pero en ese momento vieron a su lado a dos hombres con ropas fulgurantes. Estaban tan asustadas que no se atrevían a levantar los ojos del suelo. Pero ellos les dijeron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí. Resucitó. Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía estaba en Galilea: El Hijo del Hombre debe ser entregado en manos de los pecadores y ser crucificado, y al tercer día resucitará.» Ellas entonces recordaron las palabras de Jesús. Al volver del sepulcro, les contaron a los Once y a todos los demás lo que les había sucedido. (Lc 26,4-9).

La pregunta exegética que nos hacemos es. ¿Por qué las resurrecciones que hizo Jesús se describen con detalles pero hay tres puntos suspensivos en la resurrección de nuestro Señor Jesucristo? L respuesta la hallamos en la resurrección de Lázaro (Jn 11,41). Porque todas las resurrecciones que hace Jesús es el cuarto día, es decir resucitan en el mismo cuerpo mortal. En cambio la resurrección del Señor es el tercer día, una resurrección en el estado glorioso. Y ¿en qué consiste este estado glorioso?. Veamos:

Jesús se Transfiguró: “Unos ocho días después de estos discursos, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y subió a un cerro a orar. Y mientras estaba orando, su cara cambió de aspecto y su ropa se volvió de una blancura fulgurante. Dos hombres, que eran Moisés y Elías, conversaban con él. Se veían en un estado de gloria y hablaban de su partida, que debía cumplirse en Jerusalén. Un sueño pesado se había apoderado de Pedro y sus compañeros, pero se despertaron de repente y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Como éstos estaban para irse, Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno que estemos aquí! Levantemos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Pero no sabía lo que decía. Estaba todavía hablando, cuando se formó una nube que los cubrió con su sombra, y al quedar envueltos en la nube se atemorizaron. Pero de la nube llegó una voz que decía: «Este es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo.» (Lc 9,28-35). Esta explicación de la transfiguración del señor en el monte Tabor es la que entra a tallar los puntos suspensivos dejados en la tumba vacía (Lc 24,6) Jesús resucito y ahora está en estado glorioso ya no unos segundos como se dejó ver con Pedro Santiago y Juan sino para siempre, este estado está fuera del tiempo y es la eternidad.

Ahora estando en este estado glorioso Jesús se dejó ve durante 50 días por sus apóstoles y una de ellas es esta: “Ese mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús les volvió a decir: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los envío yo también.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos.» Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «Hemos visto al Señor.» Pero él contestó: «Hasta que no vea la marca de los clavos en sus manos, no meta mis dedos en el agujero de los clavos y no introduzca mi mano en la herida de su costado, no creeré.» Ocho días después, los discípulos de Jesús estaban otra vez en casa, y Tomás con ellos. Estando las puertas cerradas, Jesús vino y se puso en medio de ellos. Les dijo: «La paz esté con ustedes.» Después dijo a Tomás: «Pon aquí tu dedo y mira mis manos; extiende tu mano y métela en mi costado. Deja de negar y cree.» Tomás exclamó: «Tú eres mi Señor y mi Dios.» Jesús replicó: «Crees porque me has visto. ¡Felices los que no han visto, pero creen!» (Jn 20, 20-19).

San Pablo: En su teología de la Parusía parte propedéutica sostiene este mismo principio: En primer lugar les he transmitido esto, tal como yo mismo lo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado; que resucitó al tercer día, también según las Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los Doce. Después se dejó ver por más de quinientos hermanos juntos, algunos de los cuales ya han entrado en el descanso, pero la mayoría vive todavía. Después se le apareció a Santiago, y seguidamente a todos los apóstoles.  Y se me apareció también a mí, iba a decir al aborto, el último de todos Porque yo soy el último de los apóstoles y ni siquiera merezco ser llamado apóstol, pues perseguí a la Iglesia de Dios. Sin embargo, por la gracia de Dios soy lo que soy y el favor que me hizo no fue en vano; he trabajado más que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. Pues bien, esto es lo que predicamos tanto ellos como yo, y esto es lo que han creído. Ahora bien, si proclamamos un Mesías resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos ahí que no hay resurrección de los muertos? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, nuestra predicación no tiene contenido, como tampoco la fe de ustedes. Con eso pasamos a ser falsos testigos de Dios, pues afirmamos que Dios resucitó a Cristo, siendo así que no lo resucitó, si es cierto que los muertos no resucitan. Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo pudo resucitar. Y si Cristo no resucitó, de nada les sirve su fe: ustedes siguen en sus pecados. Y, para decirlo sin rodeos, los que se durmieron en Cristo están totalmente perdidos. Si nuestra esperanza en Cristo se termina con la vida presente, somos los más infelices de todos los hombres. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, siendo él primero y primicia de los que se durmieron.

Un hombre trajo la muerte, y un hombre también trae la resurrección de los muertos. Todos mueren por estar incluidos en Adán, y todos también recibirán la vida en Cristo. Pero se respeta el lugar de cada uno: Cristo es primero, y más tarde le tocará a los suyos, cuando Cristo nos visite. Luego llegará el fin. Cristo entregará a Dios Padre el Reino después de haber desarmado todas las estructuras, autoridades y fuerzas del universo. Está dicho que debe ejercer el poder hasta que haya puesto a todos sus enemigos bajo sus pies, y el último de los enemigos sometidos será la muerte. Dios pondrá todas las cosas bajo sus pies. Todo le será sometido; pero es evidente que se excluye a Aquel que le somete el universo. Y cuando el universo le quede sometido, el Hijo se someterá a Aquel que le sometió todas las cosas, para que en adelante, Dios sea todo en todos. Pero, díganme, ¿qué buscan esos que se hacen bautizar por los muertos? Si los muertos de ningún modo pueden resucitar, ¿de qué sirve ese bautismo por ellos? Y nosotros mismos, ¿para qué arriesgamos continuamente la vida? Sí, hermanos, porque todos los días estoy muriendo, se lo juro por ustedes mismos que son mi gloria en Cristo Jesús nuestro Señor. Si no hay más que esta existencia, ¿de qué me sirve haber luchado contra leones en Éfeso? Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos. No se dejen engañar: las doctrinas malas corrompen las buenas conductas. Despiértense y no pequen: de conocimiento de Dios algunos de ustedes no tienen nada, se lo digo para su vergüenza.

Algunos dirán: ¿Cómo resurgen los muertos? ¿Con qué clase de cuerpo vuelven? ¡Necio! Lo que tú siembras debe morir para recobrar la vida. Y lo que tú siembras no es el cuerpo de la futura planta, sino un grano desnudo, ya sea de trigo o de cualquier otra semilla. Dios le dará después un cuerpo según lo ha dispuesto, pues a cada semilla le da un cuerpo diferente. Hablamos de carne, pero no es siempre la misma carne: una es la carne del hombre, otra la de los animales, otra la de las aves y otra la de los peces. Y si hablamos de cuerpos, el resplandor de los «cuerpos celestes» no tiene nada que ver con el de los cuerpos terrestres. También el resplandor del sol es muy diferente del resplandor de la luna y las estrellas, y el brillo de una estrella difiere del brillo de otra.

Lo mismo ocurre con la resurrección de los muertos. Se siembra un cuerpo en descomposición, y resucita incorruptible. Se siembra como cosa despreciable, y resucita para la gloria. Se siembra un cuerpo impotente, y resucita lleno de vigor. Se siembra un cuerpo animal, y despierta un cuerpo espiritual. Pues si los cuerpos con vida animal son una realidad, también lo son los cuerpos espirituales. Está escrito que el primer Adán era hombre dotado de aliento y vida; el último Adán, en cambio, será espíritu que da vida. La vida animal es la que aparece primero, y no la vida espiritual; lo espiritual viene después. El primer hombre, sacado de la tierra, es terrenal; el segundo viene del cielo. Los de esta tierra son como el hombre terrenal, pero los que alcanzan el cielo son como el hombre del cielo. Y del mismo modo que ahora llevamos la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial. Entiéndanme bien, hermanos: lo que es carne y sangre no puede entrar en el Reino de Dios. En la vida que nunca terminará no hay lugar para las fuerzas de descomposición. Por eso les enseño algo misterioso: aunque no todos muramos, todos tendremos que ser transformados cuando suene la última trompeta. Será cosa de un instante, de un abrir y cerrar de ojos. Al toque de la trompeta los muertos resucitarán como seres inmortales, y nosotros también seremos transformados. Porque es necesario que nuestro ser mortal y corruptible se revista de la vida que no conoce la muerte ni la corrupción. Cuando nuestro ser corruptible se revista de su forma inalterable y esta vida mortal sea absorbida por la inmortal, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: ¡Qué victoria tan grande! La muerte ha sido devorada. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y la Ley lo hacía más poderoso. Pero demos gracias a Dios que nos da la victoria por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor. Así, pues, hermanos míos muy amados, manténganse firmes y no se dejen conmover. Dedíquense a la obra del Señor en todo momento, conscientes de que con él no será estéril su trabajo.

REFELXION PASTORAL:

Solo quien ha experimentado el dolor auténtico de la muerte es el que ha perdido un ser querido en este mundo. Nadie sabe el dolor del corazón de una madre que ha perdido a su hijo. Su camino más doloroso es sin duda el del cementerio. De ahí las dolorosas escenas de despedida cuando ven que meten a su hijo en la tumba. Incluso, a veces, es preciso tomarla de la mano porque no quiere soltarse del último abrazo en el ataúd. Pero todos somos testigos del dolor de las madres que sienten que también están perdiendo a su hijo, no porque la gente cargue con el ataúd. Es el dolor de las madres que ven que sus hijos se alejan del hogar en busca de otras compañías, que andan por otros caminos de muerte en la vida.

El dolor de las madres que ven a su hijo dominado por el alcohol y que regresa a casa de madrugada, cuando no se queda por ahí todo el fin de semana. El dolor de las madres que ven como su hijo se está hundiendo en el infierno de la droga. El dolor de las madres que sienten que su hijo se niega a abrir sus ojos a un futuro digno y que los haga hombres signos en la sociedad. Todos, de alguna manera, hemos sido y somos testigos del dolor de muchas madres. Engendraron al hijo con todo el cariño de su corazón y ahora ven cómo se les escapa de las manos.


A estas madres no podemos mirarlas con indiferencia y muchos menos con críticas y reproches. También ellas necesitan de un Jesús que sienta compasión por ellas y les devuelva a su hijo medio muerto en vida. Hijo no camino del cementerio, pero sí camino de una vida que cada día se va destruyendo. También ellas necesitan de una palabra de consuelo por parte nuestra. También ellas necesitan de esa ayuda que pueda devolverles al hijo. Felizmente existen hoy distintos movimientos de ayuda, pero necesitan también ellas de mucha fe en Jesús que es capaz de decir: "Muchacho, a ti te lo digo: "Levántate." Todas las terapias son de alabar y apreciar, pero no podemos olvidar a ese Jesús que, a veces como quien no hace nada, sale a nuestro encuentro. Hay muertes que sólo Él puede devolverlas la vida. Jesús no puede ser indiferente ante las lágrimas de las madres.