sábado, 15 de junio de 2013

XI DOMINGO - C T.O. (16/JUL/13)


DOMINGO XI (TO – C) 16 de junio del 2013


San Lucas 7,36 - 50:

En aquel tiempo, un fariseo le rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de Él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume. Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: "Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora."

Jesús le respondió: "Simón, tengo algo que decirte." Él dijo: "Di, maestro." Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?" Respondió Simón: "Supongo que aquel a quien perdonó más." Él le dijo: "Has juzgado bien", y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos.

No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra." Y le dijo a ella: "Tus pecados quedan perdonados." Los comensales empezaron a decirse para sí: "¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?" Pero Él dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado. Vete en paz."

PALABRA DEL SEÑOR
COMENTARIO:

Mis queridos amigos os expreso mi saludo cordial y fraterno de Paz y Bien.
Estamos celebrando el XI domingo del tiempo ordinario y la liturgia nos invita a meditar y reflexionar sobre la actitud escandalosa del fariseo Simón y el escándalo que suscita la actitud de Jesús al perdonar el pecado de la mujer más pecadora de la ciudad:

Simón “el buen fariseo” invitó a Jesús a cenar a su casa. Jesús no tiene reparo alguno en aceptar dicha invitación. Le importan poco las críticas y murmuraciones de la gente que se tiene por buena. Jesús es de los que no tiene escrúpulos si se trata de amar ni siquiera de entrar en casa de un fariseo que sabe piensa mal de Él. Lo que digan o no los demás no le preocupa, su preocupación es acercarse a los que necesitan de su ayuda, ya había dicho: “No es la gente sana la que necesita médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan lo que significa esta palabra de Dios: Me gusta la misericordia más que las ofrendas. Pues no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,12-13). Pero luego resulta muy curioso, una escena que revela el corazón humano del anfitrión. No sabemos cuáles pudieron ser los motivos por los que el fariseo, que se llamaba Simón, invitó a Jesús a su casa, pero es de suponer que el fin era espiar a Jesús: “Los maestros de la Ley y los fariseos espiaban a Jesús para ver si hacía una curación en día sábado, y encontrar así motivo para acusarlo” (Lc 6,7). Pero es que durante la cena entra una pecadora desesperada de vivir el vacío de una vida entregada al servicio de muchos que se llamaban buenos y la utilizaban.

Mientras ella se echa a los pies de Jesús, los riega con sus lágrimas y se los seca con su larga cabellera, alguien está condenando a esta mujer y condenando a Jesús. "Si este fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo estás tocando y lo que es: una pecadora"(Lc. 7,39). Jesús, que conoce la verdad del corazón humano: La mujer samaritana exclamó: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cristo?” (Jn 4,29) y por eso sale en defensa de la pecadora, marginada por aquellos mismos que la utilizaban para saciar sus propias pasiones. Cuando se trata de defender al débil o al pecador arrepentido, Jesús no le importa poner al descubierto el corazón podrido y que apesta de los buenos fariseos (Jn 11,39). No tiene vergüenza en poner al descubierto los pensamientos del que le invitó a la cena, no tiene vergüenza en desacreditar a quien le había regalado una cena, porque de por medio está el amor al pecador que busca llenar su vacío y limpiar su vida de tanta basura.

Me gusta el atrevimiento de Jesús de poner al descubierto los pensamientos del fariseo que le ofrece la cena, dejándolo al descubierto de todo el mundo. Me gusta también el atrevimiento de Jesús que da cara por una pecadora pública, de mala reputación y marginada por todos los buenos. Me encanta el atrevimiento de Jesús de defender a los malos desprestigiando a los buenos. Me encanta el atrevimiento de Jesús de poner al descubierto la maldad del corazón de los buenos y la bondad que aún queda en el corazón de los malos. Con frecuencia condenamos en los demás lo que escondemos dentro de nosotros y Dios termina destapándolo. “Nadie te condeno? Yo tampoco te condeno” había dicho a la mujer adúltera (Jn 8,11).

Y qué tal si en tu misa de fiesta o matrimonio sube al altar una mujer que todo el mundo sabe que es la prostituta más conocida de tu pueblo para presentar su ofrenda. La verdad que no sé si el mayor susto se lo llevaría el Sacerdote o la gente que participa en la Eucaristía. Es que resulta curioso, mientras por una parte las calificamos de malas mujeres, luego cuando se trata de prohibirles su presencia. Salimos a defenderlas, pero defenderlas para que sigan con el mismo oficio, y no me dirán que tampoco faltan quienes lo creen necesario. Es esta una escena evangélica llena de contrastes. La actitud de Simón el fariseo que se escandaliza, aunque se guarda bien de conservar las apariencias del bueno y noble, y la actitud de Jesús que se deja tocar, se deja lavar los pies y perfumarlos y la recibe con cariño y compasión.

El escándalo es mayor cuando Jesús le dice: "Mujer tu fe te ha salvado." "Vete en paz." Simón piensa mal de la mujer y piensa mal de Jesús. Mientras tanto, Jesús siente el gozo de la compasión, siente el calor de aquellas lágrimas y aquellos besos. Más aún cuando la ve levantarse nueva, perdonada, con un corazón nuevo porque esta mujer estaba muerta en vida condenada gente que dicen ser de corazón noble; al respecto dice Jesús a los fariseos: “Raza de víboras, si ustedes son tan malos, ¿cómo pueden decir algo bueno? La boca siempre habla de lo que está lleno el corazón. El hombre bueno saca cosas buenas del bien que guarda dentro, y el que es malo, de su mal acumulado saca cosas malas. Yo les digo que, en el día del juicio, los hombres tendrán que dar cuenta hasta de lo dicho que no podían justificar”. (Mt 12,35-36)

¡Cuánto hablamos mal de las pobres pecadoras! Pero, ¿qué hacemos por ellas? ¡Cuánto hablamos mal y criticamos a todo el mundo Pero, ¿qué hacemos por ellos los que  se portan mal? Los hemos convertido en objeto de cantidad de chistes y marginaciones. Pero que levante la mano el que se haya acercado a ellos para tenderles una mano y abrirlos a la esperanza. Hoy tendría que sonar fuerte tanto en la sociedad como en la misma Iglesia las frases de Jesús: "Misericordia quiero y no sacrificios" (Am 6,6). "Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5,7). Un cristiano sin misericordia y sin sensibilidad para estos marginados no lleva el corazón de Jesús dentro de sí. La misericordia hace posible que hasta los malos puedan cambiar y sentir el gozo y la alegría del perdón de Dios porque también ellos son objeto del amor de Dios, aunque no lo sean del nuestro.

Recuerden lo que Jesús nos dice: “Sean compasivos como es compasivo el Padre de ustedes. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará; se les echará en su delantal una medida colmada, apretada y rebosante. Porque con la medida que ustedes midan, serán medidos ustedes” (Lc 6,36-38). “La religión verdadera y perfecta ante Dios, nuestro Padre, consiste en esto: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus necesidades y no contaminarse con la corrupción de este mundo” (Stg 1,27).

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Paz y Bien

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