DOMINGO XXVII - B (4 de
octubre del 2015)
Proclamamos el Evangelio según San Marcos 10, 2-12:
En aquel tiempo, se acercaron
algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión:
"¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?" El les respondió:
"¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado? Ellos dijeron: "Moisés permitió
redactar una declaración de divorcio y separarse de ella. Entonces Jesús les
respondió: "Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del
corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón
y mujer. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su
mujer, y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos,
sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido". Cuando
regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. Él
les dijo: "El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete
adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con
otro, también comete adulterio" PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz
y Bien.
Hoy el evangelio nos enseña sobre
el matrimonio, tema de mucha actualidad y el atentado contra el matrimonio.
Dijo Jesús: “De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por eso lo que
Dios ha unido no lo separe el hombre” (Mc 10,8-9). ¿Cómo entender que un varón
y una mujer en el matrimonio ya no son dos sino uno solo?
El nuevo catecismo nos dice que:
“Dios ha creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor, vocación
fundamental e innata de todo ser humano. Porque el hombre fue creado a imagen y
semejanza de Dios (Gn 1,2), que es Amor (1 Jn 4,8.16). Habiéndolos creado Dios
hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor
absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy
bueno, a los ojos del Creador (Gn 1,31). Y este amor que Dios bendice es
destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de la
creación. Dios los bendijo diciendo: "Sean fecundos y multiplíquense, y
llenen la tierra y sométanla" (Gn 1,28). NC 1604. En efecto, lo que hace
uno a los cónyuges es el amor y con razón Jesús insiste mucho en el amor,
traemos a colación por ejemplo la cita: “Les doy un mandamiento nuevo, que se
amen unos a otros como loe he amado” (Jn 13,34). “Si guardan mis mandamientos,
permanecerán en mi amor como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y
permanezco en su amor” (Jn 15,10).
La Sagrada escritura afirma que
el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: "No es bueno que
el hombre esté solo" (Gn 2, 18). La mujer, "carne de su carne"
(Gn 2, 23), su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por
Dios como una "auxilio" (Gn 2, 18), representando así a Dios que es
nuestro "auxilio" (Sal 121,2). "Por eso deja el hombre a su
padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne" (Gn
2,18-25). Que esto significa una unión indefectible de sus dos vidas, el Señor
mismo lo muestra recordando cuál fue "en el principio", el plan del
Creador (Mt 19, 4): "De manera que ya no son dos sino una sola carne"
(Mt 19,6). NC 1605.
El matrimonio es una sabia
institución del Creador para realizar su designio de amor en la humanidad. Por
medio de él, los esposos se perfeccionan y crecen mutuamente y colaboran con
Dios en la procreación de nuevas vidas. El matrimonio para los bautizados es un
sacramento que va unido al amor de Cristo su Iglesia, lo que lo rige es el
modelo del amor que Jesucristo le tiene a su Iglesia. Sólo hay verdadero
matrimonio entre bautizados cuando se contrae el sacramento. El matrimonio se
define como la alianza por la cual, - el hombre y la mujer - se unen libremente
para toda la vida con el fin de ayudarse mutuamente, procrear y educar a los
hijos. Esta unión - basada en el amor – que implica un consentimiento interior
y exterior, estando bendecida por Dios, al ser sacramental hace que el vínculo
conyugal sea para toda la vida. Nadie puede romper este vínculo. (CIC can.
1055).
En lo que se refiere a su
esencia, los teólogos hacen distinción entre el casarse y el estar casado. El
casarse es el contrato matrimonial y el estar casado es el vínculo matrimonial
indisoluble. El matrimonio posee todos los elementos de un contrato. Los
contrayentes que son el hombre y la mujer. El objeto que es la donación
recíproca de los cuerpos para llevar una vida marital. El consentimiento que
ambos contrayentes expresan. Unos fines que son la ayuda mutua, la procreación
y educación de los hijos soy los dones y propiedades del matrimonio.
Cristo lo elevó a la dignidad de
sacramento esta institución natural deseada por el Creador. No se conoce el
momento preciso en que lo eleva a la dignidad de sacramento, pero se refería a
él en su predicación. Jesucristo explica a sus discípulos el origen divino del
matrimonio. “No han leído, como Él que creó al hombre al principio, lo hizo
varón y mujer? Y dijo: por ello dejará a su padre y a su madre, y los dos se
harán una sola carne”. (Mt. 19, 4-5). Cristo en el inicio de su vida pública
realiza su primer milagro – a petición de su Madre – en las Bodas de Caná. (Jn.
2, 1-11). Esta presencia de Él en un matrimonio es muy significativa para la
Iglesia, pues significa el signo de que - desde ese momento - la presencia de
Cristo será eficaz en el matrimonio. Durante su predicación enseñó el sentido
original de esta institución. “Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”.
(Mt. 19, 6). Para un cristiano la unión entre el matrimonio – como institución
natural – y el sacramento es total. Por lo tanto, las leyes que rigen al
matrimonio no pueden ser cambiadas arbitrariamente por los hombres.
Las propiedades del matrimonio
son el amor y la ayuda mutua, la procreación de los hijos y la educación de
estos. (CIC 1055).
El hombre y la mujer se atraen mutuamente, buscando
complementarse. Cada uno necesita del otro para llegar al desarrollo pleno -
como personas - expresando y viviendo profunda y totalmente su necesidad de
amar, de entrega total. Esta necesidad lo lleva a unirse en matrimonio, y así
construir una nueva comunidad de fecunda de amor, que implica el compromiso de
ayudar al otro en su crecimiento y a alcanzar la salvación. Esta ayuda mutua se
debe hacer aportando lo que cada uno tiene y apoyándose el uno al otro. Esto
significa que no se debe de imponer el criterio o la manera de ser al otro, que
no surjan conflictos por no tener los mismos objetivos en un momento dado. Cada
uno se debe aceptar al otro como es y cumplir con las responsabilidades propias
de cada quien. El amor que lleva a un hombre y a una mujer a casarse es un
reflejo del amor de Dios y debe de ser fecundo (GS n. 50)
Si hablamos del matrimonio como
institución natural, nos damos cuenta que el hombre o la mujer son seres
sexuados, lo que implica una atracción a unirse en cuerpo y alma. A esta unión
la llamamos “acto conyugal” (Gn 2,24). Este acto es el que hace posible la
continuación de la especie humana. Entonces, podemos deducir que el hombre y la
mujer están llamados a dar vida a nuevos seres humanos, que deben desarrollarse
en el seno de una familia que tiene su origen en el matrimonio. Esto es algo que
la pareja debe aceptar desde el momento que decidieron casarse. Cuando uno
escoge un trabajo – sin ser obligado a ello - tiene el compromiso de cumplir
con él. Lo mismo pasa en el matrimonio, cuando la pareja – libremente – elige
casarse, se compromete a cumplir con todas las obligaciones que este conlleva.
No solamente se cumple teniendo hijos, sino que hay que educarlos con
responsabilidad.
Es derecho –únicamente - de los
esposos decidir el número de hijos que van a procrear. No se puede olvidar que
la paternidad y la maternidad es un don de Dios conferido para colaborar con Él
en la obra creadora y redentora. Por ello, antes de tomar la decisión sobre el
número de hijos a tener, hay que ponerse en presencia de Dios –haciendo oración
– con una actitud de disponibilidad y con toda honestidad tomar la decisión de
cuántos tener y cómo educarlos. La procreación es un don supremo de la vida de
una persona, cerrarse a ella implica cerrarse al amor, a un bien. Cada hijo es
una bendición, por lo tanto se deben de aceptar con amor.
Podemos decir que el matrimonio
es verdadero sacramento porque en él se encuentran los elementos necesarios. Es
decir, el signo sensible, que en este caso es el contrato, la gracia
santificante y sacramental, por último que fue instituido por Cristo. La
Iglesia es la única que puede juzgar y determinar sobre todo lo referente al
matrimonio. Esto se debe a que es justamente un sacramento de lo que estamos
hablando. La autoridad civil sólo puede actuar en los aspectos meramente
civiles del matrimonio (Nos. 1059 y 1672).
El sacramento del matrimonio
origina un vínculo para toda la vida. Al dar el consentimiento – libremente –
los esposos se dan y se reciben mutuamente y esto queda sellado por Dios. (Cfr.
Mc. 10, 9). Por lo tanto, al ser el mismo Dios quien establece este vínculo –
el matrimonio celebrado y consumado - no puede ser disuelto jamás. La Iglesia
no puede ir en contra de la sabiduría divina. (Cfr. Catec. nos. 1114; 1640)
Este sacramento aumenta la gracia
santificante. Mejor dicho, el matrimonio es el camino de santificación. Se
recibe la gracia sacramental propia que permite a los esposos perfeccionar su
amor y fortalecer su unidad indisoluble. Está gracia – fuente de Cristo – ayuda
a vivir los fines del matrimonio, da la capacidad para que exista un amor sobrenatural
y fecundo. Después de varios años de casados, la vida en común puede que se
haga más difícil, hay que recurrir a esta gracia para recobrar fuerzas y salir
adelante (NC. 1641).
El apóstol Pablo habla sobre el
matrimonio y da a entender diciendo: "Maridos, amad a vuestras mujeres
como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para
santificarla" (Ef 5,25-26), y añadiendo enseguida: «"Por eso dejará
el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una
sola carne". Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la
Iglesia” (Ef 5,31-32). Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal
de Cristo y de la Iglesia. Ya el Bautismo, entrada en el Pueblo de Dios, es un
misterio nupcial. Es, por así decirlo, como el baño de bodas (Ef 5,26-27) que
precede al banquete de bodas, la Eucaristía. El Matrimonio cristiano viene a
ser por su parte signo eficaz, sacramento de la alianza de Cristo y de la
Iglesia. Puesto que es signo y comunicación de la gracia, el matrimonio entre
bautizados es un verdadero sacramento de la Nueva Alianza.
La virginidad por el Reino de
Dios es una connotación particular del matrimonio. Cristo es el centro de toda
vida cristiana. El vínculo con Él ocupa el primer lugar entre todos los demás
vínculos, familiares o sociales (Mc 10,28-31). Desde los comienzos de la
Iglesia ha habido hombres y mujeres que han renunciado al gran bien del
matrimonio para seguir al Cordero dondequiera que vaya (Ap 14,4), para ocuparse
de las cosas del Señor, para tratar de agradarle (1 Co 7,32), para ir al
encuentro del Esposo que viene (Mt 25,6). Cristo mismo invitó a algunos a
seguirle en este modo de vida del que Él es el modelo: “Hay eunucos que
nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay
eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien
pueda entender, que entienda” (Mt 19,12). La virginidad por el Reino de los
cielos es un desarrollo de la gracia bautismal, un signo poderoso de la
preeminencia del vínculo con Cristo, de la ardiente espera de su retorno, un
signo que recuerda también que el matrimonio es una realidad que manifiesta el
carácter pasajero de este mundo (Mc 12,25)