lunes, 16 de junio de 2025

DOMINGO DEL CORPUS CHRISTI (22 de Junio de 2025)

 DOMINGO DEL CORPUS CHRISTI (22 de Junio de 2025)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 9,11 - 17:

9:11 Pero la multitud se dio cuenta y lo siguió. Él los recibió, les habló del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados.

9:12 Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: "Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto".

9:13 Él les respondió: "Denles de comer ustedes mismos". Pero ellos dijeron: "No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente".

9:14 Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: "Háganlos sentar en grupos de cincuenta".

9:15 Y ellos hicieron sentar a todos.

9:16 Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud.

9:17 Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas. PALABRA DEL SEÑOR.

 REFLEXIÓN:

Estimados hermanos(as) en el señor sacramentado Paz y Bien.

Jesús Eucaristía en la Santa Misa es el Corazón de Nuestra Fe: La Santa Misa no es simplemente un rito; es el encuentro más profundo y transformador con Jesucristo. En cada celebración, Jesús no es solo recordado, sino que se hace realmente presente para nosotros en la Eucaristía. Esta presencia es el centro de nuestra fe y la fuente de nuestra vida espiritual.

Jesús se Nos Entrega en Cuerpo y Sangre: Cuando participamos en la Misa, somos testigos y partícipes del milagro más grande: la transubstanciación. Por las palabras del sacerdote y la acción del Espíritu Santo, el pan y el vino se convierten en el verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo. No es una representación simbólica ni un recuerdo lejano; es Jesús mismo, entero y glorioso, que se nos da como alimento espiritual.

Imagina la Última Cena: Jesús, con un amor inmenso, anticipa su sacrificio en la cruz y se entrega a sus discípulos bajo las especies del pan y el vino. En cada Misa, ese mismo acto de amor se renueva. Jesús Eucaristía es el cordero inmolado que se hace presente, ofreciéndose al Padre por nuestros pecados y abriendo para nosotros las puertas de la vida eterna. Al comulgar, nos unimos íntimamente a Él, recibiendo su vida, su gracia y su amor.

El Pan de Vida que Nos Sostiene: Jesús se define a sí mismo como el "Pan de Vida" (Juan 6,35). En la Eucaristía, Él es ese pan que nos alimenta en nuestro peregrinar por este mundo. Así como el alimento físico nutre nuestro cuerpo, la Eucaristía nutre nuestra alma, fortaleciéndonos contra el pecado, dándonos consuelo en las pruebas y llenándonos de esperanza.

Comulgar no es un acto rutinario; es un encuentro personal con el Señor Resucitado. Es permitir que Jesús entre en nuestra vida de la manera más íntima posible, para transformarnos desde dentro, para que cada vez seamos más como Él. Es recibir la fuerza para amar como Él amó, para perdonar, para servir y para llevar su luz al mundo.

Un Banquete que Nos Une: La Eucaristía no solo nos une a Jesús, sino que también nos une como hermanos en la fe. Al participar del mismo Cuerpo y la misma Sangre, nos convertimos más plenamente en el Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia. La Eucaristía es el sacramento de la unidad, que nos llama a superar nuestras divisiones y a vivir el amor y la caridad que Jesús nos enseñó.

Cada Misa es un anticipo del banquete celestial, el Reino donde estaremos eternamente con Dios. Al recibir la Eucaristía, saboreamos ya la promesa de la vida eterna y nos preparamos para ese día glorioso.

Vivir la Eucaristía en lo Cotidiano: Esta fiesta solemne de Jesús Eucaristía en la Santa Misa nos invita a ir más allá del momento de la celebración. Nos impulsa a llevar esa presencia de Cristo a nuestra vida diaria. Si hemos comido el Pan de Vida, estamos llamados a ser pan para los demás: a compartir nuestra fe, a consolar al que sufre, a ser instrumentos de paz y justicia. Que cada vez que participemos en la Santa Misa, renovemos nuestra fe en la presencia real de Jesús Eucaristía y permitamos que este sacramento transforme nuestro corazón, nuestra mente y nuestras acciones y nos haga hombres nuevos.

La Santa Misa: Culmen y Fuente de la Vida Cristiana en la Eucaristía: La Santa Misa, como cumbre de la liturgia católica, es el espacio privilegiado donde el Sacramento de la Eucaristía se celebra y se hace presente de manera viva y dinámica. Es en esta acción sagrada donde la reflexión bíblica y la doctrina católica se entrelazan para revelar la riqueza inagotable de este don divino. Para comprender la profundidad de la Eucaristía en la Misa, es esencial explorar cómo la Palabra de Dios y la tradición de la Iglesia iluminan cada momento de esta celebración.

I. Fundamento Bíblico de la Eucaristía en la Misa: La celebración de la Misa es un eco y una actualización de los momentos fundacionales de la Eucaristía en las Sagradas Escrituras:

  1. La Última Cena (Mateo 26,26-29; Marcos 14,22-25; Lucas 22,14-20; 1 Corintios 11,23-26):
    • Institución del Sacramento: Estos relatos sinópticos y paulinos son el corazón de la institución eucarística. Jesús toma el pan, lo bendice, lo parte y lo da a sus discípulos, diciendo: "Tomad y comed, este es mi Cuerpo". De igual manera, toma el cáliz de vino: "Esta es mi Sangre de la Nueva Alianza, que será derramada por muchos para el perdón de los pecados".
    • Mandato: El "Hagan esto en conmemoración mía" (Lucas 22,19; 1 Corintios 11,24-25) es el mandato explícito que Jesús da a sus apóstoles para que continúen celebrando este memorial. La Misa es la obediencia continua de la Iglesia a este mandato divino.
    • Significado del Sacrificio: La Misa actualiza el sacrificio incruento de Cristo en la cruz. Las palabras "derramada por muchos para el perdón de los pecados" (Mateo 26,28) conectan directamente la Eucaristía con la redención y la expiación por los pecados, un concepto que encuentra sus raíces en los sacrificios del Antiguo Testamento.
  2. El Pan de Vida (Juan 6,22-59):
    • Discurso Eucarístico: Este pasaje de Juan, anterior a la Última Cena, es una profunda catequesis de Jesús sobre la Eucaristía como el "Pan de Vida". Jesús afirma: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar es mi carne por la vida del mundo" (Jn 6,51).
    • Necesidad de Comer y Beber: La insistencia de Jesús "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna" (Jn 6,54) subraya la necesidad vital de la comunión para la vida en Cristo y la unión con Él. Este pasaje es fundamental para comprender la Real Presencia.
  3. Los Discípulos de Emaús (Lucas 24,13-35):
    • Liturgia de la Palabra y de la Eucaristía: Este relato post-resurrección es un paradigma de la Santa Misa. Jesús explica las Escrituras a los discípulos (Liturgia de la Palabra), y es reconocido "al partir el pan" (Liturgia de la Eucaristía). Muestra cómo la Palabra de Dios y el Sacramento Eucarístico son inseparables en la experiencia del encuentro con Cristo resucitado.

II. Doctrina Católica de la Eucaristía en la Celebración de la Misa

La teología católica ha desarrollado una rica comprensión de la Eucaristía en la Misa, arraigada en la Revelación y la Tradición.

  1. La Misa como Actualización del Sacrificio de Cristo:
    • Unico Sacrificio: La Misa no es un nuevo sacrificio, sino la misma celebración de Jesús con sus apóstoles, sacramento único del sacrificio de Cristo en el Calvario. "Cristo nuestro Señor, que iba a ofrecerse una vez para siempre, por medio de su muerte en el altar de la cruz, a Dios Padre, para realizar en ellos una redención eterna, quiso dejar a su Iglesia un sacrificio visible" (Catecismo de la Iglesia Católica, CIC 1366).
    • Carácter Propiciatorio: Este sacrificio es propiciatorio, es decir, aplica los méritos de la pasión y muerte de Cristo para el perdón de los pecados y la remoción de las penas. Se ofrece por los vivos y por los difuntos.
  2. La Presencia Real de Cristo:
    • Transubstanciación: Por las palabras de la consagración y la invocación del Espíritu Santo (Epíclesis: “Te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu espíritu…”), el pan y el vino se transforman en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, manteniendo las apariencias sensibles. Esta es la doctrina de la transubstanciación.
    • Presencia Completa: Cristo está presente total y plenamente bajo cada una de las especies (pan y vino), y bajo cada fragmento de la Hostia o gota de la Preciosa Sangre. Su presencia es sustancial, verdadera y real, no meramente simbólica.
  3. La Misa como Banquete Pascual y Comunión:
    • Alimento Espiritual: La Eucaristía es el alimento espiritual que nutre la vida de gracia en el creyente. Al comulgar, los fieles se unen íntimamente a Cristo y se asimilan a Él. "La comunión nos une más íntimamente a Cristo. Él mismo dice: 'El que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí, y yo en él' (Jn 6,56)" (CIC 1391).
    • Unidad del Cuerpo Místico: La comunión eucarística fortalece la unidad de la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo. "Cuantos comen el único pan, que es Cristo, entran en comunión con Él y forman en Él un solo cuerpo" (CIC 1396).
    • Prenda de Gloria Futura: La Eucaristía es también una "prenda de la gloria futura" (CIC 1402), una anticipación del banquete celestial en la plenitud del Reino de Dios.
  4. La Misa como Acción de Gracias (Eucaristía):
    • El término "Eucaristía" significa "acción de gracias". La Misa es la suprema acción de gracias que la Iglesia, unida a Cristo, eleva al Padre por todos sus dones, especialmente por la redención. Es una respuesta de amor y gratitud al amor infinito de Dios.

III. Implicaciones para la Celebración y la Vida del Fiel

La riqueza de la Eucaristía en la Misa tiene profundas implicaciones:

  • Participación Activa: La comprensión de que la Misa es el sacrificio de Cristo y el banquete del Señor invita a una participación plena, consciente y activa. No es un mero espectáculo, sino una acción en la que cada fiel está llamado a unirse a Cristo en su ofrenda al Padre.
  • Adoración y Reverencia: La Real Presencia exige una profunda adoración y reverencia hacia el Santísimo Sacramento, tanto durante la Misa como fuera de ella.
  • Formación Espiritual: La escucha atenta de la Palabra de Dios en la Liturgia de la Palabra, unida a la participación en la Liturgia Eucarística, forma y transforma al creyente, nutriendo su vida de fe, esperanza y caridad.
  • Misión y Testimonio: La comunión con Cristo en la Eucaristía impulsa al creyente a vivir como discípulo, llevando el amor de Cristo al mundo y construyendo el Reino de Dios.

En conclusión, la Santa Misa es mucho más que una simple ceremonia; es el lugar donde el misterio de la Eucaristía se desvela en toda su plenitud. Es el encuentro sacramental con el Cristo resucitado que se entrega como alimento, nos une a Él y entre nosotros, y nos capacita para vivir una vida cristiana auténtica, anticipando la plenitud del Reino. Es, en verdad, el "culmen y fuente de toda la vida cristiana" (CIC 1324).

En el evangelio de Juan todo el capítulo 6 nos habla sobre el sentido y el valor real de la eucaristía, así por ejemplo nos dice: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de esta pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Inmediatamente la gente se pregunta: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). La gente no entendió, y hasta hoy todavía hay muchos que no quieren entender aquella palabra que el Ángel dijo a Marìa: “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37) Jesús mismo nos ha dicho: “Todo es posible para Dios” (Mt 19,26). Y así un día convirtió el agua en vino (Jn 2,3). Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. (Jn 27-11). Así pues, la omnipotencia de Dios hizo posible que su Palabra se hiciera carne (Jn 1,14), que esa Palabra que es su Hijo, tiene el poder de convertir el agua en vino, hoy convierte ante nuestros ojos el Pan en su cuerpo y el vino en su sangre al decir: "Tomen y coman que esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Tomen y beban todos de él, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza que será derramada por Uds para el perdón de los pecados, y hagan esto en conmemoración mía” (Mc 14,22).

En la oración del Padre Nuestro pedimos: “Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt. 6, 11). Sin embargo, ese alimento diario, que pedimos y que Dios nos proporciona a través de su Divina Providencia, que es el pan material, y el pan material nos tiene llevar al encuentro con Dios mediante el Pan Espiritual, (Eucaristía). No podemos estar pendientes solamente del alimento material. El pan material es necesario para la vida del cuerpo, pero el Pan Espiritual es indispensable para la vida del alma. Dios nos provee ambos.

Jesucristo murió, resucitó (Lc 24,6) y subió a los Cielos, y está sentado a la derecha de Dios Padre (Credo). Pero también permanece en la Hostia Consagrada (Mt 26,26), en todos los sagrarios del mundo. Y allí está vivo, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; es decir: con todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios, para ser ese alimento que nuestra vida espiritual requiere. Es este gran misterio lo que conmemoramos en la Fiesta de Corpus Christi. El Jueves Santo Jesucristo instituyó el Sacramento de la Eucaristía, pero la alegría de este Regalo tan inmenso que nos dejó el Señor antes de partir, se ve opacada por tantos otros sucesos de ese día, por los mensajes importantísimos que nos dejó en su Cena de despedida, y sobre todo, por la tristeza de su inminente Pasión y Muerte.

Jesús dijo a sus discípulos: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Lo mismo: “No les dejare huérfanos” (Jn 14,18). Y saben por qué; porque como Juan dice: Dios es amor (IJn 4,8). “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para todo el que cree en Él tenga vida eterna” (Jn 3,16).  Jesús mismo nos ha dicho: “Si alguien me ama, guardará mis palabras y mi padre lo amara y vendremos y haremos morada en èl” (Jn 14,23). Por eso, pienso que fue la mejor definición que dio de sí el Hijo al decirnos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Al menos en su relación con nosotros es Jesús quien se dona en la Eucaristía. Convertirse en pan sin necesidad de panaderos porque de ello hace el Espíritu santo y darse a comer como pan y carne. Todo ello, ¿qué significa sino que Jesús no vive para sí sino que vive para que todos tengamos vida eterna. Pero pensar que Dios se hace pan y se hace carne para que podamos comerlo, realmente es todo un exceso de amor y de entrega. El pan no sirve para nada si no es para que lo comamos. El pan no es para sí mismo ni para guardarlo. El pan es siempre para los otros. La carne no es para sí misma, es para que otros puedan alimentarse.

Los judíos que escuchaban a Jesús se escandalizaron y disputaban entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (Jn 6,52). Dios siempre ha sido escandaloso para los hombres porque es tan creativo que hace cosas que ni se nos ocurre pensarlas. Esa es la Eucaristía. Algo tan sencillo como es comulgar y algo tan misterioso que es comernos a Dios entero. Algo tan misterioso que Dios en su loco amor por nosotros: “Los amo hasta el extremo” (Jn 13,1), se hace vida en nuestra vida (Jn 14,6). Por eso, no cabe duda que, la Eucaristía es uno de los mayores milagros del amor de Dios. Por tanto, debiera ser también una de las experiencias más maravillosas de los hombres. Sin embargo, uno siente cierta sensación de insatisfacción. ¿No la habremos devaluado demasiado? Y no porque no comulguemos, sino porque es posible que no le demos el verdadero sentido a la Comunión que es comunión con el mismo Hijo (Gal 2,20) que nació de las entrañas de María la virgen (Lc 2,6) y con el mismo Jesús crucificado (Lc 24,33) y resucitado (Lc 24,46). Es comunión con el pan glorificado: “El que come mi carne y bebe mi sangre vive de la vida eterna y yo lo resucitare en el último dia” (Jn 6,54).

Dios buscó el camino fácil y lo más sencillo posible para nuestro encuentro. Y a nosotros pareciera que lo fácil no nos va, como que preferimos lo complicado y difícil. Una de las maneras de deformar la Eucaristía es no vivir lo que en realidad significa. Pablo nos dice: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.” (I Cor 10,17) Somos muchos y somos diferentes. Somos muchos y pensamos distinto. Sin embargo, todos juntos formamos un solo cuerpo, una sola comunidad, una sola Iglesia, una sola familia. ¿Por qué? Sencillamente porque “todos comemos del mismo pan”. Por tanto, comulgar significa unidad, sentirnos un mismo cuerpo, una misma familia (Ef 4,5-6). De modo que no podemos comulgar “del mismo pan” y salir luego de la Iglesia tan divididos como entramos (Tit 3,10).

No olvidemos que la Eucaristía es mucho más que un acto piadoso individualista, es el Sacramento de la Iglesia. Es el Sacramento del amor de Dios que nos ama a todos (Jn 13,34). Es el Sacramento de la unidad, donde por encima de nuestras diferencias, todos nos sentimos miembros de un mismo cuerpo que es Jesús, que es la Iglesia. Por eso San Pablo nos habla desde su experiencia. Las primeras divisiones en la Iglesia nacieron de la celebración de la Eucaristía. Todos participaban en la misma celebración, pero mientras unos comían bien, los otros pasaban hambre. Pablo les dice enérgicamente: “Esto no es celebrar la Cena del Señor”(I Cor 11,33-34). No se puede comulgar a Cristo si a la vez no comulgo con mi hermano (I Jn 4,20). No se puede recibir el pan de la unidad, si vivimos divididos. Por eso decimos que “la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace a la Iglesia”. “Aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan.” El fruto de nuestras Eucaristías tendría que ser “la espiritualidad de unidad y de la comunión fraterna”.

Cualquiera no comulga sino el que está en gracia de Dios. Así es como lo describe San Pablo: “El que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (I Cor 11,23-29).  También hay citas que diversas que resalta la importancia de la Eucaristía: Éxodo 24, 8; Jeremías 31, 31;  Matero 26, 28;  Marcos 14, 24;  Lucas 22, 20; 2 Corintios 3, 6;  Hebreos 8, 8;  Hebreos 10, 29.

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Paz y Bien

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