DOMINGO XXXIV – B (24 de Noviembre del 2024)
Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 18,33-37:
18:33 En aquel tiempo, Pilato volvió a entrar en el
pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los
judíos?"
18:34 Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u
otros te lo han dicho de mí?"
18:35 Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus
compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que
has hecho?"
18:36 Jesús respondió: "Mi reino no es de este mundo.
Si mi reino fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido
para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí".
18:37 Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?"
Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido
al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi
voz". PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados hermanos en el Señor, Paz y Bien.
"Vine al mundo para dar testimonio de la verdad. El que
es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,37).Y la verdad es que
Jesús es el Rey del mundo.
El evangelio de Marcos, que hemos leído durante este año, ciclo
B presentaba el inicio de la predicación de Jesús de Nazaret con estas
palabras: "El tiempo se ha cumplido, está cerca el reino de Dios: conviértanse
y crean en la buena Noticia"(Mc 1,15). Hoy, en esta fiesta: Jesucristo Rey
del universos que cierra el año litúrgico, hemos escuchado la afirmación final
de Jesucristo: "Soy rey" (Jn 18,37). Entre el inicio y el final,
hemos escuchado domingo tras domingo (34 domingos), el anuncio, la proclamación
y la institución del Reino de Dios en el ejemplo y trabajo del Hijo del hombre,
Jesús, el Mesías; palabras y obras que en nosotros debían provocar una
respuesta de fe. Respuesta que se resume en la convicción de que el reino de
Dios lo hallamos en Jesucristo, en sus palabras, en su ejemplo, en su persona.
Es decir, en la afirmación de que Jesucristo es el Rey y esa es la verdad como Jesús
mismo lo afirma: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio
de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 1,37).
"¿Conque tú eres rey"? (Jn 18,37): Jesús fue
juzgado y condenado por el sanedrín por blasfemo, por ir contra el templo. Pero
cuando el sanedrín lo entregó al gobernador romano Poncio Pilato, lo acusaron
de soliviantar al pueblo desde Galilea, de incitar a las gentes a no pagar el
tributo al César y de hacerse llamar el Mesías rey. Presentaron la subida de
Jesús a Jerusalén como una incursión sobre Jerusalén. Pilato, en consecuencia,
no tuvo más remedio que interrogarle sobre este particular: "Conque, ¿tú
eres rey? Y él respondió y dijo: Tú lo dices" (Jn 18,37). El título de Rey
de los judíos atribuido a Jesús de Nazaret aparece por vez primera en los
evangelios en este contexto de la pasión. Se trataba de un título que en aquel
tiempo y circunstancias tenía connotaciones subversivas y que se prestaba a
toda clase de malentendidos, razón por la cual Jesús lo había evitado siempre
con sumo cuidado en su vida pública (es lo que se ha llamado "silencio
mesiánico"). Pero los enemigos de Jesús, que ya habían decidido su muerte,
necesitaban una causa en la que pudiera y debiera entender el gobernador
romano, y hallaron que ésta era la más apropiada; aunque había otras razones
particulares para los judíos: “No sólo violaba el sábado, sino que se hacía
igual a Dios y llamándolo su propio Padre” (Jn 5,18).
Aunque Pilato no parece que tomara en serio la acusación, sí
que tuvo que tomar en serio a los acusadores y se vio obligado, por razones
políticas, a dar por bueno lo que no era más que un pretexto. Su pregunta:
"¿conque tú eres rey?", suena a nuestros oídos como si dijera:
"si tú eres rey, que venga Dios y lo vea". Sin embargo, Pilato
sentenció la muerte de Jesús y mandó fijar el rótulo en el que se publicaba la
causa de la sentencia: "Este es el rey de los judíos" (Jn 19,19).
La ironía de Dios: El relato de la pasión y muerte de Jesús
de Nazaret, tal y como se hace en los cuatro evangelios pero sobre todo en el
de Juan, es una divina ironía. Lo que sucede, paso a paso, remedando el ritual
de la solemne exaltación de los reyes al trono es, desde el punto de vista del
sanedrín, de Pilato, de los soldados, la del pueblo y hasta de uno de los dos
ladrones ajusticiados junto con el Cristo (o "el ungido"), un puro
sarcasmo y una burla cruel (Jn 19,14). Pero los creyentes, los discípulos de
Jesús, aceptarán el punto de vista del Maestro y confesarían que él es, en
efecto, el Señor y el Mesías. En el relato de la pasión - de la
"exaltación", como dice Juan- no falta la coronación, pero la corona
es un casquete de espinas (Jn 19,2); ni la aclamación del pueblo, aunque en
este caso se trata de un abucheo; ni la entronización; ni el homenaje de los
grandes y notables de Israel, pero el homenaje consiste en el desfile de los
sacerdotes y senadores que pasan delante de la cruz moviendo la cabeza. De
manera que no falta nada, pero todo es distinto.
No falta, desde luego, el rey por la gracia de Dios, pero su
reino no es de este mundo; es decir, no es como los reinos de este mundo sino
todo lo contrario y aún su contradicción pública o contestación: “Mi Reino no
es de este mundo” (Jn 18,36). Porque Jesús es la debilidad de Dios contra el
poder de los que se endiosan. Jesús es rey que ha venido a servir y no a ser
servido, y por eso ocupa el último lugar del mundo que le permite servir a todo
el mundo (Mc 10,43-45). Sus leyes se reducen al amor (Jn 15,9) y, a diferencia
de todas las leyes de este mundo, son una buena noticia para los pobres. Su
política es amar a los enemigos (Mt 5,43-48) y, por lo tanto, no tiene soldados
para combatirlos... Un rey tan extraño no podía esperar la comprensión de los
reyes normales y de los señores de este mundo: "Pues saben que los que son
reconocidos como reyes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los
oprimen"(Mc 10,42-43). Antes bien, tenía que contar con su oposición más
decidida.
Como así fue: Ni el poder convencional (el imperio), ni la
religión convencional (la sinagoga), ni la sabiduría convencional (la academia)
comprendieron el mensaje de este rey. Para Pilato fue un "inri", para
la sinagoga un escándalo, para los griegos una necedad. Pero para los que
creyeron en Jesús, los más pobres y sencillos, fue la misma fuerza y sabiduría
de Dios (I Cor 1,2-25).
Jesús dijo a Nicodemo: “Te aseguro que el que no nace del
agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la
carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te
haya dicho: Ustedes tienen que renacer de lo alto” ( Jn 3,5-7). En el bautismo
somos ungidos como: Sacerdote, profeta y rey.
Pero extrañamente, los cristianos olvidamos a menudo todo
eso del reino de Dios. Y entonces inevitablemente desfiguramos nuestra fe.
Quizá podríamos preguntar a chicos o jóvenes que semana tras semana han recibido
su catequesis: ¿qué es el Reino de Dios? ¿Sabrían responder? Pienso que muchos
no sabrían qué decir. Y si se lo preguntáramos a muchos de los cristianos que
asistimos cada domingo a misa, muy probablemente tampoco sabríamos qué
responder.
Preguntémonoslo nosotros hoy. Porque, ¿cómo sabremos qué
significa que Jesús es Rey si no sabemos de qué reino es el Rey? Más aún: toda
la predicación de Jesús es anuncio del Reino, su Buena Noticia es que el Reino
está ya entre nosotros (Lc 11,20), pero será en plenitud por gracia del Padre
en la totalidad del Reino futuro.
¿Cómo entenderemos todo eso si no sabemos qué es el Reino de
Dios? La respuesta la podríamos buscar en el prefacio de hoy. Diremos al
comenzar la acción de gracias que el Reino de Jesucristo es "el reino de
la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la
paz". No podríamos hallar una respuesta más clara y sencilla. Todo lo que
hay en el mundo, sea en quien sea, de verdad o de vida, todo lo que el hombre
es capaz de vivir de santidad y de gracia, toda realidad o todo esfuerzo de
justicia, de amor, de paz... esto es el Reino de Dios. Y esta es la tarea de
Jesucristo: anunciarnos que todo esto es de Dios, tienen la fuerza y la
consistencia de Dios. Decírnoslo y a la vez impulsarnos por un camino de
trabajo, de búsqueda, de lucha por todo ello, comunicándonos, además, la gran
esperanza de que todo eso que nosotros ahora vivimos precariamente, Dios quiere
que lo consigamos con plenitud y para siempre.
Consecuencia de lo dicho es que el cristiano debe ser un
apasionado del reino. Apasionado en la lucha por conseguir que el hombre viva
con más verdad y vida, más santidad y gracia, más justicia, amor y paz. Y
apasionado también por celebrar ya ahora, por vivir con alegría, lo que de todo
eso hay ya en nuestra vida, porque todo eso es de Dios.
El es para nosotros la puerta, el pastor, el guía, la luz y
la fuerza. Por eso sus métodos deben ser nuestros métodos. Ahora, en la
Eucaristía, después de nuestra acción de gracias en la plegaria eucarística y
antes de comulgar, diremos juntos el Padrenuestro. Lo diremos juntos nosotros y
lo dirá con nosotros nuestro Rey Jesús, presente en nuestra asamblea. Con él y
como él, pediremos al Padre que venga su Reino. Y pedirlo significa que estamos
dispuestos a trabajar en ello, con todo empeño, con todo esfuerzo, pero siempre
según los métodos y el camino del Rey Jesús: con respeto y comprensión para
todos:
“Les exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de
Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne
desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí,
y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero si están
animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley. Se sabe muy bien cuáles
son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y
superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias,
sectarismos, y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta
naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el
Reino de Dios. Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz,
magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente
a estas cosas, la Ley está demás, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han
crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos” ( Gal 5,16-24).
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