DOMINGO DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR T.O - A (2 de Febrero del 2025)
Proclamamos el Evangelio según San Lucas Capítulo 2,22-40
2:22 Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la
purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,
2:23 como está escrito en la Ley: "Todo varón
primogénito será consagrado al Señor".
2:24 También debían ofrecer un sacrificio un par de tórtolas
o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
2:25 Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón,
que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo
estaba en él
2:26 y le había revelado que no moriría antes de ver al
Mesías del Señor.
2:27 Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y
cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las
prescripciones de la Ley,
2:28 Angel lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
2:29 «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en
paz, como lo has prometido,
2:30 porque mis ojos han visto la salvación
2:31 que preparaste delante de todos los pueblos:
2:32 luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu
pueblo Israel».
2:33 Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían
decir de él.
2:34 Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre:
«Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo
de contradicción,
2:35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así
se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos».
2:36 Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de
Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casa en su
juventud, había vivido siete años con su marido.
2:37 Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta
y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con
ayunos y oraciones.
2:38 Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar
gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la
redención de Jerusalén.
2:39 Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del
Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea.
2:40 El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de
sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
“Nada impuro podrá entrar en la ciudad santa, ni tampoco
entrarán los que haya practicado la abominación y el engaño. Únicamente podrán
entrar los que estén inscritos en el Libro de la Vida del Cordero” (Ap 21,27). Jesús es el cordero que quita el
pecado del mundo (Jn 1,29).
Hoy celebramos un gran fiesta pero conviene preguntarnos ¿Es
fiesta de la Purificación de la Virgen María o es fiesta de la presentación del
Niño Jesús? Pues según la ley de Moisés eran ambas cosas. La
ley decía que la mujer al dar a luz un hijo queda impura, es decir,
se veía el parto como algo profano y por eso la madre tenía que
purificarse en el templo a la vez que presentaba al hijo primogénito y
consagrarlo para el Señor. Para entender mejor nos ilustramos con la misma
fuente de la ley según la sagrada escritura:
Se entiende en el AT. Que solo el varón consagrado a Dios
puede tocar sangre cuando se ofrece animales o corderos en el sacrificio del
altar para la expiación de los pecados. Si la mujer toca sangre por ejemplo en
el parto queda impura y por tal razón el Señor dijo a Moisés: “Habla en estos
términos a los israelitas: Cuando una mujer quede embarazada y dé a luz un
varón, será impura durante siete días, como lo es en el tiempo de su
menstruación. Al octavo día será circuncidado el prepucio del niño, pero ella
deberá continuar purificándose de su sangre durante treinta y tres días más. En
los esos días no tocará ningún objeto consagrado ni irá al Santuario, antes de
concluir el tiempo de su purificación… Al concluir el período de su
purificación, tanto por el hijo como por la hija, la madre presentará al
sacerdote, a la entrada de la Carpa del Encuentro, un cordero de un año para
ofrecer un holocausto, y un pichón de paloma o una tórtola, para ofrecerlos
como sacrificio por el pecado. El sacerdote lo presentará delante del Señor y
practicará el rito de expiación en favor de ella. Así quedará purificada de su
pérdida de sangre. Este es el ritual concerniente a la mujer que da a luz un
niño o una niña” (Lev 12,1-7).
Conviene hacer mención del primogénito que debe ser
consagrado para Dios como ordena a Moisés: “Conságrame a todos los
primogénitos. Porque las primicias del seno materno entre los israelitas, sean
hombres o animales, me pertenecen. -Moisés dijo al pueblo- Guarden el recuerdo
de este día en que ustedes salieron de Egipto, ese lugar de esclavitud, porque
el Señor los sacó de allí con el poder de su mano. Este día, no comerán pan
fermentado. Hoy, en el tiempo de su liberación, ustedes salen de Egipto. Y
cuando el Señor te introduzca en el país de los cananeos, los hititas, los
amorreos, los jivitas y los jebuseos, en el país que el Señor te dará porque
así lo juró a tus padres –esa tierra que mana leche y miel– celebrarás el
siguiente rito en este mismo mes: Durante siete días, comerás pan sin levadura,
y el séptimo día habrá una fiesta en honor del Señor” (Ex 13,1-6).
Traemos a colación en son de resumen cuando el gran Apóstol
(NT.)San Pablo lo recapitula en estos términos todos los mandatos de la ley
(AT.): “Cuando éramos menores de edad, estábamos sometidos a los elementos del
mundo (Ley). Pero cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo,
nacido de una mujer y se sometió a la ley para rescatar a los que estaban
sometidos a la ley, y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son
hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que
clama a Dios llamándolo» ¡Abba!, es decir, ¡Padre! Así, ya no eres más esclavo,
sino hijo, y por lo tanto, heredero por la gracia de Dios” (Gal 4,3-7).
En el N.T. el poder de purificación ya no es por el
sacrificio del corderito y derramar su sangre en el altar. Como bien lo dice
San Pablo, es el Hijo Redentor, el cordero de Dios que quita el pecado del
mundo (Jn 1,29). Son los sacramentos que el Hijo de Dios Cristo Jesús instituyó
para la remisión de los pecados y por nuestra santificación. Así, Jesús hace
referencia al bautismo, el primer sacramento en estos términos: “Te aseguro que
el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios. Nicodemo le
preguntó: ¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar
por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?». Jesús le respondió:
“Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el
Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es
espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: “Ustedes tienen que renacer de
lo alto». El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde
viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu”
(Jn 3,3-9).
Finalmente creemos conveniente destacar el encuentro del
niño Jesús con el anciano Simeón (Lc 2,28). Es la realización de la promesa. Es
la capacidad del anciano de envejecer sin renunciar a la esperanza. Simeón
había recibido la promesa de no morir sin haber visto antes al Mesías. La vida
se iba apagando, pero la esperanza seguía viva. Es lindo el encuentro entre la
vejez que se apaga y la niñez que comienza. Lo más lindo es que precisamente el
encueto se produce a la vez que vamos perdiendo la visión. Sin embargo, es
justo ahora que los ojos de Simón que se van muriendo que se llenan de luz.
Simeón se llena de gozo y de vida y ya no siente la nostalgia de morir: “Ahora,
Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo vaya en paz; porque han
visto mis ojos tu salvación, la has preparado a la vista de todos los pueblos,
luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2,28).
Simeón ya dijo todo lo que tenía que decir. Después de María y José, es él el
primero en reconocer y en abrazar al Niño. Es a través de un anciano que Jesús
se revela como luz del mundo.
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