sábado, 19 de octubre de 2013

DOMINGO XXIX - C (20 de octubre del 2013)


DOMINGO XXIX - C (20 de octubre del 2013)

Proclamación del Evangelio según San Lucas 18, 1-8:

En aquel tiempo, Jesús para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre y sin desanimarse les propuso esta parábola: «En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: "Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario". Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: "Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme". Y el Señor dijo: «Fíjense lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?». PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as): En el Señor Paz y Bien.

Me gusta siempre traer a colación la enseñanza del domingo anterior: El evangelio terminaba con una pregunta que cuestiona: ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios y los demás dónde están? No quedaron limpios los 10?” Y dijo a quien había sido curado y que era samaritano: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado.” (Lc 17,18). Pero recordemos, que Jesús  caminaba hacia  Jerusalén,que pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y gritaron: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” (Lc 17,11-13). Resaltaba el clamor de los diez leprosos y al final la gratitud de solo uno, el del leproso samaritano. Esa pregunta con que termina Jesús en el evangelio tiene mucho sentido para nosotros porque también nos lo dice enfáticamente: “De los 10 bautizados católicos solo uno ha venido a agradecer y dar gloria al Señor y lo hacen domingo a domingo ¿los demás 9 católicos bautizados dónde están? ¿Yo no di mi vida en la cruz por todos?.

Las lecturas de hoy nos hablan de la perseverancia en la oración un tema, sin duda fundamental en la vida del creyente.  En la primera lectura vemos a Moisés (Ex. 17, 8-13)  con las manos en alto en señal de súplica al Señor.  Resulta que mientras Moisés oraba el ejército de Israel vencía a su enemigo; si las bajaba, sucedía lo contrario.  Llegó un momento que ya Moisés no pudo sostener sus brazos en lo alto y tuvo que ser ayudado. A esta idea hace buen complemento las mismas palabras de Jesús: “Porque sin mi nada podréis hacer” (Jn 15,5). Lo que significa que con Dios se puede hacer todo (Col. 3,11).

El Evangelio (Lc. 18, 1-8)  que hoy hemos leído, nos habla de una parábola del Señor, en la cual nos presenta un Juez injusto que ni teme a Dios ni quiere saber nada de la pobre viuda que lo busca para que le haga justicia contra su adversario.  Y el inhumano Juez termina por acceder a las insistentes y perseverantes peticiones de la pobre mujer. Jesús usa este ejemplo para darnos a entender que Dios, que no es como el Juez inhumano e injusto, sino que es infinitamente Bueno y Justo, escuchará nuestras oraciones siempre y cuando lo hagamos con fe y seamos constantes, insistentes  y perseverantes.

Sin embargo, recordemos que debemos saber qué pedir, cómo pedir, cuándo pedir y para qué pedir a Dios.  Hace poco las Lecturas nos hablaban de que si pedimos Dios nos da sin demora: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!” (Mt. 7,7-11).  Pero debemos recordar lo que dice este texto al final: “Dios dará cosas buenas a los que se las pidan”.

Dios da solo cosas buenas. Y si algo pedimos y no nos lo concede es que no es bueno para nosotros, sino recordemos este episodio: “Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir». El les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?». Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». Jesús le dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?». «Podemos», le respondieron. Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados» (Mc 10,35-40). No es que sea malo soñar con la gloria en el cielo, pero eso depende de cada uno de nosotros en base a nuestra fe y esfuerzo.

Significa que debemos saber pedir lo que Dios nos quiere dar, y esto a merita conocer la voluntad de Dios.  Y estar confiados en que es Dios Quien sabe qué nos conviene.  Esas “cosas buenas” son las cosas que nos convienen y recordemos, que Dios ya sabe todas nuestras necesidades antes que se lo pidamos (Mt. 6,8). E incluso la bondad Dios va más allá de nuestras necesidades, pues veamos: “En Gabaón, el Señor se apareció a Salomón en un sueño, durante la noche. Dios le dijo: «Pídeme lo que quieras». Salomón respondió: «Tú has tratado a tu servidor, David, mi padre, con gran fidelidad, porque él caminó en tu presencia con lealtad, con justicia y rectitud de corazón; tú le has atestiguado esta gran fidelidad, dándole un hijo que hoy está sentado en su trono. Y ahora, Señor, Dios mío, has hecho reinar a tu servidor en lugar de mi padre David, a mí, que soy apenas un muchacho y no sé valerme por mí mismo. Tu servidor está en medio de tu pueblo, el que tú has elegido, un pueblo tan numeroso que no se puede contar ni calcular. Concede entonces a tu servidor un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién sería capaz de juzgar a un pueblo tan grande como el tuyo?». Al Señor le agradó que Salomón le hiciera este pedido, y Dios le dijo: «Porque tú has pedido esto, y no has pedido para ti una larga vida, ni riqueza, ni la vida de tus enemigos, sino que has pedido el discernimiento necesario para juzgar con rectitud, yo voy a obrar conforme a lo que dices: Te doy un corazón sabio y prudente, de manera que no ha habido nadie como tú antes de ti, ni habrá nadie como tú después de ti. Y también te doy aquello que no has pedido: tanta riqueza y gloria que no habrá nadie como tú entre los reyes, durante toda tu vida. Y si vas por mis caminos, observando mis preceptos y mis mandamientos, como lo hizo tu padre David, también te daré larga vida» (I Re 3,5-14).

¿Por qué parece que Dios a veces no responde nuestras oraciones?  Porque la mayoría de las veces pedimos lo que no nos conviene.  Pero, si nosotros no sabemos pedir cosas buenas, El sí sabe dárnoslas.  Por eso la oración debe ser confiada en lo que Dios decida, y a la vez perseverante.  A lo mejor Dios no nos da lo que le estamos pidiendo, porque no nos conviene, pero nos dará lo que sí nos conviene.  Y la oración no debe dejarse porque no recibamos lo que estemos pidiendo, pues debemos estar seguros de que Dios nos da todo lo que necesitamos.

Sin embargo, no podemos dejar de notar la pregunta de Cristo al final de este trozo del Evangelio. ¿Qué significa esa frase sobre si habrá Fe sobre la tierra cuando vuelva a venir Jesucristo? Esta frase sobre la Fe y Segunda Venida de Jesucristo “pareciera” estar como agregada, como fuera de contexto.  Pero no es así.  Notemos que habla el Señor sobre “sus elegidos, que claman a El día y noche”. Si nos fijamos bien, no hubo cambio de tema, pues a la parábola sobre la perseverancia en la oración, sigue el comentario de que Dios hará justicia a “sus elegidos, que claman a El día y noche”.  De hecho, el tema que estaba tratando Jesús antes de comenzar a hablar de la necesidad de oración constante era precisamente el de su próxima venida en gloria (Lc. 17, 23-37).

Esa oración perseverante y continua que Jesús nos pide es la oración para poder mantenernos fieles y con Fe hasta el final ... hasta el final de nuestra vida o hasta el final del tiempo. Sin embargo, la inquietud del Señor nos da indicios de que no habrá mucha Fe para ese momento final.  Es más, en el recuento que da San Mateo de este discurso escatológico nos dice el Señor que si el tiempo final no se acortara, “nadie se salvaría, pero Dios acortará esos días en consideración de sus elegidos” (Mt. 24, 22). ¿Qué nos indica esta advertencia?  Que la Fe va a estar muy atacada por los falsos cristos y los falsos profetas que también nos anuncia Jesús.  Que muchos estamos a riesgo de dejar enfriar nuestra Fe, debido a la confusión y a la oscuridad (Mt. 24, 23-29).     

Es una advertencia muy seria del Señor, que nos indica que debemos estar siempre listos para ese día de la venida en gloria del Señor o para el día de nuestro paso a la otra vida a través de nuestra muerte.   Es una advertencia para que roguemos perseverantemente porque seamos salvados, en ese día en que el Señor vendrá con gran poder y gloria para juzgar a vivos y muertos (Mt. 25,31-46).

Sabemos que por parte de Dios la salvación está asegurada, pues Jesucristo ya nos salvó a todos con su Vida, Pasión, Muerte y Resurrección.  Pero de parte de nosotros se requiere que mantengamos nuestra Fe y que la mantengamos hasta el final. De allí que Jesús nos dé el remedio para fortalecer nuestra Fe y para que esa Fe permanezca hasta el final: la oración, la oración perseverante y continua:  orar sin desfallecer para que nuestra Fe no desfallezca (Lc 22,40). Pero, sin duda, la pregunta del Señor “¿creen ustedes que habrá Fe sobre la tierra cuando venga el Hijo del hombre?” nos invita una seria reflexión ... Cabe preguntarnos, entonces, ¿cómo está nuestra Fe?  ¿Es una Fe que nos lleva a la esperanza de la Resurrección y la Vida Eterna?  ¿O es una Fe que está esperando en el nefasto castigo en el infierno? (Lc 16,19-31).

Por ejemplo…¿le hemos dado algún crédito a los escritos de los ateos actuales que están llenando las librerías con sus libros blasfemos, en los que tratan a los cristianos como si fuéramos tontos?  ¿Es una Fe que confía en Dios o que confía en las fuerzas humanas? ¿Es una Fe que nos hace sentir muy importantes e independientes de Dios o es una Fe que nos lleva a depender de nuestro Creador, nuestro Padre, nuestro Dios? ¿De verdad tenemos la clase de Fe que el Señor espera encontrar cuando vuelva? Y si para tener esa Fe que requerimos para el final, la estrategia eficaz es la oración, cabe preguntarnos también:  ¿Cómo es nuestra oración?

¿Es frecuente, perseverante, constante, sin desfallecer, como la pide el Señor para que nuestra Fe no decaiga? ¿Cómo oramos?  ¿Cuánto oramos?  ¿Está nuestra oración a la medida de las circunstancias? Porque ... pensándolo bien ... considerando como están las cosas en el mundo, “¿creen ustedes que habrá Fe sobre la tierra cuando venga el Hijo del hombre?” El Salmo 120 es un himno al poder de Dios y a la confianza que debemos tener en El.   Cantamos al Señor, que es Todopoderoso, pues, entre otras cosas, “hizo el Cielo y la tierra”.   Y confiamos en El, pues “está siempre a nuestro lado ... guardándonos en todos los peligros ... ahora y para siempre”

La Segunda Lectura (2 Tim. 3,14 - 4,2)  nos pide también firmeza en la Fe (“permanece firme en lo que has aprendido”), seguridad en la Sabiduría que encontramos viviendo la Palabra de Dios.  Y además nos habla de la necesidad de la Fe para la salvación (“la Sagrada Escritura, la cual puede darte la Sabiduría que, por la Fe en Cristo Jesús conduce a la salvación”).

Pero, adicionalmente, nos habla de la obligación que tenemos de comunicar esa Fe contenida en la Palabra de Dios.  Y esa obligación deriva de la necesidad que hay de anunciarla en atención -precisamente- a la Segunda Venida de Cristo: “En presencia de Dios y de Cristo Jesús, te pido encarecidamente que, por su advenimiento y por su Reino, anuncies la Palabra”. De allí la importancia de leer la Palabra de Dios, de meditarla,  de orar con la Palabra de Dios y, encontrando en ella la Sabiduría, poderla vivir nosotros y mostrarla a los demás con nuestro ejemplo y con nuestro testimonio “a tiempo y a destiempo, convenciendo, reprendiendo y exhortando con toda paciencia y sabiduría”. 

En resumen, Jesús hoy nos enseña: Saber pedir (Mt. 7,7). No se pide cualquier cosa porque no nos lo va a dar todo porque muchas cosas no no conviene (Mc 10,35). Pero si nuestros pedidos son buenas, sin duda el Señor nos lo dará y con mayor razón se le pedimos con perseverancia: Aumento de fe (Lc. 17,5), que nos enseñe a orar (Lc 11,1), y que oremos sin desanimarnos para no caer en la tentación porque el espíritu es animoso, pero la carne es débil. (Lc 22,40). Y si es así, claro que el Señor encontrará gente de fe cuando venga por II vez (Lc. 18,8).


sábado, 12 de octubre de 2013

DOMINGO XXVIII - C (13 de Octubre del 2013)


DOMINGO XXVIII - C (13 de octubre del 2013)

Proclamación del Evangelio según San Lucas 17, 11 -19:

En aquel tiempo, Jesús de camina a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y, a gritos, decían: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” Al verlos, les dijo: “vayan y preséntense a los sacerdotes.” Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios.

Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: “¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?” Y le dijo: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado.” PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as): En el Señor Paz y Bien.

El domingo pasado hacíamos referencia al episodio: “Maestro auméntanos la fe” (Lc 17,5). Y decíamos que es importante situar la dimensión de la fe a nuestro contexto de hoy. Y es que, no es posible aspirar el cielo en base a la riqueza y fortuna material (Mc 10,17ss) sino en base a la fe. Porque solo quien tiene fe sabrá qué busca y adónde va y así nos ha dicho el Señor: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Mt. 7,7) Los discípulos auténticos piden pocas cosas a Jesús por no decir lo sustancial. Claro que algunos atrevidos le pidieron los primeros puestos en el Reino (Mc. 10,37). Fuera de eso solo dos cosas básicas le pidieron: “Enséñanos a orar” (Lc. 11,1). Y la otra: “Auméntanos la fe” (Lc 17,5).

El evangelio de hoy termina diciendo: ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?” Y le dijo: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado.” (Lc 17,18). Pero al inicio dice: Jesús de camina a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y, a gritos, decían: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” (Lc 17,11-13). Como es de verse, resaltamos al inicio el clamor de los diez leprosos y al final la gratitud de solo uno de ellos, el de un leproso samaritano y la ingratitud de los 9 leprosos judíos.

Al inicio de nuestra reflexión me viene a la mente la ilusión y entusiasmo de los samaritanos que esperan la venida del Mesías: “La mujer samaritana dijo a Jesús: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, vendrá pronto. Cuando él venga, nos enseñará todo». Jesús le respondió: «El Mesías que esperan soy yo, el que habla contigo». (Jn 4,25-26)…Y Jesús le dijo a la mujer sus verdades respecto a su marido…”La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?” Y los samaritanos salieron de la cuidad al encuentro de Jesus” (Jn 4,28-30). Al escuchar a Jesús los samaritanos decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo». (Jn 4,42). Otro pasaje famoso de los samaritanos es el del buen samaritano: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver" ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones? El que tuvo compasión de él, respondió el doctor. Y Jesús le dijo: “Ve, y procede tú de la misma manera”(Lc 10,30-37).

El evangelio de hoy nos reporta varias ideas: En primer lugar, la religión de la ley es una religión que excluye y sobre esta primera idea dice San Pablo: “Sabemos que la Ley es buena, si se la usa debidamente, es decir, si se tiene en cuenta que no fue establecida para los justos, sino para los malvados y los rebeldes, para los impíos y pecadores, los sacrílegos y profanadores, los parricidas y matricidas, los asesinos, los impúdicos y pervertidos, los traficantes de seres humanos, los tramposos y los perjuros. En una palabra, la Ley está contra todo lo que se opone a la sana doctrina del Evangelio que me ha sido confiado, y que nos revela la gloria del bienaventurado Dios” (ITm 1,8-11). Pues, estos pobres leprosos tienen que vivir lejos de toda convivencia humana. Tienen que hablar a lo lejos. Es posible que hoy hayamos vencido la lepra y que hayan surgido otras razones que marginan. No será la lepra, pero sí la pobreza. También hoy hay zonas en las que los pobres no tienen espacio.

En segundo lugar, resaltamos la idea de: cómo el dolor y el sufrimiento es capaz de unir lo que la religión separaba. De los diez, nueve eran judíos y uno samaritano. A pesar de no hablarse unos y otros, el sufrimiento era capaz de juntarlos y unirlos. Dios al respecto ya dijo: “Yo los tomaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio suelo. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que signa mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo ha dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,24-28).

Una tercera idea que nos aporta el evangelio de hoy es que, de los diez leprosos que son curados, nueve de ellos regresan a la religión que los excluyó es decir a la religión judía. Y también al respecto y con gran sabiduría Dios nos dice: “El perro vuelve a su vómito y el necio recae en su locura” (Prov 26,11). Y mismo Jesús nos dice: “Nadie te condeno, tampoco te condeno, ve y no vuelvas a pecar mas” (Jn 8,11).

Y Una última idea que el evangelio de hoy nos aporta es la actitud grata del Leproso extranjero. Solo uno es capaz de regresar alabando a Dios a gritos y se postra a los pies de Jesús dando gracias. Los demás se olvidan y son incapaces de dar gracias. “Y se echó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano” (Lc 17,16). El único que tiene un corazón agradecido es precisamente un pagano. Pareciera insignificante pero nada más real y cierto que nuestra realidad: De los 10 católicos solo uno es agradecido y se compromete con su fe y agradece a Dios alabando y anunciando su mensaje por doquier, los demás 9 católicos, todos indiferentes: les importa un ápice su fe, su bautismo, con tal de disfrutar “gozar” con indiferencia ante el milagro grandioso de Dios que les regala la vida y la salud. Pero en fin, al respecto ya dijo Jesús: “Al que me proclame abiertamente ante los hombres, yo lo proclamaré y lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero quien me calla o se avergüence de mi ante los hombres, yo también me avergonzaré de él ante mi padre celestial” (Mt 10,32-33).

Hoy por hoy, vivimos en una cultura secular en la que cada quien vive cegado en su indiferencia. En una cultura en la que todos nos sentimos con derechos incluso frente a Dios, pero en la que hemos perdido la capacidad del agradecimiento. Ser agradecidos pone de manifiesto la sinceridad del corazón, la honestidad y la nobleza del corazón. ¡Cuántas cosas tenemos que agradecer y no lo hacemos! Un corazón no agradecido siempre es un corazón que cree más en sus derechos que en sus obligaciones. Recordemos el episodio: “Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan". "Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí". El rico contestó: "Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento". Abraham respondió: "Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen" (Lc 16,19-29).

sábado, 5 de octubre de 2013

DOMINGO XXVII - C (6 de Octubre del 2013)


UN SALUDO FRANCISCANO DE PAZ Y BIEN A TODOS LOS PARTICIPANTES DEL CONGRESO DIOCESANO DE TACNA Y MOQUEGUA - PERÚ "EL PAPEL DEL LAICO A LA LUZ DEL CONCILIO VATICANO II" 

"AUMENTANOS LA FE"

DOMINGO 27 - C / 6 de octubre del 2013

Evangelio según San Lucas 17,5 - 10:

En aquel tiempo, dijeron los apóstoles al Señor; “Auméntanos la fe.” El Señor dijo: “Si tuvieran fe como un grano de mostaza, y si dijeran a esta montaña: "Arráncate y plántate en el mar", y les obedecería.”

“¿Quién de Uds. tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: "Pasa al momento y ponte a la mesa?" ¿No le dirá más bien: "Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?"

¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo Uds. cuando hayan hecho todo lo que les fue mandado, digan: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.” PALABRA DEL SEÑOR.


Estimados amigos(as) en el Señor paz y bien.

El domingo anterior hemos meditado Lc. 16,19-31, donde el Señor nos describe dos realidades distintas al que el alma nuestra un día tendrá que afrontar: O bien estará en el seno de Abraham  que es el cielo (Lc 16,22) o bien estará en el abismo que es el infierno (Lc 19,23). No hay otra posibilidad y ¿cuándo será eso? Nadie lo sabe… “Estén preparados -dice el Señor- porque a la hora que menos lo piensen viene el hijo del hombre” (Mt 24,44).

¿Por qué es importante situar la dimensión de la fe? Hoy, el tema a meditar en el evangelio es, sin duda la fe. Y es que, no es posible ilusionar el cielo en base a la riqueza y fortuna material (Mc 10,17ss) sino en base a la fe. Porque solo quien tiene fe sabrá qué busca y adónde va y así nos ha dicho el Señor: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Mt. 17-8)  ¿Los discípulos auténticos le piden pocas cosas a Jesús por no decir lo sustancial? Claro que algunos atrevidos le pidieron los primeros puestos en el Reino (Mc. 10,37). Fuera de eso solo dos cosas básicas le pidieron: “Enséñanos a orar” (Mt. 6,6). Y la otra, lo que hemos leído hoy: “Auméntanos la fe” (Lc 17,5).

Al tratar este tema, me recuerda lo del padre del muchacho endemoniado que dice a Jesús: “a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo por mi hijo, ten piedad de nosotros y ayúdanos. Si puedes...!, Jesús respondió: Todo es posible para el que cree y tiene fe. Inmediatamente el padre del niño exclamó: Creo, pero aumenta mi fe porque tengo poca fe” (Mc 9,22-24). Pues, sería dable preguntarnos si los discípulos no tenían fe, claro que los tenía esa fe, pero era todavía una fe incipiente, fe del Antiguo Testamento, insuficiente como para seguirle de verdad a Él. Por eso, no le piden la fe, sino que aumente la que tienen. No es que traten de aumentar la “cantidad”, sino la “calidad”, porque la verdadera fe no se aumenta por cantidad, se aumenta por la calidad.

Es posible que muchos de nosotros le hayamos pedido muchas cosas al Señor pero ¿le hemos pedido alguna vez “Señor aumenta nuestra fe”? Si nos examinamos debidamente puede que seamos creyentes, pero nuestra fe resulta demasiado pobre, insuficiente como para orientar y animar nuestra vida. También pudiera darse que con la costumbre nuestra fe debe purificarse porque también se va degenerando y necesita limpiarse de demasiadas adherencias que la deforman, cosas que no son del querer de Dios, sino del enemigo, como la mala hierba  o la cizaña (Mt 13,24).

En el año de la fe sería bueno preguntarnos ¿Cuál es la concepción de Dios que tenemos? ¿Quién es Jesús para mí? ¿Acaso no es cierto que hemos deformado demasiado la imagen de Dios? ¿Acaso no hemos deformado demasiado la imagen de Iglesia? ¿Acaso no hemos deformado demasiado la imagen del mismo Jesús y de su Evangelio? ¿Acaso no hemos deformado demasiado la misma concepción de Dios autentico para creer en un dios de nuestra conveniencia? Y ¿Dónde quedo el Dios que Jesús nos presenta? Sería conveniente y muy urgente pedir al Señor: aumenta nuestra fe para que dejemos de vivir en ese dios de nuestros caprichos y vivamos en el Dios autentico que Jesús nos ha revelado.

Los discípulos un día le pidieron a Jesús: “Enséñanos a orar” (Mt 6,6). Y no es que no supiesen orar, sabían orar como se oraba en el Antiguo Testamento. Lo que necesitan es aprender a orar con la nueva visión de oración ceñida en el Nuevo Testamento. Sabían orar como habían aprendido en la Ley, ahora quieren aprender a orar como oraba Jesús. Jesús les advierte que la fe del formalismo o de la ley como esa fe de los fariseos no tiene sentido en el seguimiento a Jesús. La ley mata mas el espíritu da vida dirá San Pablo (IICor 3,6).

Esta vez le piden: “Aumenta nuestra fe” (Lc 17,5). Algo así como si fuese aumentar de peso o aumentar de sueldo. La respuesta de Jesús resulta un tanto extraña, pero muy real. No es cuestión de “cantidad o volumen de fe”. Jesús más bien les hace ver que no tienen apenas fe. “Porque si tuvieran fe como un granito de mostaza, la fe mueve montañas”

Es posible que muchos de nosotros también le pidamos “que nos aumente la fe”, que nos “dé más fe”. La fe no es cuestión de “cuánta” tenemos, sino de “cómo” es la que tenemos. Lo importante no es la cantidad de fe, sino la “calidad de nuestra fe”. Porque podemos pensar que creemos y que tenemos bastante fe, pero una fe de escasa calidad, nuestra fe no transmite vida. La fe de mama, o papa o la abuela tuvo su tiempo, ahora nuestros tiempo requieren de una fe más acorde a nuestra realidad. Y quien te dijo que la fe se queda petrificada en el pasado y como cosa de historia?.

Tenemos fe en sus doctrinas. Tenemos fe en lo que se nos dice. Pero lo que realmente necesitamos es “reavivar en nosotros una fe viva y fuerte en la persona de Jesús”. “Lo importante no es creer en cosas que bien puede darnos Jesús, sino creer en Él.”

Para tener más fe en Jesús, necesitamos conocerle más a Él, y cómo conoceremos más Jesús si no gustamos experimentar su presencia en nuestras vidas que empezará por leer su palabra, orar con su palabra, meditar en su forma de vida, es decir sentir la dulzura en el alma por vivir en Jesús. Pero no se trata de un conocimiento de sus doctrinas, que luego vendrán por su pie, sino de conocerle como se conocen a las personas. No conocemos a las personas por sus ideas, sus teorías o por el lugar que ocupan, donde viven y de donde vienen. A las personas las conocemos cuando entramos dentro de ellas, las vemos por dentro y nos fiamos de ellas, confiamos en ellas, y hasta somos capaces de entregarles nuestras vidas. ¿Acaso el matrimonio no es un fiarnos el uno del otro hasta entregarle nuestra vida “hasta que la muerte nos separe, en la alegría y la tristeza, en la riqueza y pobreza, en la salud y en la enfermedad” (forma de consagración conyugal)? “De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mt 19,6).


Nuestra fe necesita de mejor calidad. Puede que seamos creyentes, pero hasta donde nos sentimos atraídos por la persona de Jesús. ¿Hasta dónde nos fiamos plenamente de Jesús? ¿Hasta dónde somos capaces de dar nuestras vidas por El? La cantidad está bien para el dinero, más para la fe lo que se necesita es calidad, de lo contrario no llegará ni siquiera a un diminuto “grano de mostaza”. Mejor dicho con la forma de fe como tenemos, nos es fácil seguir a un Jesús “el súper héroe” o un  Jesús una tanto ceñido de nuestras fantasías y por el contrario nos es difícil seguir a un Jesús que tiene que someterse a manos de sus enemigos y ser muerto. Pedro le confiesa orgulloso como el Mesías de Dios como el cree tener a su gusto. En cambio, cuando Jesús les habla de su muerte, la fe de Pedro se viene abajo y hasta recibe una buena reprimenda (Mt. 16,21-23). En tal contexto, ¿cómo no va a ser necesario que nos aumente la fe para re-direccionar o purificar nuestra fe de esas fantasías que nos despoja del ser  autentico de Dios?

sábado, 28 de septiembre de 2013

DOMINGO XXVI - C (29 de Setiembre del 2013)



DOMINGO XXVI - C (29 de setiembre del 2013)

Evangelio según San Lucas 16,19 - 31:

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y banqueteaba espléndidamente. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado.

Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama." Pero Abraham le dijo: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y Uds. se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a hacia Uds, no pueden; ni de ahí puedan pasar donde nosotros."

“Replicó: "Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento." Le dijo Abraham: "Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan." Él dijo: "No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán." Le contestó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite." PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados amigos(as) en la fe Paz y Bien.

¿Recuerdan el mensaje del domingo anterior? El Señor terminaba su enseñanza diciéndonos algo importante: “Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No pueden servir a Dios y al Dinero” (Lc 16,13). Y decíamos, Jesús no rechaza ni condena la riqueza, sino el mal uso de la riqueza y con indiferencia;  hoy diremos igual, el Señor no condena al rico, sino la actitud indiferente hacia el pobre. Recordemos al respecto, Jesús ya nos había dicho: “a Dios lo que es de Dios y a Cesar lo que es de Cesar” (Mc 12,15). Quienes son de Dios sabrán amar como el nos amo, por tanto sabrán compartir con los pobres. En esto nos reconocerán que somos  los discípulos del Señor (Jn 13,34).

Al inicio de nuestra reflexión me viene a la memoria aquella pregunta que hacen a Jesús: “ Señor, serán pocos los que se salven? (Lc 13,23). Y San Pablo describe lo que en el corazón de Jesús ronda la respuesta a esta pregunta: “Dios salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven y conozcan la verdad” (I Tm 2,4). Pero como vemos en el relato y enseñanza de hoy, Jesús nos describe que no será así, porque no todos aceptaran esta oferta de Dios. Esta parábola de hoy (Lc 16,19-31) nos describe dos realidades distintas al que el alma nuestra, un día tendrá que enfrentar: O bien estará o será recibido en el seno de Abraham  que es el cielo (Lc 16,22) o será recibido en el abismo que es el infierno (Lc 19,23).

Se han preguntado alguna vez y por lo menos por mera curiosidad de ¿cómo será el cielo y cómo será el infierno? Son preguntas que en teología se llama preguntas del orden escatológico que corresponden a realidades postrimeras o realidades después de la muerte física. Pues, aquí Jesús, hoy nos presenta y nos da algunas pautas de cómo es el cielo  y cómo es el infierno, las posibles moradas del alma nuestro. Digo posibles en el sentido que, o estaremos un día en el seno de Abraham (cielo) o en el seno del abismo (infierno). No podemos estar en los dos y o estar fuera de esas dos realidades. Para nuestra vida futura, vida del alma no hay otra tercera posibilidad, es decir pasar un momento en el abismo, otro momento en el cielo, o escapar de estas dos realidades. Eso es imposible dice Jesús en su explicación de hoy (Lc 19,26). Ahora recordemos otra vez la pregunta: “Señor, ¿serán pocos los que se salven? (Lc 13,23) y ¿cómo hacer que nos salvemos del infierno y no estar a lado del rico? Pues, a Jesús le interesa hacernos entender esta realidad mediante esta parábola.

Para deslindar esta parábola maravillosa conviene destacar que: Primero, un rico que se da una vida de padre, señor y amo por sus bienes materiales. Vive una vida en la que “no le falta nada”. Bueno, eso de nada le falta lo ponemos entre comillas porque es un decir, porque es una vida en la que falta todo. Vive una vida él en la soledad porque los bienes materiales no le dan calor humano que toda persona requiere. Segundo, un rico anónimo, sin nombre (Lc 16,19). Como no es incapaz de mirar más allá del portón de su casa (egoísmo), no tiene nombre. En cambio, Jesús pone nombre al pobre: Lázaro (Lc. 16,20). Es que la pobreza hecho fantasma o sea sin rostro humano a nadie alude. Y Dios no es fantasma. Dios tiene nombre, es un hombre, tiene rostro y como tal quiere amar al hombre con rostro humano y no al hombre con máscaras o fantasmas. Tercero, estoy pensando cómo una simple puerta puede impedir ver a los que están fuera sumergido en miseria, impiden ver el hambre de los que están al otro lado. Impiden ver las necesidades de los demás. Esta puerta es pues, el ego del hombre que será también la puerta que impedirá que un día pueda pasar de las tinieblas o del fuego ardiente hacia la vida celestial. Cuarto, conviene resaltar el estilo y trato de Jesús. No tiene palabras de condena para el rico, prefiere presentarnos la triste realidad y que sea ésta la que toque nuestro corazón rompiendo el muro o la puerta del ego. Porque no es condenando como se solucionan los problemas. El único camino para solucionar el sufrimiento de los demás es ponerle rostro al hambre. Ponerle un corazón de carne en lugar del corazón de piedra (Ez. 36,24).

Claro están las cosas para Dios que, el problema no está en que pocos o muchos puedan vivir espléndidamente. El problema tampoco está en los que viven sumergidos en la miseria. El problema que molesta mucho a Dios es la indiferencia con que el hombre actúa en relación a los demás. Tal vez sin pretenderlo, todos tengamos muchos muros o puertas en nuestro corazón que nos impiden ver la pobreza de quienes se sentirían felices con lo que a nosotros nos sobra. Con esta forma de vida no podemos decir que amamos a Dios. “Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,7-8). Si no amamos como Dios nos ama no podemos decir que somos de Dios. “El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?” (I Jn 4,20). El amor en Dios no es bonita teoría y muy romántica, no no. Juan dice: “Hijitos míos, no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad, y estaremos tranquilos delante de Dios aunque nuestra conciencia nos reproche algo, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas” (I Jn 3,18-20).

Jesús, reitero no condena la riqueza, no condena los esplendidos banquetes que pudiéramos darnos y ojala fueran todos los días. El gran problema de la humanidad no es el ser ricos y tener mucho. El problema de la humanidad y eso es lo que Dios condena: la actitud que asumimos hacia los demás. Cuando no tenemos capacidad para darnos cuenta de las necesidades de los otros. Cuando vivimos indiferentes ante el hambre de los demás. Cuando no nos importan los problemas de los demás. Cuando no nos importan las lágrimas de los demás. Cuando los sentimientos de los otros no dicen nada a nuestro corazón. La indiferencia es la actitud de quienes viven en el “egoísmo, encarcelados o esclavos de su yo” y no se enteran de que también existen los demás. La indiferencia es la manera de matar y hacer que solo nosotros existimos. Pero esta forma de vida no durara por siempre, el placer, la seguridad que ofrece los bienes materiales no trasciende, se agota.

La única forma de romper el ego que nos aísla del amor de Dios es aquella forma de vida que Jesús nos enseñó: “Ámense unos a otros como os he amado” (Jn. 13,34). Y sino recordemos aquello del joven rico: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?». Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre». El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios” (Mc 10,17-23).

En la parte final no puedo cerrar mi reflexión de este domingo sino es antes haciendo una mención especial a nuestro seráfico Padre San Francisco de Asís, que es el santo que entendió perfectamente el evangelio de Jesús y supo desprenderse todo los bienes materiales repartiéndolo entre los pobres y solo vivir para el Señor. San Pablo puede resumir la vida del pobrecillo de Asís de esta forma: “Yo en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir solo para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20). Y aquello respecto al despojo de bienes materiales: “A causa del Señor, nada tiene valor para mí. Todo los considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8). Al final de su vida San Francisco de Asís, recibió como premio la estigmatización, las santas llagas del Señor: “Ahora en adelante, que nadie me venga con molestias: porque yo llevo en mi cuerpo las huellas de Cristo pobre y crucificado” (Gal 6,17).

Recordemos el Papa Nº 266 de nuestra Iglesia católica y Romana por qué escogió este nombre de Francisco, sino es por todo cuanto significa para la Iglesia este santo, llamado con justa razón EL HERMANO UNIVERSAL: “Desde luego, algunos – Dice el Santo Padre- no sabrán por qué he decidido llamarme Francisco. Os voy a contar una historia... Comenzó diciendo cómo durante el Cónclave estaba sentado en la capilla Sixtina junto al cardenal brasileño Claudio Humes, ex arzobispo de São Paolo y ex prefecto de la Congregación para el Clero. Cuando consiguió los 77 votos necesarios para convertirse en Papa, los cardenales rompieron a aplaudir." Humes me abrazó, me besó y me dijo: “No te olvides de los pobres”. Esas palabras: los pobres. Pensé en san Francisco de Asís. Luego pensé en las guerras, mientras el escrutinio proseguía. Pensé en Francisco, el nombre de la paz. Y así entró ese nombre en mi corazón: Francisco de Asís. El hombre de los pobres, de la paz, que ama y custodia al creador. Y en este momento con el creador no tenemos una relación tan buena!, indicó con una sonrisa cómplice. "¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!" Como lo quiso san Francisco de Asís, el Hermano pobrecillo de Asís.

El Próximo viernes 4 de Octubre, la familia franciscana y por ende la Iglesias en el mundo celebrará la fiesta de este gran santo SAN FRANCISCO DE ASIS. Hago muy propicia de esta oportunidad para expresar mis saludos a toda la familia franciscana en el mundo y deseándoles que Dios nos dé un corazón humilde como la de Francisco para seguir anunciando el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Un abrazo y feliz día 4 de octubre para mis hermanos franciscanos de las tres órdenes. Paz y Bien.

sábado, 21 de septiembre de 2013

DOMINGO XXV - C (22 de Setiembre del 2013)



Evangelio según San Lucas 16,1 - 13:

En aquel tiempo Jesús decía a sus discípulos: “Era un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malgastar sus bienes; le llamó y le dijo: "¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando."

Se dijo a sí mismo el administrador: "¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido la administración me reciban en sus casas." Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?" Respondió: "Cien medidas de aceite." El le dijo: "Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta." Después dijo a otro: "Tú, ¿cuánto debes?" Contestó: "Cien sacos de trigo." Le dice: "Toma tu recibo y escribe ochenta."

“El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz. “Yo les digo: Háganse amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, les reciban en las eternas moradas. El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho.

Sí, no fueron fieles en el Dinero injusto, ¿quién les confiará lo verdadero? Y si no fueron fieles con lo ajeno, ¿quién les va a creer de los bienes que son realmente de Uds? “Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No pueden servir a Dios y al Dinero.” PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados hermanos y hermanas en el Señor Paz t Bien.

El Señor termina su enseñanza de hoy diciéndonos algo importante, pero que ante todo conviene poner en claro que, Jesús no rechaza ni condena el dinero, lo que hace es poner el dinero en su lugar que le corresponde y al hombre en el lugar que le corresponde. Recordemos al respecto, Jesús dacia a Dios lo que es de Dios y a Cesar lo que es de Cesar (Mc 12,15). Meditando el Evangelio vemos, Jesús nos advierte que no nos será fácil vivir con el corazón partido, una parte para el dinero y otra parte para Dios: “Nadie puede servir a dos señores a la vez, a Dios y al dinero” (Lc 16,13).

En esta reflexión me viene a la mente aquel episodio del joven rico: “Cuando Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?». Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre». El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!». Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: «Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios” (Mc 10,17-24). Y resumiendo esta enseñanza de Jesús podemos agregar aquello que dijo: “No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino. Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón” (Lc 12,32-34).

La enseñanza de hoy que Jesús nos imparte cierto que tiene un matiz o una parábola un tanto extraña, pero que sí afronta serias realidades de nuestra coyuntura. ¿Se han dado cuenta de cómo este mal administrador, al ser descubierto de mala administración y saber que lo van a despedir de su trabajo, discurre de inmediato para no quedarse en la calle? (Lc 16, 3-7).

La sagacidad con que actúa el administrador infiel es lo que Jesús resalta, no es que alabe al mal administrador. Lo que Jesús alaba es lo vivo que es y lo rápido que piensa y busca soluciones a su difícil situación. Es que para lo que queremos somos bien vivos e inteligentes. Lo malo no está en ser vivo, lo malo está en utilizar nuestra viveza para las cosas malas. A mí mes es extraña cómo ciertas personas que vienen a pedir dinero como ayuda inventa mil cuentos para engatusar a uno y abrirle la billetera. Para cuando uno va, ellos están ya de vuelta en la esquina. Jesús aplica esta astucia para las cosas humanas, a lo que nos suele suceder cuando se trata del Evangelio, del Reino de Dios o de cambiar las cosas. Si tuviésemos la misma astucia, la misma viveza y la misma rapidez de pensamiento para renovar la Iglesia, para renovar nuestra pastoral, para renovar los caminos del anuncio del Evangelio, ciertamente que la cosa sería diferente y por ende una vida distinta.

La astucia de este administrador infiel del evangelio  es como los abogados de hoy que, cuando se trata de defender a esos que han aprovechado del puesto que ocupan sus clientes. Le sacan punta a todo, por algo se dice y se ha hecho ya filosofía de la vida: “Hecha la ley, hecha la trampa.” A veces somos más rápidos en hacer la trampa que promulgar la ley que permitan vivir en paz y seguridad. Sin embargo, ¡qué poco inteligencia tenemos para lo bueno! ¡Cuánta agudeza o finura para sacar los pies del plato conyugal por ejemplo y qué dolor de cabeza para arreglar nuestro matrimonio que comienza a hacer agua! Y no saber usar la sagacidad del administrador para arreglar y salvar ese matrimonio.

Cuánta finura en aquellos que tratan de hacerse ricos a costa de tantos pobres, hasta vende la cascara de trigo inventando mil y un cuentos para engañar al pobre (Am 8,4-7). Y ni se diga de aquello que atentan contra la juventud creando en ello una falsa felicidad al encaminarlos en el camino de la droga! ¡Y qué poca agudeza para inculcarla y clarificarla y descubrir la belleza de creer! Somos más agudos para destruir el mundo que para construir otro mejor. Hace unos días veía una película sobre los traficantes de la droga. Qué inteligencia para ganarse a unos y a otros, a los de arriba y a los de abajo ¿Seremos lo mismo para lograr un mundo sin drogas?

Jesús insiste en lo del mal uso del dinero o bienes materiales, pero mucho más en los administradores del dinero que solo saben eso, administrar y por lo bajo llevarse su tajada. Lo que a Jesús le llama la atención es la agudeza que tenemos cuando se trata de las riquezas y que no somos igual cuando se trata de las cosas de Dios. Esta es una advertencia que nos toca a todos porque no me dirán cuánto discurrimos y pensamos cuando se trata de las riquezas y lo poco creativos que somos cuando se trata de los intereses de Dios. Lo poco creativos que somos cuando se trata de cómo hacer llegar el Evangelio a los demás. Lo poco creativos que somos cuando se trata de buscar nuevos caminos al Evangelio (Mc 1,15). Lo poco creativos que somos de cómo hacer actual y contemporáneo el Evangelio. Mientras los hijos de la perdición son más astutos con sus asuntos de las tinieblas, mientras que los hijos de la luz, que tan poco creativos que somos (Jn 8,12).


Si discernimos correctamente en los asuntos de Dios nos daremos cuenta que: “La Ley perfecta, que nos hace libres, y se aficiona a ella, no como un oyente distraído, sino como un verdadero cumplidor de la Ley, será feliz al practicarla. Si alguien cree que es un hombre religioso, pero no domina su lengua, se engaña a sí mismo y su religiosidad es vacía. La religión verdadera y pura delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con la corrupción del mundo” (Stg 1,25-27). Recuerda lo que ya nos dijo Jesús: “Así como el Padre dispone de la Vida, del mismo modo ha concedido a su Hijo disponer de ella, y le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre. No se asombren: se acerca la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán de ellas: los que hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida eterna; los que hayan hecho el mal, resucitarán para la condenación eterna” (Jn 5,26-29). Así pues no vivamos apegados a los bienes materiales: “Los que desean ser ricos se exponen a la tentación, caen en la trampa de innumerables ambiciones, y cometen desatinos funestos que los precipitan a la ruina y a la perdición. Porque la avaricia es la raíz de todos los males, y al dejarse llevar por ella, algunos perdieron la fe y se ocasionaron innumerables sufrimientos. En lo que a ti concierne, hombre Dios, huye de todo esto. Practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia, la bondad” (I Tm 6,9-11).

sábado, 14 de septiembre de 2013

*** PALABRA DE DIOS ***: DOMINGO XXIV - C (15 de setiembre del 2013)

DOMINGO XXIV - C (15 de setiembre del 2013)



Evangelio según San Lucas 15,1 - 32:

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo esta parábola: «Si uno de Uds. tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al Regar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ¡Felicítenme!, he encontrado la oveja que se me había perdido. "Les digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: ¡Felicítenme!, he encontrado la moneda que se me había perdido. "Les digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»

También les dijo: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. "El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.  Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros."

Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus criados: "Saquen en seguida el mejor traje y vístanlo; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y mátenlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."» PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Muy estimados amigos en la fe Paz y Bien.

¿Recuerdan la enseñanza del domingo pasado? Presumo que si lo recuerdan. Jesús decía: "Si alguno viene donde mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26). De esta enseñanza bien podemos extraer la palabra amor para aplicar a la enseñanza de Jesús para este domingo XXIV del tiempo ordinario. ¡Cuánto nos ama Dios! Él quiere que todos vivamos unidos en su amor.

Si pudiéramos resumir esta enseñanza de Jesús de hoy, San Juan nos aporta un lindo enunciado: “Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (IJn 4,7). Como verán Uds. Y si aún quisiéramos resumir y quedarnos solo con una palabra respecto a las enseñanzas de hoy, pues quedémonos tan solo con la palabra Amor (Dios es amor).

Pues, bien. Yo veo tres enseñanzas importantes de Jesús en las lecturas de hoy y que las tres enseñanzas están precisamente referidas al amor de Dios hacia toda la humanidad:

1: El pecador vive perdido y la palabra perdido tiene connotación o significación respecto al pecado. Las tres parábolas tratan: de la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo perdido. Pero fíjese que la palabra perdición tiene connotación especial solo en el tercer caso o sea respecto al hijo menor. Digo esto porque en el primer caso, nosotros mencionamos a la moneda perdida para ser más académicos. Es un objeto perdido por tanto el asunto solo preocupa a la dueña y no a la moneda. En el segundo caso, la oveja perdida, también solo preocupa al dueño aunque la ovejita perdida corre por aquí y allá en busca del rebaño, pero solo es por instinto, y no sabe que está perdida. Pero en el tercer caso, fíjese que es distinto. El hijo perdido preocupa tanto al padre, pero luego también al hijo perdido. Este episodio nos permite entender qué valor tiene el hombre para Dios como su imagen y semejanza (Gn 1,26).

2: Dios nos ama, nos busca y se alegra cuando volvemos a casa: “Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo” (Lc 15,20). Nunca se avergonzó del hijo que vuelve a casa harapiento, maloliente porque huele  cerdo; pues, lo que rebasa en el corazón del padre es el amor hacia el hijo.

3: Los que amamos a Dios debemos entender que el amor autentico a Dios pasa por el amor al hermano: “Quien dice que Amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?” (I Jn 4,20). Y los de laca también lloran por el hermano o el hijo perdido y lo buscan para traerlo a casa. Así fue Moisés que en la primera lectura intercede por el pueblo que se había depravado: “En aquellos días, el Señor dijo a Moisés: «Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado” (Ex 32,7); San Pablo en la segunda lectura reconoce que él fue gran pecador. Perdonado, busca llevar esa misericordia de Dios a todos: “Pueden confiar y aceptar sin reserva lo que les digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero” (ITm 1,15).

¿Por qué se fue el hermano menor de la casa?  Por la misma razón porque nosotros lo hacemos: En casa hay que obedecer al Padre, hay compromisos que cumplir. Hoy muchos dicen: La Iglesia enseña que se deben guardar Mandamientos; me crea cargo de conciencia; me hace sentir culpable y reprimido. ¡No más exigencias! Tomaré los bienes de mi Padre (La vida y los dones que me ha dado) y me iré lejos, a vivir a las anchas “con toda libertad”. Pues, ¿qué tipo de libertad te buscas? En la calle también hay leyes y normas que cumplir hasta para caminar y más, si te unes a una banda de libertinos, ahí hay también normas y leyes que cumplir. ¿Qué buscas, otras sectas o iglesias sin normas? No lo encontraras.

Pero, inevitablemente, esa "liberación" lleva a la ruina. Donde no hay compromisos no hay amor verdadero y el corazón se va cerrando en si mismo y endureciendo. El hijo menor no solo sufrió pobreza y hambre sino también el desprecio de no permitírsele siquiera alimentarse de la comida de los cerdos. Los judíos no cuidan cerdos ni los comen por considerarlos animal profano. En su extrema miseria el hijo recuerda la casa del padre. Ahora los compromisos y mandamientos de su casa no le parecen nada comparados a la felicidad que allí se vive. Decide regresar. Sabe que en justicia no puede esperar volver a tener los privilegios de hijo. Ni siquiera espera ser un siervo de la casa. Pedirá que el padre lo acepte como jornalero (trabajador de afuera que se le contrata por una jornada).

El padre no había perdido la esperanza de recuperar a su hijo y velaba por su regreso. Cuando lo ve a distancia, olvida su edad venerable y corre como un niño a su encuentro para abrazarlo y besarlo. El padre lo restaura en su relación como hijo: Un nuevo vestido, el anillo (con el sello familiar que significa su identidad de hijo) y las sandalias. La parábola da a entender que el hijo de verdad se ha arrepentido ya que, al encontrarse tan bien recibido por su Padre, podría haber callado la confesión que tenía preparada. Hubiese seguido interiormente muerto y perdido. Pero no es el caso.

Las tres parábolas nos hablan mucho de la desbordante alegría de Dios al encontrar al hijo perdido. Es una alegría tal que quiere compartirla con todos. ¡Alégrense conmigo! ¡Celebremos un banquete! La alegría del Padre es por lo tanto alegría para toda la familia. Así es el amor. Ver a Dios triste por faltarle un hijo nos debe entristecer. Igualmente verlo exultante de gozo por el encuentro nos debe llenar de gozo.

Pero el hermano mayor no se alegra. Más bien se indigna. Una vez más el padre sale en busca del hijo perdido. Ahora es el mayor que no quiere entrar en la casa. Se pone de manifiesto que no siente la alegría del padre porque no tiene el corazón del padre. Le reprocha al padre que nunca le ha dado siquiera un cabrito a pesar de su obediencia. Pero está mintiendo. Vemos al principio de la parábola que "El padre LES repartió los bienes". De hecho, según la ley judía, el hijo mayor se quedó con la mayor parte. Además, como hijo mayor tenía a su disposición la casa y los sirvientes. Cuando el hombre se deja llevar por la ira, el demonio lo domina y lo engaña. El hombre ciego por la ira pierde la razón.  El padre le corrige con la verdad: ""Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo"

El hermano mayor se refiere a su hermano como: "ese hijo tuyo".  No quiere reconocer a su hermano como tal. ¿Será que le molesta no ser el único hijo, no tener toda la atención?.  Ocurre en la peleas de familia que no se quieren reconocer los lazos que nos unen. Pero el Padre le recuerda que es su hermano: "Ese hermano tuyo". El hermano mayor dice: "ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres y le matas el ternero cebado". Insinúa que el padre condesciende con el pecado y lo celebra. Pero, ¿Cómo sabe el hermano mayor lo de las "malas mujeres"? El hermano menor se había ido a tierras lejanas. El mayor se había quedado en casa. No tenían comunicación.  Pero por su ira, en vez de buscar reconciliación, exagera el pecado añadiendo nuevas acusaciones falsas. Hace crecer la división que separa a las partes en conflicto creando un abismo.


En resumen, si nos hemos alejado de la casa, Dios nunca nos pierde de vista, nos sigue buscando siempre con una esperanza real en que algún momento nos hallara para llevarnos otra vez a casa: “Yo los tomaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio tierra. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que signa mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo ha dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,24-27). Y en la misma connotación dice Juan: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).