sábado, 9 de noviembre de 2013

DOMINGO XXXII - C (10 de Noviembre del 2013)


DOMINGO XXXII - C (10 de noviembre del 2013)

Evangelio de San Lucas 20, 27 - 38:

En aquel tiempo, acercándose algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron a Jesús:

“Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos;  y la tomó el segundo,  luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer.

Esta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer.” Jesús les dijo: “Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.” PALABRA DEL SEÑOR.

REFELXIÒN:

Estimados amigos en el señor Paz y Bien

El tema de enseñanza de este domingo es la resurrección. ¿Hay resurrección o no hay resurrección?. ¿Y si hay resurrección en qué consiste esa resurrección? ¿La resurrección es la prolongación de la vida presente? ¿Será la resurrección una vida completamente distinta? y si es así ¿Cómo quedaran los problemas pendientes de este mundo como el matrimonio? Son preguntas que Jesús nos aclara hoy.

A la inquietud de los saduceos que no creen en la resurrección, Jesús dijo enfáticamente: “Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.” (Lc, 20,34-38).

El modo de cómo responde Jesús a esta inquietud de los saduceos, me gusta  como describe San Marcos: “¿Ustedes están equivocados porque no comprenden las Escrituras ni el poder de Dios? Cuando resuciten los muertos, ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo. Y con respecto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído en el Libro de Moisés, en el pasaje de la zarza, lo que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? El no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Ustedes están en un grave error». (Mc 12,24-27).

San Pablo por su parte dice al respecto: “Si se anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes. Incluso, seríamos falsos testigos de Dios, porque atestiguamos que él resucitó a Jesucristo, lo que es imposible, si los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido perdonados en consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido para siempre. Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos” (I Cor 15,12-20).

La respuesta de Jesús es clara: claro que hay Resurrección y que resucitar no es una simple prolongación de esta vida, sino que es transformar nuestra vida en una vida glorificada, donde la única realidad será el ser “hijos de Dios” y que, por eso, Dios no es un Dios de muertos, un Dios de cementerios, sino un Dios de vivos, de los que viven para siempre. La escena del Evangelio de hoy se da entre Saduceos y Jesús. Los saduceos no eran demasiado bien vistos. Ellos no creían en la resurrección y dándoselas de listos y de quien quiere poner en ridículo a Jesús le presentan el caso de la mujer y sus siete maridos.

Hoy son muchos los que toman la religión como un pasa tiempos, como si fuese un juego de niños. Incluso, no faltan quienes se admiran de que un hombre con carrera, siga creyendo en Él. Dios pareciera ser para ignorantes, para todos, para gente sin cabeza porque la gente que se cree muy intelectual inmediatamente suele decir: “Creer es cosa de ignorantes y cosa del pasado.” Sería bueno meditar y pensar que Dios es algo muy serio y por este principio que creemos somos diferentes de los animalitos.

Dios no existe para quienes prefieren vivir a su libre albedrio y por libre sin que nadie les estorbe. Dios no existe para quienes viven una pobreza de vida que más que vivir, existen. Dios no existe para quienes se contentan con la vida sin horizontes o que, a lo más él único horizonte que tienen son ellos mismos. Dios no existe para quien solo tiene ojos para ver el mundo y es incapaz de ver el otro lado de las cosas. Para los saduceos no existía más que esta vida y si existía algo más allá no era sino la prolongación de la felicidad de aquí. De ahí el problema de quién será mujer si los siete se han casado con ella. Una visión miope de la vida, una visión de la vida recortada a los planes de este mundo. Por eso le proponen el caso a Jesús como una manera de ridiculizar la resurrección y el cielo.

No se puede ridiculizar a los hombres, menos a Dios. No se puede ridiculizar esta vida, pero menos todavía la nueva vida de la resurrección. Porque quien vive sin resurrección vive sin futuro. Aún en la hipótesis de que no existiese nada, valdría la pena creer en ella para que no vivamos siempre frente al paredón de la muerte tras el cual no existe nada. Saber que vivimos solo para morir, qué sentido tiene. Pero claro esta saber distinguir las dos dimensiones del hombre: “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios – dijo Jesús- Nicodemo le preguntó: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer? Jesús le respondió: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu” (Jn 3,3-6). En la dimensión humana o la carne moriremos, nadie es ser eterno, hasta Cristo Jesús murió (Lc 23,46), Pero es también cierto que como seres espirituales resucitaremos y el primero de todos es Cristo Jesús: “Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día” (Lc 24,5-7).

Desde la dimensión espiritual, Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: "Yo soy la resurrección y la vida quien cree en mi aunque haya muerto vivirá" (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él (Jn 5, 24-25) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (Jn 6, 54). En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos (Mc 5, 21-42; Lc 7, 11-17; Jn 11), anunciando así su propia Resurrección que, no obstante, será de otro orden. De este acontecimiento único, Él habla como del "signo de Jonás" (Mt 12, 39), del signo del Templo (Jn 2, 19-22): anuncia su Resurrección al tercer día después de su muerte (Mc 10, 34).

Si por la fe creemos en estas palabras de Jesús, hay que ser sus testigos, no dsolo es suficiente creer (Mc 16,15-16). Ser testigo de Cristo es ser "testigo de su Resurrección" (Hch 1, 22), "haber comido y bebido con él después de su Resurrección de entre los muertos" (Hch 10, 41). La esperanza cristiana en la resurrección está totalmente marcada por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como Él, con Él, por Él. Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones (Hch 17, 32; 1 Co 15, 12-13). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?

¿Cómo resucitan los muertos? En la muerte que es separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción que es la muerte, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús. ¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: "los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 29; Dn 12, 2). ¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo" (Lc 24, 39); pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él todos resucitarán con su propio cuerpo, del que ahora estamos revestidos, pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp 3, 21), en "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44)

«Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano..., se siembra corrupción, resucita incorrupción [...]; los muertos resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15,35-37. 42. 53). Este "cómo ocurrirá la resurrección" sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo glorificado.

"DIOS DE VIVOS Y NO DE MUERTOS"

Recientemente acabamos de celebrar la fiesta de todos los santos, todos hicimos una reunión familiar recordando a nuestros familiares difuntos. Cuando muere un ser querido aplicamos una serie de Misas. Yo me pregunto: ¿Y cuánto hemos rezado por él mientras vivía? Incluso, cuántas veces le hemos negado el Sacramento de la Unción de Enfermos por miedo a darle un susto, cuando el susto lo tenemos nosotros y no el enfermo.

Rezamos por su salvación, pero cuánto hemos rezado en vida para que viva según la voluntad de Dios y en coherencia de su Bautismo. Rezamos para que se salve, pero cuántos hemos rezado por su salvación mientras vivía. Está bien que recemos por él de muerto, pero mucho más importante es que le pidamos a Dios mientras está vivo. ¿Cuántas Misas encargamos por los difuntos? Lo cual está bien, pues así aconseja nuestra iglesia, orar por los difuntos, pero mucho mejor sería orar mientras vive a nuestro lado y no esperar que muera y recién orar por el o por ella.

Dios no es un Dios para salvar a los muertos, sino para dar vida espiritual a los vivos. Dios no es un Dios para que salve a los muertos, sino para que vivan plenamente su vida los que están vivos. Dios no es un enterrador de muertos, sino alguien que da vida mientras vivimos. No esperemos a morir para admirar a nuestros hermanos, amémosle mientras viven. “Si decimos que amamos a Dios y no amamos al hermano somos unos mentirosos” (IJn 4,20). Pero ese amor no sea  de palabras sino de verdad y con obras (I Jn 3,18).



DOMINGO XXXI - C (3 de Noviembre del 2013)


DOMINGO XXXI - C (3 de noviembre del 2013)

Evangelio: San Lucas 19, 1-10

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: "Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa. "Él bajo en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador. "Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: "Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. "Jesús le contestó: "Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido." Palabra del Señor.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

El evangelio nos aporta 4 ideas para su comprensión:  1) Jesús dice: Zaqueo baja en seguida porque hoy tengo que alojarme en tu casa (Lc 19,5). 2) Zaqueo dice: la mitad de mis bienes se la doy a los pobres y si de alguien me aproveche injustamente se la devolveré cuatro veces más” (Lc 19,8). 3) Jesús dice: Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este es hijo de Abraham (Lc 19,9). 4) El hijo del hombre ha venido a salvar a los pecadores (Lc 19,10).

Este episodio es completamente distinto respecto a los bienes materiales lo de la escena del joven rico:
Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?”. Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre”. El hombre le respondió: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud”. Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme”. El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!”. Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: “Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”. Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?”. Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible”. (Mc 10,17-27). Aquí no hay salvación, porque el rico no quiso desprenderse de sus bienes, no quiso compartir. En cambio Zaqueo se desprendió y repartió sus bienes y esa actitud es lo que Jesús valora y por eso dice. “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19,9).

¿Qué idea tenemos de Dios, que castiga, que salva? “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.  El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).

Por tanto si Dios es amor con razón se nos dice por el profeta Ezequiel: Dios dice por el profeta: «Juro por mi vida –oráculo del Señor– que yo no deseo la muerte del malvado, sino que se convierta de su mala conducta y viva. Conviértanse, conviértanse de su conducta perversa! ¿Por qué quieren morir, casa de Israel?». Y tú, hijo de hombre, di a la gente de tu pueblo: Al justo no lo librará su justicia si comete un delito; al impío no lo hará sucumbir su maldad si se convierte de ella. Y cuando un justo peque, no podrá sobrevivir a causa de su justicia. Si yo digo al justo: «Vivirás», pero él, confiado en su justicia, comete una iniquidad, no quedará ningún recuerdo de su justicia: él morirá por la iniquidad que cometió. Por el contrario, si digo al malvado: «Morirás», pero él se convierte de su pecado y practica el derecho y la justicia: si devuelve lo que tomó en prenda, si restituye lo que arrebató por la fuerza y observa los preceptos de vida, dejando de cometer la iniquidad, él ciertamente vivirá y no morirá (Ez 33,11-15)

Alguien de la gente un buen día pregunto a Jesús: ¿Señor serán pocos los que se salven? (Lc.13,23). Si Dios es amor, por su puesto que Dios quiere que todos se salven: “ Dios salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven llegando al conocimiento de la verdad” (I Tm 2,4).

sábado, 26 de octubre de 2013

DOMINGO XXX - C (27 de octubre del 2013)

Proclamación del Evangelio según San Lucas 18, 9 - 14:

En aquel tiempo dijo Jesus a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: “Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano.
El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias."
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.” PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

El domingo pasado Jesus al final del evngdelio decia: Dios que es justo dara tarde o temprano lo que le pidan y cn mas razon si lo hacen con insistencia (Lc 18.8) 

En el evangelio de hoy nos habla de qué tipo de oracion es la que Dios escuchará. Y nos puso esta parabola: De un hombre bueno y un hombre malo. Un hombre que se acerca hasta el mismo altar y otro que se queda lejos, al fondo de la Iglesia avergonzado de sí mismo y de su vida, ni siquiera se atreve a levantar los ojos al cielo porque no se siente digno. Por otra parte, una vida complicada. ¿Tendrá que dejar su oficio de publicano? ¿Cómo devolver el dinero que ha robado? A decir verdad, un hombre atrapado por su propia realidad. ¿Qué le puede decir a Dios, si va a seguir siendo publicano, porque la necesidad le obliga? Sólo le queda un camino: “Pedir compasión.” “¡Oh Dios! ten compasión de este pecador!” (Lc18,14).

Sabe que los hombres no le comprenderán y sabe que seguirá sintiéndose rechazado por los buenos. Allí mismo escucha la oración del bueno que le rechaza y acusa delante de Dios: “Gracias porque no soy como los demás hombres. Ni como ese publicano”. Y sabe que seguirá siendo el pecador de todos los días. Hay momentos en los que solo queda un camino: volcarse en la “misericordia y compasión de Dios”. Además, algo desconcertante. La conclusión de Jesús: “Os digo que este bajó a su casa justificado y aquel no.” (Lc 18,14).

Imagino de los peores pecadores. Por ejemplo de los separados por el fracaso en el matrimonio y de los convivientes ¿Qué les queda para poder levantar de nuevo los ojos a Dios y darle gracias? Porque estan excluidos del sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía? Posiblemente solo les quede la misericordia y la comprensión de Dios. ¿No justificará Dios a estas parejas? Yo no tengo la respuesta, pero sí confío en la misericordia de Dios.

Dos hombres orando. Dios hombres delante de Dios. El uno, muy inflado de sí mismo. El otro hecho un calamidad detrás de una columna. El primero, ¿sabéis cómo ora? Parecía un contar que le pasaba las cuentas a Dios. Él no necesitaba de Dios, sencillamente le contaba lo bueno que era. Y peor todavía, su oración consistía en contarle a Dios lo bueno que era él, mucho más buenos que los demás que eran todos unos pecadores. ¿Bonita oración, verdad? Ponerse a orar despreciando a al resto. Él era el único ayuna dos veces por semana, pagaba el diezmo de todo lo que tenía. Además no era ladrón como los demás, adúltero como los demás, injusto como los demás, por ejemplo, como ese pobre publicano, que consciente de su condición de pecador, escondía el rostro entre sus manos y clamaba misericordia, comprensión y perdón.

El creerse lo que uno es está bien, el creerse superior al resto ya no está según Dios, y menos todavía compararse con los demás y despreciarlos. Este buenazo, que se pasaba de bueno, volvió a casa, lejos de Dios. En cambio, el pobre publicano volvió a casa justificado, perdonado, amado y llevado de la mano de Dios.


En el salmo 101 se dice “A los que en secreto difaman a su prójimo –dice Dios- los haré callar, ojos ingeridos y corazones arrogantes no lo soportare” Pero dice también Dios en el salmo 50: “Un corazón quebrantado y humillado nunca desprecia” Por tanto de que depende que Dios escuche nuestras oraciones sino acercarse a Dios con un corazón contrito y humillado por nuestras miserias y pecados.

sábado, 19 de octubre de 2013

DOMINGO XXIX - C (20 de octubre del 2013)


DOMINGO XXIX - C (20 de octubre del 2013)

Proclamación del Evangelio según San Lucas 18, 1-8:

En aquel tiempo, Jesús para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre y sin desanimarse les propuso esta parábola: «En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: "Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario". Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: "Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme". Y el Señor dijo: «Fíjense lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?». PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as): En el Señor Paz y Bien.

Me gusta siempre traer a colación la enseñanza del domingo anterior: El evangelio terminaba con una pregunta que cuestiona: ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios y los demás dónde están? No quedaron limpios los 10?” Y dijo a quien había sido curado y que era samaritano: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado.” (Lc 17,18). Pero recordemos, que Jesús  caminaba hacia  Jerusalén,que pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y gritaron: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” (Lc 17,11-13). Resaltaba el clamor de los diez leprosos y al final la gratitud de solo uno, el del leproso samaritano. Esa pregunta con que termina Jesús en el evangelio tiene mucho sentido para nosotros porque también nos lo dice enfáticamente: “De los 10 bautizados católicos solo uno ha venido a agradecer y dar gloria al Señor y lo hacen domingo a domingo ¿los demás 9 católicos bautizados dónde están? ¿Yo no di mi vida en la cruz por todos?.

Las lecturas de hoy nos hablan de la perseverancia en la oración un tema, sin duda fundamental en la vida del creyente.  En la primera lectura vemos a Moisés (Ex. 17, 8-13)  con las manos en alto en señal de súplica al Señor.  Resulta que mientras Moisés oraba el ejército de Israel vencía a su enemigo; si las bajaba, sucedía lo contrario.  Llegó un momento que ya Moisés no pudo sostener sus brazos en lo alto y tuvo que ser ayudado. A esta idea hace buen complemento las mismas palabras de Jesús: “Porque sin mi nada podréis hacer” (Jn 15,5). Lo que significa que con Dios se puede hacer todo (Col. 3,11).

El Evangelio (Lc. 18, 1-8)  que hoy hemos leído, nos habla de una parábola del Señor, en la cual nos presenta un Juez injusto que ni teme a Dios ni quiere saber nada de la pobre viuda que lo busca para que le haga justicia contra su adversario.  Y el inhumano Juez termina por acceder a las insistentes y perseverantes peticiones de la pobre mujer. Jesús usa este ejemplo para darnos a entender que Dios, que no es como el Juez inhumano e injusto, sino que es infinitamente Bueno y Justo, escuchará nuestras oraciones siempre y cuando lo hagamos con fe y seamos constantes, insistentes  y perseverantes.

Sin embargo, recordemos que debemos saber qué pedir, cómo pedir, cuándo pedir y para qué pedir a Dios.  Hace poco las Lecturas nos hablaban de que si pedimos Dios nos da sin demora: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!” (Mt. 7,7-11).  Pero debemos recordar lo que dice este texto al final: “Dios dará cosas buenas a los que se las pidan”.

Dios da solo cosas buenas. Y si algo pedimos y no nos lo concede es que no es bueno para nosotros, sino recordemos este episodio: “Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir». El les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?». Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». Jesús le dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?». «Podemos», le respondieron. Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados» (Mc 10,35-40). No es que sea malo soñar con la gloria en el cielo, pero eso depende de cada uno de nosotros en base a nuestra fe y esfuerzo.

Significa que debemos saber pedir lo que Dios nos quiere dar, y esto a merita conocer la voluntad de Dios.  Y estar confiados en que es Dios Quien sabe qué nos conviene.  Esas “cosas buenas” son las cosas que nos convienen y recordemos, que Dios ya sabe todas nuestras necesidades antes que se lo pidamos (Mt. 6,8). E incluso la bondad Dios va más allá de nuestras necesidades, pues veamos: “En Gabaón, el Señor se apareció a Salomón en un sueño, durante la noche. Dios le dijo: «Pídeme lo que quieras». Salomón respondió: «Tú has tratado a tu servidor, David, mi padre, con gran fidelidad, porque él caminó en tu presencia con lealtad, con justicia y rectitud de corazón; tú le has atestiguado esta gran fidelidad, dándole un hijo que hoy está sentado en su trono. Y ahora, Señor, Dios mío, has hecho reinar a tu servidor en lugar de mi padre David, a mí, que soy apenas un muchacho y no sé valerme por mí mismo. Tu servidor está en medio de tu pueblo, el que tú has elegido, un pueblo tan numeroso que no se puede contar ni calcular. Concede entonces a tu servidor un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién sería capaz de juzgar a un pueblo tan grande como el tuyo?». Al Señor le agradó que Salomón le hiciera este pedido, y Dios le dijo: «Porque tú has pedido esto, y no has pedido para ti una larga vida, ni riqueza, ni la vida de tus enemigos, sino que has pedido el discernimiento necesario para juzgar con rectitud, yo voy a obrar conforme a lo que dices: Te doy un corazón sabio y prudente, de manera que no ha habido nadie como tú antes de ti, ni habrá nadie como tú después de ti. Y también te doy aquello que no has pedido: tanta riqueza y gloria que no habrá nadie como tú entre los reyes, durante toda tu vida. Y si vas por mis caminos, observando mis preceptos y mis mandamientos, como lo hizo tu padre David, también te daré larga vida» (I Re 3,5-14).

¿Por qué parece que Dios a veces no responde nuestras oraciones?  Porque la mayoría de las veces pedimos lo que no nos conviene.  Pero, si nosotros no sabemos pedir cosas buenas, El sí sabe dárnoslas.  Por eso la oración debe ser confiada en lo que Dios decida, y a la vez perseverante.  A lo mejor Dios no nos da lo que le estamos pidiendo, porque no nos conviene, pero nos dará lo que sí nos conviene.  Y la oración no debe dejarse porque no recibamos lo que estemos pidiendo, pues debemos estar seguros de que Dios nos da todo lo que necesitamos.

Sin embargo, no podemos dejar de notar la pregunta de Cristo al final de este trozo del Evangelio. ¿Qué significa esa frase sobre si habrá Fe sobre la tierra cuando vuelva a venir Jesucristo? Esta frase sobre la Fe y Segunda Venida de Jesucristo “pareciera” estar como agregada, como fuera de contexto.  Pero no es así.  Notemos que habla el Señor sobre “sus elegidos, que claman a El día y noche”. Si nos fijamos bien, no hubo cambio de tema, pues a la parábola sobre la perseverancia en la oración, sigue el comentario de que Dios hará justicia a “sus elegidos, que claman a El día y noche”.  De hecho, el tema que estaba tratando Jesús antes de comenzar a hablar de la necesidad de oración constante era precisamente el de su próxima venida en gloria (Lc. 17, 23-37).

Esa oración perseverante y continua que Jesús nos pide es la oración para poder mantenernos fieles y con Fe hasta el final ... hasta el final de nuestra vida o hasta el final del tiempo. Sin embargo, la inquietud del Señor nos da indicios de que no habrá mucha Fe para ese momento final.  Es más, en el recuento que da San Mateo de este discurso escatológico nos dice el Señor que si el tiempo final no se acortara, “nadie se salvaría, pero Dios acortará esos días en consideración de sus elegidos” (Mt. 24, 22). ¿Qué nos indica esta advertencia?  Que la Fe va a estar muy atacada por los falsos cristos y los falsos profetas que también nos anuncia Jesús.  Que muchos estamos a riesgo de dejar enfriar nuestra Fe, debido a la confusión y a la oscuridad (Mt. 24, 23-29).     

Es una advertencia muy seria del Señor, que nos indica que debemos estar siempre listos para ese día de la venida en gloria del Señor o para el día de nuestro paso a la otra vida a través de nuestra muerte.   Es una advertencia para que roguemos perseverantemente porque seamos salvados, en ese día en que el Señor vendrá con gran poder y gloria para juzgar a vivos y muertos (Mt. 25,31-46).

Sabemos que por parte de Dios la salvación está asegurada, pues Jesucristo ya nos salvó a todos con su Vida, Pasión, Muerte y Resurrección.  Pero de parte de nosotros se requiere que mantengamos nuestra Fe y que la mantengamos hasta el final. De allí que Jesús nos dé el remedio para fortalecer nuestra Fe y para que esa Fe permanezca hasta el final: la oración, la oración perseverante y continua:  orar sin desfallecer para que nuestra Fe no desfallezca (Lc 22,40). Pero, sin duda, la pregunta del Señor “¿creen ustedes que habrá Fe sobre la tierra cuando venga el Hijo del hombre?” nos invita una seria reflexión ... Cabe preguntarnos, entonces, ¿cómo está nuestra Fe?  ¿Es una Fe que nos lleva a la esperanza de la Resurrección y la Vida Eterna?  ¿O es una Fe que está esperando en el nefasto castigo en el infierno? (Lc 16,19-31).

Por ejemplo…¿le hemos dado algún crédito a los escritos de los ateos actuales que están llenando las librerías con sus libros blasfemos, en los que tratan a los cristianos como si fuéramos tontos?  ¿Es una Fe que confía en Dios o que confía en las fuerzas humanas? ¿Es una Fe que nos hace sentir muy importantes e independientes de Dios o es una Fe que nos lleva a depender de nuestro Creador, nuestro Padre, nuestro Dios? ¿De verdad tenemos la clase de Fe que el Señor espera encontrar cuando vuelva? Y si para tener esa Fe que requerimos para el final, la estrategia eficaz es la oración, cabe preguntarnos también:  ¿Cómo es nuestra oración?

¿Es frecuente, perseverante, constante, sin desfallecer, como la pide el Señor para que nuestra Fe no decaiga? ¿Cómo oramos?  ¿Cuánto oramos?  ¿Está nuestra oración a la medida de las circunstancias? Porque ... pensándolo bien ... considerando como están las cosas en el mundo, “¿creen ustedes que habrá Fe sobre la tierra cuando venga el Hijo del hombre?” El Salmo 120 es un himno al poder de Dios y a la confianza que debemos tener en El.   Cantamos al Señor, que es Todopoderoso, pues, entre otras cosas, “hizo el Cielo y la tierra”.   Y confiamos en El, pues “está siempre a nuestro lado ... guardándonos en todos los peligros ... ahora y para siempre”

La Segunda Lectura (2 Tim. 3,14 - 4,2)  nos pide también firmeza en la Fe (“permanece firme en lo que has aprendido”), seguridad en la Sabiduría que encontramos viviendo la Palabra de Dios.  Y además nos habla de la necesidad de la Fe para la salvación (“la Sagrada Escritura, la cual puede darte la Sabiduría que, por la Fe en Cristo Jesús conduce a la salvación”).

Pero, adicionalmente, nos habla de la obligación que tenemos de comunicar esa Fe contenida en la Palabra de Dios.  Y esa obligación deriva de la necesidad que hay de anunciarla en atención -precisamente- a la Segunda Venida de Cristo: “En presencia de Dios y de Cristo Jesús, te pido encarecidamente que, por su advenimiento y por su Reino, anuncies la Palabra”. De allí la importancia de leer la Palabra de Dios, de meditarla,  de orar con la Palabra de Dios y, encontrando en ella la Sabiduría, poderla vivir nosotros y mostrarla a los demás con nuestro ejemplo y con nuestro testimonio “a tiempo y a destiempo, convenciendo, reprendiendo y exhortando con toda paciencia y sabiduría”. 

En resumen, Jesús hoy nos enseña: Saber pedir (Mt. 7,7). No se pide cualquier cosa porque no nos lo va a dar todo porque muchas cosas no no conviene (Mc 10,35). Pero si nuestros pedidos son buenas, sin duda el Señor nos lo dará y con mayor razón se le pedimos con perseverancia: Aumento de fe (Lc. 17,5), que nos enseñe a orar (Lc 11,1), y que oremos sin desanimarnos para no caer en la tentación porque el espíritu es animoso, pero la carne es débil. (Lc 22,40). Y si es así, claro que el Señor encontrará gente de fe cuando venga por II vez (Lc. 18,8).


sábado, 12 de octubre de 2013

DOMINGO XXVIII - C (13 de Octubre del 2013)


DOMINGO XXVIII - C (13 de octubre del 2013)

Proclamación del Evangelio según San Lucas 17, 11 -19:

En aquel tiempo, Jesús de camina a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y, a gritos, decían: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” Al verlos, les dijo: “vayan y preséntense a los sacerdotes.” Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios.

Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: “¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?” Y le dijo: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado.” PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as): En el Señor Paz y Bien.

El domingo pasado hacíamos referencia al episodio: “Maestro auméntanos la fe” (Lc 17,5). Y decíamos que es importante situar la dimensión de la fe a nuestro contexto de hoy. Y es que, no es posible aspirar el cielo en base a la riqueza y fortuna material (Mc 10,17ss) sino en base a la fe. Porque solo quien tiene fe sabrá qué busca y adónde va y así nos ha dicho el Señor: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Mt. 7,7) Los discípulos auténticos piden pocas cosas a Jesús por no decir lo sustancial. Claro que algunos atrevidos le pidieron los primeros puestos en el Reino (Mc. 10,37). Fuera de eso solo dos cosas básicas le pidieron: “Enséñanos a orar” (Lc. 11,1). Y la otra: “Auméntanos la fe” (Lc 17,5).

El evangelio de hoy termina diciendo: ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?” Y le dijo: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado.” (Lc 17,18). Pero al inicio dice: Jesús de camina a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y, a gritos, decían: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” (Lc 17,11-13). Como es de verse, resaltamos al inicio el clamor de los diez leprosos y al final la gratitud de solo uno de ellos, el de un leproso samaritano y la ingratitud de los 9 leprosos judíos.

Al inicio de nuestra reflexión me viene a la mente la ilusión y entusiasmo de los samaritanos que esperan la venida del Mesías: “La mujer samaritana dijo a Jesús: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, vendrá pronto. Cuando él venga, nos enseñará todo». Jesús le respondió: «El Mesías que esperan soy yo, el que habla contigo». (Jn 4,25-26)…Y Jesús le dijo a la mujer sus verdades respecto a su marido…”La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?” Y los samaritanos salieron de la cuidad al encuentro de Jesus” (Jn 4,28-30). Al escuchar a Jesús los samaritanos decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo». (Jn 4,42). Otro pasaje famoso de los samaritanos es el del buen samaritano: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver" ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones? El que tuvo compasión de él, respondió el doctor. Y Jesús le dijo: “Ve, y procede tú de la misma manera”(Lc 10,30-37).

El evangelio de hoy nos reporta varias ideas: En primer lugar, la religión de la ley es una religión que excluye y sobre esta primera idea dice San Pablo: “Sabemos que la Ley es buena, si se la usa debidamente, es decir, si se tiene en cuenta que no fue establecida para los justos, sino para los malvados y los rebeldes, para los impíos y pecadores, los sacrílegos y profanadores, los parricidas y matricidas, los asesinos, los impúdicos y pervertidos, los traficantes de seres humanos, los tramposos y los perjuros. En una palabra, la Ley está contra todo lo que se opone a la sana doctrina del Evangelio que me ha sido confiado, y que nos revela la gloria del bienaventurado Dios” (ITm 1,8-11). Pues, estos pobres leprosos tienen que vivir lejos de toda convivencia humana. Tienen que hablar a lo lejos. Es posible que hoy hayamos vencido la lepra y que hayan surgido otras razones que marginan. No será la lepra, pero sí la pobreza. También hoy hay zonas en las que los pobres no tienen espacio.

En segundo lugar, resaltamos la idea de: cómo el dolor y el sufrimiento es capaz de unir lo que la religión separaba. De los diez, nueve eran judíos y uno samaritano. A pesar de no hablarse unos y otros, el sufrimiento era capaz de juntarlos y unirlos. Dios al respecto ya dijo: “Yo los tomaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio suelo. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que signa mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo ha dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,24-28).

Una tercera idea que nos aporta el evangelio de hoy es que, de los diez leprosos que son curados, nueve de ellos regresan a la religión que los excluyó es decir a la religión judía. Y también al respecto y con gran sabiduría Dios nos dice: “El perro vuelve a su vómito y el necio recae en su locura” (Prov 26,11). Y mismo Jesús nos dice: “Nadie te condeno, tampoco te condeno, ve y no vuelvas a pecar mas” (Jn 8,11).

Y Una última idea que el evangelio de hoy nos aporta es la actitud grata del Leproso extranjero. Solo uno es capaz de regresar alabando a Dios a gritos y se postra a los pies de Jesús dando gracias. Los demás se olvidan y son incapaces de dar gracias. “Y se echó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano” (Lc 17,16). El único que tiene un corazón agradecido es precisamente un pagano. Pareciera insignificante pero nada más real y cierto que nuestra realidad: De los 10 católicos solo uno es agradecido y se compromete con su fe y agradece a Dios alabando y anunciando su mensaje por doquier, los demás 9 católicos, todos indiferentes: les importa un ápice su fe, su bautismo, con tal de disfrutar “gozar” con indiferencia ante el milagro grandioso de Dios que les regala la vida y la salud. Pero en fin, al respecto ya dijo Jesús: “Al que me proclame abiertamente ante los hombres, yo lo proclamaré y lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero quien me calla o se avergüence de mi ante los hombres, yo también me avergonzaré de él ante mi padre celestial” (Mt 10,32-33).

Hoy por hoy, vivimos en una cultura secular en la que cada quien vive cegado en su indiferencia. En una cultura en la que todos nos sentimos con derechos incluso frente a Dios, pero en la que hemos perdido la capacidad del agradecimiento. Ser agradecidos pone de manifiesto la sinceridad del corazón, la honestidad y la nobleza del corazón. ¡Cuántas cosas tenemos que agradecer y no lo hacemos! Un corazón no agradecido siempre es un corazón que cree más en sus derechos que en sus obligaciones. Recordemos el episodio: “Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan". "Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí". El rico contestó: "Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento". Abraham respondió: "Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen" (Lc 16,19-29).

sábado, 5 de octubre de 2013

DOMINGO XXVII - C (6 de Octubre del 2013)


UN SALUDO FRANCISCANO DE PAZ Y BIEN A TODOS LOS PARTICIPANTES DEL CONGRESO DIOCESANO DE TACNA Y MOQUEGUA - PERÚ "EL PAPEL DEL LAICO A LA LUZ DEL CONCILIO VATICANO II" 

"AUMENTANOS LA FE"

DOMINGO 27 - C / 6 de octubre del 2013

Evangelio según San Lucas 17,5 - 10:

En aquel tiempo, dijeron los apóstoles al Señor; “Auméntanos la fe.” El Señor dijo: “Si tuvieran fe como un grano de mostaza, y si dijeran a esta montaña: "Arráncate y plántate en el mar", y les obedecería.”

“¿Quién de Uds. tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: "Pasa al momento y ponte a la mesa?" ¿No le dirá más bien: "Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?"

¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo Uds. cuando hayan hecho todo lo que les fue mandado, digan: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.” PALABRA DEL SEÑOR.


Estimados amigos(as) en el Señor paz y bien.

El domingo anterior hemos meditado Lc. 16,19-31, donde el Señor nos describe dos realidades distintas al que el alma nuestra un día tendrá que afrontar: O bien estará en el seno de Abraham  que es el cielo (Lc 16,22) o bien estará en el abismo que es el infierno (Lc 19,23). No hay otra posibilidad y ¿cuándo será eso? Nadie lo sabe… “Estén preparados -dice el Señor- porque a la hora que menos lo piensen viene el hijo del hombre” (Mt 24,44).

¿Por qué es importante situar la dimensión de la fe? Hoy, el tema a meditar en el evangelio es, sin duda la fe. Y es que, no es posible ilusionar el cielo en base a la riqueza y fortuna material (Mc 10,17ss) sino en base a la fe. Porque solo quien tiene fe sabrá qué busca y adónde va y así nos ha dicho el Señor: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Mt. 17-8)  ¿Los discípulos auténticos le piden pocas cosas a Jesús por no decir lo sustancial? Claro que algunos atrevidos le pidieron los primeros puestos en el Reino (Mc. 10,37). Fuera de eso solo dos cosas básicas le pidieron: “Enséñanos a orar” (Mt. 6,6). Y la otra, lo que hemos leído hoy: “Auméntanos la fe” (Lc 17,5).

Al tratar este tema, me recuerda lo del padre del muchacho endemoniado que dice a Jesús: “a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo por mi hijo, ten piedad de nosotros y ayúdanos. Si puedes...!, Jesús respondió: Todo es posible para el que cree y tiene fe. Inmediatamente el padre del niño exclamó: Creo, pero aumenta mi fe porque tengo poca fe” (Mc 9,22-24). Pues, sería dable preguntarnos si los discípulos no tenían fe, claro que los tenía esa fe, pero era todavía una fe incipiente, fe del Antiguo Testamento, insuficiente como para seguirle de verdad a Él. Por eso, no le piden la fe, sino que aumente la que tienen. No es que traten de aumentar la “cantidad”, sino la “calidad”, porque la verdadera fe no se aumenta por cantidad, se aumenta por la calidad.

Es posible que muchos de nosotros le hayamos pedido muchas cosas al Señor pero ¿le hemos pedido alguna vez “Señor aumenta nuestra fe”? Si nos examinamos debidamente puede que seamos creyentes, pero nuestra fe resulta demasiado pobre, insuficiente como para orientar y animar nuestra vida. También pudiera darse que con la costumbre nuestra fe debe purificarse porque también se va degenerando y necesita limpiarse de demasiadas adherencias que la deforman, cosas que no son del querer de Dios, sino del enemigo, como la mala hierba  o la cizaña (Mt 13,24).

En el año de la fe sería bueno preguntarnos ¿Cuál es la concepción de Dios que tenemos? ¿Quién es Jesús para mí? ¿Acaso no es cierto que hemos deformado demasiado la imagen de Dios? ¿Acaso no hemos deformado demasiado la imagen de Iglesia? ¿Acaso no hemos deformado demasiado la imagen del mismo Jesús y de su Evangelio? ¿Acaso no hemos deformado demasiado la misma concepción de Dios autentico para creer en un dios de nuestra conveniencia? Y ¿Dónde quedo el Dios que Jesús nos presenta? Sería conveniente y muy urgente pedir al Señor: aumenta nuestra fe para que dejemos de vivir en ese dios de nuestros caprichos y vivamos en el Dios autentico que Jesús nos ha revelado.

Los discípulos un día le pidieron a Jesús: “Enséñanos a orar” (Mt 6,6). Y no es que no supiesen orar, sabían orar como se oraba en el Antiguo Testamento. Lo que necesitan es aprender a orar con la nueva visión de oración ceñida en el Nuevo Testamento. Sabían orar como habían aprendido en la Ley, ahora quieren aprender a orar como oraba Jesús. Jesús les advierte que la fe del formalismo o de la ley como esa fe de los fariseos no tiene sentido en el seguimiento a Jesús. La ley mata mas el espíritu da vida dirá San Pablo (IICor 3,6).

Esta vez le piden: “Aumenta nuestra fe” (Lc 17,5). Algo así como si fuese aumentar de peso o aumentar de sueldo. La respuesta de Jesús resulta un tanto extraña, pero muy real. No es cuestión de “cantidad o volumen de fe”. Jesús más bien les hace ver que no tienen apenas fe. “Porque si tuvieran fe como un granito de mostaza, la fe mueve montañas”

Es posible que muchos de nosotros también le pidamos “que nos aumente la fe”, que nos “dé más fe”. La fe no es cuestión de “cuánta” tenemos, sino de “cómo” es la que tenemos. Lo importante no es la cantidad de fe, sino la “calidad de nuestra fe”. Porque podemos pensar que creemos y que tenemos bastante fe, pero una fe de escasa calidad, nuestra fe no transmite vida. La fe de mama, o papa o la abuela tuvo su tiempo, ahora nuestros tiempo requieren de una fe más acorde a nuestra realidad. Y quien te dijo que la fe se queda petrificada en el pasado y como cosa de historia?.

Tenemos fe en sus doctrinas. Tenemos fe en lo que se nos dice. Pero lo que realmente necesitamos es “reavivar en nosotros una fe viva y fuerte en la persona de Jesús”. “Lo importante no es creer en cosas que bien puede darnos Jesús, sino creer en Él.”

Para tener más fe en Jesús, necesitamos conocerle más a Él, y cómo conoceremos más Jesús si no gustamos experimentar su presencia en nuestras vidas que empezará por leer su palabra, orar con su palabra, meditar en su forma de vida, es decir sentir la dulzura en el alma por vivir en Jesús. Pero no se trata de un conocimiento de sus doctrinas, que luego vendrán por su pie, sino de conocerle como se conocen a las personas. No conocemos a las personas por sus ideas, sus teorías o por el lugar que ocupan, donde viven y de donde vienen. A las personas las conocemos cuando entramos dentro de ellas, las vemos por dentro y nos fiamos de ellas, confiamos en ellas, y hasta somos capaces de entregarles nuestras vidas. ¿Acaso el matrimonio no es un fiarnos el uno del otro hasta entregarle nuestra vida “hasta que la muerte nos separe, en la alegría y la tristeza, en la riqueza y pobreza, en la salud y en la enfermedad” (forma de consagración conyugal)? “De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mt 19,6).


Nuestra fe necesita de mejor calidad. Puede que seamos creyentes, pero hasta donde nos sentimos atraídos por la persona de Jesús. ¿Hasta dónde nos fiamos plenamente de Jesús? ¿Hasta dónde somos capaces de dar nuestras vidas por El? La cantidad está bien para el dinero, más para la fe lo que se necesita es calidad, de lo contrario no llegará ni siquiera a un diminuto “grano de mostaza”. Mejor dicho con la forma de fe como tenemos, nos es fácil seguir a un Jesús “el súper héroe” o un  Jesús una tanto ceñido de nuestras fantasías y por el contrario nos es difícil seguir a un Jesús que tiene que someterse a manos de sus enemigos y ser muerto. Pedro le confiesa orgulloso como el Mesías de Dios como el cree tener a su gusto. En cambio, cuando Jesús les habla de su muerte, la fe de Pedro se viene abajo y hasta recibe una buena reprimenda (Mt. 16,21-23). En tal contexto, ¿cómo no va a ser necesario que nos aumente la fe para re-direccionar o purificar nuestra fe de esas fantasías que nos despoja del ser  autentico de Dios?

sábado, 28 de septiembre de 2013

DOMINGO XXVI - C (29 de Setiembre del 2013)



DOMINGO XXVI - C (29 de setiembre del 2013)

Evangelio según San Lucas 16,19 - 31:

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y banqueteaba espléndidamente. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado.

Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama." Pero Abraham le dijo: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y Uds. se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a hacia Uds, no pueden; ni de ahí puedan pasar donde nosotros."

“Replicó: "Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento." Le dijo Abraham: "Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan." Él dijo: "No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán." Le contestó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite." PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados amigos(as) en la fe Paz y Bien.

¿Recuerdan el mensaje del domingo anterior? El Señor terminaba su enseñanza diciéndonos algo importante: “Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No pueden servir a Dios y al Dinero” (Lc 16,13). Y decíamos, Jesús no rechaza ni condena la riqueza, sino el mal uso de la riqueza y con indiferencia;  hoy diremos igual, el Señor no condena al rico, sino la actitud indiferente hacia el pobre. Recordemos al respecto, Jesús ya nos había dicho: “a Dios lo que es de Dios y a Cesar lo que es de Cesar” (Mc 12,15). Quienes son de Dios sabrán amar como el nos amo, por tanto sabrán compartir con los pobres. En esto nos reconocerán que somos  los discípulos del Señor (Jn 13,34).

Al inicio de nuestra reflexión me viene a la memoria aquella pregunta que hacen a Jesús: “ Señor, serán pocos los que se salven? (Lc 13,23). Y San Pablo describe lo que en el corazón de Jesús ronda la respuesta a esta pregunta: “Dios salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven y conozcan la verdad” (I Tm 2,4). Pero como vemos en el relato y enseñanza de hoy, Jesús nos describe que no será así, porque no todos aceptaran esta oferta de Dios. Esta parábola de hoy (Lc 16,19-31) nos describe dos realidades distintas al que el alma nuestra, un día tendrá que enfrentar: O bien estará o será recibido en el seno de Abraham  que es el cielo (Lc 16,22) o será recibido en el abismo que es el infierno (Lc 19,23).

Se han preguntado alguna vez y por lo menos por mera curiosidad de ¿cómo será el cielo y cómo será el infierno? Son preguntas que en teología se llama preguntas del orden escatológico que corresponden a realidades postrimeras o realidades después de la muerte física. Pues, aquí Jesús, hoy nos presenta y nos da algunas pautas de cómo es el cielo  y cómo es el infierno, las posibles moradas del alma nuestro. Digo posibles en el sentido que, o estaremos un día en el seno de Abraham (cielo) o en el seno del abismo (infierno). No podemos estar en los dos y o estar fuera de esas dos realidades. Para nuestra vida futura, vida del alma no hay otra tercera posibilidad, es decir pasar un momento en el abismo, otro momento en el cielo, o escapar de estas dos realidades. Eso es imposible dice Jesús en su explicación de hoy (Lc 19,26). Ahora recordemos otra vez la pregunta: “Señor, ¿serán pocos los que se salven? (Lc 13,23) y ¿cómo hacer que nos salvemos del infierno y no estar a lado del rico? Pues, a Jesús le interesa hacernos entender esta realidad mediante esta parábola.

Para deslindar esta parábola maravillosa conviene destacar que: Primero, un rico que se da una vida de padre, señor y amo por sus bienes materiales. Vive una vida en la que “no le falta nada”. Bueno, eso de nada le falta lo ponemos entre comillas porque es un decir, porque es una vida en la que falta todo. Vive una vida él en la soledad porque los bienes materiales no le dan calor humano que toda persona requiere. Segundo, un rico anónimo, sin nombre (Lc 16,19). Como no es incapaz de mirar más allá del portón de su casa (egoísmo), no tiene nombre. En cambio, Jesús pone nombre al pobre: Lázaro (Lc. 16,20). Es que la pobreza hecho fantasma o sea sin rostro humano a nadie alude. Y Dios no es fantasma. Dios tiene nombre, es un hombre, tiene rostro y como tal quiere amar al hombre con rostro humano y no al hombre con máscaras o fantasmas. Tercero, estoy pensando cómo una simple puerta puede impedir ver a los que están fuera sumergido en miseria, impiden ver el hambre de los que están al otro lado. Impiden ver las necesidades de los demás. Esta puerta es pues, el ego del hombre que será también la puerta que impedirá que un día pueda pasar de las tinieblas o del fuego ardiente hacia la vida celestial. Cuarto, conviene resaltar el estilo y trato de Jesús. No tiene palabras de condena para el rico, prefiere presentarnos la triste realidad y que sea ésta la que toque nuestro corazón rompiendo el muro o la puerta del ego. Porque no es condenando como se solucionan los problemas. El único camino para solucionar el sufrimiento de los demás es ponerle rostro al hambre. Ponerle un corazón de carne en lugar del corazón de piedra (Ez. 36,24).

Claro están las cosas para Dios que, el problema no está en que pocos o muchos puedan vivir espléndidamente. El problema tampoco está en los que viven sumergidos en la miseria. El problema que molesta mucho a Dios es la indiferencia con que el hombre actúa en relación a los demás. Tal vez sin pretenderlo, todos tengamos muchos muros o puertas en nuestro corazón que nos impiden ver la pobreza de quienes se sentirían felices con lo que a nosotros nos sobra. Con esta forma de vida no podemos decir que amamos a Dios. “Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,7-8). Si no amamos como Dios nos ama no podemos decir que somos de Dios. “El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?” (I Jn 4,20). El amor en Dios no es bonita teoría y muy romántica, no no. Juan dice: “Hijitos míos, no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad, y estaremos tranquilos delante de Dios aunque nuestra conciencia nos reproche algo, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas” (I Jn 3,18-20).

Jesús, reitero no condena la riqueza, no condena los esplendidos banquetes que pudiéramos darnos y ojala fueran todos los días. El gran problema de la humanidad no es el ser ricos y tener mucho. El problema de la humanidad y eso es lo que Dios condena: la actitud que asumimos hacia los demás. Cuando no tenemos capacidad para darnos cuenta de las necesidades de los otros. Cuando vivimos indiferentes ante el hambre de los demás. Cuando no nos importan los problemas de los demás. Cuando no nos importan las lágrimas de los demás. Cuando los sentimientos de los otros no dicen nada a nuestro corazón. La indiferencia es la actitud de quienes viven en el “egoísmo, encarcelados o esclavos de su yo” y no se enteran de que también existen los demás. La indiferencia es la manera de matar y hacer que solo nosotros existimos. Pero esta forma de vida no durara por siempre, el placer, la seguridad que ofrece los bienes materiales no trasciende, se agota.

La única forma de romper el ego que nos aísla del amor de Dios es aquella forma de vida que Jesús nos enseñó: “Ámense unos a otros como os he amado” (Jn. 13,34). Y sino recordemos aquello del joven rico: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?». Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre». El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios” (Mc 10,17-23).

En la parte final no puedo cerrar mi reflexión de este domingo sino es antes haciendo una mención especial a nuestro seráfico Padre San Francisco de Asís, que es el santo que entendió perfectamente el evangelio de Jesús y supo desprenderse todo los bienes materiales repartiéndolo entre los pobres y solo vivir para el Señor. San Pablo puede resumir la vida del pobrecillo de Asís de esta forma: “Yo en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir solo para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20). Y aquello respecto al despojo de bienes materiales: “A causa del Señor, nada tiene valor para mí. Todo los considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8). Al final de su vida San Francisco de Asís, recibió como premio la estigmatización, las santas llagas del Señor: “Ahora en adelante, que nadie me venga con molestias: porque yo llevo en mi cuerpo las huellas de Cristo pobre y crucificado” (Gal 6,17).

Recordemos el Papa Nº 266 de nuestra Iglesia católica y Romana por qué escogió este nombre de Francisco, sino es por todo cuanto significa para la Iglesia este santo, llamado con justa razón EL HERMANO UNIVERSAL: “Desde luego, algunos – Dice el Santo Padre- no sabrán por qué he decidido llamarme Francisco. Os voy a contar una historia... Comenzó diciendo cómo durante el Cónclave estaba sentado en la capilla Sixtina junto al cardenal brasileño Claudio Humes, ex arzobispo de São Paolo y ex prefecto de la Congregación para el Clero. Cuando consiguió los 77 votos necesarios para convertirse en Papa, los cardenales rompieron a aplaudir." Humes me abrazó, me besó y me dijo: “No te olvides de los pobres”. Esas palabras: los pobres. Pensé en san Francisco de Asís. Luego pensé en las guerras, mientras el escrutinio proseguía. Pensé en Francisco, el nombre de la paz. Y así entró ese nombre en mi corazón: Francisco de Asís. El hombre de los pobres, de la paz, que ama y custodia al creador. Y en este momento con el creador no tenemos una relación tan buena!, indicó con una sonrisa cómplice. "¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!" Como lo quiso san Francisco de Asís, el Hermano pobrecillo de Asís.

El Próximo viernes 4 de Octubre, la familia franciscana y por ende la Iglesias en el mundo celebrará la fiesta de este gran santo SAN FRANCISCO DE ASIS. Hago muy propicia de esta oportunidad para expresar mis saludos a toda la familia franciscana en el mundo y deseándoles que Dios nos dé un corazón humilde como la de Francisco para seguir anunciando el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Un abrazo y feliz día 4 de octubre para mis hermanos franciscanos de las tres órdenes. Paz y Bien.