viernes, 20 de febrero de 2015

DOMINO I DE CUARESMA - B (22 de Febrero del 2015)


DOMINGO I DE CUARESMA – B (22 de febrero del 2015)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos: 1,12 - 15:

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás. Vivía entre los animales del campo y los ángeles le servían. Después que Juan fue arrestado, Jesús se marchó a Galilea; y proclamaba el Evangelio de Dios: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.” PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN: 

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien:

Comenzamos la Cuaresma  que es tiempo de purificación; y en este primer domingo de cuaresma reflexionamos sobre las tentaciones de Jesús en el desierto, que como hemos  escuchado en el Evangelio, Marcos solo las constata sin dar mayores detalles a diferencia de los demás sinópicos.

Con frecuencia solemos quedarnos en esas tres tentaciones de convertir las piedras en panes, de exhibirse en el alero del Templo o la promesa de la riqueza del mundo. Yo las reduciría a una sola: la tentación sobre Dios. La tentación de quedarnos con nuestra idea de Dios que, en el fondo, es una manera de negar la verdad sobre Dios. Por eso mismo, pienso que esta Cuaresma la pudiéramos enfocar sobre nuestra idea de Dios. ¿Quién es nuestro Dios? ¿Cómo es nuestro Dios? ¿Cuál es el sentido de Dios en nuestras vidas?

Fácilmente decimos que creemos en Dios, lo repetimos en el Credo; sin embargo, si luego nos detenemos a pensar un poco, nos vamos a dar cuenta de que Dios tiene muchas deformaciones en nuestro corazón. Pienso que el mayor pecado no es negar a Dios sino deformarle. El Diablo le presenta a Jesús tres deformaciones de Dios. ¿Cuántas deformaciones hay en nosotros? Que esta Cuaresma nos lleve a clarificar la verdad de Dios en nosotros. El problema de las tentaciones de Jesús era un problema de Dios, porque cada tentación va precedida de un “si eres Hijo de Dios”. En toda tentación está de por medio la idea y la conciencia que tenemos de Dios. Y esto en dos sentidos: Primero ¿soy fiel a lo que Dios quiere y espera de mí o prefiero seguir mis propias inclinaciones? La tentación es un problema de fidelidad. Y el segundo en el sentido: Una falsa mentalidad sobre Dios.

a.- En Mateo y Lucas, las tentaciones de Jesús tienen connotación diversa en Marcos porque duran todos los 40 días. Y que Satanás pone a prueba la fidelidad de Jesús al camino trazado por el Padre.

En esta situación se proclama la victoria de Jesús:

• Vence la violencia opresora y divisora del hombre y se anuncia que él trae la paz escatológica (Is 9,5; 11,6-9) en la que habita una humanidad nueva capaz de solidaridad, de servicio y de amor en el construir la historia.

• El servicio de los ángeles evoca la protección de Dios con su profeta perseguido, indicando así de qué manera Dios Padre participa en los combates de su Hijo y de qué lado está en los conflictos de la historia. Con todo ello se presenta a Jesús como a Adán en el paraíso, pero no retro-proyectado hacia atrás sino anunciado hacia el futuro, como una realidad que va a suceder. Jesús es el nuevo Adán, el prototipo de una humanidad nueva que nace en su carne y se forma en su seguimiento. Las tentaciones atraviesan la vida de Jesús y en todas ellas Jesús constantemente renueva su “SÍ” al proyecto del Padre:

• Vienen de los fariseos que le piden demostraciones de poder para evitarse el camino doloroso de la fe (Mc 8,11-13).

• Vienen del mismo discípulo que acaba de confesar la fe pero que se intenta apartarlo del camino. A él le responde: “¡Quítate de mi vista, Satanás! Porque tus pensamiento (=proyectos, caminos) no son los de Dios sino de los hombres” (Mc 8,33).

• Vienen de su mismo corazón de hombre que le teme a la muerte: “Y decía: ¡Abbá, Padre! Todo es posible para ti, aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Mc 14,35).


• Vienen de los adversarios (los espectadores de la pasión y los sumos sacerdotes) que lo invitan a bajarse de la cruz: “!Sálvate a ti mismo bajando de la cruz!... ¡Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos!” (Mc 15,30).

También el discípulo y el misionero pasarán por las pruebas de su Maestro. Toda tentación es negación del camino de la fe, un claudicar del “Camino del Señor”. Desde ya comprendemos que seguir a Jesús supondrá pruebas que vienen de muchos lados, pero que también como su Maestro no estará sólo y que si se apoya en la victoria de él -el más fuerte- saldrá siempre adelante sostenido en su fidelidad. Esta fuerza nos será ofrecida en su misterio pascual, misterio en el que nos sumergiremos bautismalmente.

b. Las tentaciones una falsa mentalidad de Dios: El diablo tienta a Jesús para que presente una idea equivocada de Dios. Un Dios no para regir y orientar y guiar nuestras vidas, sino un Dios utilitarista. Un Dios a nuestro servicio. Si eres Hijo de Dios podrás convertir las piedras en panes. Si eres Hijo de Dios aunque te tires de la punta de la torre no te pasará nada. Si en vez de adorar a Dios me adoras a mí lo tendrás todo, el mundo entero será tuyo. Y también esta falsa mentalidad de Dios es causa de muchos ateísmos modernos. Si analizamos la filosofía moderna, la novela y el teatro moderno, veremos que Dios ocupa un lugar central, pero para cuestionarlo, no para creer en Él sino para negar su existencia. Así por ejemplo a menudo solemos pensar más en un Dios todopoderoso que en un Dios amor. Pensamos en un Dios que puede solucionarnos nuestros problemas. Uno de los temas más presentes en la filosofía moderna existencialista es hacer a Dios culpable de todo lo que pasa de malo en el mundo o cuestionar: ¿Por qué hay hambre en el mundo si Dios puede dar de comer a todos? ¿Por qué sufren los inocentes? ¿Por qué Dios no me consigue un trabajo decente para alimentar a mi familia? ¿Por qué Dios me envía este cáncer o por qué ha muerto mi amigo en un accidente de tránsito si Dios podía evitarlo? Como se ve, es más fácil culpar a Dios del hambre en el mundo, que no el que en el mundo haya más justicia y repartamos mejor los bienes que nos sobran. Que Dios haga el milagro, cuando el verdadero milagro lo tendríamos que hacer nosotros.

sábado, 14 de febrero de 2015

DOMINGO VI - B (15 de febrero del 2015)


DOMINGO VI – B (15 de Febrero del 2015)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,40-45:

En aquel tiempo, se le acerca a Jesús un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio. Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote  y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes” PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien

¿Qué les sugiere el evangelio de hoy? El leproso dijo: “Señor, si quieres, puedes curarme” (Mc 1,40). ¡Qué gran prudencia y fe la de este leproso que se acerca a Cristo! No interrumpe su discurso, ni se atraviesa entre la multitud de oyentes, sino que espera el momento oportuno… Y no se lo pide de cualquier manera, sino con mucho fervor, postrándose a sus pies, con fe sincera y con una opinión correcta acerca de Él. En efecto, no le dice: “Dame salud; o haz que me sane”; sino: ‘Si quieres, puedes curarme’. No le dice: ‘Señor, ¡cúrame!, sino que más bien le confía todo a Él y da testimonio así que Él es Señor para curar o no, reconociendo el pleno poder que le asiste.

¿Qué dice el Señor para confirmar la opinión de aquellos que contemplaban estupefactos su poder, Él que tantas veces habló con humildad de muchas cosas que no se adecuaban a su gloria? Él dice: ‘Quiero, queda curado’ (Mc 1,41). A pesar de haber realizado tantos y tan extraordinarios milagros, no consta que alguna vez haya hablado como lo hizo en esta circunstancia. Aquí, en efecto, para confirmar en el pueblo y en el leproso la fe en su poder, dice primero: ‘¡Quiero!’. Y no lo dice sin hacerlo, sino que enseguida de las palabras sucede el hecho” y suscita dos connotaciones: a) Jesús aparece en comunión con la Ley de Moisés al manda al leproso a presentarse a los sacerdotes (Mc 1,44) pero también en contraposición a ella cuando se hace impuro al tocar al leproso en el (Mc 1,41). b) Ni el leproso hace lo normal, que es alejarse gritando “impuro”, “impuro, “impuro soy”; ni tampoco Jesús lo hace: alejarse del leproso, sino que lo toca. Dos acciones prohibidas por la ley de Moisés.

La enseñanza del Evangelio nos reporta cuatro elementos:

(1) Encuentro entre Jesús y el leproso (Mc 1,40)
(2) Curación del leproso (Mc 1,40-42)
(3) Envío del hombre sanado (Mc 1,43-44)
(4) El hombre sanado pregona la curación: el primer misionero de Jesús (Mc 1,45)

1.- Encuentro entre Jesús y el leproso (Mc 1,40): “Se le acerca un leproso…” No sabemos dónde ni cuándo sucede este episodio del evangelio. Marcos va al grano: un leproso “viene a su encuentro”. Es decir, del fondo de un escenario impreciso emerge el hombre necesitado, es llamado “un leproso”. Para nosotros los lectores se abre entonces otro escenario, cuyo trasfondo en los relatos bíblicos del Antiguo Testamento, nos permite captar la gravedad de la situación: un leproso es una persona triplemente marginada.

a.- Con relación a Dios: El leproso considerado “impuro”, o sea, lejos de la comunión con Dios, así lo señala la normativa del libro del Levítico (primera lectura). La causa: la enfermedad era considerada un castigo de Dios. El relato de Marcos parece insinuar que la lepra es un flagelo demoníaco (notemos que Jesús actúa como en un exorcista (Mc 1,42).

b.- Con relación al pueblo: Por la misma razón anterior, el leproso era apartado de su comunidad de Israel. Siempre debía mantenerse lejos de la gente; si bien sabemos que esto no se aplicaba estrictamente sino para la entrada a la ciudad de Jerusalén. Al leproso se le acababan todas las antiguas relaciones: para su familia, sus amigos y sus conocidos, era una persona muerta en vida. Se le tenía asco. Cuando se aproximaba a un lugar habitado tenía que advertir su presencia con una campanita y decir que era leproso. ¡Qué humillación!

c.- Con relación a sí mismo: La autoestima de un leproso debía ser baja: no sólo soporta grandes dolores sino que nota cómo va perdiendo su integridad física, su belleza. Siente su mal olor sin poder hacer nada. No sólo los otros tienen repugnancia de él, sino también él de sí mismo. El dolor de una persona así no puede ser mayor: el rechazo social, el que se considere que ni siquiera Dios lo ama, el asistir conscientemente a la putrefacción de su cuerpo. Pues bien, él “viene” donde Jesús. De esta forma rompe las reglas sociales y religiosas: un leproso no debe acercarse a una persona sana sino gritarle desde lejos (Lev 13,45-46).

Ya podemos comprender quién es el que “viene” donde Jesús:

(1) Un hombre que se presenta ante Jesús con una situación humanamente incurable.
(2) Un hombre valiente –o quizás atrevido- que rompe las reglas poniendo en peligro de exclusión social y religiosa a Jesús.
(3) Un hombre que comprende lo que le ofrece la Buena Nueva de Jesús: el poder de Dios puede sanarlo.

2.- Curación del leproso (1,40b-42): “…Suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes limpiarme”. La súplica del leproso representa un desafío para Jesús y al mismo tiempo muestra qué idea tiene del precedente actuar del Maestro y qué expectativas le ha suscitado. La manera como el leproso implora su sanación contiene todos los elementos de una oración propiamente dicha. Lo hace en forma gestual y en forma verbal, pero expresando en el fondo una gran convicción. El gesto es de profunda reverencia. Así también ora Jairo, el jefe de la sinagoga y padre afligido de la niña que será resucitada (Mc 5,22), e igualmente la anónima y angustiada madre en Tiro (Mc 7,25).

En otras palabras, el orante reconoce que es suficiente que Jesús quiera para que suceda algo que parece imposible, la curación más difícil que es casi como la resurrección de un muerto. Ya Job (18,13) había dicho que la lepra era “el primogénito de la muerte”. No menos terribles habían sido las palabras de Aarón cuando la lepra de su hermana María: “No sea ella como quien nace muerto del seno de su madre, con la carne medio consumida” (Números 12,12). En el fondo subyace la confesión de fe bíblica que proclama el poder absoluto de Dios: “Todo es posible para Dios” (Mc 10,27). De la misma forma orará Jesús en el Getsemaní: “Todo es posible para ti” (Mc 14,36ª); y luego se abandonará filialmente en el “querer” del Padre: “Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Mc 14,36b). Uno no puede de dejar de ver en esta ocasión cómo la expresión que decimos con frecuencia, “Si Dios quiere”, tiene un profundo sentido.

¿Sobre qué recaen las acciones pedidas a Jesús? Anteriormente en la sinagoga, Jesús había mostrado el poder de su palabra (Mc 1,25.27). Ahora se suplica que lo vuelva a hacer en un acto de purificación: “Puedes limpiarme”. A diferencia de los sacerdotes del Templo, quienes declaraban cuándo una persona ya estaba limpia, lo que se le pide a Jesús es la limpieza-curación misma.

Veamos cómo Jesús confirma su poder divino –en calidad de portador del Espíritu e Hijo del Padre (Mc 1,10-11) anunciador del Reino (Mc 1,15)- con la declaración explícita de su voluntad y la potencia de su palabra.

“Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: ‘Quiero; queda limpio” (Mc 1,41). El “Quiero” está ambientado desde un gesto que proviene de un sentimiento, de la profunda sintonía entre el sanador y el sanado. Jesús no se contenta con mirar desde lejos la miseria del leproso sino que se identifica con su realidad y la carga sobre sus hombros a la manera del siervo sufriente (Is 53,11; 2 Cor 5,21 ; Gal 3,13). Ahora bien, notamos en la sanación una entrega total de Jesús mediante un movimiento que se desencadena en lo profundo y se exterioriza en la mano que se extiende hasta alcanzar el contacto físico con el hombre llagado y marginado. Finalmente, lo gestual se vuelve verbal: el poder de la Palabra.

(1) Los gestos: “Extendió la mano... le tocó” (Mc 1,41). Vemos los dos pasos de una imposición de manos, lo cual es una forma de transmitir la potencia, pero sobre todo de expresar gestualmente la voluntad. Hay un trasfondo bíblico. En el Antiguo Testamento, Dios se manifestaba “con brazo extendido” que realizaba prodigios: “Os salvaré con brazo extendido” (Ex 6,5);  y también el poder de Dios por medio de los gestos de Moisés en (Ex 4,4; 7,19; 8,1; 9,22; 14,16,21,26). La mano se extiende para tocar. Para Marcos el contacto físico es importante (ver 3,10; 5,27.28.31; 6,56; 7,33; 8,22; 10,13), es una forma de comunicación honda que vehicula algo de sí mismo.


(2) Las palabras: “Quiero, queda limpio” (Mc 1,41): Las palabras verbalizan lo ya dicho con el gesto. Es notable cómo los verbos de la orden de Jesús corresponden puntualmente con los de la petición del leproso. Jesús confirma la idea que el enfermo tiene de él: ¡actúa con el poder de Dios! “Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio” En Jesús actúa Dios: basta que quiera una cosa para que ella suceda enseguida.

Veamos el hecho. El tema de la purificación aparece por tercera vez consecutiva: “Puedes limpiarte” (Mc 1,40), “Queda limpio” (Mc 1,41)  y “Quedó limpio” (Mc 1,42). Esta secuencia de voces (del enfermo, de Jesús y del narrador que haces las veces de observador externo) muestra linealmente cómo la oración ha sido atendida. Marcos nos invita a apreciar el valor de lo ocurrido: el querer de Jesús tiene un poder inmenso. ¿Qué otra cosa podríamos lograr los hombres con nuestra simple voluntad al enfrentar las enfermedades? Jesús actúa como Dios: basta que quiera una cosa para que ella suceda. El leproso es curado al instante de la enfermedad.

3.- Envío del hombre sanado: “Le despidió al instante prohibiéndole severamente: ‘Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio” (Mc 1,43-44)

Enseguida viene una nueva orden, no para la enfermedad sino para el hombre que estrena nueva vida. Tiene dos componentes: 1) Uno negativo: lo que no debe hacer, esto es, guardar el secreto de lo sucedido. La finalidad es evitar la publicidad y el boato populachero que expone a Jesús a la manipulación de quienes buscan su poder sin comprender cuál es su profunda identidad mesiánica, o sea, sin dejarlo revelarse y cumplir a cabalidad la misión para la cual vino (esto es el “secreto mesiánico”.2) Uno positivo: lo que sí debe hacer, que es proceder como manda la Ley de Moisés al respecto, pero no como simple cumplimiento de una normativa sino “para que le sirva de testimonio”: no una acusación sino como demostración y anuncio concreto del acontecer del Reino de Dios. Las palabras de Jesús atribuyen la “limpieza” (o purificación) del leproso a la obra de Dios y lo reintegran a su comunidad de vida y de culto, a la asamblea del Pueblo de Dios, con todos sus derechos y deberes.

4.- El hombre sanado pregona la curación: el primer misionero de Jesús: “Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes”(Mc 1,45). El pasaje termina de forma inesperada. El hombre sanado no acepta restricciones y desobedece la orden de Jesús: “Divulga la noticia”. El mandato dado “severamente” no consigue reprimir el “entusiasmo” de esta persona. Puede decirse que Jesús puede controlar la enfermedad pero no el corazón del hombre. El efecto se hace notar enseguida: 1) Ahora el marginado es Jesús que debe quedarse fuera de los centros urbanos, “en lugares solitarios”. Esto puede entenderse de dos maneras: Ahora es él quien está en la situación del leproso: éste sería el doloroso costo del servicio. Jesús quiere mantener el propósito del secreto que había pedido: no quiere populismo. 2) La evangelización del (ex) leproso es eficaz. La predicación del (ex) leproso es testimonial y consigue atraer ríos de gente hacia la persona de Jesús.

La forma verbal de la frase “acudían  a él de todas partes”, genera un efecto: una acción prolongada y constante de ríos de personas que –como lo hizo inicialmente el leproso- “vienen” donde Jesús. El progresivo reconocimiento de Jesús por parte del pueblo, en este primer capítulo del Evangelio, llega a su punto culminante. El punto es que no sólo la fama de Jesús se difunde. Sino que –como una onda expansiva- continúa creciendo la confianza en Él. Esto es lo que logra el primer misionero del Evangelio.

Una inquietud conecta la primera con la última página del Evangelio: si este hombre no fue capaz de quedarse callado cuando Jesús se lo pidió, entonces ¿qué habrá que esperar al final del Evangelio cuando se mande a hablar?: “Id a decir…” (Mc 16,7).


El pasaje termina con una especie de aclamación coral, pero sólo con gestos, que proclama la grandeza de Jesús en la sanación realizada. La predicación se vuelve testimonial y no se restringe a un solo aspecto, ni a un solo lugar ni a pocas personas, sino a “todos acudían”. ¡Este es el ideal de la evangelización! De la experiencia del leproso aprendemos que el Dios de Reino predicado por Jesús es poderoso y que se la juega toda por nosotros. Indudablemente Él es superior a todas las fuerzas y poderes. Ahora bien, cuándo y de qué modo esto suceda, debemos dejarlo determinar por él.

sábado, 7 de febrero de 2015

DOMINGO V- B (08 de febrero del 2015)


DOMINGO V – B (08 de febrero del 2015)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,29-39:

En aquel tiempo, cuando salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos. Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él.

Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando. Simón salió a buscarlo con sus compañeros, y cuando lo encontraron, le dijeron: "Todos te andan buscando". Él les respondió: "Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido". Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios. PALABRA DEL SEÑOR.

 - BREFLEXIÓN.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor paz y bien:

El domingo anterior meditamos la actitud de asombro por parte de la gente: “Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!" (Mc 1,27). Hoy el evangelio describe la primera jornada de misión que Jesús despliega. En efecto, el evangelista Marcos introduce el ministerio público de Jesús con la narración del primer día misionero. Éste sucede en Cafarnaúm y comprende:

(1) Primero (se sobreentiende que sucede por la mañana) Jesús va a la sinagoga;
(2) luego Jesús sigue a la casa de sus dos primeros discípulos;
(3) al atardecer, acoge la multitud de enfermos y posesos que se aglomeran en la puerta;
(4) pasada la noche, al amanecer, Jesús se va a orar a solas.

Enseguida vemos que lo que se hizo en Cafarnaúm se repite muchas veces en los pueblos vecinos. Sabemos así, qué es lo que Jesús hace en su misión en Galilea: “Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios” (Marcos 1,39). El primer pasaje, el exorcismo en la sinagoga (1,21-28), precisamente la primera acción misionera de Jesús en el evangelio de Marcos, ya fue leído el domingo pasado. Leamos ahora los otros pasajes, sin perder de vista que se trata de una unidad: la jornada “modelo” de la misión de Jesús.

Jesús en la puerta de la ciudad (Marcos 1,32-34)

“Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta.  Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían” La actividad de Jesús, centrada en exorcismo y curación, es decir, en la restauración del ser humano en todas sus dimensiones, se repite ahora en la “puerta” de la casa. De la intimidad de la casa pasamos al escenario público.

La población entera capta de quién puede esperar una verdadera ayuda en sus necesidades. Por eso, al atardecer, le traen a Jesús sus enfermos y endemoniados. Todo el cruel panorama del sufrimiento humano es expuesto en la presencia de Jesús. De repente lo vemos asediado y circundado por una mar de dolor y miseria. Lo que habíamos visto en la sinagoga –un poseído por el demonio- y luego en la casa –una mujer enferma-, parece ser la realidad de mucha gente, por eso se dice que “le trajeron todos los enfermos y endemoniados” de toda la ciudad. Toda la esperanza de la ciudad está puesta en Jesús.  Él está en capacidad de afrontar estas necesidades. Él tiene el poder para ayudarlos y, de hecho, les ofrece su ayuda: “curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios”.

El silenciamiento de los demonios va en la misma línea de lo sucedido poco antes en la sinagoga (ver el pasaje del domingo pasado). La presencia de Jesús se va notando gradualmente y el poder deslumbrante de la “autoridad” del Reino va ampliando su radio de acción: de la sinagoga a la casa, ambos espacios restringidos de vida comunitaria y familia, se pasa a la sanación del tejido urbano, la sociedad entera.

Jesús se va a orar a solas al amanecer: “De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración” (Mc 1,35). Bien de mañana, Jesús se retira, en la soledad a orar.  También en esta ocasión, como en el primer milagro, Marcos evita darnos detalles, para él es suficiente decir que Jesús se va a orar en un lugar solitario, al alba, en el silencio, en la paz de la mañana. No sabemos de qué tipo de oración se trate: si Él le está agradeciendo a Dios por el buen comienzo que ha tenido su obra, si Él le está dirigiendo una súplica insistente por su actividad futura, si está simplemente en compañía del Padre, tranquilo y serenamente recogido en la quietud de la mañana, o si está contemplando el lago y el paisaje circundante que va emergiendo claramente en la medida en que se disipan las tinieblas de la noche, maravillándose por la obra creadora de Dios, bendiciéndolo.

De la figura de Jesús en el Evangelio de Marcos, hacen parte no solo los rasgos de una actividad incesante, sino también el tiempo para estar con Dios en la quietud y en el recogimiento.  Jesús vive en una relación fuerte con Dios, una relación incomparable. No se dice qué participación tengan los discípulos en esta oración de Jesús. Probablemente ninguna. Pero es cierto que el comportamiento del maestro está marcando la pauta para su estilo de vida, por lo tanto, también ellos están siendo invitados a orar junto a él, de una manera o de otra, en esta atmósfera de paz y de tranquilidad. La jornada misionera “modelo” se repite en “toda Galilea”: Un estilo de vida y de misión “abierto” (Mc 1,36-39) Notemos, finalmente, que el “día modelo” de Jesús se replica en todas los puntos de Galilea.  Veamos lo que sucede en Mc 1,36-39:

“Simón y sus compañeros fueron en su busca;  al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan.»   El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido.»  Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios” Jesús ha despertado y ha confirmado la confianza del pueblo.  La gente está contenta de poder presentarle todas sus propias enfermedades y todas sus propias necesidades.  No nos extraña, por tanto, que la gente quiera retenerlo y asegurase de manera permanente su ayuda.  Sin embargo, Jesús, no se queda ahí.

“Vayamos a otra parte”. La anotación no está puesta por casualidad.  La vida misionera tiene su esquema pero también es dinámica, ella se va “reinventando” en nuevos lugares, tiempos y situaciones. La misión tiene una fuerza expansiva irreprimible. Pedro y los otros seguidores de Jesús deben aprender la lección: el Maestro no se amarra a una sola actividad ni a un solo lugar.  Él mismo dice que debe llevar su mensaje a “toda Galilea”.

Síntesis: Los puntos clave del estilo de vida de Jesús y de sus discípulos: Después de aproximarnos un poco a los textos que describen la agenda del primer día de Jesús, que es modelo de los demás días (el evangelista no tendrá necesidad de volver a contarlo y se centrará más bien en las variantes de las jornadas misioneras), podemos sacar algunas conclusiones sobre el estilo de vida que Jesús le propone a los discípulos, estilo de vida que ellos ya están aprendiendo en el “estar” a su lado todo el tiempo.

Retengamos ocho rasgos que son, al mismo tiempo, otras tantas lecciones para el discipulado y la misión apostólica, si es que quiere hacerse bajo el paradigma evangélico:

(1) La misión empieza en el ámbito de la propia comunidad de fe.
(2) La misión debe traer también bendiciones para la propia familia (Marcos señala que la misión no sólo es hacia fuera sino también hacia dentro).
(3) La misión debe llegar al mayor número posible de personas (Marcos presenta a todos los enfermos de la ciudad).
(4) La misión apunta a todos los aspectos de la vida de la persona y no a uno solo.
(5) La misión tiene como un objetivo la derrota de las diversas formas del mal (o maldiciones) que empobrecen y esclavizan la vida humana. De esta victoria emerge un hombre nuevo cuya característica es la entrega a los demás en el servicio. El paradigma es la suegra de Pedro.
(6) Hay que saber integrar la vida comunitaria, con la vida íntima, con la vida pública.  Se trata de un equilibrio difícil de lograr, pero hay que hacerlo. Jesús lo hacía.
(7) Hay que saber integrar la predicación con las acciones que hacen presente el Reino de Dios (ver para qué llama a los discípulos en 3,14s y para qué los envía a la misión en 6,12s).
(8) Hay que saber integrar la misión intensa con la intensa oración.

En fin, el estilo de vida de Jesús y de sus discípulos, que constituye su “vida nueva”, está caracterizado por una fuerte correlación según el Reino, en cuyo centro está Dios (por la oración), que se inserta en los diversos ámbitos relaciones que una persona sostiene en su cotidianidad y les da un nuevo sentido.  Allí, se vence el mal, las personas se revisten de Cristo y surge un hombre y una comunidad nuevos. Entonces puede decir con toda certeza que el programa de Jesús efectivamente está aconteciendo: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca” (Mc 1,14).

sábado, 31 de enero de 2015

DOMINGO IV - B (01 de febrero del 2015)



DOMINGO IV – B (01 de febrero del 2015)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,21-28:

En aquel tiempo Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y el sábado, fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. 

Había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios". Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre". El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre. Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!" Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mc 1,22). ¿Por qué la primera reacción de la gente de Cafarnaún hacia Jesús haya sido el reconocimiento de su autoridad? Porque era gente cansada de recibir enseñanzas que eran puras imposiciones, puras prohibiciones y repeticiones siempre de lo mismo. Como Jesús dirá en otra ocasión: enseñan pero no viven, dicen pero no hacen lo que dicen (Mt 23,3).

Si lees bien el texto: “Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!” (Mc 1,27) es complemento a  (Mc 1,22) y tenemos tres afirmaciones del pueblo. “Se quedaron atónitos de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.”  Luego una segunda: “Este enseñar con autoridad es nuevo.” Y la tercera: “Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.” Y nos sugiere dos ideas: el tema de la autoridad autentica y el tema de la autoridad falsa (mal, demonio).

a.- Autoridad autentica o verdadera: El Evangelio de hoy nos sitúa ante las primeras impresiones que la gente tiene acerca de Jesús. Y resulta curioso que la primera reacción haya sido de reconocer la superioridad de la enseñanza de Jesús por encima de los escribas, los especialistas de la ley (Mc 1,22). Lo primero que reconocen en Él es “la autoridad con la que enseña”. “Este modo de enseñar es nuevo”, aquí hay algo distinto a lo que los escribas dicen que no hacen sino hablar comentando la ley de Moisés y los Profetas (Mt 23,3). Pero aquí hay algo más, hay una novedad, Jesús no es un comentarista. Jesús habla de lo que sabe, de lo que Dios le inspira y de lo que el Espíritu Santo despierta en su corazón: “El que me envió está en la verdad, y lo que aprendí de él
es lo que enseño al mundo” (Jn 8,26). Entonces, aquí radica la diferencia: La enseñanza de los letrados esclaviza. La enseñanza de Jesús es liberadora, es una invitación al amor y a la libertad y el respeto a la persona. Que bien se puede resumir en un nuevo mandato: “Que se amen unos a otros como les he amado” (Jn 13,34).

Un Evangelio de suma actualidad, precisamente hoy es que la autoridad ha perdido fuerza y sentido porque hoy ya no creemos tanto en la autoridad que nace del puesto que uno ocupa o del poder que tiene, sino que creemos en la autoridad de la persona misma, de la verdad y autenticidad de la persona y en la medida en que esta autoridad es una llamada al respeto de los demás, a la libertad de los demás y a la promoción y desarrollo de los demás. Es decir, hoy creemos a la autoridad no del que manda sino del que pone su vida en actitud de servicio a los demás y así nos enseñó el Señor cuando dijo: “Entre ustedes no debe suceder así Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo:  como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud" (Mt 20,26-28). De esta actitud de servicio es como nace la autoridad autentica.

Y para entrar en el segundo tema: Una autoridad capaz de sacar de nuestros corazones esos malos espíritus que nos esclavizan: “Si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes (Lc 11,20). La autoridad que brota de la dignidad misma de la persona que manda. Más que mandar, la verdadera autoridad sirve a los demás. Más que sentirse superior, la verdadera autoridad es la que siente superiores a los demás. Una verdadera autoridad no se impone por el miedo, sino por el amor. Hoy tenemos más miedo a la autoridad que un verdadero amor y cariño. Por eso pienso que el Evangelio de hoy es una llamada de atención para todos, para los que enseñan y mandan y para los que escuchan y obedecen.

b.- El Evangelio que acabamos de oír, también nos relata la expulsión de un demonio por Jesús: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios". Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre" (Mc 1,24-25). Fíjese que el demonio reconoce a Jesús como el Santo de Dios. Nos recuerda lo de (Lc 1,35). Luego viene: “El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre” (Mc 1,26). Es decir obedeció a Jesús.
 Tal vez, este hecho nos suena a nosotros un poco raro porque el demonio resulta obediente pero ¿esa obediencia será autentica? Pero también el estar poseído por un demonio nos parece algo exclusivo de los tiempos pasados. Sin embargo sucede también en nuestros días, aunque sea poco frecuente. Pero el problema de fondo para el hombre de hoy es la pregunta, si el demonio como persona existe o no. Resulta que el hombre moderno e incluso el cristiano moderno apenas creen en el demonio. Éste ha conseguido realizar en nuestros días, su mejor maniobra, es decir hacer que se dude de su existencia.

En el primer libro se nos narra: La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho. Y dijo a la mujer: ¿Cómo es que Dios les ha dicho: No coman de ninguno de los árboles del jardín? Respondió la mujer a la serpiente: Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Más del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No coman de él, ni lo toquen, so pena de muerte. Replicó la serpiente a la mujer: De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal." Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido y comió” (Gn 3,1-6).

 Dios ya había creado un mundo de espíritus puros: los ángeles. Ellos se dividieron en dos bandos: unos fieles a Dios (Lc 1,26-28) y otros rebeldes en contra de Él como ya se nos narra en Génesis. Éstos fueron arrojados al infierno y buscan, desde entonces, contrarrestar el poder y dominio de Dios. Y porque no les es dado enfrentarse directamente con Dios, lo hacen indirectamente. Tratan de arrebatarle su creatura preferida de la tierra: el hombre. Así cada uno de nosotros es un campo de lucha en el que se enfrentan el bien y el mal, las fuerzas divinas y las fuerzas diabólicas. ¿Quién negaría tal realidad? Nadie de nosotros va a ser tan ingenuo de creerse fuera de esa lucha permanente. Cada uno de nosotros experimenta esta tensión, este conflicto en su propio cuerpo y en su propia alma. Nos damos cuenta de que un ser fuerte obra en nosotros y nos quiere imponer su voluntad, y que necesitamos a otro más fuerte para liberarnos.

Fuimos liberados ya el día de nuestro bautismo. Pero el demonio volvió a nosotros y lo dejamos entrar de nuevo, por medio de nuestros pecados. La gran obra del diablo es el pecado. Él es el “padre del pecado”. La realidad del mal - que lleva a los hombres a matar, robar y engañar; que hace triunfar al injusto y sufrir al justo; que vuelve egoístas a los que tienen ya demasiado y lleva a la desesperación a los marginados - todo esto y mucho más es su obra, bien presente y actual en nuestro mundo. Realmente, el hombre no vive solo su destino. Es incapaz de ser absolutamente independiente. O se entrega a Dios o es encadenado por el demonio.

Tanto en el bien como en el mal, no somos nosotros los que vivimos: es Cristo o Satanás el que vive y triunfa en nosotros. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo! Me recuerda un cuento: Un cura párroco y un burlón viajan juntos en el mismo tren. Éste le dice: “¿Ya sabe la noticia? Ayer murió el diablo y hoy va a ser enterrado”. Entonces todo el mundo espera la respuesta del cura. Éste sonreía nomás y empieza a buscar algo en sus bolsillos. Por fin encuentra una moneda y se la da al burlón diciendo: “Siempre tuve mucha compasión con los huérfanos”. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo!

Jesucristo choca, desde el comienzo de su misión, con esta potencia del mal increíblemente activa y extendida por el mundo. Por todas partes Jesús la descubre, la expulsa, la destrona. En este contexto debemos ver también el Evangelio de hoy. En el centro del texto no está el poseído por el demonio, sino Cristo mismo. En Él debe fijarse nuestra mirada. Porque nosotros mismos no lograremos soltarnos del poder del demonio. Con nuestras propias fuerzas no podremos vencer el mal dentro de nosotros.

Es necesario que Cristo nos fortalezca en nuestra lucha diaria contra el enemigo. Es necesario que Cristo nos libere, paso a paso, de su poder destructor. También María, la vencedora del diablo, ha de ayudarnos en ello. Como Cristo procedió, en el Evangelio de hoy, con el poseído, así quiere expulsar la injusticia, la mentira, el odio y todo el mal de esta tierra. Quiere en nosotros y por nosotros crear un mundo nuevo mejor, renovar la faz de la tierra. Quiere construir una Nación de Dios, donde reinan la verdad, la justicia y el amor. Queridos hermanos, también nosotros seremos, un día, totalmente libres de la influencia del maligno. Será en el día feliz de nuestro encuentro final con Dios, de nuestra vuelta a la Casa del Padre.

Termino con las palabras del apóstol San Pedro: “Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos dispersos por el mundo padecen los mismos sufrimientos que ustedes” (I Pe 5,8-9).

sábado, 24 de enero de 2015

DOMINGO III T.O. - B (Domingo 25 de enero del 2015)



DOMINGO III T.O. – B (25 de enero del 2015)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,14-20

En aquel tiempo, después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia".

Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres". Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron. Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron. APALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

El evangelio tiene dos partes: la primera parte comprende solo dos versículos (Mc 1,14-15) y se puede resumir en un solo verbo: Anunciar. ¿Anuncio de que? De la buena noticia. Y ¿en qué consiste esta buena noticia?: “Que el tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Ahora qué hacer? Hay que Convertirse y creer en el evangelio (Mc 1,15).

La segunda parte del evangelio comprende 5 versículos (Mc 1,16-20) y se puede resumir con otro verbo: seguir. Jesús les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres". Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron” (Mc 1,17-18).

Y si deseamos profundizar el mensaje conviene preguntarnos: ¿Quién, qué, cómo, cuándo y paraqué anunció? Luego más preguntas: ¿Por qué, cómo cuándo y para que seguir? El anuncio es la proclamación que hace Jesús de su mensaje; el seguimiento lo vemos en dos escenas de pescadores, llamados a ir en pos de Jesús: Simón y Andrés, Santiago y Juan, dos parejas de hermanos carnales entre sí,  que son el paradigma de cuál es el seguimiento de todo cristiano, que ha tomado a Jesús como maestro, como guía, como Señor y Salvador. Jesús anuncia o proclama cuatro cosas:

1) Que el tiempo se ha cumplido. 2) Que el reino de Dios irrumpe sin demora. 3) Que nos convirtamos, 4) acogiendo el Evangelio.

Este fue el anuncio de Jesús, anuncio que hoy nos llega a toda la Iglesia en son de una atenta invitación. En la primera comunidad cristiana el anuncio será el kerigma, el anuncio cumplido, Jesús muerto y resucitado: “Pedro y los demás apóstoles proclamaron ante todo el pueblo de Israel. Sepan  que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías. Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: "Hermanos, ¿qué debemos hacer ahora? Pedro les respondió: Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo” (Hch 2,36-38).

Ahora Jesús nos ha dicho “El tiempo se ha cumplido” (Mc 1,15). Jesús ve la historia humana como “tiempo de Dios”, tiempos sucesivos en los que él iba actuando y haciendo su obra. Y ve que este es el tiempo final, la verdadera culminación de la historia. San Pablo llamará a esta etapa la “plenitud de los tiempos” o la “plenitud del tiempo”: “Cuando llegó la plenitud del tiempo envió Dios a su hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Gal 4,4). O simplemente como lo dice Juan: “La Palabra de Dios se hizo carne” (Jn 1,14). Luego el mismo Señor nos lo dirá: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír" (Lc 4,18-21).

Jesús es consciente de que este es el tiempo de Dios, el tiempo final detrás del cual no viene otro superior, no hay otra etapa realmente nueva en la historia humana, y sabe que él es el centro y el protagonista de este tiempo. Y lo dice de esta forma: “y el reino de Dios está cerca” (Mc 1,15), una frase que ha dado lugar a múltiples explicaciones. Pero a la luz de la secuencias de los hechos de la vida de Jesús, nosotros nos damos cuenta de que el reino de Dios ha comenzado a llegar con él. Los milagros de Jesús están delatando, todos ellos, que el reino de Dios estaba allí. Jesús es el inicio del reino de Dios, que definitivamente se ha empezado a implantar en la tierra y que no tiene marcha atrás. Jesús al dejarnos oír estas palabras, felizmente nos sentimos involucrados: con Jesús estamos en el reino; somos testigos de las maravillas del reino; testigos y beneficiarios. Jesús comienza a actuar de esta manera: anunciando la obra de Dios en la historia.

Los primeros que se apuntan a este reino, que comienza a hacer su aparición en la tierra son unos pescadores humildes del lago (Mc 1,16-20). En realidad, no se apuntan ellos; Jesús los llama con divina autoridad y ellos aceptan la llamada al instante. El reino no es ninguna conquista, sino que es un don del Padre. Eso fue entonces y eso es hoy. El reino no es una opción que uno hace con generosidad, incluso perdiéndolo todo por alcanzarlo; el reino es siempre, absolutamente siempre, un regalo que gratuitamente nos da el Padre del cielo. Lo que pide Jesús para entrar en el reino es una sola cosa. Está expresada en esta frase del Evangelio: Convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1,15), una llamada que se podría expresar correctamente de esta manera: “Convertíos, creyendo en el Evangelio”. ¿Qué es convertirse? Creer. Creer en el Evangelio o “creer en el Jesús del Evangelio”, que es lo mismo, creer en Jesús, aceptar a Jesús, haberse encontrado con Jesús dándole plena entrada en nuestro corazón.
Convertirse no es dejar una vida de pecado y  esforzarse por una vida ejemplar. Es algo más simple, más exigente, más vital y constante: Convertirse es adherirse a Jesús, porque realmente lo he encontrado y esto es el acontecimiento nuevo y absoluto de mi vida. Aquí comienza el mundo y aquí culmina, cuando yo me encuentro con Jesús. Es un encuentro de amor que ha dado un rumbo y un sentido nuevo a mi vida. Es el comenzar a vivir bajo el régimen de la gracia, no de la ley. Evidentemente que si antes uno está en el ámbito de los vicios y pecados, al punto saldrán de aquellas esclavitudes para aceptar el dulce yugo del Señor.

Las dos escenas de seguimiento que vienen a continuación nos dicen qué es esta conversión y seguimiento, este cambio de vida y nacimiento de algo diferente, nuevo y totalmente inesperado. “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”(Mc 1,17-18). Dejaron una vida, dejaron todo y se lanzaron camino de un nuevo amanecer. Dejaban redes, dejaban familia, dejaban pasado, dejaban futuro.


¿Adónde les iba a llevar el nuevo rumbo que se abría, y que se llama simplemente fe? Les llevaba a Jesús y adonde Jesús fuera. Conversión y seguimiento, fruto de un anuncio, de una llamada, conversión fulminante que se presenta como la nueva creación. La palabra de Jesús opera lo que dice, igual que Dios en la creación: Dios lo dijo y existió.

sábado, 17 de enero de 2015

DOMINGO II - B (18 de Enero del 2015)


DOMINGO II - B (18 de Enero del 2015)

Proclamación del Evangelio según San Juan 1,35 - 42:

Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: “He ahí el Cordero de Dios”. Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús.  Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: “¿Qué buscan?” Ellos le respondieron: “Rabbí- que quiere decir, Maestro - ¿dónde vives?” Les respondió: “Vengan y lo verán»” Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima.

Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído y habían seguido a Jesús. Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: “Hemos encontrado al Mesías” - que quiere decir, ‘Cristo’. Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas” - que quiere decir, ‘Piedra’  PALABRA DEL SEÑOR.


Estimados(as) amigos(as) en el Señor paz y Bien.

Este episodio del Evangelio de Juan 1,35-42 constituye el verdadero comienzo de la narración evangélica, porque es ahora cuando Aquel que ha sido presentado como el “verbo hecho carne” (Jn 1,14) comienza a hablar.  Por eso el relato, contenido en Juan 1,35-42 también podría denominarse: “Jesús, el Maestro que inicia su misión”. Pues,  asistimos a las primeras palabras de Jesús en el Evangelio, que son pocas pero significativas y ocupan un lugar central en cada escena (Jn 1,38.39.42.43.47.48). Éstas están dirigidas exclusivamente a aquellos con los cuales sostendrá la relación más estrecha, es decir a sus discípulos, los mismos que experimentarán y comprenderán su misterio y se convertirán luego en sus testigos.

Características del encuentro con Jesús: Un dato significativo, que anotamos para comenzar, es que mientras los sinópticos (tres evangelios: Mt, Mc, Lc) describen el llamado de los discípulos de manera breve (excepto Lc 5,1-10) y concisa en torno al significado del imperativo “Sígueme”, el evangelio de Juan prefiere describir con todo su colorido la manera como se comienza a tejer la relación profunda entre el maestro y sus discípulos, mostrándonos otro ángulo de lo que significa el “seguir” a Jesús. Si pudiéramos sintetizarlo todo en pocas palabras podríamos decir que todo encuentro con Jesús es: Personal, Original, Intenso, Significativo, Transformador, Provocador de nuevos encuentros. Sobre esta base el evangelista Juan nos describe una serie de escenas, cada una con sus propias particularidades, permitiéndonos así descubrir lo maravilloso que es encontrarse con Jesús y todas las consecuencias que se derivan del encuentro. Veamos los rasgos característicos en las dos primeras escenas del encuentro con Jesús de Nazareth.

Alguien tiene que dar el primer paso para que los demás se pongan en camino. “Yo soy camino verdad y vida, nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14,6), pero antes de esta enseñanza, Dios mismo es quien da el primer paso al enviarnos a su Hijo (Jn 3,16). Luego, alguien tiene que ser el primero en ver para que los demás se den cuenta. Primero, es Juan quien reconoce a Jesús (Jn 1,29.36) Y Juan lo comparte con sus dos discípulos, estos siguen a Jesús. Y luego es Andrés que va y se lo comunica a su hermano Simón (Jn 1,41) y lo lleva a Jesús. Como ven toda una cadena. Una cadena que comenzó en una simple frase de Juan y que llega luego de una larga cadena de seguidores hasta nosotros, cuando nos configuramos con jesus en el bautismo al recibir su luz y la unción (Gal 3,27).

Si recuerdan en la Vigila Pascual es el sacerdote el que primero enciende el Cirio pascual que simboliza al Señor resucitado. Luego en ese Cirio encienden sus velas los que acompañan a los sacerdotes o ministros, para luego encenderse todas las velas de la Comunidad que participa. Pero este cirio pascual es también el que da luz al recién bautizado en cada bautismo que se celebra en la iglesia. Por esta razón tiene mucho significado cuando Jesús dice: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida" (Jn 8,12).

El encuentro de Jesús con Andrés y su compañero: “Juan estaba con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: Este es el Cordero de Dios.  Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscan? Ellos le respondieron: Rabbí —que traducido significa Maestro—¿dónde vives? Vengan y lo verán", les dijo. Fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él ese día. Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro” (Jn 1,35-40).

Los elementos más importantes de este encuentro se pueden esquematizar así: Testimonio acerca de Jesús (1,35-36); Escucha y respuesta al testimonio (1,37); Caminar en el seguimiento/búsqueda de Jesús (1,38); Ir y ver por sí mismo (1,39a); Permanecer con Jesús (1,39b). Este esquema se sintetiza al final en dos acciones básicas y dinámicas que van del “escuchar” al “seguir” (Jn 1,40). El resultado es el seguimiento y éste se presenta como un “estar con Jesús”. Y ¿Por qué es importante estar con Jesús? Porque Jesús esta con Dios Padre (Jn 14,8-10).

El testimonio acerca de Jesús: “Juan, Fijándose en Jesús que pasaba, dice: He ahí el Cordero de Dios. Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús”. (Jn 1,36-37). Dos discípulos se cambian de escuela. Andrés y su otro compañero (Jn 1,40) escuchan el testimonio de Juan Bautista, de quien se dice son “dos de sus discípulos” (Jn 1,35), y comienzan a seguir a Jesús (Jn1,37). El primer impulso para el encuentro lo da la voz del testigo.  Juan Bautista cumple esta función, dada desde el prólogo (Jn 1,7) y ejercida ya por primera vez, el día anterior, ante las autoridades de Israel (Jn 1,19-34). A diferencia del día anterior, Jesús no “viene hacia él” (Jn 1,29) sino que “pasa”, “sigue su camino”, “traza una ruta hacia adelante” (Jn 1,35). Juan Bautista lo nota bien y sabe poner a sus propios discípulos en ese camino. El cumplimiento de su misión, implica para Juan la pérdida de sus discípulos, por eso está a la altura de su vocación: “Es preciso que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30). De hecho él “no era la Luz sino que es el que da testimonio de la Luz” (Jn 1,8). Juan Bautista es un maestro que sabe reconocer al verdadero maestro, no retiene a los discípulos para sí, sabe desprenderse porque conoce quién es el verdaderamente importante.

Escucha y respuesta al testimonio: Jesús viendo que lo seguían dijo "¿Qué buscan?" Ellos le respondieron: "Rabbí —que significa Maestro—¿dónde vives?" (Jn 1,38). El testimonio de Juan Bautista conduce hacia Jesús a dos de sus discípulos: “Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús” (Jn 1,37). Observando el comportamiento de los discípulos descrito en los dos verbos “oir” y “seguir”, podemos comprobar cómo en el discipulado la escucha es importante pero el seguimiento es decisivo. Más adelante por eso dirá el Señor: “Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida” (Jn 5,24). Lo que atrae a los discípulos no es nada externo de la persona Jesús, ni siquiera un cúmulo de conocimientos acerca de él. Lo que atrae es el significado de su persona: la transformación que él puede obrar en mi vida a partir del don de su perdón (Col 3,11). El seguimiento es decisivo: “siguieron a Jesús”(Jn 1,37). No basta saber algo acerca de Jesús, el conocimiento pide dar un paso, un ponerse en movimiento hacia el encuentro con él.  Con el testimonio se hace una primera idea de Jesús, con el encuentro se vive la experiencia de la transformación.

¿Qué buscan? (Jn 1,38). La pregunta de Jesús pone al descubierto el corazón de los discípulos, ellos son: Hombres en búsqueda: ciertamente “buscadores”, pero no siempre es claro de qué. Hombres que no se han quedado paralizados sino que se han puesto en camino: en Jesús hay  una luz para sus inquietudes. Nos recuerda aquella luz de la estrella: Los reyes magos  preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo" (Mt 2,2). Es claro que la luz es la fe. Aquí, Jesús no los ha recibido con una larga enseñanza acerca de Dios o de sus propósitos misioneros o sobre los objetivos del seguimiento o sobre lo que él ve en el corazón de los hombres. Jesús suscita un diálogo, un diálogo profundo que permite exponer los motivos del corazón, allí donde se dan los compromisos. Es curioso que los discípulos no le responden qué buscan, a lo mejor todavía no lo pueden expresar con palabras.  Una característica de la pedagogía de Jesús en este evangelio es que educa a sus interlocutores para que sepan hablar expresando sus motivos más profundos.  Los discípulos le responden con otra pregunta: “Maestro, ¿dónde vives?” (Jn 1,38b). Equivale para un discípulo al “¿Dónde está tu escuela?”. Donde la intención de fondo es pedir la prolongación del diálogo.  Lo que los discípulos buscan no se puede explicar a las carreras en medio de la calle.  Los discípulos piden tiempo, desean hablar en paz con su nuevo “Maestro”. Jesús acepta. Les dice: “Vengan y lo verán” (Jn 1,39).

“Vieron dónde vivía y se quedaron con él (a partir de) aquel día” (Jn 1,39ª).  Así como la escucha del testimonio los condujo al seguimiento de Jesús, ahora los dos discípulos no sólo ven dónde habita el Maestro sino que “se quedan” con él. Se trata de un “entrar” en el mundo de Jesús y entablar con él relaciones basadas en la confianza mutua.  Además, el encuentro no queda como un hecho ocasional sino como una experiencia de vida; es el inicio de una verdadera amistad.  Sus vidas respiran en una nueva atmósfera de relaciones y de vivencias que durará no mucho, sino una eternidad (Jn 5,24). Por eso es tan importante en la vida del creyente saber buscar a Dios.

Respecto a la búsqueda de Dios, Jesús nos dice: “El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró” (Mt 13,44-46). Lo mismo, hoy nos pregunta Jesús a cada uno: “¿Qué buscan?” (Jn 1,37). Si buscamos a Dios, es bueno saber ¿Dónde, cuándo, cómo, con qué y para qué lo buscamos? Y si hallamos el tesoro que es Dios, gritemos como san Pablo: “Para mi Cristo lo es todo” (Col 3,11). Luego, decir: “A causa del Señor nada tiene valor para mí, todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8).