sábado, 14 de marzo de 2015

IV DOMINGO DE CUARESMA -B (15 de marzo del 2015)


IV DOMINGO DE CUARESMA – B (15 de Marzo del 2015)

Proclamación del santo evangelio según san Juan 3,14-21:

En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor paz y bien:

El domingo anterior, el Señor anunció algo importante: “Destruid este templo que yo lo levantaré en tres días” (Jn 2,19). Y hoy vuelva a tocar el tema de modo diverso: “De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna” (Jn 2,14). Este gran anuncio acuña tres cosas: Nueva alianza, nueva Iglesia y nueva ley: la ley del amor.

Hoy nos ha dicho Jesús el tema central de su enseñanza: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17). Al respecto dice San Pablo: “Dios redentor nuestro quiere que todos los hombres se salven llegando al conocimiento de la verdad” (I Tm2,4). Y mismo Señor nos lo reitera: “Yo no he venido a hacer mi voluntad sino la voluntad de mi Padre” (Jn 6,38). De modo que detrás de todo el misterio de la redención está el amor de Dios a la humanidad.

San Juan ya nos lo dijo también: “el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,7-8). Dios solo dijo una palabra para crearnos, pero para redimirnos, Él mismo se hizo hombre (Jn 1,14)  y dio su vida por nosotros (Jn 10,17). Y ¿alguien puede decir que en suma, esta redención no se puede resumir como un gesto de amor de Dios en favor de la humanidad?

Algunos judíos preguntaron al Señor: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios? Jesús les respondió: La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado" (Jn 6,28-29). Hoy nos ha dicho también: “El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,18). En el siguiente pasaje va mas allá Jesús al decirnos: “La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día" (Jn 6,39-40).

Por tanto, la muerte de Jesús habla más de vida que de muerte. Hay muertes que solo hablan de muerte, pero hay muerte que hablan de vida. La muerte de Jesús nos habla más de la vida que de la muerte. Jesús no murió porque tenía que morir como nosotros. Jesús murió aceptando su muerte, sufriendo en su muerte, pero también gozando en su muerte. Porque Él entregaba su vida contemplaba cómo florecía el mundo de vida, como el mundo florecía en primavera de nueva vida.

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.” (Jn 3,16) “El Hijo del hombre tiene que ser elevado para que todo el que crea en él tenga vida eterna.” (Jn 3,14) “Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3,16). Esa es la verdad de la Cruz y esa la verdad del crucificado. Revelación del amor del Padre, principio de vida eterna, salvación del mundo. La muerte de Jesús en la Cruz habla de vida y habla de Dios. Todo el que quiera descubrir el verdadero amor del Padre tiene que mirar a la cruz: “Así ama Dios.” Todo el que quiera vivir de verdad tiene que mirar a la cruz, alguien da su vida para que otros la tengamos en plenitud.

Dios nos amó hasta entregar a su hijo en la cruz por nosotros” (Jn 3,16). No es conveniente quedarnos mirando las apariencias. No nos quedemos mirando lo que solo contemplan nuestros ojos. Miremos lo que hay dentro de esa muerte. Miremos lo que hay dentro de ese dolor. Miremos lo que hay detrás de esa Cruz. Vida eterna. La Iglesia nació en la Cruz. Con razón Juan exclamó: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel". Y Juan dio este testimonio: "He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo". Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios" (Jn 1,29-34).

sábado, 7 de marzo de 2015

DOMINGO III DE CUARESMA - B (8 de marzo del 2015)


TERCER DOMINGO DE CUARESMA - B (8 de marzo del 2015)

Proclamación del Santo Evangelio de según San Juan 2,13 - 25:

Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio". Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.

 Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?" Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar". Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?" Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado. Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre”. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Ben.

“Nadie ha visto jamás a Dios; pero el Hijo único que es está en el seno del Padre es quien nos lo ha dado a conocer” (Jn 1,18). Esta cita nos resume el nuevo lugar del encuentro con Dios­: El hijo Redentor: “Así como Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna” (Jn 3,14). Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: "¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!" (Mc 15,29).

Juan nos presenta al comienzo de la Vida Pública de Jesús, lo que será la estructura de su Evangelio, nos propone los tres cambios sustanciales que requiere la consumación de la redención dela humanidad por parte de Hijo Redentor:

a. Las Bodas de Caná: como anuncio de una nueva alianza, pues la antigua ya no tiene vida, le falta el vino de la fiesta: “La madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le respondió: "Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía. Pero su madre dijo a los sirvientes: "Hagan todo lo que él les diga … Jesús dijo a los sirvientes: "Llenen de agua estas tinajas". Y las llenaron hasta el borde. Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete". Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino” (Jn 2,3-9).

b. El cambio del Templo por un Templo nuevo que será el mismo Jesús a partir de su Muerte y Resurrección: Nicodemo le preguntó: "¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?" Jesús le respondió: Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Ustedes tienen que renacer de lo alto. El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu" (Jn 3,4-8). Por el bautismo somos nuevo templo que Jesús reedificó con su resurrección y que un día la instituyó: “Sobre esta piedra edificaré mi iglesia” (Mt 16,18).

c. El cambio de la Ley esclavizante por la nueva ley del amor y como consecuencia el cambio de la nueva imagen de Dios: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34).

Juan nos habla hoy del cambio del Templo en una actitud poco común en el comportamiento de Jesús. Se trata de cambiar lo viejo que ya no tiene vida y no sirve, por algo nuevo que da vida. Cambiar no significa destruir el pasado, significa renovar y transformar el pasado ya inútil por algo nuevo que devuelva la vida al pueblo. Hablar de la destrucción del Templo era atentar contra el centro mismo de la religiosidad de Israel y, por tanto, dejarlo sin un elemento que fundamentaba su identidad junto con la antigua alianza y la ley mosaica. Jesús no es de los que se dedica a conservar lo antiguo, aunque ya sea inservible y esté carcomido ya por la herrumbre del tiempo. Para el cambio hace falta mucho coraje y mucha valentía e incluso es consciente de que tendrá que pagar su atrevimiento con su propia muerte.

“En tres días lo levantaré”. Pero no será el mismo. Será un templo nuevo, distinto. No de cemento y ladrillo, sino que será de carne y hueso. “Yo seré el nuevo templo.” Los templos son la expresión normal de nuestra fe comunitaria, lugar de encuentro, de celebración y de proclamación y escucha de la Palabra. Sin embargo, los templos también nos han hecho mucho daño porque hemos reducido la expresión de nuestra fe a nuestra presencia en el templo. Hemos encerrado nuestra fe en los templos: voy a misa, voy a rezar, voy a visitar y encontrar a Dios. Pero con ello hemos reducido nuestra fe a los domingos y algunos más fervorosos a algunos días de la semana. También hemos encerrado a Dios en los templos y los hemos excluido de la calle. La calle, el trabajo, la política, la economía, la diversión se ha quedado sin Dios. No negamos la importancia de los templos, pero siempre que no encerremos a Dios en ellos. Que Dios está en los templos no lo pongo en duda, pero Dios no cabe en el templo. Dios necesita la calle. Dios necesita el mundo en el que cada uno nos movemos.

En imprescindible propiciar el encuentro con Dios, pero para encontrarme con Dios está bien que yo frecuente el templo, pero sin olvidarnos de que el mejor templo de Dios es el corazón de cada uno y el mundo en el que se mueve, trabaja y desarrolla. De lo contrario, nos convertimos en “cristianos del domingo” y paganos de “la semana”. Jesús habla de la destrucción del viejo templo, pero anunciando otro nuevo. En lo sucesivo, el templo de Dios es Jesús mismo. Es ahí donde tenemos que encontrar a Dios. Es ahí donde tenemos que ver y sentir a Dios.

Jesús resucitado y glorificado se convirtió en el nuevo templo de Dios, cada uno de nosotros también se ha convertido en templo de Dios: “Vendremos a él y moraremos en él” (Jn 14,23). Para encontrarnos con Dios no necesitamos salir a la calle, basta que nos miremos a nosotros por dentro y nos encontremos habitados por Él. Los templos serán espacios de encuentro de todos los templos que somos cada uno de los creyentes.

Quién solo encuentra a Dios en el templo material, se olvida de su propia sacralizad. “Yo soy templo”, un templo que no podemos profanar, sino que tendremos que respetar con la misma veneración con que visitamos a Dios en el templo material. Pablo lo dijo claramente: “¿No saben que son templos del Espíritu Santo?” (I Cor 6,19).


El único lugar sagrado era el Templo. Era el único lugar a donde todos tenían que ir para encontrarse con Dios. El Dios que anuncia Jesús no es un Dios secuestrado entre paredes o por la ley, sino un Dios que tiene sentimientos: “Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad" (Jn 4,24). Y Jesús agrega: ”Mi alimento es hacer la voluntad de mi padre” (Jn ,34) ¿Cómo hacernos uno con el Padre en el Hijo Redentor? Mediante el amor como nueva ley: “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn 15,10-15).

domingo, 1 de marzo de 2015

II Domingo de cuaresma - B (1 de marzo del 2015)


II DOMINGO DE CUARESMA - A (1 de marzo del 2015) 

Proclamación del Evangelio San Marcos 9,2-10:

En aquel tiempo, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.

Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo". De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría "resucitar de entre los muertos". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

La II Divina Persona, Jesús es la manifestación del amor de Dios a favor de toda la humanidad: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para que el mundo se condene, sino que el que cree en Él se salve. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Completando la idea, mismo Jesús dice: “Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). El voy al padre o estar con el Padre es estar en el mismo cielo pero para estar en este estado requiere la purificación y de eso se trata el tiempo de la cuaresma: En el camino de la cuaresma entramos una nueva escena “alta” en la vida de Jesús: la transfiguración. Se puede decir que éste es el momento culminante de la revelación de Jesús en el cual se manifiesta a sus discípulos en su identidad plena de “Hijo”. Ellos ahora no sólo comprenden la relación de Jesús con los hombres, para los cuales es el “Cristo” (Mesías), sino su secreto más profundo: su relación con Dios, del cual es “el Hijo” (Mc 1,11). Entremos en el relato con el mismo respeto con que lo hicieron los discípulos de Jesús al subir a la montaña y tratemos de recorrer también nosotros el itinerario interno de esta deslumbrante revelación con sabor a pascua.

En el domingo anterior, Primer Domingo de Cuaresma El Señor nos enseñó con su ejemplo cómo debemos afrontar las tentaciones del demonio (Mt 4,1-11) Lo que claramente nos indica que el Hijo Único de Dios es hombre de verdad, que sintió hambre, pero que el enemigo  quiso aprovecharse de esta carencia para someterlo y nunca pudo. El Hijo de Dios no solo se rebajó para ser uno como nosotros: “El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor” (Flp 2,6-11). En todo igual a nosotros, menos en el pecado (Heb 4,15). Y en el credo confesamos esta verdad: “Descendió al infierno y al tercer día resucito de entre los muerto  y subió al cielo…”

Pues, fíjense que estas enseñanzas divinas se nos ilustra en dos partea: el domingo pasado en la parte humana del Hijo de Dios (Mt 4,1-11). Hoy  en el II domingo de cuaresma la manifestación de la parte Divina: Jesús tomó consigo a Santiago, Pedro y Juan… mientras estaban en oración se transfiguro… “ (Mt 17,1-9). Ya no es el Jesús tentado y con hambre, sino el Jesús transfigurado y glorificado, como un sol brillante en la cima del Tabor que es el cielo.

¿Cuál es el mensaje que acuña el evangelio de Hoy? Que este tiempo de cuaresma, tiempo de conversión, ayuno y oración, que es tiempo de ascensión al monte tabor (cielo); que en este tiempo de oración terminemos en la sima del tabor contemplando el rostro de Jesús transfigurado, y glorificado (Mt 17,1-9). Esta es la mayor riqueza de la vida espiritual de los hijos de Dios. Y así nos lo reitera mismo Juan: “Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. El que tiene esta esperanza en él, sea santo, así como él es santo” (IJn 3,2-3).

Qué maravilla saber que  la riqueza espiritual que llevamos dentro del cuerpo mortal, un día tengamos que, como premio experimentar y contemplar a Jesús transfigurado, que no es sino el mismo cielo. Pero para eso hace falta despojarnos de lo terrenal y subir a orar, como Jesús esta vez acompañado de los tres discípulos preferidos: Pedro, Santiago y Juan. Lo maravilloso del Tabor es verlo iluminado con la belleza interior de Jesús. Allí se transfiguró, dejó que toda la belleza de su corazón traspasase la espesura del cuerpo y todo Él se hiciese luz ante el asombro de los tres discípulos y como Pedro exclamar: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantará aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».” (Mt 17,4)

Toda oración bien hecha nos encamina al encuentro con el Padre, la oración debe transformarnos. La oración nos debe hacer transparentes. Transparentes a nosotros mismos, transparentes ante los demás, trasparentes ante Dios. En la oración debemos vivimos nuestra real y verdad dimensión humana y divina por la gracia de Dios (Mt 5,23).

La transfiguración del Señor nos debe situar ante la verdad que viene de Dios: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, entonces conocerán la verdad y la verdad los hará libres» (Jn 8,31). Libres de las tinieblas, que es el infierno (Lc 16,19-31).

En la Transfiguración del Señor, Dios nos habla de que algo nuevo comienza, que lo viejo ha llegado a su fin: “A vino nuevo, odres nuevos” (Mc 2,22). Ahora en la transfiguración apareció el Antiguo Testamento: Moisés y Elías. Ellos son los testigos de que lo antiguo termina y de que ahora comienza una nueva historia. Ya no se dirá “escuchen a Moisés”, sino “éste es mi hijo el amado, mi predilecto: escúchenlo”(Mt 7,5). Ello aplicado a la Cuaresma bien pudiéramos decir que es una invitación a la oración como encuentro con Dios, al encuentro con nosotros mismos, además de un abrirnos a la nueva revelación de Jesús.

Finalmente conviene manifestarlo aquí: La oración de oraciones es la santa misa. Y en la Santa misa aquello que ya nos dijo el Señor por Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta» Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen?. El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?” (Jn 14,9-10). Con ver a Jesús vemos a Dios mismo ante nuestros ojos y es más, en cada Santa Eucaristía el señor se transfigura en el altar, se nos muestra glorificado y transfigurado: Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados” (Mt 26,26-28).

viernes, 20 de febrero de 2015

DOMINO I DE CUARESMA - B (22 de Febrero del 2015)


DOMINGO I DE CUARESMA – B (22 de febrero del 2015)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos: 1,12 - 15:

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás. Vivía entre los animales del campo y los ángeles le servían. Después que Juan fue arrestado, Jesús se marchó a Galilea; y proclamaba el Evangelio de Dios: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.” PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN: 

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien:

Comenzamos la Cuaresma  que es tiempo de purificación; y en este primer domingo de cuaresma reflexionamos sobre las tentaciones de Jesús en el desierto, que como hemos  escuchado en el Evangelio, Marcos solo las constata sin dar mayores detalles a diferencia de los demás sinópicos.

Con frecuencia solemos quedarnos en esas tres tentaciones de convertir las piedras en panes, de exhibirse en el alero del Templo o la promesa de la riqueza del mundo. Yo las reduciría a una sola: la tentación sobre Dios. La tentación de quedarnos con nuestra idea de Dios que, en el fondo, es una manera de negar la verdad sobre Dios. Por eso mismo, pienso que esta Cuaresma la pudiéramos enfocar sobre nuestra idea de Dios. ¿Quién es nuestro Dios? ¿Cómo es nuestro Dios? ¿Cuál es el sentido de Dios en nuestras vidas?

Fácilmente decimos que creemos en Dios, lo repetimos en el Credo; sin embargo, si luego nos detenemos a pensar un poco, nos vamos a dar cuenta de que Dios tiene muchas deformaciones en nuestro corazón. Pienso que el mayor pecado no es negar a Dios sino deformarle. El Diablo le presenta a Jesús tres deformaciones de Dios. ¿Cuántas deformaciones hay en nosotros? Que esta Cuaresma nos lleve a clarificar la verdad de Dios en nosotros. El problema de las tentaciones de Jesús era un problema de Dios, porque cada tentación va precedida de un “si eres Hijo de Dios”. En toda tentación está de por medio la idea y la conciencia que tenemos de Dios. Y esto en dos sentidos: Primero ¿soy fiel a lo que Dios quiere y espera de mí o prefiero seguir mis propias inclinaciones? La tentación es un problema de fidelidad. Y el segundo en el sentido: Una falsa mentalidad sobre Dios.

a.- En Mateo y Lucas, las tentaciones de Jesús tienen connotación diversa en Marcos porque duran todos los 40 días. Y que Satanás pone a prueba la fidelidad de Jesús al camino trazado por el Padre.

En esta situación se proclama la victoria de Jesús:

• Vence la violencia opresora y divisora del hombre y se anuncia que él trae la paz escatológica (Is 9,5; 11,6-9) en la que habita una humanidad nueva capaz de solidaridad, de servicio y de amor en el construir la historia.

• El servicio de los ángeles evoca la protección de Dios con su profeta perseguido, indicando así de qué manera Dios Padre participa en los combates de su Hijo y de qué lado está en los conflictos de la historia. Con todo ello se presenta a Jesús como a Adán en el paraíso, pero no retro-proyectado hacia atrás sino anunciado hacia el futuro, como una realidad que va a suceder. Jesús es el nuevo Adán, el prototipo de una humanidad nueva que nace en su carne y se forma en su seguimiento. Las tentaciones atraviesan la vida de Jesús y en todas ellas Jesús constantemente renueva su “SÍ” al proyecto del Padre:

• Vienen de los fariseos que le piden demostraciones de poder para evitarse el camino doloroso de la fe (Mc 8,11-13).

• Vienen del mismo discípulo que acaba de confesar la fe pero que se intenta apartarlo del camino. A él le responde: “¡Quítate de mi vista, Satanás! Porque tus pensamiento (=proyectos, caminos) no son los de Dios sino de los hombres” (Mc 8,33).

• Vienen de su mismo corazón de hombre que le teme a la muerte: “Y decía: ¡Abbá, Padre! Todo es posible para ti, aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Mc 14,35).


• Vienen de los adversarios (los espectadores de la pasión y los sumos sacerdotes) que lo invitan a bajarse de la cruz: “!Sálvate a ti mismo bajando de la cruz!... ¡Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos!” (Mc 15,30).

También el discípulo y el misionero pasarán por las pruebas de su Maestro. Toda tentación es negación del camino de la fe, un claudicar del “Camino del Señor”. Desde ya comprendemos que seguir a Jesús supondrá pruebas que vienen de muchos lados, pero que también como su Maestro no estará sólo y que si se apoya en la victoria de él -el más fuerte- saldrá siempre adelante sostenido en su fidelidad. Esta fuerza nos será ofrecida en su misterio pascual, misterio en el que nos sumergiremos bautismalmente.

b. Las tentaciones una falsa mentalidad de Dios: El diablo tienta a Jesús para que presente una idea equivocada de Dios. Un Dios no para regir y orientar y guiar nuestras vidas, sino un Dios utilitarista. Un Dios a nuestro servicio. Si eres Hijo de Dios podrás convertir las piedras en panes. Si eres Hijo de Dios aunque te tires de la punta de la torre no te pasará nada. Si en vez de adorar a Dios me adoras a mí lo tendrás todo, el mundo entero será tuyo. Y también esta falsa mentalidad de Dios es causa de muchos ateísmos modernos. Si analizamos la filosofía moderna, la novela y el teatro moderno, veremos que Dios ocupa un lugar central, pero para cuestionarlo, no para creer en Él sino para negar su existencia. Así por ejemplo a menudo solemos pensar más en un Dios todopoderoso que en un Dios amor. Pensamos en un Dios que puede solucionarnos nuestros problemas. Uno de los temas más presentes en la filosofía moderna existencialista es hacer a Dios culpable de todo lo que pasa de malo en el mundo o cuestionar: ¿Por qué hay hambre en el mundo si Dios puede dar de comer a todos? ¿Por qué sufren los inocentes? ¿Por qué Dios no me consigue un trabajo decente para alimentar a mi familia? ¿Por qué Dios me envía este cáncer o por qué ha muerto mi amigo en un accidente de tránsito si Dios podía evitarlo? Como se ve, es más fácil culpar a Dios del hambre en el mundo, que no el que en el mundo haya más justicia y repartamos mejor los bienes que nos sobran. Que Dios haga el milagro, cuando el verdadero milagro lo tendríamos que hacer nosotros.

sábado, 14 de febrero de 2015

DOMINGO VI - B (15 de febrero del 2015)


DOMINGO VI – B (15 de Febrero del 2015)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,40-45:

En aquel tiempo, se le acerca a Jesús un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio. Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote  y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes” PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien

¿Qué les sugiere el evangelio de hoy? El leproso dijo: “Señor, si quieres, puedes curarme” (Mc 1,40). ¡Qué gran prudencia y fe la de este leproso que se acerca a Cristo! No interrumpe su discurso, ni se atraviesa entre la multitud de oyentes, sino que espera el momento oportuno… Y no se lo pide de cualquier manera, sino con mucho fervor, postrándose a sus pies, con fe sincera y con una opinión correcta acerca de Él. En efecto, no le dice: “Dame salud; o haz que me sane”; sino: ‘Si quieres, puedes curarme’. No le dice: ‘Señor, ¡cúrame!, sino que más bien le confía todo a Él y da testimonio así que Él es Señor para curar o no, reconociendo el pleno poder que le asiste.

¿Qué dice el Señor para confirmar la opinión de aquellos que contemplaban estupefactos su poder, Él que tantas veces habló con humildad de muchas cosas que no se adecuaban a su gloria? Él dice: ‘Quiero, queda curado’ (Mc 1,41). A pesar de haber realizado tantos y tan extraordinarios milagros, no consta que alguna vez haya hablado como lo hizo en esta circunstancia. Aquí, en efecto, para confirmar en el pueblo y en el leproso la fe en su poder, dice primero: ‘¡Quiero!’. Y no lo dice sin hacerlo, sino que enseguida de las palabras sucede el hecho” y suscita dos connotaciones: a) Jesús aparece en comunión con la Ley de Moisés al manda al leproso a presentarse a los sacerdotes (Mc 1,44) pero también en contraposición a ella cuando se hace impuro al tocar al leproso en el (Mc 1,41). b) Ni el leproso hace lo normal, que es alejarse gritando “impuro”, “impuro, “impuro soy”; ni tampoco Jesús lo hace: alejarse del leproso, sino que lo toca. Dos acciones prohibidas por la ley de Moisés.

La enseñanza del Evangelio nos reporta cuatro elementos:

(1) Encuentro entre Jesús y el leproso (Mc 1,40)
(2) Curación del leproso (Mc 1,40-42)
(3) Envío del hombre sanado (Mc 1,43-44)
(4) El hombre sanado pregona la curación: el primer misionero de Jesús (Mc 1,45)

1.- Encuentro entre Jesús y el leproso (Mc 1,40): “Se le acerca un leproso…” No sabemos dónde ni cuándo sucede este episodio del evangelio. Marcos va al grano: un leproso “viene a su encuentro”. Es decir, del fondo de un escenario impreciso emerge el hombre necesitado, es llamado “un leproso”. Para nosotros los lectores se abre entonces otro escenario, cuyo trasfondo en los relatos bíblicos del Antiguo Testamento, nos permite captar la gravedad de la situación: un leproso es una persona triplemente marginada.

a.- Con relación a Dios: El leproso considerado “impuro”, o sea, lejos de la comunión con Dios, así lo señala la normativa del libro del Levítico (primera lectura). La causa: la enfermedad era considerada un castigo de Dios. El relato de Marcos parece insinuar que la lepra es un flagelo demoníaco (notemos que Jesús actúa como en un exorcista (Mc 1,42).

b.- Con relación al pueblo: Por la misma razón anterior, el leproso era apartado de su comunidad de Israel. Siempre debía mantenerse lejos de la gente; si bien sabemos que esto no se aplicaba estrictamente sino para la entrada a la ciudad de Jerusalén. Al leproso se le acababan todas las antiguas relaciones: para su familia, sus amigos y sus conocidos, era una persona muerta en vida. Se le tenía asco. Cuando se aproximaba a un lugar habitado tenía que advertir su presencia con una campanita y decir que era leproso. ¡Qué humillación!

c.- Con relación a sí mismo: La autoestima de un leproso debía ser baja: no sólo soporta grandes dolores sino que nota cómo va perdiendo su integridad física, su belleza. Siente su mal olor sin poder hacer nada. No sólo los otros tienen repugnancia de él, sino también él de sí mismo. El dolor de una persona así no puede ser mayor: el rechazo social, el que se considere que ni siquiera Dios lo ama, el asistir conscientemente a la putrefacción de su cuerpo. Pues bien, él “viene” donde Jesús. De esta forma rompe las reglas sociales y religiosas: un leproso no debe acercarse a una persona sana sino gritarle desde lejos (Lev 13,45-46).

Ya podemos comprender quién es el que “viene” donde Jesús:

(1) Un hombre que se presenta ante Jesús con una situación humanamente incurable.
(2) Un hombre valiente –o quizás atrevido- que rompe las reglas poniendo en peligro de exclusión social y religiosa a Jesús.
(3) Un hombre que comprende lo que le ofrece la Buena Nueva de Jesús: el poder de Dios puede sanarlo.

2.- Curación del leproso (1,40b-42): “…Suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes limpiarme”. La súplica del leproso representa un desafío para Jesús y al mismo tiempo muestra qué idea tiene del precedente actuar del Maestro y qué expectativas le ha suscitado. La manera como el leproso implora su sanación contiene todos los elementos de una oración propiamente dicha. Lo hace en forma gestual y en forma verbal, pero expresando en el fondo una gran convicción. El gesto es de profunda reverencia. Así también ora Jairo, el jefe de la sinagoga y padre afligido de la niña que será resucitada (Mc 5,22), e igualmente la anónima y angustiada madre en Tiro (Mc 7,25).

En otras palabras, el orante reconoce que es suficiente que Jesús quiera para que suceda algo que parece imposible, la curación más difícil que es casi como la resurrección de un muerto. Ya Job (18,13) había dicho que la lepra era “el primogénito de la muerte”. No menos terribles habían sido las palabras de Aarón cuando la lepra de su hermana María: “No sea ella como quien nace muerto del seno de su madre, con la carne medio consumida” (Números 12,12). En el fondo subyace la confesión de fe bíblica que proclama el poder absoluto de Dios: “Todo es posible para Dios” (Mc 10,27). De la misma forma orará Jesús en el Getsemaní: “Todo es posible para ti” (Mc 14,36ª); y luego se abandonará filialmente en el “querer” del Padre: “Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Mc 14,36b). Uno no puede de dejar de ver en esta ocasión cómo la expresión que decimos con frecuencia, “Si Dios quiere”, tiene un profundo sentido.

¿Sobre qué recaen las acciones pedidas a Jesús? Anteriormente en la sinagoga, Jesús había mostrado el poder de su palabra (Mc 1,25.27). Ahora se suplica que lo vuelva a hacer en un acto de purificación: “Puedes limpiarme”. A diferencia de los sacerdotes del Templo, quienes declaraban cuándo una persona ya estaba limpia, lo que se le pide a Jesús es la limpieza-curación misma.

Veamos cómo Jesús confirma su poder divino –en calidad de portador del Espíritu e Hijo del Padre (Mc 1,10-11) anunciador del Reino (Mc 1,15)- con la declaración explícita de su voluntad y la potencia de su palabra.

“Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: ‘Quiero; queda limpio” (Mc 1,41). El “Quiero” está ambientado desde un gesto que proviene de un sentimiento, de la profunda sintonía entre el sanador y el sanado. Jesús no se contenta con mirar desde lejos la miseria del leproso sino que se identifica con su realidad y la carga sobre sus hombros a la manera del siervo sufriente (Is 53,11; 2 Cor 5,21 ; Gal 3,13). Ahora bien, notamos en la sanación una entrega total de Jesús mediante un movimiento que se desencadena en lo profundo y se exterioriza en la mano que se extiende hasta alcanzar el contacto físico con el hombre llagado y marginado. Finalmente, lo gestual se vuelve verbal: el poder de la Palabra.

(1) Los gestos: “Extendió la mano... le tocó” (Mc 1,41). Vemos los dos pasos de una imposición de manos, lo cual es una forma de transmitir la potencia, pero sobre todo de expresar gestualmente la voluntad. Hay un trasfondo bíblico. En el Antiguo Testamento, Dios se manifestaba “con brazo extendido” que realizaba prodigios: “Os salvaré con brazo extendido” (Ex 6,5);  y también el poder de Dios por medio de los gestos de Moisés en (Ex 4,4; 7,19; 8,1; 9,22; 14,16,21,26). La mano se extiende para tocar. Para Marcos el contacto físico es importante (ver 3,10; 5,27.28.31; 6,56; 7,33; 8,22; 10,13), es una forma de comunicación honda que vehicula algo de sí mismo.


(2) Las palabras: “Quiero, queda limpio” (Mc 1,41): Las palabras verbalizan lo ya dicho con el gesto. Es notable cómo los verbos de la orden de Jesús corresponden puntualmente con los de la petición del leproso. Jesús confirma la idea que el enfermo tiene de él: ¡actúa con el poder de Dios! “Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio” En Jesús actúa Dios: basta que quiera una cosa para que ella suceda enseguida.

Veamos el hecho. El tema de la purificación aparece por tercera vez consecutiva: “Puedes limpiarte” (Mc 1,40), “Queda limpio” (Mc 1,41)  y “Quedó limpio” (Mc 1,42). Esta secuencia de voces (del enfermo, de Jesús y del narrador que haces las veces de observador externo) muestra linealmente cómo la oración ha sido atendida. Marcos nos invita a apreciar el valor de lo ocurrido: el querer de Jesús tiene un poder inmenso. ¿Qué otra cosa podríamos lograr los hombres con nuestra simple voluntad al enfrentar las enfermedades? Jesús actúa como Dios: basta que quiera una cosa para que ella suceda. El leproso es curado al instante de la enfermedad.

3.- Envío del hombre sanado: “Le despidió al instante prohibiéndole severamente: ‘Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio” (Mc 1,43-44)

Enseguida viene una nueva orden, no para la enfermedad sino para el hombre que estrena nueva vida. Tiene dos componentes: 1) Uno negativo: lo que no debe hacer, esto es, guardar el secreto de lo sucedido. La finalidad es evitar la publicidad y el boato populachero que expone a Jesús a la manipulación de quienes buscan su poder sin comprender cuál es su profunda identidad mesiánica, o sea, sin dejarlo revelarse y cumplir a cabalidad la misión para la cual vino (esto es el “secreto mesiánico”.2) Uno positivo: lo que sí debe hacer, que es proceder como manda la Ley de Moisés al respecto, pero no como simple cumplimiento de una normativa sino “para que le sirva de testimonio”: no una acusación sino como demostración y anuncio concreto del acontecer del Reino de Dios. Las palabras de Jesús atribuyen la “limpieza” (o purificación) del leproso a la obra de Dios y lo reintegran a su comunidad de vida y de culto, a la asamblea del Pueblo de Dios, con todos sus derechos y deberes.

4.- El hombre sanado pregona la curación: el primer misionero de Jesús: “Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes”(Mc 1,45). El pasaje termina de forma inesperada. El hombre sanado no acepta restricciones y desobedece la orden de Jesús: “Divulga la noticia”. El mandato dado “severamente” no consigue reprimir el “entusiasmo” de esta persona. Puede decirse que Jesús puede controlar la enfermedad pero no el corazón del hombre. El efecto se hace notar enseguida: 1) Ahora el marginado es Jesús que debe quedarse fuera de los centros urbanos, “en lugares solitarios”. Esto puede entenderse de dos maneras: Ahora es él quien está en la situación del leproso: éste sería el doloroso costo del servicio. Jesús quiere mantener el propósito del secreto que había pedido: no quiere populismo. 2) La evangelización del (ex) leproso es eficaz. La predicación del (ex) leproso es testimonial y consigue atraer ríos de gente hacia la persona de Jesús.

La forma verbal de la frase “acudían  a él de todas partes”, genera un efecto: una acción prolongada y constante de ríos de personas que –como lo hizo inicialmente el leproso- “vienen” donde Jesús. El progresivo reconocimiento de Jesús por parte del pueblo, en este primer capítulo del Evangelio, llega a su punto culminante. El punto es que no sólo la fama de Jesús se difunde. Sino que –como una onda expansiva- continúa creciendo la confianza en Él. Esto es lo que logra el primer misionero del Evangelio.

Una inquietud conecta la primera con la última página del Evangelio: si este hombre no fue capaz de quedarse callado cuando Jesús se lo pidió, entonces ¿qué habrá que esperar al final del Evangelio cuando se mande a hablar?: “Id a decir…” (Mc 16,7).


El pasaje termina con una especie de aclamación coral, pero sólo con gestos, que proclama la grandeza de Jesús en la sanación realizada. La predicación se vuelve testimonial y no se restringe a un solo aspecto, ni a un solo lugar ni a pocas personas, sino a “todos acudían”. ¡Este es el ideal de la evangelización! De la experiencia del leproso aprendemos que el Dios de Reino predicado por Jesús es poderoso y que se la juega toda por nosotros. Indudablemente Él es superior a todas las fuerzas y poderes. Ahora bien, cuándo y de qué modo esto suceda, debemos dejarlo determinar por él.

sábado, 7 de febrero de 2015

DOMINGO V- B (08 de febrero del 2015)


DOMINGO V – B (08 de febrero del 2015)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,29-39:

En aquel tiempo, cuando salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos. Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él.

Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando. Simón salió a buscarlo con sus compañeros, y cuando lo encontraron, le dijeron: "Todos te andan buscando". Él les respondió: "Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido". Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios. PALABRA DEL SEÑOR.

 - BREFLEXIÓN.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor paz y bien:

El domingo anterior meditamos la actitud de asombro por parte de la gente: “Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!" (Mc 1,27). Hoy el evangelio describe la primera jornada de misión que Jesús despliega. En efecto, el evangelista Marcos introduce el ministerio público de Jesús con la narración del primer día misionero. Éste sucede en Cafarnaúm y comprende:

(1) Primero (se sobreentiende que sucede por la mañana) Jesús va a la sinagoga;
(2) luego Jesús sigue a la casa de sus dos primeros discípulos;
(3) al atardecer, acoge la multitud de enfermos y posesos que se aglomeran en la puerta;
(4) pasada la noche, al amanecer, Jesús se va a orar a solas.

Enseguida vemos que lo que se hizo en Cafarnaúm se repite muchas veces en los pueblos vecinos. Sabemos así, qué es lo que Jesús hace en su misión en Galilea: “Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios” (Marcos 1,39). El primer pasaje, el exorcismo en la sinagoga (1,21-28), precisamente la primera acción misionera de Jesús en el evangelio de Marcos, ya fue leído el domingo pasado. Leamos ahora los otros pasajes, sin perder de vista que se trata de una unidad: la jornada “modelo” de la misión de Jesús.

Jesús en la puerta de la ciudad (Marcos 1,32-34)

“Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta.  Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían” La actividad de Jesús, centrada en exorcismo y curación, es decir, en la restauración del ser humano en todas sus dimensiones, se repite ahora en la “puerta” de la casa. De la intimidad de la casa pasamos al escenario público.

La población entera capta de quién puede esperar una verdadera ayuda en sus necesidades. Por eso, al atardecer, le traen a Jesús sus enfermos y endemoniados. Todo el cruel panorama del sufrimiento humano es expuesto en la presencia de Jesús. De repente lo vemos asediado y circundado por una mar de dolor y miseria. Lo que habíamos visto en la sinagoga –un poseído por el demonio- y luego en la casa –una mujer enferma-, parece ser la realidad de mucha gente, por eso se dice que “le trajeron todos los enfermos y endemoniados” de toda la ciudad. Toda la esperanza de la ciudad está puesta en Jesús.  Él está en capacidad de afrontar estas necesidades. Él tiene el poder para ayudarlos y, de hecho, les ofrece su ayuda: “curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios”.

El silenciamiento de los demonios va en la misma línea de lo sucedido poco antes en la sinagoga (ver el pasaje del domingo pasado). La presencia de Jesús se va notando gradualmente y el poder deslumbrante de la “autoridad” del Reino va ampliando su radio de acción: de la sinagoga a la casa, ambos espacios restringidos de vida comunitaria y familia, se pasa a la sanación del tejido urbano, la sociedad entera.

Jesús se va a orar a solas al amanecer: “De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración” (Mc 1,35). Bien de mañana, Jesús se retira, en la soledad a orar.  También en esta ocasión, como en el primer milagro, Marcos evita darnos detalles, para él es suficiente decir que Jesús se va a orar en un lugar solitario, al alba, en el silencio, en la paz de la mañana. No sabemos de qué tipo de oración se trate: si Él le está agradeciendo a Dios por el buen comienzo que ha tenido su obra, si Él le está dirigiendo una súplica insistente por su actividad futura, si está simplemente en compañía del Padre, tranquilo y serenamente recogido en la quietud de la mañana, o si está contemplando el lago y el paisaje circundante que va emergiendo claramente en la medida en que se disipan las tinieblas de la noche, maravillándose por la obra creadora de Dios, bendiciéndolo.

De la figura de Jesús en el Evangelio de Marcos, hacen parte no solo los rasgos de una actividad incesante, sino también el tiempo para estar con Dios en la quietud y en el recogimiento.  Jesús vive en una relación fuerte con Dios, una relación incomparable. No se dice qué participación tengan los discípulos en esta oración de Jesús. Probablemente ninguna. Pero es cierto que el comportamiento del maestro está marcando la pauta para su estilo de vida, por lo tanto, también ellos están siendo invitados a orar junto a él, de una manera o de otra, en esta atmósfera de paz y de tranquilidad. La jornada misionera “modelo” se repite en “toda Galilea”: Un estilo de vida y de misión “abierto” (Mc 1,36-39) Notemos, finalmente, que el “día modelo” de Jesús se replica en todas los puntos de Galilea.  Veamos lo que sucede en Mc 1,36-39:

“Simón y sus compañeros fueron en su busca;  al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan.»   El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido.»  Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios” Jesús ha despertado y ha confirmado la confianza del pueblo.  La gente está contenta de poder presentarle todas sus propias enfermedades y todas sus propias necesidades.  No nos extraña, por tanto, que la gente quiera retenerlo y asegurase de manera permanente su ayuda.  Sin embargo, Jesús, no se queda ahí.

“Vayamos a otra parte”. La anotación no está puesta por casualidad.  La vida misionera tiene su esquema pero también es dinámica, ella se va “reinventando” en nuevos lugares, tiempos y situaciones. La misión tiene una fuerza expansiva irreprimible. Pedro y los otros seguidores de Jesús deben aprender la lección: el Maestro no se amarra a una sola actividad ni a un solo lugar.  Él mismo dice que debe llevar su mensaje a “toda Galilea”.

Síntesis: Los puntos clave del estilo de vida de Jesús y de sus discípulos: Después de aproximarnos un poco a los textos que describen la agenda del primer día de Jesús, que es modelo de los demás días (el evangelista no tendrá necesidad de volver a contarlo y se centrará más bien en las variantes de las jornadas misioneras), podemos sacar algunas conclusiones sobre el estilo de vida que Jesús le propone a los discípulos, estilo de vida que ellos ya están aprendiendo en el “estar” a su lado todo el tiempo.

Retengamos ocho rasgos que son, al mismo tiempo, otras tantas lecciones para el discipulado y la misión apostólica, si es que quiere hacerse bajo el paradigma evangélico:

(1) La misión empieza en el ámbito de la propia comunidad de fe.
(2) La misión debe traer también bendiciones para la propia familia (Marcos señala que la misión no sólo es hacia fuera sino también hacia dentro).
(3) La misión debe llegar al mayor número posible de personas (Marcos presenta a todos los enfermos de la ciudad).
(4) La misión apunta a todos los aspectos de la vida de la persona y no a uno solo.
(5) La misión tiene como un objetivo la derrota de las diversas formas del mal (o maldiciones) que empobrecen y esclavizan la vida humana. De esta victoria emerge un hombre nuevo cuya característica es la entrega a los demás en el servicio. El paradigma es la suegra de Pedro.
(6) Hay que saber integrar la vida comunitaria, con la vida íntima, con la vida pública.  Se trata de un equilibrio difícil de lograr, pero hay que hacerlo. Jesús lo hacía.
(7) Hay que saber integrar la predicación con las acciones que hacen presente el Reino de Dios (ver para qué llama a los discípulos en 3,14s y para qué los envía a la misión en 6,12s).
(8) Hay que saber integrar la misión intensa con la intensa oración.

En fin, el estilo de vida de Jesús y de sus discípulos, que constituye su “vida nueva”, está caracterizado por una fuerte correlación según el Reino, en cuyo centro está Dios (por la oración), que se inserta en los diversos ámbitos relaciones que una persona sostiene en su cotidianidad y les da un nuevo sentido.  Allí, se vence el mal, las personas se revisten de Cristo y surge un hombre y una comunidad nuevos. Entonces puede decir con toda certeza que el programa de Jesús efectivamente está aconteciendo: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca” (Mc 1,14).

sábado, 31 de enero de 2015

DOMINGO IV - B (01 de febrero del 2015)



DOMINGO IV – B (01 de febrero del 2015)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,21-28:

En aquel tiempo Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y el sábado, fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. 

Había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios". Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre". El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre. Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!" Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mc 1,22). ¿Por qué la primera reacción de la gente de Cafarnaún hacia Jesús haya sido el reconocimiento de su autoridad? Porque era gente cansada de recibir enseñanzas que eran puras imposiciones, puras prohibiciones y repeticiones siempre de lo mismo. Como Jesús dirá en otra ocasión: enseñan pero no viven, dicen pero no hacen lo que dicen (Mt 23,3).

Si lees bien el texto: “Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!” (Mc 1,27) es complemento a  (Mc 1,22) y tenemos tres afirmaciones del pueblo. “Se quedaron atónitos de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.”  Luego una segunda: “Este enseñar con autoridad es nuevo.” Y la tercera: “Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.” Y nos sugiere dos ideas: el tema de la autoridad autentica y el tema de la autoridad falsa (mal, demonio).

a.- Autoridad autentica o verdadera: El Evangelio de hoy nos sitúa ante las primeras impresiones que la gente tiene acerca de Jesús. Y resulta curioso que la primera reacción haya sido de reconocer la superioridad de la enseñanza de Jesús por encima de los escribas, los especialistas de la ley (Mc 1,22). Lo primero que reconocen en Él es “la autoridad con la que enseña”. “Este modo de enseñar es nuevo”, aquí hay algo distinto a lo que los escribas dicen que no hacen sino hablar comentando la ley de Moisés y los Profetas (Mt 23,3). Pero aquí hay algo más, hay una novedad, Jesús no es un comentarista. Jesús habla de lo que sabe, de lo que Dios le inspira y de lo que el Espíritu Santo despierta en su corazón: “El que me envió está en la verdad, y lo que aprendí de él
es lo que enseño al mundo” (Jn 8,26). Entonces, aquí radica la diferencia: La enseñanza de los letrados esclaviza. La enseñanza de Jesús es liberadora, es una invitación al amor y a la libertad y el respeto a la persona. Que bien se puede resumir en un nuevo mandato: “Que se amen unos a otros como les he amado” (Jn 13,34).

Un Evangelio de suma actualidad, precisamente hoy es que la autoridad ha perdido fuerza y sentido porque hoy ya no creemos tanto en la autoridad que nace del puesto que uno ocupa o del poder que tiene, sino que creemos en la autoridad de la persona misma, de la verdad y autenticidad de la persona y en la medida en que esta autoridad es una llamada al respeto de los demás, a la libertad de los demás y a la promoción y desarrollo de los demás. Es decir, hoy creemos a la autoridad no del que manda sino del que pone su vida en actitud de servicio a los demás y así nos enseñó el Señor cuando dijo: “Entre ustedes no debe suceder así Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo:  como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud" (Mt 20,26-28). De esta actitud de servicio es como nace la autoridad autentica.

Y para entrar en el segundo tema: Una autoridad capaz de sacar de nuestros corazones esos malos espíritus que nos esclavizan: “Si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes (Lc 11,20). La autoridad que brota de la dignidad misma de la persona que manda. Más que mandar, la verdadera autoridad sirve a los demás. Más que sentirse superior, la verdadera autoridad es la que siente superiores a los demás. Una verdadera autoridad no se impone por el miedo, sino por el amor. Hoy tenemos más miedo a la autoridad que un verdadero amor y cariño. Por eso pienso que el Evangelio de hoy es una llamada de atención para todos, para los que enseñan y mandan y para los que escuchan y obedecen.

b.- El Evangelio que acabamos de oír, también nos relata la expulsión de un demonio por Jesús: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios". Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre" (Mc 1,24-25). Fíjese que el demonio reconoce a Jesús como el Santo de Dios. Nos recuerda lo de (Lc 1,35). Luego viene: “El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre” (Mc 1,26). Es decir obedeció a Jesús.
 Tal vez, este hecho nos suena a nosotros un poco raro porque el demonio resulta obediente pero ¿esa obediencia será autentica? Pero también el estar poseído por un demonio nos parece algo exclusivo de los tiempos pasados. Sin embargo sucede también en nuestros días, aunque sea poco frecuente. Pero el problema de fondo para el hombre de hoy es la pregunta, si el demonio como persona existe o no. Resulta que el hombre moderno e incluso el cristiano moderno apenas creen en el demonio. Éste ha conseguido realizar en nuestros días, su mejor maniobra, es decir hacer que se dude de su existencia.

En el primer libro se nos narra: La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho. Y dijo a la mujer: ¿Cómo es que Dios les ha dicho: No coman de ninguno de los árboles del jardín? Respondió la mujer a la serpiente: Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Más del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No coman de él, ni lo toquen, so pena de muerte. Replicó la serpiente a la mujer: De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal." Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido y comió” (Gn 3,1-6).

 Dios ya había creado un mundo de espíritus puros: los ángeles. Ellos se dividieron en dos bandos: unos fieles a Dios (Lc 1,26-28) y otros rebeldes en contra de Él como ya se nos narra en Génesis. Éstos fueron arrojados al infierno y buscan, desde entonces, contrarrestar el poder y dominio de Dios. Y porque no les es dado enfrentarse directamente con Dios, lo hacen indirectamente. Tratan de arrebatarle su creatura preferida de la tierra: el hombre. Así cada uno de nosotros es un campo de lucha en el que se enfrentan el bien y el mal, las fuerzas divinas y las fuerzas diabólicas. ¿Quién negaría tal realidad? Nadie de nosotros va a ser tan ingenuo de creerse fuera de esa lucha permanente. Cada uno de nosotros experimenta esta tensión, este conflicto en su propio cuerpo y en su propia alma. Nos damos cuenta de que un ser fuerte obra en nosotros y nos quiere imponer su voluntad, y que necesitamos a otro más fuerte para liberarnos.

Fuimos liberados ya el día de nuestro bautismo. Pero el demonio volvió a nosotros y lo dejamos entrar de nuevo, por medio de nuestros pecados. La gran obra del diablo es el pecado. Él es el “padre del pecado”. La realidad del mal - que lleva a los hombres a matar, robar y engañar; que hace triunfar al injusto y sufrir al justo; que vuelve egoístas a los que tienen ya demasiado y lleva a la desesperación a los marginados - todo esto y mucho más es su obra, bien presente y actual en nuestro mundo. Realmente, el hombre no vive solo su destino. Es incapaz de ser absolutamente independiente. O se entrega a Dios o es encadenado por el demonio.

Tanto en el bien como en el mal, no somos nosotros los que vivimos: es Cristo o Satanás el que vive y triunfa en nosotros. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo! Me recuerda un cuento: Un cura párroco y un burlón viajan juntos en el mismo tren. Éste le dice: “¿Ya sabe la noticia? Ayer murió el diablo y hoy va a ser enterrado”. Entonces todo el mundo espera la respuesta del cura. Éste sonreía nomás y empieza a buscar algo en sus bolsillos. Por fin encuentra una moneda y se la da al burlón diciendo: “Siempre tuve mucha compasión con los huérfanos”. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo!

Jesucristo choca, desde el comienzo de su misión, con esta potencia del mal increíblemente activa y extendida por el mundo. Por todas partes Jesús la descubre, la expulsa, la destrona. En este contexto debemos ver también el Evangelio de hoy. En el centro del texto no está el poseído por el demonio, sino Cristo mismo. En Él debe fijarse nuestra mirada. Porque nosotros mismos no lograremos soltarnos del poder del demonio. Con nuestras propias fuerzas no podremos vencer el mal dentro de nosotros.

Es necesario que Cristo nos fortalezca en nuestra lucha diaria contra el enemigo. Es necesario que Cristo nos libere, paso a paso, de su poder destructor. También María, la vencedora del diablo, ha de ayudarnos en ello. Como Cristo procedió, en el Evangelio de hoy, con el poseído, así quiere expulsar la injusticia, la mentira, el odio y todo el mal de esta tierra. Quiere en nosotros y por nosotros crear un mundo nuevo mejor, renovar la faz de la tierra. Quiere construir una Nación de Dios, donde reinan la verdad, la justicia y el amor. Queridos hermanos, también nosotros seremos, un día, totalmente libres de la influencia del maligno. Será en el día feliz de nuestro encuentro final con Dios, de nuestra vuelta a la Casa del Padre.

Termino con las palabras del apóstol San Pedro: “Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos dispersos por el mundo padecen los mismos sufrimientos que ustedes” (I Pe 5,8-9).