viernes, 16 de junio de 2017

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI - A (18 de junio de 2017)

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan: 6,51-58:

6:51 Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo".
6:52 Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?"
6:53 Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
6:54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
6:55 Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
6:56 El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
6:57 Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
6:58 Este es el pan bajado del cielo; no como el pan que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“Toman y coman todos de él porque esto es mi cuerpo…”(Mt 26,26); “…Hagan esto en conmemoración mía” (Lc 22,19). “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente” (Jn 6,51). "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes” (Jn 6,53). Así como yo, he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que come mi carne vivirá por mí” (Jn 6,57). Como vemos, Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura" (NC 1323). Así, pues, por la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos (1 Co 15,28).

La Santa Eucaristía es el Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o también Santo Sacrificio de la Misa, "sacrificio de alabanza" (Hch 13,15; Sal 116), sacrificio espiritual (1 Pe 2,5), sacrificio puro (Ml 1,11) y santo, puesto que completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza (Jer 33,31-33).

En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación en el contexto del Éxodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios (Dt 8,3). Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El "cáliz de bendición" (1 Co 10,16), al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz (NC 1334).

Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná (Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (Mc 14,25) convertido en Sangre de Cristo. Los tres evangelios sinópticos y san Pablo nos han transmitido el relato de la institución de la Eucaristía; por su parte, san Juan relata las palabras de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, palabras que preparan la institución de la Eucaristía: Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo (Jn 6,51).

Jesús al ver que mucha gente lo buscaba les dijo: "Ustedes me buscan, no porque entendieron el signo, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). Aquí, el Señor nos distingue dos tipos de alimento: el alimento del pan material que perece, y el alimento que perdura hasta la vida eterna y el pan celestial, el pan de la vida espiritual (Eucaristía).

En el evangelio de Juan todo el capítulo 6 nos habla sobre el sentido y el valor real de la eucaristía, así por ejemplo nos dice: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de esta pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Inmediatamente la gente se pregunta: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). La gente no entendió, y hasta hoy todavía hay muchos que no quieren entender aquella palabra que el Ángel dijo a María: “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37) Jesús mismo nos ha dicho: “Todo es posible para Dios” (Mt 19,26). Y así un día convirtió el agua en vino (Jn 2,3ss). Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. (Jn 27-11). Así pues, la omnipotencia de Dios hizo posible que su Palabra se hiciera carne (Jn 1,14), que esa Palabra que es su Hijo, tiene el poder de convertir el agua en vino, hoy convierte ante nuestros ojos el Pan en su cuerpo y el vino en su sangre al decir: "Tomen y coman que esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Tomen y beban todos de él, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza que será derramada por Uds para el perdón de los pecados, y hagan esto en conmemoración mía” (Mc 14,22).

En la oración del Padre Nuestro pedimos: “Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt. 6, 11),. Sin embargo, ese alimento diario, que pedimos y que Dios nos proporciona a través de su Divina Providencia, no es sólo el pan material, sino también -muy especialmente- el Pan Espiritual, el Pan de Vida. No podemos estar pendientes solamente del alimento material. El pan material es necesario para la vida del cuerpo, pero el Pan Espiritual es indispensable para la vida del alma. Dios nos provee ambos.

Jesucristo murió, resucitó (Lc 24,6) y subió a los Cielos, y está sentado a la derecha de Dios Padre (Credo). Pero también permanece en la Hostia Consagrada (Mt 26,26), en todos los sagrarios del mundo. Y allí está vivo, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; es decir: con todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios, para ser ese alimento que nuestra vida espiritual requiere. Es este gran misterio lo que conmemoramos en la Fiesta de Corpus Christi. El Jueves Santo Jesucristo instituyó el Sacramento de la Eucaristía, pero la alegría de este Regalo tan inmenso que nos dejó el Señor antes de partir, se ve opacada por tantos otros sucesos de ese día, por los mensajes importantísimos que nos dejó en su Cena de despedida, y sobre todo, por la tristeza de su inminente Pasión y Muerte.

Por eso la Iglesia, con gran sabiduría, ha instituido esta festividad en esta época en que ya hemos superado la tristeza de su Pasión y Muerte, hemos disfrutado la alegría de su Resurrección, hemos también sentido la nostalgia de su Ascensión al Cielo y posteriormente hemos sido consolados y fortalecidos con la Venida del Espíritu Santo en Pentecostés (Jn 20,21-22).

“Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Lo mismo: “No les dejare huérfanos” (Jn 14,18). Y saben por qué; porque como Juan dice: Dios es amor (IJn 4,8). “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para todo el que cree en Él tenga vida eterna” (Jn 3,16).  Jesús mismo nos ha dicho: “Si alguien me ama, guardará mis palabras y mi padre lo amara y vendremos y haremos morada en él” (Jn 14,23). Por eso, pienso que fue la mejor definición que dio de sí el Hijo al decirnos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Al menos en su relación con nosotros es Jesús quien se dona en la Eucaristía.

Los judíos que escuchaban a Jesús se escandalizaron y disputaban entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (Jn 6,52). Dios siempre ha sido escandaloso para los hombres porque es tan creativo que hace cosas que ni se nos ocurre pensarlas. Esa es la Eucaristía. Algo tan sencillo como es comulgar y algo tan misterioso que es comernos a Dios entero. Algo tan misterioso que Dios en su loco amor por nosotros se hace vida en nuestra vida. Por eso, no cabe duda que, la Eucaristía es uno de los mayores milagros del amor de Dios. Por tanto, debiera ser también una de las experiencias más maravillosas de los hombres. Sin embargo, uno siente cierta sensación de insatisfacción. ¿No la habremos devaluado demasiado? Y no porque no comulguemos, sino porque es posible que no le demos el verdadero sentido a la Comunión que es comunión con el mismo Hijo que nació de las entrañas de María la virgen (Lc 1,31) y con el mismo Jesús crucificado y resucitado(Lc 24,39). Es comunión con el Padre glorificado en el Hijo (Jn 14,20).

Dios buscó el camino fácil y lo más sencillo posible para nuestro encuentro (Jn 14,6). Y a nosotros pareciera que lo fácil no nos va, como que preferimos lo complicado y difícil. Una de las maneras de deformar la Eucaristía es no vivir lo que en realidad significa. En la segunda lectura, Pablo nos dice: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan” (I Cor 10,16). En efecto, somos muchos y somos diferentes. Somos muchos y pensamos distinto (I Cor 10,17).. Sin embargo, todos juntos formamos un solo cuerpo, una sola comunidad, una sola Iglesia, una sola familia. ¿Por qué? Sencillamente porque “todos comemos del mismo pan”. Por tanto, comulgar significa unidad, sentirnos un mismo cuerpo, una misma familia. De modo que no podemos comulgar “del mismo pan” y salir luego de la Iglesia tan divididos como entramos.

La sagrada comunión nos une con Dios en el Hijo, Jesús sacramentado.  Para que tenga efecto positivo en el que comulga, hay requisitos que cumplir, por eso cualquiera no comulga sino el que está en gracia de Dios. Así es como lo describe San Pablo: “Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía". De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza  que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía". Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva. Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (I Cor 11,23-29). 

En cada celebración eucarística, el Señor nos dirige una invitación personal y urgente a recibirle: "En verdad, en verdad los digo: si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tienen vida en Uds." (Jn 6,53). “Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida” (Jn 6,55). Y porque, el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6,56). Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo, como ya mencionamos, nos exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" ( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar (NC 1385).

“El pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo. Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les respondió: Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre y el que cree en mí no tendrá sed” (Jn 6,33-35). Jesús Dijo a la samaritana: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber, tú misma me  pedirías, y yo te daría agua viva"(Jn 4,10). Jesús estando a la mesa: “Tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: ¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24,30-32):

Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme"(Mt 8,8). Tomás exclamó: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!" (Jn 20,28-29).

domingo, 11 de junio de 2017

SANTÍSIMA TRINIDAD - A (12 de Junio del 2017)

SANTÍSIMA TRINIDAD - A (12 de Junio del 2017)

Proclamamos del Evangelio de Jesucristo según San Juan 3,16-18:

Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz  Bien.

Con el domingo de Pentecostés  hemos terminado el manifiesto completa del ser de Dios. ¿Dios, qué necesidad tiene de manifestarse o darse a conocer? ¿Por qué lo hizo de tres modos distintos? ¿Por qué no se dio a conocer solo de un modo o de dos o de cuatro o diez modos distintos? Claro está que Dios pudo darse a conocer como le dé la gana. En su libertad incluso pudo no darse a conocer. Entonces; ¿Qué motivó a actuar de tres modos distintos? Estas y muchas otras inquietudes responde la celebración de la solemnidad de la Santísima  Trinidad.

“Tanto a amó Dios al mundo” (Jn 3,16). Este enunciado, parte del evangelio que hoy hemos leído, lo podemos reorientar en primera persona hacia nosotros de modo siguiente: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,9-10). Incluso en sentido más personal se nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo los he amado. En esto los reconocerán que son mis discípulos, en que saben amarse unos a otros como yo los he amado” (Jn 13,34). Finalmente hace falta mencionar dos citas de los domingos anteriores: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22). “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19-20).

Al respecto del bautismo, Mismo Jesús empezó su ministerio con el bautismo y entonces “el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de una paloma. Se oyó una voz del cielo: Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección" (Lc 3,22). Es el Hijo quien se bautiza, el Espíritu Santo desciende sobre Él y el Padre es quien dice: Tu eres mi hijo.  De modos que: Es un solo Dios que actúa en tres Personas distintas: El Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo” a quien hoy celebramos en el misterio de la Santísima Trinidad.

El misterio de la Santísima Trinidad -Un sólo Dios en tres Personas distintas- es el misterio central de la fe y de la vida cristiana, pues es el misterio de Dios en Sí mismo.

Los católicos creemos que la Trinidad es Una. No creemos en tres dioses, sino en un sólo Dios en tres Personas distintas. No es que Dios esté dividido en tres, pues cada una de las tres Personas es enteramente Dios. Porque el Padre  quien engendra al Hijo y el Espíritu Santo  procede  del Padre y del Hijo. Y el Padre no es el Hijo, ni el Hijo es el padre y el espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo. El Padre crea, el Hijo redime y el Espíritu Santo  quien santifica.

 Aún nos quedan muchas cosas de Dios por entender, prueba de ello es que ya a más de dos mil años, aún hay muchas personas y culturas que no conocen a Dios o no quieren simplemente saber nada de Dios porque no conocen al Hijo de Dios. Pero de esta conjetura se encarga el Espíritu Santo, es esa su función tal como ya nos dijo mismo Jesús: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes” (Jn 16,12-14). Gracias al don del Espíritu santo las cosas de Dios no son cosas de historia sino tan actuales.

Hoy celebramos la Fiesta de la Santísima Trinidad. Y este misterio no es sino la coronación completa de la gloria de Dios. Jesús  en su ascensión nos  ha anunciado tanto el envió del Espíritu santo, y el misterio de la trinidad: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes” (Jn 14,15-17). Fíjese que es el Hijo quien dice, yo rogare al Padre, que les envíe otro defensor, el espíritu paráclito. Pero, aún es más enfático en otro episodio:

Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, (Mc16, 14-18; Jn 20, 19-23; Hch1, 8) bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20). El Señor con esa autoridad que ha recibido del Padre nos manda por el mundo “Que todos los pueblos sea mis discípulos”. De este mandato nace el carácter de la Iglesia Universal (Católica) y se es parte de esta Iglesia por el sacramento del bautismo que se ha de administrar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo.

Todos los bautizados en el nombre  del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,19-20) somos parte de esta Iglesia universal, que se llama católica y en ella profesamos por nuestro bautismo al Dios de la Santísima Trinidad. ¿Quién es ese Dios en quién creemos, el Dios de la Santísima Trinidad? En el credo de nuestra Fe católica profesamos y decimos: Creo en el Padre, creo en el Hijo y creo en el Espíritu Santo. Reitero, no son tres dioses, sino un único Dios que se revela de tres modos distintos: En el Padre como creador, en el Hijo como Redentor, el Espíritu Santo el que santifica (Concilio de Nicea 325, Constantinopla 381). Estas tres divinas personas están unidas en el amor divino del que hoy se nos hace referencia el Evangelio: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).

Jesús declaró antes de su ascensión reiteró a sus apóstoles este misterio: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, (Mc 16, 14-18; Jn 20, 19-23; Hch 1, 8) bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20).

Todo lo que podemos decir algo sobre Dios es en referencia a este misterio de la Trinidad y de este misterio para saber algo tenemos que preguntar todo al Hijo, solo podemos decir lo que Él dijo de sí mismo y lo que Jesús nos contó sobre Él y la razón es muy sencilla. Dios está tan más allá de nuestra razón que nunca se le podrá conocer como es en su intimidad. Pero lo que la razón no puede explicar, y esto es lo bello de Dios, lo puede sentir el corazón y el corazón entiende sobre el amor porque es su fuente. Es decir todo cuanto queremos experimentar de Dios empecemos a entender que Dios está ceñida en nuestro corazón: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rm 5,5).

Cada uno tiene propia experiencia de Dios, porque Él se manifiesta a cada uno, mediante la acción del Espíritu Santo. Por eso las experiencias pueden ser diferentes. Será siempre el mismo, pero cada uno lo siente de un modo distinto. Lo mejor que Dios nos dijo de sí mismo, a través de Jesús, es que Él es Padre, que Él es amor (I Jn 4,8). Es vida (Jn 14,6), verdad y amor. Todos sabemos muchas cosas del amor, pero de qué nos sirve saber definir el amor si luego no somos capaces de amar (Mr 12,28). Más conoce el amor el que es amado y ama  que cuantos se gastan los sesos dando explicaciones técnicas y escriben libros sobre el amor y, sin embargo, nunca han amado de verdad.

Es posible que muchos se imaginen que nada de lo que nos pase a través de la cabeza tiene valor. Yo prefiero aquello que pasa a través del corazón. No basta saber que Dios es amor, tenemos que experimentar su amor y su salvación y solo experimenta ese amor de Dios quien se siente amado por Dios y el amor de Dios tiene que cumplir su función, cual es de amarnos unos a otros, porque así dispuso Dios en su Hijo: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. (Jn 15, 12; 15, 17) Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35).

Decir que yo no creo en Dios porque no lo he visto es afirmación de los que no se sienten a amados por Dios. Es como el que niega el azúcar disuelto en la leche porque ya está disuelto y no se le ve. No se le ve, pero uno siente que la leche está dulce. ¿Negará por eso que no existe el azúcar? Hasta el que está ciego y nunca a ha visto el azúcar siente su dulzura cuando toma su leche. Yo prefiero que me hablen de Dios los que lo sienten y viven en su corazón que los que lo tienen en la cabeza. Porque de nada sirve saber maravillas de Dios y no saber ser amado por Dios. Y el ser amado por Dios tiene que reflejarse en el amor al hermano.

El que dice: "Amo a Dios", y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (1 Jn 4,20-21). ¿Cuál es tu experiencia de Dios? ¿Cómo lo sientes y vives en tu corazón? Está bien enseñar doctrinas de Dios a los niños, pero mejor enseñarles que Dios los ama y que tienen que amarlo. Los niños son buenos para vivir la experiencia de Dios. Pero mucho mejor es enseñándoles amándolos como Dios nos ha amado.

Por tanto: si queremos llegar a Dios, no nos compliquemos con la vida porque no llegaremos a nada más que a conjeturas. A Dios solo podremos llegar con el corazón. El camino para conocer a Dios es el amor. Muchos creen que solo la inteligencia entiende y conoce las cosas. Sin embargo, mucho más conocemos amando que “entendiendo”. El Evangelio de hoy lo dice claramente: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su hijo al mundo para juzgar a mundo sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3,16). Dios no se reveló describiéndose en un libro e teología. Dios se nos reveló “amándonos”, “enviándonos a su Hijo”, “para que nadie se pierda y todos se salven”(Jn 17,12). Juan nos dirá que “Dios es amor”(I Jn 4,8). El amor solo se entiende con el amor. Se puede pensar mucho sobre el amor, se pueden escribir libros del amor, pero al amor solo lo entiende el que sabe amar.

Hemos entrado a un nuevo tiempo, tiempo final. Al respecto dice san Pablo: “Que el mismo Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser —espíritu, alma y cuerpo— hasta la parusía (venida) de nuestro Señor Jesucristo” (I Tes 5,23). En espera de la II venido del Señor tenemos una sagrada misión que cumplir: “Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Y la forma efectiva de enseñar el Evangelio es sabiéndonos amar unos a otros como Él nos amó (Jn 13,34). Presentando a Dios Uno y Trino desde el saludo: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros” (II Cor 13,13).


Solo podremos hablar de Dios si vivimos en el amor de Dios. Sólo podremos hablar de Dios cuando nos sentimos amados por Él y cuando le amamos a Él. Podemos ser grandes intelectuales y no entender nada de Dios. Podemos ser iletrados y experimentarnos amados por Él y saber mucho de Él. El indicativo del amor autentico es saberse amado por Dios, y amar al hermano como Dios nos amó (Mc 12,28). Así pues, la única  fórmula de llegar al cielo es saber amarnos como Él nos amó: “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. El mandamiento del amor. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como loe he amado” (Jn15,8-12).

martes, 30 de mayo de 2017

DOMINGO DE PENTECOSTE - A (Domingo 04 de Junio de 2017)

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Proclamación del Evangelio según San Juan 20,19-23:

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!" Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos(as) en el Señor que derramó su Espíritu Paz y Bien. En la solemnidad de Pentecostes permìtanme saludar a toda la comunidad parroquial del Espíritu Santo de Tacna. Al Padre Benigno, párroco, a todos loe hermanos franciscanos que laboramos en ella. a Los hermanos laicos de los diferentes grupos por su día de fiesta.

En la ascensión el Señor nos dejó todo un programa de tarea que cumplir: "He recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20). 

Fíjense que, se nos reiteró cuatro veces el adjetivo TODO: “Todo poder se me dio, todos los pueblos seas mis discípulos,  enseñen a cumplir todo lo que les encargo, estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Anterior a este encargo ya nos dijo: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad” (Jn 14,15-17). Para cumplir con esta ardua tarea y hacer que todos sean consagrados al Señor por el bautismo; nos ha prometido estar con nosotros y lo hará por el don de su Espíritu que el Padre enviará en su nombre (Rm 5,5). Esta efusión de su Espíritu es lo que hoy celebramos en la fiesta de Pentecostés. De este modo empieza un nuevo tiempo para la comunidad universal que es la Iglesia Católica, y San Pablo nos recomiendo así: “Que el mismo Dios de la paz los consagre totalmente y que todo su ser, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la Parusía de nuestro Señor Jesucristo. (1Ts 5, 23). Porque el mismo Señor nos ha dicho: “No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes” (Jn 14,18).

La solemnidad de Pentecostés, fiesta del Espíritu Santo que hoy celebramos tiene connotaciones muy particulares: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23).

El simbolismo de las lenguas de fuego: “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos” (Hch 2,2-3). Como se ve, el Espíritu está en el simbolismo del fuego. El Espíritu Santo es como el fuego. Y quién no sabe cuáles son los efectos del fuego. El fuego quema. El fuego suscita energía y fuerza que transforma o purifica todo. Este poder del Espíritu santo es la que se derrama en los sacramentos, haciendo del neófito un soldado de Cristo. “Así como hay un crisol para purificar la plata y un horno para el oro; así también Dios purificará el corazón de cada uno” (Prov 17,3).

“El fundamento ya está puesto es Jesucristo y nadie puede poner otro. Sobre él se puede edificar con oro, plata, piedras preciosas, madera o paja: La obra de cada uno se probara el día del juicio; el fuego revelará y pondrá de manifiesto lo que es. El fuego probará la calidad de la obra de cada uno. Si la obra construida sobre el fundamento resiste al fuego recibirá la recompensa de la vida; pero si la obra es consumida, se perderá la vida” (I Cor 3,11-15).
El don del espíritu Santo ¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él. Porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo” (I Cor 3,16-17).

Juan Bautista dice a los judíos: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible" (Mt 3,11-12). En el bautismo se nos da el don del Espíritu y en su plenitud en el sacramento de la confirmación, sacramentos que hacen de quien lo recibe hombre nuevo: “Todos ustedes, por la fe, son hijos de Dios en Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús. Y si ustedes pertenecen a Cristo, entonces son descendientes de Abraham, herederos en virtud de la promesa” (Gal 3,26-29).

Esa fuerza del Espíritu como la del fuego tiene aún mayores connotaciones en los sacramentos. Y así, el fuego del amor, destruye todo lo que nos impide amar de verdad. Destruye y quema todo aquello que nos impide crecer y madurar. Destruye y quema los egoísmos, los orgullos, las ansias de poder. Con frecuencia necesitamos quemar la maleza de los campos y también la maleza de nuestros corazones. El fuego da calor y tiende a expandirse. Pues el Espíritu Santo es el fuego que nos da fuerza interior para afrontar las dificultades, los problemas y ser capaces de ver lo imposible como posible. El profeta nos lo dice: “Cada vez que hablo, es para gritar, para clamar: ¡Violencia, devastación! Porque la palabra del Señor es para mí  oprobio y afrenta todo el día. Por eso me dije: No hablare más en su nombre.  Pero había en mi corazón como un fuego abrasador,  encerrado en mis huesos que, por más que me esforzaba por contenerlo, no podía” (Jer 20,8-9). La fuerza del espíritu Santo transforma: “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse… Con gran admiración y estupor decían: "¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos?” (Hch 2,4.7). Ahora el fuego suscita nueva fuerza, esa fuerza es el nuevo lenguaje universal de la Iglesia que es amor en el que todos nos entenderemos como hijos de un solo Padre, porque lo somos.

Jesús esta en este ámbito del poder del espíritu santo, por eso es capaz de perdonar a sus enemigos porque los ama (Lc 23,34). Por eso nos ha reiterado tantas veces “Ámense unos a otros como les he amado” (Jn 13,34). Y cuando un buen día preguntan a Jesús: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?" Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,36-40).

La universalidad de la Iglesia por el Evangelio que es Cristo Jesús: “Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua” (Hch 2,5-6). Dios se propuso hacer de la humanidad una sola familia y lo dice por el Profeta: “Yo los sacaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio nación. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,24-28). Y mismo Jesús nos había reiterado en el domingo anterior: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). En este principio es como se fundamenta nuestra Iglesia Universal, la Iglesia Católica. Pues, recordemos que Jesús mismo dijo a Pedro: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo" (Mt 16,18).

Una de las funciones más importantes del Espíritu Santo: la unidad en la diversidad: “Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios" (Hch 2,9-11).

¿Cómo entender esta unidad en la diversidad gracias al don del Espíritu? San Pablo haciendo a los dones del espíritu nos sustenta en qué consiste la unidad en la diversidad, característica especial de nuestra Iglesia: “Con relación a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que ustedes vivan en la ignorancia. Ustedes saben que cuando todavía eran paganos, se dejaban arrastrar ciegamente al culto de dioses inanimados. Por eso les aseguro que nadie, movido por el Espíritu de Dios, puede decir: “Jesús es el Señor", si no está impulsado por el Espíritu Santo. Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor… En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. El Espíritu da a uno la sabiduría para hablar; a otro, la ciencia para enseñar, según el mismo Espíritu; a otro, la fe, también en el mismo Espíritu. A este se le da el don de curar, siempre en ese único Espíritu; a aquel, el don de hacer milagros; a uno, el don de profecía; a otro, el don de juzgar sobre el valor de los dones del Espíritu; a este, el don de lenguas; a aquel, el don de interpretarlas. Pero en todo esto, es el mismo y único Espíritu el que actúa, distribuyendo sus dones a cada uno en particular como él quiere” (I Cor 12,1-11).

En el misterio de la Cruz brotó agua del corazón de Cristo que es la Iglesia: “Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean” (Jn 19,32-35). A este misterio de la sangre y agua que es el la materia del sacramento del bautismo es como se une la forma del bautismo cuando nos dice mismo Jesús: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22).

En el misterio de la Ascensión Jesús envía a la Iglesia: “Vayan y hagan que todos los pueblos sea mis discípulos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,19-20). Jesús nos acompaña en la misión por su espíritu y de modo especial en la sagrada Eucaristía y al respecto nos lo reitera San Pablo: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?  (Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-24;  Lc 22, 19-20) Ya que hay un solo pan (de muchos trigos), todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan que es Cristo” (I Cor 10,16-17). Y la función del Espíritu Santo es como el fuego que convierte la masa de harina en pan, en la santa Misa es el mismo espíritu quien convierte la hostia en pan, Cuerpo glorificado del Señor.

En Pentecostés, la Iglesia hace su estreno “hace su presentación en la sociedad”. Por eso, en la primera oración de la Misa, le pedimos: “Oh Dios, que por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia, extendida por todas las naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y no dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica.”

 A manera de conclusión: ¿Quién es ese Dios en quién creemos? En el credo de nuestra Fe católica profesamos y decimos: Creo en el Padre, creo en el Hijo y creo en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo, es la tercera Divina Persona de la Santísima Trinidad. No son tres dioses, sino un único Dios que se revela de tres modos distintos: En el Padre como creador, en el Hijo como Redentor, el Espíritu Santo el que santifica (Concilio de Nicea 325, Constantinopla 381).

Jesús declaró antes de su ascensión reiteró a sus apóstoles este misterio: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, (Mc 16, 14-18; Jn 20, 19-23; Hch 1, 8) bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20).

El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia de la salvación hasta su consumación, pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación del Hijo en las entrañas de la Virgen María, (Lc 1,26-38) cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. El Hijo nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal. Como el Hijo es la sabiduría del Padre, así el Espíritu es el entendimiento del Hijo y del Padre; por el Don del Espíritu entendemos el misterio del Hijo y por el Hijo entendemos el misterio de Dios Padre.

Cristo prometió que este Espíritu de Verdad va a venir y morar entre de nosotros. "Yo rogaré al Padre y les dará otro Intercesor que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu de Verdad que el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes saben que él permanece con ustedes, y estará en ustedes" (Jn 14, 15-17). El Espíritu Santo vino el día de Pentecostés (Hch 2,2-12) y nunca se ausentará. Cincuenta días después de la Pascua, el Domingo de Pentecostés, los Apóstoles fueron transformados de hombres débiles y tímidos en valientes proclamadores de la fe; los necesitaba Cristo para difundir su Evangelio por el mundo. “En adelante, el Paráclito, el intérprete que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26). De modo que, el Espíritu Santo está presente de modo especial en la Iglesia. Ayuda a su iglesia a que continúe la obra de Cristo en el mundo. Su presencia da gracia (fuerza) a los fieles para unirse más a Dios y entre sí en amor sincero, cumpliendo sus deberes con Dios y los demás.

 El Espíritu Santo guía al Magisterio (infalible en fe y costumbre/enseñar las verdades sin error) de la Iglesia que lo conforma Papa Francisco, a los obispos y a los presbíteros de la Iglesia en su tarea de enseñar el Evangelio y la doctrina cristiana (Jn 8,31-32), dirigir almas y dar al pueblo la gracia de Dios por medio de los Sacramentos. Orienta toda la obra de Cristo en la Iglesia: solicitud por los enfermos, enseñar a los niños, preparación de la juventud, consolar a los afligidos, socorrer a los necesitados.

sábado, 27 de mayo de 2017

DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR - A (28 de Mayo del 2017)

DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR - A (28 de Mayo del 2017)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo: 28,16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: ‘Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,  y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he encomendado. Y he aquí que yo estoy con Uds. todos los días hasta el fin del mundo’”. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Vayan y haga que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt 28,19). La misión universal de los Apóstoles equivale ser comunidad o Iglesia Católica.

Si situamos en el contexto el mandato de la misión nos topamos con episodios como estas: "Así como el Padre me envió, yo también los envío. Dicho esto soplò sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo" (Jn 20,21-22). “Salí del Padre y vine al mundo… Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre" (Jn 16,28). Ahora los tres puntos suspensivos que dejamos en las palabras de Jesús es para respondernos a la pregunta: ¿A qué vino Jesús y cuales es la voluntad del Padre? Y Jesús nos responde: “No he bajado del cielo, para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió. La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día" (Jn 6,38-40). Por lo tanto la ascensión del Señor no es sino la consumación de esta voluntad: “Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre (Jn 3,13). Ahora, queda pendiente dos cosas que nos dejó bien establecidas el Señor:

"No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes” (Jn 14,1-3). Es decir Jesús ha cumplida la primera misión el cual es venir a este mundo para establecer una comunidad, que es medio salvación el cual es la Iglesia, la Iglesia terrenal (Mt 16,18); ahora Jesús asciende para cumplir otra misión, el de prepararnos un lugar en el cielo, Iglesia celestial (Mt 25,31-46). En segundo lugar nos tiene que preocupar lo que nos dijo en el domingo anterior: “Si me aman guardaran mis palabras y yo rogare al Padre que les enviara otro defensor que permanecerá con Uds. El Espíritu de la verdad” (Jn 14,15). Preocupación que ahora nos lo reitera. Porque nos ha dicho “Ustedes estarán donde yo estoy” (Jn 14,3) “Si guardan y cumplen mis palabras” (Jn 14,15). Lo que significa que el cielo no se nos va a regalar, tenemos que merecerla en razón del trabajo y la misión que nos encomienda hoy: “Que todos los pueblos seas mis discípulos…” (Mt 28,19).

El evangelio de Mateo 28,16-20 que la liturgia de hoy nos propone en la solemnidad de la Ascensión del Señor notamos dos partes: 1) La parte narrativa (Mt 28,16-18); 2) la parte discursiva (28,18b-20):

1) La parte narrativa cuenta en pocas palabras, que es el único encuentro de Jesús resucitado con su comunidad. Por lo que es un momento solemne en el cual convergen los acontecimientos pascuales. Sobre este encuentro ya se había despertado expectativa desde la última cena: (Mt 26,31). Entonces Jesús les dijo: "Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a causa de mí. Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño (Zac.13, 7; Mc 14, 27) Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea" (Mt 26,31-32).

2) Dentro de la parte discursiva notamos que en sólo cinco versículos se repite cuatro veces el término “Todo”:

- “Todo” poder se medió tanto en el cielo como en la tierra (Mt 28,18): Es decir la totalidad del poder de Dios está en Jesús, tanto en la Iglesia celestial como en la Iglesia celestial.
- “Todas” las gentes de los pueblos sean mis discípulos (Mt 28,19a): la totalidad de la humanidad será evangelizada (Aquí es la Universalidad de la Iglesia=Católica).
- “Todo” Enseñándoles a cumplir todo lo que Jesús enseñó (Mt 28,20a): la totalidad de la enseñanza del Evangelio será aprendida (Mt 5,19)
- “Todos” los días estoy con Uds. (28,20b): la totalidad de la historia será abarcada por la presencia del Resucitado (Heb 13,8).

El acento del texto recae sobre esta última parte: 1) Jesús declara su victoria definitiva sobre el mal y la muerte (“Me ha sido dado todo poder…”); 2) les confiere a los discípulos un mandato (“Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos seas mis discípulos”); y 3) les hace la promesa de su asistencia continua (“Yo estaré con Uds. Hasta el fin del mundo”). Todas estas disposiciones del Señor tendrán vigencia hasta el fin del mundo (Mt 24,35; 16,18).

Como es de ver, el encuentro del Resucitado con sus discípulos (Mt 28,16-18) denota: 1)“Por su parte, los once discípulos fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado” (Mt 28,16). 2) Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron” (Mt28,17). 3) Jesús se acercó a ellos y les habló así…” (Mt 28,18). En los tres tiempos: El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos nos remite al comienzo del evangelio. El discipulado a la orilla del lago a partir de la vocación (Mt 4,18-22). Un largo camino han recorrido juntos, en él la relación se fue estrechando cada vez más en cuanto el Maestro los insertaba en su ministerio, haciéndolos los primeros destinatarios de su obra, y los atraía para una relación aún más profunda con Él mediante el seguimiento. Jesús los devuelve al punto de partida. Es decir los discípulos pasarán con el ejercicio de la misión en Apóstoles propiamente dicha.

Los discípulos van a “Galilea”, y allí, a una “Montaña”: 1) Ellos van a Galilea, que como “Galilea de los gentiles”, ha sido destinada por Dios como campo de misión de Jesús (Mt 4,12-16). Allí habían sido llamados (Mt 4,18-22) y allí fueron testigos de la misericordia de Jesús con enfermos y pecadores (Mt 8-9), donde la multitud andaba “abatida como ovejas sin pastor” (Mt 9,36). 2) La Montaña a la que van los discípulos nos recuerda el lugar donde Jesús pronunció su primera y fundamental instrucción, el Sermón de la Montaña: La Ley esencial de la vida cristiana que comienza con las bienaventuranzas y la misión (Mt 5,1-12; 10,7-16) y configura la existencia entera según “el Reino y la Justicia” (Mt 6,33).

El Resucitado se aparece a los discípulos. Vuelven a la relación que tenían antes y a todo lo que vivieron juntos. Ahora les dice qué es lo que va a determinar en el futuro la relación con él: “Se acercó a ellos y les habló así…” (Mt 28,18ª). Lo que Jesús les encarga aquí será determinante y así permanecerá “hasta el fin del mundo”, hasta cuando Jesús venga por segunda vez con la plenitud de su poder y su definitiva revelación (Mt 24,3; 44).

Jesús cumple una promesa: 1) La última noche había anunciado que los precedería en Galilea: “Todos Uds. se  escandalizaran de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Mas después de mi resurrección, iré delante de Uds. a Galilea” (26,31-32). 2)En la mañana del día de la resurrección, el Ángel, junto a la tumba, les confió a las mujeres la tarea de recordarles a los discípulos estas palabras: “Vayan enseguida a decir a los discípulos: ‘Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de Uds. a Galilea; allí le verán’. Ya les había dicho” (Mt 28,7). 3) El Resucitado en persona se aparece a las mujeres y les confirmó la tarea: “No tengan miedo. Vayan y avisen a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt 28,10).

Los discípulos llegan a Galilea cargando sobre sus espaldas toda la historia dolorosa de la deslealtad. Pero la confianza del Maestro se muestra mayor que la fragilidad de sus discípulos. Jesús sí cumple sus promesas hechas durante la última cena. Es bello notar que en este encuentro con el Maestro después de la dolorosa historia de traición, negación y fuga, no escuchan ni una sola palabra de reclamo por parte de Jesús. Más bien todo lo contrario: cuando los manda llamar a través de las mujeres, los denomina por primera vez “mis hermanos” (Mt 28,10).

La reacción ante el Resucitado: adoración y duda: El narrador continúa diciéndonos que los discípulos “al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron” (Mt 28,17). Así como lo había prometido (Mt 28,7.10), ellos ven al Resucitado. La primera reacción es que se arrojan por tierra en un gesto de adoración que nos recuerda el comienzo del evangelio (cuando los magos “vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron”; (Mt 2,11). También en medio del evangelio habíamos visto un gesto similar por parte de los discípulos: “Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: ‘Verdaderamente eres Hijo de Dios’” (Mt 14,33). En este momento cumbre del evangelio, los discípulos reconocen a Jesús resucitado como el Señor. Pero Mateo hace notar que algunos todavía “dudan”. No debe extrañarnos. Reconocimiento y duda pueden estar juntos, como lo muestra la petición: “Creo. Pero aumenta mi fe” (Mc 9,22-24).

Las palabras de Jesús son el nuevo camino de la comunidad en misión (Mt 28,18b-20): 1)“Jesús se acercó a ellos y les habló así: ‘Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). 2)”Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19). 3) “Enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y he aquí que yo estoy con Uds. todos los días hasta el fin del mundo”(Mt 28.20). Las palabras de Jesús tienen tres partes: (1) El anuncio del Señorío del Resucitado (Mt 28,18b) (2) El envío misionero de sus discípulos (Mt 28,19-20ª) (3) La promesa de su permanencia fiel en medio de los discípulos (Mt 28,20b).

1) El Señorío de Jesús (28,18): “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”. Al postrarse, los discípulos reconocen que él es el Señor, el Señor sin límites, el Señor por excelencia. Ante ellos, Jesús afirma que el Padre, el Señor del cielo y de la tierra (Mt 11,25), le ha dado todo poder en todo ámbito: en el cielo y sobre la tierra (Mt 17,5).

Ya desde el comienzo del evangelio el mensaje de Jesús se refirió a este “poder” cuando anunció la cercanía del “Reino de los Cielos” (Mt 4,17). A lo largo de su ministerio Jesús ofreció los dones de este Reino (“Bienaventurados… porque de ellos es el Reino”; Mt 5,3.10). La obra de Jesús fue continuamente experimentada como una “obra con poder” (Mt 7,29; 8,8; 21,23). Con este “poder” venció a Satanás y levantó al hombre postrado en sus sufrimientos y marginaciones. Ahora, una vez que su ministerio ha llegado a su culmen, el Resucitado se revela a sus discípulos como el que posee toda autoridad. Una vez que ha vencido al mal definitivamente en su Cruz, Jesús se presenta vivo y victorioso ante sus discípulos: el Señor del cielo y de la tierra. Y con base en esta posición real, Jesús les entrega ahora la misión, prometiéndoles su asistencia continua y poderosa.

2) El envío misionero de los discípulos (28,19-20ª). Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado”. Con esta autoridad suprema de Jesús sobre el cielo y la tierra, los discípulos reciben el envío a la misión. Notemos las diversas afirmaciones que Jesús hace a partir del imperativo: “Vayan”:

a) El contenido de la misión: “Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos”(Mt 18,19): La tarea fundamental es hacer discípulos a todas las gentes. Por medio de ellos el Señor resucitado quiere  acoger a toda la humanidad en la comunión con Él. Hasta ahora ellos han sido los únicos discípulos. Jesús los llamó y los formó mediante un proceso de discipulado. En este momento los discípulos son enviados para dar en el tiempo post-pascual lo que recibieron en el tiempo pre-pascual. Hacer “discípulos” es iniciar a otros en el “seguimiento”. De la misma manera que Jesús los llamó a su seguimiento y a través de ella los hizo pescadores de hombres (Mt 4,19), también los misioneros deben atraer a todos los hombres al seguimiento de Jesús, con el cual vivieron y continúan viviendo. Trabajo misionero que los convierte de discípulos en apóstoles. Entonces, la esencia de la misión de los discípulos ahora como apóstoles es conducir a toda la humanidad a la persona del Señor, a su seguimiento (Mt 11,28). De la misma manera como Jesús los llamó, sin forzarlos sino seduciendo su corazón y apelando a la libre decisión de cada uno, así ellos deben hacer discípulos a todos los pueblos de la tierra.

b) Los destinatarios de la misión son la humanidad entera: Iglesia Universal=Católica “…A todas las gentes” (Mt 28,19). Puesto que se le ha puesto en sus manos el mundo entero y es superior al tiempo y al espacio, Jesús los manda a todos los pueblos de la tierra. Recordemos que en la primera misión la tarea apostólica se limitaba explícitamente a las “ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 10,6; 15,24). Ahora la misión no conoce restricciones ni fronteras. De este trabajo depende la salvación de todos los bautizados (Mc 1615).

c) Insertando al nuevo discípulo en la familia trinitaria mediante el sacramento del bautismo: “…Bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19) En el bautismo se realiza la plena acogida de los discípulos de Jesús en el ámbito de la salvación y en su nueva familia.  El presupuesto de la fe. El Bautismo “en el nombre del Padre y del Hijo y de Espíritu Santo” presupone el anuncio de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la fe en este Dios. El “nombre” de Dios está puesto en relación con el conocimiento de Él. Como se evidencia a lo largo del Evangelio: Dios manifiesta su amor para que nosotros podamos conocerlo y así entrar en relación con Él.  Es a través de Jesús que Dios ha sido conocido como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Jesús predicó sobre Dios de una manera que no se conocía en el Antiguo Testamento. Allí se conocía al Dios en cuanto creador del cielo y de la tierra, pero al mismo tiempo se afirmó –y con razón- la enorme distancia entre el Creador y su criatura, lo cual hacía pensar en la infinita soledad de Dios. Jesús anunció que Dios no está solo sino que vive en comunión. Frente al Padre está el Hijo, ambos están unidos entre sí, se conocen, se comprenden y se aman recíprocamente (MT 11,25) en la plenitud y perfección divina por medio del Espíritu Santo. Los discípulos deben bautizar en el “nombre” de este Dios que ha querido revelarse de tres modos distintos.

El bautismo: Nos sumerge en el ámbito poderoso de este Dios y obra el paso hacia Él. Nos pone bajo su protección y su poder. Nos posibilita la comunión con Él, que en sí mismo es comunión. Nos hace Hijos del Padre, quien está unido con un amor ardiente a su Hijo. Nos hace hermanos y hermanas del Hijo que, con todo lo que Él es, está ante el Padre. Nos da el Espíritu Santo, quien nos une al Padre y al Hijo, nos abre a su benéfico influjo y nos hace vivir la comunión con ellos. Si es verdad que el seguimiento nos introduce en el ámbito de vida de Jesús, también es verdad que esta vida es su comunión con el Padre en el Espíritu Santo. El bautismo sella nuestra acogida en esta adorable comunión (Rm 5,5; Ef 4,5).

d) Poner en práctica las enseñanzas de Jesús (Mt 28,20): el discipulado como un nuevo estilo de vida. La comunión con este Dios, determinada por el seguimiento y sellada por el bautismo, les exige a los discípulos un estilo de vida que esté a la altura de ese don (Mt 5,19).

Notamos una gran continuidad entra la misión de Jesús y la de sus apóstoles: De muchas maneras, desde las bienaventuranzas (Mt 5,3-12) hasta la visión del juicio final (Mt 25,31-46), Jesús instruyó a sus discípulos. A lo largo del evangelio distinguimos cinco grandes discursos de Jesús. Ahora los apóstoles deben transmitírselas a los nuevos discípulos atraídos por ellos. Las enseñanzas de Jesús no son opcionales. Hasta el presente fue Jesús quien llamó discípulos y los educó en una existencia según la voluntad de Dios. Ahora son ellos los que, por encargo suyo, deben llamar a todos los hombres como discípulos y educarlos en una vida recta.

 El Resucitado muestra el significado pleno de su nombre “Emmanuel” (Mt 1,23), “Dios-con-nosotros” (Mt 28,20) “Y he aquí que yo estoy con Uds. todos los días hasta el fin del mundo”. Durante su ministerio terrenal, la relación de Jesús con sus discípulos estuvo caracterizada por su presencia visible y viva en medio de ellos. A partir de la Pascua esta presencia no termina sino que adquiere una nueva modalidad. Jesús utiliza una expresión conocida en la Biblia. En el Antiguo Testamento la expresión “El Señor está contigo”(Lc 1,28), le aseguraba a la persona que tenía una misión particular que Dios lo asistiría con poder y eficacia en su tarea. Con ello se quería decir que Dios no abandona al hombre a sus propias fuerzas, sino más bien que a la tarea que Dios le encomienda se le suma su presencia y su ayuda.

Jesús, a quien se le ha dado todo poder, habla con la potestad divina, asegurando su presencia y su ayuda a la Iglesia misionera. Quien al principio fue anunciado como el “Emmanuel”, el “Dios con nosotros” (Mt 1,23), muestra ahora la verdad de esta expresión: Él es la fidelidad viviente del Dios de la Alianza (“Dios-con-nosotros” es una expresión referida al “Yo soy vuestro Dios y vosotros mi pueblo” Ex3,14-15) que permanece al lado de sus discípulos con todo su poder, con su vivo interés y con su poderosa asistencia a lo largo de toda la historia.

La celebración de la Ascensión nos coloca ante estas palabras de Jesús, quien por la plenitud de su potestad toma determinaciones hacia el futuro. Él, ya no estará de forma visible en medio de sus discípulos, pero sí garantiza su presencia poderosa en medio de los suyos. Así permanecerá “hasta el fin del mundo”(Mt 28,20), hasta que no ocurra con su venida el cumplimiento, y con él la plena e inmediata comunión de vida con la Trinidad Santa.

REFLEXIÓN PASTORAL: Recordemos que los Discípulos no pudieron despedirse de Jesús cuando murió y Jesús no murió en un hospital o en su cama, sino en la Cruz, solo uno de ellos y la Madre y algunas mujeres pudieron darle el último adiós. Posiblemente pensaron que lo habían perdido para siempre, hasta que la Resurrección se lo devolvió vivo. Ahora en la Ascensión, Jesús los cita a todos al último encuentro y ellos pueden ser ya los testigos vivos del que muerto, resucitado, ahora vuelve al Padre y a su condición divina. Aun, algunos de ellos todavía seguían “dudando”, todavía su fe es débil y frágil. Sin embargo, Jesús se fía de ellos y les deja, como último testamento, y en herencia, continuar su propia misión. “Id y haced discípulos de todos los pueblos.” Primero, se fía de ellos incluso en su debilidad y flaqueza.

El Señor glorificado les pone en camino. Nada de quedarse ni a llorar su ausencia, ni a descansar. Es la hora del envío. Es la hora de los caminos del mundo. Mientras Él apenas salió de las fronteras de Israel, a ellos les encomiendo el mundo entero: “Haced discípulos de todos los pueblos.” No les dijo: "Esperen y a los que los busquen anúncienles el Evangelio." Por el contrario, vayan ustedes a buscarlos, salgan al encuentro con todos los hombres, ahora ya no hay ni judíos ni griegos. Ahora es la hora de la humanidad entera, vuestra patria es el mundo. La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles grafica muy bien este envío: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” Ya no es la hora de mirar al cielo, sino de mirar a la tierra, mirar a los hombres de todos los pueblos.
    
El Señor les deja como un secreto intimo: “Sepan que yo estoy con Uds. todos los días, hasta el fin del mundo.”  Una sagrada misión que cumplir, pero no lo harán solos: “Estoy con Uds.” Bonita manera de decirnos también hoy a todos nosotros: “Cristianos, ¿qué hacen mirando al cielo? A caminar, a recorrer los caminos del mundo con el Evangelio en el corazón, en la mente y en los labios."  Los Evangelios parecieran todos calcados sobre un mismo criterio. Los grandes momentos se los anuncia y no se los describe, como si todo lo dejasen a la contemplación del corazón. La Ascensión hubieran podido describirla con tres palabras: “Es vuestro turno.”

La ascensión pone fin a la historia de la Encarnación en su primera parte, cual es de establecer la Iglesia celestial.  Hasta aquí llegó Jesús. Hasta aquí llegó su obra y su misión. Ahora comienza una historia nueva, una nueva misión con unos responsables igualmente nuevos: La historia de la Iglesia. La consolidación de la Iglesia terrenal. Más que describir la Resurrección de Jesús, nos describen “la Iglesia de la Resurrección”. Más que describirnos la Ascensión de Jesús, nos descubre el segundo tiempo a la que la Iglesia terrenal se encamina a la Iglesia celestial y que en esta misión nos precede el Señor Glorificado. Por la Encarnación, Dios nos enseñó a mirar con ojos nuevos la tierra. Por la Ascensión, Jesús nos enseña a mirar al cielo.

Por la misión, nos enseña a mirar al cielo para ver mejor la tierra y a mirar a la tierra para contemplar mejor el cielo. “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo” nos cuentan los Hechos de los Apóstoles. Las cosas y los hombres están abajo en la tierra, pero la luz siempre viene de arriba. Es “la hora” que pone fin el camino de la Encarnación, pero es también “la hora en la que pone a su Iglesia “en camino hacia los hombres”. “Id por el mundo entero y proclamad el Evangelio”.

Ahora nos toca a cada Bautizado cumplir la misión: Fue el turno de Jesús, ahora es el nuestro, el turno de la Iglesia. Curioso, el turno de una Iglesia de los caminos. La Iglesia del envió. La Iglesia del anuncio y proclamación. Por tanto, de una Iglesia no de sacristía y oficina, una Iglesia no de sillón y hamaca, sino una Iglesia de los caminos y para los caminos: “Id al mundo entero.” Además, una Iglesia no muda, callada y en silencio; sino la Iglesia de la palabra. La Iglesia del anuncio y de la proclamación del Evangelio. No una Iglesia que se instala segura y tranquila aquí o allí, sino una Iglesia que tiene que salir, ir, caminar, buscar. Pero es también la Iglesia de la “espera”. “El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.” Es la Iglesia del envío: “Como el Padre me ha enviado a mí, así también os envío Yo.” Por eso mismo, la Iglesia no podrá entenderse a sí misma si no es contemplándose en la realidad misma de Jesús.


Dificultades en la misión: “Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: (Lc 10, 3) sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas”. (Mt 10,16). “Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en sus sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre (Mc 13, 11; Lc 12, 11-12; 14-15) quien hablará en ustedes” (Mt 10,17-20). Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará. (Mt 10,22; Mc 13, 13). Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra, y si los persiguen en esta, huyan a una tercera. Les aseguro que no acabarán de recorrer las ciudades de Israel, antes de que llegue el Hijo del hombre (Mt 10,23).

sábado, 20 de mayo de 2017

SEXTO DOMINGO DE PASCUA - A (21 de Mayo del 2017)

SEXTO DOMINGO DE PASCUA - A (21 de Mayo del 2017)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 14,15-21:

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y les dará otro Protector que permanecerá siempre con ustedes, el Espíritu de Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes lo conocen, porque está con ustedes y permanecerá en ustedes. No los dejaré huérfanos, sino que volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes me verán, porque yo vivo y ustedes también vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre y ustedes están en mí y yo en ustedes. El que guarda mis mandamientos después de recibirlos, ése es el que me ama. El que me ama a mí será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él.» PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Resucitado Paz y Bien.

“Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad” (Jn 14,15-17). En el cumplimiento de los mandamientos que nos dejó Jesús es como expresamos el amor a Dios. Y ¿Cuál es el mandamiento que nos dejó Jesús? Y ¿Por qué hay que amar a Jesús?. El mandamiento que nos dejó Jesús es: “Ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado” (Jn 13,34). Y Complementado la enseñanza: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor” (Jn 15,9). Si cumplimos con estas enseñanzas es cuando el Señor nos dice: “Yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad (Jn 14:16-17).

El misterio y la dignidad del hombre está en el proyecto creador de Dios: “El Espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas” (Gn1,2). “Dios creo al hombre a su imagen. A imagen de Dios los creó. Macho y hembra los creó (Gn 1,27). “Dios formó al hombre con polvo de la tierra; luego sopló en sus narices un aliento de vida, y existió el hombre con aliento y vida” (Gn 2,7)… El ángel Gabriel dice a la virgen María: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios” (Lc 1,35). Cuando Jesús se bautizó en el Jordán: “El espíritu santo bajó sobre y se manifestó en forma de paloma, una voz del cielo llego y dijo: Tu eres mi hijo amado yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22).

Jesús al inicio de su vida pública como hijo de Dios dice: “No crean que he venido a abolir la Ley o los Profetas. No he venido, a deshacer, sino a dar pleno cumplimiento” (Mt 5,17). “El espíritu de Señor esta sobre mí, me ha ungido para anunciar el Evangelio a los pobres” (Lc 4,18). “En adelante, el Espíritu Paráclito, el intérprete que el Padre enviará en mi nombre les enseñará todas las cosas y les recordará lo que yo les he dicho” (Jn 14,26)… Al final de su vida dijo Jesús: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 24,46) y luego murió. Una vez resucitado, Jesús dijo a sus discípulos: “La paz este con ustedes, así como el Padre me envió les envió a ustedes, y dicho esto sopló sobre ellos y le dijo: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,19-22).

En la enseñanza del pasado domingo Jesús nos ha dicho: “Yo soy la verdad” (Jn 14,6) y ahora nos ha dicho que nos enviará “el Espíritu de la verdad” (Jn 14,17) para que vivamos en la verdad y no en el engaño y la mentira, porque la verdad de Dios es la única verdad. Además nos dice: “No los dejaré huérfanos, sino que volveré a ustedes” (Jn 14,18). Para llevarnos consigo, para que estemos con el: “Donde estoy yo estarán también ustedes” (Jn 14,3). Pero eso si, con una condición: “Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos” (Jn 14,15). Y ¿Cuál es el mandamiento que hay que cumplir para estar con él? Pues, dice Jesús: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he amado. En esto reconocerán todos que son mis discípulos, en que se amen unos a otros” (Jn 13,34).

Jesús es muy enfático en decirnos: “Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y les dará otro Protector que permanecerá siempre con ustedes, el Espíritu de Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes lo conocen, porque está con ustedes y permanecerá en ustedes” (Jn 14,15-17). En sabernos amar en verdad es como obramos en el espíritu de Dios. Y si no sabemos amarnos como Él nos amó, no obramos en el espíritu de Dios.

Hoy, nuestra coyuntura nos  indica que la gente vive demasiado rodeada de gente; sin embargo, vive demasiado sola. La soledad creo que es uno de los males de nuestro tiempo. Esposas solas. Hijos solos. Ancianos solos. Sin embargo, el Señor nos dice hoy que “no nos dejará huérfanos” (Jn 14,18), que no nos dejará en la soledad, porque Él nos promete enviarnos el “Espíritu de la verdad”(Jn 14,16).

Fijémonos lo que dice el mismo Jesús: “El mundo no puede recibirlo, porque ni lo ve ni lo conoce.” En cambio ustedes “lo conocen, porque vive con ustedes y está con ustedes” (Jn 14,17). La vida no está en la superficialidad de las cosas, sino que como la savia y la sangre corre por dentro, por las venas del Espíritu. Algo bien importante, el pasado domingo decíamos que Jesús es la “verdad” (Jn 14,6) y ahora nos dice que nos enviará “el Espíritu de la verdad”(Jn 14, 17) vivamos en el verdad, la verdad de Dios del que el hombre bebe de esa fuente de la verdad (Jn 4,13-14).

El mundo no lo conoce porque no lo ve. En cambio, nosotros lo vemos y lo conocemos porque habita en nosotros y está con nosotros (Jn 3,5). Somos nosotros quienes tenemos que darlo a conocer y lo haremos mediante el testimonio de nuestras vidas. Somos los testigos de Jesús y somos también los testigos del Espíritu Santo. Testigos de que Jesús “está con el Padre” y que “nosotros estamos con Él y Él con nosotros” (Hch 1,8). Nuestro gran testimonio será el del amor (Jn 14,15).

Jesús se siente como madre y padre de los suyos. Nunca lo dijo, pero sus actitudes y comportamientos para con ellos tenían mucho de madre y de padre. Por eso, cuando les anuncia que ha llegado la hora de irse, siente que la tristeza amenaza con invadir sus corazones y comienzan a sentirse solos, huérfanos (Jn 13,1). Jesús quiere llenar de antemano ese vacío y les dice: “No les dejaré huérfanos” (Jn 14,18), “Yo pediré al Padre os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad” (Jn 14,16). El Espíritu Santo está llamado a llenar el vacío que Él mismo deja y será “para siempre” el que nos habite; el que esté, no con nosotros, sino en nosotros; el encargado de llenar el vacío haciendo presente al mismo Jesús y, con Él, al Padre.

Como creyentes podemos vivir la alegría y el gozo de que nunca quedaremos solos ni tampoco vacíos. Al contrario, Jesús nos hace unas promesas increíbles: “Dentro de poco me verán y porque yo sigo viviendo.” Viviremos mientras Jesús viva.” Aún más: “Entonces sabrán que yo estoy con mi Padre, y ustedes conmigo y yo con ustedes.” (Jn 14,20). ¿Te imaginas hasta dónde estamos llamados a amarnos unos a otros? Al amarnos vivimos en Jesús. Si antes existía la comunión de la Trinidad, ahora, como diríamos en nuestro lenguaje somos morada (Jn 14,23): " del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). Porque Jesús está en el Padre, pero también en nosotros y nosotros en Él. Y quien no cree en el Hijo, por ende en el Padre y en el Espíritu vive en la orfandad, porque es huérfano. Yo me admiro de que nos valoremos tan poco, de que nos sintamos tan poco y no vivamos esa alegría de vivir en comunión de vida con el Padre, el Hijo y el Espíritu que nos habita. ¿Olvidamos que llevamos esa dignidad de ser imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26)?

Quienes vivimos en el espíritu de Dios, el espíritu de la verdad, vivimos en familia y no hay lugar para la soledad y los frutos de la vida en el espíritu son inmensos como San Pablo nos dice. Nos lo dice bien claro en la Carta a los Gálatas y lo hace de una manera típica. El contraste entre el hombre de la carne, es decir, del mundo y el hombre que vive del Espíritu: “Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes.” (Gal 5,19). Pero, las obras del Espíritu son diversas y ¿dónde están? Están en nuestra vida que se refleja a cada momento: “En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza” (Gal 15,22).

¿Es igual el hombre que vive según la carne y el hombre que vive según el Espíritu? Claro que no, completamente distinto entre quien vive en el Espíritu de Dios. En el consejo de san Pablo es: “Vivan según el espíritu y así no llevaran una vida según la carne, porque los deseo de la carne se oponen a los deseos del Espíritu” (Gal 5,16).  A su vez nos exhorta: “No se engañen, nadie se burla de Dios: al final cada uno cosechará lo que ha sembrado. El que siembra en la carne, y en la propia, cosechará de la carne corrupción y muerte. El que siembra en el espíritu, cosechará del espíritu la vida eterna” (Gal 6,7-8).


En suma: “El que dice que está en la luz y no ama a su hermano, está todavía en las tinieblas. El que ama a su hermano permanece en la luz y nada lo hace tropezar” (I Jn 2,9-10). San Pablo nos dice: “Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley. Porque los mandamientos se resumen en éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo. Por lo tanto, el amor es la plenitud de la Ley. Y viviendo en el amor unos a otros es como vivimos en el mismo espíritu de Dios.