miércoles, 27 de junio de 2018

DOMINGO XIII – B (01 de Julio de 2018)


DOMINGO XIII – B (01 de Julio de 2018)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 5,21-43:

5:21 Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar.
5:22 Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies,
5:23 rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva".
5:24 Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
5:25 Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias.
5:26 Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor.
5:27 Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto,
5:28 porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré curada".
5:29 Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.
5:30 Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?"
5:31 Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?"
5:32 Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.
5:33 Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad.
5:34 Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad".
5:35 Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?"
5:36 Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que tengas fe".
5:37 Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago,
5:38 fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.
5:39 Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme".
5:40 Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba.
5:41 La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!"
5:42 En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro,
5:43 y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña. PALABRA DEL SEÑOR.

Queridos(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

"No temas, basta que tengas fe" (Mc 5,36): Los discípulos dijeron “Señor auméntanos la fe” (Lc 17,5). “Señor, creo pero aumenta mi fe” (Mc 9,22). “Mujer que grandes tu fe” (Mt 15,28).  "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?" (Mt 14,31). "Les aseguro que si tuvieran fe y no dudan, no sólo harán lo que yo acabo de hacer con la higuera, sino que podrán decir a esta montaña: "Retírate de ahí y arrójate al mar", y así lo hará. Todo lo que pidan en la oración con fe, lo alcanzarán" (Mt 21,21-22). Como es de ver, el tema de hoy es la fe.

Vemos a un hombre y una mujer postrados a los pies de Jesús. Se acercan a Él. Saben que puede solucionar su problema, satisfacer sus deseos: Jairo anhela que su hija no muera. “Mi hija está enferma. Ven a imponerle las manos para que se salve y viva” (Mc 5,23). La mujer quiere verse curada de su enfermedad. “Si sólo tocara su vestido, quedaré sana” (Mc 5,28). Cuando Cristo descubre su fe, no se puede resistir: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y que se cure tu mal” (Mc 5,34). “La niña no ha muerto, está dormida... Levántate” (Mc 5,39-41). Ambas actitudes tiene su enunciado común en esta frase: "No temas, basta que creas" (Mc 5,36).

Qué grande es el hombre cuando, consciente de su pequeñez y de su indigencia, sabe buscar lo que necesita en Aquel que es verdaderamente grande. El corazón del mismo Dios se conmueve al ver la actitud de sus hijos que acuden a Él como verdadero Padre. El que ama y se sabe amado, no tiene miedo de pedir y no se reserva nada cuando se trata de dar.
Pidamos, pero no como quien cree merecerlo todo. Pidamos conscientes de que Dios nos ama, aunque no lo merezcamos. Aún más, nos ama en nuestra debilidad, que nos acerca a Él. Y así como le pedimos, sepamos ofrecerle el homenaje de nuestra fe y nuestra confianza total. No dudemos de su amor, que quiere darnos todo lo que realmente necesitamos, quiere curarnos de nuestra enfermedad, quiere darnos la verdadera vida.

El evangelio de hoy nos presenta a dos enfermos que acuden al médico para pedir que los cure de su verdadera enfermedad. Si ellos fueron curados, ¿qué necesitamos nosotros para lograr nuestra curación?

Primero de todo saber qué me pasa, qué me duele, qué molestia siento pues siempre tenemos alguna molestia. Podemos padecer el cáncer de la inmoralidad o la pulmonía del enfado que nos hace reñir con todo mundo. Una vez localizado nuestro mal lo siguiente es acudir al doctor, a la Iglesia, al sacerdote, para que sane la dolencia del alma.

Cristo curó a estos dos enfermos pero Él decidió el momento. Sólo necesitó de su arrepentimiento sincero y de su sinceridad de corazón. ¿No nos estará pidiendo Cristo lo mismo a nosotros? Pues estemos seguro de que si tomamos la actitud de estos dos enfermos con seguridad seremos curados. Cristo jamás se deja ganar en generosidad. Si le damos uno Él nos dará el doble, según nuestra necesidad.

La enseñanza del evangelio de hoy resalta la fe de dos personajes: Jairo que pide de rodillas que cure a su hija que se muere (Mc 5 ,21-24), que bien puede ser resumido con este episodio: “Señor no soy digno que entres en mi casa, vasta que digas una palabra y mi criado quedará sano” (Mt 8,8). Y la fe de la mujer hemorroisa que curiosamente no tiene la plegaria como el de Jairo. Escena que puede ser resumida con este episodio: “Todos los que tocaban por lo menos el fleco del manto de Jesús quedaban completamente curados” (Mt 14,36).

Jesús al llegar con los Apóstoles a Cafarnaún, al bajar de la barca se le acercó mucha gente.  Entre la muchedumbre estaba el jefe de la sinagoga, llamado Jairo, quien le pide muy preocupado: “Mi hijita está muy grave.  Ven a poner tus manos sobre ella para que se cure y viva” (Mc 5,23).  Mientras comenzó su camino junto con Jairo, una multitud de gente seguía a Jesús y muchos lo tocaban y lo estrujaban. De entre la multitud una mujer que desde hacía 12 años sufría un flujo de sangre tan grave que había gastado todo su dinero en médicos y medicinas, pero iba de mal en peor (Mc 5,25).  Ella, llena de fe y esperanza en el único que podía curarla, se metió en medio de la multitud, pensando que si al menos lograba tocar el manto de Jesús, quedaría curada (Mc 5,27).  Corrió un riesgo esta mujer, pues según los conceptos judíos era “impura” y contaminaba a cualquiera que tocara, por lo cual no debía mezclarse con la gente, mucho menos tocar a Jesús.  Por ello toca el manto, “pensando que son sólo tocar el vestido se curaría” (Mc 5,28). ¡Así sería de fuerte su fe! Que nada le importo si la gente le descubriera que era impura, sino que su fe estaba bien firme en tocar por lo menos el manto de Jesús.

La pobre mujer hemorroisa no sabía realmente quién era Jesús, pero tenía fe que la curaría.  Todas estas consideraciones explican la tardanza de la mujer para salir adelante e identificarse ante Jesús, que pedía saber quién le había tocado el manto (Mc 5,30). En efecto, nos cuenta el Evangelio que el Señor sintió que un poder milagroso había salido de Él, por lo que preguntó -como si no lo supiera- quién le había tocado el manto.  Se detuvo hasta que logró que la mujer se le identificara.  Y al tenerla postrada frente a Él, le reconoce la fortaleza de su fe cuando le dice: “Tu fe te ha salvado”(Mc 5,34). Notemos que el Señor no le dice que tu fe te ha “sanado”, sino que le ha “salvado”.  Y es así, porque toda sanación física en que reconocemos la intervención divina -y en todas interviene Dios, aunque no nos demos cuenta- no sólo sana, sino que salva.  La sanación física no es lo más importante: es como una añadidura a la salvación.  Si no hay cambio interior del alma, por la fe y la confianza en Dios, de poco o nada sirve la sanación física para el bienestar espiritual.

El poder de Dios que obra en el Hijo como en las curaciones, son diversas según las circunstancias y necesidades de la gente: Unas veces puede sanar en forma directa y milagrosa, como este caso de la hemorroísa: con sólo tocarlo (Mc 5.29)  Otras veces usa medios materiales, como el caso del ciego, cuando tomó tierra la mezcló con saliva e hizo un barro que untó en los ojos del ciego (Jn 9,6).  Otras veces no usa ningún medio, sino su palabra o su deseo (Jn 4,49).  Unas veces sana de lejos, como al criado del Centurión (Mt 8,8). Unas veces sana enseguida, otras veces progresivamente, como el caso de los 10 leprosos, que se dieron cuenta que iban sanando mientras iban por el camino a presentarse a las autoridades (Lc 17,11-19).

¡Cómo estaría Jairo de impaciente por el retraso!  Y, en efecto, en el mismo momento en que la hemorroísa está postrada ante Jesús, avisan que ya su hijita había muerto (Mc 5,35).  Por cierto, la niña tenía 12 años de edad, el mismo tiempo que tenía la mujer con hemorragias.  Jesús, entonces, prosigue el camino hacia la casa de Jairo, no sin antes consolarlo: “No tengas miedo, vasta que tengas fe” (Mc 5,36), discretamente va acompañado de Pedro, Santiago y Juan.  Notemos que Jesús trataba esconder los milagros más impresionantes.  Con esto evitaba el ser considerado como candidato a un mesianismo político y temporal, muy distinto de su mesianismo divino y eterno. Al llegar a la casa, aplaca a todo el mundo y declara que la niña no está muerta, sino que duerme (Mc 5,39).  Saca a todos fuera, y sólo delante de los tres discípulos y de los padres de la niña, la hizo volver del sueño de la muerte: Niña contigo hablo levántate” (Mc 5,41). Para el Señor la muerte es como un sueño.  Para El es tan fácil levantar a alguien de un sueño, como lo será el levantarnos a todos de la muerte.

Otro episodio similar: "Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo". Sus discípulos le dijeron: "Señor, si duerme, se curará". Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo" (Jn 11,11-15).y cuando Jesús llegó a Betania, Marta sale a su encuentro y le dice: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le respondió: Sé que resucitará en la resurrección del último día” (Jn 11,21-24). Ante el parecer de Marta Jesús es más contundente en su afirmación: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Jn 11,25).Una vez que hace esta singular revelación fueron hacia la tumba de Lázaro y Jesús lloró (Jn 11,35). Pero en seguida viene lo más asombroso; Dijo Jesús: "Quiten la piedra". Marta, la hermana del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto". Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?" (Jn 11,39-40). Y después de una pequeña oración Jesús gritó con voz fuerte: "¡Lázaro, ven afuera! El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo para que pueda caminar" (Jn 11,43).

lunes, 18 de junio de 2018

DOMINGO XII – B (24 de junio de 2018)


DOMINGO XII – B (24 de junio de 2018)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos: 4,35-41

4:35 Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla".
4:36 Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.
4:37 Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua.
4:38 Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
4:39 Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?" Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!" El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
4:40 Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?"
4:41 Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.


Jesús dijo a sus discípulos: "¿Por qué tienen miedo hombres de poca fe?" (Mc 4,40). Pedro grito: “Señor, sálvame" (Mt 14,30). Jesús dijo a la mujer cananea: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!" (Mt 15,28).Jesús dijo a los que lo seguían: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe como el centurión” (Mt 8,10). Como es de ver, el tema de hoy es el de la fe.

Jesús les dijo a sus discípulos: "Crucemos a la otra orilla" (Mc 4,35). Dijo también: “La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día" Jn 6,39-40). Entre esta orilla (vida presente y terrena) y la otra orilla (vida eterna) estamos embarcados en la nave de la vida. Y en esta travesía estamos acompañados por Dios. Dos cosas nos resalta el evangelio: O Tenemos una fe despierta o una fe dormida: “Lo despertaron y le dijeron: ¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos? Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio! ¡Cállate! El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: ¿Por qué tienen miedo hombre de poca fe?” (Mc 4,39-40).

Jesús les dijo también: “Sin mi nada pueden hacer” (Jn 15,5). Una noche los discípulos están en alta mar: “Jesús caminado sobre el agua se cerca a la barca y los apóstoles se asuntan, pero Jesús les dijo: Tranquilícense, soy yo; no teman. Entonces Pedro le respondió: Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua.  Ven, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: Señor, sálvame. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó” (Mt 14,27-32). La gran tentación nuestra es sentirnos igual a Dios, caminar también sobre el agua.

a) Tener fe dormida: “Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal” (Mc 4,28). En otro episodio leemos: Dijo Jesús a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora? Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu es fuerte, pero la carne es débil" (Mc 14,37-38). Además el apóstol San Pedro nos dice: “Sean sobrios y estén siempre despiertos, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe” (IPe 5,8-9).

Está claro que si no tenemos una fe despierta o viva y por ende Jesús está dormido, tendremos siempre un viento en contra en la vida y los problemas nos ahogaran. Andamos por esta vida como en barcas que a veces van navegando bien, sin mayor problema aparentemente, cuando vamos por aguas tranquilas.  Sin embargo, los problemas se presentan cuando la navegación se hace difícil, por las tempestades y tormentas propias de la vida de cada uno. Y es cuando nos damos cuenta que teníamos una vida sin Jesús, un fe dormida o inerte.

“Al atardecer de ese mismo día, Jesús les dijo: Crucemos a la otra orilla" (Mc 4,35). Jesús ha venido a encaminarnos hacia la otra orilla, la vida eterna. En esta travesía de esta orilla hacia la otra, tendremos muchas dificultades. Y en esos momentos de navegación difícil comenzamos a flaquear y a temer.  Nos pasa lo mismo que sucedió a los Apóstoles en el Evangelio de hoy, el cual nos narra el conocido pasaje de la tormenta en medio de la travesía de una orilla a otra del lago:  “se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua” (Mc. 4, 35-41). Sucede que Jesús iba con ellos en la barca.  Pero  ¿qué hacía el Señor? ...  “Dormía en la popa, reclinado sobre un cojín”. Fue tan fuerte la borrasca y tanto se asustaron, que lo despertaron, diciéndole: “Maestro:  ¿no te importa que nos hundamos?”. En efecto, cuando estamos navegando bien, aparentemente sin problemas, sin tempestades, tal vez ni nos acordamos de Dios pero con una fe casi inerte.  Pero cuando la travesía se hace difícil y vienen las olas turbulentas, pensamos que Jesús está dormido y que no le importa la situación por la que estamos pasando.  Tal vez hasta lo culpemos de lo que nos sucede y hasta le reclamemos indebida e injustamente.  A los Apóstoles los reprendió por eso.  Podría reprendernos también a nosotros.

b) ¿Cómo tener fe despierta?: “Lo despertaron y le dijeron: ¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos? Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio! ¡Cállate! El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: ¿Por qué tienen miedo hombre de poca fe?” (Mc 4,39-40).  En este pasaje Cristo muestra a los Apóstoles el poder de su divinidad.  Con una simple orden divina, el viento calla, la tempestad cesa y sobreviene la calma. Pero sucede que ahora, salvados de la tormenta que amenazaba con hundirlos, surge en ellos un nuevo temor.  “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”(Mc 4,41)  Se quedan atónitos del poder del Maestro.  Ya ellos habían sido testigos de unos cuantos milagros de Jesús.  Quizá hasta el momento habían pensado que era un gran Profeta o simplemente alguien muy especial.  Pero de allí a ver a la naturaleza embravecida obedecerle así... Y ese Jesús, que ha mostrado un poder que sólo Dios tiene, les dirige unas preguntas que tienen sabor de reclamo: “¿Aún no tiene fe?  ¿Por qué tenían tanto miedo?”(Mc 4,40).   Es como si les dijera: ¿No les ha bastado ver los signos que he hecho ante ustedes?  ¿No se dan cuenta aún de Quién soy?  Sólo Dios puede dar órdenes al viento, a las olas y a las tempestades.  Por eso quedan con temor, atónitos, de ver el poder divino actuando delante de ellos y, además, reclamándoles su falta de fe.

En la Liturgia de hoy, estamos siendo testigos, junto con Job y los Apóstoles, de la omnipotencia divina.  Job la palpa en una visión desde la cual Dios le habla. Y los Apóstoles la ven manifestada, nada menos que en Jesús, el Maestro, con quien viven día a día. La Primera Lectura (Job. 38, 1.8-11) es la respuesta de Dios a los reclamos, lamentos y preguntas que Job le hacía, motivado por sus infortunios, sus sufrimientos y las pérdidas que había sufrido en su familia, su salud, sus bienes.  Nos dice esta lectura que Dios habló a Job desde la tormenta y le mostró su poder con respecto del mar.  Dios se muestra como dueño de la creación, como señor del mar al que le puso límites: “Hasta aquí llegarás, no más allá.  Aquí se romperá la arrogancia de tus olas”.  

Dios da a entender a Job, y a todos nosotros, que no podemos osar discutir con Dios, ni reclamarle.  En subsiguientes capítulos, Job termina por retractarse y acepta el señorío de Dios.  Por cierto, en el Epílogo del Libro de Job vemos que Dios le restituye “al doble” todos sus bienes materiales, familiares y de salud.  La actitud de Job es de sumisión y resignación.  En ese sentido sigue siendo un ejemplo para todos nosotros. Sin embargo, la actitud del cristiano debe superar la de Job.  A la sumisión al poder divino, debemos añadir nuestra plena confianza en lo que Dios tenga dispuesto para nuestras vidas: tempestades o calma, alegría o sufrimientos, carencias o plenitudes.  Todo lo que Dios disponga, sabemos, es para nuestro mayor bien: nuestra salvación eterna.  Así confiados, estaremos serenos en las tempestades, alegres en los sufrimientos, plenos en las carencias. Actuando así, estamos cumpliendo con lo que nos dice San Pablo en la Segunda Lectura (2 Cor. 5, 14-17): “El que vive en Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado.  Ya todo es nuevo”.    Enfocar así las desventuras, sufrimientos y carencias significa “vivir en Cristo” y “ser creaturas nuevas”.  Y ser “creaturas nuevas” significa no turbarse ante las tribulaciones y sufrimientos, sino andar en plena confianza en Dios.  Sólo El sabe lo que nos conviene.  

¿Somos creaturas nuevas o creaturas viejas? ¿No podría el Señor mostrarnos toda su omnipotencia como a Job, después de sus cuestionamientos y protestas?  ¿No podría el Señor reclamarnos a nosotros también, como reclamó a los Apóstoles después de calmar la tormenta? ¿Qué hacemos ante los sufrimientos, los peligros, los inconvenientes, las tempestades que se nos presentan en nuestra vida personal, familiar o nacional? ¿Confiamos realmente en el poder de Dios?  ¿Confiamos realmente en lo que Dios tenga dispuesto para nuestra vida: sea calma o sea tempestad?  ¿O creemos que debe despertar y hacer un milagro, para que las cosas sean como nosotros consideramos conveniente?  ¿No llegamos a creer, inclusive, que no le importa lo que nos suceda?  ¿Realmente duerme el Señor?

¡Qué débil es nuestra fe!  Débil, como la de los Apóstoles en ese momento.  Nos olvidamos que Dios está siempre con nosotros, pero que lo tenemos dormido. Hay que despertarlo, Él tiene que estar al mando de la travesía de la vida, con razón nos había dicho “Sin mi nada podrán hacer”(Jn 15,5).   El guía nuestra barca en medio de tempestades y tormentas, en una presencia escondida y silenciosa, como la del Maestro dormido en la barca.

No hace falta que haga milagros, aunque estemos en medio de una tempestad.  ¡No tenemos derecho a reclamarle milagros!  El gran milagro es que El nos lleva sin ruido, en silencio, a escondidas a través de olas borrascosas cuando hay tempestades.  Pero también está presente cuando todo parece tranquilo, cuando parece que no tuviéramos necesidad de Él, pues todo como que anda bien. Sea en la tormenta, sea en la calma, Dios está presente.  Y El desea que nos demos cuenta de que está allí, presente en la vida de cada uno de nosotros, esperando que nos demos cuenta de su presencia silenciosa.  En todo momento, sea de tempestad, sea de calma, el Señor está derramando sus gracias para guiarnos por esta vida que es la travesía que nos lleva a la otra: la Vida Eterna.

Si tenemos una fe despierta entonces el viento está a favor nuestro, todo es paz y tranquilidad. Con razón San Pablo exclamó con gozo al decir “Para mi Cristo lo es todo” (Col 3,11). Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores? ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a condenarlos? ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros? ¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada?” (Rm 8,31-35).

San Juan el Bautista

1:57 Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.
1:58 Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.
1:59 A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre;
1:60 pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan".
1:61 Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre".
1:62 Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.
1:63 Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados.
1:64 Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
1:65 Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.
1:66 Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?" Porque la mano del Señor estaba con él. PALABRA DEL SEÑOR.

Hoy también celebramos la solemnidad de San Juan Bautista:

Acuérdense de la Ley de Moisés, mi servidor,  a quien yo prescribí, en el Horeb, preceptos y leyes para todo Israel. (Mal 3,22)

“Yo les voy a enviar a Elías, el profeta, antes que llegue el Día del Señor, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia sus hijos y el corazón de los hijos hacia sus padres, para que yo no venga a castigar el país con el exterminio total” (Mal 3,23-24).

Juan Bautista es el signo de la irrupción de Dios en su pueblo. El Señor le visita, le libra, realiza la alianza que había prometido. El papel del precursor es muy preciso: “Una voz clama en el desierto ¡Preparen el camino del Señor, tracen en la estepa prepara los caminos del Señor (Is 40, 3), anuncia al pueblo la noticia: “Todos los hombres verán la Salvación de Dios (Lc 3,6).

“Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lc 3,2). “Se hacían bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados” (Mt 3,6). Juan decía a la multitud que venía a hacerse bautizar: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan los frutos de una sincera conversión, y no digan: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham” (Lc 3,7-8).

El pueblo se preguntaban si Juan no sería el Mesías, pero Juan les aclaro y dijo: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Lc 3,15-16).

Juan, por medio de muchas otras exhortaciones anunciaba al pueblo la Buena Noticia (Lc 3,18). Conviene que el crezca y yo disminuya (Jn 3,30). Ahí viene, este es el cordero de Dios que quita pecado del mundo (Jn 1,29).

lunes, 11 de junio de 2018

DOMINGO XI – B (17 de junio del 2018)


DOMINGO XI – B (17 de junio del 2018)

Proclamación del evangelio según San Marcos 4,26-34:

4:26 "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra:
4:27 sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.
4:28 La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga.
4:29 Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha".
4:30 También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo?
4:31 Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra,
4:32 pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra".
4:33 Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender.
4:34 No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13,13-15). El gesto pequeño, de humildad y sencillez hace grande a la persona. Ya Dios dijo también por el profeta: “Así como el alfarero amolda la arcilla en sus manos y saca el cántaro a su gusto, así soy contigo pueblo de Israel —oráculo del Señor—. Tu eres como la arcilla en mi mis manos  pueblo de Israel” (Jer18,6).

Todo lo explicaba Jesús a la gente por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas (Mt 13,34). Así hoy, Jesús nos plantea dos parábolas sobre el Reino de Dios (Mc 4,26-34): La parábola de la semilla que crece por sí sola (Mc 4,26-29) y la parábola del grano de mostaza (Mc 4,30-32)

Les decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra… la tierra por sí misma produce (Mc 4,26-28).  Así es, la semilla hace su trabajo sola, quien la planta se acuesta a dormir y de la noche a la mañana, la semilla ha germinado y la planta va creciendo sola, sin que éste sepa cómo sucede este crecimiento.

En otro episodio dice Jesús: “No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? (Mt 6,25-27). Y vamos comprendiendo que en efecto no todo depende del hombre, hay cosas que no están a nuestro control, por ejemplo: Como bien nos dice el Señor: La vida no depende de nosotros ni de nuestros bienes (Lc 12,15), así, pues nosotros no sabemos cuándo terminaremos nuestra existencia en este mundo (Mt 24,44).

El Reino de Dios crece de manera escondida, como la semilla escondida bajo la tierra.  Nadie se da cuenta, pero eso de tan pequeñito como la semilla tiene una vitalidad y una fuerza de expansión inigualable. Efectivamente, el Reino de Dios va creciendo en las personas que se hacen terreno fértil para el crecimiento de la semilla.  Y a veces ni nos damos cuenta, igual como le sucede al labrador que sembró, sólo se da cuenta cuando ve el brote que sale de la tierra. Hacernos terreno fértil es requisito para dejar que Dios penetre en nuestra alma para que, El haga germinar su Gracia dentro de nosotros.  Así, la semilla del Reino va germinando y creciendo secretamente dentro de cada uno.

Venga a nosotros tu Reino (Mt 6,10), rezamos en el Padre Nuestro.  ¿Cómo viene ese Reino?  Con la siguiente frase del mismo Padre Nuestro: Hágase tu Voluntad.  El Reino va creciendo en nosotros, secretamente, pero con la fuerza vital de la semilla, cuando buscamos y hacemos la Voluntad de Dios en nuestra vida, tratando de que aquí en la tierra se cumpla la voluntad divina como ya se cumple en el Cielo:  Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo (Mt 6,10).Y ese crecimiento del Reino de Dios es obra del Mismo Señor que hace crecer como la planta, haciendo que primero la semilla se abra, luego vaya formando su raíz debajo de la tierra, para luego dar paso a las ramas, las hojas y el fruto.

El establecimiento del reino de Dios sobre la tierra, ha tenido ya un inicio, un inicio que se puede percibir como pequeño, cuando Dios mismo se ha hecho carne en Jesús el Hijo de Dios (Jn 1,14), vino al mundo, naciendo en un humilde pesebre (Lc 2,6), muy lejos de los honores para establecer su reino como Señor de Señores y Rey de Reyes (como Rey sobre todos los reyes de las naciones del mundo). Normalmente en la realeza se dan grandes festejos y honores cuando nace algún hijo ó hija del rey, pero no pasó así cuando Jesús llegó al mundo.

El inicio del establecimiento del reino de Dios sobre la tierra con Jesús, Dios Hijo hecho carne, viniendo sin honores típicos de la realeza de su época, y con la muerte de Jesús en la cruz como si fuera criminal sin serlo, fue un inicio pequeño, pero Jesús resucitó dijo sus apósteles: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía que, es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos. Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: Así estaba escrito que, el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24,44-47).

Las dos parábolas: La semilla que crece por si sola y el grano de mostaza, tratan acerca del crecimiento de la semilla. Pero mientras que en la parábola del crecimiento de la semilla el énfasis está en que la semilla de "suyo tiene vida" y por esta razón crece, en la parábola de la mostaza nos va a explicar hasta dónde llega este crecimiento.

El grano de mostaza: La semilla de mostaza que es del tamaño de la cabeza de un alfiler. En los tiempos de Jesús se usaba frecuentemente para referirse a la cosa más pequeña que se pudiera imaginar. De hecho, la expresión "pequeño como una semilla de mostaza" había llegado a ser un proverbio. Por ejemplo, el Señor Jesucristo lo usó para referirse a la fe de sus discípulos: "Si tuvieran fe como un grano de mostaza..." (Mt 17:20). A pesar de que la semilla es tan pequeña, la planta de mostaza puede llegar a alcanzar hasta cerca de cuatro metros de altura con un tallo grueso como el brazo de un hombre.

La parábola en relación al Reino de Dios es el punto esencial, es el contraste entre un comienzo pequeño y un resultado grande, entre el principio y el fin, entre el presente y el futuro del Reino. La semilla del Reino sembrada por Jesús en el campo del mundo, a pesar de su comienzo minúsculo e irrisorio, tendrá finalmente por su propia vitalidad interna, un crecimiento desmesurado y sobrenatural.

Seguramente tenía que ver con su propio ministerio público: un judío desconocido, en un rincón perdido de Palestina, rodeado de un puñado de discípulos sin demasiada cualificación y abandonado finalmente por las multitudes. Sin reconocimiento de los líderes religiosos y sin ninguna clase de influencia política. ¿Qué podía surgir de aquí? Pero todo esto no es nada comparado con la terrible debilidad manifestada en la cruz. ¿Quién podría imaginar que de un judío ajusticiado en una cruz por el imperio romano, rechazado por su propio pueblo y abandonado por sus discípulos, pudiera surgir un movimiento que dos mil años después siguiera creciendo por todos los países del mundo? Como Pablo resume: "Nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente escándalo, y para los gentiles locura"(1 Co 1:23).

“Hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándolos a cumplir todo lo que yo les he enseñado” (Mt 28,19). Aquel pequeño grupo de discípulos asustados y perseguidos (Jn 20:19), se convertirá en una multitud que nadie puede contar: "Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos" (Ap 7,9).

Así que, en el momento actual, Dios no reina manifestando todo su poder, sino que por el contrario, su presencia en este mundo, aunque real y viva, es humilde y muchas veces oculta. Incluso sus propios siervos, aunque ya tienen dentro de sí mismos la semilla que producirá estos resultados extraordinarios, son frágiles y débiles, expuestos a innumerables peligros. El apóstol Pablo lo expresó perfectamente: "Pero tenemos este tesoro en vasos de barro..." (2 Co 4:7), "Miren, hermanos, su vocación, que no son muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles"(1 Co 1:26-27). Esta falta de importancia, de influencia y de fuerza social de la Iglesia a través de los siglos ha venido a confirmar en cada momento las palabras de Jesús: "manada pequeña..." (Lc 12:32), "yo los envío como a ovejas en medio de lobos"(Mt 10:16).

Jesús dijo que ni aún un vaso de agua dado en su nombre quedaría sin recompensa (Mt 10:42). A menudo somos víctimas del engaño en el sentido de que para que algo sea importante debe acompañarse siempre de gran ruido. Dios es diferente en su modo de actuar. Él actúa de formas casi imperceptibles. Debemos animarnos en nuestro servicio al Señor sabiendo que las grandes cosas proceden de principios muy pequeños. No despreciemos nunca el día de los comienzos humildes (Zac 4:10) y no caigamos en la tentación de pensar que para lo poco que podemos hacer no vale la pena ni siquiera empezarlo. No nos desanimemos por el aparente fracaso y la pobreza presente, sino tengamos confianza en la Palabra del Señor que hará que todo esfuerzo honesto por servirle será finalmente multiplicado para su gloria.

Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino (Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (Mt 13, 44-45); las palabras no bastan, hacen falta obras (Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo enigmático (Mt 13, 10-15). (NC 546).

¿Cómo se transforma el insignificante grano de mostaza, la más pequeña de las semillas, en la mayor de las hortalizas?  Sembrándose en tierra fértil (rodeándose de aquello necesario para poner en marcha un proceso de transformación) y muriendo a sí mismo para liberar lo que hay en su interior.  Si intentáramos llenar el grano de mostaza de cualquier cosa, terminaríamos pronto.  Al ser diminuto, parece que dispone de poca capacidad.  Sin embargo, la lógica de Dios y de la naturaleza es distinta, y en la vacuidad cabe el infinito, la nada conduce al Todo.  Así que, cuando el grano de mostaza renuncia a lo poco que es, rompe su envoltura y se pierde a sí mismo, libera el potencial infinito que se ocultaba en su interior y que dará a luz al árbol que ni tan siquiera podía imaginar que estaba llamado a ser.  Muriendo a sí mismo, el grano de mostaza se encuentra con quien realmente es.  ¿Cuántos de nosotros seguimos apegados a quienes creemos ser, permaneciendo como granos de mostaza cuando podríamos ser robustos y hermosos árboles? Todo porque no ejercemos nuestrafe.

martes, 5 de junio de 2018

DOMINGO XI – C (10 de Junio de 2018)


DOMINGO X – C (10 de Junio de 2018)

Proclamación del Santo evangelio según san Marcos 3,20-35

3:20 Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer.
3:21 Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: "Es un exaltado".
3:22 Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: "Está poseído por Belzebu y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los demonios".
3:23 Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: "¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás?
3:24 Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir.
3:25 Y una familia dividida tampoco puede subsistir.
3:26 Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin.
3:27 Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.
3:28 Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran.
3:29 Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre".
3:30 Jesús dijo esto porque ellos decían: "Está poseído por un espíritu impuro".
3:31 Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar.
3:32 La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: "Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera".
3:33 Él les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?"
3:34 Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos.
3:35 Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en la fe Paz y bien.


“Nadie, movido por el Espíritu de Dios, puede decir: Maldito sea Jesús. Y nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no está impulsado por el Espíritu Santo” (Icor 12,3). Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre” (Lc 1,41-42).

“Una familia dividida no puede subsistir” (Mc 3,25)… “El que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc 3,35). “Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre" (Mc 3,28-29). El evangelio de hoy nos habla de dos temas: La unidad en la familia y la blasfemia contra el Espíritu Santo que no se perdonara nunca. Otro episodio paralelo nos dice: “Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en esta vida ni en el futuro” (Mt 12,32). En efecto, en este mundo se perdonan todos los pecados con tal que haya arrepentimiento y propósito de no volver a pecar; pero hay pecados que no se perdona ni aquí ni en la otra vida. Lo que significa que hay pecados que se perdonan en la otra vida.

Primero: “Una familia dividida no puede subsistir (Mc 3,25)… El que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc 3,35). La cita paralela: "Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican" (Lc 8,21); nos contextualiza panorámicamente el tema. ¿Cómo saber si estamos unidos a Dios y unidos en una sola familia? Jesús nos dice: “Los que escuchan la Palabra de Dios y la practican" (Lc 8,21). “No son los que me dicen: Señor, Señor, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mt 7,21). “Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos” (Mt 7,16-17). “Uds. no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos” (Mt 23,8).

Dios nos dice: “Santifíquense guardando y poniéndolos en práctica mis mandamientos porque yo soy el Señor quien lo santifico” (Lv 20,7). La mejor estrategia para santificarnos es el amor: “El que dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso” (I Jn 4,20). Jesús nos dice. “Les doy un mandamiento nuevo. Ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35).

Segundo: “Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre" (Mc 3,28-29). “Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en esta vida ni en el futuro” (Mt 12,32). Nos habla sobre pecados que en la otra vida si se perdonaran y pecados que no se perdonaran. Y el tema latente es el Purgatorio.

Hoy, el hombre se está acostumbrando a vivir sin responder a la cuestión más vital de su vida: por qué y para qué vivir. Lo grave es que, cuando la persona pierde todo contacto con su propia interioridad y misterio, la vida cae en la trivialidad y el sinsentido. Se vive entonces de impresiones, en la superficie de las cosas y de los acontecimientos, desarrollando sólo la apariencia de la vida. Probablemente, esta banalización de la vida es la raíz más importante de la increencia de no pocos. Cuando el ser humano vive sin interioridad, pierde el respeto por la vida, por las personas y las cosas. Pero, sobre todo, se incapacita para «escuchar» el misterio que se encierra en lo más hondo de la existencia.

El hombre de hoy se resiste a la profundidad. No está dispuesto a cuidar su vida interior. Pero comienza a sentirse insatisfecho: intuye que necesita algo que la vida de cada día no le proporciona. En esa insatisfacción puede estar el comienzo de su salvación. Pecar contra ese Espíritu Santo sería cargar con nuestro pecado para siempre. El Espíritu puede despertar en nosotros el deseo de luchar por algo más noble y mejor que lo trivial de cada día. Puede darnos la audacia necesaria para iniciar un trabajo interior en nosotros.

El Espíritu puede hacer brotar una alegría diferente en nuestro corazón; puede vivificar nuestra vida envejecida; puede encender en nosotros el amor incluso hacia aquellos por los que no sentimos hoy el menor interés. El Espíritu es una fuerza que actúa en nosotros y que no es nuestra. Es el mismo Dios inspirando y transformando nuestras vidas. Nadie puede decir que no está habitado por ese Espíritu. Lo importante es no apagarlo, avivar su fuego, hacer que arda purificando y renovando nuestra vida. Tal vez, hemos de comenzar por invocar a Dios con el salmista: No apartes de mí tu Espíritu.

jueves, 31 de mayo de 2018

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI - B (03 de Junio de 2018)

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 14,12-16.22-26:

14:12 El primer día de la fiesta de los panes Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?"
14:13 Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo,
14:14 y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: "¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?"
14:15 Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario".
14:16 Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
14:22 Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen, esto es mi Cuerpo".
14:23 Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella.
14:24 Y les dijo: "Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.
14:25 Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios".
14:26 Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

Jesús les dijo: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,53-54).
Jesús al ver que mucha gente lo buscaba les dijo: "Ustedes me buscan, no porque entendieron el signo, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). Aquí, el Señor nos distingue dos tipos de alimento: el alimento del pan material que perece, y el alimento que perdura hasta la vida eterna y el pan celestial, el pan de la vida espiritual (Eucaristía).
En el evangelio de Juan todo el capítulo 6 nos habla sobre el sentido y el valor real de la eucaristía, así por ejemplo nos dice: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de esta pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). 
Inmediatamente la gente se pregunta: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). La gente no entendió, y hasta hoy todavía hay muchos que no quieren entender aquella palabra que el Ángel dijo a María: “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37) Jesús mismo nos ha dicho: “Todo es posible para Dios” (Mt 19,26). Y así un día convirtió el agua en vino: Al decir a los sirvientes: "Llenen de agua estas tinajas". Y las llenaron hasta el borde. 

"Saquen ahora, -agregó Jesús- y lleven al encargado del banquete". Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: "Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento" (Jn 2,3ss). Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. (Jn 27-11). Así pues, la omnipotencia de Dios hizo posible que su Palabra se hiciera carne (Jn 1,14), que esa Palabra que es su Hijo, tiene el poder de convertir el agua en vino, hoy convierte ante nuestros ojos el Pan en su cuerpo y el vino en su sangre al decir: "Tomen y coman que esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Tomen y beban todos de él, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza que será derramada por Uds para el perdón de los pecados, y hagan esto en conmemoración mía” (Mc 14,22).

En la oración del Padre Nuestro pedimos: “Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt. 6, 11),. Sin embargo, ese alimento diario, que pedimos y que Dios nos proporciona a través de su Divina Providencia, no es sólo el pan material, sino también -muy especialmente- el Pan Espiritual, el Pan de Vida. No podemos estar pendientes solamente del alimento material. El pan material es necesario para la vida del cuerpo, pero el Pan Espiritual es indispensable para la vida del alma. Dios nos provee ambos.

Jesucristo murió, resucitó (Lc 24,6) y subió a los Cielos, y está sentado a la derecha de Dios Padre (Credo). Pero también permanece en la Hostia Consagrada (Mt 26,26), en todos los sagrarios del mundo. Y allí está vivo, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; es decir: con todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios, para ser ese alimento que nuestra vida espiritual requiere. Es este gran misterio lo que conmemoramos en la Fiesta de Corpus Christi. El Jueves Santo Jesucristo instituyó el Sacramento de la Eucaristía, pero la alegría de este Regalo tan inmenso que nos dejó el Señor antes de partir, se ve opacada por tantos otros sucesos de ese día, por los mensajes importantísimos que nos dejó en su Cena de despedida, y sobre todo, por la tristeza de su inminente Pasión y Muerte.

Por eso la Iglesia, con gran sabiduría, ha instituido esta festividad en esta época en que ya hemos superado la tristeza de su Pasión y Muerte, hemos disfrutado la alegría de su Resurrección, hemos también sentido la nostalgia de su Ascensión al Cielo y posteriormente hemos sido consolados y fortalecidos con la Venida del Espíritu Santo en Pentecostés (Jn 20,21-22).

En el domingo anterior se nos dijo: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Lo mismo: “No les dejare huérfanos” (Jn 14,18). Y saben por qué; porque como Juan dice: Dios es amor (I Jn 4,8). “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para todo el que cree en Él tenga vida eterna” (Jn 3,16).  Jesús mismo nos ha dicho: “Si alguien me ama, guardará mis palabras y mi padre lo amara y vendremos y haremos morada en él” (Jn 14,23). Por eso, pienso que fue la mejor definición que dio de sí el Hijo al decirnos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Al menos en su relación con nosotros es Jesús quien se dona en la Eucaristía. Convertirse en pan sin necesidad de panaderos porque de ello hace el Espíritu santo y darse a comer como pan y carne. Todo ello, ¿qué significa sino que Jesús no vive para sí sino que vive para que todos tengamos vida eterna. Pero pensar que Dios se hace pan y se hace carne para que podamos comerlo, realmente es todo un exceso de amor y de entrega. El pan no sirve para nada si no es para que lo comamos. El pan no es para sí mismo ni para guardarlo. El pan es siempre para los otros. La carne no es para sí misma, es para que otros puedan alimentarse.

Los judíos que escuchaban a Jesús se escandalizaron y disputaban entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (Jn 6,52). Dios siempre ha sido escandaloso para los hombres porque es tan creativo que hace cosas que ni se nos ocurre pensarlas. Esa es la Eucaristía. Algo tan sencillo como es comulgar y algo tan misterioso que es comernos a Dios entero. Algo tan misterioso que Dios en su loco amor por nosotros se hace vida en nuestra vida. Por eso, no cabe duda que, la Eucaristía es uno de los mayores milagros del amor de Dios. Por tanto, debiera ser también una de las experiencias más maravillosas de los hombres. Sin embargo, uno siente cierta sensación de insatisfacción. ¿No la habremos devaluado demasiado? Y no porque no comulguemos, sino porque es posible que no le demos el verdadero sentido a la Comunión que es comunión con el mismo Hijo que nació de las entrañas de María la virgen y con el mismo Jesús crucificado y resucitado. Es comunión con el pan glorificado.

Dios buscó el camino fácil y lo más sencillo posible para nuestro encuentro. Y a nosotros pareciera que lo fácil no nos va, como que preferimos lo complicado y difícil. Una de las maneras de deformar la Eucaristía es no vivir lo que en realidad significa. En la segunda lectura, Pablo nos dice: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.” (I Cor 10,16) Somos muchos y somos diferentes. Somos muchos y pensamos distinto. Sin embargo, todos juntos formamos un solo cuerpo, una sola comunidad, una sola Iglesia, una sola familia (Mt 16,18). ¿Por qué? Sencillamente porque “todos comemos del mismo pan”. Por tanto, comulgar significa unidad, sentirnos un mismo cuerpo, una misma familia. De modo que no podemos comulgar “del mismo pan” y salir luego de la Iglesia tan divididos como entramos.

No olvidemos que la Eucaristía es mucho más que un acto piadoso individualista, es el Sacramento de la Iglesia. Es el Sacramento del amor de Dios que nos ama a todos. Es el Sacramento de la unidad, donde por encima de nuestras diferencias, todos nos sentimos miembros de un mismo cuerpo que es Jesús, que es la Iglesia. Por eso San Pablo nos habla desde su experiencia. Las primeras divisiones en la Iglesia nacieron de la celebración de la Eucaristía. Todos participaban en la misma celebración, pero mientras unos comían bien, los otros pasaban hambre. Pablo les dice enérgicamente: “Esto no es celebrar la Cena del Señor”. No se puede comulgar a Cristo si a la vez no comulgo con mi hermano. No se puede recibir el pan de la unidad, si vivimos divididos. Por eso decimos que “la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace a la Iglesia”. “Aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan.” El fruto de nuestras Eucaristías tendría que ser “la espiritualidad de unidad y de la comunión fraterna”.

Por lo que significa esta unión con Dios en la sagrada comunión, hay requisitos que cumplir, por eso cualquiera no comulga sino el que está en gracia de Dios. Así es como lo describe San Pablo: “Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía". De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza  que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía". Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva. Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (I Cor 11,23-29).  También hay citas que diversas que resalta la importancia de la Eucaristía: Éxodo 24, 8; Jeremías 31, 31;  Matero 26, 28;  Marcos 14, 24;  Lucas 22, 20; 2 Corintios 3, 6;  Hebreos 8, 8;  Hebreos 10, 29.

La presencia de Cristo por el poder de su Palabra y del Espíritu Santo (NC 1373-1381): "Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros" (Rm 8,34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia (LG 48): en su Palabra, en la oración de su Iglesia, "allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre" (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt 25,31-46), en los sacramentos de los que Él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, "sobre todo, (está presente) bajo las especies eucarísticas" (SC 7).

 El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos" (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 3, q. 73, a. 3). En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Concilio de Trento: DS 1651). «Esta presencia se denomina "real", no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen "reales", sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente» (MF 39).

 Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión. Así, san Juan Crisóstomo declara que: «No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas (De proditione Iudae homilia 1, 6).

Y san Ambrosio dice respecto a esta conversión: “Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada» (De mysteriis 9, 50). «La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela” (Ibíd., 9,50.52).

 El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: "Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera la conversión de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación" (DS 1642). La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (cf Concilio de Trento: DS 1641).

El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor. "La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión en medio de la alegría del pueblo" (MF 56).

El sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado a guardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la iglesia; debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el santísimo sacramento.

Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado "hasta el fin" (Jn 13,1), hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros (cf Ga 2,20), y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor: “La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración” (Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae, 3).

“La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, "no se conoce por los sentidos, dice santo Tomás, sino sólo por la fe , la cual se apoya en la autoridad de Dios". Por ello, comentando el texto de san Lucas 22, 19: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros"