domingo, 4 de noviembre de 2018

DOMINGO XXXII – B (11 de Noviembre del 2018)

DOMINGO XXXII – B (11 de Noviembre del 2018)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos: 12,38-44:

12:38 Jesús les enseñaba: "Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas
12:39 y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes;
12:40 que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad".
12:41 Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia.
12:42 Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.
12:43 Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros,
12:44 porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Recordando el anterior domingo: “Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Cuál es el primero de los mandamientos? Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor;  y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos" (Mc 12,28-31). La respuesta de Jesús que da al escriba quepa exactamente a otra pregunta de fondo: ¿Qué hare para heredar la vida eterna? (Mc 10,17). Es lo mismo preguntarnos ¿Qué hare para obtener mi salvación? Ahora Jesús nos ha dicho: Ama a Dios amando a tu hermano. Pero ese amor ha de ser con obra concreta de caridad: Actitud de la pobre mujer del Evangelio de hoy.

Dios dijo al rico: "Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será la riqueza que has amontonado?" Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios" (Lc 12,20-21). Les dijo también: "Cuídense de toda avaricia, porque aun cuando uno tenga todo, la vida de un hombre no depende de su riqueza" (Lc 12,15).  Y nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero” (Mt 6,24).

¿Cómo ser rico a los ojos de Dios?: La pobre del Evangelio de hoy nos da la lección. Dijo Jesús al ver la actitud de la pobre: “Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, en su pobreza, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir" (Mc 12,43-44). Esta actitud de la pobre difiere totalmente a la actitud del joven rico quien preguntó a Jesús: ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Jesús le dijo: cumple los mandamientos…(Mc 10,17). El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud". 

Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!" (Mc 10,20-23).

Respecto a los bienes materiales o riqueza, Jesús hace referencia en el siguiente termino: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt 6,19-21). Fíjense que el joven rico (Mc 10,17) al aferrarse a su riqueza solo acumula tesoros en la tierra donde se corroe, en cambio la Pobre viuda (Mc 12,43) al desprenderse de lo poco que tenía, acumula tesoro en el cielo.

La pobre y viuda del evangelio, compró con dos monedas de poco valor el Reino de los cielos y en cambio el joven rico no le alcanza toda su riqueza para hacerse del Reino de los cielos. Es decir la riqueza, como el dinero no es de por sí ni bueno ni malo, todo depende cómo se use. Si se usa motivada por el egoísmo, la riqueza es motivo de tropiezo o perdición, si se usa motivada por el amor, es medio de salvación.

San Pablo también hace referencia  al tema en los siguientes términos: “El que siembra tacañamente, tendrá una cosecha muy pobre; en cambio, el que siembra con generosidad, cosechará abundantemente. Que cada uno dé conforme a lo que ha resuelto en su corazón, no de mala gana o por la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría” (II Cor 9,6-7). O aquel episodio: “No se engañen, nadie se burla de Dios. Se recoge lo que se siembra. El que siembra para satisfacer su carne, de la carne recogerá sólo la corrupción; pero el que siembra según el Espíritu, del Espíritu cosechará la Vida eterna. No nos cansemos de hacer el bien, porque la cosecha llegará a su tiempo si no desfallecemos. Por lo tanto, mientras estamos a tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe” (Gal 6,7-10).

En el A.T. el dar está relacionado con la cantidad, así por ejemplo el Señor dijo a Moisés: “Habla en estos términos a los levitas: Cuando ustedes reciban de los israelitas los diezmos que yo les asigné como herencia, reservarán la décima parte como una ofrenda para el Señor: esto les será tenido en cuenta a título de contribución” (Num 18,25-27). O sea, basta que se dé la décima parte, califica en la voluntad de Dios. Pero en el N.T. no es suficiente que se dé la décima parte, sino del todo. Ejemplo: ”Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, en su pobreza, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir" (Mc 12,43-44).

En suma, el Evangelio de hoy nos presenta a esta pobre viuda, aparentemente intrascendente, que Jesús nos presenta como un modelo de vida cristiana. Con los rasgos siguientes: a) Las cosas no son como son sino como las vemos. Todo se ve según los criterios con los que miramos las cosas. Si las miramos desde el egoísmo o si las miramos desde el amor y la generosidad. b) No es cuestión de dar cosas, sino con qué corazón las damos. No es la cantidad, sino la calidad del dar con amor. c) depende qué es lo que damos a los demás. Podemos dar lo que nos estorba en casa y ya no nos sirve, esa es una manera de desentendernos de ello.  Podemos dar aquello que nos sobra o podemos dar aún de aquello que nosotros necesitamos. Incluso, podemos dar pasando nosotros necesidad y lo que tenemos para vivir. Esto lo llamaría, no dar cosas sino darse a sí mismo.

“Nada trajimos al venir al mundo, y al irnos, nada podremos llevar” (I Tm 6,7). Pero saben ¿Qué vamos a llevar? Al cielo llevaremos lo que hemos gastado para el Señor en sus pobres, así nos lo reitera: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pobres de mis hermanos, lo hicieron conmigo hereden el Reino de los cielos". Luego dirá a los de la izquierda: Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber.” (Mt 25,40-42). Es decir; muy por el contrario, dejaremos en esta tierra todo lo que ahorramos motivado por el egoísmo, es decir lo perdemos todo.

lunes, 29 de octubre de 2018

DOMINGO XXXI – B ( 04 DE NOVIEMBRE DEL 2018)


DOMINGO XXXI – B ( 04 DE NOVIEMBRE DEL 2018)
Lectura del santo evangelio según san Marcos 12, 28-34

12:28 Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: "¿Cuál es el primero de los mandamientos?"
12:29 Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor;
12:30 y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas.
12:31 El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos".
12:32 El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él,
12:33 y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios".
12:34 Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el amor Paz y Bien.

A tres domingos para finalizar el ciclo litúrgico ciclo B en el que hemos leído el Evangelio de San Marcos. Nos hemos preguntado: ¿Qué tengo que hacer la para heredar la vida eterna? (Mc 10,17). Hemos ensayado diversas respuestas y todas las respuestas se resumen en el tema del amor: La vocación mayor del hombre es el ser llamado al amor.

“Santifíquense guardando mis leyes y poniéndolos en práctica mis mandamientos porque Yo soy Yahveh, el que los santifico” (Lv 20,7). Poniendo en práctica los mandamientos es como podemos santificarnos y ¿Para qué sirve la santificación nuestra? Pues yo soy Yahveh, el que los ha subido de la tierra de Egipto, para ser su Dios. Sean, pues, santos porque yo soy santo” (Lv 11,45).  La santidad es requisito para nuestra salvación y tiene su estrategia  específica: Vivir en el amor.

"¿Cuál es el primero de los mandamientos?" (Mc 12,28). Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos" (Mc 12,29-31). No es que sea dos mandamientos. Es un mandamiento supremo que tiene dos partes: Amor a Dios y al prójimo. Por eso Jesús dirá: Les doy un mandamiento, que se  amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35).

No es que nos amemos como quisiéramos. La medida perfecta del amor es el modo como Jesús nos amó. El dio su vida por nosotros, de igual modos es como debemos amarnos unos a otros. Luego nos dice. “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Uds son mis amigos si cumplen o que yos los enseño” (Jn 15,13-14). Amándonos unos a otros es como llegamos a amar en verdad a Dios. Y si Dios es amor (I Jn 4,8), por eso se nos exhorta: "Quien ama a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano “ (IJn 4,20-21).

El amor da incluso el significado definitivo a la vida humana. Es la condición esencial de la dignidad del hombre, la prueba de la nobleza de su alma. San Pablo dirá que es “el vínculo de la perfección” (Col 3, 14). Es lo más grande en la vida del hombre, porque —el verdadero amor— lleva en sí la dimensión de la eternidad. Es inmortal: “La caridad no pasa jamás”, leemos en la Carta primera a los Corintios (1 Cor 13, 8). El hombre muere por lo que se refiere al cuerpo, porque éste es el destino de cada uno sobre la tierra, pero esta muerte no daña al amor que ha madurado en su vida. Ciertamente permanece, sobre todo para dar testimonio del hombre ante Dios, que es amor. Designa el puesto del hombre en el Reino de Dios; en el orden de la comunión de los santos. El Señor Jesús dice en el Evangelio de hoy a su interlocutor, viendo que comprende el primado del amor entre los mandamientos: “No estás lejos del Reino de Dios” (Mc 12, 34).

Son dos los mandamientos del amor, como afirma expresamente el Maestro en su respuesta, pero el amor es uno solo. Uno e idéntico, abraza a Dios y al prójimo. A Dios: sobre todas las cosas, porque está sobre todo. Al prójimo: con la medida del hombre y, por lo tanto, “como a sí mismo”.

Estos “dos amores” están tan estrechamente unidos entre sí, que el uno no puede existir sin el otro. Lo dice San Juan en otro lugar: “El que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4, 20). Por lo tanto, no se puede separar un amor del otro. El verdadero amor al hombre, al prójimo, por lo mismo que es amor verdadero, es, a la vez, amor a Dios. Esto puede sorprender a alguno. Ciertamente sorprende. Cuando el Señor Jesús presenta a sus oyentes la visión del juicio final, referida en el Evangelio de San Mateo, dice: “Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregriné, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme” (Mt 25, 35-36).

Entonces los que escuchan estas palabras se sorprenden, porque oímos que preguntan: “Señor, ¿cuándo te hemos hecho todo esto?”. Y la respuesta es: “En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno solo de mis hermanos más pequeños —esto es, a vuestro prójimo, a uno de los hombres—, a mí me lo hicisteis” (cf. Mt 25, 37. 40).

Esta verdad es muy importante para toda nuestra vida y para nuestro comportamiento. Es particularmente importante para quienes tratan de amar a los hombres, pero “no saben si aman a Dios”, o, desde luego, declaran no “saber” amarlo. Es fácil explicar esta dificultad, cuando se considera toda la naturaleza del hombre, toda su sicología. De algún modo al hombre le resulta más fácil amar lo que ve, que lo que no ve (cf. 1 Jn 4, 20).

Sin embargo, el hombre está llamado —y está llamado con gran firmeza, lo atestiguan las palabras del Señor Jesús— a amar a Dios, al amor que está sobre todas las cosas. Si hacemos una reflexión sobre este mandamiento, sobre el significado de las palabras escritas ya en el Antiguo Testamento y repetidas con tanta determinación por Cristo, debemos reconocer que nos dicen mucho del hombre mismo. Descubren la más profunda y, a la vez, definitiva perspectiva de su ser, de su humanidad. Si Cristo asigna al hombre como un deber este amor, a saber, el amor de Dios a quien él, el hombre, no ve, esto quiere decir que el corazón humano esconde en sí la capacidad de este amor, que el corazón humano es creado “a medida de este amor”. ¿No es acaso ésta la primera verdad sobre el hombre, es decir, que él es la imagen y semejanza de Dios mismo? ¿No habla San Agustín del corazón humano que está inquieto hasta que descansa en Dios?

Así, pues, el mandamiento del amor de Dios sobre todas las cosas descubre una escala de las posibilidades interiores del hombre. Esta no es una escala abstracta. Ha sido reafirmada y encuentra constantemente confirmación por parte de todos los hombres que toman en serio su fe, el hecho de ser cristianos. Sin embargo, no faltan los hombres que han confirmado heroicamente esta escala de las posibilidades interiores del hombre.

En nuestra época nos encontramos con una crítica, frecuentemente radical. de la religión, con una crítica de la cristiandad. Y entonces también este “mandamiento más grande” resulta víctima del análisis destructivo. Si se libra de esta crítica e incluso generalmente se aprueba el amor al hombre, se rechaza, en cambio, por varios motivos, el amor de Dios. Con frecuencia esto se hace simplemente como expresión atea de la visión del mundo.

En el contacto con esta crítica que se presenta de diversas formas, ya sea sistemáticamente, ya de manera circulante, es necesario ponderar al menos sus consecuencias en el hombre mismo. Efectivamente, si Cristo, mediante su mandamiento más grande, ha descubierto la escala plena de las posibilidades interiores del hombre, entonces debemos responder dentro de nosotros mismos a la pregunta: rechazando este mandamiento ¿acaso no empequeñecemos al hombre?

Lo que quiero desear… se expresa sobre todo en el ferviente anhelo de que el gran mandamiento del Evangelio sea el principio de la vida de cada uno de vosotros y de toda vuestra comunidad. Sin embargo, precisamente este mandamiento confiere el verdadero significado a vuestra vida. Vale la pena vivir y fatigarse cada día en su nombre. A su luz incluso el destino más gravoso: el sufrimiento, la invalidez, la misma muerte adquieren un valor. Cómo nos hablan de esto de manera espléndida las palabras del Salmo en la liturgia de hoy: “Yo te amo. Señor, tú eres mi fortaleza, Señor, mi roca, mi alcázar, m libertador; Dios mío, peña mía, refugio mío…” (Sal 17). Deseo, pues, que en cada uno de vosotros y en todos se realicen las palabras de Cristo: “Sí alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y en él haremos morada (Jn 14, 23).

lunes, 22 de octubre de 2018

DOMINGO XXX – B (28 de octubre de 2018)


DOMINGO XXX – B (28 de octubre de 2018)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 10,46-52:

10:46 Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo —Bartimeo, un mendigo ciego— estaba sentado junto al camino.
10:47 Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!"
10:48 Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten piedad de mí!"
10:49 Jesús se detuvo y dijo: "Llámenlo". Entonces llamaron al ciego y le dijeron: "¡Ánimo, levántate! Él te llama".
10:50 Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él.
10:51 Jesús le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?". Él le respondió: "Maestro, que yo pueda ver".
10:52 Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

Las preguntas que nos formulamos en este año para comprender las enseñanzas de Jesús es: ¿Qué debo hacer para heredar la Vida eterna?" (Mc 10,17). Los discípulos dijeron: ¿Quién podrá salvarse?" Jesús les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible" (Mc 10,26-27). Si todo es posible para Dios, es posible que un ciego deje de ser ciego por el poder de Dios. Jesús dice al ciego: "¿Qué quieres que haga por ti?”. Él le respondió: "Maestro, que yo pueda ver". Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino” (Mc 10,51-52). Como se ve, para el tema de salvación es importante tener en cuenta el tema de la fe.

Jesús preguntó al ciego: "¿Qué quieres que haga por ti?". Él le respondió: "Maestro, que yo pueda ver". Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino” (Mc 10,51-52). Este episodio se contrasta con lo que Jesús decía: “Si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al infierno donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.” (Mc 9,37). Si el tema de fondo es la salvación, nos preguntamos ¿Sera el ojo para mi motivo salvación o condenación? Es ilógico pensar que todos los que tienen ojos irán al cielo y todos los ciegos al infierno o viceversa. Todo depende que conducta damos al cuerpo con sus cinco sentidos.

Jesús se enteró de que habían echado de la sinagoga al ciego que lo había dado vista y, al encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo del hombre?" Él respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?" Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está hablando". Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se postró ante él. Después Jesús agregó: "He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven". Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?" Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su pecado permanece" (Mc 9,35-41). Porque ven según las conveniencias particulares y no ven lo que es. Por eso dice Jesús: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida" (Jn 8,12).

El evangelista San Lucas acuña el inicio del ministerio público de Jesús de este modo: “Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías (61) y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír" (Lc 4,16-21).

En el posterior relato Lucas trae a colación las primeras reacciones de la gente de unos a favor otro en contra de Jesús: “Ellos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y otros decían: ¿No es este el hijo de José? Pero él les respondió: "Sin duda ustedes me citarán el refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"…y agregó: Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra”. (Lc 4,22-24). El evangelio de Juan trae otras escenas como por ejemplo: “Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: Yo soy el pan bajado del cielo. Y decían: ¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: Yo he bajado del cielo? (Jn 6,41).

Los discípulos de Juan el Bautista preguntaron a Jesús: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? En esa ocasión, Jesús curó a mucha gente de sus enfermedades, de sus dolencias y de los malos espíritus, y devolvió la vista a muchos ciegos. Entonces respondió a los enviados: "Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!" (Lc 7,20-23).

En otra ocasión Jesús aclaro a sus discípulos y les dijo: “Les hablo por medio de parábolas porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure” (Mt 13,13-15). Es más, Jesús les dijo: “Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron” (Mt 13,16-17). El evangelista Marcos agrega y dice: “Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?". Ellos le respondieron: Doce. Y aun ¿no entiendes? (Mc 8,18-19).

Jesús es más enfático en decir: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida" (Jn 8,12). Y ante el ciego de nacimiento dijo: “Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo. Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: Ve a lavarte a la piscina de Siloé, que significa Enviado. El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía” (Jn 9,5-7).

Así, pues conviene preguntarnos ¿Quién es el ciego de nuestros tiempos si Bartimeo dejó de ser ciego?

Bartimeo, un mendigo y además ciego. Dos desgracias juntas: “La de mendigo”, es decir, que vivía en la pobreza mendigando un pedazo de pan para comer y subsistir cada día, para el colmo “ciego”. Está sentado junto al camino por donde pasaría cantidad de gente a la que él no podía ver ni reconocer; sin embargo, se da cuenta de que el que ahora pasa es Jesús. No lo ve, pero quiere verlo. Se resigna a pedir limosna, pero no se resigna a seguir viviendo ciego. ¿Imaginemos cuanta gente vive sentada en el camino esperando no solo una limosna sino que alguien le haga ver? ¡Cuantos que creemos tener buena vista, no logramos ver a nadie, y menos a Jesús que pasa a nuestro lado y lo dejamos pasar, tal vez porque nadie nos despierta esa curiosidad de conocerle algún día! No nos resignamos a vivir de limosna y somos capaces de resignarnos a vivir ciegos espiritualmente.

Bartimeo decidió valerse por sí y gritó. Nada de cortesías, grita. Hasta molesta a los que acompañaban a Jesús que lo mandan callar, pero él grita más fuerte. Varias imágenes llenas de sentido para iluminar también nuestras vidas. En primer lugar, no basta decir que yo no veo a Dios. Hasta dónde tenemos esas ganas profundas del corazón que quiere ver y oramos no en voz baja para que no se entere nadie, sino a gritos. ¿Alguna vez has rezado dejando que tu corazón grite? No le pide a Jesús que lo saque de su pobreza y mendicidad, le pide que le haga ver. Además, la fineza de Jesús. Mientras los demás le mandan callar, que siempre es lo más fácil, mandar callar a quienes reclaman sus derechos, Jesús mismo lo manda llamar. Jesús es tan delicado que ni siquiera le dice yo te voy devolver la visión, le dice “tu fe ha curado”. ¿Qué le pedimos nosotros a Dios? ¿Que nos dé cosas o nos haga verle a Él y ver a los demás? ¿Somos de los que mandamos callar a los que gritan sus necesidades o más bien nos acercamos a ellos? Como ven, muchas preguntas que esperan nuestras respuestas.

En resumen, ya en el A.T. se habla del valor trascendente de la vista: "Replicó la serpiente a la mujer: De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman del árbol prohibido, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal.  Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, (Rm5, 12) que igualmente comió. Entonces se les abrieron a los dos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores” (Gn 3,4-7).

En el N. T. Jesús da el sentido real al mensaje de la ceguera: "Jesús dijo al hombre que ha sido curado de su ceguera: "He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven". Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?" Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su pecado permanece en Uds." (Jn 9,39-41).

Muchos como Bartimeo pueden hoy dejar de ser ciegos, pero seguirán siendo ciegos  a falta de esa fe como la de Bartimeo. “Señor auméntanos la fe” (Lc 17,5). Porque tú eres nuestra luz (Jn 6,12).

lunes, 15 de octubre de 2018

DOMINGO XXIX – B (21 de Octubre de 2018)


DOMINGO XXIX – B (21 de Octubre de 2018)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 10,35-45:

10:35 Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: "Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir".
10:36 Él les respondió: "¿Qué quieren que haga por ustedes?"
10:37 Ellos le dijeron: "Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria".
10:38 Jesús les dijo: "No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?"
10:39 "Podemos", le respondieron. Entonces Jesús agregó: "Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo.
10:40 En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados".
10:41 Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos.
10:42 Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad.
10:43 Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes;
10:44 y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos.
10:45 Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) hermanos(as) en el Señor paz y Bien.

"Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria" (Mc 10,37). Esta inquietud se complementa con la inquietud del joven rico del domingo anterior: “¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?” (Mc 10,17). Jesús le recuerda los mandamientos (Ex 20,2-8) y le advierte que le falta algo más: “Da todo lo que tienes a los pobres, luego sígueme” (Mc 10,21). Hoy, agrega al seguimiento: “El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Así como el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud" (Mc 10,43-45).

"Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria" (Mc 10,37). Estar en el cielo, que debe ser ilusión de todos, no es cuestión de meras ilusiones, sino efecto de una opción concreta. Jesús tampoco rechaza las aspiraciones de los discípulos, Él no desea discípulos conformistas, sin iniciativa y sin proyección, por eso admite que se llegue a ser “grande” y “el primero” (Mc 10,43-44). El problema no está en el “qué hacer” sino en el “para qué hacer” (en función de qué) y el “cómo seguir el camino correcto”.

Los hijos de Zebedeo le dijeron: "Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria" (Mc 10,37). Jesús respondió que “no saben los que piden”.  Cuestiona la actitud egocéntrica: cuando el interés por el éxito terreno, el prestigio y la honra personal es la aspiración fundamental. El individualismo vanidoso y egocéntrico, que lleva a una persona a querer sobreponerse sobre los demás, es la fuente de la mayor parte de los conflictos de la convivencia, como bien lo ilustra la división –en la indignación de unos contra otros- que brota inmediatamente en la comunidad de los Doce (Mc 10,41). Jesús responde, no con una teoría, sino sobre el fundamento de su propia vida: Él es el criterio último del actuar del discípulo. Las aspiraciones espontáneas de los discípulos (Mc 10,35-37) y los modelos de comportamiento de la sociedad (Mc 10,42) se confrontan con la instrucción de Jesús que indica cómo es que se le sigue (Mc 10,38-40 y 43-45).

Jesús enseña, a partir del ejemplo de su propia vida. Su autoridad no es la imposición sino la atracción del ejemplo: “El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud" (Mc 10,45). Es decir, reorienta la mirada del discípulo hacia la radicalidad de la pasión, momento cumbre de su ministerio y de su revelación. Así aprende que la comunión con Jesús o es total o simplemente no existe. Si es total, entonces incluye el camino de la cruz, de la cual se derivan los principios que determinan su comportamiento (Mc 10,38 -39). Jesús revela que si bien, desde el punto de vista externo experimentó la cruz como la agresión del poder religioso y político que intentaron anularlo, desde el punto de vista interno la vivió activamente como un servicio a la vida (Mc 10,45 .33-34).

La palabra clave “servir” (Mc 10,45), que el camino del prestigio y de la grandeza está en el constituirse “servidor”  y  “esclavo” (Mc 10, 43-44). El puesto más alto es el más bajo, sólo se es primero si se ocupa el puesto de los últimos. El discípulo es el que hace de las necesidades de los demás el centro de sus preocupaciones, el centro no es él mismo sino los otros. De este modo, Jesús diseña el perfil del discípulo con los matices que tienen los términos. El “servicio” es el de la mesa, lo cual indica todo lo que contribuye a la formación de la comunidad (Mc 10,43). El “ser esclavo” es una manera de  enfatizar que el servicio es “gratuito”, no espera contraprestación, se hace porque hay un sentido de pertenencia profundo (Mc 10,44).

“Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos” (Mc 10,43-44). Como es de ver, Jesús visualiza también la comunidad a señalar los destinatarios del servicio no sólo son los de dentro, sino también los de fuera. En el servicio cristiano no hay fronteras (el “de todos” del (Mc 10,44), que le hace eco al “muchos” (Mc 10,45). Pero también es verdad que el amor a los cercanos no puede ser sustituido por el servicio a los lejanos tentación del ser “luz en la calle” y “tiniebla en la casa” (Mt 23,3).

Jesús y los que le siguen estrechamente van  proféticamente en contra de los intereses económicos y políticos de toda sociedad cuya ética del poder excluye, margina, mata o niega la persona. En el oído de uno queda resonando la frase: “Entre Ustedes no será así” (Mc 10,43). La respuesta de Jesús al joven rico: “Que difícil será que un rico entre en el Reino de los cielos (Mc 10, 24) que leímos el domingo anterior, el pasaje de hoy pone de relieve el mismo sentido pero con otra connotación: “Qué difícil será que uno que piensa egoístamente entre en el Reino de los Cielos”. Que la única fórmula de llegar al cielo es el camino del amor y en el amor no hay lugar para el egoísmo, como el solo pensar en sí, sino en el servicio con amor a los demás. Con mucha razón ya nos dijo: “Les doy un mandamiento nuevo. Ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos. En el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35).

“En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda (salvación), no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados" (Mc 10,40). Que, bien se puede complementar con la idea: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,24-27). Es decir, la salvación (sentarse a ala derecha o izquierda del Hijo del Hombre) no es de buenos deseos sino hay que merecerlo, sabe4r ganarse por el servicio: “Al que me confiese abiertamente ante los hombres, yo lo confesaré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre de aquel me reniegue de mí ante los hombres” (Mc 10,32-33).

lunes, 8 de octubre de 2018

DOMINGO XXVIII – B (14 de Octubre de 2018)


DOMINGO XXVIII – B (14 de Octubre de 2018)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 10, 17-30:

10:17 Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?"
10:18 Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.
10:19 Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre.
10:20 El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud".
10:21 Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme".
10:22 El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
10:23 Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!"
10:24 Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: "Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios!
10:25 Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios".
10:26 Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?"
10:27 Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible".
10:28 Pedro le dijo: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido".
10:29 Jesús respondió: "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia,
10:30 desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

El evangelio de hoy nos sitúa en tres escenas: La inquietud del joven rico (Mc 10,17-21); O por Dios o por la riqueza del mundo (Mc 10,22-27); la recompensa de los que siguen a Jesús (Mc 10,28-30).

La inquietud del joven rico: Maestro bueno, ¿Qué debo hacer para heredar la Vida eterna?  (Mc 10,17-22). Esta inquietud tiene que ser inquietud de todos: La vida eterna que es equivalente a la salvación. ¿Por qué tiene también interesarnos la salvación? Porque la otra opción es la muerte eterna o condenación.  Dijo Jesús: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará” (Mc 16,15-16). Salvación es equivalente al cielo y condenación al infierno.

La respuesta de Jesús es muy clara, se remite al AT: Honra a tu padre, no robes, no mientas, no codicies, no desees la mujer de tu prójimo, no cometas actos impuros (Ex 20,12-17). Recordemos aquel episodio en que dijo Jesús: “No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mt 5,17). Pues, Jesús en su respuesta al rico no hace sino reafirmar los mandamientos.

El Joven rico reaccionó y dijo: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud" (Mt 10,20). Hasta aquí, denota dos cosas: El deseo de informarse sobre la vida eterna y los mandamientos “cosa ya superada para el rico”. Pero, no bastan los buenos deseos si luego no hay valentía y decisión para hacerlos realidad. No basta soñar si luego la realidad de la vida mata nuestros sueños. Como tampoco basta ser un buen cumplidor de la ley o los mandamientos, si no vivimos el ideal de Jesús, el Ideal del Evangelio y del Reino, siempre estaremos faltos de algo más.

El joven que llega corriendo a Jesús lo tiene “todo” y que, sin embargo, siente un vacío en su corazón y busca algo más pero esa búsqueda está motivado por el ego y no por la fe. Por eso, cuando Jesús le pide que vacíe su corazón de lo que tiene y lo llene con la Novedad del Evangelio prefiere quedarse con lo que no llena y seguir vacío. Desde luego es triste ver a un joven correr por la vida tan lleno de ilusiones y luego verlo echarse atrás triste y apesadumbrado.

La riqueza de por si no es mala ni buena, depende cómo se use. Lo malo es cuando las riquezas se nos pegan y nos invade el corazón. ¿Qué ofrecemos a nuestros jóvenes que andan inquietos por llenar el vacío del corazón? Ofrecemos algo que dé sentido a sus vidas o, somos nosotros mismos los que matamos las ilusiones que brotan en sus mentes y en sus corazones.

En realidad, tenemos miedo a confrontarlos con los retos y desafíos de la vida (Lc 5,4) y preferimos mantenerlos arropados en un pasado que no les dice nada. ¿No será que nosotros mismos preferimos la religión de la ley a la religión del Evangelio? ¿No será que también nosotros preferimos llenar el corazón de cosas más que de Dios? Tengamos fe en los jóvenes que, aunque nosotros no tengamos valor, son capaces de abrirse a lo grande y bello de la vida.

El joven del evangelio lo tenía todo, pero no era feliz, su corazón seguía buscando algo más. Las cosas son necesarias, las riquezas son necesarias, pero no pueden llenar el corazón. El corazón es más grande que todas las riquezas. Las riquezas no son malas, reitero. Al contrario, creo que lo malo es la pobreza. Por tanto, el problema no puede estar en las riquezas, sino en el apego del corazón a las mismas. Es decir, el problema está en nuestra actitud frente a las riquezas: “Solo te falta una cosa; vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y sígueme” (Mc 10,21).

O por Dios o por la riqueza del mundo: “El rico, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes” (Mc 10,22-27). Recordemos aquellas citas que refuerzan la idea que plantea Jesús al rico: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt 6,19-21). Cuando vemos que el joven rico se fue triste, comprobamos que su corazón está apegado a su tesoro que es la riqueza que solo vale para este mundo. El rico esta entre la espada y la pared, tiene que tomar la decisión de si opta por la propuesta de Jesús o por quedarse con su riqueza. Ya Jesus en otro episodio dice: “Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24).

Cuando hablamos o pensamos seguir a Jesús, de vivir a fondo nuestra fe, pensamos en lo que tenemos que dejar, en lo que tenemos que renunciar. Y ese no es el verdadero problema del seguimiento de Jesús. Seguirle a Él no es dejar, sino encontrar. Encontrar algo mejor. Seguirle a Él no es renunciar, sino descubrir. Descubrir que Jesús es el valor supremo ante el cual el resto de valores queda relativizado. De ahí que el camino de la fe, tiene que comenzar por descubrir la belleza del Evangelio, la belleza del Reino, la belleza de Dios. Cuando esta belleza invade el corazón todo el resto queda relativizado. Pablo lo dice de sí mismo: “A causa del Señor, nada tiene valor para mí en este mundo, todo lo considero basura comparado con la riqueza de mi Señor Jesús” (Flp 3,8).

Andrés dijo Simón: "Hemos encontrado al Mesías, que traducido significa Cristo” (Jn 1,41). Del encuentro con Jesús nace el anuncio de la buena Noticia. Luego, es necesario presentar a Jesús, hacer que se descubra a Jesús. Solo entonces, cuando Jesús sea nuestro verdadero valor, la moral nos resultará lo más normal de la vida. La pedagogía de la fe no ha de comenzar por “prohibir” que es lo que solemos hacer, sino por presentar la figura y el ideal de Jesús. El joven rico quería algo más, pero aún no había descubierto a Jesús ni al Evangelio. No entendió aun lo del pasaje: “El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo” (Mt 13,44).

Efecto de los que optan por Dios: Pedro le dijo: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús respondió: Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno… Y en la otra vida recibirá la Vida eterna” (Mc 10,28-30). El Señor promete el cielo a quien opte por Dios. Y recordemos que estas, no son meras promesas, sino realidades, así lo dice: ”El cielo y la tierra pasaran, mis palabras no pasaran” (Mt 24,35). El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,27). Es claro que el optar por seguir a Jesús es el camino correcto porque entonces optamos por el cielo, pero si como el joven rico del evangelio optamos por nuestra riqueza material que solo vale para este mundo, entonces hemos optado por lo opuesto al cielo que es el infierno y lamentablemente no hay más opciones o caminos que seguir.

lunes, 1 de octubre de 2018

DOMINGO XXVII - B (07 de octubre del 2018)


DOMINGO XXVII - B (07 de octubre del 2018)

Proclamamos el Evangelio según San Marcos 10, 2-12:

10:2 Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: "¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?"
10:3 El les respondió: "¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?"
10:4 Ellos dijeron: "Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella".
10:5 Entonces Jesús les respondió: "Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes.
10:6 Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer.
10:7 Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer,
10:8 y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne.
10:9 Que el hombre no separe lo que Dios ha unido".
10:10 Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto.
10:11 Él les dijo: "El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella;
10:12 y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

El creyente previo al matrimonio, recibe los sacramentos de iniciación cristiana (Bautismo, comunión y confirmación). ¿Por qué y para que los sacramentos? Dos citas nos pueden dar pautas del sentido de los sacramentos: “Yo soy Dios, el que los ha liberado de los egipcios, para ser su Dios. Sean, pues, santos porque yo soy santo” (Lv 11,45); Hoy tomo por testigos contra ustedes al cielo y a la tierra: yo he puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes, con tal que ames al Señor, tu Dios, escuches su voz y uniéndote a Él” (Dt 30,19-20).Así pues, los sacramentos nos santifican y nos une a Dios.

El sacramento del matrimonio es medio de santificación para los cónyuges y permiten amándose mutuamente y desde la familia asegurar la santificación por ende la salvación cuando Jesús hoy nos dice: “Ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre" (Mc 10,8-9).

El nuevo catecismo nos dice que: “Dios ha creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,2), que es Amor (1 Jn 4,8.16). Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador (Gn 1,31). Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de la creación. Dios los bendijo diciendo: "Sean fecundos y multiplíquense, y llenen la tierra y sométanla" (Gn 1,28). NC 1604. 

Lo que hace uno a los cónyuges es el amor y con razón Jesús insiste mucho en el amor, traemos a colación por ejemplo la cita: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como loe he amado” (Jn 13,34). “Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,10).

La Sagrada escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: "No es bueno que el hombre esté solo" (Gn 2, 18). La mujer, "carne de su carne" (Gn 2, 23), su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como una "auxilio" (Gn 2, 18), representando así a Dios que es nuestro "auxilio" (Sal 121,2). "Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne" (Gn 2,18-25). Que esto significa una unión indefectible de sus dos vidas, el Señor mismo lo muestra recordando cuál fue "en el principio", el plan del Creador (Mt 19, 4): "De manera que ya no son dos sino una sola carne" (Mt 19,6). NC 1605.

El matrimonio es una sabia institución del Creador para realizar su designio de amor en la humanidad. Por medio de él, los esposos se perfeccionan y crecen mutuamente y colaboran con Dios en la procreación de nuevas vidas. El matrimonio para los bautizados es un sacramento que va unido al amor de Cristo su Iglesia, lo que lo rige es el modelo del amor que Jesucristo le tiene a su Iglesia. Sólo hay verdadero matrimonio entre bautizados cuando se contrae el sacramento. El matrimonio se define como la alianza por la cual, - el hombre y la mujer - se unen libremente para toda la vida con el fin de ayudarse mutuamente, procrear y educar a los hijos. Esta unión - basada en el amor – que implica un consentimiento interior y exterior, estando bendecida por Dios, al ser sacramental hace que el vínculo conyugal sea para toda la vida. Nadie puede romper este vínculo. (CIC can. 1055).

En lo que se refiere a su esencia, los teólogos hacen distinción entre el casarse y el estar casado. El casarse es el contrato matrimonial y el estar casado es el vínculo matrimonial indisoluble. El matrimonio posee todos los elementos de un contrato. Los contrayentes que son el hombre y la mujer. El objeto que es la donación recíproca de los cuerpos para llevar una vida marital. El consentimiento que ambos contrayentes expresan. Unos fines que son la ayuda mutua, la procreación y educación de los hijos soy los dones y propiedades del matrimonio.

Cristo lo elevó a la dignidad de sacramento esta institución natural deseada por el Creador. No se conoce el momento preciso en que lo eleva a la dignidad de sacramento, pero se refería a él en su predicación. Jesucristo explica a sus discípulos el origen divino del matrimonio. “No han leído, como Él que creó al hombre al principio, lo hizo varón y mujer? Y dijo: por ello dejará a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne”. (Mt. 19, 4-5). Cristo en el inicio de su vida pública realiza su primer milagro – a petición de su Madre – en las Bodas de Caná. (Jn. 2, 1-11). Esta presencia de Él en un matrimonio es muy significativa para la Iglesia, pues significa el signo de que - desde ese momento - la presencia de Cristo será eficaz en el matrimonio. Durante su predicación enseñó el sentido original de esta institución. “Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”. (Mt. 19, 6). Para un cristiano la unión entre el matrimonio – como institución natural – y el sacramento es total. Por lo tanto, las leyes que rigen al matrimonio no pueden ser cambiadas arbitrariamente por los hombres.
Las propiedades del matrimonio son el amor y la ayuda mutua, la procreación de los hijos y la educación de estos. (CIC 1055).

El hombre y la mujer se atraen mutuamente, buscando complementarse. Cada uno necesita del otro para llegar al desarrollo pleno - como personas - expresando y viviendo profunda y totalmente su necesidad de amar, de entrega total. Esta necesidad lo lleva a unirse en matrimonio, y así construir una nueva comunidad de fecunda de amor, que implica el compromiso de ayudar al otro en su crecimiento y a alcanzar la salvación. Esta ayuda mutua se debe hacer aportando lo que cada uno tiene y apoyándose el uno al otro. Esto significa que no se debe de imponer el criterio o la manera de ser al otro, que no surjan conflictos por no tener los mismos objetivos en un momento dado. Cada uno se debe aceptar al otro como es y cumplir con las responsabilidades propias de cada quien. El amor que lleva a un hombre y a una mujer a casarse es un reflejo del amor de Dios y debe de ser fecundo (GS n. 50)

Si hablamos del matrimonio como institución natural, nos damos cuenta que el hombre o la mujer son seres sexuados, lo que implica una atracción a unirse en cuerpo y alma. A esta unión la llamamos “acto conyugal” (Gn 2,24). Este acto es el que hace posible la continuación de la especie humana. Entonces, podemos deducir que el hombre y la mujer están llamados a dar vida a nuevos seres humanos, que deben desarrollarse en el seno de una familia que tiene su origen en el matrimonio. Esto es algo que la pareja debe aceptar desde el momento que decidieron casarse. Cuando uno escoge un trabajo – sin ser obligado a ello - tiene el compromiso de cumplir con él. Lo mismo pasa en el matrimonio, cuando la pareja – libremente – elige casarse, se compromete a cumplir con todas las obligaciones que este conlleva. No solamente se cumple teniendo hijos, sino que hay que educarlos con responsabilidad.

Es derecho –únicamente - de los esposos decidir el número de hijos que van a procrear. No se puede olvidar que la paternidad y la maternidad es un don de Dios conferido para colaborar con Él en la obra creadora y redentora. Por ello, antes de tomar la decisión sobre el número de hijos a tener, hay que ponerse en presencia de Dios –haciendo oración – con una actitud de disponibilidad y con toda honestidad tomar la decisión de cuántos tener y cómo educarlos. La procreación es un don supremo de la vida de una persona, cerrarse a ella implica cerrarse al amor, a un bien. Cada hijo es una bendición, por lo tanto se deben de aceptar con amor.

Podemos decir que el matrimonio es verdadero sacramento porque en él se encuentran los elementos necesarios. Es decir, el signo sensible, que en este caso es el contrato, la gracia santificante y sacramental, por último que fue instituido por Cristo. La Iglesia es la única que puede juzgar y determinar sobre todo lo referente al matrimonio. Esto se debe a que es justamente un sacramento de lo que estamos hablando. La autoridad civil sólo puede actuar en los aspectos meramente civiles del matrimonio (Nos. 1059 y 1672).

El sacramento del matrimonio origina un vínculo para toda la vida. Al dar el consentimiento – libremente – los esposos se dan y se reciben mutuamente y esto queda sellado por Dios. (Cfr. Mc. 10, 9). Por lo tanto, al ser el mismo Dios quien establece este vínculo – el matrimonio celebrado y consumado - no puede ser disuelto jamás. La Iglesia no puede ir en contra de la sabiduría divina. (Cfr. Catec. nos. 1114; 1640)

Este sacramento aumenta la gracia santificante. Mejor dicho, el matrimonio es el camino de santificación. Se recibe la gracia sacramental propia que permite a los esposos perfeccionar su amor y fortalecer su unidad indisoluble. Está gracia – fuente de Cristo – ayuda a vivir los fines del matrimonio, da la capacidad para que exista un amor sobrenatural y fecundo. Después de varios años de casados, la vida en común puede que se haga más difícil, hay que recurrir a esta gracia para recobrar fuerzas y salir adelante (NC. 1641).

El apóstol Pablo habla sobre el matrimonio y da a entender diciendo: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla" (Ef 5,25-26), y añadiendo enseguida: «"Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne". Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5,31-32). Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. Ya el Bautismo, entrada en el Pueblo de Dios, es un misterio nupcial. Es, por así decirlo, como el baño de bodas (Ef 5,26-27) que precede al banquete de bodas, la Eucaristía. El Matrimonio cristiano viene a ser por su parte signo eficaz, sacramento de la alianza de Cristo y de la Iglesia. Puesto que es signo y comunicación de la gracia, el matrimonio entre bautizados es un verdadero sacramento de la Nueva Alianza.

La virginidad por el Reino de Dios es una connotación particular del matrimonio. Cristo es el centro de toda vida cristiana. El vínculo con Él ocupa el primer lugar entre todos los demás vínculos, familiares o sociales (Mc 10,28-31). Desde los comienzos de la Iglesia ha habido hombres y mujeres que han renunciado al gran bien del matrimonio para seguir al Cordero dondequiera que vaya (Ap 14,4), para ocuparse de las cosas del Señor, para tratar de agradarle (1 Co 7,32), para ir al encuentro del Esposo que viene (Mt 25,6). Cristo mismo invitó a algunos a seguirle en este modo de vida del que Él es el modelo: “Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda” (Mt 19,12). La virginidad por el Reino de los cielos es un desarrollo de la gracia bautismal, un signo poderoso de la preeminencia del vínculo con Cristo, de la ardiente espera de su retorno, un signo que recuerda también que el matrimonio es una realidad que manifiesta el carácter pasajero de este mundo (Mc 12,25)

lunes, 24 de septiembre de 2018

DOMINGO XXVI - B (30 de setiembre del 2018)

DOMINGO XXVI - B (30 de setiembre del 2018)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 9,38-43.45.47-48:

9:38 Juan le dijo: "Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros".
9:39 Pero Jesús les dijo: "No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí.
9:40 Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.
9:41 Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo.
9:42 Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar.
9:43 Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible.
9:45 Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena.
9:47 Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al infierno,
9:48 donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) hermanos(as) en el Señor paz y bien:

Uno corrió hacia Jesús y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna? (Mc 10,17). Esta pregunta tiene que también interesarnos mucho  porque, de lo contrario no nos queda si no lo otro, la condenación eterna.

Si nos interesa la salvación, Dios nos salva como Él quiere y no como nosotros quisiéramos, las reglas de salvación las pone Dios. Jesús nos dio cuatros consejos para obtener la salvación: Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mc  8,34). "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos" (Mc 9,35).

Los cuatro consejos para nuestra salvación: Negarse si mismo, cargar con su cruz, ser el último, y servidor de todos; hoy senos complemente con un consejo importante. Tener cuidado con el pecado: “Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar” (Mc 9,42). Inclusos nos dice: “… si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al infierno, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga” (Mc 9,47-48).

El Señor permite misericordiosamente que por nuestro ego o capricho convivamos entre el bien y el mal, pero no siempre será así, pues dijo: “Dejen que crezcan juntos el trigo y cizaña hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt 13,30); “Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal,  y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!” (Mt 13,41-43). Es decir al final prevalecerá la justicia de Dios.

Juan le dijo: "Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y se hemos prohibido porque no es de los nuestros"(Mc 9,38). Este episodio de algún modo complementa aquello en que  Santiago y Juan le dijeron: “Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para que acabe con ellos? Pero Jesús se dio vuelta y los reprendió” (Lc 9,54-55). Y aquella escena, cuando por primera vez Jesús anunció que será entregado en manos de los hombres y que lo crucificaran. Pedro reprendió a Jesús y le dijo: "Dios no lo permita, Señor, eso no te sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: ¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tú piensas como los hombre y no como Dios" (Mt 16,21-23). Como es de ver, son escenas en las que los discípulos buscan tener autoridad sobre Jesús.

"Hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y se hemos prohibido porque no es de los nuestros"(Mc 9,38). El Señor nunca prohibió echar demonios; más bien les dijo: “Echarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,17-18).

Estas actitudes opuestas a la voluntad de Dios o un seguimiento con peros o caprichos, son precisamente vestigios del tentáculo del demonio metido en la Iglesia.  Cuando uno se cree dueño de la voluntad de Dios y de lo que Dios quiere hoy para su Iglesia. Eso es negar que el Espíritu Santo hable a todos y que todos tenemos algo que aprender y todos tenemos mucho que decir. ¡Qué difícil nos resulta a todos reconocer que otros puedan hacer lo que nosotros hacemos! Diera la impresión de que cada uno tenemos la exclusiva de Dios, la exclusiva de la santidad, la exclusiva de la salvación. A poco hemos privatizado a Dios.

Y no nos sorprendamos de esta actitud de Juan: Se lo hemos prohibido echar demonios porque no es de nuestro grupo (Mc 9,38). De una u otra manera, todos vivimos el principio de la exclusión de los demás. Nosotros somos los dueños de la patente de Jesús, o mejor dicho nosotros lo hemos descubierto antes y nos pertenece. Todos nos sentimos dueños de la verdad y nos cerramos a la verdad de los demás. En el fondo, somos unos intransigentes y queremos sentirnos los únicos. A los demás los excluimos, sencillamente, “porque no son de nuestra cultura, no son de nuestra Iglesia, no piensan como nosotros, no tienen nuestros gustos”. Es decir, “no son de los nuestros”.

En segundo lugar, el evangelio de hoy, nos presenta la imagen de los niños como modelos de nuestra propia identidad y nos dice que escandalizar a un niño es como renunciar a pertenecer al Reino de Dios: “Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar” (Mc 9,42).

Si Dios nos ofrece la posibilidad de ser santos, pensamos que eso no es para nosotros. Si Dios nos pide que nos convirtamos del pecado y seamos libres de verdad, lo vemos como un Dios enemigo de las satisfacciones humanas. Si Dios nos ofrece el don de su gracia que nos hace santos, decimos que eso es un excesivo espiritualismo, que la vida tiene que ser más realista. Los que son diferentes a nuestro grupo. Los que no son de nuestro Partido. Los que no son de nuestra clase social. Dentro de nuestro corazón, muchos de nosotros llevamos ese grito de “no es de los nuestros”. Pienso que se trata de un Evangelio que hoy tiene infinitas versiones:

Padre, “hemos visto a una mujer y a un caballero, repartiendo la comunión en la Iglesia”. Yo me he cambiado de fila para que recibir de manos del Sacerdote. Padre, “qué escándalo, hemos visto por TV a unas niñas haciendo de monaguillos. Nosotros no aceptamos eso porque no son “varones”. Padre, hemos visto a una pareja de divorciados, haciendo catequesis. Esos no son de los nuestros, tendríamos que prohibirles. Padre hemos visto a unos laicos llevando la comunión a los enfermos. Esos no son de los nuestros, no son sacerdotes, etc. No es de nuestra línea. No es de nuestra espiritualidad. No es de nuestra teología. “No es de los nuestros”. Tenemos que prohibirles.

¿Qué diría hoy Jesús de estas nuestras exclusiones? ¿No nos respondería también hoy a nosotros: “No se lo impidan. El que no está contra nosotros está a favor nuestro? (Mc 9,38). No tendríamos, más bien que decir: “Señor, hemos visto ahí a un pobre que huele que apesta y lo hemos recogido, porque también él puede ser de los nuestros. Señor, hemos visto a uno que dice que no cree en nada, y nosotros nos hemos acercado a él, y le hemos hablado de ti, porque también él, algún día puede ser de los nuestros. Señor, hemos visto a uno no es creyente, no tiene ninguna religión, pero es tipo que se desvive por la justicia en su barrio, y le hemos aplaudido. Este sí parece de los tuyos. Señor, hemos visto a uno que tuvo un malísimo matrimonio, y debió separarse y ahora está formando una linda familia, nosotros fuimos a su casa, almorzamos con él, y le hemos dado unas palabras de aliento. Señor ¿Tú qué hubieses hecho? Nosotros lo hemos considerado de los nuestros.” Jesús nos diría entonces: “El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos. Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mt 5,19-20).

Para, finalmente, terminar con una serie de imágenes un tanto escandalosas para decirnos que lo importante en la vida es nuestra salvación (Mc 9,43). Al fin y al cabo, nacemos para llegar a la plenitud en Dios. Jesús mismo se encarna para que tengamos fe y nos salvemos. Las imágenes no pueden ser tomadas literalmente, pero sí nos las propone como una provocación para hacernos sentir que todo se relativiza cuando se pone en juego nuestra salvación. Lo que Jesús nos plante es que de poco nos valen las manos, los pies, los ojos, las orejas y la misma cabeza, si los usamos mal y nos condenamos por ellos. Al fin y al cabo, si me salvo allí me darán unas manos nuevas, unos pies nuevos, unos ojos nuevos y una cabeza nueva. En el cielo no hay ni cojos, ni mancos, ni ciegos, ni descabezados. Todo el cuerpo será nuevo. Lo cual tiene que hacernos pensar si nuestras manos, nuestros pies, nuestros ojos, nuestra cabeza nos están ayudando a salvarnos. Fíjate qué haces con ellos.