miércoles, 21 de agosto de 2019

DOMINGO XXI - C (25 de agosto del 2019)


DOMINGO XXI - C (25 de agosto del 2019)

Proclamación del santo Evangelio de San Lucas 13,22 - 30:

13:22 Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.
13:23 Una persona le preguntó: "Señor, ¿Serán pocos los que se salven?" Él respondió:
13:24 "Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán.
13:25 En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos". Y él les responderá: "No sé de dónde son ustedes".
13:26 Entonces comenzarán a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas".
13:27 Pero él les dirá: "No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!"
13:28 Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera.
13:29 Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios.
13:30 Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en la fe Paz y Bien.

Preguntan a Jesús: "Señor, ¿serán pocos los que se salven?" (Lc 13,23).   Si son pocos los que se salven, entonces ¿serán muchos los que se condenen? O ¿serán muchos los que se salven y pocos los que se condenen? La respuesta del Señor es: Se salvaran todos los que saben amar, porque Dios es amor (I Jn 4,8). Por eso ya nos ha dicho: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo los he amado” (Jn 13,34). Ahora mismo nos ha dicho también: "Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán” (Lc 13,24). Y se nos agrega al decir: “Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición (condenación), y son muchos los que van por allí. Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida (salvación), y son pocos los que lo encuentran” (Mt 7,13-14). Como Dios es amor; la puerta del cielo no es tan estrecha como el corazón de los hombres; siempre que el hombre sepan vivir en el amor de Dios.

La pregunta por la cantidad de salvados se contextualiza con la pregunta: “¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna? Jesús le preguntó a su vez al doctor de a ley: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?" Él le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo. Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la salvación" (Lc 10,25-28).

Jesús puso en la parte central de su enseñanza el tema del amor cuando dijo: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo les he amado” (Jn 13,34). El amor de Dios no tiene límites, el amor de Dios no conoce de números si entendemos que el medio de salvación es el amor. Ya, al inicio, mismo Jesús explica a Nicodemo al decir: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Único, para que quien cree en él no se muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él” (Jn 3,16-17)). También, en entro contexto dice: “Yo soy la puerta: el que entre por mí estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará alimento. El ladrón sólo viene a robar, matar y destruir, mientras que yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud. Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn. 10,9-11).

Hoy en su enseñanza termina Jesús termina con una afirmación bien sencillo: "Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el reino"(Lc 13,29). Ahí tienes la universalidad de la Salvación. El odio y el desamor cierran muchas puertas por anchas que sean; en tanto que el amor, abre y ensancha las puertas más estrechas. ¿Recuerdas aquello del Apocalipsis del 144.000 salvados? Algunos tacaños como el que le hace la pregunta a Jesús se olvidan que a continuación dice: "Y vi una multitud inmensa que nadie podía contar (Ap 14,1).

Sin dudo, que en el Evangelio hay exigencias bien duras porque ahí se nos expone el precio del cielo. Tampoco dudo de que el Evangelio no esté con paños calientes, ni poniendo parchecitos a la vida. Sin embargo, el Evangelio sigue siendo lo que es "Evangelio", es decir "Buena Noticia". La mejor noticia es que "Dios quiere que todos los hombres se salven" (I Tm. 2,4). La puerta del cielo no es tan estrecha como el corazón de los hombres. Pero es tan ancha como el corazón de Dios y por el corazón de Dios podemos entrar todos, incluso si vamos en montón. Pues, a decir verdad, a mí no me quita demasiado el sueño. Por una razón muy sencilla, Jesús no es de los que juegan a los números.

No dice si serán pocos o serán muchos los que se salven, y ni siquiera me asusta su respuesta de que hay que entrar "por la puerta estrecha". Claro que la puerta del mal dicen que es mucho más ancha y que por ella entran hasta los gorditos. Con ello no digo que todos los gorditos se van al infierno y los flaquitos al cielo… no no. Al respecto dice San Pablo: “Piensen que el Reino de Dios no es cuestión de comida o bebida, sino de justicia, de paz y alegría en el Espíritu Santo” (Rm 14,17).

Lo que nosotros vemos como estrecho, para Dios es bien ancho. Evidente que no todos querrán entrar por esa puerta, pero ¿saben ustedes cuál es la puerta de la que habla Jesús? Pues el mismo lo dijo: "Yo soy la puerta y el que entra por mí..." Nadie me dirá que Jesús es tan estrecho como nosotros. La puerta de la salvación es Jesús y Jesús fue capaz de amar y entregarse por todos. ¿Quién es capaz de dar la vida por mí, tendrá un corazón tan estrecho que solo entren los delgados? Además, la puerta de la salvación es el amor y el amor es tan ancho que cabemos todos.

Eso sí, para salvarse no es suficiente comer ni beber con Jesús, ni enseñar en las plazas (Lc 13,26). Jesús solo reconoce a los que aman y a los que se aman, a los que aman como Él nos amó (Jn 13,34). Personalmente, me encanta la frase de Pablo en la Carta a los Romanos cuando él mismo se pregunta quién será el juez que le juzgue. Y él mismo se responde: "Aquel que murió por mí." ¿Ustedes tendrían miedo al juicio de quien es capaz de amarles hasta morir por ustedes? Me gusta la frase de Jesús: "Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Señor y se sentarán a la mesa en el reino de Dios (Lc 13,19). Así que, amigos, no tengan miedo, pero eso sí hay que entrar por el cristianismo del amor. ¿Recuerdan a San Pablo cuando se refiere al amor? “Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si me falta el amor sería como bronce que resuena o campana que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y descubriera todos los misterios, -el saber más elevado-, aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si me falta el amor nada soy. Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi cuerpo, pero para recibir alabanzas y sin tener el amor, de nada me sirve. El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad” (I Cor 13,1-6).

La pregunta que le hace este personaje a Jesús es pregunta de corte egoísta y pesimista: "Señor, ¿serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). El generoso, el entusiasta preguntaría de otra manera: "Señor, ¿serán muchos los que se salven verdad?" La pregunta misma indica que este tipo conoce bien poco el corazón de Dios y conoce bien poco el corazón de Jesús, siempre dispuesto a dar su vida por la salvación de todos (Jn 10,11). Además, a Dios no le van como ya dijimos las matemáticas. En todo caso, le encanta más sumar y multiplicar que restar y dividir. Yo creo y me gusta Dios precisamente por eso porque a mí tampoco me gustaban las matemáticas, prefería la literatura pero una literatura que nace de experiencia de vida. Yo sigo prefiriendo un amor sin matemáticas, a lo más prefiero un amor que suma y multiplica. 

Personalmente soy de los que cree que son muchísimos los que se salvan, incluso aquellos que nosotros condenamos tan fácilmente. Yo estoy seguro que Dios salva a lo que nosotros condenamos y que cuando lleguemos junto a Él, y los encontremos por allí, nos vamos a llevar una gran sorpresa. ¿Este aquí? Es que Dios es amor (I Jn 4,8) y el amor no condena. Dios es amor y conoce de sobra las debilidades humanas. El amor suple nuestras debilidades. Por eso me encanta la respuesta que Jesús da a los maestros de la ley por la mujer adúltera: “Quien esté sin pecados que tire la primera piedra… Jesús dice a la adultera yo tampoco te condeno, ve y no vuelvas a pecar más” (Jn 8,7-11).

Me gusta gente de mentalidad positiva. Me encantan los que todo lo ven desde el amor como Juan en su Primera carta, en el que todo habla sobre el amor. Me encantan aquellos que son ciegos a lo malo y saben descubrir lo bueno que hay, incluso en los peor del mundo.

Termino con las palabras del Señor que responde a otra pregunta: “Entonces se adelantó un maestro de la Ley y le preguntó: ¿Qué mandamiento es el primero de todos? Jesús le contestó: El primer mandamiento es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es un único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas. Y después viene este otro: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante que éstos (Mc 12,28-31). Por tanto la respuesta a la pregunta: “¿Pocos se salvaran?” (Lc13,23) Jesús responde que se salvará quien sabe amar de verdad. “Si uno dice yo amo a Dios» y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Pues este es el mandamiento que recibimos de él: el que ama a Dios, ame también a su hermano” (I Jn 4,20-21).

lunes, 12 de agosto de 2019

DOMINGO XX – C (18 De agosto de 2019)


DOMINGO XX – C (18 De agosto de 2019)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 12,49-53

12:49 Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!
12:50 Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!
12:51 ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división.
12:52 De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres
12:53 el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Dijo Jesús:” Salí del Padre, vine al mundo, ahora dejo el mundo y vuelvo al padre” (Jn 16,28).  "He venido a este mundo para un juicio. Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven” (Jn 9,39).  “Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo” (Jn 12,47). El gran problema es con los que no se dejan salvar. Por eso, hoy nos dice: ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división” (Jn 12,51). El Hijo del Hombre vino al mundo a poner límites entre el cielo y el infierno. Vino a delimitar entre la misericordia y la justicia de Dios.

El domingo pasada, Jesús en la parte final del Evangelio decía: “Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le haya confiado, tanto más se le pedirá cuentas” (Lc 12,48). Lo mínimo que se nos exige es la coherencia entre lo que decimos creer y hacer, eso se manifiesta en los frutos o las obras (Mt 7,20). Muchos dicen creer en Dios, pero sus actos reflejan otra cosa. En este contexto el mensaje del evangelio de hoy nos advierte esta incoherencia entre el decir y hacer.

Ya, al inicio, el profeta Simeón, después de bendecirlos, había dicho a María, la madre: "Este niño será causa de caída y tropiezo para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos en Israel" (Lc 2,34-35). Hoy reafirma Jesús al decirnos: “¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres” (Lc 12,51-52).

¿Qué es lo más precioso que Dios nos ha dado a la humanidad? Sin duda tiene que ser su amor, el don precioso que Dios nos concede es el amor. Ahora el Señor comienza: "He venido a prender fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!” (Lc 12, 49). ¿Por qué Jesús usa el símbolo del fuego para su enseñanza de hoy? Porque el fuego purifica y es energía que da calor y vida y que sabiduría de Jesús para saber usar como causa el fuego que arde en el corazón de todo creyente y su efecto como el amor que nos une a Dios. Y dice Jesús he venido  encender esta llama del amor en el corazón del hombre.

En el creyente la palabra de Dios tiene que ser como ese fuego que purifica al crisol el oro que separa de la escoria, y por el fuego se sabe que porción de oro se tiene y     que porción de escoria se tiene (I Pe 1,7). Al respecto el profeta dice: “Me has seducido, Señor, y me dejé seducir por ti. Me tomaste a la fuerza y saliste ganando. Todo el día soy el blanco de sus burlas, toda la gente se ríe de mí. Pues me pongo a hablar (en nombre de Dios), y son amenazas, no les anuncio más que violencias y saqueos. La palabra de Dios me acarrea cada día humillaciones e insultos. Por eso decidí no recordarme más de Dios, ni hablar más en su nombre, pero sentía en mí algo así como un fuego ardiente aprisionado en mis huesos, y aunque yo trataba de apagarlo, no podía” (Jer 20,7-9).

En el Nuevo catecismo de la Iglesia 27  dice: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: «La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (GS 19,1)

Por el profeta Ezequiel Dios nos dice sobre su intensión para la humanidad: “Los sacaré de las naciones, los reuniré de entre los pueblos y los traeré de vuelta a su tierra. Los rociaré con un agua pura y quedarán purificados; los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus inmundos ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de ustedes un espíritu nuevo. Quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Pondré dentro de ustedes mi Espíritu y haré que caminen según mis mandamientos, que observen mis leyes y que las pongan en práctica” (Ez, 36,24-27). Y agrega. “Por eso ahora la voy a conquistar, la llevaré al desierto y allí le hablaré a su corazón” (Os 2,16).

Como se nota claramente que el hombre como criatura de Dios lleva por dentro ese fuego del amor, desde los huesos, en el corazón y ese fuego del amor proviene de Dios, con Razón se nos dice en Gen 1,27: “Dios creo al hombre a su imagen y semejanza” Por eso el hombre lleva esa dignidad de ser criatura de Dios.

San Pablo es más enfático en decirnos muy concretamente: “Dios nos dejó constancia del amor que nos tiene en esto, que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores. Con mucha más razón ahora nos salvará del castigo si, por su sangre, hemos sido hechos justos y santos. Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con él por la muerte de su Hijo; con mucha más razón ahora su vida será nuestra plenitud” (Rm 5,8-10). Y al respecto hoy Jesús nos ha dicho: “Con un bautismo tengo que ser bautizado y qué angustiado estoy hasta que se cumpla” (Lc 12, 49).

Mismo Señor nos lo dice que es el amor: “No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre. Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes y los preparé para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca. Así es como el Padre les concederá todo lo que le pidan en mi Nombre” (Jn 15,13-16).

Un buen día el doctor de la ley pregunto al Señor: “¿Qué mandamiento es el primero de todos? Jesús le contestó: «El primer mandamiento es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es un único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas. Y después viene este otro: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante que éstos” (Mc 12,28-31). En sus cartas propio Juan dice:  “Quien ama esta en Dios y conoce a Dios, quien no ama no conoce a Dios, porque dios es amor” (1Jn 4,8). “Si uno dice «Yo amo a Dios» y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Pues este es el mandamiento que recibimos de él: el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4,20-21).

Cuando Jesús nos dice: “Vine a traer fuego… división” (Lc12,49-50). Entendemos al Señor a que se refiere y como bien sabemos el fuego quema todo aquello que ya no sirve. Los mineros usan el fuego para separar el oro de las escorias que no sirven. Los agricultores tienen un sistema muy curioso. Recogida la cosecha prenden fuego a los rastrojos que ya no sirven para nada. Pero el fuego, además tiene una fuerza y un dinamismo. No solo calienta en los días fríos del invierno, sino que también sirve para poner en marcha los motores.

Muchos cristianos esperaríamos que Jesús deje las cosas como están. A lo más habría que ponerle unos parches, por eso se desilusionan de Jesús. O lo que es peor, muchos se imaginan que ser fieles a Jesús es dejar que las cosas sigan igual, sigan como siempre. El cambio no entra en su mentalidad. Jesús es todo lo contrario. El vino a introducir el cambio. El mismo ya es un cambio. El cambio es señal de vida, es señal de que algo que no está bien y es preciso cambiarlo. Además, el cambio no es negar el pasado, sino más bien es hacer que el pasado camine y no se quede en el ayer.

Jesús vino a cambiar muchas cosas. Vino a cambiar la religión de "sacrificio por la religión de la misericordia". Jesús vino a cambiar la religión de "los holocaustos por la religión del amor". Vino a cambiar la "religión del sábado y la ley por la religión del hombre". Vino a cambiar la "religión del templo por la religión del hombre". Pero, eso sí. Jesús no actuó con rebeldía. Jesús no es de los que quiere el cambio por la fuerza y el poder, sino por la fuerza del amor, la comprensión, el respeto a los demás. La violencia destruye, pero no construye. Vemos la violencia de ciertas huelgas y manifestaciones que pasan destruyéndolo todo. La violencia impone el cambio a fuerza del poder del más fuerte. No. Jesús no vino a hacer nada de eso como al mundo le pareciera. Eso no es el estilo de Jesús ni tampoco del cristiano. El cristiano es el que quiere que lo que está mal esté bien, pero cambiando el corazón del hombre. El cristiano es el que quiere que aquello que declara como bueno una situación de injusticia, cambie por otra situación de justicia, pero no con otra injusticia. Jesús quiere que aquello que no responde a la dignidad del hombre tiene que cambiar, que el centro de todo tiene que ser el hombre y la dignidad y bienestar del hombre. Por eso el cristiano no es un conformista que deja que las cosas sigan igual. El cristiano es el hombre del cambio, es el hombre de lo nuevo.

“No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,34-37). Hoy es frecuente que en las familias se creen problemas religiosos a consecuencia de las diferentes opciones religiosas. "Padre, mi hijo se ha cambiado de religión. Padre, mi hijo o mi hermano o mi marido se ha pasado a los hermanos separados." Jesús vino a proclamar la libertad de los hijos de Dios y ni él nos priva de esa libertad. Jesús es muy claro. Él ha venido a poner división en la misma familia. Padres contra hijos, hijos contra padres, hermanos contra hermanos. Todo eso a consecuencia del don de la libertad. En la familia habrá quienes crean en el Evangelio y quienes se nieguen a creer. Habrá quienes tengan la fe católica y quienes se hayan pasado a otras confesiones religiosas.

La fe es cosa seria, pero también crea situaciones de tensión entre los miembros de la familia. Sin embargo, Jesús nos pide el respeto a la conciencia de los demás. Respeto que no significa que yo acepte el modo de pensar de los otros, pero que sí significa que yo respeto la conciencia y la libertad de los demás. Muchos padres se preguntan qué hacer con sus hijos que se han pasado a otras confesiones o filosofías orientales. Nadie es dueño de la libertad de los demás. Tendremos que aceptar la realidad, por mucho que no duela. Siempre nos quedará el pedir al Señor que mueva y toque e ilumine las mentes y los corazones de los demás. Esto mismo se convertirá en una exigencia de fidelidad para nosotros mismos. Jesús es principio de unidad y comunión, pero también de división. Esa es la realidad del Evangelio. Él mismo tuvo en su grupo quien no aceptó su mensaje e incluso llegó a traicionarle. No es fácil, pero es la verdad. La religión no se impone. El Evangelio se ofrece. El ser católico no puede imponerse por la fuerza, sino por la oferta y el testimonio de nuestras vidas.

lunes, 5 de agosto de 2019

DOMINGO XIX - C (11 de agosto del 2019)


DOMINGO XIX - C (11 de agosto del 2019)

Proclamación del Santo evangelio Según San Lucas 12,32-48:

12:32 No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino.
12:33 Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla.
12:34 Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.
12:35 Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas.
12:36 Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.
12:37 ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos.
12:38 ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!
12:39 Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.
12:40 Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada".
12:41 Pedro preguntó entonces: "Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?"
12:42 El Señor le dijo: "¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno?
12:43 ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo!
12:44 Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes.
12:45 Pero si este servidor piensa: "Mi señor tardará en llegar", y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse,
12:46 su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles.
12:47 El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo.
12:48 Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos(as) en el Señor Paz Bien

“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada" (Lc 12,40). Jesús ya nos ha dicho: “No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes” (Jn 14,18).  ¿A qué vendrá el Hijo del Hombre? Mismo Jesús nos dice: “El Padre le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre” (Jn 5,27). Jesús es enfático al reiterar: “Nada puedo hacer por mí mismo. Yo juzgo de acuerdo con lo que oigo al Padre, y mi juicio es justo” (Jn 5,30). Hoy nos adelantó algo importante sobre el juicio: “El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquel que sin saberlo, reprobó el querer de su amo, será castigado con menos rigor. Porque al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más” (Lc 12,47-48).

El Evangelio del domingo pasado terminaba Jesús su enseñanza exhortando: “Si uno acumula bienes para sí y muere a la noche siguiente; las cosas que ha acumulado, ¿para quién serán?" Así es como pasa con el que atesora riquezas para sí, y no es rico ante los ojos de Dios" (Lc 12,21). Hoy en el inicio del evangelio se nos dice: “Vendan lo que tienen y repártanlo en limosnas. Háganse junto a Dios bolsas que no se rompen de viejas y reservas que no se acaban; allí no llega el ladrón, y no hay polilla que destroce. Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Lc 12,33-34). ¿De qué tesoro nos habla Jesús sino lo que atesora el corazón? No es la cosecha, no es un bien material, la que quepa en el corazón de Dios y en el corazón del hombre que es imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26) es sin duda alguna el amor (I Jn 4,8). Al respecto San Pablo dice: “El Reino de Dios no es cuestión de comida o bebida, sino de justicia, de paz y alegría en el Espíritu Santo. Quien de esta forma sirve a Cristo, agrada a Dios y también es apreciado por los hombres” (Rm 14,17-18).
La parábola del “patrón que está para volver de una fiesta de bodas” (Lc 12,36-38). Describe a los discípulos como sirvientes esperando el regreso de su señor por la noche y les promete una recompensa que va más allá de la imaginación humana: el patrón al servicio de sus sirvientes. La parábola del “ladrón” o también del “responsable de una casa pronto para atrapar a un ladrón” (Lc 12,39-40). Ésta hace una advertencia contra la mala preparación. Ésta ejemplificada en el dueño de una casa que teme la venida de un ladrón. Se deja entender que la venida del Hijo del hombre será de improviso y tendrá serios efectos negativos para aquellos que estuvieren mal preparados. Las dos parábolas son complementarias: la primera acentúa lo positivo y la segunda lo negativo.

El pasaje se abre con un mandato a los discípulos para que estén prontos para el servicio: “Estén ceñidos vuestras cinturas y las lámparas encendidas” (Lc 12,35). La idea es una y se expresa con dos imágenes que repiten el mismo mandato. Notemos desde ya que Jesús no está requiriendo solamente comportamientos individuales, en sus palabras se acentúa el plural comunitario. Primera imagen de servicio: “Estén ceñidos vuestras cinturas” (Lc 12,35), como una manera de decir: “esperen en ropa de trabajo o de servicio” ¿Qué otra motivación tendría Dios para crearnos sino es precisamente por el amor?  San Juan dice: Queridos míos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es amor” (1Jn 4,7-8). Por eso uno estamos llamados a vivir en el mismo amor los unos a los otros, y es el amor el único camino eficaz de salvación: “Si uno dice Yo amo a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Pues este es el mandamiento que recibimos de él: el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4,20-21). Mismo Jesús, manifestación del amor de Dios a los hombres nos reitera: “Ámense unos a otros como yo os ame” (Jn 13,14).

“Tened encendidas sus lámparas” (Lc 12,35). Permanecer dentro de la casa con las luces encendidas también es una imagen de disponibilidad para el servicio a cualquier hora. Pero no solo eso, el “arder” se insinúa también el calor de la acogida en la casa. Tener las luces encendidas, entonces, es señal de actividad nocturna en una casa o al menos de disponibilidad para ello; además, una lámpara prendida hace posible a cualquier hora una actividad de improviso. Como lo deja entender la parábola siguiente, el patrón necesitaba de luz para poder entrar de improviso en su casa a altas horas de la noche, sus servidores se la proporcionarán.

La parábola describe lo que sucede en dos tiempos: 1) el tiempo de la espera mediante la disposición para el trabajo por parte de los servidores (Lc 12,36) y 2) el tiempo de la llegada del patrón y de la recompensa de los servidores (Lc 12,37-38). “Sed como hombres que esperan a que su Señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran” (Lc 12,36). El servicio que es espera es parecido al de un portero, si bien la apertura de la puerta implica en este caso otras tareas complementarias para el patrón una vez que entre en la casa. El patrón está participando en una fiesta de matrimonio, no es él quien se casa sino un invitado. El regreso se prevé para ese mismo día, lo cierto es que puede ser a altas horas de la noche (Lc 12,38). No se sabe por qué motivo se extiende la fiesta, ni tampoco (como hoy) por qué no tiene una llave y abre él mismo, todo eso es secundario. Lo importante es la actitud de los servidores: estarán listos para abrir la puerta en preciso instante en que llegue y toque la puerta (Lc 13,25), aparecerá una escena similar pero con los roles patrón-siervo invertidos).

Dios ejecuto su proyecto de salvación mediante el servicio de cada uno de los bautizados en la construcción de su Iglesia: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios es único, y único también es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre” (1Tm 2,4-5). No hay mejor motivación que el amor para un servicio efectivo. Jesús mismo lo manifiesta: “No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn 15,13-15). “Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11).

Con estas enseñanzas conviene precisar nuestra reflexión al tema de la riqueza ¿Cómo ser rico ante los ojos de Dios? El joven rico pregunto muy preocupado sobre su salvación a Jesús: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le contestó: Maestro, todo eso lo he practicado desde muy joven. Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme” (Mc 10,17-21). La única forma de ser ricos antes los ojos de Dios es actuando en el amor de Dios y no de meras palabras sino con obras de caridad y misericordia.

La obra de caridad perfecta es pues sin duda el compartir, al respecto agrega el apóstol Santiago: “Si alguno se cree muy religioso, pero no controla sus palabras, se engaña a sí mismo y su religión no vale. La religión verdadera y perfecta ante Dios, nuestro Padre, consiste en esto: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus necesidades y no contaminarse con la corrupción de este mundo” (Stg 1,26-27). “La fe sin obras es una fe muerta” (Stg 2,17). La fe sin obras no salva a nadie y la obra que da vida a la fe que decimos profesar es el acto de caridad cual es el dar con amor a quien no tiene un pan o un vestido.
Dónde está el verdadero tesoro de nuestras vidas? Porque, claro, cuando tenemos un tesoro todos vivimos con el corazón metido en la caja fuerte, nadie deja un tesoro tirado sobre la mesa. En cambio, aquí Jesús nos dice que renunciar a todo y darlo a los que no tienen, nos abre una cuenta fuerte en el cielo, ese es el tesoro de los pobres. Humanamente, los pobres no suelen disponer de grandes tesoros, pero tienen como tesoro el corazón de Dios.

Jesús vuelve a insistirnos en nuestra actitud de la vigilancia, de estar atentos, de estar despiertos. Vigilantes a la espera de su venida. Vigilantes con nosotros mismos para que nuestra vida se mantenga viva. Vigilantes para que nuestra fe no se nos vaya contaminando o se nos vaya muriendo. Vigilantes para que nuestra Iglesia no se vaya contaminando de los criterios del mundo y termine perdiendo su propia claridad. Vigilantes sobre nosotros mismos para saber tomar las decisiones necesarias a su tiempo y a su momento oportuno.

Sugiere estar prestos a la exigencia: “Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le haya confiado, tanto más se le pedirá cuentas” (Lc 12,48). La única medida del tener más o menos es el amor manifestado en la caridad al pobre, medio eficaz para acumular riqueza en el cielo y quien así vive, es como el administrador fiel que está muy atengo y vigilante porque está preparado para la consumación: “Por eso, estén también ustedes preparados, porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que menos esperan” (Mt 24,44). Entonces cuando llegue el Juez supremo dará el premio a cada uno según su trabaja (Ap 22,12). Fielmente conviene traer en recuerdo aquello de la paga al final de los tiempos: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, entonces recompensara a cada uno según su trabajo” (Mt 16,27).

lunes, 29 de julio de 2019

DOMINGO XVIII - C (04 de agosto del 2019)

DOMINGO XVIII - C (04 de agosto del 2019)

Proclamación del santo Evangelio segun San Lucas 12,13 - 21:

12:13 Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia".
12:14 Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?"
12:15 Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas".
12:16 Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho,
12:17 y se preguntaba a sí mismo: "¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha".
12:18 Después pensó: "Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes,
12:19 y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida".
12:20 Pero Dios le dijo: "Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?"
12:21 Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

COMENTARIO:

Estimados hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

Un doctor de la Ley preguntó a Jesús: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna? Jesús le preguntó a su vez: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella? Él le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo. Has respondido exactamente, le dijo Jesús; haz eso y heredarás la vida eterna" (Lc 10,25-28).  Hoy, la inquietud es por la herencia de bienes materiales: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia" (Lc 12,13). En el fondo, hay complemento: Se puede heredar la vida terna compartiendo los bienes materiales como Jesús nos enseña: "Si quieres ser perfecto, ve; vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme” (Mt 19,21).

“La raíz de todos los males en el mundo es el amor al dinero” (I Tm 6,10). A menudo el hombre olvida la realidad: “Nada trajimos cuando vinimos al mundo, y al irnos, nada podremos llevar” (I Tm 6,7). Hasta el cuerpo dejaremos: “El cuerpo vuelve a la tierra porque de ella fue formado y el espíritu vuelve a Dios porque de Él viene” (Ecl 12,7). El alma que es espíritu, despojado del cuerpo, un día tendrá que dar cuenta a Dios de su modo de proceder si fue caritativo o egoísta. Por eso Jesús nos sugiere: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt 6,19-21). Y hoy, nos reitera: "Cuídense de toda avaricia, aunque  uno lo tenga todo, la vida del hombre no depende de su riqueza"(Lc 12,15).

Jesús dijo también al joven rico: "Si quieres ser perfecto, ve; vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes. Jesús dijo entonces a sus discípulos: Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos. Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: Entonces, ¿quién podrá salvarse? Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible” (Mt 19,21-26). “¿De qué le serviría a uno ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo? ¿Qué dará para rescatarse a sí mismo? Sepan que el Hijo del Hombre vendrá con la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno según su conducta” (Mt 16,26-27). Y hoy nos está reiterando lo mismo: “Eviten con gran cuidado toda clase de codicia, porque aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan vida” (Lc  12,15).

Uno de entre la gente pidió a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia. Le contestó: Amigo, ¿quién me ha nombrado juez o repartidor de bienes entre ustedes?” (Lc 12,13-14). El domingo anterior decíamos que a menudo no sabemos pedir a Dios y por eso Dios no nos escucha. Que Dios escucha siempre que lo pidamos con un corazón puro y sincero. Dios es el más interesado en nuestra felicidad y por eso es él el que se adelanta y nos da lo que sabe que nos hace falta antes que se lo pidamos, pero Dios respeta la libertad del hombre por eso espera que se lo pidamos. Que nazca de nosotros el pedir en una oración, pues así dice mismo Dios: “Cuando me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; y cuando me busquen me encontrarán, siempre que me imploren con todo un corazón puro y sincero” (Jer 29,12)

Me pregunto ahora, este pedido: “Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia” (Lc 12,13), será una petición que nace de una fe autentica a Dios o será que este hombre quiere usar el actuar de Dios con criterios personales y egoístas? ¿Cuántos de nosotros y con frecuencia confundimos las cosas ante Dios? El mensaje del evangelio que hoy nos inculca Jesús es demoler el muro del egoísmo y agrandar el granero del amor y compartir el pan con el hambriento. Entonces un día nos lo dirá: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos pobres, lo hicieron conmigo hereden el Reino de los cielos" (Mt 25,40).

El tema de las herencias es un tema recurrente e nuestra vida familiar y motivo de muchas discordias. Gustaría saber cuántos hermanos, que hasta es posible vayan a misa hoy y muy devotamente y no se hablen por problemas de herencia entre hermanos. Por eso, yo soy de los que insisto a los padres a que hagan testamento a tiempo. No saben cuántos líos entre los hermanos se evitarían. La parábola de Jesús es toda una lección de nuestra codicia y de nuestra ansia de tener, capaz de sacrificar nuestra condición de hermanos, nuestra condición de solidaridad y de nuestro compartir con los demás.

Jesús lamenta la codicia del corazón del dueño de la cosecha, porque, mientras los pobres se mueren de hambre y cada día los grandes terratenientes los dejan sin sus tierras, este hombre tiene un cosecha tan tremendo que ya no sabe dónde almacenar tanto grano. La única preocupación es qué haré para meter tanto trigo. La solución es clara, piensa en levantar nuevos graneros, en almacenar. Ni se le pasa por la cabeza pensar, que ya que Dios le ha regalado tan buena cosecha, cuánto pudiera repartir entre los que no tienen nada, entre los que se mueren de hambre. Piensa en agrandar sus graneros, pero no piensa que con ello está achicando su corazón. Pienso agrandar sus graneros, pero no piensa en agrandar el corazón. Crecerán y se agrandarán sus graneros, pero su vida se empequeñecerá y achicará. Un tema de ayer y también de hoy. Hermanos, sí, mientras viven los padres. Nada más morir los viejos, dejamos de ser hermanos, y somos herederos. Es ahí donde, nos olvidamos de los padres, y nos olvidamos que somos hijos, y nos olvidamos de que somos hermanos. Ahora comienza el egoísmo. ¿Qué me toca a mí? ¿Qué te toca a ti? Pero claro, siempre hay alguien que se cree más derechos y con más títulos para atrapar la mejor tajada.

Jesús tuvo experiencia de esto. Por eso este pobre hombre, dominado por el poder de su hermano, acude a Jesús para que convenza a su hermano de que reparta la herencia. Pretendemos que Dios también haga de intercesor y de árbitro cuando nosotros nos olvidamos de ser hermanos y la codicia crea peleas fraternas. Jesús no se mete en esos líos de herencias, no es esa su misión. Su misión está en manifestar que el egoísmo de tener solo lleva a la división, por eso propone una parábola que nos habla no del acumular sino del compartir. ¿Cuántas familias rotas por causa de las herencias? ¿Cuántos hermanos que no se hablan desde la muerte de los padres? ¿Cuántos hermanos que han dejado de serlo desde que los viejos se fueron. Y todo por el egoísmo del tener, del acumular.

El mejor recuerdo y homenaje a nuestros padres que se fueron, será conservar una familia unida como ellos la quisieron. Que el mejor homenaje y la mejor memoria de nuestros padres que ya nos dejaron serán el amor, la unidad y la fraternidad de los hijos. ¿De qué sirve llorarlos, si entre nosotros vivimos peleados por lo que ellos nos dejaron? ¿Con qué cara nos acercaremos a su tumba a ofrecerles un ramo de flores, cuando nosotros no nos atrevemos a visitarlos juntos y cambiamos de fecha para no encontrarnos? ¿Para eso lucharon toda su vida nuestros padres, para que ahora nosotros rompamos la unidad familiar? El amor se expresa y manifiesta no en el acaparar, sino en el compartir y en la sensibilidad de las necesidades de cada uno. Al fin y al cabo, nadie llevará consigo lo que privamos a nuestro hermano.

Recordemos la enseñanza de Jesús sobre el joven rico: “Jesús estaba a punto de partir, cuando un hombre corrió a su encuentro, se arrodilló delante de él y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le contestó: “Maestro, todo eso lo he practicado desde muy joven que más me fala”. Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: “Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme. Al oír esto se desanimó totalmente, pues era un hombre muy rico, y se fue triste. Entonces Jesús paseó su mirada sobre sus discípulos y les dijo: ¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!” (Mc 10,17-23).

lunes, 22 de julio de 2019

DOMINGO XVII - C (28 de julio del 2019)


DOMINGO XVII - C (28 de julio del 2019)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 11,1-13:

11:1 Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".
11:2 Él les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino;
11:3 danos cada día nuestro pan cotidiano;
11:4 perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".
11:5 Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes,
11:6 porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle",
11:7 y desde adentro él le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos".
11:8 Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.
11:9 También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.
11:10 Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.
11:11 ¿Hay algún padre entre ustedes que dé a su hijo una serpiente cuando le pide un pescado?
11:12 ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
11:13 Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Jesús nos dice: “Pidan y se les dará” (Lc 11,9). ¿Qué, cómo y cuándo pedimos? Los discípulos piden que les enseñe a orar (Lc 11,1); piden que le aumente la fe (Lc 17,5). Por su parte Jesús ora el Padre y pide: “Hazlos santos según la verdad: tu palabra es verdad” (Jn 17,17). Este pedido es fundamental porque corresponde al mandato del Padre: “Uds. sean santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). ¿Para qué sirve el ser santos? Para estar con Dios. Y ¿Qué pasa si no estamos con Dios? Dijo Jesús: “¿Tu Cafarnaúm piensan escalara el cielo?, Pues no. Descenderás al infierno” (Mt 11,23). Solo los que son santos podrán escalar el cielo y los que nos son santos descenderán al infierno. Para ser santos hace falta cumplir los tres consejos de Jesús: Ser hombres de fe, hombres de oración y hombres cumplidores de la misión (Mt 28,19-20).

Siguiendo la línea de las enseñanzas anteriores, hoy estamos en la tercera característica distintiva de un discípulo de Jesús: la oración (Lc 11,1-13); que complementa a la escucha de Dios (Lc 10,38-42); tanto la oración como la escucha termina con la actitud misericordiosa “buen samaritano” (Lc 10,25-37). Con esta temática triple y complementaria queda diseñado un cuadro completo de los ejercicios fundamentales del “seguimiento” de Jesús, o sea, del discipulado. Es así como en medio de la subida a Jerusalén, Jesús sigue ofreciendo las lecciones fundamentales del discipulado. Y no se concibe un discípulo sin interés en la oración, sin la escucha de su maestro y sin hacer lo que enseña (actitud misericordiosa).

En la catequesis sobre la oración, Jesús trata la enseñanza más alta sobre los dones que se reciben en la oración: “¡Cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!” (11,13). Aquí encontramos una conexión con Pentecostés: la oración termina con una efusión y unción del Espíritu Santo y en Él recibimos al mismo ser del Padre, es decir recibimos mucho más de lo que pedimos y a Él a quien realmente necesitamos. Quien entiende esta grandiosidad, con razón como San Pablo puede exclamar lleno de gozo: “Para mi Cristo lo es todo” (Col 3,11), porque vivo yo, pero no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20). Y quien tiene al Hijo, tiene tambien al Padre (IJn 2,23); Jesús mismo dice “Yo y el Padre somos uno solo” (Jn 10,30). Por eso Jesús en una de sus oraciones dice:

“Padre que todos sean uno: como tú estás en mí y yo en ti, que también ellos(los que oran) estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno —yo en ellos y tú en mí— para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que los has amado a ellos como me amaste a mí” (Jn 17,21-23).

En el inicio de la oración “Y sucedió, que estando él orando en cierto lugar, cuando terminó…”  Uno de los suyos le dijo “Maestro enséñanos a orar”(Lc 11,1). El evangelio comienza en son de paz y fortaleza, dándose un tiempo para contemplar sobre el escenario a Jesús orante. Con apenas las palabras esenciales se describen una oración completa de Jesús. El evangelista Lucas nos ha enseñado que la oración era una constante de la vida de Jesús. No es sino recordar pasajes ya leídos: la oración en el Bautismo (Lc 3,22), antes de llamar a los Doce (Lc 6,12), antes de la confesión de fe de Pedro (Lc 9,18), en la transfiguración (Lc 9,28), después del regreso de los setenta y dos misioneros (Lc 10,21-22). Ahora lo vemos orando una vez más.

La enseñanza es clara: el punto de partida de la oración cristiana es la misma oración de Jesús. Si nosotros podemos orar es porque él ora y todas nuestras oraciones están dentro de la suya. Un discípulo siempre ora “en” Jesús: Él origina, sostiene e impregna nuestra oración.

En el camino de subida hacia Jerusalén, un legista le había preguntado a Jesús qué tenía que “hacer” para alcanzar la vida eterna (Lc 10,25). Como respuesta resultó una estupenda enseñanza sobre el amor. El tema del amor vuelve a aparecer cuando, a propósito de la solicitud de uno de los discípulos -“Señor, enséñanos a orar”(Lc 11,1-13)-, Jesús realiza una extensa pero bien ordenada catequesis sobre la oración que termina hablando sobre los dones que nos da el amor del Padre, especialmente su amor viviente en nosotros, que es el Espíritu Santo.

 Pidan y se les dará, busquen y encontraran, llamen y se les abrirá” (Lc 11,,9) ¿Qué pedimos en nuestras oraciones? El Padre del cielo da lo que es propio del cielo: “el Espíritu Santo” (11,13). Lo más perfecto que Dios nos da sobrepasa nuestras peticiones: El don del Espíritu Santo. Por lo tanto, la oración no debe tener los límites de nuestra mezquindad humana que sólo tiene aspiraciones terrenas; nuestra oración debe ser tal que nos haga gritar desde lo hondo de nuestro corazón el deseo incesante del don mayor, que es Dios mismo, que nos inunde de sí mismo y haga radiante nuestra vida, como lo vemos el día del gran don en Pentecostés ( Hch 2,1-11). Es “Él” lo que más necesitamos y él se vacía en nosotros en el don del Espíritu Santo. Pero, ¿será que los hijos tenemos conciencia de la excelencia de este don?

Ahora podemos comprender mejor por qué algunas oraciones nuestras no son atendidas por Dios, es que dichas oraciones no nacen del corazón autentico, puro y sincero, o si no veamos un ejemplo: “Jesús dijo esta parábola por algunos que estaban convencidos de ser justos y despreciaban a los demás. Dos hombres subieron al Templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto de pie, oraba en su interior de esta manera: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, o como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y doy la décima parte de todas mis entradas”. Mientras tanto el publicano se quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador” .Yo les digo que este último estaba en gracia de Dios cuando volvió a su casa, pero el fariseo no. Porque el que se hace grande será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Lc 18,9-14). En la misma línea el salmista advierte que Dios no lo escucha: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste? ¡A pesar de mis gritos mis palabras no te alcanzan! Dios mío, de día te llamo y no me atiendes, de noche y no me escuchas, mas no encuentro mi reposo. Tú, sin embargo, estás en el Santuario, de allí sube hasta ti la alabanza de Israel” (Slm 21,2-4).

Dios no es que no escuche nuestras oraciones, lo que pasa es que esas oraciones están mala hechas porque no nacen del corazón autentico y puro, pues si las oraciones nacen del corazón puro y autentico Dios atiende inmediatamente. Jesús dice: “Hasta ahora no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, así conocerán el gozo completo” (Jn 16,24). Hoy en mismo evangelio de Lucas Jesús termina con estas palabras: "Pidan y se les dará; busquen y hallaran; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre Uds. que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, Uds. siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!" (Lc 11,9-14).

Jesús nos insiste en la necesidad de orar y utiliza toda una serie de verbos: Pedir, buscar, llamar. Se dice que uno de los problemas del cristiano de hoy es que ha dejado de orar. La verdad que no me atrevo a decir que sí. Es posible que hoy haya muchos grupos de oración y mucha gente que se reúne a orar, pero también es posible que hoy, por las mismas circunstancias y cambios de la vida, hayamos vaciado de la oración muchos espacios de nuestras vidas.

Por ejemplo, ¿se ora hoy en las familias? Es posible que muchos de nuestra casa oren mucho en el grupo parroquial del que forman parte y luego no oren en su casa. ¿Y dónde van aprender a orar nuestros niños? Resulta curioso que Jesús esperó a que fuesen los mismos discípulos quienes le pidiesen que les enseñase a orar y fue precisamente luego de ser testigos de la oración de Jesús: "Cuando terminó de orar, los discípulos le dicen: "Enséñanos a orar". Más enseñamos con el ejemplo que con la palabra.

El cristiano que no ora, es como el que tiene el teléfono averiado y no puede conectar con Dios. Es como el que se siente vacío por dentro y no tiene nada que decirle a Dios. El Padre Nuestro suele ser la primera oración que nos enseñaron nuestras madres. Como fue la primera y única oración que Jesús enseñó a los suyos. Como la hemos aprendido de niños y la hemos recitado de memoria infinidad de veces, puede que sea la oración más maltratada. Orar el Padre Nuestro es como avivar y expresar en nosotros el misterio de Dios y del Evangelio. Porque rezar el Padre Nuestro no es decir palabras bonitas, sino un meternos en ese misterio de Dios. Es decir: Comenzamos haciendo una confesión de fe en Dios como Padre, por tanto en nosotros como hijos y todos como familia de Dios. Luego lo reconocemos como "Padre Nuestro", lo que significa una paternidad universal, y significa reconocernos a todos como "hijos" y por tanto reconocernos a todos como "hermanos" (Mt 23,8).

La oración del Padre nuestro nos compromete en el proyecto de Dios sobre nosotros y sobre el mundo: alabanza y glorificación de Dios, compromiso de un mundo mejor, que es el Reino, y siempre disponibles a su voluntad. Nos ponemos en la actitud de María: "Hágase en mí tu palabra" (Lc 1,38) Nos ponemos en la actitud de Jesús: "Hágase tu voluntad y no la mía. (Mc 14,36)" En la segunda parte, le pedimos por todo aquello que pueda quebrar la solidaridad y la comunión de la familia de Dios. Compartir el pan, el perdón que sana todas las heridas en la comunidad y la fortaleza para ser más que nuestras debilidades. Con todo esto, el Padre Nuestro comienza por un hablar con Dios como Padre o papá, pero luego implica todo un nuevo estilo de vida. Un nuevo estilo de relaciones. Una nuevo visión de la humanidad no dividida por los muros de los intereses humanos, sino unida por la fraternidad. ¿Te parece fácil?

En esta visión ¿Qué es la oración? La oración claro está, no es pedir un un pan o dos panes, no es pedir ni siquiera un pasaje para el cielo. Es un anhelo del alma en ser uno con Él (Jn 17,21), ser morada con Él (Jn14,23), ser templo de su mismo Espíritu (I Cor 6,19). De ahí que, la oración es sin duda el pan de la vida espiritual. Pero, a menudo hemos convertido la oración en un acto de teatro o un espectáculo para hacer ver a la gente que oramos (Mt 6,5), o hemos convertido en un mar de palabras, con frecuencia bastante vacías (Mt 6,7). Ante Dios, vale mucho tener un corazón de carne que un corazón de piedra (Ez 36,26), Una palabra que miles de palabras (Mt 6,8).

La oración que Jesús nos dejó como manera de hablar con el Padre no tiene muchas palabras, pero sí una gran profundidad de vivencia filial del mensaje del Evangelio y de los planes de Dios. Se pueden hablar muchas palabras y no decirle nada a Dios porque solo habla la lengua y no el corazón. Se puede guardar un gran silencio y hablar mucho con los sentimientos del corazón. No estamos contra la oración "hecha de palabras". Sí estamos en que la verdadera oración brota y nace del corazón. No ama más el que mucho habla de amor, sino el que tiene el corazón enamorado de Dios. Y el hombre de Dios es un hombre hecho oración (San Francisco de Asís).

Jesús por muchos motivos nos dice " Oren para no caer en tentación porque el Espíritu es fuerte pero la carne débil" (Mt 26,41). San Pedro nos dice: "Sean sobrios y vigilantes porque su enemigo, el diablo ronda como león rugiente buscando a quien devorar, resistidle firmes en la fe" (I Pe 5,8), y San Pablo nos aconseja: "Oren sin cesar, den gracias a Dios en toda circunstancia" (I Tes 5,17). La oración mayor es la Santa Eucaristía; al respecto nos dice mismo Jesús: "Toman y coman que esto es mi cuerpo" (Mt 26,26), "Si no comen la carne del hijo del hombre y no beben su sangre no tienen vida en Ud. el que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él" (Jn 6,53-54).

lunes, 15 de julio de 2019

DOMINGO XVI – C (21 de julio de 2019)


DOMINGO XVI – C (21 de julio de 2019)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 10,38-42:

10:38 Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa.
10:39 Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra.
10:40 Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude".
10:41 Pero el Señor le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas.
10:42 Sin embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

“El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no las escuchan, es porque no son de Dios" (Jn 8,47). Luego nos dice. “El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud" (Mt 20,26-28). Por tanto, es muy importante servir, pero primero hay que escuchar a Dios.

Si antes de actuar no entramos en sinfonía con nuestra conciencia donde Dios nos habla, puede pasarnos como al sacerdote o levita del domingo anterior que no actuaron en la voluntad de Dios (Lc 10, 30-32); si no nos abrimos al consejo de Jesús puede pasarnos lo mismo que a los pescadores. “Simón dijo a Jesús: Maestro hemos trabajado toda la noche y no hemos sacado nada de peces, pero si tú lo dices, echaré las redes" (Lc 5,5); si no escuchamos a Dios, puede pasarnos lo mismo que a Pedro que dijo a Jesús: “Dios no lo permita, Señor, eso no te sucederá. Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: ¡Apártate de mi vista satanás! Porque tú piensas  como los hombres y no como Dios" (Mt 16,22-23). ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? (Mt 16,26); “porque sin mi nada podrán hacer” (Jn 15,5).

El evangelio de este domingo nos reporta varias ideas: Jesús entra en casa de unos amigos donde pareciera que no viven sino dos hermanas (Jn 11,1), hecho que nos sugiere un ámbito familiar. En segundo lugar, trae a colación la idea de la dignidad de la mujer; en aquel entonces las mujeres estaban prohibidas de sentarse a escuchar a los maestros. En tercer lugar, acuña idea de la ternura de Jesús para con la mujer; ningún hombre de aquel tiempo respondería con la ternura y suavidad de Jesús a Marta que se queja: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude."(Lc 10,40). Y en cuarto lugar nos sugiere la idea de la prioridad entre el hacer y escuchar: "María ha elegido la parte buena, que no le será quitada" (Lc 10,42).

1.- Ámbito familiar: Conviene recordar aquella cita en la que Jesús se muestra como amigo fiel: “Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado (Jn 13,34). No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn 15,12-15). Y ampliando el panorama del ámbito familiar en el ámbito amical nos topamos con aquella cita: “Él les contestó: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de Dios es hermano mío y hermana y madre” (Lc 8,21). Por tanto y sabemos con qué confianza visita Jesús a la casa de Marta y María (Lc 7,37-47).

La casa de los amigos de Jesús nos sitúa en Betania (Jn 11,1): “Había un hombre enfermo llamado Lázaro, que era de Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. Esta María era la misma que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con sus cabellos (Jn 11,2). Su hermano Lázaro era el enfermo. Las dos hermanas mandaron a decir a Jesús: Señor, el que tú amas está enfermo. Al oírlo Jesús, dijo: Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para gloria de Dios, y el Hijo del Hombre será glorificado por ella. Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn 11,3-5). Por lo visto esta casa visitada por Jesús es una casa de frecuente visita, de ahí que incluso se ve a Jesús que lloró por su amigo lázaro cuando murió: “Al llegar María a donde estaba Jesús, en cuanto lo vio, cayó a sus pies y le dijo: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Al ver Jesús el llanto de María y de todos los judíos que estaban con ella, su espíritu se conmovió profundamente y se turbó. Y preguntó: ¿Dónde lo han puesto? Le contestaron: «Señor, ven a ver.»  Y Jesús lloró. Los judíos decían: ¡Miren cómo lo amaba!” (Jn 11,32-36).

2.- La dignidad de la mujer: Jesús demostrando que también la mujer tiene derecho a sentarse, a respirar, a darse un descanso y regalarse un espacio a sí misma. Recordemos el episodio de la ley que mata a pedradas solo a la mujer que comete adulterio y no dice nada del adúltero  “Los fariseos dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer es una adúltera y ha sido sorprendida en el acto. En un caso como éste la Ley de Moisés ordena matar a pedradas a la mujer. Tú ¿qué dices? Le hacían esta pregunta para ponerlo en dificultades y tener algo de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como ellos insistían en preguntarle, se enderezó y les dijo: Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le arroje la primera piedra” (Jn 8, 4-7). Y todos se retiraron avergonzados porque nadie tenía conciencia limpia y luego dijo a la mujer: “Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado? Ella contestó: Ninguno, señor. Y Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar más” (Jn 8,10-11). Como es de verse, es Jesús el primero en salir en defensa de la mujer y devolver su dignidad.

3.- Ternura de Jesús para con la mujer: "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada" (Lc. 10,42). Todos tenemos este privilegio de hallar en Jesús la fuente de esa fortaleza espiritual que tanto buscamos tanto varones y mujeres, pues Jesús nos llama a todos a acercarnos a él si estamos fatigado o cansados: “Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt 11,28-30).

Servicio y escucha son los dos ejes del Evangelio. Ambos son igualmente necesarios. Claro, que antes de hacer es preciso escuchar. Antes de hablar de Dios hay que escuchar a Dios. Antes de hablar de los hombres hay que escuchar a los hombres. No para quedarnos siempre sentados, sino para que luego vayamos a servirles. El trabajo es necesario. En el Evangelio no tienen cabida los vagos que no saben sino ver televisión y sus telenovelas. Dice San Pablo: “Quien no trabaja que no coma” (I Tes. 3,10). Pero el trabajo tiene que ser planificado. Los quehaceres nos cansan, pero no podemos caer en el nerviosismo que, como decimos hoy, nos lleva a vivir estresados, nerviosos, porque las tensiones nerviosas nos quitan la paz y además hacen difícil la convivencia.

Todos necesitamos de tiempo para trabajar (lunes a sábado), pero también necesitamos de tiempo para estar con nosotros mismos y de estar también escuchando a Dios (Domingo). De lo contrario, terminamos vaciándonos por dentro. Como alguien ha escrito: "Derecho a sentarse." Caminar, sí; pero descansar también. Quien no sabe descansar se desgasta trabajando (Mt 16,26).

4.- Prioridad entre el hacer y escuchar: Dijo Jesús: “María ha elegido la parte buena, que no le será quitada" (Lc. 10,42).  Además de eso, Jesús ya nos ha dicho: “Uds. son mis amigos, si escuchan y cumplen lo que les mando” ( Jn. 15,14). Y es más, sin la escucha a la palabra de Dios, siempre tendremos necesidades y puede pasarnos como paso en el inicio a los apóstoles: “Cuando terminó de hablar, dijo Jesús a Simón: Lleva la barca mar adentro y echen las redes para pescar. Simón respondió: Maestro, por más que lo hicimos durante toda la noche, no pescamos nada; pero, si tú lo dices, echaré las redes. Así lo hicieron, y pescaron tal cantidad de peces, que las redes casi se rompían” (Lc.5,4-6).

El domingo tiene que ser el día en que tenemos que sentarnos como María a los pies de Jesús para escuchar su palabra y en esa escucha hallaremos fuerzas para hallar el pan de cada día en el trabajo pero eso será posible para los humildes y sencillos de corazón: “En aquella ocasión Jesús exclamó: «Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado. Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer” (Mt  11,25-27).

En el evangelio de hoy, lo que Jesús corrige no es el servicio de la cocina, sino el activismo y, por tanto, la pérdida del ser. En tal sentido Jesús destaca dos cosas. Ciertamente que lo primero y más importante es "descansar y escuchar" porque sólo así podremos luego trabajar con tranquilidad y serenidad y no como sucede con frecuencia con los nervios a flor de piel. Más que de superioridades entre servicio y escuchar, lo que Jesús quiere hacernos ver es solo cuestión de prioridades. Escuchar es esencial, pero también es esencial el servicio. El hacer es importante, pero el descansar también. Esto es válido en todos los campos de la vida: como padres, como esposos, como personas, como jefes y, ¿sabes?, también como sacerdotes o religiosos.

Es tan importante el escuchar porque si no escuchas por ejemplo a tu esposa, ¿qué sabes de sus sentimientos y de qué le vas a hablar? Si no escuchas a tus hijos, sus problemas, sus necesidades, no te quejes de que luego no quieran ellos escucharte a ti. Si no conoces los problemas de la gente, ¿de qué les vamos a hablar? ¿Sólo de fútbol? Y esto es válido para todos y es esencial. Porque si yo como religioso o sacerdote no escucho primero a Dios, ¿qué les puedo decir de Dios a los fieles? Si yo no tengo tiempo para escuchar a Dios, ¿de qué lleno mi corazón y mi vocación? Si no escucho primero a Dios hablaré de mis ideas, pero no de lo que Él quiere que hable.


Hoy en día se escucha con frecuencia a la gente: "No tengo tiempo y por eso no voy a misa". Yo diría no tiene tiempo el que no quiere y como tenemos tiempo para la fiesta del amigo o vecino y la novela y luego decimos que no tenemos tiempo para ir a la Misa en el domingo. Además necesitamos vivir de prioridades, de lo contrario lo accidental y secundario termina por comernos vivos. He aprendido a disponer siempre de espacios de silencio y escucha. De lo contrario, me vacío.  Hay gente que anda sin tiempo para Dios. Luego corre a la farmacia porque sufre de hipertensión. Luego en busca de psicólogo. Por si no lo sabias, la mejor pastilla, el mejor psicólogo, el mejor amigo es Jesús.

El evangelista Lucas subraya “le recibió”. Marta le ofrece a Jesús la acogida propia de un huésped (así como también hará Zaqueo en Jericó, Lc 19,6; o los dos peregrinos en Emaús, Lc 24,29). Ella hace lo contrario de los samaritanos mencionados antes, en Lc 9,53, quienes “no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén”; y ciertamente tiene algún parecido con el “buen” samaritano que responde por la posada del hombre herido que recogió en el camino (Lc 10,34-35), si bien en el caso de Marta -como diferencia- se trata de la acogida del amigo.

Dos maneras de atender al huésped (Lc 10,39-40): La llegada del huésped altera la casa. Sus dos habitantes despliegan energías para atenderlo bien como ya se manifestó:

1. María (Escucha=domingo) (Lc 10,39): Dedica su tiempo a la persona misma de Jesús, ella se sienta frente a él “a los pies del Señor…”. El evangelista dice con precisión: “…escuchaba su Palabra” (Lc 10,39). El gesto de María frente a Jesús nos recuerda la posición de un discípulo con relación a su maestro (por ejemplo en Hch 22,3, Pablo se declara discípulo de Gamaliel con estos términos: “instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley”). La postura indica el interés por aprender recibiendo dócilmente la “Palabra” (que en Lucas es una manera de indicar la predicación y de referirse a toda la formación que Jesús les ofrece a sus discípulos).

Es interesante que Jesús anime a una mujer a aprender. Esto tiene una gran significación, puesto que los maestros judíos generalmente se oponían a que la mujer fuera a la escuela; Jesús hizo todo lo contrario (Lc 8,2-3).

2. Marta (activismo=lunes a sábado) (Lc 10,40): Por efecto de contraste, Marta aparece entonces en el trasfondo de la escena haciendo oficios: “estaba atareada en muchos quehaceres” (Lc 10,40). La frase describe a Marta absorbida por los oficios de la casa, concentrada en su deber de ama de casa y anfitriona. El relato insinúa que Marta deseaba escuchar a Jesús pero las tareas (“muchas”) que se requieren para poder ofrecer una buena acogida se lo impedían. Con la palabra “quehaceres” (diakonía) se nos deja entender en qué consiste la tarea: todo lo que es propio del servicio de la casa. Incluye la preparación del cuarto del huésped, el ambiente de la casa, pero sobre todo el servicio de la mesa: preparar y llevar los alimentos a la mesa (tenemos buenos ejemplos en Lucas 12,42; 17,8; 22,27; y otros pasajes; a Lucas le gusta el tema). En la obra de Lucas este término va designando cada vez más una realidad de fondo: lo propio del servicio eclesial, el cual genera grandes desgastes personales por el bien de los demás (Lc 22,7; Hechos 6,2).

El diálogo de Marta y Jesús (Lc 10,40-42): Una pequeña crisis se genera en la casa. La hermana mayor que se ha dado al oficio pesado por la atención del huésped expresa su protesta por haberse quedado “sola en el trabajo”. Se abre así un dialogo entre Marta y Jesús que no sólo resuelve la crisis sino que saca a la luz la enseñanza central del acontecimiento. Marta se dirige a Jesús (Lc 10,40). Probablemente Marta ya se ha dirigido primero a María para pedirle ayuda, pero ahora vemos cómo pierde la paciencia y acude a Jesús para pedirle que intervenga y mueva a la hermana perezosa.

Marta le habla a Jesús reconociéndolo como Maestro (por eso aquí usa el título “Señor”). Marta le habla a Jesús en estos términos: a) Un reclamo en forma de pregunta: “¿No te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo?”. El “¿No te importa?” tiene el sabor amargo de quien reclama para sí una mejor consideración. Marta deja entender: “¿Es que yo no te importo?”. b) Una orden: “Dile, pues, que me ayude”. Marta le dice a Jesús lo que tiene que hacer, indicándole indirectamente en qué debe instruir a su hermana María. Marta está al servicio de Jesús y quiere hacer todo lo posible por honrarlo, lo cual es altamente loable, sin embargo no parece comprender la verdadera dignidad de su invitado: él es Maestro y ha venido a su casa en esta condición.  Como se ve, Marta no le deja ser su Maestro porque no está abierta a lo que trae Jesús para ella y porque se coloca en la posición de quien da las órdenes; ella cree saber qué es lo que Jesús debe hacer.

Jesús se dirige a Marta (Lc 10,41-42): Y por fin se escucha la voz de Jesús. En sus palabras a Marta notamos: 1) Se dirige a ella por su nombre propio. La repetición del nombre indica que habla con cariño, pero también con firmeza: “Marta, Marta”. Con esta manera de hablar, Jesús la interpela desde el fondo de su identidad. Jesús va a corregir amablemente la buena voluntad de Marta y a poner sus energías en la dirección correcta. 2) Le hace caer en cuenta de su situación: “Te preocupas y te agitas por muchas cosas pero solo una es necesaria y Maria escogió la mejor opción” (Lc 10,42).