domingo, 21 de febrero de 2021

II DOMINGO DE CUARESMA - A (28 de febrero del 2021)

 II DOMINGO DE CUARESMA - A (28 de febrero del 2021)

Proclamación del Evangelio San Marcos 9,2-10:

9:2 Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos.

9:3 Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas.

9:4 Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.

9:5 Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".

9:6 Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.

9:7 Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo".

9:8 De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.

9:9 Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.

9:10 Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría "resucitar de entre los muertos". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Moisés dijo al pueblo: “El Señor tu Dios te suscitará un profeta de tu nación y de entre tus hermanos, como yo; a él deberán escuchar” (Dt 18,15). Una voz desde la nube llego: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo"(Mc 9,7). Jesús les dijo: “El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; si uds. no las escuchan, es porque no son de Dios” (Jn8,47). Dios se dejó ver en su Hijo y en unos segundos en el estado glorioso en el cielo (transfigurado).

Jesús quiere fortalecer la fe y la esperanza de sus Apóstoles, especialmente de los que estarán más próximos en los días tristes de la pasión y Muerte. La visión de Cristo glorioso en el Tabor, como un anticipo de la felicidad que aguarda en el Cielo a los que sean fieles, les ayudará a propagar y defender la fe en medio de las más duras persecuciones: “En el mundo tendrán que sufrir mucho; pero tengan valor: yo he vencido al mundo"  (Jn.16,33).

Cuando rezamos el Credo decimos: “Creo en Jesucristo  verdadero  Dios y  verdadero hombre”.  La parte humana, (Jesús verdadero hombre)  hemos  resaltado el domingo anterior (domingo de la  tentación), escena que san Pablo lo define así: "Tengan entre Uds.  los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciéndose en todo como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz”  (Flp. 2,5-9). Hoy, domingo de la transfiguración, resaltamos la parte Divina: “Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas” (Mc 9,2-3). Juan lo resume  así. “De Jesús hemos recibido todos, y gracia tras gracia. Porque la Ley se nos fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás, pero el Hijo único, que está en el seno del Padre, él nos lo dio a conocer".  Jesús mismo nos lo dice: “Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). “Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 14,11).

“Jesús se transfiguró en presencia de sus discípulos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús” (Mc 9,2-4). “Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: Moisés y Elías” (Lc 9,29-30). Jesús dijo a sus discípulos: “Estén despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu es fuerte, pero la carne es débil" (Mt 26,41). Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos. Él les dijo: Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino…” (Lc 11,1-2). Así, pues, la oración es  medio estratégico para ver y  estar con Dios y decir como Pedro: “Que bien  se está aquí” (Mc 9,5).

Estar con el Padre es estar en el mismo cielo, pero para estar en este estado requiere ser santos: Santifíquense y sean santos; porque yo soy su Dios. Guarden mis mandamientos y cumplan. Yo soy Dios, el que los santifica” (Lv 20,7-8). ¿Cómo ser santos? Jesús nos dice: Felices los que tiene el corazón puro y  limpio porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Es decir no estar con pecados que mancha el alma.

La purificación del alma es el tiempo de la cuaresma: En el camino de la cuaresma entramos una nueva escena “alta” en la vida de Jesús: la transfiguración. Se puede decir que éste es el momento culminante de la revelación de Jesús en el cual se manifiesta a sus discípulos en su identidad plena de “Hijo”. Ellos ahora no sólo comprenden la relación de Jesús con los hombres, para los cuales es el “Cristo” (Mesías), sino su secreto más profundo: su relación con Dios, del cual es “el Hijo” (Mc 1,11). Entremos en el relato con el mismo respeto con que lo hicieron los discípulos de Jesús al subir a la montaña y tratemos de recorrer también nosotros el itinerario interno de esta deslumbrante revelación con sabor a pascua.

En el domingo anterior, Primer Domingo de Cuaresma El Señor nos enseñó con su ejemplo cómo debemos afrontar las tentaciones del demonio (Mt 4,1-11) Lo que claramente nos indica que el Hijo Único de Dios es hombre de verdad, que sintió hambre, pero que el enemigo  quiso aprovecharse de esta carencia para someterlo y nunca pudo. El Hijo de Dios no solo se rebajó para ser uno como nosotros: “El, que era de condición divina, no hizo alarde  de su  categoría de Dios; al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor” (Flp 2,6-11). En todo igual a nosotros, menos en el pecado (Heb 4,15). Y en el credo confesamos esta verdad: “Descendió al infierno y al tercer día resucito de entre los muerto  y subió al cielo…”

Pues, fíjense que estas enseñanzas divinas se nos ilustra en dos partea: el domingo pasado en la parte humana del Hijo de Dios (Mt 4,1-11). Hoy  en el II domingo de cuaresma la manifestación de la parte Divina: Jesús tomó consigo a Santiago, Pedro y Juan… mientras estaban en oración se transfiguro… “ (Lc 9,29). Ya no es el Jesús tentado y con hambre, sino el Jesús transfigurado y glorificado, como un sol brillante en la cima del Tabor que es el cielo.

¿Cuál es el mensaje que acuña el evangelio de Hoy? Que este tiempo de cuaresma, tiempo de conversión, ayuno y oración, que es tiempo de ascensión al monte tabor (cielo); que en este tiempo de oración terminemos en la sima del tabor contemplando el rostro de Jesús transfigurado, y glorificado (Mt 17,1-9). Esta es la mayor riqueza de la vida espiritual de los hijos de Dios. Y así nos lo reitera mismo Juan: “Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. El que tiene esta esperanza en él, sea santo, así como él es santo” (IJn 3,2-3).

Qué maravilla saber que  la riqueza espiritual que llevamos dentro del cuerpo mortal, un día tengamos que, como premio experimentar y contemplar a Jesús transfigurado, que no es sino el mismo cielo. Pero para eso hace falta despojarnos de lo terrenal y subir a orar, como Jesús esta vez acompañado de los tres discípulos preferidos: Pedro, Santiago y Juan. Lo maravilloso del Tabor es verlo iluminado con la belleza interior de Jesús. Allí se transfiguró, dejó que toda la belleza de su corazón traspasase la espesura del cuerpo y todo Él se hiciese luz ante el asombro de los tres discípulos y como Pedro exclamar: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantará aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».” (Mt  17,4).

Toda oración bien hecha nos encamina al encuentro con el Padre, la oración debe transformarnos. La oración nos debe hacer transparentes. Transparentes a nosotros mismos, transparentes ante los demás, trasparentes ante Dios. En la oración vivimos nuestra real y verdad dimensión humana y divina por la gracia de Dios (Mt 5,23).

La transfiguración del Señor nos debe situar ante la verdad que viene de Dios: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, entonces conocerán la verdad y la verdad los hará libres» (Jn 8,31). Libres de las tinieblas, que es el infierno (Lc 16,19-31).

En la Transfiguración del Señor, Dios nos habla de que algo nuevo comienza, que lo viejo ha llegado a su fin: “A vino nuevo, odres nuevos” (Mc 2,22). Ahora en la transfiguración apareció el Antiguo Testamento: Moisés y Elías. Ellos son los testigos de que lo antiguo termina y de que ahora comienza una nueva historia. Ya no se dirá escuchen a Moisés (Lc 16,19-31), sino “éste es mi hijo el amado, mi predilecto: escúchenlo”(Mt 7,5). Ello aplicado a la Cuaresma bien pudiéramos decir que es una invitación a la oración como encuentro con Dios, al encuentro con nosotros mismos, además de un abrirnos a la nueva revelación de Jesús.

Finalmente conviene manifestarlo aquí: La oración de oraciones es la santa misa. Y en la Santa misa aquello que ya nos dijo el Señor por Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta» Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen?. El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?” (Jn 14,9-10). Con ver a Jesús vemos a Dios mismo ante nuestros ojos y es más, en cada Santa Eucaristía el señor se transfigura en el altar, se nos muestra glorificado y transfigurado: Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados” (Mt 26,26-28).


domingo, 14 de febrero de 2021

DOMINGO I DE CUARESMA – B (21 de febrero del 2021)

 

DOMINGO I DE CUARESMA – B (21 de febrero del 2021)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos: 1,12 - 15:

1:12 En aquel tiempo, el Espíritu lo llevó al desierto,

1:13 donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían.

1:14 Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo:

1:15 "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien:

Jesús estuvo 40 días en el desierto y fue tentado por satanás (Mc 1,13). “Si uno es probado no diga: Es Dios quien me prueba; porque Dios ni es probado por el mal ni prueba a nadie. Sino que cada uno es probado por su propia concupiscencia que le arrastra y le seduce. Después la concupiscencia, cuando ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, una vez consumado, engendra la muerte” (Stg 1,13-15). ¿Qué es la tentación? Es una invitación a tergiversar o falsear la verdad. La verdad viene de Dios: “Yo soy la verdad” (Jn 14,6). Lo opuesto de la verdad es la mentira por eso Dios nos manda: “No mentiras” (Ex 20,16).

Dijo Dios  al Pueblos: “Hoy he puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes,  con tal que ames al Señor, tu Dios, escuches su voz y le seas fiel” (Dt 30,19-20). Dios quiere que optemos por la vida y para ello hace falta purificarnos como bien nos dice Jesús: “Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios” (Mt 5,8). Y  el tiempo de cuaresma es muy propicio para nuestra purificación.                                         

El tiempo de  la Cuaresma comenzamos entre dos enunciados: “Con el sudor de tu frente comerás tu pan, hasta que vuelvas a  ser polvo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y a polvo te convertirás” (Gen 3,19). "El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio"  (Mc1,15). Como seres mortales, no somos eternos (polvo); Como seres espirituales, somos participes de la vida en Dios. Pero, para estar con Dios   hace falta la conversión al Evangelio.

Este primer domingo de cuaresma reflexionamos sobre las tentaciones de Jesús en el desierto, que como hemos  escuchado en el Evangelio, Marcos solo las constata sin dar mayores detalles a diferencia de los demás sinópicos.

Con frecuencia solemos quedarnos en esas tres tentaciones de convertir las piedras en panes, de exhibirse en el alero del Templo o la promesa de la riqueza del mundo. Yo las reduciría a una sola: la tentación sobre Dios. La tentación de quedarnos con nuestra idea de Dios que, en el fondo, es una manera de negar la verdad sobre Dios. Por eso mismo, pienso que esta Cuaresma la pudiéramos enfocar sobre nuestra idea de Dios. ¿Quién es nuestro Dios? ¿Cómo es nuestro Dios? ¿Cuál es el sentido de Dios en nuestras vidas?

Fácilmente decimos que creemos en Dios, lo repetimos en el Credo; sin embargo, si luego nos detenemos a pensar un poco, nos vamos a dar cuenta de que Dios tiene muchas deformaciones en nuestro corazón. Pienso que el mayor pecado no es negar a Dios sino deformarle. El Diablo le presenta a Jesús tres deformaciones de Dios. ¿Cuántas deformaciones hay en nosotros? Que esta Cuaresma nos lleve a clarificar la verdad de Dios en nosotros. El problema de las tentaciones de Jesús era un problema de Dios, porque cada tentación va precedida de un “si eres Hijo de Dios”. En toda tentación está de por medio la idea y la conciencia que tenemos de Dios. Y esto en dos sentidos: Primero ¿soy fiel a lo que Dios quiere y espera de mí o prefiero seguir mis propias inclinaciones? La tentación es un problema de fidelidad. Y el segundo en el sentido: Una falsa mentalidad sobre Dios.

a.- En Mateo y Lucas, las tentaciones de Jesús tienen connotación diversa en Marcos porque duran todos los 40 días. Y que Satanás pone a prueba la fidelidad de Jesús al camino trazado por el Padre.

En esta situación se proclama la victoria de Jesús: Vence la violencia opresora y divisora del hombre y se anuncia que él trae la paz escatológica (Is 9,5; 11,6-9) en la que habita una humanidad nueva capaz de solidaridad, de servicio y de amor en el construir la historia.

El servicio de los ángeles evoca la protección de Dios con su profeta perseguido, indicando así de qué manera Dios Padre participa en los combates de su Hijo y de qué lado está en los conflictos de la historia. Con todo ello se presenta a Jesús como a Adán en el paraíso, pero no retro-proyectado hacia atrás sino anunciado hacia el futuro, como una realidad que va a suceder. Jesús es el nuevo Adán, el prototipo de una humanidad nueva que nace en su carne y se forma en su seguimiento. Las tentaciones atraviesan la vida de Jesús y en todas ellas Jesús constantemente renueva su “SÍ” al proyecto del Padre:

Vienen de los fariseos que le piden demostraciones de poder para evitarse el camino doloroso de la fe (Mc 8,11-13).

Vienen del mismo discípulo que acaba de confesar la fe pero que se intenta apartarlo del camino. A él le responde: “¡Quítate de mi vista, Satanás! Porque tus pensamiento (=proyectos, caminos) no son los de Dios sino de los hombres” (Mc 8,33).

Vienen de su mismo corazón de hombre que le teme a la muerte: “Y decía: ¡Abbá, Padre! Todo es posible para ti, aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Mc 14,35).

Vienen de los adversarios (los espectadores de la pasión y los sumos sacerdotes) que lo invitan a bajarse de la cruz: “!Sálvate a ti mismo bajando de la cruz!... ¡Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos!” (Mc 15,30).

También el discípulo y el misionero pasarán por las pruebas de su Maestro. Toda tentación es negación del camino de la fe, un claudicar del “Camino del Señor”. Desde ya comprendemos que seguir a Jesús supondrá pruebas que vienen de muchos lados, pero que también como su Maestro no estará sólo y que si se apoya en la victoria de él -el más fuerte- saldrá siempre adelante sostenido en su fidelidad. Esta fuerza nos será ofrecida en su misterio pascual, misterio en el que nos sumergiremos bautismalmente.

b. Las tentaciones una falsa mentalidad de Dios: El diablo tienta a Jesús para que presente una idea equivocada de Dios. Un Dios no para regir y orientar y guiar nuestras vidas, sino un Dios utilitarista. Un Dios a nuestro servicio. Si eres Hijo de Dios podrás convertir las piedras en panes. Si eres Hijo de Dios aunque te tires de la punta de la torre no te pasará nada. Si en vez de adorar a Dios me adoras a mí lo tendrás todo, el mundo entero será tuyo. Y también esta falsa mentalidad de Dios es causa de muchos ateísmos modernos. 

Si analizamos la filosofía moderna, la novela y el teatro moderno, veremos que Dios ocupa un lugar central, pero para cuestionarlo, no para creer en Él sino para negar su existencia. Así por ejemplo a menudo solemos pensar más en un Dios todopoderoso que en un Dios amor. Pensamos en un Dios que puede solucionarnos nuestros problemas. Uno de los temas más presentes en la filosofía moderna existencialista es hacer a Dios culpable de todo lo que pasa de malo en el mundo o cuestionar: ¿Por qué hay hambre en el mundo si Dios puede dar de comer a todos? ¿Por qué sufren los inocentes? ¿Por qué Dios no me consigue un trabajo decente para alimentar a mi familia? ¿Por qué Dios me envía este cáncer o por qué ha muerto mi amigo en un accidente de tránsito si Dios podía evitarlo? Como se ve, es más fácil culpar a Dios del hambre en el mundo, que no el que en el mundo haya más justicia y repartamos mejor los bienes que nos sobran. Que Dios haga el milagro, cuando el verdadero milagro lo tendríamos que hacer nosotros.

lunes, 8 de febrero de 2021

DOMINGO VI – B (14 de Febrero del 2021)

 DOMINGO VI – B (14 de Febrero del 2021)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,40-45:

1,40 En aquel tiempo, se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme".

1:41 Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado".

1:42 En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.

1:43 Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente:

1:44 "No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio".

1:45 Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes. PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien

Dijo el señor: “Pidan y se les dará, busquen y encontraran; porque al que pide se le da… (Mt 7,7). El leproso nos da una lección como se pide, con mucha fe: “Señor, si quieres, puedes curarme” (Mc 1,40). ¡Qué gran prudencia y fe la de este leproso que se acerca a Cristo! No interrumpe su discurso, ni se atraviesa entre la multitud de oyentes, sino que espera el momento oportuno. Y no se lo pide de cualquier manera, sino con mucho fervor, postrándose a sus pies, con fe sincera y con una opinión correcta acerca de Él (una oración simple que sale del corazón profundo del leproso). En efecto, no le dice: “Dame salud; o haz que me sane”; sino: ‘Si quieres, puedes curarme’. No le dice: ‘Señor, ¡cúrame!, sino que más bien le confía todo a Él y da testimonio así que Él es Señor para curar o no, reconociendo el pleno poder que le asiste.

 ‘Quiero, queda curado’ (Mc 1,41). A pesar de haber realizado tantos y tan extraordinarios milagros, no consta que alguna vez haya hablado como lo hizo en esta circunstancia. Aquí; para confirmar en el pueblo y en el leproso la fe en su poder, dice primero: ‘¡Quiero!’. Y no lo dice sin hacerlo, sino que enseguida de las palabras sucede el hecho” y suscita dos connotaciones: a) Jesús aparece en comunión con la Ley de Moisés al manda al leproso a presentarse a los sacerdotes (Mc 1,44; Lv 13,10) pero también en contraposición a ella cuando se hace impuro al tocar al leproso en el (Mc 1,41). b) Ni el leproso hace lo normal, que es alejarse gritando “impuro”, “impuro, “impuro soy”; ni tampoco Jesús lo hace: alejarse del leproso, sino que lo toca. Dos acciones prohibidas por la ley de Moisés.

 

Lo que es puro e impuro dice el Señor: "Cuando se apartó de la multitud y entró en la casa, sus discípulos le preguntaron: ¿Qué es lo que hace puro o impuro al hombre? Dijo Jesús: “¿No saben que nada de lo que entra de afuera en el hombre puede mancharlo, porque eso no va al corazón sino al vientre, y después a la letrina?" Así Jesús declaraba que eran puros todos los alimentos. Luego agregó: "Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que hacen impuro al hombre" (Mc 7,17-23).

Por tanto, no por comer mucho o poco; no por estar con un mal del cuerpo, o por estar sano el cuerpo depende nuestra salvación. Sino de cómo está el alma o espíritu nuestro, si puro o impuro, depende nuestra salvación.

La enseñanza del Evangelio nos reporta cuatro elementos: 1) Encuentro entre Jesús y el leproso (Mc 1,40). 2) Curación del leproso (Mc 1,40-42). 3) Envío del hombre sanado (Mc 1,43-44). 4) El hombre sanado pregona la curación: el primer misionero de Jesús (Mc 1,45)

1.- Encuentro entre Jesús y el leproso (Mc 1,40): “Se le acerca un leproso…” No sabemos dónde ni cuándo sucede este episodio del evangelio. Marcos va al grano: un leproso “viene a su encuentro”. Es decir, del fondo de un escenario impreciso emerge el hombre necesitado, es llamado “un leproso”. Para nosotros los lectores se abre entonces otro escenario, cuyo trasfondo en los relatos bíblicos del Antiguo Testamento, nos permite captar la gravedad de la situación: un leproso es una persona triplemente marginada.

a.- Con relación a Dios: El leproso considerado “impuro”, o sea, lejos de la comunión con Dios, así lo señala la normativa del libro del Levítico (primera lectura). La causa: la enfermedad era considerada un castigo de Dios. El relato de Marcos parece insinuar que la lepra es un flagelo demoníaco (notemos que Jesús actúa como en un exorcista (Mc 1,42).

b.- Con relación al pueblo: Por la misma razón anterior, el leproso era apartado de su comunidad de Israel. Siempre debía mantenerse lejos de la gente; si bien sabemos que esto no se aplicaba estrictamente sino para la entrada a la ciudad de Jerusalén. Al leproso se le acababan todas las antiguas relaciones: para su familia, sus amigos y sus conocidos, era una persona muerta en vida. Se le tenía asco. Cuando se aproximaba a un lugar habitado tenía que advertir su presencia con una campanita y decir que era leproso. ¡Qué humillación!

c.- Con relación a sí mismo: La autoestima de un leproso debía ser baja: no sólo soporta grandes dolores sino que nota cómo va perdiendo su integridad física, su belleza. Siente su mal olor sin poder hacer nada. No sólo los otros tienen repugnancia de él, sino también él de sí mismo. El dolor de una persona así no puede ser mayor: el rechazo social, el que se considere que ni siquiera Dios lo ama, el asistir conscientemente a la putrefacción de su cuerpo. Pues bien, él “viene” donde Jesús. De esta forma rompe las reglas sociales y religiosas: un leproso no debe acercarse a una persona sana sino gritarle desde lejos (Lev 13,45-46).

Ya podemos comprender quién es el que “viene” donde Jesús: 1) Un hombre que se presenta ante Jesús con una situación humanamente incurable. 2) Un hombre valiente –o quizás atrevido- que rompe las reglas poniendo en peligro de exclusión social y religiosa a Jesús. 3) Un hombre que comprende lo que le ofrece la Buena Nueva de Jesús: el poder de Dios puede sanarlo.

Curación del leproso (Mc 1,40-42): “…Suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes limpiarme”. La súplica del leproso representa un desafío para Jesús y al mismo tiempo muestra qué idea tiene del precedente actuar del Maestro y qué expectativas le ha suscitado. La manera como el leproso implora su sanación contiene todos los elementos de una oración propiamente dicha. Lo hace en forma gestual y en forma verbal, pero expresando en el fondo una gran convicción. El gesto es de profunda reverencia. Así también ora Jairo, el jefe de la sinagoga y padre afligido de la niña que será resucitada (Mc 5,22), e igualmente la anónima y angustiada madre en Tiro (Mc 7,25).

En otras palabras, el orante reconoce que es suficiente que Jesús quiera para que suceda algo que parece imposible, la curación más difícil que es casi como la resurrección de un muerto. Ya Job (18,13) había dicho que la lepra era “el primogénito de la muerte”. No menos terribles habían sido las palabras de Aarón cuando la lepra de su hermana María: “No sea ella como quien nace muerto del seno de su madre, con la carne medio consumida” (Números 12,12). En el fondo subyace la confesión de fe bíblica que proclama el poder absoluto de Dios: “Todo es posible para Dios” (Mc 10,27). De la misma forma orará Jesús en el Getsemaní: “Todo es posible para ti” (Mc 14,36ª); y luego se abandonará filialmente en el “querer” del Padre: “Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Mc 14,36). Uno no puede de dejar de ver en esta ocasión cómo la expresión que decimos con frecuencia, “Si Dios quiere”, tiene un profundo sentido.

¿Sobre qué recaen las acciones pedidas a Jesús? Anteriormente en la sinagoga, Jesús había mostrado el poder de su palabra (Mc 1,25.27). Ahora se suplica que lo vuelva a hacer en un acto de purificación: “Puedes limpiarme”. A diferencia de los sacerdotes del Templo, quienes declaraban cuándo una persona ya estaba limpia, lo que se le pide a Jesús es la limpieza-curación misma.

Veamos cómo Jesús confirma su poder divino –en calidad de portador del Espíritu e Hijo del Padre (Mc 1,10-11) anunciador del Reino (Mc 1,15)- con la declaración explícita de su voluntad y la potencia de su palabra.

“Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: ‘Quiero; queda limpio” (Mc 1,41). El “Quiero” está movido desde un gesto que proviene de un sentimiento, de la profunda sintonía entre el sanador y el sanado. Jesús no se contenta con mirar desde lejos la miseria del leproso sino que se identifica con su realidad y la carga sobre sus hombros a la manera del siervo sufriente (Is 53,11; 2 Cor 5,21; Gal 3,13). Ahora bien, notamos en la sanación una entrega total de Jesús mediante un movimiento que se desencadena en lo profundo y se exterioriza en la mano que se extiende hasta alcanzar el contacto físico con el hombre llagado y marginado. Finalmente, lo gestual se vuelve verbal: el poder de la Palabra.

1) Los gestos: “Extendió la mano... le tocó” (Mc 1,41). Vemos los dos pasos de una imposición de manos, lo cual es una forma de transmitir la potencia, pero sobre todo de expresar gestualmente la voluntad. Hay un trasfondo bíblico. En el Antiguo Testamento, Dios se manifestaba “con brazo extendido” que realizaba prodigios: “Os salvaré con brazo extendido” (Ex 6,5);  y también el poder de Dios por medio de los gestos de Moisés en (Ex 4,4; 7,19; 8,1; 9,22; 14,16,21,26). La mano se extiende para tocar. Para Marcos el contacto físico es importante (Mc 3,10; 5,27.28.31; 6,56; 7,33; 8,22; 10,13), es una forma de comunicación honda que vehicula algo de sí mismo.

2) Las palabras: “Quiero, queda limpio” (Mc 1,41): Las palabras verbalizan lo ya dicho con el gesto. Es notable cómo los verbos de la orden de Jesús corresponden puntualmente con los de la petición del leproso. Jesús confirma la idea que el enfermo tiene de él: ¡actúa con el poder de Dios! “Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio” En Jesús actúa Dios: basta que quiera una cosa para que ella suceda enseguida.

Como es de ver, el tema de la purificación aparece por tercera vez consecutiva: “Puedes limpiarme” (Mc 1,40), “Queda limpio (puro)” (Mc 1,41)  y “Quedó limpio (puro)” (Mc 1,42). Esta secuencia de voces (del enfermo, de Jesús y del narrador que haces las veces de observador externo muestra linealmente cómo la oración ha sido atendida. Marcos nos invita a apreciar el valor de lo ocurrido: el querer de Jesús tiene un poder inmenso. ¿Qué otra cosa podríamos lograr los hombres con nuestra simple voluntad al enfrentar las enfermedades? Jesús actúa como Dios: basta que quiera una cosa para que ella suceda. El leproso es curado al instante de la enfermedad.

Envío del hombre sanado: “Le despidió al instante prohibiéndole severamente: ‘Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio” (Mc 1,43-44). Enseguida viene una nueva orden, no para la enfermedad sino para el hombre que estrena nueva vida. Tiene dos componentes:

a) Uno negativo: lo que no debe hacer, esto es, guardar el secreto de lo sucedido. La finalidad es evitar la publicidad y evitar concepciones simplistas que expone a Jesús a la manipulación de quienes buscan su poder sin comprender cuál es su profunda identidad mesiánica, o sea, sin dejarlo revelarse y cumplir a cabalidad la misión para la cual vino (esto es el “secreto mesiánico”.

b) Lo positivo: lo que sí debe hacer, que es proceder como manda la Ley de Moisés al respecto (Lv 6,13), pero no como simple cumplimiento de una normativa sino “para que le sirva de testimonio”: no una acusación sino como demostración y anuncio concreto del acontecer del Reino de Dios. Las palabras de Jesús atribuyen la “limpieza” (o purificación) del leproso a la obra de Dios y lo reintegran a su comunidad de vida y de culto, a la asamblea del Pueblo de Dios, con todos sus derechos y deberes.

3.- El hombre sanado pregona la curación: el primer misionero de Jesús: “Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia (El primero en proclamarla Buena Noticia, el poder de Dios en el Hijo), de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes”(Mc 1,45). El pasaje termina de forma inesperada. El hombre sanado no acepta restricciones y desobedece la orden de Jesús: “Divulga la noticia”. El mandato dado “severamente” no consigue reprimir el “entusiasmo” de esta persona. Puede decirse que Jesús puede controlar la enfermedad pero no el corazón del hombre.

Se hace notar enseguida: 1) Ahora el marginado es Jesús que debe quedarse fuera de los centros urbanos, “en lugares solitarios”. Esto puede entenderse de dos maneras: Ahora es él quien está en la situación del leproso: éste sería el doloroso costo del servicio. Jesús quiere mantener el propósito del secreto que había pedido: no quiere populismo. 2) La evangelización del (ex) leproso es eficaz. La predicación del (ex) leproso es testimonial y consigue atraer ríos de gente hacia la persona de Jesús.

La forma verbal de la frase “acudían  a él de todas partes”, genera un efecto: una acción prolongada y constante de ríos de personas que –como lo hizo inicialmente el leproso- “vienen” donde Jesús. El progresivo reconocimiento de Jesús por parte del pueblo, en este primer capítulo del Evangelio, llega a su punto culminante. El punto es que no sólo la fama de Jesús se difunde. Sino que –como una onda expansiva- continúa creciendo la confianza en Él. Esto es lo que logra el primer misionero del Evangelio.

Una inquietud conecta la primera con la última página del Evangelio: si este hombre no fue capaz de quedarse callado cuando Jesús se lo pidió, entonces ¿qué habrá que esperar al final del Evangelio cuando se mande a hablar?: “Id a decir…” (Mc 16,7).

El pasaje termina con una especie de aclamación coral, pero sólo con gestos, que proclama la grandeza de Jesús en la sanación realizada. La predicación se vuelve testimonial y no se restringe a un solo aspecto, ni a un solo lugar ni a pocas personas, sino a “todos acudían”. ¡Este es el ideal de la evangelización! De la experiencia del leproso aprendemos que el Dios de Reino predicado por Jesús es poderoso y que se la juega toda por nosotros. Indudablemente Él es superior a todas las fuerzas y poderes. Ahora bien, cuándo y de qué modo esto suceda, debemos dejarlo determinar por él.

Por tanto, la pregunta inquietante que nos ilumina en buscar respuestas es: ¿Maestro, qué obras buenas debo hacer para heredar la vida eterna? (Mc 10,17). Obrando en la enseñanza de Jesús en la misión: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,15-18). Porque Jesús no enseña meras teorías de cómo se llega al cielo, sino de las experiencias de vida habitual en la misión: sanando, limpiando leprosos, acudiendo al que necesita de la ayuda. Al respecto dice el apóstol: “¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: "Vayan en paz, caliéntense y coman", y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta” (Stg 2,14-17).

lunes, 1 de febrero de 2021

DOMINGO V – B (07 de febrero del 2021)

 

DOMINGO V – B (07 de febrero del 2021)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,29-39:

1:29 En aquel tiempo, cuando salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.

1:30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato.

1:31 Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.

1:32 Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados,

1:33 y la ciudad entera se reunió delante de la puerta.

1:34 Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él.

1:35 Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.

1:36 Simón salió a buscarlo con sus compañeros,

1:37 y cuando lo encontraron, le dijeron: "Todos te andan buscando".

1:38 Él les respondió: "Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido".

1:39 Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor paz y bien:

“Cuando Jesús salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés” (Mc 1,29). “La suegra de Simón estaba con fiebre” (Mc 1,30). La curación hace referencia a la salvación total operada por el poder de Cristo. A través del mismo itinerario simbólico, pasamos de la sinagoga (casa de la ley) a la «casa de Pedro», o sea a la iglesia. Cristo deja la sinagoga para hacer de la iglesia la casa de la salvación. Sólo aquí el creyente «es levantado» por Cristo, es «resucitado».
El contraste aparece bastante explícito: ineficacia de la ley frente al poder y la palabra de Dios.

“Un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?" (Mc 10,17). Esta pregunta es eje conductor de nuestra reflexión en el presente año. Para heredar la vida eterna tenemos que salir o cumplir la misión de anunciar el Evangelio. Una misión que tiene pautas precisas: "Vayan por todo el mundo, enseñen el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: expulsarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,15-18). Pero para cumplir esta noble misión tenemos que aprender del maestro en su primer día de jornada misionera.

 El domingo anterior meditamos la actitud de asombro por parte de la gente: “Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!" (Mc 1,27). Hoy el evangelio describe la primera jornada de misión que Jesús despliega. De la enseñanza a la misión.  En efecto, el evangelista Marcos introduce el ministerio público de Jesús con la narración del primer día misionero. Éste sucede en Cafarnaúm y comprende:

1) Primero (se sobreentiende que sucede por la mañana) Jesús va a la sinagoga; 2) luego Jesús sigue a la casa de sus dos primeros discípulos; 3) al atardecer, acoge la multitud de enfermos y posesos que se aglomeran en la puerta; 4) pasada la noche, al amanecer, Jesús se va a orar a solas.

Enseguida vemos que lo que se hizo en Cafarnaúm se repite muchas veces en los pueblos vecinos. Sabemos así, qué es lo que Jesús hace en su misión en Galilea: “Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios” (Mc 1,39). El primer pasaje, el exorcismo en la sinagoga (Mc 1,21-28), precisamente la primera acción misionera de Jesús en el evangelio de Marcos, ya fue leído el domingo pasado. Leamos ahora los otros pasajes, sin perder de vista que se trata de una unidad: la jornada “modelo” de la misión de Jesús.

“Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta.  Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían” La actividad de Jesús, centrada en exorcismo y curación, es decir, en la restauración del ser humano en todas sus dimensiones, se repite ahora en la “puerta” de la casa. De la intimidad de la casa pasamos al escenario público.

La población entera capta de quién puede esperar una verdadera ayuda en sus necesidades. Por eso, al atardecer, le traen a Jesús sus enfermos y endemoniados. Todo el cruel panorama del sufrimiento humano es expuesto en la presencia de Jesús. De repente lo vemos asediado y circundado por una mar de dolor y miseria. Lo que habíamos visto en la sinagoga –un poseído por el demonio- y luego en la casa –una mujer enferma-, parece ser la realidad de mucha gente, por eso se dice que “le trajeron todos los enfermos y endemoniados” de toda la ciudad. Toda la esperanza de la ciudad está puesta en Jesús.  Él está en capacidad de afrontar estas necesidades. Él tiene el poder para ayudarlos y, de hecho, les ofrece su ayuda: “curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios”.

 El silenciamiento de los demonios va en la misma línea de lo sucedido poco antes en la sinagoga. La presencia de Jesús se va notando gradualmente y el poder deslumbrante de la “autoridad” del Reino va ampliando su radio de acción: de la sinagoga a la casa, ambos espacios restringidos de vida comunitaria y familia, se pasa a la sanación del tejido urbano, la sociedad entera.

 Jesús se va a orar a solas al amanecer: “De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración” (Mc 1,35). Bien de mañana, Jesús se retira, en la soledad a orar.  También en esta ocasión, como en el primer milagro, Marcos evita darnos detalles, para él es suficiente decir que Jesús se va a orar en un lugar solitario, al alba, en el silencio, en la paz de la mañana. No sabemos de qué tipo de oración se trate: si Él le está agradeciendo a Dios por el buen comienzo que ha tenido su obra, si Él le está dirigiendo una súplica insistente por su actividad futura, si está simplemente en compañía del Padre, tranquilo y serenamente recogido en la quietud de la mañana, o si está contemplando el lago y el paisaje circundante que va emergiendo claramente en la medida en que se disipan las tinieblas de la noche, maravillándose por la obra creadora de Dios, bendiciéndolo.

 De la figura de Jesús en el Evangelio de Marcos, hacen parte no solo los rasgos de una actividad incesante, sino también el tiempo para estar con Dios en la quietud y en el recogimiento.  Jesús vive en una relación fuerte con Dios, una relación incomparable. No se dice qué participación tengan los discípulos en esta oración de Jesús. Probablemente ninguna. Pero es cierto que el comportamiento del maestro está marcando la pauta para su estilo de vida, por lo tanto, también ellos están siendo invitados a orar junto a él, de una manera o de otra, en esta atmósfera de paz y de tranquilidad. La jornada misionera “modelo” se repite en “toda Galilea”: Un estilo de vida y de misión “abierto” (Mc 1,36-39) Notemos, finalmente, que el “día modelo” de Jesús se replica en todas los puntos de Galilea.  Veamos lo que sucede en Mc 1,36-39:

 “Simón y sus compañeros fueron en su busca;  al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan.»   El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido.»  Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios” Jesús ha despertado y ha confirmado la confianza del pueblo.  La gente está contenta de poder presentarle todas sus propias enfermedades y todas sus propias necesidades.  No nos extraña, por tanto, que la gente quiera retenerlo y asegurase de manera permanente su ayuda.  Sin embargo, Jesús, no se queda ahí.

 “Vayamos a otra parte”. La anotación no está puesta por casualidad.  La vida misionera tiene su esquema pero también es dinámica, ella se va “reinventando” en nuevos lugares, tiempos y situaciones. La misión tiene una fuerza expansiva irreprimible. Pedro y los otros seguidores de Jesús deben aprender la lección: el Maestro no se amarra a una sola actividad ni a un solo lugar.  Él mismo dice que debe llevar su mensaje a “toda Galilea”.

 Síntesis: Los puntos clave del estilo de vida de Jesús y de sus discípulos: Después de aproximarnos un poco a los textos que describen la agenda del primer día de Jesús, que es modelo de los demás días (el evangelista no tendrá necesidad de volver a contarlo y se centrará más bien en las variantes de las jornadas misioneras), podemos sacar algunas conclusiones sobre el estilo de vida que Jesús le propone a los discípulos, estilo de vida que ellos ya están aprendiendo en el “estar” a su lado todo el tiempo.

 Retengamos ocho rasgos que son, al mismo tiempo, otras tantas lecciones para el discipulado y la misión apostólica, si es que quiere hacerse bajo el paradigma evangélico:

1) La misión empieza en el ámbito de la propia comunidad de fe.

2) La misión debe traer también bendiciones para la propia familia (Marcos señala que la misión no sólo es hacia fuera sino también hacia dentro).

3) La misión debe llegar al mayor número posible de personas (Marcos presenta a todos los enfermos de la ciudad).

4) La misión apunta a todos los aspectos de la vida de la persona y no a uno solo.

5) La misión tiene como un objetivo la derrota de las diversas formas del mal (o maldiciones) que empobrecen y esclavizan la vida humana. De esta victoria emerge un hombre nuevo cuya característica es la entrega a los demás en el servicio. El paradigma es la suegra de Pedro.

6) Hay que saber integrar la vida comunitaria, con la vida íntima, con la vida pública.  Se trata de un equilibrio difícil de lograr, pero hay que hacerlo. Jesús lo hacía.

7) Hay que saber integrar la predicación con las acciones que hacen presente el Reino de Dios (ver para qué llama a los discípulos en Mc 3,14s y para qué los envía a la misión en Mc 6,12s).

8) Hay que saber integrar la misión intensa con la intensa oración.

 En fin, el estilo de vida de Jesús y de sus discípulos, que constituye su “vida nueva”, está caracterizado por una fuerte correlación según el Reino, en cuyo centro está Dios (por la oración), que se inserta en los diversos ámbitos relaciones que una persona sostiene en su cotidianidad y les da un nuevo sentido.  Allí, se vence el mal, las personas se revisten de Cristo y surge un hombre y una comunidad nuevos. Entonces puede decir con toda certeza que el programa de Jesús efectivamente está aconteciendo: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca” (Mc 1,14). Para eso hace convertirnos y creer en el Evangelio (Mc1,15). Quien se convierte y cree  en el evangelio entiende que no puede dejar de anunciar el evangelio. San Pablo exclama con razón al decir: “Pobre de mí si no anuncio el evangelio” (I Cor 9,16). Porque la paga de esta misión es como Jesús nos lo dice: “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt16,27): Estar con donde esta Jesús (Jn 14,13): El cielo.

miércoles, 27 de enero de 2021

DOMINGO IV T.O. - B (31 de Enero del 2021)

 DOMINGO IV T.O. - B (31 de Enero del 2021)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,21-28:

1:21 Entraron en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar.

1:22 Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.

1:23 Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar:

1:24 "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios".

1:25 Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre".

1:26 El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre.

1:27 Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!"

1:28 Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea. PALABRA DEL SEÑOR.

 

REFLEXIÓN:

 

Queridos(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Dice Dios: “Sean, santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). Los serafines se gritaban el uno al otro: “Santo, santo, santo, es Yahveh: llena está toda la tierra de su gloria.”(Is 6,3).  El Ángel dijo a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer de ti será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). ¿Cómo hacernos santos y para qué sirve la santidad? La santidad es requisito indispensable para ser partícipe de la salvación que Dios nos ofrece por su Hijo. ¿Quién es el santo? Jesús dice: “Felices los que tienen corazón puro y limpio, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Los que no tienen pecado alguno son puros y por tanto son santos. ¿Cómo santificarnos? Dios dice: “Santifíquense observando mis leyes poniendo en práctica mis mandamientos” (Lv 20,7). ¿Cuáles son los mandamientos de la santificación? Son los diez mandamientos (Ex 20,3-17).

Ahora, el diablo exclama en la presencia de Jesús y dice: “Yo sé quién eres: el Santo de Dios" (Mc 1,24). Esta profesión de fe de satanás es de puro engaño y mentira. Pero Jesús no se deja impresionar por su exclamación y por eso increpo al espíritu rebelde al decir: “Cállate, y sal de este hombre” (Mc 1, 25) y curiosamente el diablo obedeció a Jesús y salió del hombre. San Pablo dice: “No se  junten los que no tienen fe. Pues ¿qué relación habría entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión habría entre la luz y las tinieblas? ¿Qué armonía habría entre Cristo y Satanás?” (II Cor 6,14). San Juan Dice: “Hijos míos, que nadie los engañe. Quien obra la justicia es justo, como Dios es justo. Quien comete pecado es del Diablo, pues el Diablo peca desde el principio. Pero, el Hijo de Dios ha venido para deshacer las obras del Diablo” (I Jn 3,7-8).

“Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mc 1,22). ¿Por qué la primera reacción de la gente de Cafarnaún hacia Jesús haya sido el reconocimiento de su autoridad? Porque era gente cansada de recibir enseñanzas que eran puras imposiciones, puras prohibiciones y repeticiones siempre de lo mismo. Como Jesús dirá en otra ocasión respecto a los falsos maestros: enseñan pero no viven, dicen pero no hacen lo que dicen (Mt 23,3).

“Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!” (Mc 1,27) es complemento a  (Mc 1,22) y tenemos tres afirmaciones del pueblo. “Se quedaron atónitos de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.”  Luego una segunda: “Este modo de enseñar con autoridad es nuevo.” Y la tercera: “Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.” Y nos sugiere dos ideas: el tema de la autoridad autentica y el tema de la autoridad falsa.

Autoridad autentica o verdadera: El Evangelio de hoy nos sitúa ante las primeras impresiones que la gente tiene acerca de Jesús. Y resulta curioso que la primera reacción haya sido de reconocer la superioridad de la enseñanza de Jesús por encima de los escribas, los especialistas de la ley (Mc 1,22). Lo primero que reconocen en Él es “la autoridad con la que enseña”. “Este modo de enseñar es nuevo”, aquí hay algo distinto a lo que los escribas dicen que no hacen sino hablar comentando la ley de Moisés y los Profetas (Mt 23,3). Pero aquí hay algo más, hay una novedad, Jesús no es un comentarista. Jesús habla de lo que sabe, de lo que Dios le inspira y de lo que el Espíritu Santo despierta en su corazón: “El que me envió está en la verdad, y lo que aprendí de él es lo que enseño al mundo” (Jn 8,26). Entonces, aquí radica la diferencia: La enseñanza de los letrados esclaviza. La enseñanza de Jesús es liberadora, es una invitación al amor y a la libertad y el respeto a la persona. Que bien se puede resumir en un nuevo mandato: “Que se amen unos a otros como les he amado” (Jn 13,34).

Un Evangelio de suma actualidad, precisamente hoy es que la autoridad ha perdido fuerza y sentido porque hoy ya no creemos tanto en la autoridad que nace del puesto que uno ocupa o del poder que tiene, sino que creemos en la autoridad de la persona misma, de la verdad y autenticidad de la persona y en la medida en que esta autoridad es una llamada al respeto de los demás, a la libertad de los demás y a la promoción y desarrollo de los demás. Es decir, hoy creemos a la autoridad no del que manda sino del que pone su vida en actitud de servicio a los demás y así nos enseñó el Señor cuando dijo: “Entre ustedes no debe suceder así Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo:  como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud" (Mt 20,26-28). De esta actitud de servicio es como nace la autoridad autentica.

Para entrar en el segundo tema: Una autoridad capaz de sacar de nuestros corazones esos malos espíritus que nos esclavizan: “Si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes (Lc 11,20). La autoridad que brota de la dignidad misma de la persona que manda. Más que mandar, la verdadera autoridad sirve a los demás. Más que sentirse superior, la verdadera autoridad es la que siente superiores a los demás. Una verdadera autoridad no se impone por el miedo, sino por el amor. Hoy tenemos más miedo a la autoridad que un verdadero amor y cariño. Por eso pienso que el Evangelio de hoy es una llamada de atención para todos, para los que enseñan y mandan y para los que escuchan y obedecen.

El Evangelio que acabamos de oír, también nos relata la expulsión de un demonio por Jesús: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios". Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre" (Mc 1,24-25). Fíjese que el demonio reconoce a Jesús como el Santo de Dios. Nos recuerda lo de (Lc 1,35). Luego viene: “El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre” (Mc 1,26). Es decir obedeció a Jesús.                 

Tal vez, este hecho nos suena a nosotros un poco raro porque el demonio resulta obediente pero ¿esa obediencia será autentica? Pero también el estar poseído por un demonio nos parece algo exclusivo de los tiempos pasados. Sin embargo sucede también en nuestros días, aunque sea poco frecuente. Pero el problema de fondo para el hombre de hoy es la pregunta, si el demonio como persona existe o no. Resulta que el hombre moderno e incluso el cristiano moderno apenas creen en el demonio. Éste ha conseguido realizar en nuestros días, su mejor maniobra, es decir hacer que se dude de su existencia.

En el primer libro se nos narra: “La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho. Y dijo a la mujer: ¿Cómo es que Dios les ha dicho: No coman de ninguno de los árboles del jardín? Respondió la mujer a la serpiente: Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Más del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No coman de él, ni lo toquen, so pena de muerte. Replicó la serpiente a la mujer: De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal." Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido y comió” (Gn 3,1-6).

Dios ya había creado un mundo de espíritus puros: los ángeles. Ellos se dividieron en dos bandos: unos fieles a Dios (Lc 1,26-28) y otros rebeldes en contra de Él como ya se nos narra en Génesis. Éstos fueron arrojados al infierno y buscan, desde entonces, contrarrestar el poder y dominio de Dios. Y porque no les es dado enfrentarse directamente con Dios, lo hacen indirectamente. Tratan de arrebatarle su creatura preferida de la tierra: el hombre. Así cada uno de nosotros es un campo de lucha en el que se enfrentan el bien y el mal, las fuerzas divinas y las fuerzas diabólicas. ¿Quién negaría tal realidad? Nadie de nosotros va a ser tan ingenuo de creerse fuera de esa lucha permanente. Cada uno de nosotros experimenta esta tensión, este conflicto en su propio cuerpo y en su propia alma. Nos damos cuenta de que un ser fuerte obra en nosotros y nos quiere imponer su voluntad, y que necesitamos a otro más fuerte para liberarnos.

Fuimos liberados ya el día de nuestro bautismo. Pero el demonio volvió a nosotros y lo dejamos entrar de nuevo, por medio de nuestros pecados. La gran obra del diablo es el pecado. Él es el “padre del pecado” (I Jn 3,8). La realidad del mal - que lleva a los hombres a matar, robar y engañar; que hace triunfar al injusto y sufrir al justo; que vuelve egoístas a los que tienen ya demasiado y lleva a la desesperación a los marginados - todo esto y mucho más es su obra, bien presente y actual en nuestro mundo. Realmente, el hombre no vive solo su destino. Es incapaz de ser absolutamente independiente. O se entrega a Dios o es encadenado por el demonio.

Tanto en el bien como en el mal, no somos nosotros los que vivimos: es Cristo o Satanás el que vive y triunfa en nosotros. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo! Me recuerda un cuento: Un cura párroco y un burlón viajan juntos en el mismo tren. Éste le dice: “¿Ya sabe la noticia? Ayer murió el diablo y hoy va a ser enterrado”. Entonces todo el mundo espera la respuesta del cura. Éste sonreía nomás y empieza a buscar algo en sus bolsillos. Por fin encuentra una moneda y se la da al burlón diciendo: “Siempre tuve mucha compasión con los huérfanos”. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo!

Jesucristo choca, desde el comienzo de su misión, con esta potencia del mal increíblemente activa y extendida por el mundo. Por todas partes Jesús la descubre, la expulsa, la destrona. En este contexto debemos ver también el Evangelio de hoy. En el centro del texto no está el poseído por el demonio, sino Cristo mismo. En Él debe fijarse nuestra mirada. Porque nosotros mismos no lograremos soltarnos del poder del demonio. Con nuestras propias fuerzas no podremos vencer el mal dentro de nosotros.

Es necesario que Cristo nos fortalezca en nuestra lucha diaria contra el enemigo. Es necesario que Cristo nos libere, paso a paso, de su poder destructor. También María, la vencedora del diablo, ha de ayudarnos en ello. Como Cristo procedió, en el Evangelio de hoy, con el poseído, así quiere expulsar la injusticia, la mentira, el odio y todo el mal de esta tierra. Quiere en nosotros y por nosotros crear un mundo nuevo mejor, renovar la faz de la tierra. Quiere construir una Nación de Dios, donde reinan la verdad, la justicia y el amor. Queridos hermanos, también nosotros seremos, un día, totalmente libres de la influencia del maligno. Será en el día feliz de nuestro encuentro final con Dios, de nuestra vuelta a la Casa del Padre.

San Pedro nos exhorta: “Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe” (I Pe 5,8-9).

domingo, 17 de enero de 2021

DOMINGO III T.O. – B (24 de Enero del 2021)

                     DOMINGO III T.O. – B (24 de Enero del 2021)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,14-20

1:14 Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo:

1:15 "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia".

1:16 Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores.

1:17 Jesús les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".

1:18 Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.

1:19 Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó,

1:20 y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna o el reino de Dios? (Mc 10,17). Para heredar la vida eterna tenemos que escuchar la Palabra de Dios (Jn 1,14), que nos dice: “Yo soy camino verdad y vida, nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14,6). Y nos invita: “Vengan a mí todos los que están fatigados y cansados, y yo les daré descanso” (Mt 11,28).

El evangelio de hoy aborda el tema de la llamada y tiene dos partes: la primera parte comprende solo dos versículos (Mc 1,14-15) y se puede resumir en un solo verbo: Anunciar. ¿Anuncio de que? De la buena noticia. Y ¿en qué consiste esta buena noticia?: “Que el tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Ahora qué hacer? Hay que Convertirse y creer en el evangelio (Mc 1,15).

La segunda parte del evangelio comprende 5 versículos (Mc 1,16-20) y se puede resumir con otro verbo: seguir. Jesús les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres". Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron” (Mc 1,17-18).

Y si deseamos profundizar el mensaje conviene preguntarnos: ¿Quién, qué, cómo, cuándo y paraqué anunció? Luego más preguntas: ¿Por qué, cómo cuándo y para que seguir? El anuncio es la proclamación que hace Jesús de su mensaje; el seguimiento lo vemos en dos escenas de pescadores, llamados a ir en pos de Jesús: Simón y Andrés, Santiago y Juan, dos parejas de hermanos carnales entre sí,  que son el paradigma de cuál es el seguimiento de todo cristiano, que ha tomado a Jesús como maestro, como guía, como Señor y Salvador. Jesús anuncia o proclama cuatro cosas:

1) Que el tiempo se ha cumplido. 2) Que el reino de Dios irrumpe sin demora. 3) Que nos convirtamos, 4) acogiendo el Evangelio.

Este fue el anuncio de Jesús, anuncio que hoy nos llega a toda la Iglesia en son de una atenta invitación. En la primera comunidad cristiana el anuncio será el kerigma, el anuncio cumplido, Jesús muerto y resucitado: “Pedro y los demás apóstoles proclamaron ante todo el pueblo de Israel. Sepan  que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías. Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: "Hermanos, ¿qué debemos hacer ahora? Pedro les respondió: Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo” (Hch 2,36-38).

Ahora Jesús nos ha dicho “El tiempo se ha cumplido” (Mc 1,15). Jesús ve la historia humana como “tiempo de Dios”, tiempos sucesivos en los que él iba actuando y haciendo su obra. Y ve que este es el tiempo final, la verdadera culminación de la historia. San Pablo llamará a esta etapa la “plenitud de los tiempos” o la “plenitud del tiempo”: “Cuando llegó la plenitud del tiempo envió Dios a su hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Gal 4,4). O simplemente como lo dice Juan: “La Palabra de Dios se hizo carne” (Jn 1,14). Luego el mismo Señor nos lo dirá: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír" (Lc 4,18-21).

Jesús es consciente de que este es el tiempo de Dios, el tiempo final detrás del cual no viene otro superior, no hay otra etapa realmente nueva en la historia humana, y sabe que él es el centro y el protagonista de este tiempo. Y lo dice de esta forma: “y el reino de Dios está cerca” (Mc 1,15), una frase que ha dado lugar a múltiples explicaciones. Pero a la luz de la secuencias de los hechos de la vida de Jesús, nosotros nos damos cuenta de que el reino de Dios ha comenzado a llegar con él. Los milagros de Jesús están delatando, todos ellos, que el reino de Dios estaba allí. Jesús es el inicio del reino de Dios, que definitivamente se ha empezado a implantar en la tierra y que no tiene marcha atrás. Jesús al dejarnos oír estas palabras, felizmente nos sentimos involucrados: con Jesús estamos en el reino; somos testigos de las maravillas del reino; testigos y beneficiarios. Jesús comienza a actuar de esta manera: anunciando la obra de Dios en la historia.

Los primeros que se apuntan a este reino, que comienza a hacer su aparición en la tierra son unos pescadores humildes del lago (Mc 1,16-20). En realidad, no se apuntan ellos; Jesús los llama con divina autoridad y ellos aceptan la llamada al instante. El reino no es ninguna conquista, sino que es un don del Padre. Eso fue entonces y eso es hoy. El reino no es una opción que uno hace con generosidad, incluso perdiéndolo todo por alcanzarlo; el reino es siempre, absolutamente siempre, un regalo que gratuitamente nos da el Padre del cielo. Lo que pide Jesús para entrar en el reino es una sola cosa. Está expresada en esta frase del Evangelio: Convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1,15), una llamada que se podría expresar correctamente de esta manera: “Convertíos, creyendo en el Evangelio”. ¿Qué es convertirse? Creer. Creer en el Evangelio o “creer en el Jesús del Evangelio”, que es lo mismo, creer en Jesús, aceptar a Jesús, haberse encontrado con Jesús dándole plena entrada en nuestro corazón.

Convertirse no es dejar una vida de pecado y  esforzarse por una vida ejemplar. Es algo más simple, más exigente, más vital y constante: Convertirse es adherirse a Jesús, porque realmente lo he encontrado y esto es el acontecimiento nuevo y absoluto de mi vida. Aquí comienza el mundo y aquí culmina, cuando yo me encuentro con Jesús. Es un encuentro de amor que ha dado un rumbo y un sentido nuevo a mi vida. Es el comenzar a vivir bajo el régimen de la gracia, no de la ley. Evidentemente que si antes uno está en el ámbito de los vicios y pecados, al punto saldrán de aquellas esclavitudes para aceptar el dulce yugo del Señor.

Las dos escenas de seguimiento que vienen a continuación nos dicen qué es esta conversión y seguimiento, este cambio de vida y nacimiento de algo diferente, nuevo y totalmente inesperado. “Vengan en pos de mí y los haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”(Mc 1,17-18). Dejaron una vida, dejaron todo y se lanzaron camino de un nuevo amanecer. Dejaban redes, dejaban familia, dejaban pasado, dejaban futuro.

¿Adónde les iba a llevar el nuevo rumbo que se abría, y que se llama simplemente fe? Les llevaba a Jesús y adonde Jesús fuera. Conversión y seguimiento, fruto de un anuncio, de una llamada, conversión fulminante que se presenta como la nueva creación. La palabra de Jesús opera lo que dice, igual que Dios en la creación: Dios lo dijo y existió.

“El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 10,37-39). “Sin mi nada podrán hacer” (Jn 15,5). San Pablo dice: “Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Flp 3,7-8).

domingo, 10 de enero de 2021

II DOMINGO DEL T. O. - Ciclo B (17 de enero de 2021).

 II DOMINGO DEL T. O. - Ciclo B (17 de enero de 2021).

 Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 1, 35-42:

 35 Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. 

36 Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios».

37 Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús.

38 Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscan?» Ellos le respondieron: «Rabbí - que quiere decir, "Maestro" - ¿dónde vives?»

39 Les respondió: «Vengan y lo verán» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima.

40 Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús.

41 Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» - que quiere decir, ‘Cristo’.

42 Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» - que quiere decir, ‘Piedra’ ”. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“Pidan y se les dará; busquen y encontraran; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, encuentra; y al que llame, se le abrirá” (Mt 7,7-8). “El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo” (Mt 13,44). Estas dos citas nos sitúan en la perspectiva de búsqueda de respuesta a la pregunta: “¿Qué debo hacer para heredar la Vida eterna?" (Mc 10,17). Pregunta investigativa que este año iremos desarrollando en la lectura del evangelio de San Marcos.

1) El prólogo-Himno (Jn 1,1-18) que nos anuncia quién es Jesús y nos presenta las líneas principales del Evangelio; 2) El testimonio de Juan Bautista (Jn 1,19-34), en el cual se hace una presentación de la persona de Jesús, mientras éste entra en escena; 3) La primera actividad de Jesús, que es la congregación de sus primeros discípulos (Jn 1,35-51).

Esta parte final del primer capítulo del Evangelio de Juan (1,35-51) es el punto más alto con relación a todo lo anterior y constituye el verdadero comienzo de la narración evangélica, porque es ahora cuando Aquel que ha sido presentado como el “la Palabra de Dios hecho carne” (Jn 1,14) comienza a hablar.  Por eso el relato contenido en Juan 1,35-41 también podría denominarse: “Jesús -el Maestro- entra en acción”. La Palabra de Dios comienza a hablar/actuar (Evangelio: Buena Noticia).

 Asistimos a las primeras palabras de Jesús en el Evangelio, que son pocas pero significativas y ocupan un lugar central en cada escena (Jn 1,38.39.42.43.47.48.50-51). Éstas están dirigidas exclusivamente a aquellos con los cuales sostendrá la relación más estrecha, es decir a sus discípulos, los mismos que experimentarán y comprenderán su misterio y se convertirán luego en sus apóstoles o testigos.

El encuentro con Jesús: Los pasos y mediaciones que allí se dan,  permanecerá como paradigma para los discípulos de todos los tiempos quienes comenzarán su camino de discipulado a partir de un “encuentro personal” con Jesús. Mientras los otros tres evangelios describen el llamado de los discípulos de manera breve (excepto Lc 5,1-10) y concisa en torno al significado del imperativo “Sígueme” -en los llamados relatos vocacionales-, el evangelio de Juan prefiere describir con todo su colorido la manera como se comienza a tejer la relación profunda entre el maestro y sus discípulos, mostrándonos otro ángulo -quizás más profundo- de lo que significa el “seguir” a Jesús. El evangelio de Juan nos enseña, entonces, desde su primera página cómo es un encuentro con Jesús.

 Si pudiéramos sintetizarlo todo en pocas palabras podríamos decir que todo encuentro con Jesús es: Personal, Significativo, Transformador, Provocador de nuevos encuentros.

 Sobre esta base el evangelista Juan nos describe una serie de escenas, cada una con sus propias particularidades, permitiéndonos así descubrir lo maravilloso que es encontrarse con Jesús y todas las consecuencias que se derivan del encuentro.  Estas escenas están encadenadas entre sí (las dos primeras y las dos últimas por el testimonio de quien ya encontró a Jesús; la segunda y la tercera por el motivo cronológico) y se desarrollan como en un crescendo, donde la identidad de la persona de Jesús va apareciendo cada vez más clara y la percepción de los discípulos (el “ver”) tiene mayor profundidad.

 El encuentro de Jesús con Andrés y su compañero: Juan 1,35-40: Los elementos más importantes de este encuentro se pueden esquematizar así:1) Testimonio acerca de Jesús (Jn 1,35-36). 2) Escucha y respuesta al testimonio (Jn 1,37). 3) Caminar en el seguimiento/búsqueda de Jesús (Jn 1,38). 4) Ir y ver por sí y permanecer con Jesús (Jn 1,39). Este esquema es: “escuchar” al “seguir” y “Permanecer en Jesús” (Jn 1,40).

 El testimonio acerca de Jesús: el primer impulso (Jn 1,35-36). En el primer encuentro dos discípulos se cambian de maestro. Andrés y su otro compañero (Jn 1,40) escuchan el testimonio de Juan Bautista, de quien se dice son “dos de sus discípulos” (Jn 1,35), y comienzan a seguir a Jesús (Jn 1,37). Juan Bautista cumple esta función, dada desde el prólogo (Jn 1,7) y ejercida ya por primera vez, el día anterior, ante las autoridades de Israel (Jn 1,19-34). A diferencia del día anterior, Jesús no “viene hacia él” (Jn 1,29) sino que “pasa”, “sigue su camino”, “traza una ruta hacia adelante” (Jn 1,35). Juan Bautista lo nota bien y sabe poner a sus propios discípulos en ese camino.

 El anuncio de la Buena Noticia: “He ahí el Cordero de Dios” resuena por segunda vez (Jn 1,29 y 1,36). El cumplimiento de su misión, implica para Juan la pérdida de sus discípulos, por eso está a la altura de su vocación: “Es preciso que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30). De hecho él “no era la Luz sino quien debía dar testimonio de la Luz” (Jn1,8). Juan Bautista es un maestro que sabe reconocer al verdadero maestro, no retiene a los discípulos para sí, sabe desprenderse porque conoce quién es el verdaderamente importante.

 Escucha y respuesta al testimonio (Jn 1,37): El testimonio de Juan Bautista conduce hacia Jesús a dos de sus discípulos: “Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús” (Jn 1,37). Observando el comportamiento de los discípulos descrito en los dos verbos “oir” y “seguir”, podemos comprobar cómo en el discipulado la escucha es importante pero el seguimiento es decisivo: “lo oyeron hablar así”. Lo que atrae a los discípulos no es nada externo de la persona Jesús, ni siquiera un cúmulo de conocimientos acerca de él. Lo que atrae es el significado de su persona: la transformación que él puede obrar en mi vida a partir del don de su perdón.

 El seguimiento es decisivo: “siguieron a Jesús”. No basta saber algo acerca de Jesús, el conocimiento pide dar un paso, un ponerse en movimiento hacia el encuentro con él.  Con el testimonio se hace una primera idea de Jesús, con el encuentro se vive la experiencia de la transformación. ¿Cuáles son los motivos del seguimiento? (Jn 1,38). Sucede algo maravilloso.  Los discípulos ya están siguiendo a Jesús, pero no han dialogado con él. Ahora sucede el encuentro. 

 Jesús toma la iniciativa: se da media vuelta, los “ve” en su actitud de seguirlo y se dirige hacia ellos.  Su primera palabra (la primera de todo el Evangelio) no es una afirmación sino una pregunta: “¿Qué buscáis?” (Jn 1,38). La pregunta pone al descubierto el corazón de los discípulos, ellos son: Hombres en búsqueda: ciertamente “buscadores”, pero no siempre es claro de qué. Hombres que no se han quedado paralizados sino que se han puesto en camino: en Jesús parece haber una luz para sus inquietudes. Jesús no los ha recibido con una larga enseñanza acerca de Dios o de sus propósitos misioneros o sobre los objetivos del seguimiento o sobre lo que él ve en el corazón de los hombres. Jesús suscita un diálogo, un diálogo profundo que permite exponer los motivos del corazón, allí donde se dan los compromisos. Los discípulos no le responden qué buscan, a lo mejor todavía no lo pueden expresar con palabras.  Una característica de la pedagogía de Jesús en este evangelio es que educa a sus interlocutores para que sepan hablar expresando sus motivos más profundos.  Los discípulos le responden con otra pregunta: “Maestro, ¿dónde vives?” (Jn 1,38).

 La pregunta “¿Dónde vives?” (Jn 1,39). Equivale para un discípulo al “¿Dónde está tu escuela?”. Donde la intención de fondo es pedir la prolongación del diálogo.  Lo que los discípulos buscan no se puede explicar a las carreras en medio de la calle.  Los discípulos piden tiempo, desean hablar en paz con su nuevo “Maestro”. Jesús acepta. Les dice: “Venid y lo veréis” (Jn 1,39). “Vieron dónde vivía y se quedaron con él (a partir de) aquel día” (Jn 1,39).  Así como la escucha del testimonio los condujo al seguimiento de Jesús, ahora los dos discípulos no sólo ven dónde habita el Maestro sino que “se quedan” con él. Se trata de un “entrar” en el mundo de Jesús y entablar con él relaciones basadas en la confianza mutua.  Además, el encuentro no queda como una hecho ocasional sino como una experiencia estable, permanente; es el inicio de una verdadera amistad.  Sus vidas respiran en una nueva atmósfera de relaciones y de vivencias que durará mucho.

 La indicación acerca del día del suceso, e incluso del detalle “eran más o menos las cuatro de la tarde” (Jn 1,39), deja entender que el encuentro con Jesús marcó su propia historia, fue el día y la hora decisiva de sus vidas.

 ESCUCHAR al SEGUIR-PERMANECER (Jn 1,40): La conclusión de esta primera escena aparece así: “Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús” (Jn 1,40).  Esta frase es, al mismo tiempo, la introducción de la escena que sigue. Pero como frase conclusiva, nos da una clave para comprender la dinámica de fondo del encuentro con Jesús, ésta se da en proceso de la Escucha/Respuesta. Los dos primeros discípulos de Jesús supieron dejarse conducir por aquél que ya sabía quién era Jesús, Juan Bautista, y dieron el primer paso en su itinerario como discípulos de un nuevo Maestro que les abriría definitivamente nuevos horizontes en sus vidas.  Pero luego, ya junto con Jesús, volvieron a escuchar la palabra de Jesús y le respondieron.  En el fondo de esta dinámica del Escuchar y Responder se nota una profundización en los motivos profundos que había en el corazón de los discípulos.

Hay que aprender a escuchar al Maestro (Evangelio): con las actitudes, los lugares y los tiempos que él lo requiere. La palabra de Jesús “Vengan y lo verán” contiene lo esencial del encuentro.  Se trata de una invitación (vengan) y una promesa (verán). Todo apunta hacia el encuentro vivo y personal con el Maestro, y ése es el núcleo del acto educativo.  Jesús no les entrega un libro con doctrinas y normas para que sean buenos discípulos, sino que los llama a un encuentro personal de amistad, de comunión con él. Por su parte los discípulos no pueden permanecer a distancia, sin compromiso, como simples espectadores, sino que deben comprometerse, andar con él y seguir su camino, el camino que él indique. En definitiva, el “permanecer” con Jesús es la forma concreta de seguirlo, porque el conocimiento de Jesús no se puede tener a distancia, sino sólo en la comunión con él.

 El encuentro de Jesús con Simón Pedro. Juan 1,41-42: Este segundo encuentro está estructurado en cinco pasos:

 Búsqueda de otro para compartirle la experiencia (Jn 1,41). Anuncio del descubrimiento de la identidad mesiánica de Jesús (Jn 1,41). Conducir el hermano a Jesús (Jn 1,42). Descubrimiento del ser conocido por Jesús (Jn 1,42). Transformación de la persona (Jn 1,42).

 Búsqueda de otro para compartirle la experiencia (Jn 1,41). El primer encuentro con Jesús desata una cadena de encuentros: la experiencia de la relación personal con Jesús suscita nuevos testimonios y conduce a él a nuevos discípulos.  El siguiente es Simón Pedro. Los discípulos conducen a Jesús a sus propios familiares, a sus paisanos, a su círculo de amigos.  En el caso de Simón Pedro cuenta la relación familiar: “su hermano Simón” (Jn 1,41). Como bien acentúa el relato, Andrés no se encuentra a Simón Pedro por casualidad sino que lo busca.

 Anuncio del descubrimiento de la identidad mesiánica de Jesús (Jn 1,41): Él quiere hacerlo partícipe de su nuevo y maravilloso descubrimiento: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41).  Testimoniar ahora es transmitir el descubrimiento al hermano: “Encontrar a Jesús” es “descubrirlo”: un nuevo horizonte de experiencias y de conocimientos vitales que se abre con él; anunciar a Jesús es una proclamación eclesial: no en primera persona sino en el plural comunitario. La experiencia vivida en el “permanecer” con Jesús le ha permitido a Andrés y a su compañero comprobar que Jesús es el Cristo, el Mesías enviado por Dios (Jn 1,34).  El encuentro con Jesús es, en última instancia, una experiencia de Dios y de su actuar salvífico y  definitivo en los últimos tiempos de la historia.

 Antes de que el discípulo llegue a confesar su fe (“Tú eres el Cristo”) Jesús deja saber que él sabe quién es aquél a quien llama (“Tú eres Simón”).  El contenido del conocimiento es la persona de Simón como tal, como hombre distinto de los demás, pero también su historia y su mundo familiar: es el “Hijo de Juan”.  La experiencia de fe comienza de esta manera tan sencilla: llegar a descubrir a quien verdaderamente conoce nuestra vida personal, nuestras búsquedas y también nuestras raíces afectivas, el tejido de las relaciones que nos dan identidad en el mundo.

Transformación de la persona (Jn 1,42): Como se llamará en el futuro: “Tú te llamarás Cefas…”. Y el evangelista inmediatamente traduce: “…que quiere decir ‘Piedra’”.  El cambio de nombre no es algo superficial, indica más bien que algo sucede en la identidad del discípulo cuando conoce al Maestro. El encuentro es un diálogo de conocimiento profundo, de revelación del quiénes somos y del quién es Él para nosotros, que transforma la vida. El discípulo podrá decir: “desde el momento en que te conocí algo comenzó a cambiar en mí”. El cambio de nombre es también una expresión de amor, muestra cuánto Jesús se interesa por su discípulo asignándole una tarea.  La transformación en la vida del discípulo tiene que ver con lo que le sucede interiormente a partir de su experiencia de amistad con Jesús y con la misión que, en su nombre, tendrá que asumir por el resto de sus días.