domingo, 2 de abril de 2023

MISA DE VIGILIA PASCUAL - NOCHE SANTA (08 de abril del 2023)

 MISA DE VIGILIA PASCUAL - NOCHE SANTA (08 de abril del 2023)

Proclamación del  Santo Evangelio según San Mateo: 28.1-10:

28:1 Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro.

28:2 De pronto se produjo un gran terremoto, pues el ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella.

28:3 Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve.

28:4 Los guardias, atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos.

28:5 El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: “No tengan miedo, pues sé que buscan a Jesús, el Crucificado;

28:6 no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho. Vengan, vean el lugar donde estaba.

28:7 Y ahora id enseguida a decir a sus discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de Uds. a Galilea; allí le verán." Ya os lo he dicho.”

28:8 Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos.

28:9 En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “¡Dios les guarde!” Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron.

28:10 Entonces les dice Jesús: “No tengan miedo vayan y avisen a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.” PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el Señor Paz y Bien.

La pascua cristiana es la verdadera fiesta pascual que celebra el misterio pascual de Cristo y de su Iglesia. Es una fiesta de redención que la Iglesia celebra principalmente en la vigilia pascual. En ella celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, victoria que abre a los hombres una nueva vida en Dios. A través de nuestra participación en su muerte y resurrección, conseguimos el acceso al reino de la luz y la libertad.

La celebración de la vigilia. La vigilia se divide en cuatro partes: celebración de la luz, liturgia de la palabra, celebración bautismal y eucaristía pascual.

Celebración de la luz. El tema de la luz está constantemente presente en la liturgia de pascua. Es altamente significativo que la vigilia comience con la bendición del fuego y encendiendo el cirio pascual.

Lo ideal es iniciar la celebración fuera de la iglesia, enfrente del pórtico, donde se habrá encendido previamente una hoguera. El pueblo se reúne en círculo alrededor del fuego. Pascua es un nuevo comienzo del mundo; éste es el simbolismo del fuego nuevo y la nueva luz.

El rito del fuego es precristiano, pero ha sido asumido en la liturgia de la Iglesia por su rico simbolismo. En Irlanda se puede asociar el fuego pascual con el que, según se cuenta, encendió san Patricio una noche de pascua en la colina de Slane antes de comparecer en presencia del rey Laoghaire en Tara.

Por si acaso quedaran vestigios paganos en el ritual, las palabras introductorias del sacerdote se encargan de disiparlos:

Hermanos: En esta noche santa, en que nuestro Señor Jesucristo ha pasado de la muerte a la vida, la Iglesia invita a todos sus hijos, diseminados por el mundo, a que se reúnan para velar en oración. Si recordamos así la pascua del Señor, oyendo su palabra y celebrando sus misterios, podremos esperar tener parte en su triunfo sobre la muerte y vivir con él siempre en Dios.

Se bendice el fuego nuevo, en el que se encenderá el cirio. Desde ahora la atención se dirigirá al cirio precisamente, un cirio grande y hermoso que, durante todo el tiempo pascual, será símbolo de Cristo.

A fin de que cumpla bien su papel simbólico, debe estar marcado según la tradición medieval. En primer lugar, el sacerdote graba una cruz con un estilete. Luego traza la letra griega alfa por encima de la cruz y la omega por debajo. Son las letras primera y última del alfabeto griego. "Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último", dice el Apocalipsis (22,13).

Entre los brazos de la cruz se colocan las cifras correspondientes al año en curso; por ejemplo, 2001. Esto significa que Cristo es el "Rey de todos los tiempos". Para nosotros los cristianos, cada año es un año del Señor, porque estamos convencidos de que todos los tiempos y todas las épocas le pertenecen. El sacerdote acompaña dichas incisiones pronunciando la siguiente fórmula:

Cristo ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. Suyo es el tiempo y la eternidad, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

El sacerdote puede poner cinco granos de incienso en el cirio para representar las cinco llagas que el Salvador recibió en las manos, en los pies y en el costado. Los pone en forma de cruz, diciendo: "Por sus llagas santas y gloriosas, nos proteja y nos guarde Jesucristo nuestro Señor. Amén".

Al encender el cirio con el fuego nuevo se dice: "La luz de Cristo que resucita glorioso disipe las tinieblas del corazón y del espíritu".

Luego se forma la procesión. El sacerdote o el diácono toma el cirio, lo eleva y aclama: "Luz de Cristo", a lo que todos responden: "Demos gracias a Dios". Luego, guiados por el portador del cirio, se encaminan hacia el interior de la iglesia, que está a oscuras.

A la puerta de la iglesia se eleva de nuevo el cirio, con la misma aclamación: "Luz de Cristo", y la misma respuesta: "Demos gracias a Dios". En este momento todos los miembros de la asamblea encienden sus pequeñas velas con la llama del cirio pascual. Este acto expresa la idea de que la luz, que es Cristo, ha de ser comunicada; cosa que tiene lugar cuando se anuncia el evangelio, cuando los hombres lo aceptan con fe y se bautizan. La fe es un don de Dios; pero, como instrumentos humanos suyos, ayudamos a comunicarla a otros.

Cuando el sacerdote o diácono que lleva el cirio llega al altar, se vuelve hacia el pueblo y repite por tercera vez la aclamación. El pueblo ocupa su lugar en la iglesia, y se encienden las luces. El cirio se coloca en su candelero, ubicado en el presbiterio.

Ahora se canta el himno pascual conocido por Exultet. Como sugiere la misma palabra latina, es un himno de gozo y exultación en alabanza a Dios, autor de la luz y dador de vida y salvación. Es costumbre entre los judíos decir una oración de bendición al tiempo que se enciende la luz en casa al atardecer. Tal costumbre fue aceptada por los cristianos, y de ella tomó origen la oración vespertina de la Iglesia, conocida en los primeros tiempos como lucernarium. La magnífica fórmula de alabanza y bendición que se pronuncia ante el cirio pascual no es otra cosa que una versión elaborada de lo que fue común en la antigua cristiandad.

Comienza con una triple invitación a la alegría: "Exulten por fin los coros de los ángeles... Goce también la tierra... Alégrese también nuestra madre la Iglesia..." La causa de la alegría es, por supuesto, la redención del género humano en todas sus fases y aspectos.

Toda la historia de la salvación se encierra aquí en términos poéticos: la pascua de los judíos, la de Cristo y la de la Iglesia. El cirio recuerda a un tiempo la columna de fuego que guió a los israelitas a través del desierto y a Cristo, luz del mundo. Es la luz de la revelación, del bautismo y de la gloria.

El Exultet es uno de los tesoros literarios y teológicos de la liturgia romana. En él la alabanza, la acción de gracias y la súplica se mezclan en espléndida unidad. Lo ideal es que se cante; los textos vernáculos ya han sido musicados. Se le da el mismo honor que a la proclamación del evangelio. Todo el pueblo permanece en pie con sus velas encendidas mientras se canta.

Liturgia de la palabra. Después del canto del Exultet se apagan las velas, y la asamblea se sienta para la liturgia de la palabra, que consiste en lecturas, cantos y oraciones. La lectura de la palabra de Dios es "el elemento fundamental de la vigilia pascual". Hay hasta nueve lecturas, que culminan en el evangelio de la misa. Por razones pastorales, el número de las lecturas puede reducirse, pero conviene siempre recordar que la Iglesia da mucha importancia a esas lecturas 2.

Para evitar la monotonía, es preferible tener varios lectores. Los buenos lectores pueden dar vida al texto. Las lecturas del Antiguo Testamento se prestan bien para una cierta interpretación dramática.

La atmósfera en que se desarrolla esta parte de la vigilia debe ser relajada, sin apresuramientos; hemos de disponernos para escuchar atentamente la palabra del Señor. Se presenta ante nosotros una sinopsis de la historia de la salvación, del gran proyecto de Dios para redimir al mundo. En el Antiguo Testamento se revela este plan; en el Nuevo encuentra su realización. Es la historia del amor de Dios al mundo.

Primera lectura. La primera lectura es el relato de la creación (Gén 1,1-31; 2,1-2). Hay un gran optimismo en la interpretación veterotestamentaria de la creación y en el estribillo: "Y vio Dios que era bueno". La creación reflejó la perfección misma de Dios.

El Dios de la creación es también el Dios de la redención. La Iglesia admira la obra de sus manos en la naturaleza y contempla también sus maravillas en el orden de la gracia. Puesto que es una vigilia bautismal, en ella se administra o se renueva el sacramento del bautismo. Incluso en esta primera lectura la tradición cristiana encuentra una tipología bautismal. El Espíritu de Dios que "se cernía sobre las aguas" en el principio es el mismo Espíritu que santifica las aguas bautismales. También la creación de la luz en el primer día sugiere el bautismo, sacramento de la iluminación.

El bautismo es una nueva creación. En el Génesis leemos que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Esta imagen había quedado deteriorada por el pecado y necesitaba ser restaurada mediante la obra redentora de Cristo. A través de la fe y el bautismo, la redención se hace operativa en nosotros. San Pablo recuerda a los recién bautizados: "Despojaos del hombre viejo con todas sus malas acciones, y revestíos del nuevo, que sucesivamente se renueva, hasta adquirir el pleno conocimiento conforme a la imagen del que lo ha creado" (Col 3,9-10). Y en otro lugar dice: "De modo que el que está en Cristo es una criatura nueva; lo viejo ya pasó y apareció lo nuevo" (2 Cor 5,17).

En esta lectura litúrgica del Antiguo Testamento estamos actuando, por así decir, a dos niveles. La Iglesia lee en esta narración de la creación el misterio de la re-creación, es decir, de la redención. Esto se expresa en la oración que sigue a la lectura y al salmo:

Dios todopoderoso y eterno, admirable siempre en todas tus obras; que tus redimidos comprendan cómo la creación del mundo, en el camino de los siglos, no fue obra de mayor grandeza que el sacrificio pascual de Cristo en la plenitud de los tiempos.

Segunda lectura. La restauración de esta lectura (Gén 22,1-18) en la vigilia pascual (de la que había sido eliminada en una reforma anterior) ha sido muy apreciada. La tradición cristiana la ha unido siempre estrechamente al ministerio pascual, y en el Antiguo Testamento se leía también en el contexto de la pascua.

Brevemente relata cómo Abrahán, para obedecer el mandato divino, se prepara para sacrificar a su único amadísimo hijo, Isaac. En el último momento aparece un ángel que le ordena que no levante la mano contra el muchacho. Su obediencia había sido sometida a dura prueba. En lugar de su hijo, Abrahán inmola un carnero como holocausto. En premio a su obediencia, recibe la promesa de ser padre de muchas naciones.

Abrahán estaba dispuesto a sacrificar incluso a su propio hijo, Isaac. En el Nuevo Testamento encontramos ecos de esta actitud con referencia a Cristo. San Juan nos dice: "Tanto ha amado Dios al mundo, que le ha dado a su Hijo unigénito, para que quien crea en él no muera, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16). Este fue un sacrificio más perfecto, porque Dios perdonó a Isaac, pero no hizo lo mismo con su propio Hijo. Sin embargo, la misericordia de Dios no restó méritos a la incondicional obediencia de Abrahán, que prefiguró la obediencia misma de Cristo, el cual fue "obediente hasta la muerte". También Isaac es "figura" de Cristo. No sólo es inocente, sino que acepta voluntariamente ser sacrificado. Cristo no ofrece resistencia a los que lo capturan, se deja conducir como oveja llevada al matadero.

El sacrificio de Cristo está así prefigurado, y también su resurrección. A ello alude el autor de la carta a los Hebreos: "Por la fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac... Pensaba que Dios tiene poder incluso para resucitar a los muertos. Por eso recibió a su hijo, y en él, un símbolo" (Heb 11,17-20).

Finalmente, podemos considerar lo fructífera que fue la obediencia de Abrahán: Dios derramó bendiciones sobre él; sus descendientes fueron tan numerosos como las estrellas del cielo y las arenas del mar. ¡Cuánto más fructífero será el sacrificio de Cristo, por el cual el mundo se reconcilia con Dios y los hombres se unen como hijos de un mismo Padre! Por el sacrificio de Cristo se cumplen las promesas hechas a Abrahán (cf oración final).

Tercera lectura. La tercera (Ex 14,15-15,1) es tan importante para la comprensión del misterio pascual, que no puede omitirse. Describe el milagroso paso del mar Rojo por los israelitas. Esta fue la salvación decisiva del pueblo de Dios hacia la libertad, un acontecimiento de importancia incalculable en su historia.

La redención se presenta aquí como una victoria. El paso del mar Rojo fue un desastre para el faraón y sus ejércitos; para los israelitas fue un triunfo y una liberación. Simboliza la victoria de Dios sobre el poder del mal.

La redención realizada por Cristo también fue una victoria, y como tal la consideraban los padres de la Iglesia. Fue una batalla entre Cristo y su adversario, Satanás. El bien se opuso al mal, la luz a las tinieblas: "Lucharon vida y muerte en singular batalla, y muerto el que es Vida, triunfante se levanta" (secuencia del domingo de pascua). De esta lucha, en que al principio parece triunfar Satán, Cristo sale victorioso.

Por el bautismo el cristiano comparte la victoria de Cristo. Las aguas bautismales son una fuerza para vida y para muerte: vida para los que se lavan en ellas, muerte para cuantos se oponen al reino de Dios. Como los antiguos israelitas, el nuevo bautizado pasa a través de las aguas del mar Rojo, dejando tras de sí el mundo de las tinieblas y la esclavitud para encaminarse, con Cristo (nuevo Moisés) a la cabeza, hacia la tierra prometida.

Es de notar que el salmo responsorial es la continuación de la lectura. En ese punto la narración prorrumpe en canto: "Cantemos al Señor, ¡sublime es su victoria!" Es el canto de victoria del pueblo de Dios, el cántico de Moisés y de los hijos de Israel. Es también el canto victorioso del pueblo de Dios del Nuevo Testamento; es el canto de agradecimiento de todos aquellos a quienes Cristo ha redimido. En la noche de pascua lo cantamos exultantes. San Juan lo oyó cantar en la nueva Jerusalén: "Cantaban el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del cordero" (Ap 15,3).

El tema de la alianza. Las cuatro lecturas siguientes, todas ellas de los profetas, se pueden agrupar bajo el tema de la alianza. Hablan del amor redentor de Dios, de la alianza eterna hecha con su pueblo; nos exhortan a ser fieles a la alianza y totalmente leales a la ley de Dios.

La cuarta lectura (Is 54,5-14) expresa la relación de alianza entre Dios y su pueblo. No es un mero convenio legal; más bien se asemeja al contrato matrimonial. Es una asociación de amor que exige confianza mutua, generosidad y fidelidad. Donde faltan estas cualidades la relación es tensa, y puede romperse en cualquier momento si una de las partes es infiel.

Israel fue infiel repetidas veces a este contrato de matrimonio entre Dios y su pueblo; pero Dios nunca anuló el contrato ni rechazó a la esposa infiel. Su amor conquista. Donde ha habido alienación ahora hay reconciliación. Esto se expresa bellamente en las siguientes líneas:

En un arrebato de ira te escondí un instante mi rostro, pero con misericordia eterna te quiero -dice el Señor, tu redentor-

Dios reafirma su contrato matrimonial. Jura que su amor no abandonará nunca a su pueblo; su "alianza de paz" no se romperá jamás. Esta lectura llama la atención sobre un particular aspecto de la redención: el amor divino que la inspiró. Un amor no merecido y que tampoco sería correspondido es la explicación última y el motivo desencadenante de la redención del hombre. Al celebrar la pascua, la fiesta de la redención del hombre, nos encontramos cara a cara con el misterio del amor divino.

En la quinta lectura (Is 55,1-11) hallamos una vez más el tema de la alianza, aunque en este caso se pone más énfasis en nuestra respuesta a la misma que en la "piedad divina".

"Estableceré con ellos una alianza eterna", dice el Señor. La pascua del Antiguo Testamento conmemoraba, entre otras maravillas, la alianza dada por Dios. La Iglesia del Nuevo Testamento celebra en su pascua el establecimiento del "nuevo y eterno testamento", que fue sellado con la sangre de Cristo. En Cristo, mediador de la alianza, se cumplieron todas las promesas hechas a los patriarcas y a los profetas.

Como pueblo de Dios, debemos permanecer fieles a las condiciones de la alianza. El don no debe ser únicamente por parte de Dios; su amor y su fidelidad han de encontrar respuesta en nuestro amor y nuestra fidelidad; de otro modo no habrá verdadera relación de alianza. Cristo es nuestro modelo y, como cabeza de la humanidad redimida, ofreció al Padre la perfecta respuesta de obediencia y amor.

En la sexta lectura (Bar 3,9-15.23-4,4) el profeta, como enviado de Dios, hace una apasionada apelación a Israel para que se convierta y vuelva al Señor. Sus palabras son para nosotros un reto, como lo fueron para el pueblo judío cuando se encontraba esclavo en Babilonia.

La conversión debe expresarse en una pronta aceptación de la ley de Dios, lo que significa que nuestras vidas tienen que responder a esa ley y estar en conformidad con ella. Es otro modo de decir que nosotros debemos cumplir nuestra parte de la alianza.

Para nosotros, los cristianos, eso significa vivir de acuerdo con el evangelio de Cristo, en el cual la antigua ley encuentra su plenitud. Se nos pide no sólo la aceptación de cada uno de los mandamientos en particular, sino también la voluntad de vivir según el espíritu de la nueva ley.

El profeta Baruc presenta una hermosa e incitante panorámica de lo que sería una vida de acuerdo con la ley. Sería una vida bendecida por la paz, el vigor y la felicidad. La ley no es algo legalista y concebido con mentalidad estrecha, sino un modo de vida. Es la encarnación y expresión viva de la sabiduría.

La séptima y última lectura del Antiguo Testamento (Ez 36,16-28) contiene la promesa de Dios de perdonar a su pueblo infiel, reunirlo de entre las naciones y restituirlo a su propia tierra. La redención se considera aquí como obra de restauración y reunificación. El pecado es causa de división y dispersión. Cristo, el redentor del género humano, ha llevado a cabo la restauración más perfecta reuniendo gentes de todas las naciones en la unidad de su cuerpo. No se puede concebir unión más estrecha entre Cristo y sus miembros.

Después hay una expresión profética que vuelve sobre el tema del bautismo: "Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará". Los padres de la Iglesia vieron aquí una alusión a las aguas purificadoras del bautismo. La respuesta del salmo responsorial: "Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío", expresa el ansia de los catecúmenos de recibir el sacramento del bautismo.

La parte final de la lectura vuelve sobre el tema de la alianza. En adelante la ley del Señor será obedecida no sólo literalmente, sino con el corazón. Esto se debe a que Dios mismo transformará el corazón humano, haciéndolo capaz de dar una respuesta generosa. De esta manera se establece entre Dios y el hombre una relación más íntima que la del parentesco humano. Es la verdadera relación de alianza expresada en estas palabras que se repiten en la Biblia como un estribillo: "Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios".

La oración que sigue a la séptima lectura puede considerarse como un resumen de todas las lecturas del Antiguo Testamento. Se puede elegir entre dos. La primera expresa el ruego de que Dios lleve a cabo y complete la obra de la redención hace tanto comenzada; es un ruego por la renovación de la Iglesia y de toda la humanidad. La segunda fórmula pide una comprensión más profunda del amor que motivó el misterio pascual.

El "Gloria" de pascua. A veces ocurre que al final de un largo viaje nos sorprende el hecho de haber llegado a nuestro destino. La misma impresión se puede experimentar en la noche del sábado santo. La transición entre la profecía veterotestamentaria y el pleno esplendor pascual es repentina y casi imperceptible. Después de las siete lecturas con sus responsoriales y oraciones, se encienden las velas para la misa. No hay ruptura en la secuencia, sino una suave transición desde las tinieblas a la luz. La espera ha terminado, ha llegado pascua.

El celebrante entona el Gloria, ese alegre himno en prosa que hemos heredado de la antigüedad y que se recita o se canta en todas las misas festivas, excepto en cuaresma. Tradicionalmente está asociado con pascua de una manera particular, porque, según la costumbre romana, sólo podía ser cantado o recitado por los sacerdotes ordinarios en la misa de la vigilia. El Gloria expresa alabanza, adoración y súplica humilde. Para realzar la nota gozosa, se pueden tocar las campanas de la iglesia, proclamando así a lo lejos y ampliamente la buena nueva de la resurrección.

Sigue la oración colecta de la misa, en la que pedimos la gracia del espíritu filial y la renovación, para que, así renovados, podamos, entregarnos plenamente al servicio del Señor.

La primera lectura del Nuevo Testamento es de la carta de san Pablo a los Romanos (6,3-11). El Apóstol penetra el corazón del misterio pascual. Explica cómo, por el sacramento del bautismo, participamos en el misterio pascual de Cristo. Cristo, nuestra cabeza, sufrió, murió, fue sepultado y resucitó. Por la gracia del bautismo, nosotros, el cuerpo, estamos llamados a participar de una manera real e íntima en este misterioso paso de la muerte a la vida.

El bautismo es un comenzar de nuevo. El viejo estilo de vida queda atrás. El bautismo nos confiere el status de hijos de Dios. Desde ahora compartimos la vida de Cristo resucitado. La conducta moral cristiana debe estar de acuerdo con la dignidad de nuestra llamada. Nuestra vida ha de ser vivida en Cristo y con Cristo para Dios, nuestro Padre. Esto requiere una nueva actitud, una nueva orientación y sentido de finalidad. Un programa completo de vida cristiana se abre para nosotros en esta lectura.

El "Aleluya" de pascua. Después de la lectura, todos se ponen en pie y el sacerdote entona solemnemente el Aleluya, que la asamblea repite. Volvemos así a cantar esta aclamación tan expresiva de la alabanza, gozo y victoria que durante el largo período cuaresmal se omitía. La aclamación más característica del misterio pascual es precisamente esta singular palabra hebrea. Lo ideal es que se cante, y hay una melodía gregoriana muy sencilla para poder hacerlo así. San Agustín en sus homilías de pascua no se cansa de explicar el significado del Aleluya, grito que anticipa la liturgia del cielo. Aquí sirve de heraldo al evangelio de la resurrección y al mismo Cristo que está presente y nos habla. Esa es la función del Aleluya en todas las misas, pero adquiere su pleno significado en la noche de pascua.

El Aleluya, repetido tres veces, forma también la respuesta del pueblo al salmo responsorial. El salmo elegido es el gran salmo pascual 117. La tradición cristiana siempre lo ha relacionado con el misterio pascual, y por eso lo encontramos constantemente a lo largo de todo este tiempo. Tal como se usa en esta liturgia, el salmo canta la victoria de Cristo resucitado, que es también la victoria de todos aquellos a quienes ha redimido. Los catecúmenos que van a ser recibidos en el seno de la Iglesia, los pecadores que han vuelto a la gracia, el pueblo entero de Dios, renovado durante la disciplina cuaresmal, todos pueden hacer propias las palabras del salmo que la tradición aplica a Cristo en su resurrección: "La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa. No he de morir; viviré para contar las hazañas del Señor".

El evangelio de la resurrección. La palabra evangelio significa buena nueva. Y, en efecto, el evangelio es la buena nueva de la salvación. El evangelio de la resurrección que se lee en la noche de pascua es el más alegre de todo el año.

En el leccionario actual leemos el evangelio de la resurrección según san Mateo en el ciclo A, el de san Marcos en el ciclo B y el de san Lucas en el ciclo C. La resurrección según san Juan se lee en la misa del día.

Con razón la Iglesia ha encontrado lugar para cada uno de los evangelios. Cada uno de los autores sagrados describe lo ocurrido a su manera. Pero el mensaje central es siempre el mismo.

San Mateo nos cuenta que el ángel dijo a las mujeres: "Ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ha resucitado, como había dicho". En el evangelio de Marcos, un joven vestido de blanco dice a las tres mujeres: "¿Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado". Lucas nos habla de dos jóvenes con vestiduras luminosas que preguntan: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado".

Lo que interesa a nuestra fe es el hecho de la resurrección, no los detalles que la rodearon. Nosotros creemos y profesamos que Cristo resucitó de entre los muertos el domingo de pascua. En eso consiste el verdadero núcleo de nuestra fe cristiana.

Los evangelistas, y Cristo a través de ellos, nos hablan en la liturgia de pascua. La Iglesia deja que los evangelios hablen por sí mismos, sin adornos ni calificaciones. Y la mejor disposición para oír y beneficiarse de las lecturas litúrgicas es permanecer atentos a ellas con fe sencilla y con prontitud para obedecer su mensaje.

El evangelio de la resurrección (sea de Mateo, de Marcos, de Lucas o de Juan) es un mensaje para aquí y ahora. Puede que nos suene familiar; pero ¿podemos acaso creer que hemos comprendido el misterio del que nos hablan? Es un reto a nuestra fe, que nos induce a reflexionar seriamente acerca de los fundamentos mismos de nuestra religión cristiana.

La resurrección no es mero acontecimiento histórico; es una realidad siempre presente, que afecta a la vida de cada uno de nosotros; ha cambiado el curso de la historia y puede transformar nuestras vidas.

La liturgia bautismal. La celebración del misterio pascual en la solemne vigilia proporciona el marco más adecuado para administrar el bautismo. Desde el siglo II, el bautismo de los catecúmenos adultos estuvo ligado a la pascua; incluso cuando en el siglo VI desapareció el catecumenado de adultos, la Iglesia de Roma siguió bautizando a los niños por pascua y pentecostés durante varios siglos.

Si hay candidatos al bautismo, en este momento el sacerdote invita a la asamblea a rezar por ellos. Se elevan fervorosas preces por los que están a punto de ser admitidos a la plena integración en la Iglesia, y como se hace también en otras ocasiones semejantes (ordenación sacerdotal, profesión religiosa), cuando los candidatos están a punto de comprometerse en una nueva vida, se rezan o cantan las letanías de los santos para implorar sobre ellos las abundantes bendiciones de Dios.

En esta letanía, la Iglesia de la tierra une su plegaria a la del cielo. Cristo, sus ángeles y sus santos son invocados en favor de los "elegidos" que en este momento se aproximan a las aguas del nuevo nacimiento. La letanía invoca a santos de todos los tiempos, incluso de nuestra época. Hay una petición especial por los que están a punto de ser bautizados: "Para que regeneres a estos elegidos con la gracia del bautismo".

En este momento se prepara el agua con una solemne oración de bendición. La hermosa fórmula, que se supone del siglo VI o tal vez anterior, nos presenta una reflexión bíblica sobre el misterio del bautismo. Recuerda de nuevo los temas de las lecturas del Antiguo Testamento: el agua que cubría la tierra en el principio y el paso del mar Rojo, y los completa con los del Nuevo Testamento, como el bautismo de Cristo en el Jordán y la sangre y agua que brotó de su costado cuando fue traspasado en la cruz.

El Espíritu Santo, que se cernía sobre las aguas en los albores de la creación y que descendió sobre Jesús en forma de paloma en el Jordán, es invocado ahora para que santifique la pila bautismal. El agua es el elemento material mediante el cual, por el poder del Espíritu Santo, el hombre es purificado del pecado y del vicio y engendrado a nueva vida. La pila bautismal es a la vez la tumba en que somos sepultados al pecado y el seno materno del cual renacemos como hijos de Dios.

El papel del Espíritu Santo en la santificación del agua es evocado poderosamente mediante el rito de la triple inmersión del cirio pascual en la pila, diciendo: "Te pedimos, Señor, que el poder del Espíritu Santo, por tu Hijo, descienda sobre el agua de esta fuente". El cirio se mantiene en la pila hasta terminar la bendición.

Ha llegado el momento del bautismo. Es deseable que haya algunos candidatos, ya sean niños o adultos. Ser bautizados en esta noche especial significa participar de manera singular en la celebración del misterio pascual. El paso de la muerte a la vida simbolizado y realizado por el bautismo coincide con la celebración litúrgica de ese mismo misterio.

A continuación se nos da a todos la oportunidad de renovar y consolidar nuestro compromiso bautismal. Es uno de los momentos cumbre de la celebración pascual, para el que veníamos preparándonos a lo largo de toda la cuaresma.

Todos los presentes se ponen en pie con sus velas encendidas y, a invitación del sacerdote, renuevan su profesión de fe bautismal. En primer lugar renuncian a Satanás, a sus obras y a sus promesas engañosas. Luego profesan su fe en los artículos del Credo.

Este rito de renovación fortalece la unión de la comunidad. Todos nosotros: sacerdotes, religiosos y seglares, estamos unidos en la profesión de una misma fe; formamos el pueblo de Dios; somos los fieles de Dios, es decir, el pueblo establecido en la profesión de la fe bautismal.

Todo esto fue muy sencillo en nuestro propio bautismo. Los padrinos prometieron por nosotros. Pero hacer nuestra esa fe y vivirla como adultos no es cosa fácil. Nuestra fe puede ser sometida a dificultades de toda índole, mas también se nos da la gracia de poder decir, convencidos: "Yo creo". La gracia de la pascua es la gracia de una fe reencontrada. No solamente profesamos esa fe, sino que nos comprometemos a vivir según ella; lo cual significa renunciar a todo lo que es contrario a nuestra vida en Cristo.

Después de concluir con una oración, el sacerdote asperja al pueblo con el agua bendita, recordándole una vez más el bautismo. Durante la aspersión puede cantarse un canto bautismal.

La liturgia eucarística. La liturgia eucarística comienza de la forma acostumbrada con la presentación de los dones. Una rúbrica recomienda que los dones sean llevados al altar por los nuevos bautizados, los cuales reciben honor especial por tratarse de la misa de su primera comunión.

La eucaristía completa la obra divina comenzada en nosotros por el bautismo. Junto con la confirmación, integra la iniciación cristiana. A nosotros toca cooperar con la gracia divina para llevar este proceso a plena madurez. Con una conducta moral inspirada en el evangelio y sostenidos por los sacramentos, debemos "hacernos lo que somos", esto es, crecer hasta la plena realización de nuestro status de hijos adoptivos de Dios. Esta idea de plenitud se recuerda en la oración sobre las ofrendas: "Que este misterio pascual de nuestra redención lleve a perfección el misterio salvífico que has comenzado en nosotros".

El significado particular de la misa y comunión de pascua se expresa en el primer prefacio:

Es nuestro deber y salvación glorificarte siempre, Señor; pero más que nunca en esta noche en que Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado. Porque él es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo; muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida.

La misma nota pascual se percibe en el antiguo canon romano (plegaria eucarística I), que tiene inserciones propias para esta fiesta. Comienza así: "Reunidos en comunión para celebrar el día santo (la noche santa) de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo".

Se hace mención especial de los nuevos bautizados. "Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa por aquellos que has hecho renacer del agua y del Espíritu Santo, perdonándoles todos sus pecados". Este texto llama nuestra atención sobre los poderes que se nos confieren en el bautismo. Este sacramento otorga a todos aquellos que lo reciben una participación en el sacerdocio de Cristo que los capacita para ofrecer el sacrificio eucarístico 3.

La participación activa en la eucaristía tiene su más perfecta expresión en la comunión sacramental. Por la participación en el cuerpo y la sangre de Cristo nos unimos del modo más íntimo al sacrificio del Sumo Sacerdote. Esta realidad encuentra su expresión más gozosa en la antífona de comunión: "Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así pues, celebremos la pascua con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad. Aleluya".

En la oración poscomunión se pide la gracia de la unidad:

Derrama, Señor, sobre nosotros, tu espíritu de caridad, para que vivamos siempre unidos en tu amor los que hemos participado en un mismo sacramento pascual.

Esta es la intención por la que el mismo Cristo rogó en la última cena: "Que todos sean uno" (Jn 17,11). Este era el objetivo de su muerte sacrificial, "reunir en uno solo los hijos de Dios dispersos" y atraer a todos hacia sí (Jn 11,52; 12,32). Esta unidad es perfeccionada por el Espíritu Santo que une a todos los seguidores de Cristo y los convierte en su cuerpo, la Iglesia. Recibiendo el cuerpo y la sangre de Cristo nos llenamos del Espíritu Santo y nos hacemos un solo cuerpo y un solo espíritu con él 4.

Nuestra comunión pascual nos ha hecho instrumentos más efectivos de la paz y el amor de Dios. Nuestra misión consiste en extender la buena nueva de su amor divino y trabajar por la realización del amoroso designio de Dios sobre el mundo. Para eso somos enviados por las palabras del sacerdote: "Podéis ir en paz; aleluya, aleluya".

Conmemoración de Nuestra Señora. Según una antigua tradición, Jesús resucitado se apareció en primer lugar a María, su madre. Tal aparición no consta en los evangelios, pero hubiera sido muy adecuada. Sea que se acepté o no, ello es que ha dado origen a una hermosa costumbre que se conserva en algunas comunidades monásticas.

Al concluir la misa de la vigilia pascual, el celebrante, los ministros y la comunidad se encaminan en fila desde el presbiterio. En un lugar especial de la iglesia se ha colocado un cuadro o escultura de la Dolorosa adornado con flores. Ante él se detiene la procesión y los monjes se vuelven hacia la piedad. Entonces un cantor entona el Regina Coeli, a cuyo canto se une la comunidad. Como se supone que Cristo llevó la buena nueva de la resurrección ante todo a su madre en la mañana de pascua, así la Iglesia ahora revive la escena con las palabras de la antífona:

Reina del cielo, alégrate, ¡aleluya!
Porque el Señor a quien mereciste llevar, ¡aleluya!, resucitó según su palabra, ¡aleluya!

domingo, 26 de marzo de 2023

DOMINGO DE RAMOS – A (02 de Abril del 2023)

 DOMINGO DE RAMOS – A (02 de Abril del 2023)

Anuncio del Evangelio de San Mateo: 26,14-27,54.

26:14 Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes

26:15 y les dijo: "¿Cuánto me darán si se lo entrego?" Y resolvieron darle treinta monedas de plata.

26:16 Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.

26:17 El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: "¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?"

26:18 Él respondió: "Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: "El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos"".

26:19 Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.

26:20 Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce

26:21 y, mientras comían, Jesús les dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará".

26:22 Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: "¿Seré yo, Señor?"

26:23 Él respondió: "El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar.

26:24 El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!"

26:25 Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: "¿Seré yo, Maestro?" "Tú lo has dicho", le respondió Jesús.

26:26 Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo".

26:27 Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Beban todos de ella,

26:28 porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados.

26:29 Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre"…

27:31 Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.

27:32 Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz.

27:33 Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa "lugar del Cráneo",

27:34 le dieron de beber vino con hiel. Él lo probó, pero no quiso tomarlo.

27:35 Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron;

27:36 y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo.

27:37 Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: "Este es Jesús, el rey de los judíos".

27:38 Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

27:39 Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza,

27:40 decían: "Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!"

27:41 De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo:

27:42 "¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él.

27:43 Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: "Yo soy Hijo de Dios"".

27:44 También lo insultaban los bandidos crucificados con él.

27:45 Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región.

27:46 Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: "Elí, Elí, lemá sabactani", que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"

27:47 Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: "Está llamando a Elías".

27:48 En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber.

27:49 Pero los otros le decían: "Espera, veamos si Elías viene a salvarlo".

27:50 Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.

27:51 Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron

27:52 y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron

27:53 y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente.

27:54 El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: "¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!" PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Toda la  Cuaresma de nuestra vida es y ha sido un camino hacia la Pascua (el paso de la vida a la muerte, de la muerte a la vida). Durante este tiempo (40 días), en nuestra vida, familias, parroquias e instituciones católicas se han celebrado cultos extraordinarios, ejercicios espirituales, predicaciones, retiros, convivencias, viacrucis, etc. Todo ello ha ido encaminado al único fin importante: la conversión del corazón (Mc 1,15) que se requiere para participar dignamente en los misterios centrales de nuestra fe, que son la pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios.

Repasemos brevemente lo que sucedió en aquella Semana de hace más de dos mil años, que cambió el rumbo de la historia, y que hoy da sentido a nuestras vidas, siendo lo único que justifica el rico caudal que va desde las expresiones de la religiosidad popular, las de nuestras parroquias y comunidades, como las austeras e íntimas celebraciones de la vida.

Sucedió que hace más de dos mil años, Dios (I Jn 4,7-8) mostró su inmenso amor a la humanidad en la encarnación redentora de su Hijo Jesucristo. Él, siendo el Justo, cargó con nuestros desatinos e injusticias para rescatarnos del dominio del “misterio de la iniquidad” (Rm 5,12), que domina el corazón humano, lo hace infeliz y lo condena a la muerte eterna.

El poder del mal tuvo en la Pasión de Jesús de Nazaret un triple disfraz: cultural, político y religioso. Aunque Él, paso por este mundo “haciendo el bien”(Hch 10,38). Pese a ello, fue condenado al mayor suplicio de entonces: la muerte en Cruz (Flp 2,8). 

Jesús fue acusado de blasfemo: Ante Caifás fue juzgado: “Tu eres el hijo de Dios? Jesús respondió: “Tú Lo has dicho” (Mt 26,63). Como se ve. Lo primero que  se salta a la vista es esa causal para que la muerte de Jesús sea meritoria. Fue fruto del conflicto religioso. Las autoridades religiosas lo tildaron de blasfemo, ya que se hizo “igual a Dios” y habló de  “destruir el templo y edificarlo en tres días” (Mc 14,58-65). Pero como los judíos desde el año 64 aC. Perdieron la autoridad al ser subyugados por los romanos, no pueden condenar a nadie, y remiten al procurador romano- Aquí las causales son otras.  Tiene que ser de orden o un problema político: Ante Poncio Pilato: “¿Tu eres el rey de los judíos?”(Mt 27,11) Porque se presentó como rey, afirmando que “para eso nació y para eso vino al mundo”(Jn 18,37). Los judíos aprovecharon esta afirmación para presionar a Pilatos: “Si no lo condenas no eres amigo del César” (Jn 19,12). No faltan quienes hablan de que en el fondo se trata de un cuestión cultural porque dio un sentido nuevo a la Ley: “Se dijo desde antiguo... Pero yo les digo...”(Mt 5,21ss.). Así, cambió la ley del talión por la ley del amor a los enemigos (Mt 5,43).

 La muchedumbre, que había escuchado sus enseñanzas y había visto tantos signos y milagros, actuó contradictoriamente, como siempre ocurre. Así, al inicio de su Semana decisiva, lo aclamaron  en Jerusalén como Mesías-Rey para, días más tarde, a instancia de los poderosos, pedir vociferantes su crucifixión. De manera que se pasó del “¡Hosanna al hijo de David!” (Mc 11,9) al “¡Crucifícalo, crucifícalo y crucifícalo!” (Jn 19,6).

 El círculo de los íntimos no fue menos que la muchedumbre. Sus discípulos y seguidores, miraron para otro lado y "lo abandonaron". Judas, con un beso lo traiciona y cuando recapacita no cree en la misericordia del Maestro y se suicidó. El principal de ellos, Pedro,  "lo negará tres veces" (Jn 18,25-27) ante unas mujeres y luego llorara su pecado. El mismo discípulo amado, en principio se escapa, más tarde recapacita y lo encontramos en el Calvario. Tres maneras distintas de reaccionar ante la verdad del pecado cometido: afectarse, no afectarse, ser indiferente.

El motivo principal de la Pasión de Cristo es únicamente el amor: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Sólo sencillos de corazón ven a Dios en el Crucificado. Ellos están representados en su Madre, en aquel grupo de mujeres que le acompañaba, en el joven discípulo Juan y algunos seguidores clandestinos como José de Arimatea y Nicodemo. Estos fueron los que tuvieron valor para estar a los pies de la cruz  y dar la cara por él ante las  autoridades para retirar el cadáver (Jn 19,25-27.38-42). ¡Pero no todo terminó ahí!

De pronto, cuando todo parecía acabado, el crucificado comenzó a ser confesado y reconocido como Kyrios, el Señor ¿Qué sucedió? Pues que, desde entonces,  no podemos buscar “entre los muertos al que vive”(Lc 24,5). Con ello, la historia de Jesús no terminó, sino que perdura en la vida de su Iglesia. La multitud de aquella primera Semana Santa se multiplicó, y hoy pasa de los mil millones de hombres y mujeres que confiesan que Jesucristo es nuestro Salvador.

Para nuestra reflexión de la semana: Aquí no vale culpar a otros. Aquí no vale lavarse las manos. Aquí no vale decir yo no fui. ¿Alguien se siente libre e inocente?: “Quien esté sin pecados que tire la primera piedra” (Jn 8,7). No se nos ocurra lavarnos manos como Pilatos (Mt 27,24). Mejor será decir “Oh Señor ten piedad de mí que soy un pecador” (Lc 18,13). Porque con nuestras pecados claro que estamos actuando como el mismo fariseo, el sanedrín, quienes crucifican al Señor.

Frente a la Pasión de Jesús tenemos muchas preguntas: ¿La muerte de Jesús fue realmente un fracaso? ¿Fracaso de Dios o fracaso de los hombres? Frente la Pasión y a la muerte de Jesús se pueden hacer infinidad de interrogantes. La podremos explicar racionalmente como un crimen político o religioso, pero su verdadero sentido sólo será posible desde nuestra experiencia de fe. Hay cosas que sólo se entienden con el corazón. La Pasión y la Muerte de Jesús solo podremos entenderla metiéndonos en el corazón de Dios y en el corazón de Jesús. Por eso San Pablo nos dijo: “Tengan los mismos sentimientos que Cristo” (Flp 2,5).

Es “Domingo de Ramos en la Pasión del Señor”, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Nada de preparaciones, nada de comisión de preparación de la fiesta. Todo se debe a la espontaneidad del pueblo sencillo y como tal, tampoco nada de grandes solemnidades, nada de grandes arreglos y manifestaciones. A Jesús le basta un burrito. El resto lo puso espontáneamente la gente. Mantos echados como alfombra por el suelo. Ramas de olivo y palmas. El resto salía de dentro, el canto, el grito de alabanza, los vivas, los aplausos. El pueblo sencillo hace las cosas sencillamente, pero que resultan simpáticas. Por lo demás, Jesús tampoco necesitaba de más.

Jesús no quiere entrar en Jerusalén como los conquistadores, sino como el hombre sencillo, como el Salvador sencillo. Porque para Jesús era una entrada que quería ser como una nueva oferta de la salvación y la salvación no se ofrece con títulos de grandeza, pero eso sí se ofrece con cantos, con bailes con alegría. Jesús quiere que descubran la novedad del Evangelio con gozo y con sentido festivo. La entrada de Ramos termina en rechazo. La entrada de esta Semana termina en la alegría de la Pascua. Hoy, viene a nosotros Jesús en el Evangelio, y más aún estoy seguro que llega a través de la Cruz.

En los acontecimientos de nuestra coyuntura se suele clamar: ¿Dónde estará Dios? Todos, ricos y pobres, autoridades y súbditos. Hoy clamamos todos con Jesús y decimos: "Dios mío, Dios Mío, por qué me has abandona” (Slm 21; Mt 27,46). ¿Dónde está Dios en estos terribles momentos y horas de nuestra pasión Pasión? Pareciera brillar por su ausencia. Jesús lo llama varias veces y Dios responde con el silencio. La respuesta es clara: Dios está en la Pasión misma del hijo y está identificado con su Hijo Jesús. Dios no es un ausente en estas horas de dolor y agonía. Es la presencia de todo su ser en su propio Hijo, por eso dijo: “Quien me ve, ve a quien me envió, yo estoy en el Padre y el Padre en mi” (Jn 14,8-10). Esa es la gran lección de Dios que nos deja en la Pasión para cada uno de nosotros, que quisiéramos ver a Dios en nuestras oscuridades, ver a Dios en nuestros sufrimientos. Y Dios nos sorprende con el silencio y en el silencio nos dice yo estoy contigo en tus preocupaciones y sufriendo.

Sería bueno unirnos a los sentimientos de grandes santo como San Pablo que exclamó rebosante de fe: “Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy crucificado para el mundo. Estar circuncidado o no estarlo, no tiene ninguna importancia: lo que importa es ser una nueva criatura. Que todos los que practican esta norma tengan paz y misericordia, lo mismo que el Israel de Dios.  Que nadie me moleste en adelante: yo llevo en mi cuerpo las huellas de Jesús crucificado. Hermanos, que la gracia de nuestro Señor Jesucristo permanezca con ustedes. Amén” (Gal 6,14-18).

martes, 21 de marzo de 2023

V DOMINGO DE CUARESMA - A (26 de Marzo del 2023)

 V DOMINGO DE CUARESMA - A (26 de Marzo del 2023)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 11,1-45:

11:3 Las hermanas enviaron a decir a Jesús: "Señor, el que tú amas, está enfermo".

11:4 Al oír esto, Jesús dijo: "Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella".

11:5 Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro.

11:6 Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.

11:7 Después dijo a sus discípulos: "Volvamos a Judea".

11:17 Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.

11:20 Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa.

11:21 Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.

11:22 Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas".

11:23 Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará".

11:24 Marta le respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día".

11:25 Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá;

11:26 y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?"

11:27 Ella le respondió: "Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo".

11:33 Jesús se conmovió y también a los judíos que la acompañaban, y turbado,

11:34 preguntó: "¿Dónde lo pusieron?" Le respondieron: "Ven, Señor, y lo verás".

11:35 Y Jesús lloró.

36 Los judíos dijeron: "¡Cómo lo amaba!"

11:37 Pero algunos decían: "Este, que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?"

11:38 Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima,

11:39 y dijo: "Quiten la piedra". Marta, la hermana del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto".

11:40 Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?"

11:41 Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: "Padre, te doy gracias porque me oíste.

11:42 Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado".

11:43 Después de decir esto, gritó con voz fuerte: "¡Lázaro, ven afuera!"

11:44 El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo para que pueda caminar".

11:45 Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos amigos en el Señor Paz y Bien.

La fe de Marta está indicada en su lamento: "Si hubieras estado aquí mi hermano no hubiera muerto” (Jn. 11, 21). Marta cree en el poder de Jesús; en presencia suya, todo se puede esperar. Su reflexión atesora todavía una esperanza: Jesús lo puede todo. Jesús empieza entonces su catequesis. Como la mayoría de las veces en San Juan, toma su punto de partida en un intencionadamente provocado por Jesús. Marta pasará de la fe en la resurrección en el último día, tal como creían los judíos, y según lo que las palabras de Jesús le parecían a ella significar, a la fe en Jesús, resurrección y vida para los que creen en él (Jn. 11,25-26). La resurrección de Jesús, anunciada por la de Lázaro, es signo de nuestra propia resurrección. Y he ahí a Marta dando el paso de la fe en un Cristo capaz de milagros, a la fe en la palabra de aquel que ha sido enviado por el Padre. Es el acto de fe de todo bautizado: creer en la Palabra, en Cristo muerto y resucitado. La segunda lectura subrayará esta fe en la fuerza del Espíritu de Cristo resucitado que habita en nosotros y que nos hará resucitar de entre los muertos (Rm. 8,8-11).

La fe de María se sitúa en el mismo nivel. Ella no corre hasta el sepulcro de su hermano, como creen los judíos presentes, sino que se dirige a Jesús y se postra a sus pies. Oímos de boca de María la misma profesión de fe implícita que en su hermana: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto" (Jn. 11, 32). El evangelista intenta mostrarnos a un Cristo conmovido, conturbado por una profunda emoción ante el dolor, tanto como ante esta manifestación de fe.

Es importante subrayar la actitud de Jesús ante la muerte, cómo se comporta humanamente ante la muerte. Se conmueve y llora (Jn. 11 33-35). Sin embargo, si resucita a Lázaro es para manifestar la gloria de Dios. Si Marta cree, verá esta gloria de Dios (Jn. 11,40). Se trata también de provocar la fe y hacer pasar lentamente al signo de su resurrección que es signo de la nuestra, resurrección final que da a la muerte un nuevo sentido para el cristiano. Esta nueva significación nada quita a la humanidad de la compasión de Jesús ante ese brutal fenómeno de la muerte. La muerte en adelante es para todo cristiano, paso a una nueva vida, paso de una vida corporal, animal, a una vida espiritual, paso que se hace en Jesús, mediante su Espíritu. Es lo que se expresa en la 2ª. lectura.

El regreso a la vida de Lázaro es un anticipo, una profecía, de lo que será en el futuro la resurrección de los muertos. Los amigos de Jesús, sus íntimos, sus más queridos, volverán a la vida ante el asombro de sus enemigos y las miradas mezquinas de los que en vida no acogieron a Jesús en su corazón.

Recuerdemos aquella cita que meditamos el miércoles de ceniza con el que iniciamos el tiempo de cuaresma: “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Y con esta exhortación se nos impuso la ceniza. ¿Cómo has vivido este tiempo de cuaresma? Porque hoy celebramos el último domingo de cuaresma y el próximo celebraremos ya el domingo de ramos con el que comenzamos la Semana Santa, semana de tinieblas y de la pasión y muerte de nuestro Señor. Pero amaneceremos en un nuevo tiempo con el domingo de la Resurrección. Esa es la meta de nuestro peregrinar. Y la resurrección de Lázaro de este domingo quiere ser un ensayo de esa escena (Jn 11,1-45).

Jesús dijo: "Quiten la piedra. Marta, le respondió: Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto" (Jn 11,39). “Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Mt 16,39). No es lo mismo resucitar al cuarto día (Lázaro) y resucitar al tercer día (Jesús). Resucitar al cuarto día, es resucitar en el mismo cuerpo, el problema es que luego volverá a morir. Resucitar al tercer día, es la resurrección en el estado glorioso, ya no vuelve a morir. Estar en estado glorioso: Jesús se transfiguró en el monte Tabor (Mt 17,2-7). Jesús se dejó ver unos segundos en el estado glorioso por sus apastles: “Pedro dijo que bien se está aquí”.

El principio de la fe de nuestra Iglesia Católica se edifica en el Credo Niceno-Constinopolitano: “Creo en un solo Dios Padre todo poderoso… Creo en Jesucristo Hijo único de Dios… Creo en el espíritu Santo…” Es decir creemos en un solo Dios que se revela en tres personas. Uno de ello, en el Hijo, Dios nos ha visitado. Asumió la naturaleza humana: Es Dios verdadero y Hombre verdadero. Como hombre verdadero nació de la virgen María porque es la llena de Gracia (Lc 1,28). Por eso damos a la virgen María el culto en el segundo grado: Culto de Hiperdulía (Máxima veneración). El nacimiento de Jesús lo hemos festejado en la navidad y nos preparamos cuatro domingos previos, llamados tiempo de adviento. Luego hemos celebrados unos domingos del tiempo ordinario y este tiempo ordinario lo hemos suspendido momentáneamente para prepararnos a otra fiesta: la Pascua de resurrección del Señor. Para ello nos preparamos desde el miércoles de ceniza, llamado tiempo de cuaresma.

El primer domingo de la cuaresma meditamos sobre la verdadera humanidad de Jesús: las tentaciones (Mt 4,1-11). Jesús nos enseñó cómo afrontar y superar las tentaciones del enemigo. En el segundo domingo, meditamos sobre la verdadera divinidad del Señor, la transfiguración en el monte Tabor (Mt 17,1-9). En el tercer domingo meditamos sobre la gracia de Dios en su connotación del agua viva que es Cristo (Jn 4,5-42). En el cuarto domingo también meditamos sobre la gracia de Dios bajo la connotación de la luz (Jn 9,1-41). Y en este quinto domingo, para terminar la Cuaresma con el triunfo de la vida sobre la muerte.  Meditamos sobre el misterio de la vida que es un don de la gracia de Dios (Jn 11,1-45). En suma un maravilloso camino de conversión de nuestra fe: Centrada en Cristo: verdadero Hombre y verdadero Dios; gracia: Tabor, el agua, la luz y la vida.

La reflexión de este domingo centrada sobre la vida, mismo Jesús nos puede resumir en este episodio: “El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, vive de vida eterna; ya no habrá juicio para él, porque ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5,24). Pero también en la misma línea lo dice el gran San Pablo: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor. Tanto en la vida como en la muerte pertenecemos al Señor. Por esta razón Cristo experimentó la muerte y la vida, para ser Señor de los muertos y de los que viven” (Rm 14,7-9).

La Cuaresma (nuestra vida terrenal) termina con el triunfo de la vida sobre la muerte que es querer y deseo de Dios. Así nos lo muestra en su Hijo Cristo Jesús: “Así como el Padre tiene vida en así también ha dado al Hijo tener vida en si” (Jn 5,26). Y claro está que Dios en su Hijo quiere salvarnos a todos, quiere que todos participemos de este triunfo sobre la muerte (ITm 2,4). Pero no todos serán parte de este triunfo porque no todos escuchan su palabra (Jn 5,24). “Los que obraron el bien resucitarán para la vida, pero los que obraron el mal irán a la condenación. Yo no puedo hacer nada por mi cuenta, sino que juzgo conforme a lo que escucho; así mi juicio es recto, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió” (Jn 5,29-30).

Jesús dice: “Quien escucha mi palabra, ya vive de la vida eterna… ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5,24). Pero también nos dice: “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no las escuchan es porque no son de Dios” (Jn 8, 47). Es decir, quien no escucha la palabra de Dios camina en tinieblas, permanece en la tumba (Jn 11,10). Pero el que escucha la palabra de Dios ya está de día, ya salió de la tumba (Jn 11,9). Es más enfático Jesús al decir que incluso: “Sepan que viene la hora, y ya estamos en ella, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la escuchen vivirán” (Jn 5,25).  Conviene reiterar con un pero: “Los que obraron el bien resucitarán para la vida eterna, y los que obraron el mal irán a la condenación eterna. (Y está claro esto hará Jesús como juez justo porque esa disposición recibió del Padre): Yo no puedo hacer nada por mi cuenta, sino que juzgo conforme a lo que escucho; así mi juicio es recto, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió” (Jn 5,29-30).

En el evangelio de hoy hay muchos puntos que comentar: En primer lugar, demostrar que Él es el dueño, que tiene poder sobre la muerte y de la vida. En  segundo lugar, que él es capaz de vencer y sacarnos de la muerte y quitarnos la vida. Finalmente, en tercer lugar, es como una manera de dar gloria a Dios todos los sucesos de la vida como las sanciones, la muerte o resurrección.

Solo Dios tiene poder de darnos la vida: “Marta dijo a Jesús: «Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero aun así, yo sé que puedes pedir a Dios cualquier cosa, y Dios te lo concederá.» Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Marta respondió: «Ya sé que será resucitado en la resurrección de los muertos, en el último día.» Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.” (Jn 11,21-27). Pero también él tiene poder de quitarnos la vida: “Al regresar a la ciudad, muy de mañana, Jesús sintió hambre. Divisando una higuera cerca del camino, se acercó, pero no encontró más que hojas. Entonces dijo a la higuera: «¡Nunca jamás volverás a dar fruto!» Y al instante la higuera se secó. Al ver esto, los discípulos se maravillaron: «¿Cómo pudo secarse la higuera, y tan rápido?” (Mt 21,18-20).

Pero Jesús también es capaz de sacarnos de la muerte a la vida: Jesús ordenó: «Quiten la piedra.» Marta, hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya tiene mal olor, pues lleva cuatro días enterrado.» Jesús le respondió: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Y quitaron la piedra. Jesús levantó los ojos al cielo y exclamó: «Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas; pero lo he dicho por esta gente, para que crean que tú me has enviado.» Al decir esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!» Y salió el muerto. Tenía las manos y los pies atados con vendas y la cabeza cubierta con un velo. Jesús les dijo: «Desátenlo y déjenlo caminar.” (Jn 11,39-44).

Pero también, en tercer lugar, es una manera de dar gloria a Dios todos los sucesos de la vida como las sanciones, la muerte o resurrección: Jesús, dijo: «Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para gloria de Dios, y el Hijo del Hombre será glorificado por ella” (Jn 11,4). En otro momento sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado para que esté ciego: él o sus padres?» Jesús respondió: «Esta cosa no es por haber pecado él o sus padres, sino para que nació así para que la gloria de Dios se manifieste en él, y en forma clarísima” (Jn 9,2-3). La misma muerte es una gran prueba para que se manifieste la gloria de Dios: “Lázaro está dormido le voy a despertar” (Jn 11,11)

Jesús no estaba cuando su amigo Lázaro murió, que tarda y no camina según nuestra lógica. Pero que, al final, nos regala el don de la vida triunfando sobre la muerte. Claro que las hermanas de Lázaro no lo entienden y, hasta cierto punto, le hacen culpable de la muerte del hermano: “Si hubieses estado aquí no hubiese muerto mi hermano.” (Jn 11,21) Es cierto, pero tampoco hubiésemos visto el poder de Jesús sobre la muerte.  Hay cosas que nos cuesta entender; sin embargo, como dice Jesús “si crees verás la gloria de Dios” (Jn 11,40). A veces pensamos que todo se acabó; sin embargo, ahí comienza el poder de Dios. A veces pensamos que Dios es el responsable de nuestras desgracias (Jn 11,21); sin embargo, ahí mismo Dios manifiesta que la fe y la gracia van más allá de nuestras penas.

Jesús nos ha dicho: “La carne no sirve de nada, es el Espíritu quien da la vida. Y las palabras que le he dicho son espíritu y vida” (Jn 6,63). Dios es vida, en Él está la fuente de vida: “Yo soy la vida” (Jn 14,6). Pero, eso sí, siempre exige de nosotros la fe (Lc 17,5). Dios no puede hacer nada en nosotros si no tenemos fe. Cuando la fe es viva, todo se hace vida, incluso la misma muerte se convierte en vida. Lázaro no murió por causa de Jesús, ni Jesús quiso que Lázaro muriese. Lo que Jesús quiere es manifestar que quien puede impedir que alguien muera, también es capaz de que vuelva a florecer la vida: Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Marta contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (Jn 11,25-27).

Dios no nos da siempre lo que pedimos, a veces incluso calla. Pero nos da mucho más de lo que le pedimos. Y por eso como Marta y María nos quejamos: “Si hubieras estado aquí mi hermano no hubiera muerte” (Jn 11,21.32) Pero Jesús no interviene en nuestra plegaria porque no cree oportuno que tal o cual pedido nuestro sea oportuno: “El Señor ya sabe de tus necesidades antes que se lo pidas” (Mt 6,8). En el reclamo de Marta (Jn 11,21): ¿Qué es más importante, sanar a un enfermo o devolverlo a la vida cuando ha muerto?  ¿Qué es más importante, que Dios sane a un ser querido o que lo resucite y lo lleve consigo al cielo? No conviene ser egoístas al aferrarnos a lo suyo.  Jesús les regaló el milagro de sacarlo del sepulcro donde ya estaba en putrefacción y se los devolvió vivo. 

domingo, 12 de marzo de 2023

IV DOMINGO DE CUARESMA - A (19 de Marzo del 2023)

 IV DOMINGO DE CUARESMA - A (19 de Marzo del 2023)

PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO Según San Juan 9,1-41:

9:1 Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento.

9:2 Sus discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?"

9:3 "Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios.

9:4 Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar.

9:5 Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo".

9:6 Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego,

9:7 diciéndole: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé", que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.

9:8 Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: "¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?"

9:9 Unos opinaban: "Es el mismo". "No, respondían otros, es uno que se le parece". Él decía: "Soy realmente yo".

9:10 Ellos le dijeron: "¿Cómo se te han abierto los ojos?"

9:11 Él respondió: "Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: "Ve a lavarte a Siloé". Yo fui, me lavé y vi".

9:12 Ellos le preguntaron: "¿Dónde está?". Él respondió: "No lo sé".

9:13 El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos.

9:14 Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos.

9:15 Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. Él les respondió: "Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo".

9:16 Algunos fariseos decían: "Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado". Otros replicaban: "¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?" Y se produjo una división entre ellos.

9:17 Entonces dijeron nuevamente al ciego: "Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?" El hombre respondió: "Es un profeta".

9:18 Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres

9:19 y les preguntaron: "¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?"

9:20 Sus padres respondieron: "Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego,

9:21 pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta".

9:22 Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías.

9:23 Por esta razón dijeron: "Tiene bastante edad, pregúntenle a él".

9:24 Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: "Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador".

9:25 "Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo".

9:26 Ellos le preguntaron: "¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?"

9:27 Él les respondió: "Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?"

9:28 Ellos lo injuriaron y le dijeron: "¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés!

9:29 Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es este".

9:30 El hombre les respondió: "Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos.

9:31 Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad.

9:32 Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento.

9:33 Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada".

9:34 Ellos le respondieron: "Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?" Y lo echaron.

9:35 Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo del hombre?"

9:36 Él respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?"

9:37 Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está hablando".

9:38 Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se postró ante él.

9:39 Después Jesús agregó: "He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven".

9:40 Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?"

9:41 Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su pecado permanece". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Querido amigos(as) Paz y Bien en el Señor.

"He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven (Hijos de la luz) y queden ciegos los que ven (hijos de las tinieblas)" (Jn 9,39).

La enseñanza de este domingo se puede resumir: “Quien cree en el Hijo, no será condenado (porque paso de las tinieblas a la luz); pero el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios (porque sigue en tinieblas). En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn 3,18-19).

El domingo anterior, Jesús dice a la samaritana: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna». La samaritana le dice: dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla» (Jn 4,13-15). La mujer samaritana paso de las tinieblas a la luz porque descubrió a Jesús. Luego nos dice: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida» (Jn 8,12).

La inquietud de sus discípulos: «Maestro, ¿quién ha pecado, para que naciera ciego él o sus padres?». Jesús respondió: «Ni él ni sus padres; nació así para que se manifieste en él la gloria de Dios” (Jn 9,2-3).  Y es que según la mentalidad antigua, el bienestar y la desgracia eran fruto de una conducta moral buena o mala. Los discípulos de Jesús, hijos de su tiempo son participes de esta realidad. En este caso la ceguera  es vista como efecto del pecado. Pero Jesús revierte este paradigma cuando califica: “Nació ciego para que gloria de Dios se manifieste en él”. Y ¿Cómo así se manifiesta la gloria de Dios?: “Escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego” (Jn 9,6). Ahora, quienes aceptan y reconocen que en Jesús actúa el poder de Dios, como el ciego, queda con la luz y es hijo de la Luz, quienes no aceptan esta manifestación de la gloria de Dios en el Hijo quedan ciegos, pues al final dice Jesús: "He venido para un juicio. Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven" (Jn 9,39). En este caso los doctores de la ley o los fariseos quedan ciegos porque no creen en la gloria de Dios que se manifiesta en el Hijo.

Después de untarle los ojos le dice: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé, que significa Enviado. El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía” (Jn 9,7). Jesús dice a Nicodemo: "Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu” (Jn 3,5-6). Es una clara referencia al sacramento del bautismo  en el que el neófito queda iluminado con la luz de la gracia de Dios y deja de ser ciego. Luego somos invitados a ser portadores de esa luz. Jesús dijo: “Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mt 5,14-16). “Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios" (Jn 3,20-21).

En la Segunda Lectura, tomada de la Carta de San Pablo a los Efesios, podemos ver el significado espiritual de la ceguera y de la recuperación de la vista: “Antes, ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz. Ahora bien, el fruto de la luz es la bondad, la justicia y la verdad. Sepan discernir lo que agrada al Señor, y no participen de las obras estériles de las tinieblas; al contrario, pónganlas en evidencia” (Ef 5,8-11).

En otro tiempo – dice San Pablo- estaban en la oscuridad, pero ahora, unidos al Señor, son luz. En efecto, la oscuridad en que vivía el ciego representa las tinieblas del pecado, la oscuridad causada por la ausencia de la gracia de Dios. Y la luz que entra en la vista del ciego recién sanado por el Señor es la vida de Dios en nosotros; es decir, la gracia manifestada en su Hijo Cristo Jesús, que en el domingo anterior tenía connotación de agua (Jn 4, 5-42) y hoy tiene connotación de la luz (Jn 9,1-41).

Los milagros Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina. Juan fue informado de todo esto por sus discípulos y, llamando a dos de ellos, los envió a decir al Señor: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?». Cuando se presentaron ante él, le dijeron: «Juan el Bautista nos envía a preguntarte: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?"». En esa ocasión, Jesús curó mucha gente de sus enfermedades, de sus dolencias y de los malos espíritus, y devolvió la vista a muchos ciegos. Entonces respondió a los enviados: «Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de escándalo!». (Lc 7,17-23). Todo esto vale para decir que el Señor sabe situarse en el contexto. Es decir, él escoge el modo más adecuado para hacer su labor. Lo que sí es común a todas las curaciones hechas por Jesús es que lo más importante era la sanación que ocurría en el alma del enfermo su curación tenía una profunda consecuencia espiritual. El Señor no hace una sanación física, sin tocar profundamente el alma. Y cuando el Señor sana directamente es para que se manifieste en la persona la gloria y el poder de Dios. Y sana no sólo para que el enfermo sanado crea en Dios y cambie, sino también las personas a su alrededor.

Sabemos que, no todo enfermo es sanado. ¿Significa que la enfermedad es muy superior a la fuerza de curación del Señor? Claro que no. Todo depende cuanta fe se tiene en el Señor. Mientras dure el mundo presente, seguirán habiendo enfermedades, las cuales -ciertamente- son una de las consecuencias del pecado original de nuestros primeros progenitores (Gn 2,16). Pero Jesús, con su Pasión, Muerte y Resurrección, le dio valor redentor a las enfermedades –y también a todo tipo de sufrimiento. Es decir, el sufrimiento bien llevado, aceptado en Cristo, sirve para santificarnos y para ayudar a otros a santificarse (Lv 11,45). No es que sean fáciles de llevar las enfermedades -sobre todo algunas de ellas- pero son oportunidades para unir ese sufrimiento a los sufrimientos de Cristo y darles así valor redentor. Y ¿qué es eso de “valor redentor”? Nuestros sufrimientos, unidos a los de Cristo, pueden servir para nuestra propia santificación o para la santificación de otras personas, incluyendo nuestros seres queridos.

Es por ello que después de Cristo, ya los enfermos no son considerados como personas malditas por el pecado propio o de sus padres, como sucedía antes de la venida del Señor. De allí la pregunta de los Apóstoles al encontrarse al ciego: “Quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?”, a lo que Jesús responde: “Ni él pecó ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios” (Jn 9,2-3).

Las enfermedades más graves no son las del cuerpo, sino las del alma. Por eso decíamos que la sanación fundamental es la sanación interior. Esta puede darse, habiéndose sanado el cuerpo o no. ¡Cuántos enfermos ha habido que se han santificado en su enfermedad! ¡Cuántos santos no hay que se han hecho santos a raíz de una enfermedad o durante una larga enfermedad! En el caso del ciego de nacimiento del Evangelio de hoy, vemos que este hombre fue de los que ni siquiera pidió ser sanado, sino que viéndolo Jesús pasar, se detiene y, haciendo barro con saliva y tierra del suelo, lo colocó en sus ojos, ordenándole que luego se bañara en la piscina de Siloé (Jn 9,7). Efectivamente, el hombre comienza a ver al salir del agua. Pero notemos que el cambio más importante se realiza en su alma. Y esa voluntad de obediencia con la que actúa el ciego al recibir el mandato de Jesús y obediencia no son sino actitudes auténticas de fe.

Veamos cómo se comporta al ser interrogado por los enemigos de Jesús. Sus respuestas las da con mucha convicción y con tal simplicidad e inocencia, que por la precisión y la lógica que hay en ellas, deja perplejos a quienes con mala intención tratan de hacer ver que Jesús no venía de Dios, pues lo había curado en Sábado, día en que los judíos no podían hacer ningún tipo de trabajo. Ellos le dijeron: «¿Cómo se te han abierto los ojos?». El respondió: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: «Ve a lavarte a Siloé». Yo fui, me lavé y veo»… El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos” (Jn 9,10-14).

Resulta refrescante oír la respuesta del ciego que ya no lo es, cuando los fariseos lo obligan a decir que Jesús es un pecador. Responde el ciego, primero inocentemente: “Si es pecador, yo no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo”. Continúa luego con mucha “claridad” y convicción: “Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero al que lo teme y hace su voluntad, a ése sí lo escucha... Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder” (Jn 9, 31.33). Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?». El hombre respondió: «Es un profeta» (Jn 9,17).

Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?». Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando». Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él”(Jn 9,34-38). El ciego echado de la sinagoga termina postrándose ante Jesús, reconociéndolo como el Hijo de Dios, en cuanto Jesús le revela Quién es El. Como decíamos, lo más importante es la gracia que acompaña a todo contacto con Cristo. El ciego, que ya no lo es, cree en Jesús y confía en El. Y cuando Jesús se le revela como el Hijo del hombre, es decir, el Mesías esperado, el ciego que ahora ve cree lo que el Señor le dice y, postrándose, lo adoró.

Concluye el Evangelio con una advertencia del Jesús para todos aquéllos que, como los Fariseos, creemos que vemos y que no necesitamos que Jesús nos cure nuestra ceguera: “Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”. Preguntaron entonces si estaban ciegos. Y Jesús les dice: “Si estuvieran ciegos” (es decir, si se dieran cuenta de su ceguera) “no tuvieran pecado. Pero como dicen que ven, siguen en su pecado” (Jn 9,39-41). El Señor habla de “definición de campos”. ¿Cuáles son esos campos? Luz y tinieblas. Dios y demonio. Gracia y pecado. Y San Pablo nos dice que, “unidos al Señor, podemos ser luz”. Y nos habla de los frutos de la Luz: “bondad, santidad, verdad”. Cristo se identifica así: “Yo soy la Luz del mundo ... El que me sigue, no camina en tinieblas” (Jn 8,12).

Seguir a Cristo es no sólo creer en El, sino actuar como El; es decir, en total acuerdo con la Voluntad del Padre. Así, haciendo sólo lo que es la Voluntad de Dios, pasaremos de la oscuridad de nuestra ceguera a la Luz de Cristo, para ser nosotros también luz en este mundo tan oscuro de las cosas de Dios y tan ciego para verlas. Las enfermedades más graves no son las del cuerpo, sino las del alma. Más aún, las enfermedades peores no son las que sufre una persona, sino las que sufre toda una población. Nuestra sociedad vive sumergida en las tinieblas y está enferma. ¡Y bien enferma! Porque vive envuelta en violencia, agresividad, maledicencia, ocultismo, esoterismo, idolatría, satanismo. Sí, eso mismo: culto al demonio -para ser más precisos. Por eso requerimos sanación. Una sanación que sólo Dios nos puede dar. Porque la sanación fundamental es la sanación interior. Y ésa es la que estamos necesitando. El ciego de nacimiento que mencionábamos termina por postrarse ante Jesús, reconociéndolo como Dios. Cuando comenzó a ver, el ciego cree lo que el Señor le dice y, postrándose, Lo adoró. (Jn 9, 38)

¿Se dan cuenta de lo que significa vivir en la oscuridad de quien no es capaz de reconocerse a si mismo, no ver nunca su verdad, y no haber descubierto nunca a Dios en su vida? ¿Lo es sentirnos a gusto sin ver más allá de nuestra propia sombra, acostumbrarnos a vivir sin la experiencia de Dios en nuestras vidas? ¿Acostumbrarnos a vivir encerrados sobre nosotros mismos, nuestros placeres e intereses personales inmediatos? Hay muchos que son ciegos de nacimiento porque nadie les ha hablado de Dios. Hay muchos que son ciegos que, aún después de haber visto, prefieren no ver, eso que alguien llamó acertadamente el “ateísmo de la insinceridad”. Muchos piensan que el Evangelio es duro. Yo diría que es exigente, sobre todo para con los necesitados. Hay algo que ha de quedar claro. Dar la vista a un ciego en un sábado es declarar al hombre más importante que el sábado mismo. El hombre es más importante que la religión misma porque Dios está más presente en el hombre que en los ritos, porque es imagen y semejanza de Dios (Gn 2,16). Pero si el hombre no se quiere dar cuenta de esa gran dignidad o si se dio cuenta pero no quiere aceptarlo, entonces seguirá siendo ciego e hijo de las tinieblas y eso es precisamente el infierno.

Este tiempo de cuaresma es propicia para que entendamos que el hombre tiene que terminar como el ciego que deja de ser ciego y luego confiesa su fe y lo pone en práctica: Jesús preguntó al que había sido ciego: “¿Crees en el Hijo del hombre? Él respondió: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: Tú lo has visto: es el que te está hablando. Entonces él exclamó: Creo, Señor, y se arrodilló y lo adoró” (Jn 9,35-38).