martes, 6 de junio de 2023

SANTÍSIMA TRINIDAD - A (04 de Junio del 2023)

 SANTÍSIMA TRINIDAD - A (04 de Junio del 2023)

Proclamamos del Evangelio de Jesucristo según San Juan 3,16-18:

3:16 Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.

3:17 Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

3:18 El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz  Bien.

Al celebrar la fiesta de Pentecostés hemos terminado el manifiesto completa del ser de Dios. Pero, ¿Dios, qué necesidad tiene de manifestarse o darse a conocer? ¿Por qué lo hizo de tres modos distintos? ¿Por qué no se dio a conocer solo de un modo o de dos o de cuatro o diez modos distintos? Claro está que Dios pudo darse a conocer como le dé la gana. En su libertad incluso pudo no darse a conocer. Entonces; ¿Qué motivó a actuar de tres modos distintos? Estas y otras inquietudes responde la celebración de la solemnidad de la Santísima  Trinidad.

Dios dice: “Yo soy el que soy” (Ex 3,14); “Dios es espíritu” (Jn 4,24); “Dios es amor” (I Jn 4,8). La identidad del ser de Dios es: “Dios es espíritu de amor” y El espíritu de Dios tiene su manifiesto en la Primera Divina persona como Padre Creador Y Crea por amor. El espíritu de Dios se manifiesta en la segunda Divina Persona como Hijo y tiene la misión de redimir a la humanidad por amo. El espíritu de Dios se manifiesta en la tercera divina persona como Espíritu Santo para santificar la obra creadora del Padre y la obra redentora del Hijo. Las tres divinas persona esta unidas por el amor mutuo.

“Tanto a amó Dios al mundo” (Jn 3,16). Este enunciado, parte del evangelio que hoy hemos leído, lo podemos reorientar en primera persona hacia nosotros de modo siguiente: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,9-10). Incluso en sentido más personal se nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo los he amado. En esto los reconocerán que son mis discípulos, en que saben amarse unos a otros como yo los he amado” (Jn 13,34). Finalmente hace falta mencionar dos citas de los domingos anteriores: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22). “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19-20).

Es el misterio central de la fe y de la vida cristiana creer en el Padre, Hijo  y Espíritu Santo.

La divina revelación de Dios uno y trino: La Iglesia expresa su fe trinitaria confesando un solo Dios en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Las tres divinas Personas son un solo Dios porque cada una de ellas es idéntica a la plenitud de la única e indivisible naturaleza divina. Las tres son realmente distintas entre sí, por sus relaciones recíprocas: el Padre engendra al Hijo, el Hijo es engendrado por el Padre, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.

El misterio central de la fe y de la vida cristiana es el misterio de la Santísima Trinidad. Los cristianos son bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Toda la vida de Jesús es revelación del Dios Uno y Trino: en la anunciación, en el nacimiento, en el episodio de su pérdida y hallazgo en el Templo cuando tenía doce años, en su muerte y resurrección, Jesús se revela como Hijo de Dios de una forma nueva con respecto a la filiación conocida por Israel. Al comienzo de su vida pública, además, en el momento de su bautismo, el mismo Padre atestigua al mundo que Cristo es el Hijo Amado (Mt 3, 13-17 y par.) y el Espíritu desciende sobre Él en forma de paloma. A esta primera revelación explicita de la Trinidad corresponde la manifestación paralela en la Transfiguración, que introduce al misterio Pascual (Mt 17, 1-5). Finalmente, al despedirse de sus discípulos, Jesús les envía a bautizar en el nombre de las tres Personas divinas, para que sea comunicada a todo el mundo la vida eterna del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28, 19).

En el Antiguo Testamento, Dios había revelado su unicidad y su amor hacia el pueblo elegido: Yahwé era como un Padre. Pero, después de haber hablado muchas veces por medio de los profetas, Dios habló por medio del Hijo (Hb 1, 1-2), revelando que Yahwé no sólo es como un Padre, sino que es Padre (cfr. Compendio, 46). Jesús se dirige a Él en su oración con el término arameo Abbá, usado por los niños israelitas para dirigirse a su propio padre (Mc 14, 36), y distingue siempre su filiación de la de los discípulos. Esto es tan chocante, que se puede decir que la verdadera razón de la crucifixión es justamente el llamarse a sí mismo Hijo de Dios en sentido único. Se trata de una revelación definitiva e inmediata (Sto Tomas de A), porque Dios se revela con su Palabra: no podemos esperar otra revelación, en cuanto Cristo es Dios (Jn 20, 17) que se nos da, insertándonos en la vida que mana del regazo de su Padre.

En Cristo, Dios abre y entrega su intimidad, que de por sí sería inaccesible al hombre sólo por medio de sus fuerzas. Esta misma revelación es un acto de amor, porque el Dios personal del Antiguo Testamento abre libremente su corazón y el Unigénito del Padre sale a nuestro encuentro, para hacerse una cosa sola con nosotros y llevarnos de vuelta al Padre (Jn 1, 18). Se trata de algo que la filosofía no podía adivinar, porque radicalmente se puede conocer sólo mediante la fe.

Dios no sólo posee una vida íntima, sino que Dios es –se identifica con– su vida íntima, una vida caracterizada por eternas relaciones vitales de conocimiento y de amor, que nos llevan a expresar el misterio de la divinidad en términos de procesiones.

De hecho, los nombres revelados de las tres Personas divinas exigen que se piense en Dios como el proceder eterno del Hijo del Padre y en la mutua relación –también eterna– del Amor que «sale del Padre» (Jn 15, 26) y «toma del Hijo»(Jn 16, 14), que es el Espíritu Santo. La Revelación nos habla, así, de dos procesiones en Dios: la generación del Verbo (cfr. Jn 17. 6) y la procesión del Espíritu Santo. Con la característica peculiar de que ambas son relaciones inmanentes, porque están en Dios: es más son Dios mismo, en tanto que Dios es Personal; cuando hablamos de procesión, pensamos ordinariamente en algo que sale de otro e implica cambio y movimiento. Puesto que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza del Dios Uno y Trino (Gn 1, 26-27), la mejor analogía con las procesiones divinas la podemos encontrar en el espíritu humano, donde el conocimiento que tenemos de nosotros mismos no sale hacia afuera: el concepto que nos hacemos de nosotros es distinto de nosotros mismos, pero no está fuera de nosotros. Lo mismo puede decirse del amor que tenemos para con nosotros. De forma parecida, en Dios el Hijo procede del Padre y es Imagen suya, análogamente a como el concepto es imagen de la realidad conocida. Sólo que esta Imagen en Dios es tan perfecta que es Dios mismo, con toda su infinitud, su eternidad, su omnipotencia: el Hijo es una sola cosa con el Padre, el mismo Algo, esa es la única e indivisa naturaleza divina, aunque sea otro Alguien. El Símbolo del Nicea-Constantinopla lo expresa con la formula «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero». El hecho es que el Padre engendra al Hijo donándose a Él, entregándole Su substancia y Su naturaleza; no en parte, como acontece en la generación humana, sino perfecta e infinitamente.

Lo mismo puede decirse del Espíritu Santo, que procede como el Amor del Padre y del Hijo. Procede de ambos, porque es el Don eterno e increado que el Padre entrega al Hijo engendrándole y que el Hijo devuelve al Padre como respuesta a Su Amor. Este Don es Don de sí, porque el Padre engendra al Hijo comunicándole total y perfectamente su mismo Ser mediante su Espíritu. La tercera Persona es, por tanto, el Amor mutuo entre el Padre y el Hijo. El nombre técnico de esta segunda procesión es espiración. Siguiendo la analogía del conocimiento y del amor, se puede decir que el Espíritu procede como la voluntad que se mueve hacia el Bien conocido.

Estas dos procesiones se llaman inmanentes, y se diferencian radicalmente de la creación, que es transeúnte, en el sentido de que es algo que Dios obra hacia fuera de sí. Al ser procesiones dan cuenta de la distinción en Dios, mientras que al ser inmanentes dan razón de la unidad. Por eso, el misterio del Dios Uno y Trino no puede ser reducido a una unidad sin distinciones, como si las tres Personas fueran sólo tres máscaras; o a tres seres sin unidad perfecta, como si se tratara de tres dioses distintos, aunque juntos.

Las dos procesiones son el fundamento de las distintas relaciones que en Dios se identifican con las Personas divinas: el ser Padre, el ser Hijo y el ser espirado por Ellos. De hecho, como no es posible ser padre y ser hijo de la misma persona en el mismo sentido, así no es posible ser a la vez la Persona que procede por la espiración y las dos Personas de las que procede. Conviene aclarar que en el mundo creado las relaciones son accidentes, en el sentido de que sus relaciones no se identifican con su ser, aunque lo caractericen en lo más hondo como en el caso de la filiación. En Dios, puesto que en las procesiones es donada toda la substancia divina, las relaciones son eternas y se identifican con la substancia misma.

Estas tres relaciones eternas no sólo caracterizan, sino que se identifican con las tres Personas divinas, puesto que pensar al Padre quiere decir pensar en el Hijo; y pensar en el Espíritu Santo quiere decir pensar en aquellos respecto de los cuales Él es Espíritu. Así las Personas divinas son tres Alguien, pero un único Dios. No como se da entre tres hombres, que participan de la misma naturaleza humana sin agotarla. Las tres Personas son cada una toda la Divinidad, identificándose con la única Naturaleza de Dios: las Personas son la Una en la Otra. Por eso, Jesús dice a Felipe que quien le ha visto a Él ha visto al Padre (Jn 14, 6), en cuanto Él y el Padre son una cosa sola (Jn 10, 30 y 17, 21). Esta dinámica, que técnicamente se llama pericóresis o circumincesio (dos términos que hacen referencia a un movimiento dinámico en que el uno se intercambia con el otro como en una danza en círculo) ayuda a darse cuenta de que el misterio del Dios Uno y Trino es el misterio del Amor: «Él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él» (CIC 221).

Si Dios es eterna comunicación de Amor, es comprensible que ese Amor se desborde fuera de Él en Su obrar. Todo el actuar de Dios en la historia es obra conjunta de la tres Personas, puesto que se distinguen sólo en el interior de Dios. No obstante, cada una imprime en las acciones divinas ad extra su característica personal. Con una imagen, se podría decir que la acción divina es siempre única, como el don que nosotros podríamos recibir de parte de una familia amiga, que es fruto de un sólo acto; pero, para quien conoce a las personas que forman esa familia, es posible reconocer la mano o la intervención de cada una, por la huella personal dejada por ellas en el único regalo.

Este reconocimiento es posible, porque hemos conocido a las Personas divinas en su distinción personal mediante las misiones, cuando Dios Padre ha enviado juntamente al Hijo y al Espíritu Santo en la historia (Jn 3, 16-17 y 14, 26), para que se hiciesen presentes entre los hombres: «son, sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las personas divinas» (CIC 258). Ellos son como las dos manos del Padre que abrazan a los hombres de todos los tiempos, para llevarlos al seno del Padre. Si Dios está presente en todos los seres en cuanto principio de lo que existe, con las misiones el Hijo y el Espíritu se hacen presentes de forma nueva. La misma Cruz de Cristo manifiesta al hombre de todos los tiempos el eterno Don que Dios hace de Sí mismo, revelando en su muerte la íntima dinámica del Amor que une a las tres Personas.

Significa que el sentido último de la realidad, lo que todo hombre desea, lo que ha sido buscado por los filósofos y por las religiones de todos los tiempos es el misterio del Padre que eternamente engendra al Hijo en el Amor que es el Espíritu Santo. En la Trinidad se encuentra, así, el modelo originario de la familia humana y su vida íntima es la aspiración verdadera de todo amor humano. Dios quiere que todos los hombres sean una sola familia, es decir una cosa sola con Él mismo, siendo hijos en el Hijo. Cada persona ha sido creado a imagen y semejanza de la Trinidad (Gn 1, 27) y está hecho para vivir en comunión con los demás hombres y, sobre todo, con el Padre Celestial. Aquí se encuentra el fundamento último del valor de la vida de cada persona humana, independientemente de sus capacidades o de sus riquezas.

El acceso al Padre se puede encontrar sólo en Cristo, Camino, Verdad y Vida (Jn 14, 6): mediante la gracia los hombres pueden llegar a ser un solo Cuerpo místico en la comunión de la Iglesia. A través de la contemplación de la vida de Cristo y a través de los sacramentos, tenemos acceso a la misma vida íntima de Dios. Por el Bautismo somos insertados en la dinámica de Amor de la Familia de las tres Personas divinas. Por eso, en la vida cristiana, se trata de descubrir que a partir de la existencia ordinaria, de las múltiples relaciones que establecemos y de nuestra vida familiar, que tuvo su modelo perfecto en la Sagrada Familia de Nazareth podemos llegar a Dios: Al tratar a las tres Personas, a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo. Y para llegar a la Trinidad Beatísima, pasa por María. De este modo, se puede descubrir el sentido de la historia como camino de la trinidad a la Trinidad, aprendiendo de la “trinidad de la tierra” –Jesús, María y José– a levantar la mirada hacia la Trinidad del Cielo.

DOMINGO DE PENTECOSTÉS – A (28 de mayo de 2023).

 DOMINGO DE PENTECOSTÉS – A (28 de mayo de 2023).

Proclamación del Evangelio según San Juan 20,19-23:

20:19 Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"

20:20 Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

20:21 Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".

20:22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.

20:23 Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos(as) en el Señor que derramó su Espíritu Paz y Bien.

Jesús les dijo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes" (Jn 20,21). Jesús para enviar: “Los llamó a su lado a los que Él quiso” (Mc 3,13). Los que aceptan la llamada se haces discípulos. El saludo de paz del resucitado hace de los discípulos en ser los primeros redimidos porque están en paz con Dios. “Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22). Los redimidos (discípulos), son revestidos con la fuerza de lo alto (Hch 1,8). Ahora el soplo (Gn 2,7) los convierte en Apóstoles. Son hombres nuevos (Gal 3,27). Como Dios es espíritu (Jn 4,24). Dijo Jesús: “El espíritu de Dios está sobre mi” (Lc 4,18). El mismo espíritu de Dios ahora Jesús los transmite a sus discípulos convirtiéndolos en hombre nuevos, apóstoles del Señor. Y los reviste con su espíritu para encargarles una misión: “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes" (Jn 20,21). ¿Para que los envía? “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20).

Fíjense que, se nos reiteró cuatro veces el adjetivo TODO: “Todo poder se me dio, todos los pueblos seas mis discípulos,  enseñen a cumplir todo lo que les encargo, estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Anterior a este encargo ya nos dijo: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad” (Jn 14,15-17). Para cumplir con esta ardua tarea y hacer que todos sean consagrados al Señor por el bautismo; nos ha prometido estar con nosotros y lo hará por el don de su Espíritu que el Padre enviará en su nombre (Rm 5,5). Esta efusión de su Espíritu es lo que hoy celebramos en la fiesta de Pentecostés. De este modo empieza un nuevo tiempo para la comunidad universal que es la Iglesia Católica, y San Pablo nos recomiendo así: “Que el mismo Dios de la paz los consagre totalmente y que todo su ser, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la Parusía de nuestro Señor Jesucristo. (1Ts 5, 23). Porque el mismo Señor nos ha dicho: “No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes” (Jn 14,18).

La solemnidad de Pentecostés, fiesta del Espíritu Santo que hoy celebramos tiene connotaciones muy particulares: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23).

El simbolismo de las lenguas de fuego: “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos” (Hch 2,2-3). Como se ve, el Espíritu está en el simbolismo del fuego. El Espíritu Santo es como el fuego. Y quién no sabe cuáles son los efectos del fuego. El fuego quema. El fuego suscita energía y fuerza que transforma o purifica todo. Este poder del Espíritu santo es la que se derrama en los sacramentos, haciendo del neófito un soldado de Cristo. “Así como hay un crisol para purificar la plata y un horno para el oro; así también Dios purificará el corazón de cada uno” (Prov 17,3). “El fundamento ya está puesto es Jesucristo y nadie puede poner otro. Sobre él se puede edificar con oro, plata, piedras preciosas, madera o paja: La obra de cada uno se probara el día del juicio; el fuego revelará y pondrá de manifiesto lo que es. El fuego probará la calidad de la obra de cada uno. Si la obra construida sobre el fundamento resiste al fuego recibirá la recompensa de la vida; pero si la obra es consumida, se perderá la vida” (I Cor 3,11-15).

El don del espíritu Santo ¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él. Porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo” (I Cor 3,16-17).

Juan Bautista dice a los judíos: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible" (Mt 3,11-12). En el bautismo se nos da el don del Espíritu y en su plenitud en el sacramento de la confirmación, sacramentos que hacen de quien lo recibe hombre nuevo: “Todos ustedes, por la fe, son hijos de Dios en Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús. Y si ustedes pertenecen a Cristo, entonces son descendientes de Abraham, herederos en virtud de la promesa” (Gal 3,26-29).

Esa fuerza del Espíritu como la del fuego tiene aún mayores connotaciones en los sacramentos. Y así, el fuego del amor, destruye todo lo que nos impide amar de verdad. Destruye y quema todo aquello que nos impide crecer y madurar. Destruye y quema los egoísmos, los orgullos, las ansias de poder. Con frecuencia necesitamos quemar la maleza de los campos y también la maleza de nuestros corazones. El fuego da calor y tiende a expandirse. Pues el Espíritu Santo es el fuego que nos da fuerza interior para afrontar las dificultades, los problemas y ser capaces de ver lo imposible como posible. El profeta nos lo dice: “Cada vez que hablo, es para gritar, para clamar: ¡Violencia, devastación! Porque la palabra del Señor es para mí  oprobio y afrenta todo el día. Por eso me dije: No hablare más en su nombre.  Pero había en mi corazón como un fuego abrasador,  encerrado en mis huesos que, por más que me esforzaba por contenerlo, no podía” (Jer 20,8-9). La fuerza del espíritu Santo transforma: “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse… Con gran admiración y estupor decían: "¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos?” (Hch 2,4.7). Ahora el fuego suscita nueva fuerza, esa fuerza es el nuevo lenguaje universal de la Iglesia que es amor en el que todos nos entenderemos como hijos de un solo Padre, porque lo somos.

Jesús esta en este ámbito del poder del espíritu santo, por eso es capaz de perdonar a sus enemigos porque los ama (Lc 23,34). Por eso nos ha reiterado tantas veces “Ámense unos a otros como les he amado” (Jn 13,34). Y cuando un buen día preguntan a Jesús: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?" Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,36-40).

La universalidad de la Iglesia por el Evangelio que es Cristo Jesús: “Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua” (Hch 2,5-6). Dios se propuso hacer de la humanidad una sola familia y lo dice por el Profeta: “Yo los sacaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio nación. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,24-28). Y mismo Jesús nos había reiterado en el domingo anterior: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). En este principio es como se fundamenta nuestra Iglesia Universal, la Iglesia Católica. Pues, recordemos que Jesús mismo dijo a Pedro: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo" (Mt 16,18).

Una de las funciones más importantes del Espíritu Santo: la unidad en la diversidad: “Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios" (Hch 2,9-11).

¿Cómo entender esta unidad en la diversidad gracias al don del Espíritu? San Pablo haciendo referencia a los dones del espíritu nos sustenta en qué consiste la unidad en la diversidad, característica especial de nuestra Iglesia: “Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor… En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. El Espíritu da a uno la sabiduría para hablar; a otro, la ciencia para enseñar, según el mismo Espíritu; a otro, la fe, también en el mismo Espíritu. A este se le da el don de curar, siempre en ese único Espíritu; a aquel, el don de hacer milagros; a uno, el don de profecía; a otro, el don de juzgar sobre el valor de los dones del Espíritu; a este, el don de lenguas; a aquel, el don de interpretarlas. Pero en todo esto, es el mismo y único Espíritu el que actúa, distribuyendo sus dones a cada uno en particular como él quiere” (I Cor 12,3-11).

En Pentecostés, la Iglesia hace su estreno “hace su presentación en la sociedad”. Por eso, en la primera oración de la Misa, le pedimos: “Oh Dios, que por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia, extendida por todas las naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y no dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica.”

El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia de la salvación hasta su consumación, pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación del Hijo en las entrañas de la Virgen María, (Lc 1,26-38) cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. El Hijo nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal. Como el Hijo es la sabiduría del Padre, así el Espíritu es el entendimiento del Hijo y del Padre; por el Don del Espíritu entendemos el misterio del Hijo y por el Hijo entendemos el misterio de Dios Padre.

Cristo prometió que este Espíritu de Verdad va a venir y morar entre de nosotros. "Yo rogaré al Padre y les dará otro Intercesor que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu de Verdad que el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes saben que él permanece con ustedes, y estará en ustedes" (Jn 14, 15-17). El Espíritu Santo vino el día de Pentecostés (Hch 2,2-12) y nunca se ausentará. Cincuenta días después de la Pascua, el Domingo de Pentecostés, los Apóstoles fueron transformados de hombres débiles y tímidos en valientes proclamadores de la fe; los necesitaba Cristo para difundir su Evangelio por el mundo. “En adelante, el Paráclito, el intérprete que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26). De modo que, el Espíritu Santo está presente de modo especial en la Iglesia. Ayuda a su iglesia a que continúe la obra de Cristo en el mundo. Su presencia da gracia (fuerza) a los fieles para unirse más a Dios y entre sí en amor sincero, cumpliendo sus deberes con Dios y los demás.

El Espíritu Santo guía al Magisterio (infalible en fe y costumbre/enseñar las verdades sin error) de la Iglesia que lo conforma Papa Francisco, a los obispos y a los presbíteros de la Iglesia en su tarea de enseñar el Evangelio y la doctrina cristiana (Jn 8,31-32), dirigir almas y dar al pueblo la gracia de Dios por medio de los Sacramentos. Orienta toda la obra de Cristo en la Iglesia: solicitud por los enfermos, enseñar a los niños, preparación de la juventud, consolar a los afligidos, socorrer a los necesitados.

DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR - A (21 de Mayo del 2023)

 DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR - A (21 de Mayo del 2023)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo: 28,16-20

28:16 Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado.

28:17 Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron.

28:18 Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.

28:19 Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,

28:20 y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Vayan y haga que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt 28,19). La misión universal de los Apóstoles equivale ser comunidad o Iglesia Católica.

En el mandato de la misión nos topamos con episodios como estas: "Así como el Padre me envió, yo también los envío. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo" (Jn 20,21-22). “Salí del Padre y vine al mundo… Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre" (Jn 16,28). Ahora los tres puntos suspensivos que dejamos en las palabras de Jesús es para respondernos a la pregunta: ¿A qué vino Jesús y cuales es la voluntad del Padre? Y Jesús nos responde: “No he bajado del cielo, para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió. La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día" (Jn 6,38-40). Por lo tanto la ascensión del Señor no es sino la consumación de esta voluntad: “Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre (Jn 3,13).

Notemos que en sólo cinco versículos se repite cuatro veces el término “Todo”:

- “Todo” poder se medió tanto en el cielo como en la tierra (Mt 28,18): Es decir la totalidad del poder de Dios está en Jesús, tanto en la Iglesia celestial como en la Iglesia celestial.

- “Todas” las gentes de los pueblos sean mis discípulos (Mt 28,19a): la totalidad de la humanidad será evangelizada (Aquí es la Universalidad de la Iglesia=Católica).

- “Todo” Enseñándoles a cumplir todo lo que Jesús enseñó (Mt 28,20a): la totalidad de la enseñanza del Evangelio será aprendida (Mt 5,19)

- “Todos” los días estoy con Uds. (28,20): la totalidad de la historia será abarcada por la presencia del Resucitado (Heb 13,8).

Consecutivamente traemos a colación aquella cita: “(Todo) El que cree en él (Hijo), no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,18). Con lo que hallamos respuesta a la pregunta: “¿Serán poco los que se salven? (Lc 13,23).

El acento del texto recae sobre esta última parte: 1) Jesús declara su victoria definitiva sobre el mal y la muerte (“Me ha sido dado todo poder…”); 2) les confiere a los discípulos un mandato (“Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos seas mis discípulos”); y 3) les hace la promesa de su asistencia continua (“Yo estaré con Uds. Hasta el fin del mundo”). Todas estas disposiciones del Señor tendrán vigencia hasta el fin del mundo (Mt 24,35; 16,18).

Consiguientemente, el encuentro del Resucitado con sus discípulos (Mt 28,16-18) denota: 1)“Por su parte, los once discípulos fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado” (Mt 28,16). 2) Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron” (Mt28,17). 3) Jesús se acercó a ellos y les habló así…” (Mt 28,18). En los tres tiempos: El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos nos remite al comienzo del evangelio. El discipulado a la orilla del lago a partir de la vocación (Mt 4,18-22). Un largo camino han recorrido juntos, en él la relación se fue estrechando cada vez más en cuanto el Maestro los insertaba en su ministerio, haciéndolos los primeros destinatarios de su obra, y los atraía para una relación aún más profunda con Él mediante el seguimiento. Jesús los devuelve al punto de partida. Es decir los discípulos pasarán con el ejercicio de la misión en Apóstoles propiamente dicha.

Los discípulos van a “Galilea”, y allí, a una “Montaña”: 1) Ellos van a Galilea, que como “Galilea de los gentiles”, ha sido destinada por Dios como campo de misión de Jesús (Mt 4,12-16). Allí habían sido llamados (Mt 4,18-22) y allí fueron testigos de la misericordia de Jesús con enfermos y pecadores (Mt 8-9), donde la multitud andaba “abatida como ovejas sin pastor” (Mt 9,36). 2) La Montaña a la que van los discípulos nos recuerda el lugar donde Jesús pronunció su primera y fundamental instrucción, el Sermón de la Montaña: La Ley esencial de la vida cristiana que comienza con las bienaventuranzas y la misión (Mt 5,1-12; 10,7-16) y configura la existencia entera según “el Reino y la Justicia” (Mt 6,33).

El Resucitado se aparece a los discípulos. Vuelven a la relación que tenían antes y a todo lo que vivieron juntos. Ahora les dice qué es lo que va a determinar en el futuro la relación con él: “Se acercó a ellos y les habló así…” (Mt 28,18). Lo que Jesús les encarga aquí será determinante y así permanecerá “hasta el fin del mundo”, hasta cuando Jesús venga por segunda vez con la plenitud de su poder y su definitiva revelación (Mt 24,3; 44).

Jesús cumple una promesa: 1) La última noche había anunciado que los precedería en Galilea: “Todos Uds. se  escandalizaran de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Mas después de mi resurrección, iré delante de Uds. a Galilea” (26,31-32). 2)En la mañana del día de la resurrección, el Ángel, junto a la tumba, les confió a las mujeres la tarea de recordarles a los discípulos estas palabras: “Vayan enseguida a decir a los discípulos: ‘Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de Uds. a Galilea; allí le verán’. Ya les había dicho” (Mt 28,7). 3) El Resucitado en persona se aparece a las mujeres y les confirmó la tarea: “No tengan miedo. Vayan y avisen a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt 28,10).

Las palabras de Jesús son el nuevo camino de la comunidad en misión (Mt 28,18b-20): 1)“Jesús se acercó a ellos y les habló así: ‘Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). 2)”Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19). 3) “Enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y he aquí que yo estoy con Uds. todos los días hasta el fin del mundo”(Mt 28.20).

Las palabras de Jesús tienen tres partes: 1) El anuncio del Señorío del Resucitado (Mt 28,18). 2) El envío misionero de sus discípulos (Mt 28,19-20). 3) La promesa de su permanencia fiel en medio de los discípulos (Mt 28,20):

1) El Señorío de Jesús (Mt 28,18): “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”. Al postrarse, los discípulos reconocen que él es el Señor, el Señor sin límites, el Señor por excelencia. Ante ellos, Jesús afirma que el Padre, el Señor del cielo y de la tierra (Mt 11,25), le ha dado todo poder en todo ámbito: en el cielo y sobre la tierra (Mt 17,5).

Ya desde el comienzo del evangelio el mensaje de Jesús se refirió a este “poder” cuando anunció la cercanía del “Reino de los Cielos” (Mt 4,17). A lo largo de su ministerio Jesús ofreció los dones de este Reino (“Bienaventurados… porque de ellos es el Reino”; Mt 5,3.10). La obra de Jesús fue continuamente experimentada como una “obra con poder” (Mt 7,29; 8,8; 21,23). Con este “poder” venció a Satanás y levantó al hombre postrado en sus sufrimientos y marginaciones. Ahora, una vez que su ministerio ha llegado a su culmen, el Resucitado se revela a sus discípulos como el que posee toda autoridad. Una vez que ha vencido al mal definitivamente en su Cruz, Jesús se presenta vivo y victorioso ante sus discípulos: el Señor del cielo y de la tierra. Y con base en esta posición real, Jesús les entrega ahora la misión, prometiéndoles su asistencia continua y poderosa.

2) El envío misionero de los discípulos (Mt 28,19-20): Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado”. Con esta autoridad suprema de Jesús sobre el cielo y la tierra, los discípulos reciben el envío a la misión. Notemos las diversas afirmaciones que Jesús hace a partir del imperativo: “Vayan”:

a) El contenido de la misión: “Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos”(Mt 18,19): La tarea fundamental es hacer discípulos a todas las gentes. Por medio de ellos el Señor resucitado quiere  acoger a toda la humanidad en la comunión con Él. Hasta ahora ellos han sido los únicos discípulos. Jesús los llamó y los formó mediante un proceso de discipulado. En este momento los discípulos son enviados para dar en el tiempo post-pascual lo que recibieron en el tiempo pre-pascual. Hacer “discípulos” es iniciar a otros en el “seguimiento”. De la misma manera que Jesús los llamó a su seguimiento y a través de ella los hizo pescadores de hombres (Mt 4,19), también los misioneros deben atraer a todos los hombres al seguimiento de Jesús, con el cual vivieron y continúan viviendo. Trabajo misionero que los convierte de discípulos en apóstoles. Entonces, la esencia de la misión de los discípulos ahora como apóstoles es conducir a toda la humanidad a la persona del Señor, a su seguimiento (Mt 11,28). De la misma manera como Jesús los llamó, sin forzarlos sino seduciendo su corazón y apelando a la libre decisión de cada uno, así ellos deben hacer discípulos a todos los pueblos de la tierra.

 

b) Los destinatarios de la misión son la humanidad entera: Iglesia Universal=Católica “…A todas las gentes” (Mt 28,19). Puesto que se le ha puesto en sus manos el mundo entero y es superior al tiempo y al espacio, Jesús los manda a todos los pueblos de la tierra. Recordemos que en la primera misión la tarea apostólica se limitaba explícitamente a las “ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 10,6; 15,24). Ahora la misión no conoce restricciones ni fronteras. De este trabajo depende la salvación de todos los bautizados (Mc 1615).

c) Insertando al nuevo discípulo en la familia trinitaria mediante el sacramento del bautismo: “…Bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19) En el bautismo se realiza la plena acogida de los discípulos de Jesús en el ámbito de la salvación y en su nueva familia.  El presupuesto de la fe. El Bautismo “en el nombre del Padre y del Hijo y de Espíritu Santo” presupone el anuncio de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la fe en este Dios. El “nombre” de Dios está puesto en relación con el conocimiento de Él. Como se evidencia a lo largo del Evangelio: Dios manifiesta su amor para que nosotros podamos conocerlo y así entrar en relación con Él.  Es a través de Jesús que Dios ha sido conocido como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Jesús predicó sobre Dios de una manera que no se conocía en el Antiguo Testamento. Allí se conocía al Dios en cuanto creador del cielo y de la tierra, pero al mismo tiempo se afirmó –y con razón- la enorme distancia entre el Creador y su criatura, lo cual hacía pensar en la infinita soledad de Dios. Jesús anunció que Dios no está solo sino que vive en comunión. Frente al Padre está el Hijo, ambos están unidos entre sí, se conocen, se comprenden y se aman recíprocamente (Mt 11,25) en la plenitud y perfección divina por medio del Espíritu Santo. Los discípulos deben bautizar en el “nombre” de este Dios que ha querido revelarse de tres modos distintos.

El bautismo: Nos sumerge en el ámbito poderoso de este Dios y obra el paso hacia Él. Nos pone bajo su protección y su poder. Nos posibilita la comunión con Él, que en sí mismo es comunión. Nos hace Hijos del Padre, quien está unido con un amor ardiente a su Hijo. Nos hace hermanos y hermanas del Hijo que, con todo lo que Él es, está ante el Padre. Nos da el Espíritu Santo, quien nos une al Padre y al Hijo, nos abre a su benéfico influjo y nos hace vivir la comunión con ellos. Si es verdad que el seguimiento nos introduce en el ámbito de vida de Jesús, también es verdad que esta vida es su comunión con el Padre en el Espíritu Santo. El bautismo sella nuestra acogida en esta adorable comunión (Rm 5,5; Ef 4,5).

d) Poner en práctica las enseñanzas de Jesús (Mt 28,20): el discipulado como un nuevo estilo de vida. La comunión con este Dios, determinada por el seguimiento y sellada por el bautismo, les exige a los discípulos un estilo de vida que esté a la altura de ese don (Mt 5,19).

Notamos una gran continuidad entra la misión de Jesús y la de sus apóstoles: De muchas maneras, desde las bienaventuranzas (Mt 5,3-12) hasta la visión del juicio final (Mt 25,31-46), Jesús instruyó a sus discípulos. A lo largo del evangelio distinguimos cinco grandes discursos de Jesús. Ahora los apóstoles deben transmitírselas a los nuevos discípulos atraídos por ellos. Las enseñanzas de Jesús no son opcionales. Hasta el presente fue Jesús quien llamó discípulos y los educó en una existencia según la voluntad de Dios. Ahora son ellos los que, por encargo suyo, deben llamar a todos los hombres como discípulos y educarlos en una vida recta.

La celebración de la Ascensión nos coloca ante estas palabras de Jesús, quien por la plenitud de su potestad toma determinaciones hacia el futuro. Él, ya no estará de forma visible en medio de sus discípulos, pero sí garantiza su presencia poderosa en medio de los suyos. Así permanecerá “hasta el fin del mundo”(Mt 28,20), hasta que no ocurra con su venida el cumplimiento, y con él la plena e inmediata comunión de vida con la Trinidad Santa.

3) “Yo estaré con Uds hasta el fin del mundo” (Mt 28,20): Considerando la aseveración contundente de Juan que nos definió que: “Dios es amor” (I Jn 4,8) y simultáneamente Jesús nos dijo: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor” (Jn 15,9). Asimismo: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes” (Jn 14,15-16) y “que, no los dejare huérfanos” (Jn 14,18). Es evidente que Jesús en el espíritu de Dios está con nosotros siempre que vivamos en su amor: “Nadie ha visto nunca a Dios pero, si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (I Jn 4,12). “Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos" (Mt 18,19-20).

El Señor les deja como un secreto intimo: “Sepan que yo estoy con Uds. todos los días, hasta el fin del mundo.”  Una sagrada misión que cumplir, pero no lo harán solos: “Estoy con Uds.” Bonita manera de decirnos también hoy a todos nosotros: “Cristianos, ¿qué hacen mirando al cielo? A caminar, a recorrer los caminos del mundo con el Evangelio en el corazón, en la mente y en los labios."  Los Evangelios parecieran todos calcados sobre un mismo criterio. Los grandes momentos se los anuncia y no se los describe, como si todo lo dejasen a la contemplación del corazón. La Ascensión hubieran podido describirla con tres palabras: “Es turno nuestro.”

La ascensión pone fin a la historia de la Encarnación en su primera parte, cual es de establecer la Iglesia celestial.  Hasta aquí llegó Jesús. Hasta aquí llegó su obra y su misión. Ahora comienza una historia nueva, una nueva misión con unos responsables igualmente nuevos: La historia de la Iglesia. La consolidación de la Iglesia terrenal. Más que describir la Resurrección de Jesús, nos describen “la Iglesia de la Resurrección”. Más que describirnos la Ascensión de Jesús, nos descubre el segundo tiempo a la que la Iglesia terrenal se encamina a la Iglesia celestial y que en esta misión nos precede el Señor Glorificado. Por la Encarnación, Dios nos enseñó a mirar con ojos nuevos la tierra. Por la Ascensión, Jesús nos enseña a mirar al cielo.

Por la misión, nos enseña a mirar al cielo para ver mejor la tierra y a mirar a la tierra para contemplar mejor el cielo. “Galileos, ¿qué hacen ahí plantados mirando al cielo” nos cuentan los Hechos de los Apóstoles. Las cosas y los hombres están abajo en la tierra, pero la luz siempre viene de arriba. Es “la hora” que pone fin el camino de la Encarnación, pero es también “la hora en la que pone a su Iglesia “en camino hacia los hombres”. “Id por el mundo entero y proclamad el Evangelio”.

Ahora nos toca a cada Bautizado cumplir la misión: Fue el turno de Jesús, ahora es el nuestro, el turno de la Iglesia. Curioso, el turno de una Iglesia de los caminos. La Iglesia del envió. La Iglesia del anuncio y proclamación. Por tanto, de una Iglesia no de sacristía y oficina, una Iglesia no de sillón y hamaca, sino una Iglesia de los caminos y para los caminos: “Id al mundo entero.” Además, una Iglesia no muda, callada y en silencio; sino la Iglesia de palabra y testimonio. La Iglesia del anuncio y de la proclamación del Evangelio. No una Iglesia que se instala segura y tranquila aquí o allí, sino una Iglesia que tiene que salir, ir, caminar, buscar. Pero es también la Iglesia de la “espera”. “El mismo Jesús que les ha dejado para subir al cielo volverá como lo han han visto marcharse.” Es la Iglesia del envío: “Como el Padre me ha enviado a mí, así también os envío Yo.” Por eso mismo, la Iglesia no podrá entenderse a sí misma si no es contemplándose en la realidad misma de Jesús.

Dificultades en la misión: “Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: (Lc 10, 3) sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas”. (Mt 10,16). “Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en sus sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre (Mc 13, 11; Lc 12, 11-12; 14-15) quien hablará en ustedes” (Mt 10,17-20). Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará. (Mt 10,22; Mc 13, 13). Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra, y si los persiguen en esta, huyan a una tercera. Les aseguro que no acabarán de recorrer las ciudades de Israel, antes de que llegue el Hijo del hombre (Mt 10,23).

VI DOMINGO DE PASCUA - A (14 de Mayo del 2023)

 VI DOMINGO DE PASCUA - A (14 de Mayo del 2023)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 14,15-21:

14:15 Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos.

14:16 Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes:

14:17 el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes.

14:18 No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes.

14:19 Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán.

14:20 Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes.

14:21 El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Resucitado Paz y Bien.

“Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad” (Jn 14,15-17). En el cumplimiento de los mandamientos que nos dejó Jesús es como expresamos el amor a Dios. Y ¿Cuál es el mandamiento que nos dejó Jesús? Y ¿Por qué hay que amar a Jesús?. El mandamiento que nos dejó Jesús es: “Ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado” (Jn 13,34). Y Complementado la enseñanza: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor” (Jn 15,9). Si cumplimos con estas enseñanzas es cuando el Señor nos dice: “Yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad (Jn 14:16-17).

Jesús al inicio de su vida pública como hijo de Dios dice: “No crean que he venido a abolir la Ley o los Profetas. No he venido, a deshacer, sino a dar pleno cumplimiento” (Mt 5,17). “El espíritu de Señor esta sobre mí, me ha ungido para anunciar el Evangelio a los pobres” (Lc 4,18). “En adelante, el Espíritu Paráclito, el intérprete que el Padre enviará en mi nombre les enseñará todas las cosas y les recordará lo que yo les he dicho” (Jn 14,26)… Al final de su vida dijo Jesús: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 24,46) y luego murió. Una vez resucitado, Jesús dijo a sus discípulos: “La paz este con ustedes, así como el Padre me envió les envió a ustedes, y dicho esto sopló sobre ellos y le dijo: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,19-22).

A menudo sucede que, en la relación con Jesús uno puede llegar a tener la percepción de que Él está lejos de nuestras vidas, que lo sentimos poco y que es prácticamente inalcanzable. En el pasaje de Juan 14,15-21 vemos que Jesús nos aclara que así como no abandonó a sus discípulos tampoco nos abandona, siempre estará presente, nos comparte su vida y así como Él y el Padre son uno, así está en nosotros: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor” (Jn 15,9).

En el núcleo del texto vemos que Jesús anuncia la venida de otra ayuda para sus discípulos, el Espíritu de la Verdad (Jn 14,15-17), y también su propia venida (Jn 14,18-21).

Si observamos de cerca el texto notaremos que está enmarcado, los vv.15 y 21, por la alusión a la práctica del mandato de Jesús. Jesús declara que todas las enseñanzas dadas a lo largo del evangelio no se invalidan con su partida, sino todo lo contrario: permanecen válidas para siempre. Se trata de una condición fundamental: sólo quien se atiene a sus mandamientos puede recibir el Espíritu y abrirse al amor de Jesús y del Padre. El amor por Jesús está estrechamente relacionado con la práctica de sus mandamientos.

El amor a Jesús la expresamos en la práctica de sus mandamientos (Juan 14,15.21). “Si me aman, guardaran mis mandamientos… “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él (Jn 14,21). ¿De qué mandamientos se trata? En el evangelio de Juan, la exhortación a amarnos unos a otros como Él nos amó es la única que se define prácticamente como el mandamiento de Jesús (13,34). Pero este mandamiento tiene su asidero en los sinópticos en el que preguntan a Jesús: “¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley? Jesús respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más importante y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,236). Es decir, Jesús resume los diez mandamientos (Ex 20,3-17) en dos: Amor a Dios y amor al prójimo. El amor a Dios tiene que pasar por el amor al prójimo: “ Quien dice amo a Dios y no ama a su prójimo es un mentiroso” (I Jn 4,20). Por tanto, poner en práctica los mandamientos es tomarse en serio y con fe el conjunto de sus enseñanzas (14,23-24).

Quien está unido a Jesús de la manera anteriormente enunciada, recibe por parte de Dios el don prometido: el Espíritu Santo. Al Espíritu lo llama “Paráclito” (=Consolador, abogado, defensor). El Espíritu es una nueva ayuda para la vida de los discípulos: Él hace posible el seguimiento, Él capacita para vivir el difícil mandato del “amor”, Él asiste a los discípulos en momentos duros de la tribulación. La acción del Espíritu Santo se describe con precisión: viene como un nuevo “apoyo” Jesús se va pero les deja su Espíritu.

“No los  dejare huérfanos” (Jn 14,18): Como Buen Pastor, Jesús no los dejó nunca abandonados a su propia suerte; siempre estuvo al lado de ellos. Ahora Jesús se va, no quedarán solos: el Padre les dará el Espíritu Santo, quien estará siempre con ellos, al lado de ellos y en ellos. También dice: “El Espíritu de la Verdad”. Esta definición del Espíritu lo presenta como Aquel que hace permanecer a los discípulos en la “Verdad” transmitida por Jesús, es el que da testimonio de Él, como el que continúa con su ministerio terrenal y los protege tanto de los falsos maestros como de las opciones equivocadas. Jesús se ha dirigido a los discípulos llamándolos “hijitos” (Jn 13,33). Ahora les asegura que no quedarán “huérfanos”.

Hoy, nuestra coyuntura nos  indica que la gente vive demasiado rodeada de gente; sin embargo, vive demasiado sola. La soledad creo que es uno de los males de nuestro tiempo. Esposas solas. Hijos solos. Ancianos solos. Sin embargo, el Señor nos dice hoy que “no nos dejará huérfanos” (Jn 14,18), que no nos dejará en la soledad, porque Él nos promete enviarnos el “Espíritu de la verdad”(Jn 14,16).

Fijémonos lo que dice el mismo Jesús: “El mundo no puede recibirlo, porque ni lo ve ni lo conoce.” En cambio ustedes “lo conocen, porque vive con ustedes y está con ustedes” (Jn 14,17). La vida no está en la superficialidad de las cosas, sino que como la savia y la sangre corre por dentro, por las venas del Espíritu. Algo bien importante, el pasado domingo decíamos que Jesús es la “verdad” (Jn 14,6) y ahora nos dice que nos enviará “el Espíritu de la verdad”(Jn 14, 17) vivamos en el verdad, la verdad de Dios del que el hombre bebe de esa fuente de la verdad (Jn 4,13-14).

El mundo no lo conoce porque no lo ve. En cambio, nosotros lo vemos y lo conocemos porque habita en nosotros y está con nosotros (Jn 3,5). Somos nosotros quienes tenemos que darlo a conocer y lo haremos mediante el testimonio de nuestras vidas. Somos los testigos de Jesús y somos también los testigos del Espíritu Santo. Testigos de que Jesús “está con el Padre” y que “nosotros estamos con Él y Él con nosotros” (Hch 1,8). Nuestro gran testimonio será el del amor (Jn 14,15).

Jesús se siente como madre y padre de los suyos. Nunca lo dijo, pero sus actitudes y comportamientos para con ellos tenían mucho de madre y de padre. Por eso, cuando les anuncia que ha llegado la hora de irse, siente que la tristeza amenaza con invadir sus corazones y comienzan a sentirse solos, huérfanos (Jn 13,1). Jesús quiere llenar de antemano ese vacío y les dice: “No les dejaré huérfanos” (Jn 14,18), “Yo pediré al Padre os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad” (Jn 14,16). El Espíritu Santo está llamado a llenar el vacío que Él mismo deja y será “para siempre” el que nos habite; el que esté, no con nosotros, sino en nosotros; el encargado de llenar el vacío haciendo presente al mismo Jesús y, con Él, al Padre.

Como creyentes podemos vivir la alegría y el gozo de que nunca quedaremos solos ni tampoco vacíos. Al contrario, Jesús nos hace unas promesas increíbles: “Dentro de poco me verán y porque yo sigo viviendo.” Viviremos mientras Jesús viva.” Aún más: “Entonces sabrán que yo estoy con mi Padre, y ustedes conmigo y yo con ustedes.” (Jn 14,20). ¿Te imaginas hasta dónde estamos llamados a amarnos unos a otros? Al amarnos vivimos en Jesús. Si antes existía la comunión de la Trinidad, ahora, como diríamos en nuestro lenguaje somos morada (Jn 14,23): " del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). Porque Jesús está en el Padre, pero también en nosotros y nosotros en Él. Y quien no cree en el Hijo, por ende en el Padre y en el Espíritu vive en la orfandad, porque es huérfano. Yo me admiro de que nos valoremos tan poco, de que nos sintamos tan poco y no vivamos esa alegría de vivir en comunión de vida con el Padre, el Hijo y el Espíritu que nos habita. ¿Olvidamos que llevamos esa dignidad de ser imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26)?

Quienes vivimos en el espíritu de Dios, el espíritu de la verdad, vivimos en familia y no hay lugar para la soledad y los frutos de la vida en el espíritu son inmensos como San Pablo nos dice. Nos lo dice bien claro en la Carta a los Gálatas y lo hace de una manera típica. El contraste entre el hombre de la carne, es decir, del mundo y el hombre que vive del Espíritu: “Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes.” (Gal 5,19). Pero, las obras del Espíritu son diversas y ¿dónde están? Están en nuestra vida que se refleja a cada momento: “En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza” (Gal 15,22).

DOMINGO V DEL TIEMPO DE PASCUA – A (07 de Mayo del 2023)

 DOMINGO V DEL TIEMPO DE PASCUA – A (07 de Mayo del 2023)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan: 14,1-12

14:1 "No se turben. Crean en Dios y crean también en mí.

14:2 En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar.

14:3 Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes.

14:4 Ya conocen el camino del lugar adonde voy".

14:5 Tomás le dijo: "Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?"

14:6 Jesús le respondió: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí.

14:7 Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto".

14:8 Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta".

14:9 Jesús le respondió: "Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: "Muéstranos al Padre"?

14:10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.

14:11 Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.

14:12 Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor  resucitado Paz y Bien.

REFLEXIÓN EXEGÉTICA:

“Cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes” (Jn 14,3). Para tal efecto, es necesario conocer a Dios Padre y a Dios se conoce por el Hijo: “Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto" (Jn 14,7). Y la estrategia efectiva para para conocer a Jesús es el amor, por eso dice Jesús les doy un mandamiento nuevo: “que se amen unos a otros como los ame” (Jn 13,34). Y es que, la única verdad de Dios, de Jesús, y del Hombre es el amor. Porque la esencia del ser de Dios es el amor (I Jn 4,8); cuando el hombre sabe amar de verdad permanece en Dios: “Nadie ha visto nunca a Dios, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros” (I Jn 4,12). “Hazlos santos en la verdad y tu palabra es verdad” (Jn 17,17). De modo que, viviendo en el amor verdadero nos santificamos y cumplimos el mandato: “Sean santo porque yo soy santo” (Lv 11,45). Si nos hemos santificado, entonces seremos llevados a donde esta Jesús.

¿Cómo conocer el rostro de Dios? Dios tiene muchas fotos, hechas por él mismo. La primera foto de Dios es Jesús: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14,9). Jesús es la revelación y la visibilidad del Dios invisible. Cada uno de nosotros está llamado a hacer visible también ese rostro del Padre. Por algo la Iglesia es “sacramento de Jesús” y, por tanto, “sacramento de Dios”. Todos somos la foto de Dios, porque fuimos creados a su imagen y semejanza. Luego, ¿no somos hijos de Dios por el bautismo? ¿No tenemos su vida por el Bautismo? Cada uno de nosotros deberíamos vivir tan profundamente su bautismo que pudiera decir como Jesús: “quien me ve a mí ve al Padre. Jesús no solo es camino, nos dice que también es “la verdad”. Y no dice “yo soy verdad”, sino que “soy la verdad”. Porque es la verdad de Dios. Todos andamos buscando la verdad de la vida, la verdad de las cosas. Jesús es la verdad de Dios. Jesús es la verdad del hombre. ¿Y cuál es esa verdad? La única verdad de Dios, de Jesús y del hombre, es el amor. Sólo llegamos a ser verdaderos hombres cuando amamos y cuando tenemos mucho o cuando podemos mucho. El tener y el poder terminan por corromper. Sólo el amor es capaz de realizarnos de verdad.

En esta primera parte Jesús exhorta a la confianza y enseña cuál es el futuro de la relación con Él: “No les dejaré huérfanos porque volveré por Ustedes (Jn 14,18). Enseñanza que se despliega aquí: “1) No se turbe vuestro corazón. Crean en Dios: crean también en mí. 2) En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no fuera así, les habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. 3) Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros.  4) Y adonde yo voy sabéis el camino”. Como notamos arriba, a la hora de la despedida, Jesús les explica a sus discípulos que no se separa de ellos para siempre, sino que su partida sirve para establecer un vínculo aún más consistente. Modo nuevo de relación que se fortalecerá siempre y cuando: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él. Pero el que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió” (Jn 14,23).

La fe es el facilitador de la comunidad: “No se turbe su corazón. Crean en Dios, crean también en mi” (14,1). El término “turbación” es elocuente. Para entenderlo remitámonos al pasaje de la muerte y resurrección de Lázaro, donde dice que delante de la tumba de su amigo querido Jesús “se conmovió interiormente, se turbó” (Jn 11,33) y enseguida se puso a llorar (Jn 11,35).  Esta turbación es la sensación previa a las lágrimas, es una conmoción profunda, por eso dice “del corazón”. Es la sensación de que a uno como que le quitan el piso, no tiene apoyo, como que se pierden los horizontes, todo se vuelve oscuro.  Es una sensación desagradable; por eso tememos tanto la partida de los seres que amamos. Un místico lo expresaba de una manera bellísima con relación a Dios que se reza en el himno de la pascua: “Que yo sin ti me quedo, que tú sin mi te vas”. Es decir: seguir viviendo sin el amado es como morir viviendo. Frente a ese sentirse sin apoyo Jesús les ofrece un piso de confianza: “Crean en Dios, crean también en mi” (Jn 14,1). Jesús señala la actitud fundamental con la cual los discípulos deben afrontar la situación de la separación: la confianza en la fe.

Esta exhortación vale no sólo para los discípulos, sino también para todos aquellos que creerán después en Él. Estos últimos se encuentran en la misma situación de aquellos discípulos, para los cuales no sólo Dios sino también Jesús mismo ahora hace invisible para los ojos mortales. Ante este hecho, los discípulos no deben dejarse impresionar, perder la compostura, para andar preocupados o inquietos. Justo ahora deben tener su más sólido fundamento y su inquebrantable apoyo en Dios y en Jesús. Sólo en la fe serán capaces de enfrentar esta situación. Jesús habló varias veces del “creer” como respuesta a sus signos y como camino de acceso a la vida eterna. Ahora que ellos no lo verán más, el “creer” de los discípulos es aún más necesario: “Quien cree en mis palabras y cree en el que me envió, vive de la vida eterna, ya no habrá juicio para él, porque ha pasado de la muerte  a la vida” (Jn 5,24).

Pero así como uno cree en Dios a quien no ve, Dios es invisible, así también hay que creer en él en cuanto Señor resucitado.  De la misma manera que se cree en él Dios invisible hay que creer en el Resucitado (Lc 24,6). Jesús y el Padre están al mismo nivel. A Dios y a Jesús se les debe el mismo tributo de fe, porque el Padre se deja conocer a través del Hijo y obra en comunión inseparable con el Hijo  por medio de Él (14,10-11). Sin ver, los discípulos deberán apoyarse con una confianza ilimitada en el Padre y en el Hijo, construyendo todo sobre ellos.

El nuevo y definitivo espacio de relación en la casa del Padre: El hecho de que Jesús se vaya no constituye una separación definitiva, sino que sirve para su unión eterna: “Voy a prepararos un lugar” (14,2). La referencia a “muchas mansiones” en la casa del Padre, expresa ante todo la idea de una morada permanente. La metáfora no describe a Jesús arreglando un cuarto sino construyendo una casa: así como lo que se aman, construyen casa para vivir juntos. En la frase hay dos pistas importantes:

- Para Jesús la muerte es un retorno a la casa del Padre (Jn 13,1). Exaltado y glorificado, él estará para siempre en la comunión perfecta con el Padre.

- Jesús había explicado su muerte y su resurrección desde el comienzo del Evangelio en la expulsión de los vendedores del templo diciendo que destruiría el templo destruido por hombres y lo reconstruiría en tres días, anota el evangelista: “Pero él hablaba del Santuario de su cuerpo” (Jn 2,21).  Jesús resucitado es la nueva construcción.

Es así como la Pascua es la construcción de la “morada”. Exaltado y glorificado, Jesús estará siempre en la perfecta comunión con el Padre. En ésta “morada” serán acogidos los discípulos de Jesús. Los discípulos tienen su patria definitiva no sobre esta tierra sino en Dios (Jn 14,23).

Una comunión perenne: el don más precioso de Jesús (Jn 14,4): Jesús no se va para abandonar a sus discípulos sino para prepararles un puesto junto al Padre. Viene entonces para tomarlos consigo y estar en unión eterna con ellos: “Volveré y les llevaré conmigo, para que donde esté yo estén también Ustedes” (Jn 14,3). Y reitera: “No les dejaré huérfanos, porque volveré por ustedes” (Jn 14,18). Es importante que los discípulos no se fijen solamente en el hecho de que Jesús muera de tal muerte y que no ya no esté con ellos. Ellos deben ver con fe el fin, o sea, que todo aquello que Jesús ya llevó a cabo está orientado a su comunión perenne con Él y con el Padre.

Para ello hay que ponerse en camino (Jn 14,4): Pero este don de Jesús, no puede llevar al discípulo al pasivismo: de la participación y el compromiso.  Y eso es lo que Jesús quiere decir con la imagen del “camino”: “A donde yo voy saben el camino” (Jn 14,4). Hay que ponerse en movimiento por el “camino” indicado por Él mismo en sus palabras, sus obras y todo lo que aprendieron en la convivencia amiga con él.  Pero viene enseguida una gran revelación: el camino es el mismo Jesús (Jn 14,5-7):

En esta segunda parte Jesús les hace una gran revelación a sus discípulos: 5) Le dice Tomás: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. 6) Le dice Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. 7) Si me conocerían, conocerían también a mi Padre; desde ahora lo conocen y lo han visto” (Jn 14,5-7). Como se acaba de anotar, lo dicho en la primera parte acerca del don de la Pascua, podría dar la impresión de que los discípulos permanezcan pasivos y que sean simplemente conducidos por Jesús al Padre. La enseñanza ahora es que los discípulos no pueden permanecer inactivos o as manos cruzadas, sino que deben también moverse por sí mismos. Por eso Jesús los instruye sobre el camino para llegar al Padre: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6).

Los matices de esta revelación (Jn 14,6): El “camino” es el mismo Jesús. Ya en la parábola del Buen Pastor, él había dicho: “Yo soy la puerta: si uno entra por mí, estará salvo” (Jn 10,9). Nosotros no podemos salvarnos por nosotros mismos, esta posibilidad es inaccesible para nosotros. Hay un único acceso a la salvación: Jesús en persona. La salvación consiste en la unión con Dios gracias al acceso que Jesús nos da a esta comunión.  Como es la única puerta, así Jesús es también el único “Camino” hacia el Padre, en cuanto es la “Verdad” y la “Vida”.

  “Yo Soy el que soy” (Ex 3,14). Esta es la sexta vez en este Evangelio que Jesús se presenta con un solemne “Yo Soy” Cuando levanten en lo alto al hijo del hombre, comprenderán que yo soy” (Jn 8,28). Como cada vez que se define con la expresión “Yo soy”, también aquí Jesús nos demuestra que en su persona está presente Dios (Yahvé) como dador de salvación para nosotros. El gran don que Dios nos hace y nos es manifestado por Jesús es el hecho de poder acceder a Él. Dios está escondido para nosotros e inaccesible (“A Dios nadie lo ha visto jamás”; Jn 1,18), pero no excluye la posibilidad de que lleguemos a Él (“Pero el Unigénito, que estaba en el seno del Padre, Él nos lo ha dado a conocer”; Jn 1,18). En Jesús, Dios mismo está presente ante nosotros en su verdadera realidad: “Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo. Él es el resplandor de su gloria y la impronta de su ser. El sostiene el universo con su Palabra poderosa, y después de realizar la purificación de los pecados, se sentó a la derecha del trono de Dios en lo más alto del cielo” (Heb 1,1-3)

“Él es la Verdad”: significa que sólo por medio de Él se puede conocer el misterio de Dios. Sólo por medio de Jesús, en su realidad de Hijo, se revela que Dios es realmente Padre y vive desde siempre en una afectuosa comunión y a la par con este Hijo (Jn 1,1.18). Jesús es la perfecta revelación del Padre y así nos enseñó: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). ¿Pero, cómo ser perfectos? Bajo estos dos principios: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos y entonces conocerán la verdad y la verdad los hará libres» (Jn 8,31-31). “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo le he amado” (Jn 13,14). O la verdadera perfección está en vivir en el amor de Dios.

“Él es la Vida”: significa que tenemos la unión con Dios Padre, y por tanto la verdadera vida eterna, sólo a través de la unión con Jesús. Él es la fuente de vida: “Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn10,10).

La contundencia de esta revelación: todo pasa por Jesús (Jn 14,6): Es claro que Dios es inaccesible a nosotros en su verdadera realidad de Padre. También es claro que con nuestras fuerzas no podemos llegar por ningún camino hacia Él. Sólo Jesús es el “camino”. Entonces, por medio de Jesús alcanzamos la revelación completa sobre nuestro origen y nuestro destino (que tiene el rostro de un “Padre” generador de vida y plenitud de la misma); y no sólo lo sabemos sino que lo logramos: en Él está la “Vida”. Sólo por medio de Jesús se nos concede el conocimiento y la vida del Padre: “Nadie va al Padre sino por mí”.

En cuanto sólo Jesús es el Hijo unigénito que está a la par con Dios, sólo Él es la puerta de acceso al Padre. Todos los otros caminos no llevan al Padre. Jesús es el único camino que conduce a la meta. Nosotros no podemos llegar al Padre con ninguna otra guía. Sólo por medio de Jesús obtenemos el conocimiento de Dios y la unión con Él en su verdadera realidad de Padre.

La maravillosa comunión entre el Padre y el Hijo (Jn 14,8-11): En la tercera parte, que ahora abordamos, Jesús señala su profunda unidad con el Padre: 8) Le dice Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. 9) Le dice Jesús: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? 10) ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras.  11) Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras.

En su respuesta a Felipe, Jesús aclara de qué modo Él es el camino que conduce al Padre. Felipe le pide: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (Jn 14,8). Felipe parece estar pensando en una teofanía, en una visión directa de Dios, en una experiencia extraordinaria. Jesús no es “camino” en cuanto transmite fenómenos y experiencias excepcionales de este tipo.  Lo es del modo que aquí experimentan los discípulos: con sus palabras y con sus obras, con la vida común entre sí. Lo es en cuanto Verbo de Dios hecho carne, con su aspecto humano lleno de discreción.

La única posibilidad de abordar y recorrer esta vía es la fe. Para quienes tienen fe les dice: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9). Quien reconoce por la fe a Jesús como Hijo, logra enseguida por la fe al Padre. Sólo para quien cree en él, Jesús es el camino,  continuará siéndolo aun cuando no esté visiblemente entre los suyos. La relación con Jesús no es como la que se tiene con un amigo más, sino que va más allá: al conocimiento pleno del misterio de Dios y cuyo fondo es su rostro paterno, y también a la relación misma con este Dios descubierto en su tremenda cercanía de Padre, una relación, una unión en la cual se genera una vida eterna. Aquel Padre, del que Tomás desea conocer con todo su ser, es lo máximo de la felicidad, de la protección, de la ternura. Por eso dice: “nos basta”.

Jesús es el camino en sentido literal, Jesús no es una estatua, una imagen, una foto. Jesús es un camino, mejor dicho, El Camino. La idea de camino no es algo que se parezca a un sillón. A Dios no le conoceremos nunca del todo, cada día estamos conociéndole. Sólo llegaremos a conocerle de verdad al final del camino. El Dios de nuestra fe es un Dios al que hay que buscar cada día y cuyo rostro posiblemente vaya cambiando día a día. Lo mismo se puede decir del cristiano, nunca seremos cristianos terminados, sino cristianos en camino. Que nos vamos haciendo. Jesús es la verdad. La verdad de Dios no la encontraremos en lo que nos han dicho de Él, ni lo que pensamos de Él. La verdad de Dios es la que Jesús nos ha revelado. El Dios revelado por Jesús es el Dios amor, el que perdona. Jesús es la vida. La verdadera vida no es la que contamos pasando las hojas del calendario, la verdadera vida es la que nos revela Jesús: el amor, el perdón, la vida del Espíritu, la vida resucitada. Más que contar nuestros años desde la fecha de nacimiento, debiéramos contar cuanta vida de gracia hay cada día en nosotros.

Jesús nos ha dicho en el domingo anterior: “Yo soy el buen pastor que da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11). Hoy nos ha dicho “Yo soy camino, verdad y vida, nadie va al padre sino por mi” (Jn 14,6). Ahora ¿cómo hemos se seguir a Jesús que es el buen pastor y camino?: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque él que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino» (Mt 16,24-28).

IV DOMINGO DE PASCUA - A (30 de Abril del 2023)

 IV DOMINGO DE PASCUA - A (30 de Abril del 2023)

Proclamación del Evangelio según: Juan 10,1-10

10:1 "Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino que salta por otro lado, es un ladrón y un asaltante.

10:2 El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas.

10:3 El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. Él llama a las suyas por su nombre y las hace salir.

10:4 Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz.

10:5 Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz".

10:6 Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.

10:7 Entonces Jesús prosiguió: "Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas.

10:8 Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado.

10:9 Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento.

10:10 El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor” (Jn 10,16). “Ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,26-27). Jesús dijo a Felipe: “¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras” (Jn 14,10). “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no las escuchan, es porque no son de Dios" (Jn 8,47). Jesús dijo a Simón Pedro tres veces: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Él le respondió: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: pastorea mis corderos" (Jn 21,15). “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,9-10). “Dios es amor” (I Jn 4,8). En telón de fondo en relación al pastor y las ovejas lo que une es el amor. Dios como buen pastor nos ama en su hijo y nos pastorea con amor. Nosotros hemos de amarlo y dejarnos pastorear siendo files ovejas.

 En el análisis y reflexión, el evangelio de hoy tienes dos partes: El pastor y el rebaño (Jn 10,1-6), la puerta del rebaño (Jn 10,7-10). Son un comentario al capítulo anterior. Porque Jesús sigue ante los fariseos: (Jn 9,40 y Jn 10,6-7). Identificados con los judíos (Jn 10,19): ellos son los que han excomulgado y echado fuera de la sinagoga al ciego (Jn 9,34). Al respecto dice Dios: “¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿Acaso los pastores no deben apacentar el rebaño?... No han fortalecido a la oveja débil, no han curado a la enferma, no han vendado a la herida, no han hecho volver a la descarriada, ni han buscado a la que estaba perdida. Al contrario, las han dominado con rigor y crueldad. Ellas se han dispersado” (Ez 34,2-5).

Dios se propone: “Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado… Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar dice Dios. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma” (Ez 34,11-16). Y Dios cumple con su propósito al enviar a su hijo Jesucristo, quien dice: “Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).

En este contraste violento se describe ahora mediante dos alegorías: la del pastor (Jn 10,1-6) y la de la puerta (Jn 10,7-10). En ambas escenas se trata  la distinta relación existente por un lado entre los fariseos y la gente a la que gobiernan y por otro, entre Jesús y los creyentes. La enseñanza es la afirmación firme de la seguridad  de las ovejas por su pertenencia a Jesús y su acceso seguro a la salvación. Jesús es el buen pastor que da la vida por sus ovejas (Jn 10,11). Que sustituirá a los falsos pastores, los pastores asalariados (Ez 34,3-5).

Jesús, el buen pastor no explota a sus ovejas, sino que está a su servicio (Mt 20,26-28), da su vida por ellas (Jn 10,11), las conoce individualmente: “Las ovejas escuchan su voz. Él llama a las suyas por su nombre y las hace salir” (Jn 10,3). Y las conoce amorosamente (Jn 15,13). Y las pastorea con amor: “Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz” (Jn 10,4).

También en la identidad del buen pastor se hace distinción entre el: Pastor autentico y el falso pastor. Notemos el énfasis en el verbo “ser”: “Ése es un ladrón y salteador” (Jn 10,1) y el que “Es pastor de las ovejas” (Jn 10,2). De esta manera, la primera parte de la parábola señala mediante la contraposición: “El que entra por la puerta falsa” y “El que entra por la puerta verdadera”. Entonces, hay dos modos de entrar al rebaño que dependen de lo que se busque: cuidar del rebaño o, por el contrario, hacerle daño. Así queda establecida la diferencia entre el falso y el verdadero pastor de las ovejas.

a) El falso pastor: “El que no entra por la puerta… escala por otro lado…” Quien busca hacer daño no da la cara, entra a escondidas valiéndose de un subterfugio (Jn 10,1), porque quien tiene segundas o malas intenciones no gusta de ser reconocido, como bien había explicado Jesús: “Todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras” (Jn3,20). A quien procede de esta manera se le dan los dos calificativos fuertes de “ladrón” y “salteador”, dos títulos que señalan la intención deshonesta y egoísta. Ante todo priman sus propios intereses, el resto no le importa; su búsqueda de la oveja implica sometimiento, enajenación, aprovechamiento y, finalmente, muerte para ella.

b) El verdadero pastor: “El que entra por la puerta… le abre el portero”. El verdadero pastor da la cara al llegar a la puerta y dejarse convalidar por nuevo personaje en la parábola, el portero, quien dictamina si es o no es pastor. Obviamente, cuando lo reconoce, éste no duda en dejar entrar al pastor. También había dicho Jesús: “El que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios” (Jn 3,21). Y no sólo le abre el portero sino que “las ovejas escuchan su voz”, se entabla una relación estrecha y vivificante entre ellos, como vemos a continuación.

Se resalta también la relación entre el pastor y las ovejas: “Y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Jn.10,3-5). Una vez que se ha identificado al verdadero pastor, vemos cómo se entabla la relación de éste con sus ovejas. Podríamos decir también que esta segunda parte de la parábola igualmente se describe a la verdadera oveja con la contraposición: “Conocen su voz (del pastor)” y “No conocen la voz de los extraños”. La primera frase lo afirma claramente: “Las ovejas escuchan su voz”, o sea, no dudan en atender la voz de quien los guía y, en consecuencia, “le siguen” con docilidad. ¡Una excelente caracterización del discípulo del Señor! Toda esta sección podría englobarse bajo el título “Las ovejas escuchan su voz”. Por cierto, más adelante, en el relato de la pasión, Jesús dirá: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn 18,37).

c) El seguimiento del pastor: Se distinguen dos momentos: cuando la oveja es sacada del redil y cuando es conducida por las praderas. En ambas ocasiones la “voz” del pastor juega un papel fundamental. El verbo “sacar” está repetido, es una acción importante. El término es conocido en el vocabulario del éxodo: “sacar fuera” es un acto de libertad; al respecto, algunos comentaristas han notado que nunca se habla de un traer de vuelta al viejo redil. Pues bien, el “sacar” se realiza mediante un llamado: “a sus ovejas las llama una por una” (“por su nombre”). Cada oveja sabe su propio nombre y responde enseguida a la voz del que la llama. El “nombre” señala la identidad de una persona, lo que la distingue y hace única, también su historia y sus características personales. La oveja es conocida así. Tenemos aquí una sobria pero elocuente descripción de la relación personal que el pastor entabla con cada oveja: él se interesa por ella llamándola desde la hondura de su identidad personal y ella, por su parte, reconoce su voz y le responde poniéndose en camino hacia él y junto con él.

Comienza la segunda etapa: “va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz” (Jn.10,4). Una vez que han sido llamadas por su nombre, sacadas del redil y congregadas, las ovejas son encaminadas hacia los lugares de la pradera. La relación llamada y respuesta ahora progresa hacia la relación precedencia y seguimiento: el pastor camina delante de ellas, y éstas –ciertamente con gran alegría- siguen a aquel cuya voz les es familiar.

El discipulado se describe claramente con el “ir delante” del Pastor y Maestro y el “seguir” de la Oveja y discípulo. El contenido del seguimiento de Jesús está presentado a lo largo de todo este evangelio, de punta a punta (si bien el término “seguir” es apenas uno de los términos usados por Juan para describir el seguimiento de Jesús, vale la pena observar: (Jn 10,27; 13,36-37; 18,15; 21,19.22). Pero aquí lo que el evangelista nos invita a observar atentamente es qué es lo que dinamiza el seguimiento: “le siguen porque conocen su voz”. Sin el conocimiento de la voz de aquel que es la Palabra de Vida (Jn 1,4) no es posible el seguimiento de Jesús.

La fuga ante los extraños: La parábola termina señalando que las ovejas no sólo “siguen” a Jesús sino que “no seguirán a un extraño” (Jn 10,5). Y el argumento es el mismo: “porque no conocen la voz de los extraños” (Jn10,5). Es la antítesis del versículo anterior. No sólo se afirma que no seguirán a los extraños sino que “huirán” de ellos aterradas (Jn 10,5). Una cosa es la indiferencia frente al extraño y otra es la fuga. Esta última actitud puede ser leída en dos planos:

1. Teniendo en cuenta que no se reconoce la voz de los extraños, se puede entender como capacidad de discernimiento por parte del discípulo del Señor: el discípulo aprende a distinguir lo que proviene y lo que no del Señor.

2. Teniendo en cuenta la connotación del término fuga, como carrera en vía contraria, se puede entender como un apartarse decididamente o, mejor aún, como toma de decisión radical y profética frente a todo aquello que no va de acuerdo con el camino de vida.

Hay que tener presente que gracias a la familiarización con la voz de Jesús es que es posible detectar las voces seductoras que proponen caminos de muerte: ¡la escucha del Señor es la escuela de los auténticos profetas!

La incomprensión del auditorio: “Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba” (Jn 10,6). Situándonos sobre este plano del “conocimiento” el evangelista nos invita a una correlación entre la actitud de las autoridades religiosas judías, quienes son los interlocutores de Jesús (Jn 9,39-41), y los comportamientos descritos en la parábola (Jn 10,1-5). En pocas palabras: las ovejas oyen la voz del pastor (Jn 10,3-4), pero los fariseos no oyen su voz, no reconocen lo que les está diciendo. De esta manera se identifica a los fariseos (Jn 9,40) con los “ladrones y salteadores” de Jn 10,1.

“En verdad, en verdad les digo: yo soy la puerta de las ovejas.  Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto” (Jn 10,7-9).

La imagen de la puerta había aparecido antes en Jn 10,1-2, allí era el lugar de entrada correcto para acceder al redil. Ahora se da un paso adelante: Jesús es esta puerta. Un antecedente bíblico puede ser el Salmo 118, el cual quizás fue interpretado como profecía mesiánica –siempre bajo la luz de la Pascua- en el cristianismo de los orígenes, particularmente el v.20: “Aquí está la puerta de Yahveh, por ella entran los justos”. Esto quiere decir que solamente a través de Jesús se puede tener el acceso adecuado a las ovejas y que por medio de él las ovejas pueden salir hacia los espacios amplios de la vida representados en las verdes praderas, como se describe en Jn 10,9.

Los que vinieron antes de Jesús son calificados de “ladrones y salteadores”. Los que antes de Jesús han conducido al pueblo de Dios, específicamente estos dirigentes que tiene ante sus ojos y que lo rechazan a él así como a quienes comienzan a aceptar su revelación (por ejemplo, el ciego de nacimiento), ya no son reconocidos como sus dirigentes: “las ovejas no les escucharon”. Y puesto que no han entrado por la puerta, no tienen ningún derecho sobre las ovejas.

Jesús es la mediación de la vida. Y todo esto gracias a la voz que es escuchada y seguida: “Todo se hizo por medio de ella (la Palabra)… En ella (la Palabra) estaba la vida / y la vida era la luz de los hombres… La gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo” (Jn 1,3.4.17).

El “entrar” y “salir” connota también la libertad de la que se habló en la parábola, en Jn 10,3b-4 (verbo “sacar”). La puerta permanece grande y abierta, las ovejas van y vienen, no son aprisionadas sino que se las hace salir y son siempre conducidas por aquel a quien escuchan. Entre libertad y vida se establece una estrecha relación. Y el don de Dios se da con toda magnanimidad. Valga recordar que la imagen del “encontrará pastos” parece retomar la promesa de Dios en Ezequiel 34,14 que se había convertido en anhelo del Pueblo de Dios: “Las apacentará en buenos pastos, /y su majada estará en los montes de la excelsa Israel. Allí reposarán en buena majada; y pacerán pingües pastos por los montes de Israel”. Es al servicio de esto que debían ponerse todos los pastores de Israel. Y es aquí donde la manera de realizar la misión en función del pueblo se pone en cuestión.

El evangelio termina con esta categórica afirmación: “Yo he venido para tengan vida abundante” (Jn 10,10). Lo que Jesús “es” se realiza en la misión para la cual ha “venido”. Las frases contrapuestas “El ladrón no viene más que  robar” y “Yo he venido para que tengan vida” ponen ante nuestros ojos –en forma comparativa- dos maneras de presentarse ante las ovejas.

Los verbos “robar”, “matar” y “destruir” aplicados al ladrón, señalan que no hay nada vivificante en ellos. Relacionemos con los que habían venido antes de Jesús y se presentaban ante el pueblo como sus servidores no le ofrecían la vida que necesitaban sino que se valían de él para mantenerse en su posición de privilegio. Los fariseos y dirigentes del pueblo quedan definitivamente descalificados como pastores. Los tres verbos de negación de vida de la oveja que tiene como sujeto al ladrón, se contraponen a uno solo que tiene como sujeto a Jesús: “Dar Vida”. Ahora se dice de forma explícita: “Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Y no solo un poquito sino en abundancia. Esta será la pretensión inaudita de Jesús, la que será motivo de confrontación cada vez más fuerte con sus adversarios, la que le llevará finalmente hasta la muerte en la cruz, en la cual irradiará esa vida abundante sobre la humanidad entera, dando vida con su propia vida glorificada.

En resumen: El verdadero pastor tiene que entrar por la puerta que es Jesús y no por otros medios saltándose los muros del ansia de poder, dominio y prestigio. Segundo, según el Papa Francisco el pastor camina detrás de las ovejas, en medio de las ovejas, delante de las ovejas y éstas le siguen. No por detrás con el látigo, sino preocupado que ninguna se quede. Tercero, las ovejas conocen su voz y por eso le siguen. La voz del pastor tiene que ser una voz amiga y cercana al rebaño, hablando el lenguaje de las ovejas porque promueve vida e infunde vida abundante.