domingo, 17 de septiembre de 2023

DOMINGO XXV – A (24 de setiembre de 2023)

 DOMINGO XXV – A (24 de setiembre de 2023)

 Proclamación del santo evangelio según San Mateo 20,1-16:

 20:1 Porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña.

20:2 Trató con ellos un denario por día y los envió a su viña.

20:3 Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza,

20:4 les dijo: "Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo".

20:5 Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.

20:6 Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: "¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?"

20:7 Ellos le respondieron: "Nadie nos ha contratado". Entonces les dijo: "Vayan también ustedes a mi viña".

20:8 Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: "Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros".

20:9 Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario.

20:10 Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario.

20:11 Y al recibirlo, protestaban contra el propietario,

20:12 diciendo: "Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada".

20:13 El propietario respondió a uno de ellos: "Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario?

20:14 Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti.

20:15 ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?"

20:16 Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos".  PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“Cada uno de los trabajadores recibieron igualmente un denario” (Mt 20,10). ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?" (M 20,15).

El reino de los cielos se parece: “Un propietario salió muy de madrugada a contratar trabajadores para su viña. Les ofreció pagarles un denario por el día del trabajo en su viña” (Mt 20,1-2). “El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. E invito a muchos comensales, pero los invitados a la boda, no quisieron venir…  uno se fue a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los que llevaban la invitación, los apedrearon y los mataron” (Mt 22,2-6).  “La sala de bodas se llenó de comensales. Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía traje de boda, le dice: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda? El se quedó callado. El rey dijo a los sirvientes: "Atenlo de pies y manos, y échenle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Muchos son llamados, mas pocos escogidos” (Mt 22,10-14). “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y pagará a cada uno según sus obras” (Mt 16,27).

 La visión que nos guía las enseñanzas de estos domingos es: “¿Quién podrá salvarse?” (Mt 19,25). “¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). “¿Qué obras buenas tengo que hacer para obtener la salvación eterna?” (Mt 19,16). Al buscar respuestas a estas inquietudes, el Señor nos ha dicho en los domingos anteriores que, para obtener la salvación hace falta: “Negarse a sí mismo, tomar su cruz de cada, y seguir a Jesús” (Mt 16,24); la corrección como hermanos (Mt 18,15-18); la oración en comunidad (Mt 18,19-20). “Perdonar hasta setenta veces siete” (Mt 18,21-22). Es decir, todos los valores se agrupan en una actividad significativa cuales el trabajo: “El Reino de los Cielos es parecido a un propietario que muy de madrugada sale a contratar obreros para trabajar en su viña” (Mt 20,1). 

 En la enseñanza de hoy Jesús nos habla sobre el tema del trabajo. Ya desde el inicio acuñó Dios el tema del trabajo en los términos siguientes: “Con el sudor de tu frente comerás tu pan, hasta que vuelvas a polvo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás” (Gn 3,19). Jesús en su parábola respecto al Reino de los cielos hoy nos describe como aquel que sale a contratar trabajadores para su viña en diferentes horas del día: A primera hora, a media mañana, al medio día, a la media tarde ya la ultima hora, a estos de la ultima hora les preguntó: "¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin trabajar?” (Mt 20,6). Respondieron: "Nadie nos ha contratado". Entonces les dijo: "Vayan también ustedes a mi viña"(Mt 20,7). Como se ve, el trato con todos los trabajadores es de un denario de pago por el jornal (Mt 20,2). 

 Dios nos envió a su Hijo único para instituir el Reino de Dios, pues Jesús mismo nos lo dice: “Salí del Padre, vine al mundo; dejo el mundo y vuelvo al Padre" (Jn 16,28). ¿A qué vino Jesús al mundo? Dice Jesús: “Para esto he nacido y he venido al mundo,  para ser testigo de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,37). “Yo soy camino, verdad y vida, nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14,6). Nos dijo, además: “Si yo echo los demonios con el poder de Dios, entonces significa que el Reino de Dios ya ha llegado para Uds.” (Lc 11,20). ¿Cómo instituyo Jesús el Reino de Dios? Convocó a los trabajadores para el reino de Dios (viña) mediante el Bautismo:  “El que no renace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu” (Jn 3,5). Todos los bautizados somos contratados para trabajar en la viña del Señor. El pago de la jornada de trabajo (1 denario) es el medio o pasaporte para nuestra salvación. Para ser salvos tenemos que trabajar si o si en la viña del Señor; es decir tenemos que ejercer nuestra fe. No basta ser bautizados, no basta ser contratados, haya que trabajar por lo menos un momento en la viña (Iglesia).

 Respecto al trabajo que es un don de dios; ¿Cómo estamos de trabajo? ¿Muchos no tienen trabajo verdad? ¿Somos de los que pasan el día entero en la plaza sin hacer nada y esperando ser contratados? ¿Somos de los que  a primera hora ya fuimos contratados? O ¿Somos de los fueron contratados a medio día? O más bien ¿Somos de los que no hacemos nada por buscar trabajo? Recuerda que el trabajo no nos buscará, nosotros tenemos que buscar el trabajo. Al respecto san Pablo decía: “El que no quiera trabajar, que no coma. Nos hemos enteramos de que algunos de ustedes viven ociosamente, no hacen nada y entrometiéndose en todo. A estos les mandamos y los exhortamos en el Señor Jesucristo que trabajen con sosiego para ganarse su pan. En cuanto a ustedes, hermanos, no se cansen de hacer el bien” (II Tes 3,10 -13).

 En el Evangelio de hoy, Jesús nos invita a todos a trabajar. En la viña del Señor hay trabajo abundante para todos y todos estamos invitados. Ya no somos nosotros los que pedimos trabajo sino que el Señor nos lo está ofreciendo porque aquí en la viña del Señor hay mucho que hacer, o sino recordemos aquel pedido del Señor: “Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para su cosecha" (Mt 9,36-38).

 Es posible que, no sepamos cómo y dónde trabajar para la viña del Señor y para ganarnos el denario de la Jornada (Mt 20,8). El denario no se nos va a regalar a nadie, por ganarnos este denario debemos si o si trabajar en la viña del Señor. ¿Por qué es importante merecer el denario? Porque el denario de esta parábola nos describe que es el cheque o pasaporte que nos servirá para entrar un día sin falta en el reino de los cielos y gozar de este seguro de vida, un gozo que no tiene fin, sino que es el seguro de toda la vida en el cielo. Ya nos dijo el Señor: “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y pagará a cada uno de acuerdo a su trabajo” (Mt 16,27). La paga consiste en obtener el pase para entrar en el Reino de Dios (salvación).

 Cada uno hemos recibido diferentes dones o talentos los cuales nos sirven para ganarnos el denario; así nos describe Jesús en este episodio: “El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor…” (Mt 25,14-20). San Pablo nos manifiesta: “En la Iglesia, hay algunos que han sido establecidos por Dios, en primer lugar, como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como doctores. Efesios Después vienen los que han recibido el don de hacer milagros, el don de curar, el don de socorrer a los necesitados, el don de gobernar y el don de lenguas. ¿Acaso todos son apóstoles? ¿Todos profetas? ¿Todos doctores? ¿Todos hacen milagros? ¿Todos tienen el don de curar? ¿Todos tienen el don de lenguas o el don de interpretarlas?” (I Cor 12,27-30). Estos dones que el Señor nos dio, sirven para ganarnos el talento en la viña del Señor. Y de ellas daremos también un día cuentas: “Aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le exigirá” (Lc 12,48).

 Vivimos en una sociedad de “produce y consume”. Una sociedad de Tarjetas y depósitos e intereses. Una sociedad así difícilmente entiende lo que es la gratuidad (amor). Una sociedad que, aunque nos duela, está ahí condicionando nuestra mentalidad. ¿Por qué fulano gana tanto y yo gano menos? La parábola que nos presenta el Evangelio hoy nos habla de eso. ¿Por qué los últimos han de ganar tanto como nosotros los primeros? ¿Por qué a los últimos se les ha de pagar lo mismo que a los primeros? (Mt 20,12). Y los mismos discípulos como Pedro tuvieron problemas, y sino recordemos este impase: “Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate de mi vista, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 16,21-23). Es decir, queremos ganar el denario sin casi hacer nada, o buscamos un camino fácil para el llegar al cielo: “Ese modo de hablar es duro quien puede hacerle caso, murmuraron contra Jesús. ¿Jesús les  dijo Uds. también quieren irse? Pedro dijo: Señor a quien iremos tu tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,60-67).

 Muchas veces creemos a Dios desde lo que nosotros entendemos y hacemos, no desde la gratuidad y comprensión del corazón de Dios (fe). Medimos el corazón de Dios, desde la pequeñez nuestro. La gratuidad no está en contradicción con la justicia. A los primeros los contrató por un denario. Por los últimos Dios siente compasión de que nadie les haya querido contratar y ahora en su generosidad y gratuidad les paga lo mismo. Cumple con la justicia de pagar lo convenido. Pero eso, no impide que su corazón se deje llevar de la gratuidad (Mt 20, 15). Es difícil creer en la gratuidad, es difícil aceptar la gratuidad, cuando nuestro corazón está lleno de intereses y egoísmos personales (Mt 20,12).

 Unos han encontrado a Dios al comienzo de su vida (Mt 20,1), otros lo han encontrado ya de mayores y hasta de ancianos (Mt 20,7). Dios les ofrece la misma salvación, les ofrece la misma vida eterna, les ofrece el mismo cielo. ¿Vamos a culpar por esto a Dios como aquel que se encontró con un amigo que vivió como le dio la gana y al final se salvó? ¡Si al final los dos estamos aquí juntos!” Y es que la salvación es pura gratuidad (amor), es cosa de Dios, no es asunto nuestro. Recordemos este ejemplo: “El buen ladrón desde la cruz dijo a Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino".  Él le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23,42-43). Ahora Jesús lo dijo: “¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?" Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos" (Mt 20,15-16).

domingo, 10 de septiembre de 2023

DOMINGO XXIV – A (17 de setiembre de 2023)

 DOMINGO XXIV – A (17 de setiembre de 2023)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 18,21-35

18:21 Entonces se adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?"

18:22 Jesús le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

18:23 Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores.

18:24 Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos.

18:25 Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.

18:26 El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré todo".

18:27 El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.

18:28 Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: "Págame lo que me debes".

18:29 El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame un plazo y te pagaré la deuda".

18:30 Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.

18:31 Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor.

18:32 Este lo mandó llamar y le dijo: "¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda.

18:33 ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?"

18:34 E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.

18:35 Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

El Padre nos perdona sin límites porque nos ama sin límites. La comunidad cristiana es la que da testimonio del Padre no poniendo límites a su perdón. El perdón es el único indicio del amar en un mundo en que la cruz de Cristo nos habla de la existencia del mal. No necesitamos cerrar los ojos y fingir hombres que no existen. Amamos perdonando. La pregunta de Pedro empalma así con Mt. 18,15. ¿Qué medida utilizará Dios al final de los tiempos, la de la misericordia o la del juicio severo? La parábola se convierte ahora en una seria advertencia: La medida de Dios será de misericordia para los misericordiosos, menos para aquellos que no tuvieron compasión de sus compañeros.

San Pablo dice: “No te dejes vencer por el mal, sino vence al mal con el bien” (Rom 12,21). “Perdona a tu prójimo el agravio, y, en cuanto lo pidas, te serán perdonados tus pecados. El hombre que guarda rencor contra su prójimo, ¿cómo pide del Señor que le Perdone?” (Eclo 28,2-3). “Quien no practico misericordia tendrá un juicio sin misericordia” (Stg 2,13).

La visión que conduce la reflexión de estos días es: “¿Quién podrá salvarse?” (Mt 19,25). “¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). “¿Qué obras buenas tengo que hacer para obtener la salvación eterna?” (Mt 19,16). Al buscar respuestas a estas inquietudes, el Señor nos ha dicho en los domingos anteriores que, para obtener la salvación hace falta: “Negarse a sí mismo, tomar su cruz de cada, y seguir a Jesús” (Mt 16,24); la corrección como hermanos (Mt 18,15-18) y la oración en comunidad (Mt 18,19-20). Ahora nos agrega el tema del perdón: Pedro se acercó a Jesús y le dijo: Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? Jesús le dice: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18,21-22).

Continuamos este domingo con el tema del perdón al hermano y el perdón tiene mucho sentido si está unido al amor, caso contrario no tiene sentido y se puede fácilmente llegar a poner límites al perdón y eso no es gusto o querer de Dios. Poner números al perdón, como la actitud matemática de Pedro (7 veces perdonar) es empobrecer la actitud amorosa. Y en el camino al cielo con esa actitud de que me perdonen siempre y que yo no perdone o solo perdone 7 veces me hace ser mezquino. Recordemos Lo que nos dice el Señor: “Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes” (Mt 6,14-15). O como hoy al final del evangelio nos lo reitera: “Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos” (Mt 18,35).

 La única estrategia efectiva para llegar al cielo es el amor, por eso la enseñanza central del evangelio es aquello que Jesús nos ha dicho: “Les doy un mandamiento nuevo, ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros". (Jn 13,34-35; Juan 15, 12; Juan 15, 17; 1 Juan 3, 11; 1 Juan 3, 23). Pero, preguntar cuántas veces he de perdonar a mi hermano, como ya se ha dicho, es ponerle límites al amor. ¿Qué sucedería si también le preguntamos a Dios cuántas veces está dispuesto a perdonarnos? San Pablo lo entendió mejor que Pedro y por eso dice: “El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá. El amor no pasará jamás” (I Cor 13,4-8).

 Cuando nosotros solemos decir “a la tercera va la vencida”. Es decir, que después de tres veces ya no me vengas con cuentos. Que no es lo mismo que decir que te perdono solo hasta siete veces y no más. En cambio y felizmente para Dios ni a la tercer ni a la octava va la vencida porque Dios nos ama siempre y por eso nos perdona siempre. Incluso ya nos dijo: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Jesús dio su vida por nosotros, de este modo nos testificó que Dios nos ama como un amigo fiel hasta la muerte. Con mucha razón nos había dicho al inicio de su misión:  “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.  Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17).

 Tenemos que reconocer que nos cuesta aceptar que estamos llamados en amar como Dios nos ama. Nos imaginamos que el corazón de Dios es como el nuestro, un corazón que pone numero al amor. Nosotros nos parecemos al siervo de la parábola que pide se le perdone su enorme deuda o al menos que tengan paciencia con él, pero luego él es incapaz de ser considerado con el compañero que le debe una minucia. Por eso es linda la conclusión que saca Jesús: “Perdonar de corazón cada uno a su hermano” (Mt 18,35).

 ¿Sabes cuántas veces has cometido pecado y por tanto cuántas veces te ha perdonado ya Dios? ¿Cuántas veces hemos perdonado nosotros? ¿Cuántas veces se han perdonado los esposos? ¿Cuántas veces se han perdonado los hermanos? ¿Cuántas veces hemos perdonado al vecino? ¿No te parece lindo que los esposos pudieran decirse el uno al otro: aunque me falles siempre te perdonaré? Ya sé que más de uno estará pensando: ¿Y no es eso dejarle vía libre para hacer lo que le viene en ganas? El amor y el perdón claro que dejan vía libre, pero también son una exigencia para cambiar y vivir en la verdad del amor. Si quieres que Dios te perdone, comienza por perdonar. Si no eres capaz de perdonar por siempre, luego no pidas que Dios te perdone siempre. No por gusto nos dijo: “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes"(Lc 6,36-38). Es decir, en la capacidad de perdón se juega la edificación o la destrucción de la comunidad que busca la salvación.

 La comunidad de Jesús no puede sostenerse sin el perdón dado y recibido siempre y porque esta comunidad (Iglesia) es de Hermanos (Mt 23,8). Y el distintito de la comunidad es el amor mutuo: Recordemos aquel mandato enfático que dio Jesús a la comunidad: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto los reconocerán que ustedes son mis discípulos en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35). Así pues, el que ama no permitirá que su hermano peque  y se pierda (Mt 18,15); No perdonará solo siete veces sino por siempre (Mt 18,21). Porque ama por siempre.

 La actitud contraria  al amor nos recuerda aquella primera escena de odio: “Caín, dijo a su hermano Abel Vamos al campo. Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató. El Señor dijo a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: "No sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?" Replicó el Señor: "¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo” (Gn4,8-10). Esta escena nos sitúa en la segunda parte de la enseñanza del evangelio de hoy: “El Siervo despiadado” (Mt 18,23-34). “Por eso el Reino de los cielos es semejante a…”. Es importante esta mención del “Reino”: el concederle el perdón al hermano es condición para ser admitido en el “Reino de los cielos”, es en este punto que debe verificarse un cambio radical en la vida de un discípulo (Mt 18,3).

 El perdón desde el corazón o con misericordia como mensaje central de la enseñanza (Mt 18,35): “Lo mismo hará con Uds mi Padre celestial, si no perdonan de corazón cada uno a su hermano”. La parábola ha terminado con una verdadera consagración de la “misericordia” con la cual se descarta definitivamente la “ley del talión” (Mt 5, 38-39). La conexión con las bienaventuranzas es evidente: “Bienaventurados los misericordiosos porque alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7); esta es, incluso, una de sus mejores catequesis. Igualmente nos conecta con el epílogo del Padre-Nuestro:

 “Que si Uds. perdonan a los hombres sus ofensas, les perdonará también a Uds. su Padre celestial;  pero si no perdonan a los hombres, tampoco su Padre perdonará sus ofensas” (Mt 6, 14-15).

 La novedad, con relación a los textos anteriores, es que Jesús agrega que ese perdón debe ser concedido “de corazón” y no solo de boca o meras palabras. Por lo que, será nuestra actitud la que determinará finalmente el juicio de Dios sobre nuestras salvación. El apóstol Santiago nos dice: “El que no practicó misericordia será juzgado sin misericordia, pero la misericordia triunfa sobre el juicio” (Stg 2,13).

 A menudo solemos actuar equivocadamente; en lugar de ser misericordiosos, actuar como jueces, al respecto el Señor nos lo dice también: “¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: Deja que te saque la paja de tu ojo, si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mt 7,3-5).  Y el Apóstol Santiago: “Uno solo es el legislador y juez, aquel que tiene el poder de salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para condenar al prójimo?” (Stg 4,12). Y San Pablo agrega: “La única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley” (Rm 13,8). Así pues, el que vive en el amor, no vive con tanto cuantas veces perdono a mi prójimo si no siempre perdonando: “El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá” (I Cor 13,7-8).

El pánico de la eterna reprobación relampaguea tras las palabras que nos indican el castigo: La primera enseñanza de la parábola es la advertencia contra la dureza de corazón. Si los hermanos no se perdonan mutuamente, está en peligro su eterno destino.

El Padre que está en los cielos procederá como el rey de la parábola, si alguien no perdona de todo corazón (18,35). El cuarto tema de nuestro capítulo y todo el discurso concluyen con estas palabras amenazadoras. En ellas recae la definitiva decisión sobre la vida humana. Sólo tiene perspectiva de que sea condonada su deuda el que antes hizo lo mismo con sus hermanos (cf. 6,15). Tan grande como la medida del castigo es la medida del perdón de Dios. Él es el rey que perdona la enorme deuda sólo por la simple súplica. Su clemencia es sin medida, el perdón de la culpa sobrepasa todo limite humano. Dios demuestra su omnipotencia y majestad en la grandeza de la misericordia. Pero no es esto sólo. Cada uno de los hermanos sabe que él también está obligado a tenerla si quiere subsistir ante Dios. Cada uno va acumulando pecados y se parece de algún modo al primer siervo. Si Dios le condona la deuda, está de nuevo ante Dios como siervo que vive enteramente de la munificencia y de la misericordia de su Señor. Solamente así resulta inteligible que la obligación con el hermano haya de tener validez sin limitaciones. El que recibe la misericordia con exceso, no puede encerrarla y endurecer su corazón. Para quien desempeña el papel de deudor, no hay nadie más que también pueda ser deudor con respecto a él.

(Lc 6,36-38): La medida con que Dios nos mide es la misma con que nosotros debemos medir. La relación con los demás hermanos se regula con nuestra relación con Dios. De aquí nace la orden de estar dispuestos sin restricciones a reconciliarnos. Solamente así se mantiene la perspectiva de ser salvado al rendir cuentas en el juicio.

domingo, 3 de septiembre de 2023

DOMINGO XXIII – A (10 de Setiembre del 2023)

 DOMINGO XXIII – A (10 de Setiembre del 2023)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 18, 15-20

18:15 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.

18:16 Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos.

18:17 Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.

18:18 Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.

18:19 También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá.

18:20 Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos". PALABRA DEL SEÑOR.

 

Paz y Bien en el Señor:

“¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). “¿Qué obras buenas tengo que hacer para obtener la salvación eterna? Dijo Jesús: si quieres heredar la vida, cumple los mandamientos” (Mt 19,17). El Maestro de la ley pregunto a Jesús: ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley? Jesús respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. (Mt 22,36-37). Y Jesús agrego y dijo: El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22,39). Algo más; se nos enseña en otro episodio: “El que dice que amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve,  y no ama a su hermano a quien ve?” (I Jn 4,20). El amor a Dios pasa por el amor al hermano; de ahí se infiere que, el que ama a Dios debe por amor a Dios corregir con caridad al hermano que incurre en un pecado (Mt 18,15); y unidos en el amor de Dios si elevamos una plegaria, Dios nos escuchara sin demora (Mt 18,19-20).

Para constituir una comunidad en el amor de Dios conviene traer a colación aquella enseñanza: “Todos ustedes son hermanos” (Mt 23,8). Y en esta comunidad de hermanos que es la Iglesia (Mt 16,18) Jesús nos ha enseñado invocar a Dios como “Padre nuestro” (Mt 6,9). Pero, también en la misma oración del Padre nuestro nos ha enseñado a decir: “Perdona nuestras ofensas, así como también nosotros perdonamos a los que nos han ofendido” (Mt 6,12). En la parte final, en su enseñanza respecto a la oración nos reitera: “Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes” (Mt 6,14-15).

 Corrección fraterna: “Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Y si no te escucha llama a uno o dos testigos, y si tampoco hace caso, díselo a la comunidad, al final si tampoco escucha a la comunidad considéralo pagano” (Mt 18,15-18). Como es de ver, la responsabilidad como autoridad recae en la comunidad que es la iglesia y como parte de esta comunidad de hermanos que somos por el bautismo (Mt 28,19), cada uno somos responsables de la salvación o perdición de un hermano.

 En esta tarea de la corrección fraterna lo ideal es que lo hagamos como el Señor nos enseñó, pero no solemos hacer como debiera:

 a) Saber corregirnos como el Señor nos enseña: Corregir en privado, llamar a los testigos, o a la comunidad (Mt 18,15-18). Las correcciones nacen del amor mutuo (Jn 13,34), la idea es salvar al hermano pecador porque Dios quiere eso: “Yo no deseo la muerte del pecador, sino que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). Jesús nos reitera: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9,12-13).

 b) Generalmente actuamos en la corrección motivados por ego; entonces le dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices? Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús les dijo: El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado? Ella le respondió: Nadie, Señor. Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante" (Jn 8,4-11). Y no olvidemos aquello que nos dice Jesús: “No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes" (Lc 6,37.38).

 Qué hacer cuando nos enteramos que un hermano está en una vida de pecado? Ya tenemos suficientes pautas de cómo actuar. En el evangelio que hemos leído, lo primero que se nos recuerda a uno es que el pecador es un “hermano” y como tal hay que seguir tratándolo, por eso la repetición de la frase “tu hermano” (Mt 18,15).  Luego se describe el camino recomendado para hacer todo lo posible y recuperar de nuevo la oveja descarriada. No perdamos de vista que lo que se busca, ante todo, es su salvación: “Si te escucha, habrás ganado (salvado) a tu hermano” (Mt 18,15).  Ahora bien, si todo el proceso fracasa no queda más remedio que darle el trato propio de una persona que aún no se ha convertido -como los gentiles y publicanos-, esto es: mandarlo a hacer todo el camino cristiano desde el principio.

 La prudencia en las decisiones de la comunidad con relación a las personas (Mt 18,18). Deja entender que con una persona que intencionalmente persiste en su situación de pecado se puede llegar a la más dolorosa y drástica de las decisiones: la excomunión, es decir, dejará de ser considerado “hermano” en la comunidad.  Pero llama la atención que ahora Jesús pone su atención en las personas encargadas de tomar esta decisión: 1) Según este pasaje se trata de la comunidad entera la que tiene la potestad de “atar y desatar”; 2) Se les recuerda cualquier decisión que tomen es seria (lo que hagan en la tierra quedará hecho en el cielo), de ahí que no se debe tomar decisiones aceleradamente sino siempre con cautela. ¡Qué responsabilidad tan grande la que tiene una comunidad con relación a la salvación o la perdición de cada uno de sus miembros!: Jesús dijo a Pedro: “A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16,19).  Ahora dijo Jesús: “Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mt 18,18). En el primer caso se deja la responsabilidad de atar y desatar (Perdón) a Pedro, luego se resalta la delegación de atar y desatar a la comunidad. De estas enseñanzas del Señor es como nace el sacramento de la confesión.

 La comunión en la oración como expresión de la solidaridad en todos los aspectos de la vida: “También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy presente en medio de ellos”  (18,19-20). Cuando la comunidad está bien unida y compacta en una misma fe, sucede en ella lo que el Antiguo Testamento llama la “Shekináh”, es decir, la comunidad es espacio habitado por la “gloria del Señor”, que para nuestro caso es el Señor Resucitado.  La unidad de la comunidad expresa la comunión perfecta con Jesús viviente en medio de ella.  Llama la atención que en una comunidad así, es tal la solidaridad entre los hermanos, que todos son capaces pedir lo mismo “Si se ponen de acuerdo para pedir algo”, (Mt 18,19). Renunciando a sus intereses personales, los cuales normalmente aflorarían a la hora de hacer peticiones. En una comunidad que llega a este nivel profundo de solidaridad, teniendo un mismo “sentir” profundo, pueden resonar con fuerza las palabras de Jesús: “allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). ¡Esta sí que es una verdadera comunidad!

 En la enseñanza conviene recordar cuando Jesús nos dice: “Si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5,23-24). Dios nos dice por el profeta: “Cuando ustedes me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; cuando me busquen, me encontrarán, siempre que me busquen con un corazón puro y sincero” (Jer 29,12-13).

 Dios escuchará nuestras plegarias, siempre que sepamos invocar con las manos limpias y si no es así, no nos escuchará, lo dice por el profeta: “Escuchen la palabra del Señor, jefes de Sodoma! ¡Presten atención a la instrucción de nuestro Dios, pueblo de Gomorra! ¿Qué me importa la multitud de sus sacrificios? —dice el Señor—. Estoy harto de holocaustos de carneros y de la grasa de animales cebados; no quiero más sangre de toros, corderos y chivos. Cuando ustedes vienen a ver mi rostro, ¿quién les ha pedido que pisen mis atrios? No me sigan trayendo vanas ofrendas… Cuando extienden sus manos, yo cierro los ojos; por más que multipliquen las plegarias, yo no escucho: ¡las manos de ustedes están llenas de sangre! ¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda!” (Is 1,10-17).

 Si no sabemos actuar en el consejo y enseñanza de Jesús en caso que un hermano ha caído en error o pecado, de nada servirá que hablemos cosas lindas sobre Dios. Ya nos ha dicho: “No son los que me dicen: "Señor, Señor", los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?. Entonces yo les manifestaré: "Jamás los conocí” (Mt 7,21-23). Además nos agrega: “El que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, es como un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.  Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande" (Mt 7,24-27).

Antes de finalizar la reflexión conviene reiterar la cita:"Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano" (Mt 18,17). El Señor es muy misericordioso, incluso nos los dice perdonar y perdonar hasta setenta veces siete (Mt 18,21). Pero no olvidemos que la misericordia del Señor tiene limites, el cual es la justicia divina, al respectos recordemos la escena: "Déjenlos crecer juntos entre trigo y cizaña hasta la siega, cuando llegue el tiempo de la siega diré arranquen primero la cizaña y arrojen al fuego y el trigo almacènenlo en mi granero" (Mt 13,30).

“A media noche llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: Señor, señor, ábrenos, pero él respondió: Les aseguro que no las conozco" (Mt 25,10-12). Epulon exclamó desde el infierno: "Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y me refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan. Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí" (Lc 19,24-6). Como vemos en estas escenas ya no hay misericordia, ya se cumple la justicia divina, quien tiene que estar en el cielo lo estará por su obras meritorias y el que no merece, estará en el infierno y no porque Dios lo quiera sino porque no tiene obras meritorias: “Considéralo pagano” (Mt 18,17). “Lo que ates en la tierra, quedara atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedara desatado en el cielo” (Mt 16,19).

lunes, 28 de agosto de 2023

DOMINGO XXII – A (domingo 03 de setiembre de 2023)

 DOMINGO XXII – A (domingo 03 de setiembre de 2023)

 Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 16,21-27:

16:21 En aquel tiempo, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.

16:22 Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá".

16:23 Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres".

16:24 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.

16:25 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.

16:26 ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?

16:27 Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.

16:28 Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino". PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

La enseñanza de hoy tiene que ver con la respuesta a la pregunta: "¿Qué obras buenas debo hacer para conseguir la salvación o la Vida eterna?" (Mt 19,16). Jesús respondió: “si quieres entrar en la vida cumple los mandamientos”. El joven rico dijo que ya lo había cumplido todo eso desde muy pequeño pero si algo mas le faltara. Jesús le dijo” Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes, dáselo el dinero a los pobres así tendrás un teoso en el cielo, luego vente conmigo” (Mt 19,21). El joven rico se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes. Jesús dijo entonces a sus discípulos: "Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos” (Mt 19,22-23). Los discípulos asombrados se decían, entonces ¿Quién podrá salvarse? (Mt19,25).

 El evangelio de hoy hace complemento a las enseñanzas y requisitos para heredar la salvación y tiene dos partes: El primer anuncio de la pasión (Mt 16,21-23). Y en la segunda parte trata de las condiciones del seguimiento y la recompensa (Mt16,24-28). Las dos escenas se resume en este episodio: “El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la salvarà” (Mt 16,25).

Simón Pedro había respondido a la pregunta de Jesús ¿Uds. Quién dicen que soy?: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). Respuesta que mereció por parte de Jesús elogios al decir: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo (Mt 16,17)… Pero, Jesús también sabe muy bien que el querer y el pensamientos de los judíos como el de sus discípulos respecto al Mesías esperado todavía no entran en sintonía, por eso ya les advierte que: “No dijesen a nadie que él es el Cristo” (Mt 16,20).

Pero ahora Jesús aclara la idea del Mesías: “Él comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día“ (Mt 16,21). Es decir, la idea del Mesías que propone Jesús, lo mismo que tiene que ver con la voluntad de Dios (Jn 6,38) no concuerda en absoluto con el Mesías que los judíos esperan, incluso la de los apóstoles como Pedro que es el pensamiento de los hombres, (El anhelo del Mesías a la medida del hombre).

 La objeción de por parte de Pedro: “Lo llevó aparte y comenzó a reprender a Jesús, diciendo: Dios no lo permita, Señor, eso no te sucederá” (Mt 16,22). ¿Qué anda mal, quien no está en el camino correcto Jesús o Pedro? Pues veamos: Los judíos y los apóstoles son judíos como Pedro, esperan al Mesías con muchas ansias, pero esperan un mesías salvador de los judíos del yugo y sometimientos de los romanos. Recordemos que los judíos han caído en el poder de los romanos desde el año 64 A.C. Los judíos tienen que pagar altos impuestos a los romanos y venerar al Cesar como su nuevo dios. Los judíos esperan que el Mesías llegará pronto y los liberara de este yugo tan pesado. En suma el judaísmo espera un mesías héroe, que debe vencer a los romanos. En esta expectativa la idea del Mesías que anuncia Jesús a sus discípulos: “Que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día“ (Mt 16,21). La conjetura se entiende en la reacción de Pedro como de todo judio: “Lo llevó aparte y comenzó a reprender a Jesús, diciendo: Dios no lo permita, Señor, eso no te sucederá” (Mt 16,22).

 La reprensión de Jesús a Pedro: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 16,23). Estas palabras contrastan totalmente con las que elogió en anterior ocasión: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso si no mi Padre” (Mt 16,17). Pero cada una de estas respuestas son a efecto de una buena respuesta y otra mala respuesta como la de hoy: “Eso no puede pasarte a ti… “ (Mt 16,22). La gran tentación es esto precisamente, querer que Dios actúe como nosotros quisiéramos. Y desde cuando el hombre tiene autoridad sobre Dios para darle consejos de cómo tiene que actuar? Mucha razón tiene Jesús en poner las cosas en su sitio y no tiene reparos en decir las verdades a quien tiene que decir: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás!” (Mt 16,17). Y fíjense a quien lo está diciendo, a su vicario, al primer papa (Mt 16,19). Como tampoco tendrá reparos en decir a sus verdugos:

 “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre! Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad” (Mt 23,27-28). Es que Jesús no ha venido a complacer a uno de sus apóstoles y ni siquiera a un pueblo como los judíos: “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió. La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día" (Jn 6,38-40).

 La reprensión a Pedro por parte de Jesús (Mt 16,23). La reacción negativa de Pedro le da a Jesús la ocasión para afirmar de la manera más fuerte posible la necesidad del mesianismo sufriente. “Pero él, volviéndose, dijo a Pedro…”. El hecho que Jesús se voltee indica que continúa adelante su camino pasando por encima de la interposición de Pedro. La reprensión que viene es fuerte. Contiene tres frases que sacan a la luz tres contrastes:

 “¡Quítate de mi vista, Satanás!”.  El verdadero contraste aquí es entre Satanás y Dios. Al tratar de apartar a Jesús de su camino, Pedro se convierte en instrumento de Satanás (Mt 4,1-11). (2) “¡Escándalo eres para mí!”. El contraste aquí es entre Pedro y Jesús. Pedro es llamado, literalmente, “piedra de tropiezo” (significado del término “escándalo” en griego), esto es, la trampa tendida para hacer caer a Jesús en su camino. Jesús se refiere a él como “tentación” que hace caer (ver Sabiduría 14,11) y apartar del querer del Padre, o sea, un obstáculo para desviar del camino que conduce la cruz pasando por el Getsemaní y el Gólgota. Podría verse una relación, en el fondo una ironía, entre esta reprensión y la promesa que se le había hecho a Pedro de ser “piedra (Is 8,14). (3) “¡Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!”. El contraste aquí es entre los hombres y Dios. Se explica el “por qué” de lo anterior: “porque tú no concuerdas con los caminos de Dios (que incluyen el sufrimiento y la muerte del Mesías) sino con el punto de vista de los hombres (esperar un Mesías triunfante sin pasar por el dolor)”.

 La contraposición entre los puntos de vista humanos y divinos muestra que Pedro, en su manera de comportarse, está guiado por intereses egocéntricos. No sólo priman los cálculos humanos sino sus propios intereses (Mt 12,40). Sintetizando, en términos negativos, vemos cómo Jesús –con pocas palabras- coloca a Pedro en la raya, mostrando la distancia de pensamiento que hay entre los dos; por otra parte, en términos positivos, notamos cómo Jesús le hace a Pedro una nueva invitación al seguimiento, cuando éste parece comenzar a decaer (Mt 4,19), solicitándole que aprenda lo que el discipulado implica.

 Instrucción sobre la verdadera naturaleza del discipulado (Mt 16,24-27) ¿Cuál es el “pensamiento de Dios” qué Pedro y los discípulos deben aprender? El verdadero discipulado no se logra fácilmente porque es un “seguimiento” (Mt 16,24) del ejemplo del Maestro Jesús y esto tiene su precio. Es así como comienza una instrucción de Jesús, “a sus discípulos”, sobre la naturaleza del discipulado. La enseñanza tiene tres partes: El “Qué”: (una sentencia más un “porque”) Si el Maestro Jesús soporta un camino de sufrimiento y muerte (Mt 16,21-23), igualmente los discípulos están llamados a dar sus vidas y cargar la cruz (16,24). Se da la motivación fundamental para hacerlo (Mt 16,25: un paralelo que contrapone “salvar la vida” / “perder la vida”). (2) El “Argumento”: (una sentencia más un “porque”) Con dos preguntas retóricas (es decir, que traen implícita la respuesta), una positiva y una negativa, Jesús enseña que hay que “trascender”, que la vida plena no se gana en este mundo (Mt 16,26) sino en el venidero (Mt 16,27). Aquí se da una contraposición de valores: “ganar el mundo entero” / “ganar la vida”. (3) La “Verificación”: (un segundo aspecto del “porque” anterior). En la confrontación final con Jesús, quien vendrá en su gloria de “Hijo del hombre”, se verá quién ha sido verdadero discípulo a partir de un criterio fundamental: “Su conducta” (Mt 16,27).

 Seguir al Maestro cargando la Cruz (Mt 16,24-25): “Si alguno quiere venir en pos de mí…”. Después de la imprudente, pero honesta, reacción de Pedro, Jesús enseña que ser discípulo significa seguirlo en el camino hacia Jerusalén, donde le espera la Cruz. Entrar en esta ruta supone una escogencia libre: “Si alguno quiere…”. En el horizonte está la Cruz de Jesús, la que Él ha tomado primero. Ante ella, e imitando al Maestro el discípulo hace tres cosas:

 Se “niega a sí mismo”. Negarse a sí mismo significa no anteponer nada al seguimiento, dejar de lado todo capricho personal. El valor de Jesús es tan grande que se es capaz de dejar de lado aquello que pueda ir en contradicción con Él y sus enseñanzas. (2) “Toma su propia cruz”. El estar prontos a seguir llevando la cruz implica el estar prontos a dar la vida. Puede entenderse como: (a) la radicalidad de quien está dispuesto a ir hasta el martirio por sostener su opción por Jesús; (b) la fortaleza y perseverancia frente a los sacrificios y sinsabores que la existencia cotidiana del discípulo comporta; (c) la capacidad de “amar” y de transformar la adversidad en una fuente de vida. (3) “Sigue” a Jesús. En fidelidad al Maestro, como alguna vez propuso san Francisco de Asís, el discípulo pone cada uno de sus pasos en las huellas del Maestro.

La motivación fundamental es ésta contraposición: “Porque quien quiera salvar su vida, la perderá pero quien pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16,25). Estas dos posibilidades contrapuestas, puestas ahora en consideración, iluminan  el sentido del seguir a Jesús con la cruz partiendo de la idea de la vida. En pocas palabras: la meta del discipulado es encontrar la vida, lo cual corresponde al deseo más profundo de todo ser humano. Ahora bien, esta meta puede ser lograda o fracasada solamente de manera radical, no hay soluciones intermedias. La vida, aquí y más allá de la muerte, se consigue mediante un gesto supremo de donación de la propia vida. Hay falsas ofertas de felicidad (o “realización de la vida”) que conducen a la pérdida de la vida; la vida es siempre un don que no nos podemos dar a nosotros mismos, en cambio, siempre estamos en capacidad de darla. En esta lógica: quien pierde la propia vida por Dios y por los demás, “la encontrará”. El discipulado, bajo la perspectiva de la cruz, no es un camino de infelicidad, todo lo contrario: ¡El sentido último del seguimiento es alcanzar la vida!

 Una sabia decisión que hay que tomar con base en argumentos sólidos (Mt 16,26): Enseguida Jesús plantea dos preguntas que llevan a conclusiones irrefutables. Éstas están  formuladas de tal manera que sólo pueden tener una respuesta negativa: (a) “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?”. Respuesta obvia: “De nada”. (b) “¿Qué puede dar el hombre a cambio de su vida?”. Respuesta obvia: “Nada”. Para captar lo específico de este dicho de Jesús hay que considerar la característica propia de la idea de la vida. No se habla aquí de la vida como de un valor biológico, de una vida larga y ojalá con buena salud. Se trata del sentido de la vida. La verdadera vida, la cual según la Biblia se alcanza en la comunión con Dios, se logra –en última instancia- mediante el seguimiento de Jesús. El seguimiento de Jesús es, entonces, un camino completamente orientado a la vida, a la existencia plena y realizada.

 Ésta se pone en riesgo cuando se vive de manera equivocada, cuando se construye sobre falsas seguridades. Al referirse a gente que quiere “ganar (=conquistar) el mundo entero”, Jesús denuncia la falsa confianza puesta en propiedades y riquezas. A esto se había referido ya el relato de las tentaciones de Jesús: la búsqueda y apego al poder, al prestigio, a lo terreno, como caminos de felicidad o como metas de vida. Nadie puede darse a sí mismo la vida y su sentido. Por lo tanto, un serio peligro amenaza a quien quiere desaforadamente “ganar” el mundo entero apoyándose en imágenes de felicidad que parecieran convertirse en fines en sí mismos, entre ellos la carrera, el prestigio o el orgullo por los propios logros. El verbo en futuro, en la expresión “¿de qué le servirá al hombre?”, invita a poner la mirada en el tiempo final, en el cual cada uno verificará si ha logrado o no el objetivo de su vida.

 “El Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta” (Mt 16,27). Finalmente, y extendiendo más aún la mirada hacia el futuro, Jesús hace referencia al tiempo final de la venida del Hijo del Hombre: donde se valora la vida como un todo. La valoración está en manos del Hijo del hombre; los ángeles aparecen formando su corte. La expresión “en la gloria de su Padre” indica a Jesús como Hijo de Dios. El “Hijo del hombre”, quien –habiendo pasado por la humillación y el rechazo- culmina su camino triunfante, es, en última instancia, el “Hijo de Dios”; el mismo a quien Pedro –sin captar todas las implicaciones- había confesado como tal un poco antes. Y frente al “Hijo” por excelencia se desvela la verdad de todo hombre.

 En este momento de revelación final, cada hombre debe responder por su vida. Este es un pensamiento bíblico bien afirmado (Slm 62,13; Prov 24,12; Rm 14,12; 1 Cor 4,5; 2 Cor 5,10). La síntesis del criterio de juicio sobre el obrar humano no es lo que haya dicho o prometido hacer (Mt 7,21-23) sino su “hacer” real: “Pagará a cada uno según su conducta”. En el Sermón de la montaña, Jesús había dicho: “el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7,21) y también “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16); también en la parábola del rey: “cuanto hicisteis… cuanto dejasteis de hacer” (Mt 25,40.45).

No son los que me dicen: "Señor, Señor", los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?". Entonces yo les manifestaré: "Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal" (Mt 7,21-23). Es decir, no es suficiente hablar bellísimas confesiones de fe de boca, como vimos hace una semana. El discipulado es moldear la vida entera en la dinámica del seguimiento del que fue camino a la Cruz para recibir allí, del Padre, la vida resucitada. La Cruz no sólo es para ser contemplada sino para hacerla realidad en todas las circunstancias de la vida. De esta manera el discípulo reconoce y asume el destino de su Maestro en el propio.

domingo, 20 de agosto de 2023

DOMINGO XXI – A (27 de Agosto del 2023)

 DOMINGO XXI – A (27 de Agosto del 2023)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo: 16, 13-20:

13 En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?".

14 Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".

15 "Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".

16 Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".

17 Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.

18 Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.

19 Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".

20 Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías. PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz Bien.

 El domingo anterior decíamos que: Hallar los favores de Dios tiene su proceso: La mujer cananea comenzó a gritar desde la distancia: 1) "Señor, Hijo de David, ten piedad de mí" (Mt 15,22). 2) Ante Jesús se postra y le dijo: "¡Señor, socórreme!" (Mt 15,25). 3) Insiste al decir “Señor, los perros también comen las migas que caen de la mesa de su amo" (Mt 15,27). Como se ve, se resalta con claridad la fortaleza espiritual en la fe: Seguridad, firmeza, perseverancia y humildad. La fe con estos elementos suscita en la mujer la respuesta inmediata de Jesús: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!" Y en ese momento su hija quedó curada” (Mt 15,28). Complementando el hecho, dijo también Jesús: “Si yo echo los demonios con el poder de Dios, significa que el reino de Dios ya está entre ustedes” (Lc 11,20). En Jesús se despliega el reino de Dios, misterio que hoy queda de manifiesto bajo dos elementos fundamentales: 1) "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo"(Mt 16,16); 2); “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18).

Dios se propone y dice: “No quiero la muerte del pecador si no que se convierta y viva” (Ez 33,11). El Mesías, tiene la misión de salvar: “Te llamé según mi plan salvador, te tomé de la mano, te formé y te destiné a ser mediador del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas” (Is 42,6-7). Jesús, validando lo que Dios dijo por el profeta dice: “El Espíritu del Señor esta sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18; Is 61). ¿Por qué dice Jesús que el Señor me ungió? “El espíritu santo bajo en forma de paloma y se posó sobre Él y una voz del cielo se oyó: Tu eres mi hijo amado yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22).

 Dios cumple lo que dijo: “Esta es la nueva alianza que pacte con la casa de Israel, después de aquellos días: Pondré mi Ley en su mente, la escribiré en sus corazones, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jer 33,11). ¿En qué consiste la alianza entre Dios y su pueblo?" Dice Dios: He aquí que yo salvo a mi pueblo del país del oriente y del país donde se pone el sol; voy a traerlos para que moren en medio de Jerusalén. Y serán mi pueblo y yo seré su Dios fiel y salvador."  (Zac 8,7).Y para tal cometido, Dios dijo a Moisés: “Suscitaré entre tus hermanos un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él dirá todo lo que yo le ordene” (Dt 18,18). “Hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre” (ITm2,5).

 El evangelio de  hoy se divide en dos partes: La revelación de la identidad del Mesías (Mt 16,13-17). La identidad de la iglesia (Mt 16,18-20).

La identidad del Mesías: En Cesarea de Filipo, un lugar alejado de Jerusalén y reconocido abiertamente como región pagana es el lugar concreto donde Jesús es reconocido por los suyos como “el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Hasta este momento en el Evangelio, han sido los otros quienes continuamente se preguntaban sobre la Persona de Jesús: Juan Bautista manda a sus discípulos que preguntasen a Jesús: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?" (Lc 7,19); otros, “¿Quién es éste a quien el viento y la mar obedecen?” (Mt 8,27),  “¿Quién es este que hasta perdona pecados?” (Mc 2,7;  Mt 9,3). Ahora Jesús pregunta a los suyos: ¿Quién dicen la gente que soy yo?: Ellos le dijeron: unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o algunos de los profetas” (Mt 16,14).

“¿Uds. quien dicen que soy y?” (Mt 16,15): Cuando alguien plantea una pregunta así de directa en una reunión, se suele producir un denso silencio. Todos esperan a que conteste el que más sabe, el que habla mejor... Quizá suceda que a alguno de los presentes le queme la respuesta en los labios y responda incluso sin llegar a entender todo el alcance de sus palabras, o dándole otro sentido. Es lo que le sucedió a Pedro.

La respuesta de Pedro es común en los tres evangelistas en su primera mitad: "Tú eres el Mesías". Mateo añade: "El Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios vivo. No se trata de dos títulos distintos, sino de dos expresiones que responden a la misma realidad. Porque si Jesús pudo vivir tan perfectamente, tan profundamente, la vida humana, fue porque en él habitaba el mismo ser de Dios.

Es posible que la respuesta de Pedro se limitara sólo a la primera parte, con lo que esta confesión, según Mateo, sería un resumen o síntesis de la fe de la primera comunidad cristiana en Jesús. Decir que Jesús es "el Hijo" significa reconocer su relación filial única con el Padre, que le ha confiado su misión, también única, de ser la respuesta plena a todas las esperanzas de los hombres, ser el Salvador del mundo.

La respuesta de Pedro sólo la puede dar de verdad un creyente en Jesús, un hombre que ha tenido la experiencia de no bastarse a sí mismo, que sabe que sus criterios son siempre relativos y parciales, que es consciente de no poseer la verdad y que busca la salvación -la respuesta a sus profundas inquietudes-. Pedro reconoce con sus palabras que Jesús es el cumplimiento de todas las esperanzas humanas, de todas las promesas del Antiguo Testamento. Ha hablado en nombre de todos los discípulos y de todos los que en lo sucesivo quisiéramos ser seguidores del "Hijo del hombre".

Jesús no es uno más; es el último y mayor enviado del Padre. Ya no vendrá nadie que lo supere. Su palabra y su vida transparentan al mismo Dios. Es la gran señal que Dios pone en el mundo para decirnos que la única forma de ser hombre verdadero es imitando al Hijo, que seremos hombres en la medida en que vivamos como él, porque su vida es la realización de las aspiraciones más profundas y auténticas del hombre. Jesús nos conduce a la vida plena, nos muestra por dónde hay que ir para que nuestra vida merezca la pena, para que realicemos las esperanzas de vida que los hombres llevamos dentro.

¿Qué entendía Pedro cuando decía que Jesús era el Mesías? En el capítulo siguiente veremos que no daba a este título el mismo sentido que Jesús, que no había superado las tentaciones del desierto.

Ser cristiano es dar la respuesta que dio Pedro, es creer que Jesús es la respuesta a la pregunta más honda que hay en el hombre, la respuesta a la gran esperanza en la posibilidad de un reino universal de fraternidad, de vida, de amor, de justicia, de bien, de verdad... Porque sólo seremos hombres cuando lo sean también todos los demás. Lo mismo libres, justos, verdaderos, fraternales... El camino que él vivió es el único para lograrlo. Lo veremos detenidamente en el apartado siguiente, al explicarnos las condiciones del seguimiento.

"Tú eres Pedro": La respuesta de Jesús a la profesión de fe de Pedro solamente la tenemos en el texto de Mateo. Aunque Pedro ha hablado en nombre de los discípulos, Jesús ahora le dirige la palabra sólo a él. Le llama "dichoso" por las palabras que acaba de pronunciar. "Eso te lo ha revelado mi Padre que está en el cielo". El que ha realizado esa profesión de fe, el que ha reconocido públicamente que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, ha sido precisamente Pedro, el apóstol que pocas jornadas antes se hundía en el agua y al que Jesús le había echado en cara su "poca fe" (Mt 14,31). Eso nos indica que el reconocimiento de Jesús como Mesías no es producto, ni en Pedro, ni en nosotros, ni en nadie, de las propias capacidades de discernimiento. A esta profesión de fe cristiana no es posible llegar a través de la lógica y raciocinio humanos. Se hace posible únicamente gracias a la revelación del Padre. Y es frecuente que el mismo que recibe esa revelación no entienda todo el alcance de sus propias palabras, como es el caso de Pedro, que ha buscado las palabras más fuertes de su vocabulario para definir aquello que estaba por encima de todas sus ideas.

Pedro pertenece a la categoría de los sencillos, no a la de los sabios y entendidos (Mt 11,25), y ha podido recibir esta revelación. Aunque su fe es pequeña, está en el camino que lleva a su plenitud. El que anda por este camino es dichoso porque alcanzará el pleno conocimiento y la verdadera sabiduría: el misterio del reino de Dios, el sentido profundo de las obras de Jesús.

"Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia". Según la mentalidad antigua en Oriente, el nombre de una persona no era algo convencional para distinguir a unos de otros, como sucede entre nosotros. Para ellos el nombre expresaba la naturaleza íntima de esa persona, de forma que conocer el nombre de un individuo significaba conocer su esencia profunda y ejercer una especie de dominio sobre esa persona. Por eso, imponer un nombre significa, en esa mentalidad, el conocimiento de una persona, de un animal, de una cosa; y un poder que se ejerce sobre esa persona, animal o cosa. Es el sentido que tiene en la Biblia la imposición de nombres a todos los animales por Adán (Gén 2,20), o el cambio de nombres, hecho por Dios, de Abrán y de Saray por los de Abrahán y Sara (Gén 17,5.15): expresa la doble realidad de conocimiento y de dominio.

Cuando Dios cambia el nombre a una persona, significa que esta persona se encuentra en una encrucijada de su existencia, que está frente a una vocación nueva, una misión especial. Este sentido tiene el cambio de nombre en el elegido papa y el cambio en algunas órdenes religiosas. El nombre nuevo es portador de una fuerza que ayuda a la persona que lo recibe a no defraudar las esperanzas que Dios tiene sobre ella.

"Tú eres Pedro". Jesús le cambia el nombre para encargarle una misión única en la iglesia. La promesa se la hace en un juego de palabras perceptible claramente en la lengua aramea, hablada por Jesús: Pedro significa piedra. Será la "piedra" sobre la que se construirá el nuevo pueblo de Dios, representado por los doce apóstoles, de la misma forma que el antiguo estaba formado por doce tribus.

Jesús, a la vez que se reconoce como Mesías, dice a Pedro que va a edificar su comunidad mesiánica sobre esa "piedra", ya que no puede entenderse un Mesías sin comunidad mesiánica: ¿quién continuaría el camino de transformación de la sociedad? Pedro en la primera comunidad y el papa, como sucesor suyo a través de las generaciones, son los encargados de animar la fe de los hermanos, de confirmar su fidelidad en las dificultades, de ser el "pastor" de todos, en nombre de Cristo, como signos visibles suyos. Al presentar a la iglesia bajo la imagen de una construcción, es lógico hablar de cimiento o fundamento que consolide y haga posible esa construcción. Pero tengamos en cuenta que estamos hablando de fundamento o cimiento visible; el invisible y único es siempre Cristo. Pedro y el papa visibilizan ese verdadero fundamento, al que deben hacer siempre referencia, del que deben ser testigos en todo momento; testigos transparentes por su fidelidad. Papa o primado no significa el que domina o el señor. El único Señor es Jesús. Significa el servidor, el animador de la comunidad.

Obra de Jesús, la iglesia es una comunidad de creyentes que confiesan a Jesús como Mesías, como "el Hijo de Dios vivo", confesión que la obliga a vivir de acuerdo con ella. La comunidad cristiana no es del papa, sino de Jesús. Pero es el papa el que más urgentemente ha recibido la misión de animar, discernir, unir, confirmar en la fe a sus hermanos, en comunión con todo el episcopado. Y son el papa y los obispos los que tienen más peligro de desviar hacia sí mismos el objetivo de sus actividades, como les sucedió a los dirigentes religiosos de Israel.

Apoyada en Pedro, la comunidad de Jesús podrá resistir todos los embates de las fuerzas enemigas, simbolizadas en la frase: "El poder del infierno no la derrotará". Mientras se mantenga fiel a Jesús, el poder del mal y de la muerte no podrá nada contra la comunidad mesiánica reunida por Jesús.

Jesús promete a su iglesia una duración indefinida: hasta la parusía del Señor. Así como la muerte -último enemigo que será derrotado- ya no tiene dominio sobre él (Rom 6,9), tampoco lo tendrá sobre su comunidad. Porque la muerte es una consecuencia del pecado (Rom 5,12), vencido ya por Jesús, y que iremos venciendo sus seguidores según seamos fieles a su camino. Viviendo como Jesús vivió, siguiendo su camino humano, la vida del hombre desemboca en la vida para siempre.

Son unas palabras victoriosas de Jesús. No para hacer de ellas ostentación de triunfalismo, pero sí para tener una confianza ilimitada en Dios. Jesús define la función de Pedro con tres metáforas: la piedra, las llaves y atar y desatar. Vimos la primera.

Jesús da a Pedro "las llaves del reino de los cielos" con poder de "atar y desatar" (abrir y cerrara), con lo que le confía una autoridad verdadera y plena: todo lo que ate o desate en la tierra será atado o desatado por Dios. Esta autoridad se manifestará principalmente en el perdón de los pecados y en la admisión o exclusión de la comunidad; sin que podamos darle la interpretación de poder excluir de la salvación a una persona por el hecho de no admitirla o separarla de la iglesia. Permanece oculto quien pertenece al número de los predestinados para el reino consumado de Dios. Se deja en manos de Pedro y de sus sucesores quien pertenece ahora a la comunidad de salvación que se prepara para ese reino. Comunidad que debe posibilitar la oportunidad de encontrar esa salvación para todos los hombres. ¿Qué son las llaves del reino de los cielos? Jesús ha ideado la iglesia como una edificación, una casa. Las llaves simbolizan la autoridad sobre esa casa.

El auténtico poseedor de las llaves es Jesús: él es el que abre y nadie puede cerrar, cierra y nadie puede abrir (Ap 3,7). Se las deja a Pedro como fundamento visible de su casa de piedras vivas (Iglesia).

Atar y desatar tiene el sentido de permitir y prohibir, de separar y perdonar. Lo que él ate o desate quedará convalidado por Jesús. Atar y desatar, según los rabinos, quiere decir que algunos tienen poder de declarar verdadera o falsa una doctrina y de excluir a alguien de la comunidad de Israel (de excomulgar) o de acogerlo en la misma. Es la autoridad que Jesús confía aquí a Pedro hasta su vuelta al final de los tiempos. Estas mismas palabras las repetirá Jesús más adelante, pero referidas al conjunto de los apóstoles (Mt 18,18).

Mesías del dolor y del rechazo: "Les mandó a los discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías". En esta orden de guardar silencio sobre su mesianismo quiso decirles: Sí, soy el Mesías, pero no el que  Uds. pretenden; jamás enseñaran ese Mesías que piensan. El Cristo que deben de anunciar siempre es el que Jesús mismo les va a revelar, un Cristo que aún no están preparados para comunicar, porque no creen en él. Un Mesías con dos características: el dolor y el rechazo. No sólo sufrirá mucho, sino que sentirá en carne propia la incomprensión de los suyos y la radical oposición de los altos dirigentes religiosos de la nación.

Jesús no podía permitir que se hablase de él como Mesías de una forma equívoca. Y para evitar toda tergiversación, prefiere esperar a la cruz. Será desde ella cuando los discípulos comprenderán que Jesús no era un mesías triunfador y político, un guerrero en lucha contra los romanos para liberar a Israel, sino un Mesías en la línea profética más genuina: la del Siervo de Dios (Is 52,13 - 53,12).

Si Jesús hubiera permitido que la gente manifestara su entusiasmo, que los apóstoles divulgasen su falso descubrimiento, habría acabado en el triunfo, pero lejos de la voluntad del Padre.

Son las tentaciones del desierto surgiendo constantemente a su alrededor. Ya tendrán tiempo de proclamarlo Mesías después de su muerte y resurrección, cuando no exista peligro de una comprensión errónea. ¿Cuándo no existirá ese peligro? Cuando alguien nos pregunte: ¿Quién es Jesús para ti?, ojalá podamos responder como llegó a responder Pedro al final de su vida -no es este texto- y como han respondido tantos y tantos cristianos que se lo han jugado todo por seguirlo: Jesús está siendo la respuesta a todas mis preguntas, el ideal de todos mis anhelos, la plenitud de todas mis esperanzas, el camino que conduce a la verdadera humanidad,  el Mesías de Dios (Jn 14,6).

lunes, 14 de agosto de 2023

DOMINGO XX - A (20 de Agosto del 2023)

 DOMINGO XX - A (20 de Agosto del 2023)

Proclamación del Santo Evangelio Según San Mateo 15,21-28:

15:21 Jesús se dirigió hacia el país de Tiro y de Sidón.

15:22 Entonces una mujer cananea, que salió de aquella región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio".

15:23 Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos".

15:24 Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel".

15:25 Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!"

15:26 Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros".

15:27 Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!"

15:28 Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!" Y en ese momento su hija quedó curada. PALABRA DEL SEÑOR.

 

Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

 El evangelio del domingo pasado nos constato cómo JC decía a Pedro -dándole la  mano cuando acobardado creía hundirse-: "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?"(Mt 14,31) . Quien  merecía esta reprimenda era el discípulo que había ido siempre con el Señor, el que se  adelantaba para hablar en nombre de los apóstoles, el que -como escucharemos el  domingo próximo- es el primero en proclamar su fe en Jesús como Mesías, como Cristo.  Pero Jesús le dice: ¡Qué poca fe! En cambio hoy hemos escuchado una exclamación  totalmente diversa de JC: "Mujer, qué grande es tu fe"(Mt 15,28). Toda la narración que hemos  escuchado está dirigida a presentarnos con una expresión mordiente la admiración de  Jesús ante la fe de aquella mujer. Y quien merece esta admiración no es un apóstol, ni un  discípulo, ni un judío piadoso... sino una mujer extranjera, de otra religión. Una mujer  extranjera que con la tenacidad de su fe consigue, primero, crispar a los discípulos y,  después, variar la línea de conducta de JC.

Señor ¿Serán pocos los que se salven? (Lc 13,23); “Quien cree y se bautice se salvara, quien no cree se condenara” (Mc 16,16). Israel, sí; pero también todos cuantos creen (Mt 15, 21-28)  No hay más que leer un poco atentamente este pasaje para darse cuenta de la intención  de S. Mateo: poner de relieve el universalismo de la salvación. Sus lectores son sobre todo  judeo-cristianos y sin duda están orgullosos de haber sido elegidos como Pueblo de Dios. Una mujer no-judía pide un milagro. Jesús no le responde. Esta actitud provoca la  intervención de los discípulos que siguen situándose en el nivel material de los  acontecimientos. S. Mateo, evidentemente, hace resaltar la respuesta que les da Jesús:  "Sólo he sido enviado a las ovejas perdidas de Israel". Esta dura respuesta debería, de  suyo, contentar a los judíos y a los judeo-cristianos.

Pero sucede que la mujer no-judía hace una profesión de fe conmovedora en su  humildad. Y Jesús queda visiblemente impresionado: "Mujer, grande es tu fe; que se realice  lo que deseas".

El anuncio del Evangelio, la salvación se ofrece también a los paganos que creen. Esto  es lo que quiere enseñar, principalmente, el Evangelio de hoy. No se requiere ser del  pueblo elegido, pues también los que no lo son pueden acceder a la salvación si creen  activamente. Su fe termina por vencer todos los obstáculos.

Para nosotros, hoy, la actitud de esta mujer, que insiste con toda la penetración que le da  su fe, es una lección muy importante que debemos recibir con gratitud. Vemos en ella una  seguridad en su esperanza que nos deja confundidos. La cananea acepta ser considerada  como un "perro", una mera "pagana" en relación con los hijos que son los judíos. Pero no se  resigna a creer que ella no pueda recibir una gracia de Jesús si cree en El, como  efectivamente cree.

Una casa en la que recen todos los pueblos (Is 56, 1.6-7). Puede surgir la pregunta de por qué el autor de este texto hace tanto hincapié en la  situación religiosa de los extranjeros. Se debe a que al ser muchos, se creaba un verdadero  problema, tanto para los mismos judíos como para ellos que se veían excluidos de la vida  de la ciudad.

El autor recuerda que la salvación esta ligada, sobre todo, a una actitud que hay que  tomar y no depende, en primer lugar, de la pertenencia a una nación. Lo fundamental es  practicar el derecho y la justicia. Y esto lo pueden hacer también los extranjeros, que se  transforman así en siervos del Señor y pueden observar el sábado y vincularse a la  Alianza.

Cuantos conducen así su vida, pueden acceder a la montaña santa del Señor. Serán  felices en la casa de oración y sus holocaustos y sacrificios serán aceptados. La afirmación es importante. Es una ruptura con todo lo que pueda ser nacionalismo de la  salvación y pretensión de monopolizar la Alianza y la oración. El autor pone en boca del  Señor: "Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos". Es verdad que este  texto universalista no es ni el único, ni el primero en el Antiguo Testamento. Ya en Amós  podemos ver que el Señor invita al Templo a los Filisteos y a los Arameos (9, 7), como en el  texto que leemos hoy, los extranjeros pueden acceder a la salvación si se someten al Señor  (Am 1, 3.2, 3). Hay otros pasajes en los que vemos a extranjeros llegar a Jerusalén para  conocer la salvación que procede de Dios y de su Ley, y les vemos, también, convertirse al  Dios vivo (Is 45, 14-17.20-25). Podemos asistir a la conversión de Egipto y de Asiria (Is 19,  16-25). El Señor reúne a todas las naciones y a todas las lenguas (Is 66, 18-21). Pero los  judíos están lejos de admitir este universalismo; los peligros de corrupción que han  experimentado, no sin graves perjuicios, durante su cautividad, les empujan a encerrarse en  sí mismos. Lo que más predomina, entre ellos, es un fuerte exclusivismo (Esd 9-10) y un  cierto proselitismo, cosas que también podemos constatar en el texto que hoy  proclamamos.

El salmo 66, responsorial de hoy, canta el universalismo, y nosotros, cristianos, lo  debemos cantar pensando en lo que significa la palabra "católica" referida a la Iglesia.

¡Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Ilumine su rostro sobre nosotros, conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación! 

Todos los pueblos pueden alcanzar misericordia (Rm 11, 13-32). La carta de S. Pablo se expresa en términos fuertes y podemos imaginar la conmoción  del Apóstol al escribir estas líneas que escuchamos hoy. Está hasta tal punto convencido  de la llamada a los paganos y de su misión para con ellos, que desea provocar la envidia  de los judíos cuando caigan en la cuenta de la salvación dada a los paganos.  Efectivamente, la cosa es dolorosa para los judíos. Infieles y rechazados, constatan ahora  que la Alianza ha pasado a los paganos. El mundo ha sido reconciliado con Dios y el Señor  no ha reservado sus privilegios en exclusiva para el pueblo que en otro tiempo eligió. Pero  S. Pablo afronta también el tema de la vuelta de los judíos y la considera como una  reintegración, semejante a la vida para los que murieron. Vida de Dios para los que no  creyeron. Existe pues un doble movimiento: Por un lado, los paganos no participaban de la  vida; ahora viven la vida de Dios por su fe y su conversión. Por otro lado, los judíos que  habían sido elegidos, murieron a la vida de Dios porque no aceptaron la Palabra enviada  por Dios. Pero también a ellos se les ofrece la reintegración y aunque están muertos  pueden volver a vivir.

De este modo nos presenta S. Pablo admirablemente, el plan de Dios en la historia: la  desobediencia da ocasión al Señor de actuar con misericordia para con los paganos  primero y de ofrecerla, ahora, a los judíos.

También para nosotros tiene gran importancia esta presentación de la salvación universal  por parte de Dios. Tenemos que abandonar un cierto exclusivismo cristiano. Aunque  tengamos que seguir afirmando la necesidad absoluta de entrar en la Iglesia para alcanzar  la salvación y aunque esta afirmación sea de fe, estamos hoy mejor capacitados para ver  los matices que hay que introducir en esta aseveración: "fuera de la Iglesia no hay  salvación". Los cristianos estamos divididos. Pues aunque felizmente sentimos cada vez  más el escándalo de la división, no por eso deja de existir y no se la puede superar con  actitudes simplistas. Tenemos que sufrirla y tener la paciencia de esperar. Esta paciencia  supone la apertura y el diálogo,. que no consisten en renegar de lo que es la verdad, sino  en comprender al otro y en buscar una expresión de nuestra fe, que sin dimitir de nada. sea  más accesible a aquellos que no siempre nos han comprendido y a los que nosotros no  siempre hemos aceptado.

De todas formas, el universalismo de la salvación sigue siendo un gran misterio: el de la  voluntad de Dios que quiere salvar a todos los hombres, en relación con la profundidad de  su fe y de su búsqueda. Esto supera los límites de todo lo que nosotros podamos  establecer y marca como dirección única la Sabiduría de Dios.

Fe de un centurión: “Cafarnaúm había un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor. Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: "El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga". Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: "Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo —que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes— cuando digo a uno: "Ve", él va; y a otro: "Ven", él viene; y cuando digo a mi sirviente: "¡Tienes que hacer esto!", él lo hace". Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe". Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano (Lc 7,2-10). Los apóstoles le dijeron: “Señor, auméntanos la fe. El Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza diríais a este sicomoro: "Arráncate y échate al mar", y les obedecería. Nada es imposible para quien cree y tiene fe” (Lc 17, 5). Los discípulos preguntaron: “Señor ¿Por qué no pudimos echar ese demonio? Les respondió: porque tienen muy poca fe. Yo os aseguro que si tuvieran fe como un grano de mostaza, dirían a este monte (...) y nada les será imposible. (Mt 17, 20).

 En el evangelio de hoy, y en resumidas palabras ¿Qué nos ha querido decir Jesús con todo esto en su enseñanza? Dos cosas fundamentales y que como en el domingo anterior destacamos la importancia de la fe y la oración porque son dos elementos fundamentales de la vida espiritual: En primer lugar, una lección de auténtica y verdadera fe, incluso tratándose de una mujer pagana. Acababa de criticar a Pedro por su falto de fe: “Que poca fe tienes” (Mt 14,31).  Ahora viene esta mujer que no es creyente, sino pagana, y Jesús termina reconociendo que es una profunda creyente. “¡Mujer, qué grande es tu fe!” (Mt 15,28).

 En segundo lugar,  nos da toda una lección de la auténtica y verdadera oración. Una oración constante, persistente y perseverante que no se echa atrás por más que sienta primero el silencio de Dios porque pareciera que no nos escuchase. Recuerden aquel pedido de los apóstoles: “Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".  Él les dijo entonces: "Cuando oren, digan así: Padre nuestro… (Lc 11,1-4). Luego, Jesús agrega la actitud perseverante que uno debe asumir en la oración: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle", y desde adentro él le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos". Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario” (Lc 11,5-8).

 ¿Cómo haces tu oración? Tanto en la vida consagrada como en el matrimonio solemos caminar muy atareados en tantas cosas y dejar de lado las cosas de la vida espiritual, somos como Martha que: Andaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude". Pero el Señor le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada" (Lc 10,38-42). A veces solemos quejarnos que rezamos y Dios no nos escucha. Entonces tiramos la toalla y lo peor es que tiramos también a Dios de nuestras vidas. Le pedí y no me hizo caso. ¿Para qué me sirve Dios y para qué me sirve pedir? Estamos acostumbrados a hacer de nuestra oración una especie de “tocar el timbre” y que alguien nos responda de inmediato. Sería bueno volver a preguntarnos: ¿Cómo, cuándo, con qué medios hago mi oración? ¿Será cierto que Dios no nos escucha? El evangelio de hoy nos comprueba que Dios si escucha y sin mayores demoras.

 Dios nos escucha siempre que lo pidamos con fe pero con un corazón sincero: “Cuando ustedes me busquen, me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé;  pero siempre que me invoquen con un corazón puro y sincero” (Jer 29,12). Por el profeta Isaías dice Dios: “Cuando extienden sus manos, yo cierro los ojos; por más que multipliquen las plegarias, yo no escucho: ¡las manos de ustedes están llenas de sangre! ¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda! Vengan, y discutamos —dice el Señor—: Aunque sus pecados sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, serán como la lana. Si están dispuestos a escuchar, comerán los bienes del país; pero si rehúsan hacerlo y se rebelan, serán devorados por la espada, porque ha hablado la boca del Señor“ (Is 1,15-20).

 Como es de ver, la oración tiene que expresar la insistencia de nuestro corazón y de nuestra confianza. Luego, la oración tiene que ser insistente aun cuando sintamos que Dios está sordo y no nos escucha. Nosotros desistimos demasiado fácilmente, nos cansamos de pedir. Ese cansancio significa que no pedimos con verdadera confianza y con verdadera fe. Es preciso pedir sin cansarnos ni desalentarnos, incluso si sentimos que "Dios no nos escucha". Nosotros tenemos que seguir orando. No porque Dios nos escuche por nuestra insistencia, sino porque la insistencia implica que tenemos fe y confianza, incluso a pesar de su silencio. No es que la oración sea mejor porque oramos gritando, no se trata de volumen de voz: “Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan” (Mt 6,5-8).

Muchas veces nuestra oración resulta siendo un fracaso porque nos cansamos, porque no seguimos insistiendo, porque creemos que molestamos a los demás con nuestros gritos salidos del corazón. ¿Cuántas veces hemos orado a gritos? ¿Cuántas veces hemos orado, incluso sintiendo el silencio de Dios que no nos responde? Jesús no la alaba por sus gritos, pero sí por su constancia y por su fe. ”Mujer, qué grande es tu fe” (Mt 15,28). Nuestra oración no se mide por las palabras que decimos, sino por la fe de nuestro corazón. Si quieres medir la eficacia de tu oración, no te preguntes cuánto pides sino cómo pides y con qué fe pides. ¿Pides con una fe capaz de perforar el silencio y el aparente rechazo de Dios? Tenemos que orar hasta cansarnos, porque sólo así se expresa nuestra confianza en Él que nos lo dará tarde o temprano, pero ¿Qué pedimos? Tenemos que pedir que nos enseñe a orar (Lc 11,1).

Jesús mismo nos dice: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre de ustedes que está en el cielo dará cosas buenas a aquellos que se las pidan! (Mt 7,7-11). Y este detalle es lo que hoy constatamos en el evangelio: Se trata de una mujer pagana en diálogo de fe con Jesús. Luego, un Jesús que quiere poner a prueba la fe de esta mujer, como había puesto a prueba la fe de Pedro (Mt 14,32). Con la diferencia de que Pedro “tenía poca fe y comenzó a titubear”, mientras que esta mujer pagana demostró más fe (Mt 15,28) que el mismo Pedro que es cabeza de la Iglesia. ¿Cómo esta nuestra fe? ¿Podrá Jesús decirnos a nosotros hoy: qué grande es tu fe? Nuestra oración, ¿será así de constante y perseverancia que logremos cansar a Dios y al fin tenga que escucharnos?