miércoles, 3 de enero de 2024

DOMINGO DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR - A (07 de Enero del 2024)

 DOMINGO DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR - A (07 de Enero del 2024)

Proclamación del santo Evangelio de San Mateo 2,1-12:

2:1 Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén,

2:2 diciendo: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.”

2:3 En oyéndolo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén.

2:4 Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo.

2:5 Ellos le dijeron: “En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta:

2:6 Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel.”

2:7 Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella.

2:8 Después, enviándolos a Belén, les dijo: “Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle.”

2:9 Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño.

2:10 Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría.

2:11 Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra.

2:12 Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en la fe, Paz y Bien en el Señor.

Herodes dijo a los reyes magos: “Si lo encuentran al niño, avísenme, para ir también yo a adorarle.” (Mt 2,8). El Ángel dijo a José: “Herodes va a buscar al niño para matarlo” (Mt 2,13). Herodes está mintiendo: Jesús dijo a los judíos: “Uds. tienen por padre al diablo y el diablo es padre de la mentira” (Jn 8,44). ¿Por qué Herodes quiere matar al Niño Jesús? Porque en Jesús esta la verdad (Jn 14,6). La mentira se abalanza contra la verdad (Ap 12,4). El ángel dijo a José: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban atentar contra la vida del niño” (Mt 2,20). Triunfo la verdad, el hijo de la mentira murió.

 Qué gran anuncio, que buena noticia que hicieron los reyes magos entre los propios que no sabían lo que había pasado: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo” (Mt 2,2). Esta gran noticia suscita dos actitudes: Búsqueda guiados por la luz de la estrella (Mt 2,9), y búsqueda guiada por el egoísmo (Mt. 2,8). En una predomina la fe=verdad (Lc 17,5) y en la otra predomina la razón= mentira (Mt 16,23).

“Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único,  que está en el seno del Padre” (Jn 1,8). El Niño recién nacido apenas puede ver a su Madre, pero ya ha visto a Dios. Cuando Dios quiere ver al hombre mira a su Hijo. Es que Dios se hace visible a través de lo humano: “Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, quien me ve, ve a quien me envió (Jn 14,9). María y José lo vieron a través de un Niño. Los Magos lo vieron a través del Rey de los judíos (Mt 2,2) el Niño en un pesebre. A Dios le gusta verse en el espejo que es el hombre. Por esta razón le dio el título de ser su Imagen y semejanza (Gn 1,26).

Hoy es la fiesta de la Epifanía que significa a manifestación de Dios al mundo entero (Dios hecho Niño que en este día revela la universalidad de Dios, la universalidad de la fe) y no fiesta de Reyes, porque no es dable que los reyes suplanten el poder Dios quien por su luz de la estrella guía los reyes (Mt 2,9) Y por tanto los reyes sin la luz de la estrella nunca podrían hallar al Niño. Los Santos Reyes no son sino un signo, pero el verdadero significado de la fiesta se la da el Niño Jesús, que desde su cuna en el pesebre abre a Dios a todos los pueblos, a todas las razas y a todos los hombres.

Nuestro verdadero nombre de creyentes es el de “cristianos”; sin embargo, llevamos un apellido que lo dice todo: “católicos”. Lo de católico no significa propiamente romano, sino “universal”. Nuestra fe es católica, nuestra misión es católica, debido a Dios, el Dios que se revela y manifiesta a los Magos, es “católico” porque es para todos. Jesús ha nacido para todos. Nadie se puede hacer dueño de su nacimiento, ni siquiera María y José. La salvación que Él nos trae es una salvación para todos (Mt 28,19). Nadie puede hacerse dueño de la salvación de Dios, ni siquiera la Iglesia. Ella no es la salvación, sino señal de la salvación, sacramento de la salvación.

Ser cristiano es sentirnos signos de salvación para todos, sin excluir a nadie, sin poner fronteras a nadie, sin exclusivismos ni particularismos, sin divisionismos ni ideológicos, ni teológicos ni espirituales (I Cor 12,13). Todo reduccionismo particularista deja de ser la Epifanía de Dios hoy para el hombre. Con frecuencia frente a Dios asumimos actitudes de pura curiosidad, otras de duda y ambigüedad. La única actitud frente a Dios es la de arrodillarnos, callar, sentir su presencia y adorarlo en nuestros corazones. A Dios no podemos meterlo en nuestra cabeza. A Dios sólo se le puede meter en el corazón. Dios no entra en nuestras ideas ni en nuestros discursos mentales, pero Dios sí puede entrar en nuestro corazón.

Los Magos de Oriente no venían a investigar qué había sobre Dios, cuáles eran las novedades sobre Dios, venían rendidos, en actitud de rodillas, en actitud de adoración, de admiración, en actitud de sorpresa ( Mt 2,11). Para adorarle, primero hay que conocerle, aceptarle y rendirnos ante Él. Adorarle, es asombrarnos de su grandeza. Es decir, para adorar tenemos que comenzar por fe. Y la fe no es un saber sobre Dios, sino un dejarnos meter en su misterio y decir sí sin aun entender nada. Porque Dios no se deja abordar por el hombre en razón de su raciocinio, si no por su fe.

La cultura moderna, y el hombre moderno, adoptan ante Dios actitudes de autosuficiencia, actitudes de desafío. No es la actitud de adoración y rendimiento, sino la actitud de una especie de reto. Como quien se sitúa frente a él de poder a poder. Por eso, nos permitimos la libertad de negarlo en nuestras vidas, de decirle que “no es ya IMPORTANTE para nosotros”, que podemos vivir sin mayor problema prescindiendo de Él. En todo caso, tenemos el atrevimiento de juzgarle y someterle a juicio porque no responde a lo que nosotros quisiéramos de Él (Mt 16,23).

Los Magos no iban guiados por su vanidad a preguntar y cuestionar, iban a rendirle el tributo de su adoración, a rendirse delante de Él. Cuando llegaron, posiblemente, no encontraron lo que se habían imaginado. “Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron y le ofrecieron de regalo oro, incienso y mirra” (Mt 2,11).

El sentido de propiedad, actitud de vanagloria no está solo en querer las cosas para si, también suele extenderse a Dios. Hoy resulta que, cada uno piensa en “mi Dios”, el mío, el que es de mi propiedad. Y Dios no se deja poseer por nadie. Dios no es propiedad de nadie porque Dios es propiedad de todos. Cada vez que nos queremos adueñarnos de Él, terminamos por quedarnos sin Dios. Esa fue la experiencia de Israel. Dios le había escogido como su pueblo e Israel se había adueñado de Él. En aquella cultura se entiende. Cada pueblo tenía su Dios protector. Israel tenía el suyo. Por más que los profetas tratasen de presentar el universalismo de la salvación, el pueblo seguía con la mentalidad de que Dios era para ellos y para nadie más.

No es que hoy lleguemos a ese nacionalismo de Dios, pero es posible que lleguemos al “individualismo”. El Dios para los buenos. El Dios para los que van a Misa. El Dios para los creyentes. Y Dios no se deja atrapar. La primera manifestación de Jesús es precisamente para los pueblos gentiles, en la persona de estos personajes misteriosos que conocemos con el nombre de Reyes Magos. Mientras en Jerusalén nadie se da por enterado, los de lejos vienen a buscarlo y Él se manifiesta a ellos porque se dejan guira por l luz de la estrella que es la fe.

Los buenos no tenemos derecho alguno de apropiarnos de Dios. Nuestro único derecho es que si nosotros ya le hemos conocido lo demos a conocer a los demás. Los buenos no tenemos derecho alguno de hacernos dueños de Dios que también los malos tienen derecho a conocerlo y amarlo y sentirse amados por Él. Los buenos no tenemos derecho alguno a reclamar todos los servicios para nosotros, cuando a la inmensa mayoría nadie le presta atención. Dios no es singular, Dios es plural, Dios es trinitario. Por lo tanto, su manifestación y revelación tampoco puede ser singular e individualista sino universal. Dios tiene que abarcar a la humanidad. Mi Dios es el Dios de todos los hombres, buenos y malos, cercanos o lejanos.

Todos tenemos muchas buenas voluntades, deseos nos sobran, pero lo que nos suele faltar es la decisión. Soñamos muchas cosas, pero con frecuencia todo queda en eso. Los Magos sintieron que algo se despertaba en su corazón, sintieron que algo les llamaba, sintieron que algo nuevo comenzaba a amanecer, pero no sabían dónde y se pusieron en camino. No se encuentra a Dios esperando. No se encuentra a Dios encarnado, recién estrenada la vida humana, sentados en la butaca. Hay que ponerse en camino buscando.

No hay que buscarlo mucho porque lo tenemos cerca. Otras veces hay que buscarlo lejos, el camino es largo y por qué no toda la vida. Los Magos no la tuvieron fácil, vinieron de lejos guiados por una señal, pero sin saber dónde estaba el final del camino. Es la historia de toda búsqueda. Es la historia de quien quiere encontrarse con Dios. No sabemos si estará a la vuelta de la esquina o estará lejos, lo IMPORTANTE es ponerse en camino, no cansarse, saber afrontar las dificultades. No siempre nos encontramos con Dios tan fácilmente. A veces pasan los años y no lo sentimos. Caminamos buscándole y la noche se nos echa encima. No vemos nada, no sentimos nada, no sabemos a dónde ir. Esto es lo maravilloso de los Magos. Gentes desconocidas. Gentes que vienen de lejos. Gentes que son capaces de descubrir esas estrellas-señales que nos hablan de Él, pero hay que esperar, no hay que echarse para atrás, no hay que caer en el desaliento.

Nosotros quisiéramos un Dios al que pudiéramos tocar con la mano y ver con nuestros ojos, pero eso será posible si nos dejamos guiar por la luz de la fe y en cada santa Eucaristía Dios se deja ver y se deja tocar. En cada  Santa Misa Dios se encarna en la hostia sagrada de altar, pero si no nos dejamos guiar por la luz de la fe, nunca podremos advertir la presencia de Dios en el Altar de cada misa (Lc 22,19-20).

SAGRADA FAMILIA - B (31 de Diciembre del 2023)

 SAGRADA FAMILIA - B (31 de Diciembre del 2023)

Proclamamos el Evangelio según San Lucas 2,22 – 40:

2:22 Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,

2:23 como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.

2:24 También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.

2:25 Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él

2:26 y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.

2:27 Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,

2:28 Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:

2:29 "Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,

2:30 porque mis ojos han visto a tu salvador

2:31 que preparaste delante de todos los pueblos:

2:32 luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".

2:33 Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.

2:34 Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,

2:35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos".

2:36 Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido.

2:37 Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.

2:38 Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

2:39 Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea.

2:40 El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor paz y bien.

El hombre siempre tiene que recordar tres cosas respecto a Dios: 1) Que Él es nuestro Creador (Gen 1,26). 2). Dios nos ha sacado de Egipto de la esclavitud, para ser nuestro Dios. Nos manda que seamos santos porque Él es santo” (Lv 11,45). 3)  Dios se desposará para siempre con la humanidad en el amor, justicia, derecho, fidelidad, misericordia” (Os 2,21).

El nacimiento de un niño (Enmanuel) que es la sonrisa de la creación. Hoy decimos que nació en una familia. Una familia bendita, pero pobre. La familia, desde que Dios nace en ella, queda también redimida y consagrada. La familia es nuestro nido natural, donde recibimos cariño y cuidado, calor y alimento, refugio y valor, fe. La familia se define y se construye en el amor. Podríamos aplicar aquí el texto evangélico: "el que se casa por y para el amor se parece a aquel hombre sabio que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia...En cambio, el que se casa por interés o desde la ilusión o la pasión se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena..." (Mt. 7,24-27).

El amor es don de Dios: “Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” ( I Jn 4,16). El amor, al dar, no crea dependencia o pasividad; crea en el que recibe capacidad de dar. Así como Dios-Amor nos crea creadores, así el amor, dándose, crea donadores. El que es amado no sólo recibe del que ama, sino que, recibiendo, se siente donador, se siente amador.

“Aunque repartiera todos mis bienes…  si no tengo amor, no soy nada. El amor es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo disculpa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. El amor no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia. Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía. Cuando vendrá lo perfecto, desaparecerá lo impefecto” ( I Cor 13, 3-10). Se resume en: “Ya no son dos sino uno solo. Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre” ( Mt 19,6). El fruto del amor son los hijos.

En la familia todos son responsables unos de otros. El amor familiar los ha unido, los ha implicado y relacionado tan fuertemente que nadie puede sentirse ajeno o insolidario. El ejemplo de José y María: aquellos sueños y visiones, aquellos miedos y preocupaciones, aquellas huidas y retornos, son manifestaciones de responsabilidad compartida.

Dios es amor (I Jn 4,8) y nos ama a todos. Por eso en su enseñanza Jesús respecto al matrimonio dice: “Ya no son dos, sino una sola carne, lo que Dios ha unido no lo separe el hombre” (Mt 19,6). “Felices los que han sido invitados al banquete de bodas del Cordero" (Ap 19,9) Luego se nos dice: “Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén (Iglesia celestial), que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: "Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios” (Ap 21,2-3).

En el Antiguo Testamento: Dios mando a Moisés, diciendo: "Conságrame todo primogénito, porque todo lo que abre el seno materno entre los israelitas, tanto de hombres o animales, míos son todos” (Ex 13,2). Y toda mujer que dé a luz sea niño o niña, se purificará ofreciendo a Dios una res menor o dos tórtolas o dos pichones” (Lv 12,6-8).

Hoy el evangelio (Lc 2, 22-40) nos ilustra el misterio de la sagrada familia y que tiene diferentes escenas: La presentación del Niño Jesús en el templo (Lc 2,22-24); el cántico de Simeón (Lc 2,25-32); la profecía de Simeón (Lc 2,33-35); la profecía de Ana (Lc 2,36-38); la infancia de Jesús en el cuidado de María y José (L2,39-40). Como vemos, en el centro del relato está la sagrada familia y por la sencilla razón: el Ángel anunció a los pastores: “Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,11-12). Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: "Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado" (Lc 2,15). Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre” (Lc 2,16).

Fue querer de Dios Padre, (I Divina Persona) quien en su libertad quiso que su Hijo, Jesús (II Divina Persona) viniera a este mundo para “que el mundo se salve por él” (Jn 3,17) y quiso que viniera de una familia: San José y la Virgen María (Lc 2,16).

La familia en el plan de Dios: Simeón antes de morir tiene que ver al Mesías del Señor” (Lc 2,26). Luego de ver al Mesías dice “mis ojos han visto a tu salvador” (Lc 2,30). Este misterio de la salvación (Misión del Hijo) es la nueva alianza, del que el Profeta ya decía: “Esta es la Alianza que estableceré con el pueblo de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley en su mente, y la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo” (Jer 31,33). Es decir Dios se desposa con la humanidad. Ya no somos dos, sino uno solo: Dios y el hombre, El novio (Hijo) y la novia, (la Iglesia), y porque Dios está con nosotros, el Enmanuel (Mt 1,23).

Respecto a la familia, el catecismo de la Iglesia nos dice que es la comunidad conyugal que está establecida sobre el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos. El amor de los esposos y la generación de los hijos establecen entre los miembros de una familia relaciones personales y responsabilidades primordiales. Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia. Esta disposición es anterior a todo reconocimiento por la autoridad pública; se impone a ella. Se la considerará como la referencia normal en función de la cual deben ser apreciadas las diversas formas de parentesco (NCI 2202).

Al crear al hombre y a la mujer (Gen 1,26), Dios instituyó la familia humana y la dotó de su constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales en dignidad. Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes. La familia no es sino el efecto de una causal, la cual es el matrimonio. Y Jesús instituyó el matrimonio cuando dijo: “Ya no son dos sino una sola carme. Por eso lo que Dios ha unido que no solo separe el hombre” (Mt 19,6).

La familia, hoy por hoy es signo de muchos gozos y “tropiezo” por sus problemas y dificultades. La misma sagrada familia no está exenta de dificultades. El Evangelio nos presenta hoy a la familia de Jesús en el templo de Jerusalén cumpliendo con el ritual de la ley, sometida a la ley (Lc 2,22-24). Además nos relata este encuentro tan simple y tan maravilloso de María y José con el viejo Simeón, quien tiene la dicha de ser el único de quien se dice que “tomó en sus brazos” al Niño Jesús (Lc 2, 28). Para él fue como poder ver la aurora o el amanecer de las promesas de Dios cumplidas y realizadas. Pero también Simeón se convierte en el profeta que anuncia desde el primer momento que el futuro del niño y de la madre no será nada fácil: Jesús será puesto para caída elevación de muchos en Israel, pero también como signo de contradicción (Lc 2,34), que el alma de su madre será atravesada por una espada (Lc 2,35). En el fondo el anuncio de la Pasión del Hijo y la Pasión de la madre (Jn 19,26).

La familia no es una instancia exenta de la vida social y cultural. Por eso no pretendamos que hoy que nuestras familias vivan al margen de la cultura del momento, que vivan al margen de las realidades sociales y económicas. Maridos sin trabajo, esposas sin trabajo, hijos sin trabajo. Familias que tienen que vivir en casas muy poco dignas de las personas que las habitan. Es ahí donde las familias necesitan contar con otra fuerza que las haga más fuertes y más estables. Necesitan de la gracia del sacramento. Necesitan de la gracia de la oración. Necesitan de la Palabra de Dios. No porque todo esto les solucione los problemas, pero sí les ayudará a ser más que sus problemas. No les dará trabajo porque Dios no tiene agencias de empleos, pero sí tendrán fuerza para seguir luchando y buscando. Pero, muchas familias se han apartado de Dios y una familia sin fe es una familia en ruinas o recordemos lo que dijo el Señor: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5).

La Sagrada Familia se hizo fuerte por la fe de María y José y la presencia del Niño Jesús. En ningún momento vemos la desesperación de Jesús, sino siempre obediente a las palabras del Ángel que le iba marcando el camino. La Sagrada Familia fue grande por la experiencia de la fe en la Palabra de Dios, pero siguió siendo una familia normal y con los problemas, a veces mayores, como el resto de familias. ¿Qué haríamos nosotros si la madre tiene que dar a luz nada menos que al Hijo de Dios en un pesebre? Nació en una familia sin casa, mejor dicho, en un corral en compañía de los animales (Lc 2,6).  ¿Ninguno de nosotros nació en un corral verdad? ¿Qué haríamos si se nos dice que alguien quiere matar a nuestro hijo recién nacido? San José está en este apuro ahora: “El Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo" (Mt 2,13) ¿Tendría siempre trabajo José en su carpintería? No la mistifiquemos para que nuestras familias encuentren un modelo de familia. Hemos de convencernos de algo, los problemas de la familia no se solucionan abriendo el camino fácil del divorcio, los problemas de la familia se solucionan ayudando a la familia a ser cada día más fuerte en sí misma.

 

Como en toda familia, en la sagrada familia hay problemas pero también hay mucha ternura de los padres hacia el niño Jesús y como hoy se menciona en el evangelio al abuelo: “Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,28-32). El símbolo de los viejos abuelos con sus nietos, es el encuentro entre el ayer y el presente en un mismo abrazo. ¿Hay algo más bello que ver cómo los viejos reciben con gozo en sus brazos a lo nuevo? Aquí los viejos se sienten felices de ver retoñar lo nuevo.

Si quieres tener una familia feliz, una familia como primera escuela de valores entonces cumple con los deberes familiares como san Pablo dice: “Mujeres, sean dóciles a su marido, como corresponde a los discípulos del Señor. Maridos, amen a su mujer, y no le amarguen la vida. Hijos, obedezcan siempre a sus padres, porque esto es agradable al Señor. Padres, no exasperen a sus hijos, para que ellos no se desanimen” (Col 3,18-21).

1.- El amor y el respeto a los padres (Mc 10,19): En esta fiesta de la Sagrada Familia, la Iglesia nos invita a contemplar la vida doméstica de Jesús, María y José. Dios hecho hombre quiso nacer, vivir y ser educado en una familia. La familia es el primer ámbito educativo y de integración en la sociedad. El “Enmanuel, Dios con nosotros” (Is 7,14) quiso también vivir la experiencia de la vida familiar. La primera lectura, del Eclesiástico, es un bello comentario al cuarto mandamiento: «honrarás a tu padre y a tu madre». Dios bendice al que honra a sus padres, y escucha sus oraciones. El libro del Eclesiástico nos dice cómo Dios bendice al que honra y respeta a su padre y a su madre. Sin este respeto no es posible la educación. Con la autoridad que Dios les ha confiado, los padres deben asumir su grave responsabilidad educativa. A veces deberán contradecir los caprichos de sus hijos para que aprendan el sacrificio, la renuncia, el dominio propio, el respeto. Sin valores como estos, la convivencia familiar y social se deteriora gravemente. En cambio, como dice el Salmo, quien teme al Señor será bendecido con la prosperidad.

2.- Las virtudes domésticas (Col 3,14): San Pablo habla de las virtudes domésticas y de la unión en el amor que deben caracterizar la vida de la familia cristiana: misericordia, bondad, humildad, dulzura, comprensión. El amor mutuo es el que debe presidir todas las relaciones familiares. Nos habla también de la oración de la familia, invitándonos a cantar a Dios, darle gracias de corazón con salmos y cantos. San Pablo retoma el tema del cuarto mandamiento, «honrarás a tu padre y a tu madre», como fundamento de las relaciones familiares: “Maridos, amad a vuestras mujeres… Hijos, obedeced a vuestros padres en todo»( Col 3,18-19). De este amor y respeto mutuo brotan las bellas relaciones que san Pablo enumera: la humildad, la comprensión, la dulzura, el perdón.

 3.- Anticipo de la misión de Jesús. (Lc 2,34): En el Evangelio se narra la Presentación del Niño Jesús en el Templo de Jerusalén. El interés del relato no está ni en el rescate del Hijo Primogénito ni en el rito de purificación de María, sino en la Plegaria-Himno y en las Palabras Proféticas del Anciano Simeón y también las palabras elogiosas de la Profetisa Ana. El anciano Simeón, iluminado por el Espíritu Santo, reconoce en el Niño Jesús al "Mesías del Señor", al "Salvador", "Gloria de Israel" y "Luz, para iluminar a todas las naciones" (Lc 2,28-32). Al narrar los episodios en tomo a la Infancia de Jesús a San Lucas le interesa sobre todo anticiparnos lo que iremos comprobando a lo largo del relato evangélico: lo que el Señor hará, y le pasará, en su Ministerio Mesiánico. Las palabras proféticas de Simeón sobre el Niño Jesús recuerdan aquellas otras del Señor: "No he venido a traer paz, sino división" (Lc 12,51-53). La actividad mesiánica de Jesús, marcada por el signo de la Cruz, afectará a María su madre: "A ti una espada te traspasará el alma" (Lc 2,35).

4.- Es difícil, más que nunca la educación de los hijos, pero hay que predicar con el ejemplo (Mt 7,16). Es una tarea hermosa, pero de una gran responsabilidad. Ante todo, los padres son los primeros educadores de sus hijos y deben ir con el ejemplo por delante. Es muy importante transmitir valores positivos. Esto lo que nos dice esta reflexión: Los niños aprenden lo que viven. Si los niños viven con crítica, aprenden a condenar. Si los niños viven con hostilidad, aprenden a pelear. Si los niños viven con miedo, aprenden a ser aprensivos. Pero, si los niños viven en un hogar lleno de ternura, amor, estímulo, aprenden a ser amoroso, tiernos llenos de confianza. Y más aún, si los niños tienen padres que viven en honestidad, sinceridad, respeto, transparencia, justicia entonces los niños aprenden serán sinceros, transparentes y justos.

domingo, 17 de diciembre de 2023

IV DOMINGO DE ADVIENTO – B (24 de diciembre de 2023)

 IV DOMINGO DE ADVIENTO – B (24 de diciembre de 2023)

 Proclamación del Santo evangelio según San Lucas 1,26-38

 1:26 En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,

1:27 a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

1:28 El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo".

1:29 Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.

1:30 Pero el Ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido.

1:31 Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús;

1:32 él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,

1:33 reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin".

1:34 María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?"

1:35 El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.

1:36 También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes,

1:37 porque no hay nada imposible para Dios".

1:38 María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Ángel se alejó. PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

 "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo".(Lc 1,28). “Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” (Lc 1,31). "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el Santo que nacerá de ti será llamara Hijo de Dios” (Lc 1,35). Estas citas resumen el evangelio de hoy, y es conveniente contextualizar en la historia de la salvación. Todas las palabras son de Dios, y el mensaje es un mensaje alegre. La alegría se encontraba ausente del mundo desde hacía mucho tiempo, había desaparecido desde el pecado. Toda la antigua economía y toda la historia de la humanidad estaban empañadas de tristeza, como si en sus relaciones con Dios el hombre hubiera sido en todo momento consciente de una enemistad aún sin expiar: el hombre tenía naturalmente miedo de Dios. El mensaje actual está precedido de un saludo feliz y de una apelación pacífica y cariñosa: Ave: es la primera palabra de este saludo, la cual, pronunciada una vez, se repetirá eternamente.

Partimos de dos premisas. 1) Dios se dice: “Yo salvare a mi pueblo de sus enemigos. Haré que vuelvan a Jerusalén. Ellos serán mi Pueblo, y yo seré para ellos su Dios, fiel y salvador” (Zac 8,7). 2) “Dios es amor” (I Jn 4,8). Se propone en salvar a su pueblo y ¿Salvar de qué?

Una vez que Dios creo al hombre (Gen 1,26). Dios le dio este mandamiento: “Puedes comer de cualquier árbol del jardín, más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás sin remedio" (Gen 2,16). En efecto, “Dios creo al hombre en el principio y lo dejó librado a su propio albedrío” (Eclo 15,14). El hombre tiene en sus manos la decisión de optar: Por la vida o por la muerte, lo que escoja se le dará lo que dará” (Eclo 15,17). Para discernir entre el bien el mal Dios mismo da el saber: “El Señor da la sabiduría, de su boca proceden saber e inteligencia” (Prov 2,6). Quien opte por la vida, está llamado a ser santo: “Santifíquense y sean santos; cumpliendo mis mandamientos y poniéndolos en práctica porque yo soy, vuestro Dios el que los santifico” (Lv 20,7).

 El proyecto de vida que Dios propone al hombre se truncó ¿Por qué?: Instigada por la serpiente: “La mujer vio que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió” (Gen 3,6). Es decir opto por la muerte: “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron” (Rm 5,12).

 Dios que es amor (IJn 4,8) se propone y dice por el profeta: "Juro por mi vida, que yo no deseo la muerte del pecador, sino que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). Para ello se propone y dice: “Yo salvare a mi pueblo de sus enemigos. Los haré volver y habitarán en medio de Jerusalén. Ellos serán mi Pueblo, y yo seré su Dios, fidelidad y salvador” (Zac 8,7). Esto se resume en un nuevo pacto de alianza: “Estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño —oráculo del Señor—. Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley en su mente, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo” (Jer 31,31-33). Es el pacto de amor, se reafirma lo que ya hemos dicho: “Dios e amor”(IJn 4,8).

 El despliegue de esta nueva alianza  se inicia así: El Ángel anunció a María y dijo: "Alégrate, llena de Gracia el Señor está contigo" (Lc 1,28). Ella turbada por dicho saludo, recibe el anuncio de que ha sido elegida por Dios para ser la Madre de su Hijo Unigénito. Y a pesar de estar ya comprometida con San José, dando muestra de una fe, humildad, valentía y abandono en las manos de Dios, pronuncia las palabras más importantes en la historia de la humanidad: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Permitiendo en ese instante el prodigio de la Encarnación (Jn 1,14).

 Dios se hace hombre en el seno purísimo de María, en las entrañas de una mujer de nuestra raza, Dios se humanizo, Dios se hizo lo que nosotros somos, para ser lo que Él es. Comparte desde entonces nuestra humanidad. Porque María supo decir Si a la voluntad de Dios, dio comienzo el embarazo más glorioso de la historia y la Redención de la humanidad se hizo posible. En el saludo del Arcángel a la Virgen María, descubrimos nada menos que su inmaculada Concepción. En efecto al llamarla "LLENA DE GRACIA" (Lc 1,28), el Ángel declara que la Virgen María está llena de favores de Dios, ha gozado de la plenitud del Espíritu Santo, lo que excluye automáticamente el pecado original, ya que si en algún momento María hubiera estado en pecado, aunque no hubiera sido más que por un instante, ya no sería la llena de Gracia. Es por este texto principalmente, que la Iglesia declaró el Dogma de la inmaculada concepción, que siempre habíamos creído, en 1854 y que Ella misma ratificó en Lourdes, Francia, en 1858, al definirse ante Santa Bernardita como "Yo soy la inmaculada Concepción".

 Las Bodas de Caná (Jn 2,3): Los Evangelios nos relatan cómo en el pueblecito de Caná de Galilea, la Virgen Santísima asistió invitada a una boda, y también llegaron Jesús y sus discípulos. María es la mujer atenta, servicial, la gran ama de casa que se da cuenta de que el vino de la fiesta se ha terminado. "Hijo, no tienen vino" (Jn.2,3) ¿Por qué la Virgen acudió a su Hijo?, ¿Qué esperaba que él hiciera?, ¿Por qué confió tanto en él? No lo sabemos, pero el hecho es que su intercesión provocó el primer milagro de Jesucristo "y sus discípulos creyeron en él". En este pasaje se revela que el poder es de él, la intercesión de Ella. Con la confianza de ser escuchada por su Hijo, dice a los criados: "Haced lo que él os diga", así pués, cuando acudamos a la Virgen Santísima en alguna necesidad, estemos dispuestos a cumplir en todo la voluntad de Dios.

 María Al pie de la Cruz (Jn 19,26). Durante la vida pública del Señor, la Virgen María permanece prudentemente en la sombra, confundida entre la muchedumbre, relativamente cerca de su Hijo, meditando sus palabras en su corazón, como la primera discípula de Cristo.

 Desde la presentación en el Templo, cuando Jesús tenía 40 días de nacido, María había recibido del anciano Simeón una premonición angustiante: "Mira, este niño está destinado a ser la caída y el resurgimiento de muchos en Israel como signo de contradicción. Y a ti misma una espada te atravesará el alma" (Lc.2,34-35)

 Más tarde, el relato del testigo presencial de lo que sucedió en el Calvario, San Juan, es sumamente conmovedor. María, la que pasaba desapercibida en los triunfos de Jesús, aparece en un primer plano en el momento del dolor. "Junto a la Cruz de Jesús, estaban su Madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena" (Jn.19,25).

 Es la Virgen Dolorosa con siete puñales clavados en su Corazón Inmaculado. Y a continuación San Juan nos relata lo que pasó: "Jesús viendo a su Madre y junto a Ella al discípulo que amaba, dice a su Madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo; luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa". (Jn. 1 9,26-27)

 Escena llena de misterio; ciertamente Jesús se preocupa por el futuro de su Madre. Habiendo ya muerto San José (no aparece ni una sola vez en la vida pública de Jesucristo) y no teniendo el Señor hermanos carnales, quedaba María desamparada. San Juan es el único de los apóstoles presente en la muerte de Cristo, es el Apóstol virginal que recibe en herencia nada menos que a la Madre de Dios; Jesús en San Juan nos la hereda por Madre a la Madre del Salvador, a la Siempre Virgen María: “Mujer ahí a tu hijo, hijo ahí a tu madre”.

 Naturalmente, dentro de la Liturgia y tradición de la Iglesia, aparece paulatinamente, la memoria de la Santísima Virgen en festividades que conmemoran los principales acontecimientos y verdades que sobre Ella se han aceptado siempre, algunas de las cuales ha sido necesario declarar dogmas de fe, a saber:

 Que es la Madre de Dios. (1º de enero) Dogma declarado por el Concilio de Efeso en el año 431 e incorporado a las oraciones oficiales de la Iglesia. Y la virginidad: “María dijo al Ángel ¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre? El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios" (Lc 1,34-35).

 La inmaculada Concepción. (8 de diciembre) Es el Dogma declarado por el Papa Pío IX en 1854, acerca de que la Santísima Virgen María fué concebida sin pecado original.

La Asunción de la Virgen María a los Cielos. (15 de agosto) Dogma declarado por el Papa Pío XII en 1950, acerca de que la Santísima Virgen fué llevada al Cielo en cuerpo y alma.

La Anunciación, la Navidad, la Presentación y la Asunción. Además de estas solemnes festividades, hay otras muchas a lo largo del Año Litúrgico, en las que celebramos, no solamente aquellos hechos que surgen de la palabra de Dios, sino también los emanados de otras fuentes como son las principales apariciones de la Santísima Virgen María, reconocidas por la Iglesia, a saber: Tepeyac (1531), Lourdes (1858), Fátima (1917) y otras devociones populares.

En busca de una casa. ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? El hombre religioso cree que puede complacer a Dios con sus obras y asegurarse, mediante ofrendas, la propia salvación.

Establece unas coordenadas espacio-temporales y psicológico-morales, y cree encerrar dentro de ellas al Dios de la libertad.

Pero ni David ni Constantino, ni el Vaticano ni el Concilio, podrán convencer a Dios sobre el lugar y el tiempo y el modo de su presencia salvadora. Dios es libre y es imprevisible. Y, sobre todo, Dios es gratis. La salvación corre de su cuenta. Y las casas donde habitar las prepara él.

Cuando quiso habitar entre los hombres, no por nada, sino porque los amaba y necesitaba manifestarles su amor y salvarles de sus dramáticas dolencias, buscó el lugar donde quedarse.

Conocéis la historia. No buscó lo grande, lo brillante, lo influyente, ni siquiera lo santo: buscó una muchacha, la más pequeña del pueblo más vulgar de la nación más oprimida. "Y la doncella se llamaba María".

No es que fuera tan buena y tan santa que atrajera la mirada y el corazón de Dios, sino que la mirada y el amor de Dios la hizo tan buena y tan santa. ¡Qué misterio! Las preferencias de Dios no hay hombre que las entienda. La iniciativa siempre parte de Dios, y cuando Él actúa deja siempre la marca inconfundible de la pequeñez y de la humildad. O sea, que Dios no quiere nuestras cosas, sino nuestro vacío; no quiere nuestras virtudes, sino nuestra pobreza; no quiere nuestros méritos, sino nuestra fe.

Al que se cree digno y capaz, Dios le deja que se las arregle por su cuenta. Pero al que se cree pequeño e insuficiente Dios le envía el ángel de la Anunciación. "Porque miró la pequeñez de su esclava".

Pide nuestra fe. O sea, pide que confiemos en Él, que estemos pendientes de toda palabra que sale de su boca, que nos pongamos en sus manos, que le dejemos actuar en nosotros y por nosotros, que le digamos FIAT, que le digamos SI. Y que se lo digamos cariñosa y gozosamente, como el niño más pequeño al Padre más querido. Sí, Papá. Lo demás ya es cosa suya.

domingo, 10 de diciembre de 2023

DOMINGO III DE ADVIENTO - B (17 de diciembre del 2023)

 DOMINGO III DE ADVIENTO - B (17 de diciembre del 2023)

 Proclamamos el Evangelio de Jesucristo según San  Juan 1,6-8. 19-28:

 1:6 Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.

1:7 Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.

1:8 Él no era la luz, sino el testigo de la luz.

1:19 Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: "¿Quién eres tú?"

1:20 Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: "Yo no soy el Mesías".

1:21 "¿Quién eres, entonces?", le preguntaron: "¿Eres Elías?" Juan dijo: "No". "¿Eres el Profeta?" "Tampoco", respondió.

1:22 Ellos insistieron: "¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?"

1:23 Y él les dijo: "Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor,  como dijo el profeta Isaías".

1:24 Algunos de los enviados eran fariseos,

1:25 y volvieron a preguntarle: "¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?"

1:26 Juan respondió: "Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen:

1:27 él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia".

1:28 Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

¿Qué obras buenas tengo que hacer para obtener la salvación eterna? (Mc 10,17). Siendo testigo de la luz (Jn 1,8).

 Estamos ya celebrando el III domingo del tiempo de adviento. En el I domingo se nos ha dicho: “Estén despiertos y vigilantes porque Uds. no saben cuándo será el día y la hora en que llegue el dueño de casa” (Mc 13,33). En el II domingo: “Yo soy la voz que clama en el desierto, preparen el camino del Señor” (Is 40,3; Mc 1,3). Hoy, Juan Bautista dice: “Yo no soy la luz, sino testigo de la luz” (Jn 1,8). Nosotros también estamos llamados a esta sagrada misión: “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra" (Mt 28, 11-20).

“Yo soy testigo de la luz” (Jn 1,8). Esta  afirmación contundente se complementa con esta cita: Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo” (Jn 1,29). Además agrega Juan y dice: “Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre el que veas descender el Espíritu, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo. Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios" (Jn 1,33-34). Luego Jesús mismo nos dice: “Yo soy la luz del mundo quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). No es lo mismo caminar en tiniebla que en la luz, como no es lo mismo estar en día que de noche.

“El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él" (Jn 11,9-10). Hay distinción clara entre el que está en la luz y en tinieblas. ¿Quién es el que está en la luz y en tinieblas? El que ha nacido en el espíritu: "El que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu” (Jn 3,5-6). San Pablo dice: “Los que han sido bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo” (Gal 3,27). “Despójense del hombre viejo, y renuévense en la mente y espíritu para revestirse del hombre nuevo encaminados a ser santos” (Ef 4,22-24). Así pues, el que se ha convertido al evangelio (Mc 1,15) es hombre nuevo. San Pablo exclama de gozo al comprender este gran misterio: “Vivo yo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20). Quien se convierte al evangelio, es sin duda el hombre testigo de la luz (Jn 1,8).

Juan Baustista exhorta tajantemente al advertir que algunos quieren bautizarse sin dejar las tinieblas: “Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan frutos de una sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. (Mt 3,7-10; Mt 7, 19). Ser bautizados nos purifica de todos los pecados, pero ejerciendo el don del bautismo en nuestra vida es como nos santificamos (Lv 11,45). Si estamos bautizados, pero no ejercemos el don de nuestra fe, seguimos siendo hombre de tinieblas no por la ineficacia del sacramento del bautismo sino por no dejarnos transformar por la fuerza del espíritu. En este sentido, Jesús mismo hace referencia al hombre que finge ser bautizado, el hombre envuelto en tinieblas (fariseos) y dice: “Son ciegos que guían a otros ciegos. Pero si un ciego guía a otro, los dos ciegos caerán en un pozo" (Mt 15,14).

El hombre convertido al evangelio (Mc 1,15) está comprometido con esta consigna: “Enseñen el evangelio a toda la creación, quien crea y se bautice se salvara y quien se resiste en creer será condenado” (Mc 16,15). ¿Cómo enseñar el evangelio? Siendo testimonio de la luz: “Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en la cima de una montaña y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así alumbre ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y por ella glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mt 15,14-16). En suma, Jesús nos recomienda ser testigo de la luz (Jn 1,8) para asegurar nuestra salvación (Mc 16,15).  

La Iglesia se conforma por cada uno de los bautizados (Gal 3,27). Y todos los bautizados seguimos al Señor quien con mucha razón nos dice: “Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá luz y vida” (Jn 8,12). Pero los que no conocen a Dios son los hijos de las tinieblas (Ef 5,5). Felizmente vivimos unos momentos en los que la Iglesia tiene mejores testigos de la luz. ¿Quién negará, por ejemplo que el Papa Francisco no está siendo el gran testigo de la luz para el mundo? ¿Qué decir de los santos que brillaron y brillan por siempre por su santidad? (Mt 22,12): San Francisco de Asís, San Antonio de Padua, Santa Clara; santa Rosa de Lima, San Martin de Porres, San Francisco Solano etc.

Dijo Jesús: “Yo soy la luz del mundo” (Mt 8,12). Y Juan lo reconoce: la luz es Él, yo soy simple testigo de la luz (Jn 1,7). Esa es también la misión de cada cristiano. No es él la luz, pero él vive iluminado por la luz de Jesús y del Evangelio y nos convertimos también nosotros en “testigos de la luz” (Jn 1,8): Somos testigos de la luz, cuando vivimos iluminados por Jesús, cuando vivimos en la verdad del Evangelio, cuando vemos a los demás como hermanos, cuando defendemos la dignidad de los hermanos, cuando amamos a los demás como a nosotros mismos y como Dios los ama (Mt 22,36). Somos testigos de la luz, cuando somos sensibles a las necesidades de los demás, cuando los demás pueden reconocer a Dios en nuestras vidas, cuando los demás se sienten iluminados en su camino. Seamos la lámpara en la que arde la mecha del Evangelio y de Jesús (Mt 5,14). Seamos testigos de la luz dejando que nuestra vida sea una Navidad. Un principio de esperanza para sí y los demás.

El Evangelio de hoy nos plantea una pregunta directa y personal a la que, de ordinario, no queremos responder. “¿Quién eres tú?” “¿Qué dices de ti mismo?”(Jn 1,19). Todos sabemos muy bien quiénes son los demás, todos sabemos muchas cosas de los otros, lo difícil es cuando alguien nos pregunta: ¿Y tú quién eres? ¿Qué dices de ti mismo? Es una pregunta que muy pocos son capaces de hacerse porque es preguntarse por su propia identidad, por su propio ser y ¿Quién se conoce realmente a sí mismo?

Respecto a la identidad, Hay Varios pasajes o citas en las que se hace referencia al tema, así tenemos por ejemplo: Los judíos lo rodearon a Jesús y le preguntaron: "¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente. Jesús les respondió: Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,24-27). Los discípulos de Juan el Bautista preguntaron a Jesús ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias, y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos. Y les respondió: Digan a Juan lo que han visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!” (Lc 7,20-23). Pero la inquietud más importante de la identidad es:

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es? Ellos le respondieron: Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas. Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy? Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella” (Mt 16,13-18;  Mc 8, 29; Lc 9, 20; Jn 6, 68-69). Y la afirmación contundente de la nueva identidad lo trae san Pablo al afirmar: “En virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. La vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20).

Así pues, nosotros mismos, cuando un día tengamos que presentarnos en el cielo, nos pedirá nuestra identidad, el Justo Juez que es Cristo Jesús (Hch 10,42): ¿Usted quién es? Si le decimos, mire yo soy el ingeniero... Él nos dirá: Yo no le he preguntado por el oficio, sino quién es. Yo ayudé a construir muchas Iglesia. Yo no le preguntado qué ha construido sino quién es usted. Soy un padre de familia. Por favor, Señor, yo no le he preguntado si tiene hijos, sino quién es. No se enfade, Señor, pero a decir verdad es lo único que sé de mí mismo.

Esto es lo que le pasó a Juan cuando los interlocutores le preguntaron: “¿Quién eres, que dices de ti mismo?” (Jn 1,19). Juan dijo: Yo no soy Elías, ni soy el profeta, yo no soy el Mesías. Pero, ¿quién demonios es usted? Yo soy el que bautiza y abre caminos al que está por venir porque en medio de vosotros hay uno a quien no conocen y al que no soy digno de desatarle la corre de sus sandalias (Jn 1,25-27). Yo no soy yo, sino que soy en relación al otro. ¿Quién soy yo? La respuesta nos la da Pablo: “Ya no soy yo, sino Cristo que vive en mí.” (Gal 2,20) Eso es ser cristianos comprometidos con la misión de anunciar el evangelio (I Cor 9,16).

¿Quien eres; el Mesías; Elías o el profeta? Quedan desorientados. Las respuestas de Juan Bautista son cada vez más breves, hasta terminar en un escueto y seco "No", que bloquea el interrogatorio y deja desorientados a los inquisidores. No se atribuye ninguna función que pueda centrar la atención en su persona. El evangelista pone en boca del Bautista la triple negación, porque las tres figuras van a ser representadas por Jesús. El Mesías, Elías y el Profeta encarnaban diversos aspectos de la salvación esperada como instrumentos del Espíritu.

"¿Quién eres?" Le piden que se defina a sí mismo. Las autoridades quieren una respuesta clara para juzgar si Juan representa un peligro; quieren saber qué pretende con su actividad. No ponen el mínimo interés por enterarse de su mensaje. Así son siempre los dirigentes: ya lo saben todo; sólo tienen que vigilar para que nadie se desmande. Se define como "la voz que grita en el desierto". Es alguien que debe ocultarse para no hacer sombra al que viene. Es la conciencia del pueblo fiel que esperaba la venida del Mesías. Juan es "la voz", Jesús es "la Palabra". Quita la palabra, ¿y qué es la voz?: un ruido vacío. La voz sin palabras llega al oído, pero no edifica el corazón. Lo que Juan Bautista está indicando es el proverbio: "Si alguien te señala el cielo, no te quedes mirando el dedo". El sólo es dedo que señala al que viene.

La actitud de Juan es la única válida para los cristianos, tanto como individuos aislados como formando comunidad. Su misión -nuestra misión- es ser testigo de la Luz o indicar la presencia de Cristo en el mundo, procurando que nuestro testimonio sea transparente, que los hombres no tropiecen en nosotros, sino que descubran el rostro de Jesús. Tampoco nosotros tenemos ninguna importancia, no tenemos influencias, pero sabemos que Jesús se encuentra entre nosotros, sabemos que está en medio de nuestro mundo.

Al identificarse con la "voz que clama en el desierto" (Is  40,3), Juan conecta con la tradición profética. Y exhorta a los dirigentes a quitar los obstáculos que ellos mismos han puesto: "Allanen el camino del Señor". El Señor va a recorrer su camino y debe encontrarlo libre. Las autoridades son las que han torcido ese camino; han impedido la liberación que el Señor quiere hacer, manteniendo al pueblo en la esclavitud de la tiniebla.

Preparar el camino al que viene requiere una actitud activa y comprometida. Con nuestro trabajo tenemos que adelantar el día del Señor. Juan es un ejemplo de creyente convencido de verdad, que trata de "ser". Su acción brotó como consecuencia de su fe adulta.

El cristiano no puede vivir fuera del mundo (Jn 17,15); vive en una sociedad en la que sabe que está presente Jesús Resucitado, aunque no sea visible (Mt 28,20). Sabe que este mundo no es el fin, sino camino que construye la futura plenitud. Pero ¿cómo vivir en el mundo haciendo camino hacia el Reino? No hay exclusiones previas, no hay normas que resuelvan a priori los problemas. Es preciso vivir en el mundo, pero sabiendo juzgar, criticar, descubrir "lo bueno". Lo dice san Pablo: "Examínenlo todo, quédense con lo bueno" (I Tes 5,21). Y el criterio sobre lo bueno es el evangelio: será bueno todo lo que conduzca hacia el Reino, hacia más amor, más justicia, más libertad, más fraternidad... para todos.

"Allanen el camino del Señor" es quitar de nosotros todo lo que no responda a ese progreso hacia el Reino. Cada uno verá qué. Y es abrirse a todo lo que nos conduzca a él. Es un examen que cada uno puede y debe hacer.

¿Sabemos rechazar lo que es obstáculo al camino? ¿Qué es lo que estamos rechazando ahora? ¿Sabemos unirnos a lo que favorece este camino, venga de donde venga? ¿En qué lo demostramos? ¿Qué nos impide aceptar el Reino? ¿Qué nos "llena" en el camino hacia él de esperanza, de ilusión, de alegría...? No olvidemos que el evangelio es un anuncio de libertad, de esa libertad que tanta falta nos hace al hombre y a la sociedad de hoy.

La presencia de Dios, realidad oculta: Aparecen los fariseos. Serán los acérrimos adversarios de Jesús a lo largo de todo el evangelio. Es el grupo de los observantes y guardianes de la ley. Se han quedado en la letra de ella y por eso son enemigos del Espíritu. Han absolutizado a Moisés y se opondrán ferozmente a Jesús. Están muy dignamente representados en nuestra Iglesia de hoy. Al no identificarse con ninguno de los personajes previsibles y pretender ser enviado por Dios, Juan parece colocarse fuera de la tradición de Israel. La pregunta que le hacen es casi una acusación: "¿Por qué bautizas?" Era el bautismo lo que provocaba la alarma de los dirigentes, porque el hecho de bautizar estaba asociado de algún modo a las tres figuras mencionadas.

El bautismo significaba sepultar el pasado para empezar una vida nueva. El bautismo de Juan pedía la adhesión a la persona del Mesías, que comportaba la ruptura con las instituciones; aparecía como símbolo de un movimiento que avivaba el descontento existente respecto a los dirigentes. Era el signo de una liberación.

Desconcertados por sus negaciones, los representantes de los dirigentes han recibido como respuesta a su insistencia un mensaje de denuncia: son ellos los que impiden la obra liberadora de Dios: "Allanen el camino". Ahora les anuncia una noticia inquietante: el Mesías no es él, pero está ya presente y va a responder a los anhelos del pueblo.

"Yo bautizo con agua". Juan es consciente de que su bautismo será seguido de otro superior, y quita importancia al suyo. El agua pertenece al mundo físico y únicamente con lo físico puede tener contacto. El bautismo con "Espíritu Santo" (Jn 1,33) penetra en el interior mismo del hombre. El agua simboliza una transformación, pero es el Espíritu el único que puede realizarla. Su bautismo no es definitivo, sino solamente preparación para recibir a un personaje que va a llegar; sólo El dará el bautismo definitivo. Juan suscita un movimiento popular, en espera de Otro.

"En medio de Uds. hay uno que no conocen". El personaje al que mira su bautismo está ya presente, pero ellos no se han dado cuenta aún de su presencia. Los fariseos están incapacitados para reconocer el Espíritu. Lo mismo todos los que son -¿somos?- como ellos.

Tampoco nosotros lo reconocemos frecuentemente, pero está en nuestra vida. Esta frase, central en el presente pasaje, sigue resonando en nuestros oídos. Y es que la presencia de Dios es y será siempre una presencia oculta. Jesús vive a nuestro lado. ¿Cómo lo reconoceremos? ¿Queremos reconocerlo de verdad? Puede ser cualquiera, puede parecerse a cualquiera.

La verdad de la encarnación de Dios es muy difícil de ser aceptada. Llegamos a creernos a duras penas que Dios se encarnó en Jesús de Nazaret. Pero todo se complica cuando vamos entendiendo que Jesús está presente en cada persona que vive en el mundo (Mt 25,31-46; He 9,4-5). Esta encarnación-presencia de Jesús en la humanidad nos oprime. Si Dios vive entre nosotros, no podemos vivir tranquilos.

Dios se ha hecho solidario con todos los hombres. Lo que se le hace a cada persona, se le hace a Dios. Estamos tan cerca de Dios como lo estamos del prójimo. Cada ser humano es Dios al alcance de nuestra mano y de nuestro corazón. Pero somos demasiado "razonables" para poder entender esto y vivirlo en consecuencia. A lo máximo que llegamos es a decirlo, a "creerlo" de palabra.

¿Cómo es posible que Dios se pueda presentar "así"? Es éste un tema importante de reflexión para todos nosotros. Nuestro Dios es terriblemente "molesto". Su presencia será siempre desconcertante, dolorosa, comprometida, una llamada a la generosidad, a la justicia, a la libertad, a la fe, al amor...

No esperemos el "juicio final" (Mt 25,31-46) para entenderlo. Dios ha venido a habitar entre nosotros (Enmanuel). Tenemos que tener mucho cuidado para descubrirlo en los acontecimientos y en las personas que nos rodean.

No solemos aceptarle tal como se nos manifiesta. Tenemos una auténtica hostilidad a la forma que tiene Dios de manifestarse en el presente: nosotros queriendo alejarlo de nuestra vida, encumbrarlo, adorarlo tranquilo en el cielo; y El siempre cercano, a nuestro lado, delante de nosotros cuando nos ponemos a caminar por su camino y detrás cuando le pedimos evidencias. Nuestro Dios no es una idea, una imaginación; es una realidad que hace daño porque nos compromete a una acción en favor de todos los hombres.

Juan afirma su inferioridad: "No soy digno de desatar la correa de su sandalia". "Esto pasaba en Betania". La localización de Betania es insegura, hasta el punto que puede dudarse haya existido una localidad de tal nombre. Sin embargo, su localización, real o simbólica, es importante en el relato evangélico: será a este lugar donde Jesús se retire al final de su vida pública (Jn 12,1).

"En la otra orilla del Jordán". No es la Betania de Lázaro y sus hermanas. Esta nos recuerda el paso del río efectuado por Josué para entrar en la tierra prometida. Para anunciar la liberación que va a realizar Jesús, Juan se coloca en un territorio que evoca esa tierra, donde el propicio la purificación para entrar a la tierra de promesas de Dios, fuera de las instituciones judías.

Las actitudes diversas que el tiempo de Adviento nos invita a vivir con intensidad, hoy se destaca una: la alegría, el gozo. De hecho, hoy es aquel domingo llamado tradicionalmente «Domingo de Gaudete», precisamente por ese tono gozoso que sobresale a lo largo de toda la celebración.

Ya en la primera lectura Isaías anuncia el retorno del exilio como una gran noticia: Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos. Ante tal perspectiva la única reacción lógica es el entusiasmo: Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo. Se trata de la misma alegría y entusiasmo que María cantó en el Magníficat, hoy propuesto como salmo responsorial, por las maravillas obradas por Dios en su persona. Y san Pablo, en el fragmento de su primera carta a los de Tesalónica que leemos hoy, acaba de remachar el clavo: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.

Así pues, la actitud de espera, de preparación, y también aquel compromiso de anuncio, de testimonio, de esta venida del Señor, han de ir acompañados de un tono gozoso, festivo, alegre, sobre todo porque sabemos reconocer que el Señor ya ha venido, y sigue viniendo cada día, y ha hecho obras grandes por nosotros, por lo que debemos estarle agradecidos, esperando que continuará haciéndose presente. Todo lo cual queda muy bien resumido en la oración colecta del día: Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo; concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante.

«La alegría es el gigantesco secreto del cristiano» .

La gran verdad es que fuera del cristianismo no hay alegría. Tan vieja como las cartas de S. Ignacio de Antioquía, que -incluso cuando ya se sabía trigo de Cristo próximo a ser molido en los dientes de las fieras- se dirigía a sus fieles deseándoles «muchísima alegría».

En el mundo también hay alegría, es cierto; pero una alegría falsa y poco duradera. Alegría es el reclamo que coloca el mundo ante las diversiones más estúpidas o menos dignas. La fuente de nuestra perenne alegría debe brotar más hondo: la alegría viene de un fondo de serenidad que hay en el alma.

El motivo de nuestra alegría es porque Dios está cerca y porque viene a nosotros como Salvador, como Libertador (Ver Antífona de entrada). Aquí está la raíz de nuestra alegría: en que hemos sido rescatados del poder del maligno y trasladados a un mundo inundado por la gracia. En que Dios se ha hecho de nuestra carne y de nuestra sangre. En que su madre es nuestra madre y su vida es nuestra vida. En que somos pequeños y miserables, y llenos de defectos, para que en nosotros resplandezca el poder y la misericordia de Dios.

Toda la vida áspera y dura del Bautista está comprendida humanamente por dos soledades: la soledad del desierto y la soledad de la prisión, pero la revelación se encarga de dejar bien claro que el eje auténtico de la vida del Precursor se apoya en dos nota de júbilo y de alegría. Dice su madre Isabel: «Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo saltó de gozo el niño en mi seno» (Lc 01,44). «El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría que ha alcanzado su plenitud» (Jn 03,29).

“En medio de Uds. hay uno que no conocen». El personaje al que mira su bautismo está ya presente, pero ellos no se han dado cuenta aún de su presencia. Los fariseos están incapacitados para reconocer el Espíritu. Lo mismo todos los que son -¿somos?- como ellos.

Tampoco nosotros lo reconocemos frecuentemente, pero está en nuestra vida. Esta frase, central en el presente pasaje, sigue resonando en nuestros oídos. Y es que la presencia de Dios es y será siempre una presencia oculta. Jesús vive a nuestro lado.

¿Cómo lo reconoceremos? ¿Queremos reconocerlo de verdad? Puede ser cualquiera, puede parecerse a cualquiera. La verdad de la encarnación de Dios es muy difícil de ser aceptada. Llegamos a creernos a duras penas que Dios se encarnó en Jesús de Nazaret. Pero todo se complica cuando vamos entendiendo que Jesús está presente en cada persona que vive en el mundo (Mt 25,31-46; He 9,4-5).

Esta encarnación-presencia de Jesús en la humanidad nos oprime. Si Dios vive entre nosotros, no podemos vivir tranquilos. Dios se ha hecho solidario con todos los hombres. Lo que se le hace a cada persona, se le hace a Dios. Estamos tan cerca de Dios como lo estamos del prójimo. Cada ser humano es Dios al alcance de nuestra mano y de nuestro corazón.

Pero somos demasiado «razonables» para poder entender esto y vivirlo en consecuencia. A lo máximo que llegamos es a decirlo, a «creerlo» de palabra. ¿Cómo es posible que Dios se pueda presentar «así»? Es éste un tema importante de reflexión para todos nosotros. Nuestro Dios es terriblemente «molesto». Su presencia será siempre desconcertante, dolorosa, comprometida, una llamada a la generosidad, a la justicia, a la libertad, a la fe, al amor...

No esperemos al «juicio final» (Mt 25,31-46) para entenderlo. Dios ha venido a habitar entre nosotros. Tenemos que tener mucho cuidado para descubrirlo en los acontecimientos y en las personas que nos rodean.

PREPARACIÓN INTERIOR SIENDO HOMBRE NUEVOS (Col 3,9): Finalmente, tendremos que invitar a todos a intensificar la preparación personal. La Navidad ya está cerca, y todos corremos el riesgo de quedar atrapados por el trajín de los días previos a las fiestas. Hemos de dedicar un tiempo a la dimensión interior, espiritual, a la oración, para poder vivir y saborear de verdad lo que estamos a punto de celebrar. Tal como afirmaba san Pablo en la segunda lectura de hoy: Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo.


domingo, 3 de diciembre de 2023

DOMINGO II DE ADVIENTO – B (10 de Diciembre del 2023)

 DOMINGO II DE ADVIENTO – B (10 de Diciembre del 2023)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 1,1-8:

1:1 Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios.

1:2 Como está escrito en el libro del profeta Isaías: Mira, yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino.

1:3 Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos,

1:4 así se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.

1:5 Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.

1:6 Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:

1:7 Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias.

1:8 Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo". PALABRA DEL SEÑOR.

 REFLEXIÓN

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien en el Señor.

"Dios tiene mucha paciencia porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan" (II Pe 3,9). "Hablen al corazón de Jerusalén: Díganle que su culpa está pagada". Nos está hablando de la misericordia de su corazón. Dios está conmovido. No quiere el castigo del pecador, sino su arrepentimiento (Ez 33,11). El Dios de misericordia que no condena, ni reprocha, ni nos hace mala cara, viene en busca de la oveja perdida.

 Predicaba Juan Bautista en el desierto de Judea, que se convirtieran Marcos 1,1, como lo tenía que hacer el heraldo del Señor desde lo alto de un monte, del segundo Isaías, "Preparen un camino al Señor" con una conversión sincera: Convertirse es cambiar de actitud, retornar a Dios, que comporta arrepentimiento, enmienda, reconciliación con Dios y con los hermanos. "Allanen los senderos", para que su viento y su brisa encuentren el paso libre. Paso de la soberbia a la humildad, de la ira a la paciencia, del egoismo a la misericordia, gratitud y compasión; de la lujuria a la castidad; de la rebeldía a la observancia y obediencia, y del querer siempre tener razón, a la afabilidad con los hermanos. Decía santa Teresa: "cuanto más santas, más conversables con las hermanas".
El Evangelio de Marcos empieza así: Comienzo del Evangelio de Jesús, el Cristo, Hijo de Dios (Mc 1,1). Todo tiene un principio, también la Buena Noticia de Dios que Jesús nos comunica. El texto que nos proponemos meditar nos muestra cómo Marcos buscó este comienzo. Cita a los profetas Isaías y Malaquías y menciona a Juan Bautista, que preparó la venida de Jesús. Marcos nos muestra así que la Buena Noticia de Dios, revelada por Jesús, no ha caído del cielo, sino que viene de lejos, a través de la Historia. Y tiene un precursor, uno que ha preparado la venida de Jesús. También para nosotros, la Buena Noticia nos llega a través de las personas y los acontecimientos bien concretos que nos indican el camino que lleva a Jesús. Por esto, al meditar el texto de Marcos, conviene no olvidar esta pregunta: “A lo largo de la historia de mi vida, ¿quién me ha indicado el camino hacia Jesús?” Y una segunda pregunta: “¿He ayudado a alguno a descubrir la Buena Noticia de Dios en su vida? ¿He sido el precursor para alguno?”

Comentario del texto: Marcos 1,1: Comienzo del Evangelio de Jesús, Hijo de Dios
En la primera frase de su Evangelio, Marcos dice: Comienzo del Evangelio de Jesucristo, ¡Hijo de Dios! (Mc 1,1). Al final del Evangelio, en el momento de la muerte de Jesús, un soldado romano exclama: ¡Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios! (Mc 15,39). Al principio y al final está este título de Hijo de Dios. Entre el principio y el final, a lo largo de las páginas del evangelio, Marcos aclara cómo debe ser entendida y anunciada esta verdad central de nuestra fe: Jesús es el Hijo de Dios.

Juan el Bautista se presento en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados" ( Mc 1,4). Pero, al ver que venían muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: “Raza de víboras, ¿quién les ha enseñado a huir de la ira de Dios? Den, pues, frutos de  sincera conversión, y no crean que basta con decir: Tenemos por padre a Abraham.  Porque les digo que Dios puede de estas piedras dar hijos a Abraham” (Mt 3,7-9). La gran tentación de hoy para el hombre es: Que si toca o no del árbol prohibido (Gn 2,16) le da igual. Perdió el sentido del bien y del mal. "Le da igual ir al cielo o infierno". De ahí que preguntan a Jesus: ¿Por que dicen que primero vendrá Elias? Jesús les dijo que Elias ya vino y no lo reconocieron e hicieron lo que quisieron con el, así también harán sufrir al Hijo del hombre (Mt 17,10). 

“La Ley y los Profetas llegan hasta Juan. Desde entonces se proclama el Reino de Dios, y todos tienen que esforzarse para entrar en él” (Lc 16,16). Y para entrar o ser parte del Reino de Dios es indispensable el bautismo. Jesús dijo a Nicodemo: "Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. (Jn 3,5). Además, se nos dijo: "Que todos los pueblos sean mis discípulos bautizándolos en el nombre del padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19).

 El Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo, elementos constitutivos de la misión (trabajo evangelizador de la Iglesia)  y una misión efectiva suscita la salvación tal como Jesús mismo nos indica al decir: "Id por todo el mundo y proclamen el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará y quien se resiste en creer será condenado" (Mc 16, 15-16). El Bautismo es el primero y principal sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (Rm 4, 25), a fin de que "vivamos también una vida nueva" (Rm 6, 4). En el momento en que hacemos nuestra primera profesión de fe, al recibir el santo Bautismo que nos purifica, es tan pleno y tan completo el perdón que recibimos, que no nos queda absolutamente nada por borrar, sea de la pecado original, sea de cualquier otra cometida u omitida por nuestra propia voluntad, ni ninguna pena que sufrir para expiarlas. 

 La eficacia del Bautismo nos encamina a la santidad (Lv 11,45). Pero hay que tener en cuenta que no nos libra de las debilidades de nuestra naturaleza humana (Concupiscencia= efectos del pecado original) que tenemos que afrontar después del bautismo. Nosotros tenemos que combatir los movimientos de la concupiscencia que no cesan de incitarnos al mal" (NC Nº 977-978). Al respecto San Pablo dice: “No entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que no quiero” (Gal 5, 17). “Sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí” (Rm 7,18-19). “Cada uno es probado por su propia concupiscencia que le arrastra y le seduce. Después la concupiscencia, cuando ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, una vez consumado, engendra la muerte” (Stg 1,14-15).

El Señor delego a la Iglesia en sus ministros consagrados la misión de administrar los sacramentos como el bautismo y la reconciliación al decir: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". (Mt 16,18-19). Por medio del sacramento del bautismo la Penitencia, el bautizado configura con Jesús y se reconcilia con Dios y con la Iglesia

Hoy, segundo domingo de adviento: “Juan el Bautista se presentó en el desierto, proclamando el bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Mc 1,4). Luego recalca: “Detrás de mí viene el que es más poderoso que yo, ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo" (Mc 1,7-8). Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo” (Jn 1,29-30). “Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, él me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu  y que permanece sobre él, este es el que bautiza con el Espíritu Santo” (Jn 1:33). “Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios" (Jn 1,34).

Para comprensión mejor el evangelio de hoy, recordemos aquella cita donde Jesús nos dice: “Salí del Padre y viene al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre” (Jn 16,28). En la primera venida el Hijo de Dios viene como cualquiera de nosotros: De las entrañas de una mujer: (Lc 1,26-38). Este misterio de la encarnación del Hijo de Dios (Jn 1,14) celebraremos en la navidad y para ello nos preparamos en este tiempo de adviento, tiempo de espera. ¿Para qué vino el Hijo de Dios? Para invitarnos al reino de Dios, es la misión del Hijo, por eso al inicio de su vida pública nos dice: “El tiempo se ha cumplido, y el Reino de Dios está cerca conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Pero, también más luego a la pregunta de los fariseos ¿Cuándo llegaría el Reino de Dios. Jesús respondió: El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: Está aquí o Está allí. Porque el Reino de Dios está entre ustedes" (Lc 17,20-21). Además Jesús agrega: “Si yo expulso a los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20). Jesús es el despliegue del Reino de Dios y entrar o estar en el reino de Dios es estar Con Dios: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros" (Mt 1,23).

A diferencia del domingo anterior en el que hemos resaltado la actitud de espera a la segunda venida del Hijo en su estado glorioso (Mc 13,33.35.37), que será para premiarnos (Mt  16,27). Hoy resaltamos su primera venida en su naturaleza humana (Jn 1,14), que será para invitarnos al Reino de Dios, para eso tenemos que bautizarnos: “Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a Juan Bautista, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados” (Mc 1,5). Pero el bautismo tiene elementos como requisitos que cumplir, así por ejemplo se nos dice: Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras,  ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca?  Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham” (Mt 3,7-9).

El año pasado tuvimos como hilo conductor en nuestras reflexiones la cita: “Un hombre preguntó al Señor: ¿Qué obras buenas debo hacer para conseguir la Vida eterna?” (Mt 19,16). Este año también reiteramos esta inquietud: “Un hombre corrió hacia Jesús y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?" (Mc 10,17). Como es de ver, el tema recurrente es la salvación. En el inicio del adviento y durante el año iremos preguntándonos ¿Qué he de hacer o hemos de hacer para obtener la vida eterna? El domingo anterior se nos ha dicho que: “Tengan cuidado y estén vigilantes, porque no saben cuándo llegará el momento” (Mc 13,33). Hoy nos dice que para obtener nuestra salvación debemos entrar o ser parte del Reino de Dios. ¿Cómo se es parte del reino de Dios? Bautizándonos y para  el bautismo hace falta nuestra sincera conversión (Mt 3,7). Y este tiempo de adviento es tiempo propicio para renovar nuestro bautismo mediante el sacramento de la reconciliación.

Hay que tener en cuenta sobre aquella cita: “Las necias dijeron a las prudentes: ¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan? Pero estas les respondieron: No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado. Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: "Señor, señor, ábrenos, pero él respondió: Les aseguro que no las conozco. Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora” (Mt 25,8-13). Debemos estar bautizados todos, eso es importante, pero luego debemos ejercer el don del bautismo en nuestra vida. Si no  somos creyentes comprometidos con nuestra fe en la Iglesia, seremos como las mujeres necias que tenemos lámparas pero las tenemos apagadas. Y si tenemos apagadas la luz de la fe, no podremos entrar en el banquete de boda del cordero (cielo). Pero, ¿no basta ser bautizados? El bautismo es importante, pero luego hay que practicar o ejercer la fe. Las mujeres necias tienen lámparas pero no tiene aceite y no alumbra.

"Quien se bautice se salvara" (Mc 16,15). El primer  efecto del bautismo es la destrucción del pecado y el hombre arrancado del pecado y acompañado de sus obras de caridad tiene a su favor la salvación. Se ve claramente ya en el A.T. y en numerosos textos bíblicos donde se afirma que los pecados son borrados, quitados, lavados, purificados: “Yo soy, yo mismo soy el que borro tus iniquidades... y no me acordaré de tus pecados” (Is 43,25); “Hagan, penitencia y conviértanse, para que sean borrados sus pecados (He 3,19). La justificación misma que no es sólo remisión de los pecados;  sino que la justificación arranca al hombre del pecado".

El segundo efecto del bautismo es la conversión "pone" algo en el alma. La Sagrada Escritura lo afirma diciendo que se trata de una renovación interior del hombre: “Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo. Arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios. Los salvaré de todas sus impurezas” (Ez 36,26-29).

En dos ocasiones emplea san Pablo la imagen del cambio de vestidura para referirse a la conversión (transformación) que actúa el Espíritu Santo en el hombre: “Han sido encaminados conforme a la verdad de Jesús a despojarse, en cuanto a su vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de su mente, y a revestirse del hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4,20-24; Col 3,9-10).

El Apóstol toma de la escatología judía este tema del hombre viejo y el hombre nuevo para expresar la transformación que supone en el hombre la nueva vida en Cristo. El «hombre nuevo» es como el prototipo de una nueva humanidad recreada por Dios en Cristo (Ef 2,15). Constituye el centro de la nueva creación (2 Co 5,17; Ga 6,15) que Cristo ha obtenido restaurando con su sangre todas las cosas desordenadas por el pecado (Col 1,15-20). Si el hombre viejo representa a la humanidad creada a imagen de Dios pero condenada después por desobediencia a la esclavitud del pecado y de la muerte (Rm 5,12), el hombre nuevo es el hombre recreado en Cristo, que ha recuperado la imagen de su Creador (Col 3,10).

Tanto esta contraposición como la anterior describen dos órdenes existenciales e históricos: «El hombre viejo o deteriorado por el pecado es el que procede de Adán, creado por Dios del barro de la tierra, e inclinado al barro tras el pecado. El hombre nuevo es el recreado por la acción del Espíritu a imagen de Cristo. Un linaje viene por la carne y trae consigo las limitaciones de la carne; está realmente sometido a la concupiscencia, al dolor y a la muerte. El otro linaje viene por el Espíritu y trae consigo la Fuerza del Espíritu. El orden de la carne o puramente animal es realmente terreno y mortal; el del Espíritu lleva un principio real y eficaz de resurrección». Nos encontramos ante dos linajes o dos modos de vida: el de la carne y el del espíritu; el del hombre viejo y el hombre nuevo.

San Pablo dice: “Uds. aprendieron de Jesús que es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo, que se va corrompiendo dejándose arrastrar por los deseos engañosos, para renovarse en lo más íntimo de su espíritu y revestirse del hombre nuevo, en la justicia y en la verdadera santidad” (Ef 4,22-24). El tema del hombre viejo y hombre nuevo proviene de la escatología judía; y  el del hombre exterior e interior es de origen griego. Esta segunda contraposición completa la primera haciendo referencia más concretamente a la pugna que existe dentro del mismo hombre que recibe al Espíritu. Ese combate entre el cuerpo pasible y mortal y la parte racional del hombre, es una ley de experiencia que el mismo Apóstol sufre (Rm 7,21-23).

Juan Bautista nos dice: “Detrás de mí viene el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo” (Mc 1,7-8). La actuación del Espíritu se inicia en el interior del hombre y transforma por completo el ser del hombre. El hombre interior se relaciona con lo íntimo del hombre transformado por el Espíritu Santo: es el hombre nuevo en Cristo; en contraste con él aparece el hombre exterior, lo que queda del hombre viejo caduco y mortal, con la concupiscencia inclinada hacia las cosas de este mundo. Mientras el hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se renueva día tras día (2 Co 4,16), anticipando la completa realización de la nueva humanidad en camino hacia la santidad.

Si ya estamos convertidos, San Pablo nos exhorta: “Déjense conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren” (Gal 5,16-17). Quien vive guiado por el espíritu no da lugar a la apetencia de la carne, y el que vive según la carne vive en: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios” (Gal 5,19-21). Pero si vivimos guiados por e espíritu, entonces viviremos en: “Amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está de más, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos” (Gal 5,22-24). Quienes vivimos en estos principios ya somos hombre nuevos y hemos entrado a ser parte del Reino de Dios porque llevando la vida de santidad somos como san Pablo bien nos dice: “Vivo yo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20).

Para ser perseventes en la vida de santidad no olvidemos el consejo del Señor: “Estén despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está fuerte, pero la carne es débil" (Mt 26,41). El tiempo adviento es tiempo de renovar nuestro compromiso, tiempo de oración, penitencia y reconciliación. Es tiempo de reabastecernos de aceite y tener encendida las lámparas, tiempo nuevo o tiempo de conversión.