sábado, 7 de diciembre de 2013

II DOMINGO DE ADVIENTO - A (8 de Diciembre del 2013)



II DOMINGO DE ADVIENTO - A (8 de diciembre del 2013)

Evangelio de San Mateo 3,1-12:

En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca». A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: "Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos".

Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: «Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca?

Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: «Tenemos por padre a Abraham». Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible». P:ALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos en la fe Paz y Bien.

El domingo pasado hemos inaugurado este tiempo de adviento y en ella el Señor nos ha dicho: “Estén preparados, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor… preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24,42-44). Y hemos dicho que este tiempo de adviento es el resumen de todo el tiempo de espera del Mesías que es el Antiguo Testamento

De hecho, este Segundo Domingo de Adviento se nos describe en la sagrada escritura el comienza del cumplimiento de todas las profecías respecto al Mesías. Comienza algo nuevo como dice el profeta Isaías: “Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor” (Is 11,1-2).

Hoy el evangelio dice: “En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3,1-2). Y más adelante dice: “Produzcan el fruto de una sincera conversión” (Mt 3,8). Y termina la enseñanza: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Mt 3,11). Haciendo clara referencia al profeta. “El no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir: juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres de país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas” (Is 11,3-5).

La figura de Juan Bautista que aparece en este tiempo de adviento no aparece con un hombre nuevo y distinto, sino que es hombre nuevo y distinto. Viste distinto. Come distinto. Habla distinto. Atrae a la gente de una manera distinta. Comienza el anuncio de algo nuevo. Comienzan a sentirse aires nuevos. Hasta el desierto comienza a oler a primavera. Si se dan cuenta, parece un hombre nuevo, un hombre extraño. Aparece el anuncio de algo diferente. Ya no es la repetición del pasado, sino de algo nuevo. Da gusto cuando uno descubre cosas nuevas y las cosas nuevas tienen que ver con el espíritu de Dios.

Ya no se predica la ley ni el templo, sino que se predica que el Reino de Dios está cerca (Mt 3,2). Da gusto cuando a uno le anuncian no los arreglos del pasado, sino algo que está brotando como nuevo (Is 11,1. Juan no es un una hombre cualquiera. Juan se siente a sí mismo como alguien diferente. Viste diferente, come diferente, habla diferente y hasta predica en lugares diferentes. Juan no es de los que se cree más, sino de los que disfruta anunciando que otro es más que él y ni siquiera es digno de desatarle las sandalias de ese alguien importante que es el Mesías (Mt 3,11).

¿Se han dado cuenta de cómo el Evangelio comienza presentando a Juan el Bautista como “palabra”? Hoy está de moda decir que las palabras se las lleva el viento, que ya no creemos en las palabras. Sin embargo, todavía hay palabras que merecen ser escuchadas. No hay palabra más auténtica que la palabra hecha vida (Jn 1,14). La vida de Juan el Bautista es toda ella una palabra. Es palabra cuando está cargada de coraje de decir la verdad tanto a Herodes como a Horodías de rechina los dientes de rabia y no para hasta que logra darle muerte. La muerte, como testimonio de la verdad, es la mejor palabra. Dicen que la muerte tapa definitivamente la boca. Yo diría que la muerte abre definitivamente la boca: “Ahí está el Cordero, el que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29).

Juan Bautista puede resultar un hombre raro para nuestra cultura post moderna, como es raro todo aquel que es capaz de caminar por donde los demás no suelen caminar. Es capaz de alejarse de la ciudad de Jerusalén, e incluso de su Templo, para instalarse en el desierto, libre como el viento del mismo desierto. Un hombre que no se dedica a estudiar la ley ni a enseñar grandes teorías. Es un hombre cuya misión es enseñar a vivir de una nueva esperanza y un nuevo horizonte. Tiene una misión única como todos los que quieren ser originales. “Preparar los caminos a Dios que está viniendo” (Mt 3,2).

Juan no es sino una voz que grita, una voz que proclama el cambio, una voz que grita la presencia de alguien todavía invisible en el desierto; pero que ya está; ya comienza a despuntar la aurora. Hoy necesita nuestra iglesia de esos hombres, extraños, raros, que gritan donde no hay nadie para que se acerquen todos. Necesitamos de profetas que todavía saben soñar mundos nuevos, que saben soñar mundos para Dios. Soñar en el amor de Dios, soñar en una esperanza real.

Este Segundo Domingo del Adviento nos habla de caminos, por tanto, nos habla de caminantes. Caminos que cada día van arando la tierra de nuestro corazón con ese impulso del cambio. Con ese despertar nuevas ilusiones y esperanzas nuevas. Es el momento de los que se sienten llamados por la gracia camino de nuevos planes, fruto de corazones nuevos. No se puede crear lo nuevo con un corazón viejo y cansado.

Las palabras de Juan Bautista que de alguna forma resume este tiempo de adviento: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3,2). Nos permite traer a colación otro elemento importante en este tiempo el del ayuno y reconciliación y al respecto el profeta nos describe muy claro: 

“Grita a voz en cuello, no te contengas miedo, alza tu voz como una trompeta: denúnciela a mi pueblo su rebeldía y sus pecados a la casa de Jacob! Ellos me consultan día tras día y quieren conocer mis caminos, como lo haría una nación que practica la justicia y no abandona el derecho de su Dios; reclaman de mí sentencias justas, les gusta estar cerca de Dios y se quejan: «¿Por qué ayunamos a tú no lo ves, nos afligimos y tú no lo reconoces?». Porque ustedes, el mismo día en que ayunan, se ocupan de negocios y maltratan a su servidumbre. Ayunan para entregarse a pleitos y querellas y para golpear perversamente con el puño. No ayunen como en esos días, si quieren hacer oír su voz en las alturas, ¿Es este acaso el ayuno que yo amo, el día en que el hombre se aflige a sí mismo? Doblar la cabeza como un junco, tenderse sobre el cilicio y la ceniza: ¿a eso llamas ayuno y día aceptable al Señor? Este es el ayuno que yo amo –oráculo del Señor–: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardarán en cicatrizar; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: «¡Aquí estoy!». Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como al mediodía. El Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan” (Is. 58,1-11).

sábado, 30 de noviembre de 2013

I DOMINGO DE ADVIENTO - A (01 de Diciembre del año 2013)



ADVIENTO 1 - A (1° de Diciembre del 2013)

Lectura del Evangelio de San Mateo 24,37-44

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.

De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada. PALABRA DEL SEÑOR.


Estimados(as) hermanos(as) en la fe, Paz y Bien.

Dice el Señor Dios. “Yo soy el alfa y omega, principio y fin” (Ap 1,8). Dice también: “El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasaran” (Mc 13,13). O también aquellas palabras: “Ya llega el novio salgan a su encuentro” (Mt 25,6). Palabras bíblicas que nos permiten entrar a un tiempo nuevo. Hoy inauguramos el año nuevo litúrgico Ciclo A-2014. Aunque aún que seguimos en el año 2013 pero ya en el último mes. Y empezamos con el tiempo de adviento, tiempo que nos prepara para una fiesta grandiosa, la fiesta del Niño Jesús. Y empezamos con bendiciendo la corona de adviento y encendiendo la primea vela.

La tradición litúrgica de nuestra iglesia nos presenta cada año el rito de las cuatro velas, una cada semana, es decir estaremos durante cuatro semanas en tiempo de conversión y cambio. Pueden pasar como un rito casi intrascendente. Sin embargo, siguen teniendo el simbolismo de algo que se enciende, de una luz nueva que alumbra nuestras vidas. Como una esperanza que se enciende en nosotros. Decía mismo Jesús: “Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Y encender la primera vela significa el inicio de la espera en vigilia o en vela.

Pienso que este rito que celebramos al comienzo de cada Misa los domingos del Adviento debiéramos repetirlo luego en nuestros hogares con toda la familia. Un miembro de la familia las enciende mientras otro, preferible el padre o la madre, leen en voz alta la oración correspondiente. Una manera que tiene la familia de vivir a la espera de la Navidad. Una manera que tiene la familia para afirmar su esperanza y su fe en aquel a quien esperamos con gozo. Un gozo que ha de ser experiencia espiritual de “esperar a Alguien”. El gozo de sentir que interiormente nuestros corazones se van iluminando y abriendo para recibir a Jesús. No es cuestión de hacer “Nacimientos” bonitos, es cuestión de hacer de nuestro hogar todo un nacimiento. Un nacimiento no de cartones, sino de vidas, de corazones conversos a la luz de dos que es la gracia suprema.


RITO DE BENDICION DE LA CORONA DE ADVIENTO:


Monición:

Al comenzar el nuevo año litúrgico vamos a bendecir esta corona con que inauguramos también el tiempo de Adviento. Sus luces nos recuerdan que Jesucristo es la luz del mundo. Su color verde significa la vida y la esperanza. El encender, semana tras semana, los cuatro cirios de la corona debe significar nuestra gradual preparación para recibir la luz de la Navidad.

Oración al comienzo del Adviento:

La tierra, Señor, se alegra en estos días y tu Iglesia desborda de gozo ante tu Hijo, el Señor, que se avecina como luz esplendorosa, para iluminar a los que yacemos en las tinieblas de la ignorancia, del dolor y del pecado. Lleno de esperanza en su venida, tu pueblo ha preparado esta corona con ramos del bosque y la ha adornado con luces. Dígnate derramar tu bendición en ella para que vivamos este tiempo de conversión según tu voluntad practicando obras de misericordia y caridad para que cuando llegue tu hijo seamos con él admitidos a su reino…+… en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo, Amén.

Oración del primer domingo de Adviento:

Encendemos, Señor, esta luz, como aquel que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene. Muchas sombras nos envuelven. Muchos halagos nos adormecen. Queremos estar despiertos y vigilantes, queremos caminar alegres hacia ti, porque Tú nos traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven, Señor Jesús!

Unidos en una sola voz digamos Padre nuestro...

V. Ven Señor Jesús, haz resplandecer tu rostro sobre nosotros.
R. Y seremos salvados.

REFLEXIÓN:

¿De qué se trata el tiempo de Adviento? Se trata de una esperanza de siglos (todo el Antiguo Testamento) que, después de mucha espera, recién comienza a realizarse. Pero, aunque parezca mentira y nos obliga a esperar, la esperanza misma ya es una razón para seguir mirando lejos. Puede que nosotros no veamos todavía nada, pero la fuerza de la esperanza nos da esa seguridad de que “vendrá”, lo “lograremos”. Por eso mismo quien tiene esperanza firme en lo nuevo, no se desanimará aunque tarde. Son muchos los desilusionados de todo. Desilusionados de ellos mismos. Desilusionados de la familia, de la sociedad, de la política, de la economía, incluso desilusionados de la Iglesia misma. Mientras nos enredamos en esas desilusiones, dejamos de ver amanecer una luz de esperanza que nos dice que todo puede cambiar.

Hoy comenzamos el camino del Adviento, camino de preparación para el que ha de venir al final de los tiempos, pero que nosotros la vivimos mejor, esperando al que ha de venir en estas Navidades, ese Dios encarnado es la “Esperanza de Dios” y que está llamado a ser la razón de nuestra esperanza. Porque lo que nosotros no podemos, sabemos que Él sí lo puede y con Él, también nosotros. No es la esperanza que viene de nuestros sueños. Es la esperanza de Dios “que ama tanto al mundo que entrega a su propio Hijo para que todos los que creen en el tengan vida eterna” (Jn 3,16). Ahí está el porqué y el para qué de nuestro esperar.

De tanta insatisfacción nos estamos quedando sin esperanza, sin ganas de luchar comprometernos de verdad. Por eso nos quedamos arañando las cosas. Prepararse para la Navidad ha de ser un levantar la cabeza por encima de nuestras dificultades, un mirar por encima de nuestras inmediateces, un ser conscientes de que nunca una noche ha vencido al amanecer, y nunca un problema ha vencido a la esperanza.

El evangelio de hoy inicia con aquellas palabras de Jesús que se remite a los sucesos del A. T. “Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca…” (Mt 24,37-38). Y termina con las mismas: “Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24,44). Jesús nos exhorta prepararnos y este tiempo de adviento es para esa preparación, pero ¿Cómo prepararnos?

San Pablo en la carta a los Romanos nos da pautas de cómo puede ser una buena preparación. Todo un programa de vida. Primero, que tomemos conciencia del momento en que vivimos. Segundo, que despertemos los que vivimos dormidos. Estamos metidos en la noche, pero ahí está la esperanza “el día se echa encima”, es hora de dejar las obras de las tinieblas y armarnos con las obras de la luz. A vivir como en pleno día. Y añade algo más: nada de entregarnos a la vida del placer y menos todavía a las riñas y enemistades. Para ello es el momento de revestirnos del Señor Jesús. ¿No le parece todo esto todo un plan de vida capaz de cambiar las cosas?

En resumidas cuentas, lo primero que la Palabra de Dios nos pide en este Primer Domingo de Adviento es que abramos los ojos, que dejemos esa vida en tinieblas que nos atonta y nos impide ver la realidad. Uno de nuestros peores problemas es no darnos cuenta de la realidad en la que vivimos, es como enterarnos de las cosas después que han pasado. La única manera de vivir la realidad y de comprometernos con ella, es tomar conciencia de lo que pasa. Pablo nos habla claro, hay que despertarse del sueño. Es cierto que la noche va avanzada, pero también el día está encima en que todo quedará al descubierto. Los problemas pueden ser grandes, pero también las soluciones se hacen cada vez más posibles. Para ello es preciso andar añorando la plena luz del día y no a tientas en la oscuridad. Comencemos el Adviento despiertos, con lo ojos abiertos, para que la venida de Jesús no nos tome a todos por sorpresa.


No vaya a sucedernos como a las mujeres necias del evangelio: “A medianoche se oyó un grito: "¡Ya viene el esposo, salgan a su encuentro!". Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: "¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?". Pero estas les respondieron: "No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado". Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: "Señor, señor, ábrenos", pero él respondió: "Les aseguro que no las conozco". Por tanto, estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora” (Mt 25,6-13).

DOMINGO XXXIV - C (24 de Noviembre del 2013)


DOMINGO XXXIV – C (24 de Noviembre del 2013)

Lectura del Evangelio de San Lucas 23,35-43

En aquel tiempo, el pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!». También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!».

Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». El le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».  PALABRA DEL SEÑOR.


Estimados hermanos en el Señor, Paz y Bien.

Finalmente llegamos al último domingo de este tiempo litúrgico ciclo C con la solemnidad de Jesucristo rey del Universo y curiosamente es título Rey, Dios arranca de los labios de los mismos verdugos del Hijo. Estas cosas solo puede hacer Dios, saber sacar una revelación de verdad “aun en son de burla para los hombres”, pero Dios sabe sacar una revelación de tales verdades hasta de una piedra: “También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!» (Lc 23,36-37).

Lucas lo ha expresado admirablemente en el texto evangélico que hemos leído, dibujando un escenario perfecto de entronización, en el que no falta detalle. El pueblo contempla la escena desde una cierta distancia; cerca del trono en el que se sienta el rey están, rodeándole, las autoridades civiles y militares, que son las únicas que pueden dirigirse a él directamente; aunque entre ellos destacan los consejeros más próximos que le hablan de tú a tú, sin intermediarios ni protocolo. Este escenario formal, dibujado por Lucas con toda intención, se llena de un contenido que poco o nada tiene que ver con alegato alguno a favor de la monarquía o de cualquier otro sistema político. Aquí la analogía usada funciona por contraste, pues se trata de algo completamente distinto. El pueblo que contempla de lejos no aclama, sino que primero ha exigido la ejecución de Jesús (cf. Lc 23, 18), aunque, como indica el mismo Lucas, después se duele de lo que ha visto (“se volvieron golpeándose el pecho”).

Las “autoridades civiles y militares”, son los altos magistrados judíos y los soldados romanos, que insultan a Jesús, tentándole, igual que el diablo en el desierto (“si eres hijo de Dios…”), para que use el poder en beneficio propio. Los consejeros más próximos son criminales, uno de los cuales también apostrofa al Rey escarneciéndolo. El rey del que hablamos tiene por trono la cruz, instrumento de tortura y ejecución para los criminales y los esclavos. Incluso el letrero en escritura griega, latina y hebrea, anunciando “éste es el rey de los judíos”, no deja de estar cargado de ironía, que denigra no sólo al supuesto rey en su extraño trono, sino también (ahí los romanos no perdieron la oportunidad) al pueblo que tiene un rey así. La Iglesia y la liturgia, al decirnos que Jesús es Rey y que ha vencido, nos presentan una imagen de esta realeza y su victoria que no puede dar lugar a equívocos o asimilaciones.

Si ser proclamado rey significa ser enaltecido y elevado, es claro que la “elevación” de Jesús es de un género completamente distinto. En el evangelio de Juan se habla de “elevación” y “glorificación” para referirse a la cruz. En Lucas no se habla, pero se “ve” lo mismo. Si la exaltación significa ponerse por encima de los demás, en Jesús significa, al contrario, abajarse, humillarse, tomar la condición de esclavo (cf Flp 2, 7-8). Aquí entendemos plenamente las palabras de los israelitas a David cuando le proponen que sea su rey: “somos de tu carne”. Jesús no es un rey que se pone por encima, sino que se hace igual, asume nuestra misma carne y sangre, nuestra fragilidad y vulnerabilidad. Por eso mismo, lejos de imponerse y someter a los demás con fuerza y poder, él mismo se somete, se ofrece, se entrega. Y ahora podemos comprender un nuevo rasgo original y exclusivo de la realeza de Cristo: pese a ser el único rey por derecho propio, es, al mismo tiempo, el más democrático, porque Jesús es rey sólo para aquellos que lo quieren aceptar como tal.


De nuevo en la primera lectura comprendemos que el sentido pleno de la elección libre del rey David por parte de los israelitas se da sólo en Cristo. De hecho, a lo largo de la pasión de este extraño rey, tal como la narra Lucas, van apareciendo personajes que lo eligen y aceptan pese a su terrible destino o precisamente por él: de entre el pueblo, las mujeres que se dolían y lamentaban por él (cf. Lc 23,  26) y otras que con sus conocidos se mantienen cerca de la Cruz (cf. 23, 49); de entre las “autoridades civiles y militares”, José de Arimatea, que reclama el cadáver, y el centurión romano que confiesa la justicia de Jesús y glorifica a Dios (cf. 34, 47. 50-53). Por fin, también uno de los “consejeros más próximos”, el buen ladrón, que expone su causa al tiempo que reconoce el Reino que los ojos simplemente humanos son incapaces de ver (cf. Lc 23, 40-43).

sábado, 16 de noviembre de 2013

DOMINGO XXXIII - C (17 de noviembre del 2013)



DOMINGO 33 - C (17 de noviembre del 2013)

Evangelio de San Lucas  21, 5 - 19:

En aquel tiempo dijo Jesús a algunos que ponderaban la belleza del  Templo, por la calidad de la piedra y los adornos: “Esto que ven, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida.” Le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?” Él dijo: “Miren, no se dejen engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, no se aterren; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato.”

Entonces les dijo: “Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo. “Pero, antes de todo esto, les echarán mano y les perseguirán, entregándoles a las sinagogas y cárceles y llevándoles ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto les sucederá para que den testimonio. Hagan el propósito, de no preocuparse de cómo se defenderán, porque yo les daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos sus adversarios.

Serán entregados por sus padres, hermanos, parientes y amigos, y les matarán a algunos de Uds. y serán odiados por todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de su cabeza. Con su perseverancia salvaran sus almas .”PALABRA DELE SEÑOR".

REFLEXIÒN:

Estimados amigos(as) en el Señor, Paz y Bien.

Este episodio del mensaje del evangelio de hoy me trae a memoria lo de la torre de babel: “Cuando los hombres emigraron desde Oriente, encontraron una llanura en la región de Senaar y se establecieron allí. Entonces se dijeron unos a otros: «¡Vamos! Fabriquemos ladrillos y pongámoslo a cocer al fuego». Y usaron ladrillos en lugar de piedra, y el asfalto les sirvió de mezcla. Después dijeron: «Edifiquemos una ciudad, y también una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo, para perpetuar nuestro nombre y no dispersarnos por toda la tierra» (Gn 11,2-4). Pero completa la idea el salmista: “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los albañiles; si el Señor no custodia la ciudad en vano vigila el centinela. Es inútil que ustedes madruguen; es inútil que velen hasta muy tarde y se desvivan por ganar el pan: ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen! (Slm 126). La gran tentación y constante del hombre es escapar de Dios y vivir a su capricho: “Al oír la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín, a la hora en que sopla la brisa, se ocultaron de él, entre los árboles del jardín. Pero el Señor Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?». «Oí tus pasos por el jardín, respondió él, y tuve miedo porque estaba desnudo. Por eso me escondí». El replicó: «¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol que yo te prohibí?». El hombre respondió: «La mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él». El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Cómo hiciste semejante cosa?». La mujer respondió: «La serpiente me sedujo y comí» (Gn 3,8-13)

Tuvo mucha razón el religioso y clérigo, Jacobo Benigno Bossuet cuando dijo: “Todo es Dios menos Dios mismo.” Hemos convertido en “dios” todos nuestros caprichos, al progreso, al desarrollo, al dinero, al bienestar, al placer del sexo, al placer del turismo. Hoy nos sobran “dioses” pero eso sí, hemos olvidado al mismo Dios. Resulta curioso, por una parte nos empeñamos en negar a “Dios” y, por otra, nos pasamos la vida creando “dioses”. ¿Alguien podrá vivir sin Dios? Está demostrado que no.  Pero el problema es que nos hemos creado muchos y falsos prejuicios respecto al Dios que Jesús nos ha presentado, creemos que el verdadero Dios nos complica la vida, preferimos inventarnos nuestros “dioses” pero ¿esos dioses de nuestros caprichos nos salvará o por lo menos nos dará felicidad eterna? ¿El dios dinero nos dará felicidad? Claro que no.

 Hoy Jesús nos ha dicho que estas maravillas de las construcciones habrá del saber humano, todo se vendrá abajo, no quedara piedra sobre piedra (Lc 21,6). ¿Se imaginan lo que diría Jesús hoy contemplando nuestros templos? ¿Se imaginan lo que diría Jesús hoy contemplando nuestras ciudades modernas? ¿Se imaginan lo que diría Jesús hoy contemplando nuestras casas o edificios? La gente se admiraba de la belleza del templo de Jerusalén, por sus piedras. Es decir, se admiraba de lo que algún día desaparecería. ¿Cuánta sabiduría, cuantos proyectos, cuánto dinero para el cemento; pero cuánto de empeño ponemos a nuestra vida en Dios?.

La inmensa mayoría de turistas que visita nuestros templos  y monumentos arquitectónicos se lleva unas fotos como recuerdo, pero cuántos se llevan una experiencia de Dios. Templos que cuesta una cara mantenerlos. Templos que terminan siendo incluso patrimonio del Instituto Nacional de Cultura, que no se pueden tocar sin su autorización. Son un tesoro y un valor para fomentar nuestro negocio del turismo. ¿Y dónde queda Dios? La inmensa mayoría de turistas ni siquiera se entera que está el Santísimo en tal templo. Todos se quedan con la belleza física y material.

Los templos levantados por grandes arquitectos son ahora los templos que atraen a la gente. En cambio, ¿alguien se fija en los verdaderos templos que somos nosotros y donde realmente habita Dios? Creo que los templos van a quedar para el turismo. Al final de todo, nos quedaremos con el único gran templo que será Jesús porque del resto no quedará piedra sobre piedra. Y que nadie se atreva a asumir el rol del Jesús, por eso nos pone de sobre aviso: no crean a los que dicen: “Está aquí, soy yo.” “No les sigan.” Y hoy no faltan falsos mesías a quienes muchos siguen. Jesús anuncia tiempos difíciles y, además, anuncia tres situaciones nada fáciles.

En primer lugar, no faltaran falsos profetas. Incluso tratando de engañarnos presentándose como el verdadero Jesús. En realidad nunca han faltado esos falsos profetas que tratan de arrastrar seguidores. Querer asumir la figura de Jesús y tratar de convencernos que ellos son la verdad y como si Jesús se encarnase en ellos, es una de las grandes tentaciones por las que todos pasamos. Aquí es preciso estar atentos y tener el espíritu del discernimiento. Dijo Jesús: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del infierno no prevalecerá contra ella. Yo te dará las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo». Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías” (Mt 16,18-20). Jesús siempre habla de una única iglesia y no de varias iglesias.


A veces no se atreven a decir que ellos son Jesús, pero son muchos los que sí se atreven a decir que “Jesús les ha revelado la verdad”. Sólo así se explica esa proliferación de Sectas que pululan por todas partes. Y dicen ser solo ellos quienes tienen la verdad. Solo ellos son la verdadera Iglesia y el verdadero camino. Es muy cierto que Jesús dijo: “Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí –como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre– y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a ellas también las traeré: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño porque hay un solo Pastor” (Jn 10,14-16). Por eso Jesús es claro al decirnos, “porque muchos vendrán usando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “El momento está cerca; no vayan tras ellos.”

Lo segundo, Jesús anuncia toda una serie de cataclismos, en el cielo y en la tierra. Estos siempre se han dado y seguirán dándose. No podremos construir lo nuevo sin destruir la viejo.


Finalmente, lo tercero, será que llegará el momento en que aún entre nosotros habrá divisiones y persecuciones. Incluso en la misma familia habrá esos conflictos, pero Jesús nos invita a no desesperarnos sino a seguir confiando en Él. Nos invita a seguir perseverando a pesar de todo. Solo la perseverancia hasta el final nos salvará. “Ustedes serán entregados a la tribulación y a la muerte, y serán odiados por todas las naciones a causa de mi Nombre. Entonces muchos sucumbirán; se traicionarán y se odiarán los unos a los otros. Aparecerá una multitud de falsos profetas, que engañarán a mucha gente. Al aumentar la maldad se enfriará el amor de muchos, pero el que persevere hasta el fin, se salvará. Esta Buena Noticia del Reino será proclamada en el mundo entero como testimonio delante de todos los pueblos, y entonces llegará el fin. (Mt 24,9-14). Dice también Jesús: “el cielo y la tierra pasaran pero mis palabras no pasaran” (Mc 13,31). ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino». (Mt  16,26-28).

sábado, 9 de noviembre de 2013

DOMINGO XXXII - C (10 de Noviembre del 2013)


DOMINGO XXXII - C (10 de noviembre del 2013)

Evangelio de San Lucas 20, 27 - 38:

En aquel tiempo, acercándose algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron a Jesús:

“Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos;  y la tomó el segundo,  luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer.

Esta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer.” Jesús les dijo: “Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.” PALABRA DEL SEÑOR.

REFELXIÒN:

Estimados amigos en el señor Paz y Bien

El tema de enseñanza de este domingo es la resurrección. ¿Hay resurrección o no hay resurrección?. ¿Y si hay resurrección en qué consiste esa resurrección? ¿La resurrección es la prolongación de la vida presente? ¿Será la resurrección una vida completamente distinta? y si es así ¿Cómo quedaran los problemas pendientes de este mundo como el matrimonio? Son preguntas que Jesús nos aclara hoy.

A la inquietud de los saduceos que no creen en la resurrección, Jesús dijo enfáticamente: “Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.” (Lc, 20,34-38).

El modo de cómo responde Jesús a esta inquietud de los saduceos, me gusta  como describe San Marcos: “¿Ustedes están equivocados porque no comprenden las Escrituras ni el poder de Dios? Cuando resuciten los muertos, ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo. Y con respecto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído en el Libro de Moisés, en el pasaje de la zarza, lo que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? El no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Ustedes están en un grave error». (Mc 12,24-27).

San Pablo por su parte dice al respecto: “Si se anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes. Incluso, seríamos falsos testigos de Dios, porque atestiguamos que él resucitó a Jesucristo, lo que es imposible, si los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido perdonados en consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido para siempre. Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos” (I Cor 15,12-20).

La respuesta de Jesús es clara: claro que hay Resurrección y que resucitar no es una simple prolongación de esta vida, sino que es transformar nuestra vida en una vida glorificada, donde la única realidad será el ser “hijos de Dios” y que, por eso, Dios no es un Dios de muertos, un Dios de cementerios, sino un Dios de vivos, de los que viven para siempre. La escena del Evangelio de hoy se da entre Saduceos y Jesús. Los saduceos no eran demasiado bien vistos. Ellos no creían en la resurrección y dándoselas de listos y de quien quiere poner en ridículo a Jesús le presentan el caso de la mujer y sus siete maridos.

Hoy son muchos los que toman la religión como un pasa tiempos, como si fuese un juego de niños. Incluso, no faltan quienes se admiran de que un hombre con carrera, siga creyendo en Él. Dios pareciera ser para ignorantes, para todos, para gente sin cabeza porque la gente que se cree muy intelectual inmediatamente suele decir: “Creer es cosa de ignorantes y cosa del pasado.” Sería bueno meditar y pensar que Dios es algo muy serio y por este principio que creemos somos diferentes de los animalitos.

Dios no existe para quienes prefieren vivir a su libre albedrio y por libre sin que nadie les estorbe. Dios no existe para quienes viven una pobreza de vida que más que vivir, existen. Dios no existe para quienes se contentan con la vida sin horizontes o que, a lo más él único horizonte que tienen son ellos mismos. Dios no existe para quien solo tiene ojos para ver el mundo y es incapaz de ver el otro lado de las cosas. Para los saduceos no existía más que esta vida y si existía algo más allá no era sino la prolongación de la felicidad de aquí. De ahí el problema de quién será mujer si los siete se han casado con ella. Una visión miope de la vida, una visión de la vida recortada a los planes de este mundo. Por eso le proponen el caso a Jesús como una manera de ridiculizar la resurrección y el cielo.

No se puede ridiculizar a los hombres, menos a Dios. No se puede ridiculizar esta vida, pero menos todavía la nueva vida de la resurrección. Porque quien vive sin resurrección vive sin futuro. Aún en la hipótesis de que no existiese nada, valdría la pena creer en ella para que no vivamos siempre frente al paredón de la muerte tras el cual no existe nada. Saber que vivimos solo para morir, qué sentido tiene. Pero claro esta saber distinguir las dos dimensiones del hombre: “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios – dijo Jesús- Nicodemo le preguntó: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer? Jesús le respondió: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu” (Jn 3,3-6). En la dimensión humana o la carne moriremos, nadie es ser eterno, hasta Cristo Jesús murió (Lc 23,46), Pero es también cierto que como seres espirituales resucitaremos y el primero de todos es Cristo Jesús: “Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día” (Lc 24,5-7).

Desde la dimensión espiritual, Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: "Yo soy la resurrección y la vida quien cree en mi aunque haya muerto vivirá" (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él (Jn 5, 24-25) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (Jn 6, 54). En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos (Mc 5, 21-42; Lc 7, 11-17; Jn 11), anunciando así su propia Resurrección que, no obstante, será de otro orden. De este acontecimiento único, Él habla como del "signo de Jonás" (Mt 12, 39), del signo del Templo (Jn 2, 19-22): anuncia su Resurrección al tercer día después de su muerte (Mc 10, 34).

Si por la fe creemos en estas palabras de Jesús, hay que ser sus testigos, no dsolo es suficiente creer (Mc 16,15-16). Ser testigo de Cristo es ser "testigo de su Resurrección" (Hch 1, 22), "haber comido y bebido con él después de su Resurrección de entre los muertos" (Hch 10, 41). La esperanza cristiana en la resurrección está totalmente marcada por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como Él, con Él, por Él. Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones (Hch 17, 32; 1 Co 15, 12-13). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?

¿Cómo resucitan los muertos? En la muerte que es separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción que es la muerte, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús. ¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: "los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 29; Dn 12, 2). ¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo" (Lc 24, 39); pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él todos resucitarán con su propio cuerpo, del que ahora estamos revestidos, pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp 3, 21), en "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44)

«Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano..., se siembra corrupción, resucita incorrupción [...]; los muertos resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15,35-37. 42. 53). Este "cómo ocurrirá la resurrección" sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo glorificado.

"DIOS DE VIVOS Y NO DE MUERTOS"

Recientemente acabamos de celebrar la fiesta de todos los santos, todos hicimos una reunión familiar recordando a nuestros familiares difuntos. Cuando muere un ser querido aplicamos una serie de Misas. Yo me pregunto: ¿Y cuánto hemos rezado por él mientras vivía? Incluso, cuántas veces le hemos negado el Sacramento de la Unción de Enfermos por miedo a darle un susto, cuando el susto lo tenemos nosotros y no el enfermo.

Rezamos por su salvación, pero cuánto hemos rezado en vida para que viva según la voluntad de Dios y en coherencia de su Bautismo. Rezamos para que se salve, pero cuántos hemos rezado por su salvación mientras vivía. Está bien que recemos por él de muerto, pero mucho más importante es que le pidamos a Dios mientras está vivo. ¿Cuántas Misas encargamos por los difuntos? Lo cual está bien, pues así aconseja nuestra iglesia, orar por los difuntos, pero mucho mejor sería orar mientras vive a nuestro lado y no esperar que muera y recién orar por el o por ella.

Dios no es un Dios para salvar a los muertos, sino para dar vida espiritual a los vivos. Dios no es un Dios para que salve a los muertos, sino para que vivan plenamente su vida los que están vivos. Dios no es un enterrador de muertos, sino alguien que da vida mientras vivimos. No esperemos a morir para admirar a nuestros hermanos, amémosle mientras viven. “Si decimos que amamos a Dios y no amamos al hermano somos unos mentirosos” (IJn 4,20). Pero ese amor no sea  de palabras sino de verdad y con obras (I Jn 3,18).



DOMINGO XXXI - C (3 de Noviembre del 2013)


DOMINGO XXXI - C (3 de noviembre del 2013)

Evangelio: San Lucas 19, 1-10

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: "Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa. "Él bajo en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador. "Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: "Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. "Jesús le contestó: "Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido." Palabra del Señor.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

El evangelio nos aporta 4 ideas para su comprensión:  1) Jesús dice: Zaqueo baja en seguida porque hoy tengo que alojarme en tu casa (Lc 19,5). 2) Zaqueo dice: la mitad de mis bienes se la doy a los pobres y si de alguien me aproveche injustamente se la devolveré cuatro veces más” (Lc 19,8). 3) Jesús dice: Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este es hijo de Abraham (Lc 19,9). 4) El hijo del hombre ha venido a salvar a los pecadores (Lc 19,10).

Este episodio es completamente distinto respecto a los bienes materiales lo de la escena del joven rico:
Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?”. Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre”. El hombre le respondió: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud”. Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme”. El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!”. Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: “Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”. Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?”. Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible”. (Mc 10,17-27). Aquí no hay salvación, porque el rico no quiso desprenderse de sus bienes, no quiso compartir. En cambio Zaqueo se desprendió y repartió sus bienes y esa actitud es lo que Jesús valora y por eso dice. “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19,9).

¿Qué idea tenemos de Dios, que castiga, que salva? “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.  El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).

Por tanto si Dios es amor con razón se nos dice por el profeta Ezequiel: Dios dice por el profeta: «Juro por mi vida –oráculo del Señor– que yo no deseo la muerte del malvado, sino que se convierta de su mala conducta y viva. Conviértanse, conviértanse de su conducta perversa! ¿Por qué quieren morir, casa de Israel?». Y tú, hijo de hombre, di a la gente de tu pueblo: Al justo no lo librará su justicia si comete un delito; al impío no lo hará sucumbir su maldad si se convierte de ella. Y cuando un justo peque, no podrá sobrevivir a causa de su justicia. Si yo digo al justo: «Vivirás», pero él, confiado en su justicia, comete una iniquidad, no quedará ningún recuerdo de su justicia: él morirá por la iniquidad que cometió. Por el contrario, si digo al malvado: «Morirás», pero él se convierte de su pecado y practica el derecho y la justicia: si devuelve lo que tomó en prenda, si restituye lo que arrebató por la fuerza y observa los preceptos de vida, dejando de cometer la iniquidad, él ciertamente vivirá y no morirá (Ez 33,11-15)

Alguien de la gente un buen día pregunto a Jesús: ¿Señor serán pocos los que se salven? (Lc.13,23). Si Dios es amor, por su puesto que Dios quiere que todos se salven: “ Dios salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven llegando al conocimiento de la verdad” (I Tm 2,4).

sábado, 26 de octubre de 2013

DOMINGO XXX - C (27 de octubre del 2013)

Proclamación del Evangelio según San Lucas 18, 9 - 14:

En aquel tiempo dijo Jesus a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: “Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano.
El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias."
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.” PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

El domingo pasado Jesus al final del evngdelio decia: Dios que es justo dara tarde o temprano lo que le pidan y cn mas razon si lo hacen con insistencia (Lc 18.8) 

En el evangelio de hoy nos habla de qué tipo de oracion es la que Dios escuchará. Y nos puso esta parabola: De un hombre bueno y un hombre malo. Un hombre que se acerca hasta el mismo altar y otro que se queda lejos, al fondo de la Iglesia avergonzado de sí mismo y de su vida, ni siquiera se atreve a levantar los ojos al cielo porque no se siente digno. Por otra parte, una vida complicada. ¿Tendrá que dejar su oficio de publicano? ¿Cómo devolver el dinero que ha robado? A decir verdad, un hombre atrapado por su propia realidad. ¿Qué le puede decir a Dios, si va a seguir siendo publicano, porque la necesidad le obliga? Sólo le queda un camino: “Pedir compasión.” “¡Oh Dios! ten compasión de este pecador!” (Lc18,14).

Sabe que los hombres no le comprenderán y sabe que seguirá sintiéndose rechazado por los buenos. Allí mismo escucha la oración del bueno que le rechaza y acusa delante de Dios: “Gracias porque no soy como los demás hombres. Ni como ese publicano”. Y sabe que seguirá siendo el pecador de todos los días. Hay momentos en los que solo queda un camino: volcarse en la “misericordia y compasión de Dios”. Además, algo desconcertante. La conclusión de Jesús: “Os digo que este bajó a su casa justificado y aquel no.” (Lc 18,14).

Imagino de los peores pecadores. Por ejemplo de los separados por el fracaso en el matrimonio y de los convivientes ¿Qué les queda para poder levantar de nuevo los ojos a Dios y darle gracias? Porque estan excluidos del sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía? Posiblemente solo les quede la misericordia y la comprensión de Dios. ¿No justificará Dios a estas parejas? Yo no tengo la respuesta, pero sí confío en la misericordia de Dios.

Dos hombres orando. Dios hombres delante de Dios. El uno, muy inflado de sí mismo. El otro hecho un calamidad detrás de una columna. El primero, ¿sabéis cómo ora? Parecía un contar que le pasaba las cuentas a Dios. Él no necesitaba de Dios, sencillamente le contaba lo bueno que era. Y peor todavía, su oración consistía en contarle a Dios lo bueno que era él, mucho más buenos que los demás que eran todos unos pecadores. ¿Bonita oración, verdad? Ponerse a orar despreciando a al resto. Él era el único ayuna dos veces por semana, pagaba el diezmo de todo lo que tenía. Además no era ladrón como los demás, adúltero como los demás, injusto como los demás, por ejemplo, como ese pobre publicano, que consciente de su condición de pecador, escondía el rostro entre sus manos y clamaba misericordia, comprensión y perdón.

El creerse lo que uno es está bien, el creerse superior al resto ya no está según Dios, y menos todavía compararse con los demás y despreciarlos. Este buenazo, que se pasaba de bueno, volvió a casa, lejos de Dios. En cambio, el pobre publicano volvió a casa justificado, perdonado, amado y llevado de la mano de Dios.


En el salmo 101 se dice “A los que en secreto difaman a su prójimo –dice Dios- los haré callar, ojos ingeridos y corazones arrogantes no lo soportare” Pero dice también Dios en el salmo 50: “Un corazón quebrantado y humillado nunca desprecia” Por tanto de que depende que Dios escuche nuestras oraciones sino acercarse a Dios con un corazón contrito y humillado por nuestras miserias y pecados.