lunes, 12 de mayo de 2014

CUARTO DOMINGO DE PASCUA - A (11 de mayo del 2014)


CUARTO DOMINGO DE PASCUA - A (11 de Mayo del 2014)

Proclamación del Evangelio según: Juan 10,1-10

"Yo soy la puerta de las ovejas"

En aquel tiempo, dijo Jesús "Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guardia, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños." Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: "Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante." PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Dios dijo por el profeta: “¡Profetiza, hijo de hombre profetiza contra los pastores de Israel! Tú dirás a esos pastores: Así habla el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿Acaso los pastores no deben apacentar el rebaño? Pero ustedes se alimentan con la leche, se visten con la lana, sacrifican a las ovejas más gordas, y no apacientan el rebaño. No han fortalecido a la oveja débil, no han curado a la enferma, no han vendado a la herida, no han hecho volver a la descarriada, ni han buscado a la que estaba perdida. Al contrario, las han dominado con rigor y crueldad. Ellas se han dispersado por falta de pastor, y se han convertido en presa de todas las bestias salvajes. Mis ovejas se han dispersado, y andan errantes por todas las montañas y por todas las colinas elevadas. ¡Mis ovejas están dispersas por toda la tierra, y nadie se ocupa de ellas ni trata de buscarlas! Por eso, pastores, oigan la palabra del Señor. Lo juro por mi vida –oráculo del Señor–: Porque mis ovejas han sido expuestas a la depredación y se han convertido en presa de todas las fieras salvajes por falta de pastor; porque mis pastores no cuidan a mis ovejas; porque ellos se apacientan a sí mismos, y no a mis ovejas; por eso, pastores, escuchen la palabra del Señor: Así habla el Señor: Aquí estoy yo contra los pastores. Yo buscaré a mis ovejas para quitárselas de sus manos, y no les dejaré apacentar mi rebaño. Así los pastores no se apacentarán más a sí mismos. Arrancaré a las ovejas de su boca, y nunca más ellas serán su presa. Porque así habla el Señor: ¡Aquí estoy yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él” (Ez 34, 2-11).
Este episodio del profeta Ezequiel nos sitúa en la difícil situación del rebaño por culpa de los pastores que no cumplen su misión por no decir de los falsos pastores que dispersan el rebaño por lo que hay el deseo urgente de que Dios envié un pastor fiel: ¡Aquí estoy yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él” (Ez 34,11) y este pastor que anuncia el profeta es Jesús quien dice: “Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí –como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre– y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre” (Jn 10,14-18).
El evangelio que hemos leído hoy; resalta en primer lugar la identidad del pastor: “El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero” (Jn 10,1-3). Aquí Jesús nos presenta dos formas contrapuestas de acercarse a las ovejas: la identidad del pastor autentico y del falso pastor. Notemos el énfasis en el verbo “ser”: “Ése es un ladrón y salteador” y el de “Es pastor de las ovejas”. De esta manera, la primera parte de la parábola señala mediante la contraposición: “El que entra por la puerta falsa” y “El que entra por la puerta verdadera”. Entonces, hay dos modos de entrar al rebaño que dependen de lo que se busque: cuidar del rebaño o, por el contrario, hacerle daño. Así queda establecida la diferencia entre el falso y el verdadero pastor de las ovejas.
a) El falso pastor: “El que no entra por la puerta… escala por otro lado…” Quien busca hacer daño no da la cara, entra a escondidas valiéndose de un subterfugio (Jn 10,1), porque quien tiene segundas o malas intenciones no gusta de ser reconocido, como bien había explicado Jesús: “Todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras” (Jn 3,20). A quien procede de esta manera se le dan los dos calificativos fuertes de “ladrón” y “salteador”, dos títulos que señalan la intención deshonesta y egoísta. Ante todo priman sus propios intereses, el resto no le importa; su búsqueda de la oveja implica sometimiento, enajenación, aprovechamiento y, finalmente, muerte para ella.
b) El verdadero pastor: “El que entra por la puerta… le abre el portero”. El verdadero pastor da la cara al llegar a la puerta y dejarse convalidar por nuevo personaje en la parábola, el portero, quien dictamina si es o no es pastor. Obviamente, cuando lo reconoce, éste no duda en dejar entrar al pastor. También había dicho Jesús: “El que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios” (Jn 3,21). Y no sólo le abre el portero sino que “las ovejas escuchan su voz”, se entabla una relación estrecha y vivificante entre ellos, como vemos a continuación.
En segundo lugar se resalta la relación entre el pastor y las ovejas: “Y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Jn.10,3-5).
Una vez que se ha identificado al verdadero pastor, vemos cómo se entabla la relación de éste con sus ovejas. Podríamos decir también que esta segunda parte de la parábola igualmente se describe a la verdadera oveja con la contraposición: “Conocen su voz (del pastor)” y “No conocen la voz de los extraños”. La primera frase lo afirma claramente: “Las ovejas escuchan su voz”, o sea, no dudan en atender la voz de quien los guía y, en consecuencia, “le siguen” con docilidad. ¡Una excelente caracterización del discípulo del Señor! Toda esta sección podría englobarse bajo el título “Las ovejas escuchan su voz”. Por cierto, más adelante, en el relato de la pasión, Jesús dirá: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn 18,37). 
a) El seguimiento del pastor:
Se distinguen dos momentos: cuando la oveja es sacada del redil y cuando es conducida por las praderas. En ambas ocasiones la “voz” del pastor juega un papel fundamental. El verbo “sacar” está repetido, es una acción importante. El término es conocido en el vocabulario del éxodo: “sacar fuera” es un acto de libertad; al respecto, algunos comentaristas han notado que nunca se habla de un traer de vuelta al viejo redil. Pues bien, el “sacar” se realiza mediante un llamado: “a sus ovejas las llama una por una” (“por su nombre”). Cada oveja sabe su propio nombre y responde enseguida a la voz del que la llama. El “nombre” señala la identidad de una persona, lo que la distingue y hace única, también su historia y sus características personales. La oveja es conocida así. Tenemos aquí una sobria pero elocuente descripción de la relación personal que el pastor entabla con cada oveja: él se interesa por ella llamándola desde la hondura de su identidad personal y ella, por su parte, reconoce su voz y le responde poniéndose en camino hacia él y junto con él.
Comienza, entonces, la segunda etapa: “va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz” (Jn.10,4). Una vez que han sido llamadas por su nombre, sacadas del redil y congregadas, las ovejas son encaminadas hacia los lugares de la pradera. La relación llamada y respuesta ahora progresa hacia la relación precedencia y seguimiento: el pastor camina delante de ellas, y éstas –ciertamente con gran alegría- siguen a aquel cuya voz les es familiar.
El discipulado se describe claramente con el “ir delante” del Pastor y Maestro y el “seguir” de la Oveja y discípulo. El contenido del seguimiento de Jesús está presentado a lo largo de todo este evangelio, de punta a punta (si bien el término “seguir” es apenas uno de los términos usados por Juan para describir el seguimiento de Jesús, vale la pena observar: (Jn 10,27; 13,36-37; 18,15; 21,19.22). Pero aquí lo que el evangelista nos invita a observar atentamente es qué es lo que dinamiza el seguimiento: “le siguen porque conocen su voz”. Sin el conocimiento de la voz de aquel que es la Palabra de Vida (Jn 1,4) no es posible el seguimiento de Jesús.

b) La fuga ante los extraños: La parábola termina señalando que las ovejas no sólo “siguen” a Jesús sino que “no seguirán a un extraño” (Jn 10,5). Y el argumento es el mismo: “porque no conocen la voz de los extraños” (Jn10,5c). Es la antítesis del versículo anterior. No sólo se afirma que no seguirán a los extraños sino que “huirán” de ellos aterradas (Jn 10,5b). Una cosa es la indiferencia frente al extraño y otra es la fuga. Esta última actitud puede ser leída en dos planos: 
1. Teniendo en cuenta que no se reconoce la voz de los extraños, se puede entender como capacidad de discernimiento por parte del discípulo del Señor: el discípulo aprende a distinguir lo que proviene y lo que no del Señor.
2. Teniendo en cuenta la connotación del término fuga, como carrera en vía contraria, se puede entender como un apartarse decididamente o, mejor aún, como toma de decisión radical y profética frente a todo aquello que no va de acuerdo con el camino de vida.
Hay que tener presente que gracias a la familiarización con la voz de Jesús es que es posible detectar las voces seductoras que proponen caminos de muerte: ¡la escucha del Señor es la escuela de los auténticos profetas!
La incomprensión del auditorio: “Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba” (Jn 10,6). Situándonos sobre este plano del “conocimiento” el evangelista nos invita a una correlación entre la actitud de las autoridades religiosas judías, quienes son los interlocutores de Jesús (Jn 9,39-41), y los comportamientos descritos en la parábola (Jn 10,1-5). En pocas palabras: las ovejas oyen la voz del pastor (Jn 10,3b-4), pero los fariseos no oyen su voz, no reconocen lo que les está diciendo. De esta manera se identifica a los fariseos (Jn 9,40) con los “ladrones y salteadores” de Jn 10,1.
“En verdad, en verdad les digo: yo soy la puerta de las ovejas.  Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto” (Jn 10,7-9).
La imagen de la puerta había aparecido antes en Jn 10,1-2, allí era el lugar de entrada correcto para acceder al redil. Ahora se da un paso adelante: Jesús es esta puerta. Un antecedente bíblico puede ser el Salmo 118, el cual quizás fue interpretado como profecía mesiánica –siempre bajo la luz de la Pascua- en el cristianismo de los orígenes, particularmente el v.20: “Aquí está la puerta de Yahveh, por ella entran los justos”.
Esto quiere decir que solamente a través de Jesús se puede tener el acceso adecuado a las ovejas y que por medio de él las ovejas pueden salir hacia los espacios amplios de la vida representados en las verdes praderas, como se describe en Jn 10,9.
Los que vinieron antes de Jesús son calificados de “ladrones y salteadores”. Los que antes de Jesús han conducido al pueblo de Dios, específicamente estos dirigentes que tiene ante sus ojos y que lo rechazan a él así como a quienes comienzan a aceptar su revelación (por ejemplo, el ciego de nacimiento), ya no son reconocidos como sus dirigentes: “las ovejas no les escucharon”. Y puesto que no han entrado por la puerta, no tienen ningún derecho sobre las ovejas.
Jesús es la mediación de la vida. Y todo esto gracias a la voz que es escuchada y seguida: “Todo se hizo por medio de ella (la Palabra)… En ella (la Palabra) estaba la vida / y la vida era la luz de los hombres… La gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo” (Jn 1,3.4.17).
El “entrar” y “salir” connota también la libertad de la que se habló en la parábola, en Jn 10,3b-4 (verbo “sacar”). La puerta permanece grande y abierta, las ovejas van y vienen, no son aprisionadas sino que se las hace salir y son siempre conducidas por aquel a quien escuchan. Entre libertad y vida se establece una estrecha relación.
Y el don de Dios se da con toda magnanimidad. Valga recordar que la imagen del “encontrará pastos” parece retomar la promesa de Dios en Ezequiel 34,14 que se había convertido en anhelo del Pueblo de Dios: “Las apacentará en buenos pastos, /y su majada estará en los montes de la excelsa Israel. Allí reposarán en buena majada; y pacerán pingües pastos por los montes de Israel”. Es al servicio de esto que debían ponerse todos los pastores de Israel. Y es aquí donde la manera de realizar la misión en función del pueblo se pone en cuestión.
El evangelio termina con esta categórica afirmación: “Yo he venido para tengan vida abundante” (Jn 10,10). Lo que Jesús “es” se realiza en la misión para la cual ha “venido”. Las frases contrapuestas “El ladrón no viene más que  robar” y “Yo he venido para que tengan vida” ponen ante nuestros ojos –en forma comparativa- dos maneras de presentarse ante las ovejas.
Los verbos “robar”, “matar” y “destruir” aplicados al ladrón, señalan que no hay nada vivificante en ellos. Relacionemos con los que habían venido antes de Jesús y se presentaban ante el pueblo como sus servidores no le ofrecían la vida que necesitaban sino que se valían de él para mantenerse en su posición de privilegio. Los fariseos y dirigentes del pueblo quedan definitivamente descalificados como pastores.
Los tres verbos de negación de vida de la oveja que tiene como sujeto al ladrón, se contraponen a uno solo que tiene como sujeto a Jesús: “Dar Vida”. Ahora se dice de forma explícita: “Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Y no solo un poquito sino en abundancia.
Esta será la pretensión inaudita de Jesús, la que será motivo de confrontación cada vez más fuerte con sus adversarios, la que le llevará finalmente hasta la muerte en la cruz, en la cual irradiará esa vida abundante sobre la humanidad entera, dando vida con su propia vida glorificada.
En resumen: El verdadero pastor tiene que entrar por la puerta que es Jesús y no por otros medios saltándose los muros del ansia de poder, dominio y prestigio. Segundo, según el Papa Francisco el pastor camina detrás de las ovejas, en medio de las ovejas, delante de las ovejas y éstas le siguen. No por detrás con el látigo, sino preocupado que ninguna se quede. Tercero, las ovejas conocen su voz y por eso le siguen. La voz del pastor tiene que ser una voz amiga y cercana al rebaño, hablando el lenguaje de las ovejas porque promueve vida e infunde vida abundante.

sábado, 3 de mayo de 2014

TERCER DOMINGO DE PASCUA - A (04 de mayo del 2014)


DOMINGO III DEL TIEMPO DE PASCUA

Proclamacion del Evangelio: Lucas 24,13-35



Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?" Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replico: "¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?" Él les pregunto: "¿Qué?" Ellos le contestaron: "Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron."

Entonces Jesús les dijo: "¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?" Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.

Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída." Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: "Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón." Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. PALABRA DEL SEÑOR.

REFELXION:

Estimados amigos y hermanos en la fe paz y bien.
La noche tan cruel en que acechaba cuan lobo rapaz el temor, pánico, congoja, decepción, el desánimo y no era para menos, recordemos que acaban de matar a su maestro y los apóstoles a dudas penas pudieron escapar para no ser también crucificados conjuntamente con su maestro. Los apóstoles reinician con sus labores habituales, quizá con mucha desidia al saber que tanto tiempo perdieron y para nada; quizá hasta olvidaron las estrategias del oficio. Y no había que perder más tiempo; como ven algunos comienzan a abandonar el grupo, y reitero, no soportan la desilusión y la decepción. Para ellos todo ha terminado. Hay que volver a comenzar y seguir con lo de antes.
Emaús es el camino de los quedan en la muerte, los desilusionados, los que ya han tirado la toalla. Pero también puede ser el comienzo de un nuevo Día. En Emaús termina el camino de los desilusionados y allí comienza el camino de los que han recobrado la esperanza.

En el plano eclesial, el camino de Emaús es el camino de la pastoral del acompañamiento y la pastoral de compartir con el hombre sus problemas y dificultades. Es el camino donde no se imponen las ideas sino que se ayuda al discernimiento. No es el camino de la pastoral desde el despacho, sino del caminar con el hombre haciendo el mismo camino, al respecto, este episodio resume muy bien el trabajo y misión de la Iglesia: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia” (GS 1).

El evangelio de este domingo se puede resumir de esta manera: el valor de la Palabra en las escrituras, el valor de la Santa Eucaristía, y la fe compartida en fraternidad.

En primero lugar, resalto el valor de la Palabra de Dios en las escrituras: Entonces Jesús les dijo: "¡Qué necios y torpes son Uds. para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?" Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura” (Lc 24,25-28). Por ejemplo recordemos aquel episodio en el que Jesús inicia su misión amparado en el profeta Isaías 61: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor". Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír” (Lc 4,18-21). Pero, ya desde el inicio Jesús encontró oposición a sus palabras:” Algunos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Pero otros decían: «¿No es este el hijo de José?». Pero él les respondió: «Sin duda ustedes me citarán el refrán: "Médico, cúrate a ti mismo". Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm». Después agregó: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra” (Lc 4,22-24)

Pero quienes escuchan la palabra de Jesús: “Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida. Les aseguro que la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan, vivirán” (Jn 5,24-25). Incluso en reiteradas ocasiones les puso en tanto sobre su muerte en cruz: “Ahora subimos a Jerusalén; allí el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos: ellos se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán. Y tres días después, resucitará” (Mc 10,33-34).Pero claro está también que por sí mismos no podemos atinar con el mensaje de Jesús sin la cooperación del Espíritu Santo: “Les aseguro que nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no está impulsado por el poder del Espíritu Santo” (Icor 12,3).

Segundo: Resalto el valor de la Santa Eucaristía: Ellos dijeron: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída." Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron” (Lc. 24,29-31). Conviene recordar el modo como bendice el Señor en la última cena antes de su agonía en Getsemaní: “Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados. Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre” (Mt 26,26-29). Este misterio es lo que celebramos el jueves santo, en el que Jesús celebra con sus discípulos y lava los pies (Jn 13,5). Con mucha razón dijo Jesús: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien como de esta pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Y con razón Juan Bautista exclamó al ver a Jesús: “Ahí está, ahí viene el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Jesús es el mismo que lo vimos morir en la cruz, ahora glorificado y resucitado que se nos da en la sangrada comunión en cada  Santa Misa.

En el tercer lugar, resaltamos la importancia de compartir la fe en fraternidad: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: "Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón." Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan” (Lc 24,32-35). Los sacramentos que son siete, y en este caso la santa Eucaristía es el actuar de las tres Divinas Personas: “Mientras se bautizado Jesús, se abrió el cielo. Y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección” (Lc 3,22). Mismo Jesús recomienda cumplir la misión de anunciar esta buena noticia pero para esta misión de compartir al experiencia de fe concede el don del Espíritu Santo: “Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: ¡La paz esté con ustedes!. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: ¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió ¡Reciban al Espíritu Santo!” (Jn 20,19-22).

Esta misión que todo bautizado tiene que cumplir para merecer su salvación no es sino el encargo que Jesús resucitado concede a todo bautizado: Acercándose, Jesús les dijo: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”(Mt 28,18-20).

Como vemos, el camino de Emaús es el camino del regreso fracasados, pero si tocados por el poder de Dios es el regreso gozoso de quien siente que la noche ha pasado y de nuevo el sol brilla en los corazones. Es el camino de llevar y compartir la buena noticia con los demás. Emaús es el lugar donde la sagrada palabra de Dios resuena y hace arder el corazón y la Eucaristía se hace experiencia pascual. Y todo para ser compartido en fraternidad en la que se fortalece la fe.

No nos extrañemos que también nuestro corazón tenga demasiadas experiencias de fracasos, de frustraciones. Hay frustraciones en el matrimonio. Hay frustraciones en la vida profesional, incluso en la vida sacerdotal.  Es triste regresar a casa llevados de la desilusión. Es triste ver romperse un matrimonio y caer los dos en la desilusión. Es triste ver fracasar una vocación y llenar el corazón de desilusión. Sentir que todo se ha acabado. Sentir que ya no hay futuro. Sentir que ya han pasado varios días y no hay esperanza.

Sin embargo,  qué maravilloso que el responsable de la propia desilusión se meta en medio haciendo camino con ellos. Solo pregunta, como quien quiere interesarse, pero a la vez va encendiendo una luz, iluminando el problema, traduciendo el problema  en otra posibilidad. No siempre lo que imaginamos como la ruina de nuestras vidas es real. Con frecuencia nuestros problemas tienen sus razones. ¡Qué importante contar con alguien que nos ayude a clarificar nuestros problemas! No como uno que demuestra superioridad, sino como alguien que camina como uno más. ¡Qué importante poder es ser acompañado en nuestra vida por el Señor glorificado y resucitado¡. Va anocheciendo, tienen la sensibilidad de invitarlo a quedarse con ellos, son  conscientes que su presencia los va cambiando hasta el punto que se les abren los ojos y lo reconocen. Es que cuando estamos metidos en el problema, no vemos. Para ver se necesita serenidad y paz. Siempre hay un tercero que puede abrirnos los ojos cuando ya todo lo vemos perdido.

Cuantas veces nos encontramos, por pura casualidad, como desconocidos y terminamos el camino como amigos. Al respecto, Jesús ya nos había dicho: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre” (Jn 15,13-15). Jesús siempre se ha portado como nuestro amigo. Pero nosotros no siempre lo tenemos por amigo.

Y pensar que Jesús resucitado camina cada día nuestro propio camino, habla de lo que hablamos, se interesa de lo que sentimos, por más que nosotros no le identifiquemos ni conozcamos. Es posible que no lo creamos, pero nunca vamos solos. No lo veremos. No lo sentiremos. 

Nuestro camino en la vida es un camino de Emaús. Un camino de desilusión y un camino de esperanza. Un camino de ida y un camino de regreso y con la experiencia pascual de un Jesús desconocido. Solo hace falta, dejarte tocar por la palabra de Dios y descubrir en tu vida a Jesús resucitado quien te acompaña en cada día de tu vida. Así que déjate alcanzar, déjate tocar, déjate interpelar por Jesús.

sábado, 26 de abril de 2014

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA - A (27 de Abril del 2014)



SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA – A (27 de Abril del 2014)

Evangelio según Sn Jn 20, 19 – 31:

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz con vosotros." Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.

Jesús les dijo otra vez: "La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío." Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos."

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré."

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: "La paz con vosotros." Luego dice a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente. Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío." Le dice Jesús: "Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.

Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre. PALABRA DEL SEÑOR.

 REFLEXIÓN:

Estimados hermanos(as) en el Señor Glorificado y Resucitado Paz y Bien.

Hoy en el domingo II de pascua, Domingo de la Divina Misericordia, en el día de la canonización de dos nuevos santos: Papa Juan XXIII y el Papa Juan Pablo II y por el Señor glorificado haya suficiente motivo para estar muy pero muy alegres. El evangelista San Juan nos dice cómo es que los discípulos pasan a ser apóstoles, apóstoles del Señor Resucitado o glorificado: “Solamente cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho que debía suceder esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 2,22). Pero aun conviene ser más detallistas en la actitud de los apóstoles porque se trata también de nuestra actitud en adelante:

Detalles por ejemplo que nos dice San Marcos: “Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios. Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban. Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron. Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado. Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron.” (Mc 16,9-13). Cuando dice San marcos que luego se apareció a dos que caminaban al campo, nos cuenta San Lucas:

“Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!». «¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron” (Lc 24,15-20). Jesús le fue explicando de toda la Escritura a cerca de êl. Al anochecer de aquel día primero, estos amigos de Emaús suplican a este amigo extraño que se quede en casa… Jesús dice que se sentó en la mesa, pronuncio la bendición y se los dio el pan, pero Él ya había desaparecido (Lc 24,25-32). Esta aparición del señor glorificado es ya la segunda que sucedió casi a media tarde. Y el evangelio que hoy dimos lectura según San Juan nos pone de manifiesto la tercera aparición de aquel día I (domingo) del Señor glorificado a sus discípulos y ahora en grupo.

Todo parecía que había llegado a su fin con la muerte del Señor, todo parecía que con la muerte de Jesús las cosas marcharían tal como los hombres quisieran que fuese, tal pareciera que la muerte triunfó, pero no (Mt 27,62-66). Pues, se equivocaron completamente. La tumba está vacía (Mt 28,5-7). Ya no se puede pretender tapar con un dedo el sol. Jesús resucitó (Lc 24,34) con lo que queda demostrado que el hombre jamás tendrá la razón ante las verdades eternas que viene de Dios (Jn 18,37). Con su resurrección Jesús demuestra y desenmascara la hipocresía del hombre (judíos, fariseos, romanos). Donde está tu muerte, donde tu victoria?(Icor 15,55). Ahora que otros argumento tramarán los verdugos para justificar su ironía e hipocresía? (Mt 28,11-15). Las cosas de Dios son así. El hombre crea o no, Dios sigue con su proyecto de vida y amor (I Tm 2,4).

Los apóstoles están que se mueren de miedo a los judíos, para no ser descubiertos su filiación con el Jesús (Jn 20,19). Pues aun no salen del asombro, no aceptan que la noche ya paso… mayor sorpresa aun… Dios olvida, no tiene en cuenta lo falto de fe de los apóstoles, olvida lo que Pedro le negó (Mt 26,69-75), olvida que todos los discípulos lo dejaron solo en la cruz… lejos de echar en cara esos desatinos tan nefastos, entra a tallar la misericordia de Dios. La primera palabra del señor glorificado es: Paz a ustedes (Jn 20,19-21). Que palabra de consuelo y ternura. Jesús sigue apostando por los hombres y es que Dios es amor (I Jn 4,8). Y como si fuera poco, el señor glorificado les concede el don del Espíritu Santo (Jn 20,22). Ahora, les confía una nueva misión, ser sus testigos: Así como el padre me envió les envió  a Uds” (Jn 20,21). Pero una cosa es muy clara. Los apóstoles reciben la fuerza del Espíritu Santo.

Ya El Señor los había anticipado: “En adelante, el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará y les recordará todo lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni tengan miedo!” (Jn 14,26-27). Ahora pasan de hombres temerosos a hombres valientes; porque han sido resucitados por el mismo señor glorificado. Se abren las puertas, desaparece todo temor, cobardía; ya no hay temor a que los persigan o les crucifiquen igual que a su maestro. De eso ya han recibido con mucha anticipación del propio Señor: “Se levantará nación contra nación y reino contra reino. En muchas partes, habrá terremotos y hambre. Este será el comienzo de los dolores del parto. Estén atentos: los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas, y por mi causa serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos. Pero antes, la Buena Noticia será proclamada a todas las naciones. Cuando los entreguen, no se preocupen por lo que van a decir: digan lo que se les enseñe en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino el Espíritu Santo” (Mc 13,8-11). Y los apóstoles anuncian a los cuatro vientos: ¡Que, Jesús resucitó!.

Queda claro también que para esto es necesario la convicción firme de la fe, para eso el mismo Señor glorificado se encargó de reavivar la fe sus apóstoles y vio necesario aparecerse para cambiar el corazón incrédulo por ejemplo de Tomas (Jn 20,27) en un hombre lleno de fe… Y Tomas grito Señor mío, Dios mío (Jn 20,28). Hoy en cada bautizado, en cada creyente, actúa o debería de actuar el mismo espíritu de DIOS que nos lleva a profesar nuestra fe en el Dios uno y trino (Lc 3,22) principio de fe de nuestra Iglesia Católica, solo así seremos merecedores de aquella promesa de Jesús: donde estoy también estarán ustedes, gozarán la Vida eterna (Jn 14,1-3).


Permítanme terminar la reflexión de este domingo de la divina Misericordia con esta cita de San Mateo que nos dice a cada bautizado como una misión que cumplir: “Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,16-20).

HONORES AL SANTO QUE VISITÓ EL PERÚ: JUAN PABLO II

sábado, 19 de abril de 2014

DOMINGO DE LA PASCUA DE RESURRECCION


DOMINGO DE LA PASCUA DE RESURRECCIÓN

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 20, 1-9:

El primer día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio que la piedra que cerraba la entrada del sepulcro había sido removida. Fue corriendo en busca de Simón Pedro y del otro discípulo a quien Jesús amaba y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Pedro y el otro discípulo salieron para el sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Como se inclinara, vio los lienzos tumbados, pero no entró. Pedro llegó detrás, entró en el sepulcro y vio también los lienzos tumbados. El sudario con que le habían cubierto la cabeza no se había caído como los lienzos, sino que se mantenía enrollado en su lugar. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero, vio y creyó. Pues no habían entendido todavía la Escritura: ¡él "debía" resucitar de entre los muertos! PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

“Salúdense los unos a los otros con el santo beso. De nuestra parte les saludamos así: La gracia de Cristo Jesús, el Señor (Resucitado), el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes” (II Cor. 13,12-14). Queridos amigos(as), hoy les saludamos con esta invocación solemne, deseándoles una feliz pascua de resurrección del Señor.

El Evangelio leído en esta fiesta de las fiestas podemos titular con este anuncio: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí. Resucitó. Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía estaba en Galilea: el Hijo del Hombre debe ser entregado en manos de los pecadores y ser crucificado, y al tercer día resucitará.” (Lc 24,5-7).

La experiencia pascual que significa: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de salir de este mundo para ir al Padre, como había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Y sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos y que había salido de Dios y que a Dios volvía” (Jn 13,1;3). Es la puesta en práctica de todo lo que dijo e hizo.

Dijo ya Jesús: “Salí del Padre y vine al mundo… Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre” (Jn 16,28) ¿Por qué vino y a qué vino Jesús? Vino porque Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (Ez 33,11). El hijo tiene esa misión: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo Único, para que quien cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque, Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16). Por eso Jesús siempre ha dicho: “Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia. Yo soy el buen Pastor que da su vida por las ovejas". En el afán de cumplir su misión Jesús dio su vida: “Así como Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también el Hijo del hombre será levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna” (Jn 3,14). “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,29-29).
               
En este Domingo de la pascua de resurrección conviene reflexionar con detalles este episodio de (Jn. 20, 1-9).

 En primer lugar: María Magdalena descubre que la tumba está vacía (20,1-2).Notemos los movimientos de María Magdalena destacando la figura de la mujer en el anuncio de la Buena Noticia (La tumba vacía, Jesús resucitado): María muy madrugada: “Va al sepulcro cuando todavía estaba oscuro” (20,1).  Esta acción es signo evidente de que su corazón latía fuertemente por aquel que vio morir en la cruz. Pero también es cierto que la hora de la mañana y los nuevos acontecimientos tienen correspondencia: de madrugada muchos detalles anuncian un gran y radical cambio, la noche se aleja, el horizonte se aclara y bajo la luz todas las cosas van dando poco a poco su forma.  Así sucederá con la fe en el Resucitado: habrá signos que anuncian algo grande, pero sólo en el encuentro personal y comunitario con el Resucitado todo será claro, el nuevo sol se habrá levantado e irradiará la gloria de su vida inmortal.

María una vez descubierta la puerta movida “corre” enseguida porque presupone que el cuerpo del señor no está porque no entró a la tumba y va a informarles a los discípulos más autorizados, apenas se percata que el sepulcro del Maestro está vacío (20,2a). Esta carrera insinúa el amor de María por el Señor. Lo seguirá demostrando en su llanto junto a la tumba vacía (20,11ss). Así María se presenta ante Pedro y el Discípulo Amado como símbolo y modelo del auténtico discípulo del Señor Jesús, que debe ser siempre movido por un amor vivo por el Hijo de Dios.

Nótese que María confiesa a Jesús como “Señor”: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (20,2b). A pesar de no haberlo descubierto vivo, para ella Jesús es el “Señor” (Kýrios), el Dios de la gloria y por lo tanto inmortal (lo seguirá diciendo: 20,13.10). Ella está animada por una fe vivísima en el Señor Jesús y personifica así a todos los discípulos de Cristo, que reconocen en el Crucificado al Hijo de Dios y viven para Él.

He aquí un ejemplo para imitar en las diversas circunstancias y expresiones de la existencia, sobre todo en los momentos de dificultad y aún en las tragedias de la vida. Para la fe y el corazón de esta mujer la muerte en Cruz de Jesús y su sepultura, con todo su amor por el Señor se ha revelado “más fuerte que la muerte” (Cantar 8,6).

 En segundo lugar: Los dos discípulos corren hacia tumba vacía fuente de información de la Buena noticia (20,3-10). Según el evangelista Juan los dos seguidores más cercanos a Jesús se impresionan con la noticia e inmediatamente se ponen en movimiento, ellos no permanecen indiferentes ni inertes sino que toman en serio un anuncio (que tiene sujeto comunitario: “no sabemos”, v.2). Notemos cómo las acciones de los dos discípulos se entrecruzan entre sí y superan cada vez más las primeras observaciones de María Magdalena.

“Se encaminaron al sepulcro” (20,3). La mención de los dos discípulos no es casual, ambos gozan de amplio prestigio en la comunidad y la representan. Se distingue en primer lugar a Pedro, a quien Jesús llamó “Kefas” (Roca; 1,42), quien confiesa la fe en nombre de todos (Jn 6,68-69), dialoga con Jesús en la cena (13,6-10.36-38) y al final del evangelio recibe el encargo de pastorear a sus hermanos (Jn 21,15-17).  Por su parte el Discípulo Amado es el modelo del “amado” por el Señor, pero también del que “ama” al Señor (13,23; 19,26; 21,7.20).

“El otro discípulo llegó primero al sepulcro” (20,4). El Discípulo Amado corre más rápido que Pedro (v.4). Esto parece aludir a su juventud, pero también a un amor mayor. ¿No es verdad que correr es propio de quien ama? “Se inclinó, vio las vendas en el suelo, pero no entró” (20,5) El discípulo amado llega primero a la tumba, pero no entra, respeta el rol de Pedro. Se limita a inclinarse y ver las vendas tiradas en la tierra. Él ve un poco más que María, quien sólo vio la piedra quitada del sepulcro.

“Simón Pedro entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte” (20,6-7). Al principio Pedro ve lo mismo que vio el Discipulado Amado, pero luego ve un poco más: ve que también el sudario que estaba sobre la cabeza de Jesús, estaba doblado aparte en un solo lugar (v.7).  Este detalle quiere indicar que el cadáver del Maestro no ha sido robado, ya que lo más probable es que los ladrones no se hubieran tomado tanto trabajo y darse el tiempo para dejar en orden las cosas.  Por lo tanto Jesús se ha liberado a sí mismo de los lienzos y del sudario que lo envolvían, a diferencia de Lázaro, que debió ser desenvuelto o ayudado por otros (Jn.11,42-44). Lo que significa a diferencia de la resurrección de Lázaro, Jesús rompió las ataduras de la muerte.

Desde luego que la tumba vacía y las vendas no son una prueba de la resurrección, son simplemente un signo de que Jesús ha vencido la muerte. Sin embargo Pedro no comprende el signo. En cambio el discípulo amado “Entró... vio y creyó” (20,8) “...que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20,9) El Discípulo Amado ahora entra en la tumba, ve todo lo que vio Pedro y da el nuevo paso que éste no dio: cree en la resurrección de Jesús.

La constatación de simples detalles despierta la fe del Discípulo Amado en la resurrección de Jesús, el orden que reinaba dentro de la tumba para él fue suficiente. No necesitó más para creer, como sí necesitó Tomás. A él se le aplica el dicho de Jesús: “dichosos los que creen sin haber visto” (v.29).

Pero ¡atención! El Discípulo Amado “vio” y “creyó” en la Escritura que anunciaba la resurrección de Jesús (v.9). Esto ya se había anunciado en Juan 2,22.  Aquí el evangelista no cita ningún pasaje particular del Antiguo Testamento, tampoco ningún anuncio por parte de Jesús.  Pero queda claro que la ignorancia de la Escritura por parte de los discípulos implica una cierta dosis de incredulidad por cuanto el Señor ya los anticipó del hecho (ver también 1,26; 7,28; 8,14). Así pues, la asociación entre el “ver” y el “creer” (v.8) formará en adelante uno de los temas centrales del resto del capítulo, donde se describen las apariciones del resucitado a los discípulos, para terminar diciendo: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído” (v.29). Nosotros los lectores, hacemos el camino del Discípulo Amado mediante de los “signos” testimoniados por él en el Evangelio (20,30-31).

En tercer Lugar: En la pascua Jesús se convierte en el centro de la vida y de todos los intereses del discípulo. En la mañana del Domingo la única preocupación de los “tres discípulos del Señor” –María, Pedro y el Discípulo Amado- es buscar al Señor, pero ¿dónde lo buscan? Buscan a Jesús muerto sobre la Cruz por amor pero resultado de entre los muertos para la salvación de toda la humanidad. El amor los mueve a buscar al Resucitado en ese estupor que sabe entrever en los signos el cumplimiento de las promesas de Dios y de las expectativas humanas. Entre todos, cada uno con su aporte, van delineando un camino de fe pascual.

La búsqueda amorosa del Señor se convierte luego en impulso misionero.  Como lo muestra el relato, se trata de una experiencia contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro. Es así como este pasaje nos enseña que el evento histórico de la resurrección de Jesús no se conoce solamente con áridas especulaciones sino con gestos contagiosos de amor gozoso y apasionado. El acto de fe brota de uno que se siente amado y que ama. Así todos nosotros, discípulos de Jesús, debiéramos amar intensamente a Jesús y buscar los signos de su presencia resucitada en la pascua de nuestra vida.

NOTA: Jesús tiene naturaleza divina como el Padre. Cristo se las da de Dios. Cristo afirma que Él es Dios: “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,28-29). Además los milagros que hacen lo demuestra que si es Dios: “Ellos quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar” (Jn 11,41-44).

La gran prueba de la divinidad de Cristo es su propia resurrección. Cristo profetizó que al tercer día resucitaría, para demostrar que era Dios (Mc 10,33). Para estar seguros de la resurrección de Cristo, primero, tenemos que estar seguros de que murió. Si no murió, no pudo resucitar. Y tenemos cuatro clases de testigos de que Cristo murió en la cruz.

1)  Para LOS VERDUGOS: JESÚS ESTA MUERTO. (Jn 19,33): Los verdugos sabían que Cristo estaba muerto, porque cuando fueron a rematarle, a partirle las piernas, no lo hicieron. A los crucificados les partían las piernas con una maza de madera o de hierro, para que al partirle las piernas, el crucificado no pueda apoyarse en el clavo de los pies, y al quedar colgado de los brazos, los brazos tiran del diafragma, el diafragma oprime los pulmones y se asfixia. Cuando van a rematar a Cristo, lo ven muerto y no le parten las piernas. En opinión de los verdugos, que estaban muy acostumbrados a crucificar, y sabían muy bien cuándo un hombre está muerto, Cristo está muerto. En opinión de los verdugos Cristo estaba muerto en la cruz.

2) Para la AUTORIDADES: Cristo estaba muerto . (Mc 15,44-45): Cuando Nicodemo y José de Arimatea van a pedirle a Pilato permiso para llevarse el cuerpo de Cristo, Pilato se extraña de que Cristo esté muerto tan pronto, y no concede el permiso sin recibir el aviso oficial de que Cristo está muerto. Así lo cuenta San Marcos. Sólo entonces, concede el permiso a Nicodemo y a José de Arimatea para que se lleven el cadáver de Cristo. Según la ley romana los familiares y amigos tenían derecho a llevarse el cadáver del ajusticiado para darle sepultura. Por lo tanto, oficialmente, Cristo está muerto.

3) Para los ENEMIGOS, Cristo estaba muerto. (Mt 27,62-66): Porque los fariseos, con el trabajo que les costó llevar a Cristo a la cruz, ¿podemos pensar que permitieran que se llevaran el cadáver sin estar seguros de que Cristo estaba muerto? Ellos sabían que Cristo había profetizado que al tercer día iba a resucitar (Mc 10,33). Para evitar que nadie se llevara el cadáver y simulara una resurrección, pusieron una guardia a la puerta del sepulcro (Mt 27,63-65).

¿Cómo los fariseos iban a dejar que bajaran a Cristo de la cruz todavía vivo, para que se curara y volver a empezar la historia? ¡Con el trabajo que les costó que Pilato les permitiera crucificar a Cristo, después de que repetidas veces manifestó que Cristo era inocente y que no encontraba culpa en Él! Por fin ellos lograron atemorizarle amenazándole con denunciarle al César, pues Cristo era un revolucionario que sublevaba al pueblo. Al fin, Pilato, sin estar convencido de la culpabilidad de Cristo, les permite que lo lleven a la cruz. Los fariseos no podían permitir que la historia volviera a empezar. Los fariseos tuvieron mucho cuidado de que a Cristo no le descolgaran hasta que estuviera totalmente muerto. Cuando los fariseos permiten que bajen a Cristo de la cruz y lo entierren, es porque los fariseos sabían que Cristo estaba muerto. Allí no había nada que hacer, porque Cristo estaba muerto. En opinión de los fariseos, Cristo estaba muerto.


 4) Para los AMIGOS, Jesús está muerto (Mc 15,47): ¿Cómo es posible pensar que María Santísima dejara a Cristo en el sepulcro y se fuera, si hubiera advertido en Él la más mínima esperanza de vida? Cuando María Santísima, José de Arimatea y Nicodemo dejan a Cristo en la tumba y se van, es porque estaban seguros de que estaba muerto. Porque si hubieran observado la más mínima esperanza de recuperación, ¿iban a dejarlo en la tumba y marcharse? María Santísima, José de Arimatea, Nicodemo y San Juan estaban seguros de que Cristo estaba muerto. Por eso lo dejaron en la tumba y se fueron. Y después de la fiesta volverían las mujeres a terminar de hacer todas las ceremonias de la sepultura. En opinión de los verdugos, en opinión de las autoridades, en opinión de los enemigos y en opinión de los amigos, Cristo estaba totalmente muerto en la cruz.

¿Por qué es importante que Jesús muriese de verdad? La muerte de Jesús en la cruz tiene connotaciones trascendentales para nuestra fe: Si Jesús murió de verdad, entonces es hombre de verdad y sufrió de verdad y su murió de  verdad, entonces resucitó de verdad. Porque si no ha muerto Jesús entonces no puede haber resurrección, solo si Jesús murió entonces resucitó. Y Jesús si resucitó. Por tanto se comprueba que todo lo que dijo Jesús es verdadero: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18, 37).

jueves, 17 de abril de 2014

SERMÓN DE LAS SIETE PALABRAS



LA TEOLOGÍA DE LAS SIETE PALABRAS FINALES EN LA CRUZ

Estimados amigos en el Señor, y Paz y Bien. Estamos en la semana santa. Jesús había dicho: “Les aseguro que debe cumplirse en mí esta palabra de la Escritura: Fue contado entre los malhechores” (Lc 22,37). Pero otros pasajes proféticos describen con anterioridad estas escenas de la pasión: “Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no habría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y, ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo” (Is 53,6-8). “Yo soy un gusano, no un hombre; vergüenza de la humanidad y el pueblo me desprecia; los que me ven, se burlan de mí, hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo: "Confió en el Señor, que él lo libre; que lo salve, si lo quiere tanto" (Slm 21,7-9).

¿Qué es lo que le hace más fuerte a Jesús que su propio sufrimiento en la cruz? Tiene que ser el amor. El dolor encierra, pero el amor nos abre. Cuando el amor es más grande que el mismo dolor, nos hace olvidar nuestro sufrimiento para pensar y preocuparnos por los otros que sufren. Pero, ¿Será tan difícil perdonar de verdad? Lo difícil no es el perdonar, lo realmente difícil es amar. Porque, cuando amamos de verdad, el perdonar de verdad no es sino manifestación y expresión de ese amor. Cuando el amor es más grande que la propia vida, el perdón es habitual. Por eso, el verdadero problema nuestro es que amamos poco, por eso perdonamos poco. Si amaramos de verdad, haríamos lo que Jesús nos muestra en la Cruz: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).

¿Quién es Dios para el hombre? (Ex 3,14). ¿Qué es el hombre? (Gn 1,26). ¿Qué nos une a Dios? (Jn 3,16). Lo que nos une es el  amor (1Jn 4,8). Y por el amor que nos tiene, Dios nos envió a su Hijo: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Jesús dice estando entre nosotros: “Salí del Padre y vine al mundo… Ahora dejo el mundo y voy al Padre” (Jn 16,18). ¿A qué vino Jesús? “Yo he venido para que las ovejas tengan vida, y la tengan en abundancia. Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,10-11). Jesús como buen pastor dio su vida por nosotros, que no es sino por amor; por eso en su enseñanza central dijo nos dijo: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn 13,43).

¿POR QUÉ FUE CONDENADO Y CUAL FUE EL PROCESO QUE LLEVÓ A LA CRUZ Y  MUERTE DEL HIJO ÚNICO DE DIOS?

“Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo” (Jn 11,21-27) Jesús lloró sobre la tumba de su amigo Lázaro (Jn 11,35) y dijo: “Quiten la piedra». Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto». Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?». Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Luego gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar». Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él. Pero alguno judíos dijeron: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos… Aquel día, resolvieron que debían matar a Jesús. (Jn 11,39-43).

Las últimas palabras de Jesús resumen la última voluntad de Jesús que bien se puede resumir en tres sentidos: amor al prójimo: 1) Aboga por sus verdugo (Lc 23,34). 2) Da esperanza a los arrepentidos (Lc 23,43). Lega su madre (Jn 19,26). Amor a si mismo: expresan dos dimensiones: 4) La necesidad ineludible de acudir a Dios (Mt 27,46). 5) Necesidad humana (Jn 19,28). Gratitud a Dios: 6) Todo lo que quiso el Padre quiso se hizo (Jn 19,30). La fidelidad: en tus manos encomiendo mi Espíritu (Lc 23,46).

PRIMERA PALABRA

PADRE PERDÓNALES, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN” (Luc.23,34)

Sin amor no hay perdón, quien mucho ama perdona más, quien poco ama poco perdona. Con mucha razón Jesús dijo: “Les doy un mandamiento nuevo. Que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35). Las siete palabras en la cruz son el resumen de este amor que Jesús nos enseñó.  

Jesús en la Cruz se ve envuelto en un mar de insultos, de burlas y de blasfemias. Lo hacen los que pasan por el camino, los jefes de los judíos, los dos malhechores que han sido crucificados con El, y también los soldados. Se mofan de Él diciendo: “Si eres hijo de Dios, baja de la Cruz y creeremos en ti” (Mt .27,42). “Ha puesto su confianza en Dios, que Él lo libre ahora” (Mt.27,43).

La humanidad entera, representada por los personajes allí presentes, se ensaña contra El. “Me dejaran sólo”, había dicho Jesús a sus discípulos. Y ahora está solo, entre el Cielo y la tierra. Se le negó incluso el consuelo de morir con un poco de dignidad.

Jesús no sólo perdona, sino que pide el perdón de su Padre para los que lo han entregado a la muerte. Para Judas, que lo ha vendido. Para Pedro que lo ha negado. Para los que han gritado que lo crucifiquen, a Él, que es la dulzura y la paz. Para los que allí se están mofando. Y no sólo pide el perdón para ellos, sino también para todos nosotros. Para todos los que con nuestros pecados somos el origen de su condena y crucifixión. “Padre, perdónales, porque no saben…”Jesús sumergió en su oración todas nuestras traiciones. Pide perdón, porque el amor todo lo excusa, todo lo soporta… (1 Cor. 13).

SEGUNDA PALABRA

“TE LO ASEGURO: HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO” (Luc.23, 43)

 Sobre la colina del Calvario había otras dos cruces. El Evangelio dice que, junto a Jesús, fueron crucificados dos malhechores. (Luc. 23,32). La sangre de los tres formaban un mismo charco, pero, como dice San Agustín, aunque para los tres la pena era la misma, sin embargo, cada uno moría por una causa distinta.

 Uno de los malhechores blasfemaba diciendo: “¿No eres Tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!” (Luc. 23,39). Había oído a quienes insultaban a Jesús. Había podido leer incluso el título que habían escrito sobre la Cruz: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”. Era un hombre desesperado, que gritaba de rabia contra todo. Pero el otro malhechor se sintió impresionado al ver cómo era Jesús. Lo había visto lleno de una paz, que no era de este mundo. Le había visto lleno de mansedumbre. Era distinto de todo lo que había conocido hasta entonces. Incluso le había oído pedir perdón para los que le ofendían.Y le hace esta súplica, sencilla, pero llena de vida: “Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. Se acordó de improviso que había un Dios al que se podía pedir paz, como los pobres pedían pan a la puerta de los señores.

¡Cuántas súplicas les hacemos nosotros a los hombres, y qué pocas le hacemos a Dios!… Y Jesús, que no había hablado cuando el otro malhechor le injuriaba, volvió la cabeza para decirle: “Te lo aseguro. Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Jesús le promete el Paraíso para aquel mismo día. El mismo Paraíso que ofrece a todo hombre que cree en El. Pero el verdadero regalo que Jesús le hacía a aquel hombre, no era solamente el Paraíso. Jesús le ofreció el regalo de sí mismo. Lo más grande que puede poseer un hombre, una mujer, es compartir su existencia con Jesucristo. Hemos sido creados para vivir en comunión con él.

TERCERA PALABRA

“MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO”. “AHÍ TIENES A TU MADRE” (Jn.I9, 26)

Junto a la Cruz estaba también María, su Madre. La presencia de María junto a la Cruz fue para Jesús un motivo de alivio, pero también de dolor. Tuvo que ser un consuelo el verse acompañado por Ella. Ella que, por otra parte, era el primer fruto de la Redención. Pero, a la vez, esta presencia de María tuvo que producirle un enorme dolor, al ver el Hijo los sufrimientos que su muerte en la cruz estaban produciendo en el interior de su Madre. Aquellos sufrimientos le hicieron a Ella Corredentora, compañera en la redención.

Era la presencia de una mujer, ya viuda desde hacía años, según lo hace pensar todo. Y que iba a perder a su Hijo. Jesús y María vivieron en la Cruz el mismo drama de muchas familias, de tantas madres e hijos, reunidos a la hora de la muerte. Después de largos períodos de separación, por razones de trabajo, de enfermedad, por labores misioneras en la Iglesia, o por azares de la vida, se encuentran de nuevo en la muerte de uno de ellos.

Al ver Jesús a su Madre, presente allí, junto a la Cruz, evocó toda una estela de recuerdos gratos que habían vivido juntos en Nazaret, en Caná, en Jerusalén. Sobre sus rodillas había aprendido el shema, la primera oración con que un niño judío invocaba a Dios. Agarrado de su mano, había ido muchas veces a la Pascua de Jerusalén… Habían hablado tantas veces en aquellos años de Nazaret, que el uno conocía todas las intimidades del otro.

En el corazón de la Madre se habían guardado también cosas que Ella no había llegado a comprender del todo. Treinta y tres años antes había subido un día de febrero al Templo, con su Hijo entre los brazos, para ofrecérselo al Señor. Y fue precisamente aquel día, cuando de labios de un anciano sacerdote oyó aquellas palabras: “A ti, mujer, un día, una espada te atravesará el alma”. Los años habían pasado pronto y nada había sucedido hasta entonces.

En la Cruz se estaba cumpliendo aquella lejana profecía de una espada en su alma. Pero la presencia de María junto a la Cruz no es simplemente la de una Madre junto a un Hijo que muere. Esta presencia va a tener un significado mucho más grande. Jesús en la Cruz le va a confiar a María una nueva maternidad. Dios la eligió desde siempre para ser Madre de Jesús, pero también para ser Madre de los hombres.

CUARTA PALABRA

“DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO” (Mt.27,46)

Son casi las tres de la tarde en el Calvario y Jesús está haciendo los últimos esfuerzos por hacer llegar un poco de aire a sus pulmones. Sus ojos están borrosos de sangre y sudor. Y en este momento, incorporándose, como puede, grita: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

No había gritado en el huerto de los Olivos, cuando sus venas reventaron por la tensión que vivía. No había gritado en la flagelación, ni cuando le colocaron la corona de espinas. Ni siquiera lo había hecho en el momento en que le clavaron a la Cruz.

Jesús grita ahora. El Hijo único, aquel a quien el Padre en el Jordán y en el Tabor había llamado: “Mi Hijo único”, “Mi Predilecto”, “Mi amado”, Jesús en la Cruz se siente abandonado de su Padre. ¿Qué misterio es éste? ¿Cuál es el misterio de Jesús Abandonado, que dirigiéndose a su Padre, no le llama “Padre”, como siempre lo había hecho, sino que le pregunta, como un niño impotente, que por qué le había abandonado?.

¿Por qué Jesús se siente abandonado de su Padre? Me gustaría poder ayudarte a conocer un poco, y, sobre todo, a contemplar todo el misterio tremendo, y a la vez inmensamente grande, que Jesús vive en este momento. Este momento de la Pasión de Jesús, en que se siente abandonado de su mismo Padre, es el más doloroso para El de toda la Redención. El verdadero drama de la Pasión Jesús lo vivió en este abandono de su padre.

Si la Pasión de Jesús, el Hijo bendito del Padre, es el misterio que no tiene nombre, que no hay palabras para describirlo, no lo es simplemente por los azotes, ni por la sangre derramada, ni por la agonía o por la asfixia, sino porque nos hace entrar en el misterio de Dios. Y en este abandono de Jesús, descubrimos el inmenso amor que Jesús tuvo por los hombres y hasta dónde fue capaz de llegar por amor a su Padre. Porque todo lo vivió por haberse ofrecido a devolver a su Padre los hijos que había perdido y por obediencia a Él.

QUINTA PALABRA

“TENGO SED” (Jn.19,28)

1.- Uno de los más terribles tormentos de los crucificados era la sed. La deshidratación que sufrían, debida a la pérdida de sangre, era un tormento durísimo. Y Jesús, por lo que sabemos, no había bebido desde la tarde anterior. No es extraño que tuviera sed; lo extraño es que lo dijera.

2.- La sed que experimentó Jesús en la Cruz fue una sed física. Expresó en aquel momento estar necesitado de algo tan elemental como es el agua. Y pidió, “por favor”, un poco de agua, como hace cualquier enfermo o moribundo. Jesús se hacía así solidario con todos, pequeños o grandes, sanos o enfermos, que necesitan y piden un poco de agua. Y es hermoso pensar que cualquier ayuda prestada a un moribundo, nos hace recordar que Jesús también pidió un poco de agua antes de morir.

3.- Pero no podemos olvidar el detalle que señala el Evangelista San Juan: Jesús dijo: “Tengo sed”. “Para que se cumpliera la Escritura”, dice San Juan (Jn.19,28). Jesús habló en esta quinta Palabra de “su sed”. Aquella sed que vivía El como Redentor.

Jesús, en aquel momento de la Cruz, cuando está realizando la Redención de los hombres, pedía otra bebida distinta del agua o del vinagre que le dieron. Poco más de dos años antes, Jesús se había encontrado junto al pozo de Sicar con una mujer de Samaría, a la que había pedido de beber. ”Dame de beber”. Pero el agua que le pedía no era la del pozo. Era la conversión de aquella mujer: "El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna" (Jn 4,13-14).

Ahora, casi tres años después, San Juan que relata este pasaje, quiere hacernos ver que Jesús tiene otra clase de sed. Es como aquella sed de Samaría. “La sed del cuerpo, con ser grande -decía Santa Catalina de Siena- es limitada. La sed espiritual es infinita”.

Jesús tenía sed de que todos recibieran la vida abundante que El había merecido. De que no se hiciera inútil la redención. Sed de manifestarnos a Su Padre. De que creyéramos en Su amor. De que viviéramos una profunda relación con El. Porque todo está aquí: en la relación que tenemos con Dios.

SEXTA PALABRA

“TODO ESTÁ CUMPLIDO” (Jn. 19, 30)

 Estas fueron las últimas palabras pronunciadas por Jesús en la Cruz. Estas palabras no son las de un hombre acabado. No son las palabras de quien tenía ganas de llegar al final. Son el grito triunfante del vencedor. Estas palabras manifiestan la conciencia de haber cumplido hasta el final la obra para la que fue enviado al mundo: dar la vida por la salvación de todos los hombres.

Jesús ha cumplido todo lo que debía hacer. Vino a la tierra para cumplir la voluntad de su Padre. Y la ha realizado hasta el fondo. Le habían dicho lo que tenía que hacer. Y lo hizo. Le dijo su Padre que anunciara a los hombres la pobreza, y nació en Belén, pobre. Le dijo que anunciara el trabajo y vivió treinta años trabajando en Nazaret.

Le dijo que anunciara el Reino de Dios y dedicó los tres últimos años de su vida a descubrirnos el milagro de ese Reino, que es el corazón de Dios. La muerte de Jesús fue una muerte joven; pero no fue una muerte, ni una vida malograda. Sólo tiene una muerte malograda, quien muere inmaduro. Aquel a quien la muerte le sorprende con la vida vacía. Porque en la vida sólo vale, sólo queda aquello que se ha construido sobre Dios.

Ahora Jesús se abandona en las manos de su Padre. “Padre, en tus manos pongo mi Espíritu”. Las manos de Dios son manos paternales. Las manos de Dios son manos de salvación y no de condenación.

Dios es un Padre. Antes de Cristo, sabíamos que Dios era el Creador del mundo. Sabíamos que era Infinito y todopoderoso, pero no sabíamos hasta qué punto Dios nos amaba. Hasta qué punto Dios es PADRE. El Padre más Padre que existe. Y Jesús sabe que va a descansar al corazón de ese Padre.


SÉPTIMA PALABRA

“PADRE, EN TUS MANOS PONGO MI ESPÍRITU (Luc. 23,46)

Y el que había temido al pecado, y había gritado: “¿Por qué me has abandonado?”, no tiene miedo en absoluto a la muerte, porque sabe que le espera el amor infinito de Su Padre. Durante tres años se lanzó por los caminos y por las sinagogas, por las ciudades y por las montañas, para gritar y proclamar que Aquel, a quien en la historia de Israel se le llamaba “El”, “Elohim”, “El Eterno”, “El sin nombre”, sin dejar de ser aquello, era Su Padre. Y también, nuestro Padre.

Y el hecho de que tenga seis mil millones de hijos en el mundo, eso no impide que a cada uno de nosotros nos mime y nos cuide como a un hijo único. Y, salvadas todas las distancias, también nosotros podemos decir, lo mismo que Jesús: “Dios es mi Padre”, “los designios de mi Padre”, “la voluntad de mi Padre”. Y si es cierto que es un Padre Todopoderoso, también es cierto que lo es todo cariñoso. Y en las mismas manos que sostiene el mundo, en esas mismas manos lleva escrito nuestro nombre, mi nombre.

Y, a veces, cuando la gente dice: “Yo estoy solo en el mundo”, “a mi nadie me quiere”, El, el padre del Cielo, responde: “No. Eso no es cierto. Yo siempre estoy contigo”. Hay que vivir con la alegre noticia de que Dios es el Padre que cuida de nosotros. Y, aunque a veces sus caminos sean incomprensibles, tener la seguridad de que El sabe mejor que nosotros lo que hace. Hay que amar a Dios, sí. Pero también hay que dejarse amar y querer por Dios. En las manos de ese Padre que Jesús conocía y amaba tan entrañablemente, es donde El puso su espíritu.
               
¿ES POSIBLE QUE DIOS EN QUIEN CREEMOS SE REDUZCA A TAN POCA COSA?

“Muchos quedaron espantados al verlo, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano” (Is 52,14).

El centro de la Semana Santa es Dios. ¿Qué Dios se nos manifiesta en la Semana definitiva de la Pasión? Un Dios, para muchos, un tanto extraño, un Dios que no responde a nuestras expectativas. Pues a nosotros nos encanta un Dios que lo sabe todo, lo puede todo. Pero, en la Pasión Dios se nos revela con un rostro totalmente diferente. Es el Dios débil, del que los hombres pueden hacer lo que les viene en gana: prenderlo, juzgarlo, condenarlo y crucificarlo. Aquí no hay nada de grandeza humana, lo único que hay es debilidad. Un Dios que, hasta los soldados y criados, se permiten el lujo de escupirle en la cara, darle de bofetadas, y convertirlo en objeto de diversión y burla. ¿A esto se ha reducido Dios? ¿Es posible que Dios se haya podido empequeñecer más? Un Dios víctima de todos. Todos tienen derecho a jugar con él. El único que carece de derechos es él.

El Dios de la Pasión es el Dios débil y de los débiles, crucificado y de los crucificados, el Dios que calla y sufre en el silencio, mientras todos vociferan y piden a gritos su condena.

Sin embargo, todo eso no es sino el ropaje con el que se reviste Dios porque, por dentro, la realidad es otra. El Dios de la Pasión es el Dios que encarna los valores del Reino. El Dios que se sale del sistema y anuncia un sistema nuevo. Se sale del sistema de la fuerza y el poder y proclama el sistema del amor y la solidaridad y la fraternidad. El Dios que se comparte a sí mismo con los débiles y ofrece la esperanza a los débiles. El Dios que no ama el dolor, pero que es capaz de convertirlo en expresión de amor y de vida. Un Dios que, colgado en la Cruz, es capaz de olvidarse de sí mismo y escucha y atiende las súplicas de un crucificado que se desangra a su lado.

Uno se pregunta, ¿qué hace un Dios colgado de la Cruz? ¿No parece el mayor absurdo humano? Pues lo único que hace Dios colgado de la Cruz es amar, perdonar, salvar, dar vida. Dar la vida por los demás, dar su vida para que otros vivan, puede ser un absurdo humano, pero es la sabiduría divina.


¿Es posible creer en un Dios débil y crucificado? La respuesta es clara: siempre es posible creer en el amor. Por eso, nuestra fe está marcada, desde el Bautismo, precisamente por la señal de la cruz que nos ha marcado. Por eso, para nosotros creer es mucho más que aceptar ideas, es creer que “Dios nos ama hasta el extremo”.