DOMINGO DE LA PASCUA DE RESURRECCIÓN
Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 20, 1-9:
El primer día después del sábado, María Magdalena fue al
sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio que la piedra que
cerraba la entrada del sepulcro había sido removida. Fue corriendo en busca de
Simón Pedro y del otro discípulo a quien Jesús amaba y les dijo: «Se han
llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Pedro y el
otro discípulo salieron para el sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro
discípulo corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Como se inclinara,
vio los lienzos tumbados, pero no entró. Pedro llegó detrás, entró en el
sepulcro y vio también los lienzos tumbados. El sudario con que le habían
cubierto la cabeza no se había caído como los lienzos, sino que se mantenía enrollado
en su lugar. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado
primero, vio y creyó. Pues no habían entendido todavía la Escritura: ¡él
"debía" resucitar de entre los muertos! PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
“Salúdense los unos a los otros con el santo beso. De
nuestra parte les saludamos así: La gracia de Cristo Jesús, el Señor
(Resucitado), el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos
ustedes” (II Cor. 13,12-14). Queridos amigos(as), hoy les saludamos con esta invocación
solemne, deseándoles una feliz pascua de resurrección del Señor.
El Evangelio leído en esta fiesta de las fiestas podemos
titular con este anuncio: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No
está aquí. Resucitó. Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía estaba en
Galilea: el Hijo del Hombre debe ser entregado en manos de los pecadores y ser
crucificado, y al tercer día resucitará.” (Lc 24,5-7).
La experiencia pascual que significa: “Antes de la fiesta de
Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de salir de este mundo para
ir al Padre, como había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó
hasta el extremo. Y sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus
manos y que había salido de Dios y que a Dios volvía” (Jn 13,1;3). Es la puesta
en práctica de todo lo que dijo e hizo.
Dijo ya Jesús: “Salí del Padre y vine al mundo… Ahora dejo
el mundo y vuelvo al Padre” (Jn 16,28) ¿Por qué vino y a qué vino Jesús? Vino
porque Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (Ez
33,11). El hijo tiene esa misión: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo Único,
para que quien cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque, Dios no
envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve
por él” (Jn 3,16). Por eso Jesús siempre ha dicho: “Yo he venido para que las
ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia. Yo soy el buen Pastor que da su
vida por las ovejas". En el afán de cumplir su misión Jesús dio su vida: “Así
como Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también el Hijo del
hombre será levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida
eterna” (Jn 3,14). “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre,
entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo
que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo,
porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,29-29).
En este Domingo de la pascua de resurrección conviene
reflexionar con detalles este episodio de (Jn. 20, 1-9).
María una vez descubierta la puerta movida “corre” enseguida
porque presupone que el cuerpo del señor no está porque no entró a la tumba y
va a informarles a los discípulos
más autorizados, apenas se percata que el sepulcro del Maestro está vacío
(20,2a). Esta carrera insinúa el amor de María por el Señor. Lo seguirá
demostrando en su llanto junto a la tumba vacía (20,11ss). Así María se
presenta ante Pedro y el Discípulo Amado como símbolo y modelo del auténtico
discípulo del Señor Jesús, que debe ser siempre movido por un amor vivo por el
Hijo de Dios.
Nótese que María confiesa a Jesús como “Señor”: “Se han
llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (20,2b). A
pesar de no haberlo descubierto vivo, para ella Jesús es el “Señor” (Kýrios),
el Dios de la gloria y por lo tanto inmortal (lo seguirá diciendo: 20,13.10).
Ella está animada por una fe vivísima en el Señor Jesús y personifica así a
todos los discípulos de Cristo, que reconocen en el Crucificado al Hijo de Dios
y viven para Él.
He aquí un ejemplo para imitar en las diversas
circunstancias y expresiones de la existencia, sobre todo en los momentos de
dificultad y aún en las tragedias de la vida. Para la fe y el corazón de esta
mujer la muerte en Cruz de Jesús y su sepultura, con todo su amor por el Señor
se ha revelado “más fuerte que la muerte” (Cantar 8,6).
“Se encaminaron al sepulcro” (20,3). La mención de los dos
discípulos no es casual, ambos gozan de amplio prestigio en la comunidad y la
representan. Se distingue en primer lugar a Pedro, a quien Jesús llamó “Kefas”
(Roca; 1,42), quien confiesa la fe en nombre de todos (Jn 6,68-69), dialoga con
Jesús en la cena (13,6-10.36-38) y al final del evangelio recibe el encargo de
pastorear a sus hermanos (Jn 21,15-17).
Por su parte el Discípulo Amado es el modelo del “amado” por el Señor,
pero también del que “ama” al Señor (13,23; 19,26; 21,7.20).
“El otro discípulo llegó primero al sepulcro” (20,4). El
Discípulo Amado corre más rápido que Pedro (v.4). Esto parece aludir a su
juventud, pero también a un amor mayor. ¿No es verdad que correr es propio de
quien ama? “Se inclinó, vio las vendas en el suelo, pero no entró” (20,5) El
discípulo amado llega primero a la tumba, pero no entra, respeta el rol de
Pedro. Se limita a inclinarse y ver las vendas tiradas en la tierra. Él ve un
poco más que María, quien sólo vio la piedra quitada del sepulcro.
“Simón Pedro entra en el sepulcro y ve las vendas en el
suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado
en un lugar aparte” (20,6-7). Al principio Pedro ve lo mismo que vio el
Discipulado Amado, pero luego ve un poco más: ve que también el sudario que estaba
sobre la cabeza de Jesús, estaba doblado aparte en un solo lugar (v.7). Este detalle quiere indicar que el cadáver
del Maestro no ha sido robado, ya que lo más probable es que los ladrones no se
hubieran tomado tanto trabajo y darse el tiempo para dejar en orden las cosas. Por lo tanto Jesús se ha liberado a sí mismo
de los lienzos y del sudario que lo envolvían, a diferencia de Lázaro, que
debió ser desenvuelto o ayudado por otros (Jn.11,42-44). Lo que significa a diferencia
de la resurrección de Lázaro, Jesús rompió las ataduras de la muerte.
Desde luego que la tumba vacía y las vendas no son una
prueba de la resurrección, son simplemente un signo de que Jesús ha vencido la
muerte. Sin embargo Pedro no comprende el signo. En cambio el discípulo amado “Entró...
vio y creyó” (20,8) “...que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre
los muertos” (Jn 20,9) El Discípulo Amado ahora entra en la tumba, ve todo lo
que vio Pedro y da el nuevo paso que éste no dio: cree en la resurrección de
Jesús.
La constatación de simples detalles despierta la fe del
Discípulo Amado en la resurrección de Jesús, el orden que reinaba dentro de la
tumba para él fue suficiente. No necesitó más para creer, como sí necesitó
Tomás. A él se le aplica el dicho de Jesús: “dichosos los que creen sin haber
visto” (v.29).
Pero ¡atención! El Discípulo Amado “vio” y “creyó” en la
Escritura que anunciaba la resurrección de Jesús (v.9). Esto ya se había
anunciado en Juan 2,22. Aquí el
evangelista no cita ningún pasaje particular del Antiguo Testamento, tampoco
ningún anuncio por parte de Jesús. Pero
queda claro que la ignorancia de la Escritura por parte de los discípulos
implica una cierta dosis de incredulidad por cuanto el Señor ya los anticipó
del hecho (ver también 1,26; 7,28; 8,14). Así pues, la asociación entre el
“ver” y el “creer” (v.8) formará en adelante uno de los temas centrales del
resto del capítulo, donde se describen las apariciones del resucitado a los
discípulos, para terminar diciendo: “Porque me has visto has creído. Dichosos
los que no han visto y han creído” (v.29). Nosotros los lectores, hacemos el
camino del Discípulo Amado mediante de los “signos” testimoniados por él en el
Evangelio (20,30-31).
En tercer Lugar: En la pascua Jesús se convierte en el
centro de la vida y de todos los intereses del discípulo. En la mañana del
Domingo la única preocupación de los “tres discípulos del Señor” –María, Pedro
y el Discípulo Amado- es buscar al Señor, pero ¿dónde lo buscan? Buscan a Jesús
muerto sobre la Cruz por amor pero resultado de entre los muertos para la
salvación de toda la humanidad. El amor los mueve a buscar al Resucitado en ese
estupor que sabe entrever en los signos el cumplimiento de las promesas de Dios
y de las expectativas humanas. Entre todos, cada uno con su aporte, van
delineando un camino de fe pascual.
La búsqueda amorosa del Señor se convierte luego en impulso
misionero. Como lo muestra el relato, se
trata de una experiencia contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro.
Es así como este pasaje nos enseña que el evento histórico de la resurrección
de Jesús no se conoce solamente con áridas especulaciones sino con gestos
contagiosos de amor gozoso y apasionado. El acto de fe brota de uno que se
siente amado y que ama. Así todos nosotros, discípulos de Jesús, debiéramos
amar intensamente a Jesús y buscar los signos de su presencia resucitada en la pascua
de nuestra vida.
NOTA: Jesús tiene naturaleza divina como el Padre. Cristo se las
da de Dios. Cristo afirma que Él es Dios: “Cuando ustedes hayan levantado en
alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí
mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y
no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,28-29). Además
los milagros que hacen lo demuestra que si es Dios: “Ellos quitaron la piedra,
y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me
oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea,
para que crean que tú me has enviado». Después de decir esto, gritó con voz fuerte:
«¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos atadas con
vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que
pueda caminar” (Jn 11,41-44).
La gran prueba de la divinidad de Cristo es su propia
resurrección. Cristo profetizó que al tercer día resucitaría, para demostrar
que era Dios (Mc 10,33). Para estar seguros de la resurrección de Cristo,
primero, tenemos que estar seguros de que murió. Si no murió, no pudo
resucitar. Y tenemos cuatro clases de testigos de que Cristo murió en la cruz.
2) Para la AUTORIDADES: Cristo estaba muerto . (Mc
15,44-45): Cuando Nicodemo y José de Arimatea van a pedirle a Pilato permiso
para llevarse el cuerpo de Cristo, Pilato se extraña de que Cristo esté muerto
tan pronto, y no concede el permiso sin recibir el aviso oficial de que Cristo
está muerto. Así lo cuenta San Marcos. Sólo entonces, concede el permiso a
Nicodemo y a José de Arimatea para que se lleven el cadáver de Cristo. Según la
ley romana los familiares y amigos tenían derecho a llevarse el cadáver del
ajusticiado para darle sepultura. Por lo tanto, oficialmente, Cristo está
muerto.
3) Para los ENEMIGOS, Cristo estaba muerto. (Mt 27,62-66): Porque
los fariseos, con el trabajo que les costó llevar a Cristo a la cruz, ¿podemos
pensar que permitieran que se llevaran el cadáver sin estar seguros de que
Cristo estaba muerto? Ellos sabían que Cristo había profetizado que al tercer
día iba a resucitar (Mc 10,33). Para evitar que nadie se llevara el cadáver y
simulara una resurrección, pusieron una guardia a la puerta del sepulcro (Mt
27,63-65).
4) Para los AMIGOS,
Jesús está muerto (Mc 15,47): ¿Cómo es posible pensar que María Santísima
dejara a Cristo en el sepulcro y se fuera, si hubiera advertido en Él la más
mínima esperanza de vida? Cuando María Santísima, José de Arimatea y Nicodemo
dejan a Cristo en la tumba y se van, es porque estaban seguros de que estaba
muerto. Porque si hubieran observado la más mínima esperanza de recuperación,
¿iban a dejarlo en la tumba y marcharse? María Santísima, José de Arimatea,
Nicodemo y San Juan estaban seguros de que Cristo estaba muerto. Por eso lo
dejaron en la tumba y se fueron. Y después de la fiesta volverían las mujeres a
terminar de hacer todas las ceremonias de la sepultura. En opinión de los
verdugos, en opinión de las autoridades, en opinión de los enemigos y en
opinión de los amigos, Cristo estaba totalmente muerto en la cruz.
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