sábado, 19 de julio de 2014

DOMINGO XVI - A (20 de Julio del 2014)



Déjenlos crecer juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y échenlo al fuego, y luego recojan el trigo en mi granero" (13,30)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 13,24-43:

En aquel tiempo Jesús les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: "Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?" Él les respondió: "Esto lo ha hecho algún enemigo". Los peones replicaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla? No. Les dijo el dueño.  Porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero".

También les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas".

Después les dijo esta otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a la levadura que una mujer mezcla con tres medidas de harina, hasta que fermenta toda la masa".

Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.

Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña en el campo". Él les respondió: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles. Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga! PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

El domingo anterior, Jesús por medio de parábolas, nos decía: "El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta” (Mt 13,4-8). Y nos preguntábamos: ¿Qué tipo de tierra somos: tierra dura como del camino, tierra pedregosa, tierra de maleza o tierra fértil? Y nos decíamos que no conviene engañarnos, porque tarde o temprano todo quedará al descubierto, todo se sabrá (Mt 10,26). Y el mismo Señor nos adelantó al decirnos: “A Uds. os reconocerán por sus frutos” (Mt 7,15).

En la parábola de la cizaña distinguimos cuatro momentos: 1) La parábola del trigo y la cizaña (Mt 13,24-30). Luego viene su explicación (Mt 13,36-43). 2) La parábola del grano de mostaza (Mt 13,31-32). 3) La parábola de la levadura (Mt 13,33). Y 4) El ¿por qué? de las enseñanzas por medio de parábolas (Mt 13,34-35).

De las tres parábolas, la de la cizaña ocupa la enseñanza central de este domingo: Mt 13,24-30.36,43. El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo.  La mención a una semilla buena nos coloca a la expectativa de una buena cosecha. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró cizaña entre el trigo, y se fue (Mt 13,25). Hay que estar siempre vigilantes, no podemos descuidarnos porque el enemigo siempre se encuentra al acecho, esperando el momento para sembrar la cizaña. Al respecto San Pedro nos dice: “Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe” (I Pe 5,8).

El trigo y la cizaña pueden estar juntas durante mucho tiempo, ya sea en la vida de los demás como en nosotros mismos. Por lo general, es fácil advertir en los demás, pero en nosotros, no advertimos su presencia. Y no nos damos cuenta en qué momento empezó a germinar en nuestra vida el resentimiento y la venganza o cualquier otro mal; pero eso sí, nos damos cuenta del mal en el otro y muy rápido, y quisiéramos que Dios intervenga con todo su poder para colocarlo al malo en su lugar. Pero el Señor nos dice: “¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: Deja que te saque la paja de tu ojo, si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mt 7,3-5). La cizaña es precisamente lo que nos motiva actuar como juez de los demás y ahoga en nosotros la enseñanza de Dios. Y tiene mucha razón Santiago en decirnos: “No hay más que un solo legislador y juez, aquel que tiene el poder de salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para condenar al prójimo?” (Stg. 4,12).

Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?  Él les respondió: "Esto lo ha hecho algún enemigo". Los peones replicaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?" (Mt 13,27-28). Vemos que aunque la semilla es de buena calidad hay cosas a su alrededor que la ahogan y quizás el rendimiento no sea igual. Ante su preocupación: "¿Quieres, que vayamos a recogerla?" (Mt 13,28b) y la respuesta del amo es:  "No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquen a la vez el trigo” (Mt 13,29).  Los discípulos quedan extrañados, pero la dinámica del Reino de Dios es otra, siempre estarán buenos y malas. Nuestra vida misma pasa por días llenas de cizaña, o días de buen trigo. Al respecto dijo con mucha sabiduría San Pablo: “Para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere. Tres veces pedí al Señor que me librara, pero él me respondió: "Te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta en la debilidad". De ahí que, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (II Cor 12,7-10).

Para vivir en la senda del camino recto hemos de estar muy atentos y llevar una vida de constante discernimiento y para ello muy bien caen los consejos de Pablo: “Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren” (Gal 5,16-17). Así también, al lado de los buenos están los malos.  Esta convivencia continuará, según dice el patrón de la parábola “Dejen que ambos crezcan juntos hasta la ciega”  (Mt 13, 30).  Crecerán el trigo y la cizaña juntos, pero eso será solo hasta el tiempo de la cosecha, es decir mientras dure esta vida terrenal, pero aquí esta luego la manifestación del límite de la misericordia de Dios, es decir la Justicia divina. “Diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt 13,30). Es decir la cizaña al fuego del infierno y el trigo al granero, que es el cielo. Por el destino final que tiene cada una de las semillas se comprende que con las decisiones y acciones de cada persona se pone en juego el propio futuro, el destino final.  Por tanto hay que ser responsables con la vida y los dones que se nos dio porque: "Al que se le confió mucho, se le exigirá mucho más” (Lc 12,28). Junto a este sentido de responsabilidad que debe tener cada persona, esta parábola nos deja una bellísima lección sobre la paciencia: así como el patrón, Dios nos da tiempo a cada uno para que recapacitemos, y Dios está esperándonos por nuestra conversión hasta el final. Pero, también de nuestra parte, lo mismo debemos hacer con nuestros hermanos con los cuales hemos perdido la paciencia por su reticencia en el pecado; hay que insistir, darle una oportunidad, esperar por su conversión.

Otro aspecto, que es conveniente que se reitere y que ya lo manifestamos. Lo sabemos todos por experiencia que, nadie es completamente trigo. Hay que escuchar a los santos: siempre se reconocen pecadores. Ni completamente somos cizaña porque, no hay nadie que, por muy malo que sea, no tenga en el fondo un buen corazón.  Por tanto no hay que caer en la actitud equivocada de quien separa tajantemente el mundo de los buenos y el mundo de los malos.  En cada persona hay un poco de todo. En fin, no nos corresponde a nosotros juzgar a los demás, porque un día cada uno dará cuentas de los suyo, sino más bien evaluarnos a nosotros mismos. La parábola enseña que en el campo hay buenos y malos, pero nosotros por lo general no estamos en condiciones de saber quiénes son los buenos y quiénes son los malos. La presencia de la cizaña no constituye una sorpresa. Y, sobre todo, no es señal de fracaso. La Iglesia no es la comunidad de los salvados, de los elegidos, sino el lugar donde podemos salvarnos. Pero al final cada a uno se nos reconocerá si somos trigo o cizaña por nuestros frutos (Mt. 7,16).

En resumen: Así como en Génesis se dice: Dios dio al hombre este mandamiento: "De cualquier árbol del jardín puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás sin remedio" (Gn 2,16-17). Luego, sorpresivamente aparece un ser extraño, con parecer distinto al querer de Dios: Replicó la serpiente a la mujer: "Al comer del árbol prohibido, no morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal" (Gn 3.4-5). Es decir, no solo Dios siembra, que también hay otros que siembran. Y lo hacen de noche, mientras la gente está dormida o tergiversando la verdad, usando la mentira. Por eso mismo ya nos dijo el Maestro: “A Uds. los reconocerán por sus frutos” (Mt. 7,16). 

Pero también, en segundo lugar, Jesús nos invita a no escandalizarnos de los malos que hay y que viven a nuestro lado. Lo cual implica la necesidad de la conversión y también la esperanza de que los malos puedan algún día ser buenos. O incluso nos invita a pensar que muchas veces la cizaña no siempre está en los demás, sino que en el momento menos pensado, ya está en nosotros germinando y a punto de echar mucha semilla. O ¿no es cierto que sin querer ya estamos en pleitos de odio, ira, rencor, envidia? Recordemos lo que Jesús nos dice: "El fariseo, de pie, oraba en voz baja: "Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas" (Lc 18,11-12). Es decir, creemos ser buen trigo, cuando eso no es cierto.

Y en tercer lugar, no somos los indicados para decidir la suerte de los malos. Dios como juez supremo sabe hacer sus cosas, espera el momento. Y el momento no es ahora, sino al final. Los apóstoles preguntaron al Señor ¿Cuándo será eso? Jesús respondió: nadie lo sabe, solo el Padre, pero estén preparados” (Mt 24,44). Porque sólo Dios es quien ha de juzgar a cada uno. Muchos nos quejamos del porqué Dios permite que haya tantos malos pero no decimos ¿Por qué soy malo? Nosotros hubiésemos preferido que los elimine, pero Dios actúa de otra manera. Ese juicio no se hará en el tiempo, sino al final de los tiempos cuando se decida la suerte de unos y de otros. Mientras tanto, tendremos que crecer juntos, a lado de la cizaña; pero con mucho criterio de discernimiento para que no se meta en nuestra vida como la maleza o la cizaña (Mt 13,7). Y porque tarde o temprano llegará el tiempo de la cosecha y cada quien tendrá que ocupar el lugar que merece: "Así como se arranca la cizaña y se quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!" (Mt 13,40-43).


sábado, 12 de julio de 2014

DOMINGO XV - A (13 Julio del 2013)



DOMINGO XV - A (13 de Julio del 2014)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 13,1-9:

En  aquel tiempo, Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas.

Les decía: "El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron.  Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz Y Bien.

Con este episodio de Mt 13,1-9 Jesús, comienza una nueva sección. Se trata del tercer gran discurso formativo a sus discípulos. Los dos primeros: el Sermón de la Montaña (Mt 5-7) y el Manual de la Misión (Mt 10), constituyeron como dos elementos en el camino de maduración de la fe los discípulos. Este nuevo discurso se centra en un aspecto importante del discipulado: Jesús no sólo dice lo que hay que hacer sino –teniendo en vista la maduración de la fe de los suyos- también los enseña a discernir la voluntad de Dios en cada circunstancia de la vida.  Para ello sirven las parábolas (Mt 13,34) las cuales son verdaderos ejercicios de discernimiento espiritual que tratan de captar el acontecer discreto del Reino en medio de las diversas circunstancias de la vida y motivan para hacer la elección correcta de la voluntad de Dios que tiene que ver con nuestra felicidad (Lc 9,33).

La enseñanza de Jesús se despliega a lo largo de siete parábolas bien ordenadas. Después de una breve introducción (Mt 13,1-2), comienzan las parábolas: 1) El sembrador (Mt 13,1-9), parábola que hoy se trata. 2) El trigo y la cizaña (Mt 13,24-30). 3) El grano de mostaza (Mt 13,31-32). 4) La levadura (Mt 13,33). 5) El tesoro escondido en el campo (Mt 13,44). 6) La perla del mercader (Mt 13,45-46). 7) La pesca en la red que atrapa todo (13,47-50). Finalmente encontramos conclusión igualmente breve (Mt 13,51-52).

Las cuatro primeras parábolas, se basan en trabajos del campo, educan en el discernimiento propiamente dicho; las otras tres están dichas para motivar el paso, la decisión, ya que es posible tener claro lo que hay que hacer pero nunca llegar a hacer. La última parábola confirma que éstas están presentadas en clave de discernimiento: es como el pescador que cada día se sienta a la orilla del mar a recoger de la red lo que le sirve y devolver al mar lo que no sirve o todavía no está maduro. Así la vida del discípulo todos los días y en este esfuerzo continuo debe perseverar para conducir una vida según la voluntad del Dios del Reino.

Hoy, Jesús empieza sus enseñanzas con la parábola del sembrador: Sale de la casa en la que estaba y se va a la orilla del mar (Mt 13,1). Y como mucha gente se le juntó, se subió a una barca, la gente sentada a la orilla. En este bello escenario comienza con su enseñanza (Mt 13,3b-9), la primera en resaltarse, son los diversos tipos de terreno en los cuales caen las semillas arrojadas por el sembrador, destacando al final un terreno que es apto para la inmensa producción de que es capaz una simple semilla.

Diversos tipos de terreno: Unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron (Mt 13,4). Al caer en el camino donde no hay cuidado, cae de superficialmente; así somos muchas personas que escuchamos la palabra, pero no llega al corazón, no se arraiga no tiene raíz y el maligno la arranca. Por eso dice Jesús: “No todos los que me dicen: Señor, Señor, entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?.  Entonces yo les manifestaré: Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal. Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande" (Mt 7,21-27).

Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron (Mt 13,5). La semilla que cae en un terreno rocoso donde no puede hacer raíz y con el sol inclemente se seca, es el hombre que oye la palabra y la acepta inmediatamente con alegría, pero no admite, la raíz es superficial, es incoherente en su actuar y por tanto no germina. Otras cayeron entre abrojos es decir entre espinos; crecieron los abrojos y las ahogaron (Mt 13,7). Aunque el suelo es bastante profundo para hacer raíz se encuentra con hierba, compara con el que oye la palabra, pero las preocupaciones personales y del mundo sofocan la palabra y no da frutos. ¿Quién sembró es mala hierba? Jesús en otro episodio explica: “El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él? Él les respondió: Esto lo ha hecho algún enemigo. Los peones replicaron: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos echen al fuego, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt 13,24-30).

Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta (Mt 13,8). La semilla sembrada en la tierra es buena, en suelo profundo, no tiene maleza, es la persona que abre su corazón, escucha la palabra  y da diferentes frutos. Al respecto, en otro pasaje Jesús decía: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán (Jn 15,1-7).

El sembrador que es un profesional en la materia, ciertamente parece extraño cuando deja caer algunas semillas en terreno impropio para el cultivo.  Sin embargo, esto corresponde a la realidad del evangelio: antes que la calidad de la tierra, lo que vale es la calidad de la semilla. Así obraba Jesús: arrojaba su semilla en corazones sobre los cuales los fariseos ya habían dado su dictamen negativo y consideraban excluidas de la salvación. Entonces la imagen de un sembrador arrojando las semillas en los tres primeros terrenos es un retrato de la obra de Jesús quien no ha venido “a llamar a justos, sino a pecadores” (Mt 9,13). Ante todo se proclama la bondad de Dios, quien no tiene límites para ofrecer sus bendiciones (Mt 6,45), pero esto implica de parte de cada hombre el hacerse a sí mismo “buena tierra” para que la semilla de la Palabra pueda crecer. La Palabra de Dios se  nos da como un don, él no cuenta con la respuesta del hombre, la semilla cae en diferentes corazones pero a pesar de ello tendrá éxito en la mayor parte.  Es un relato que nos lleva a la esperanza.

 Como vemos, la estrategia pedagógica que Jesús usó como buen maestro para enseñar era las parábolas que como dice las escrituras: “Todo esto lo enseña Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas, desde la creación del mundo” (Mt 13,34-35). Hoy, Jesús usó la parábola del sembrador para explicarnos la importancia que tiene el escuchar la Palabra de Dios y vivirla como experiencia de vida (Mt 7,21-26). Porque es por ella como somos parte del reino de los cielos.

Jesús, el maestro supremo, no nos quiere dar una lección de agricultura, sino una lección de cómo están nuestros corazones para aceptar las semillas del Reino. El Reino de Dios se nos da en semillas. Dios todo lo da en semillas. Por tanto, hay que trabajarla. Pero la suerte del Reino y de la Palabra de Dios depende de cada uno de nosotros. Donde, Él es el sembrador, su Palabra es la semilla, nosotros somos la tierra donde se derrama la semilla. Como tal tenemos reacciones distintas frente a su Palabra. Unos somos tierra muy dura como los del camino, otros, tierras pedregosas, otro, tierras llenas de espinos o maleza, pero otros somos buena tierra que dará buen fruto, unos cien, otros setenta, otros treinta por uno.

El problema no está ni en la semilla ni en Dios que la siembra. El problema lo llevamos todos en el corazón porque hay que decir, y creo que todos tenemos nuestra propia experiencia, que hay corazones más duros que el asfalto de nuestras carreteras y también hay corazones con muy buena voluntad, tan llenos de enredos, tan lleno de cosas y de superficialidades que la palabra recibida brota por un momento, pero el fervor se nos apaga como un fósforo encendido. Aunque también tenemos que reconocer que hay corazones generosos, tierra fértil donde la palabra de Dios puede crecer en abundancia de frutos.

Lo extraño, y también lo bueno, es cómo Dios puede sembrar su palabra en corazones que sabe no van a responder y cómo Dios se expone al fracaso de muchas de sus semillas: Dios ama a todos por igual y a todos quiere darnos las mismas oportunidades. Su amor por nosotros es tal que no le importa se pierdan muchas semillas de gracia porque, al fin y al cabo, la respuesta de esos corazones grandes y generosos compensa con mucho lo que se ha perdido entre la maleza del campo. ¿No te parece interesante un Dios, que se atreve a correr el riesgo de su Palabra y de su Reino en nuestras debilidades? Pues, así es el amor de Dios (Jn 3,16).

Jesús es la palabra hecha carne entre nosotros (Jn 1,14). El Padre, Dios es el que siembra la Palabra, que era una semilla capaz de cambiar el mundo, pero no siempre encontraba tierra adecuada. Somos muchos los que cada día, o al menos cada domingo, escuchamos la Palabra de Dios. Para muchos es palabra perdida, para otros es toda una posibilidad. Aunque, a decir verdad, la Palabra de Dios no produce lo mismo en todos. En unos, sesenta, en otros treinta, en otros cien. Si lo pensamos bien, cada domingo Dios siembra infinidad de su Palabra. ¡Cuánta Palabra anunciada dominicalmente! El problema está cuánta de esa Palabra da fruto y cuánta se pierde en el aburrimiento y desinterés de la gente y también en lo mal que la sembramos. Jesús era buen sembrador, pero entre nosotros hay de todo. Hay quienes siembran de verdad y quienes simplemente decimos palabras que no tienen futuro alguno.

Dios no deja de hablarnos en su Hijo. Dios es Palabra hecha carne entre nosotros (Jn 1,14). Una palabra capaz de cambiarnos y dar frutos del Evangelio (Mc 1,15). El problema es cómo la anunciamos y también cómo la recibe la gente. ¿Se imaginan que cada domingo la Palabra de Dios diese el fruto del ciento por uno? ¿Y aunque no sea el sesenta? El éxito de la voluntad de Dios depende de tu voluntad y de tu cooperación. El querer de Dios depende de tu querer. Dios no es de los que utiliza su poder para imponernos las cosas. El amor no se impone, el amor se ofrece (Mt 11,28). Ese el gran misterio de Dios en el hombre. Dios quiere que todos nos salvemos (I Tm 2,4); sin embargo, muchos no tienen mayor interés en su salvación o incluso ni creen en eso de la salvación. ¿Cuáles son las condiciones para que la Palabra de Dios no se pierda inútilmente y pueda dar fruto abundante en nuestros corazones y en el mundo? Jesús nos propone varias. En primer lugar nos propone ser tierra fértil para dar frutos al cien, setenta o treinta; pero ello, requiere ser prevenidos, es decir no tener un corazón endurecido e impenetrable (Slm 94), sino un corazón sincero, noble, abierto siempre a las posibilidades de Dios en él. En segundo lugar, un corazón libre de ataduras que le impiden decir sí a Dios, que sea tierra sin piedras y maleza.

¿Qué tipo de tierra somos? ¿Tierra dura como del camino? ¿Tierra pedregosa? ¿Tierra con maleza? ¿Tierra fértil? Ojala que seamos tierra fértil, entonces la semilla derramada, que es la palabra de Dios dará el fruto del ciento por uno. luego la Palabra de Dios, Cristo Jesús no habrá venido en vano sino como el profeta dice: “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé” (Is 55,10-11). Dios nos anuncia por medio del Profeta Isaías que su Palabra no quedará sin resultado, sino que ella cumplirá su misión, la cual es el cumplimiento de la voluntad divina.  Y esto lo dice con el mismo paisaje campestre del Evangelio y del Salmo, es decir,  la siembra, la lluvia, la semilla, la germinación. El Salmo 64  que hemos rezado nos habla de la tierra y del agua que la riega, de pastos y de flores, de rebaños y trigales.  Y nos habla de la preparación de la tierra.  Y ¿quién prepara la tierra?  ¿Quién prepara nuestra alma para recibir la semilla y poder dar fruto?  La prepara el mismo Señor, el Sembrador.


Así hemos rezado en el Salmo: “Tú preparas las tierras para el trigo: riegas los surcos, aplanas los terrenos, reblandeces el suelo con la lluvia”.  Dispongámonos a que el Señor nos prepare para su siembra, dejemos que El reblandezca nuestro suelo con la lluvia de su Gracia, dejemos que El aplane nuestro terreno, moldeándolo de acuerdo a su Voluntad.  Así podremos ser esa tierra buena que El busca para sembrar su Palabra y para que dé el fruto esperado. “Unos dan el ciento por uno; otros, el sesenta; y otros, el treinta” (Mt 13,8). El espíritu de Dios no puede permanecer estéril en el bautizado, porque, como dice el apóstol: “Ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras, y se revistieron del hombre nuevo” (Col 3,9).

sábado, 5 de julio de 2014

DOMINGO XIV T.O. - A (06 de Julio del 2014)


DOMINGO 14 - A  (6 de Julio del 2014)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo: 11,25-30

En aquel tiempo, Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido mejor. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy manso y humilde de corazón, y así encontrarán alivio.  Porque mi yugo es suave y mi carga liviana". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

En el evangelio de hoy en la enseñanza resaltamos TRES elementos de la vida con Dios: Oración de gratitud, Unidad entre el Padre y el Hijo, y Consejo.

1.- En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. (Mt 11,25-26).

2.- Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar (Mt 11,27).

3.- Vengan a mí todos los que están cansados y fatigados, y yo les daré descanso. Tomen sobre Uds. mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaran descanso para sus almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera. (Mt 11,28-30).

Una estrategia para entender el mensaje del evangelio es hacerse preguntas como: ¿Quién habla, a quién, cuándo, por qué, qué dice, como lo dice? Entre otras preguntas. Así para este episodio nos preguntamos: ¿Cuál es el punto del texto que más ha llamado mi atención y que más me gusta? Y recuerda que el texto lo hemos divido en tres partes para su mejor entendido:

En la primera parte (Mt 11, 25-26), Jesús se dirige al Padre en un ámbito de oración  de gratitud. Pero ¿Qué imagen del Padre revela en su oración? ¿Cuáles son los motivos que le empujan a dar alabanza a Dios? Y yo ¿qué imagen tengo de Dios? ¿Cómo y cuándo alabo al Padre? En la segunda parte: (Mt 11,27) ¿Quién es Jesús para el Padre y para mí? Recordemos la pregunta del domingo anterior: Jesús preguntó: ¿Uds quien dicen que soy? Pedro respondió y dijo: “Tu eres el Mesías, el hijo de Dios vivo” (Mt 16,15-16). Ahora Jesús nos ha dicho: “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27). Jesús es, aún más tajante al decir: “Todo poder se me dio en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). Y en la tercera parte: ¿A quién se dirige Jesús? (Mt 11,28-30)? Se dirige a cada uno de los pobres y pequeños, es decir a cada uno de nosotros. Nos ha dicho:  “Vengan a mí todos los que están cansados y fatigados, y yo les daré descanso. Tomen sobre Uds. mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaran descanso para sus almas” (Mt11,28-29). ¿Cuál es el yugo que mayormente pesaba sobre el pueblo de aquel tiempo? Y ahora ¿cuál es el yugo que más pesa sobre ti? ¿No es el odio, el resentimiento, envidia, orgullo etc? Y ¿Cuál es el yugo que me da descanso? ¿No es el amor, la misericordia, la caridad, el perdón, la paz? ¿Cómo pueden las palabras de Jesús ayudar a nuestra familia a ser un lugar de reposo para nuestras vidas?

Fíjense que Jesús se nos presenta como revelador y como camino al Padre. Algo que ya nos dijo: “Yo soy camino, verdad y vida, nadie va al padre sino por mi” (Jn 14,6). Ahora bien conviene otra vez preguntarnos: ¿Quién es Jesús para mí? Y ojala nos respondiéramos como Pedro que respondió: “Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16) y ten seguridad que Jesús nos diría también lo mismo que dijo a Pedro: “Feliz de ti Pedro, porque eso que me has dicho nadie te revelo de carne y hueso, sino mi Padre del cielo. Ahora te digo Tu eres Pedro y sobres esta piedra edificare mi Iglesia” (Mt 16,17-18). Pero esta respuesta por parte nuestra tiene que implicar un compromiso de ser el mensajero de Dios; al respecto el profeta dice: “Que hermoso son los pasos y los pies del mensajero que anuncia la palabra de Dios” (Is 52,7). Pero mismo Jesús nos dice: “Al que me anuncie abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero quien me niegue entre los hombres yo también lo najaré ante mi Padre que está en el cielo” (Mt 10,32). Este trabajo implica un compromiso serio, es el trabajo misionero.

En el Evangelio de Mateo, el discurso de la Misión ocupa todo el capítulo 10. En la parte narrativa que sigue después de los capítulos 11 y 12, donde se describe cómo Jesús realiza la Misión, aparecen incomprensiones y resistencias que Jesús debe afrontar. Juan Bautista, que miraba a Jesús con una mirada del pasado, no lo comprende (Mt 11, 1-15). El pueblo, que miraba a Jesús sólo por interés, no es capaz de entenderlo (Mt 11, 16-19). Las grandes ciudades en torno al lago, que habían oído la predicación y habían visto los milagros, no quieren abrirse a su mensaje (Mt 11, 20-24). Los escribas y doctores que juzgaban todo a partir de su ciencia, no son capaces de entender la predicación de Jesús (Mt 11,25). Ni siquiera los parientes lo entienden (Mt 12,46-50) Sólo los pequeños entienden y aceptan la buena nueva del Reino (Mt 11,25-30). Los otros quieren sacrificios, pero Jesús quiere misericordia (Mt 12,8). La resistencia contra Jesús lleva a los fariseos a intentar matarlo (Mt 12,9-14). Ellos lo llaman Beelzebul (Mt 12, 22-32). Pero Jesús no cede; él continúa asumiendo la misión del Siervo, descrito por el profeta Isaías (Is 43, 1-4) y citado al completo por Mateo (Mt 12, 15-31).

Así, este contexto de los capítulos 10-12 sugiere que la aceptación de la buena nueva por parte de los pequeños es la realización de la profecía de Isaías. Jesús es el Mesías esperado, pero es diverso de lo que la mayoría imaginaba. No es el Mesías glorioso nacionalista, ni siquiera un juez severo, ni un Mesías rey poderoso. Sino que es el Mesías humilde y siervo que "no rompe la caña cascada, ni apagará la mecha humeante" (Mt 12,20). Él proseguirá luchando, hasta cuando la justicia y el derecho prevalezcan en el mundo (Mt 12,18. 20-21). La acogida del Reino por parte de los pequeños es la luz que brilla (Mt 5,14), es la sal que da sabor (Mt 5,13), es el grano de mostaza que (una vez convertido en árbol grande) permitirá a las aves del cielo anidar entre sus ramas (Mt 13, 31-32).

El resultado del trabajo misionero de los discípulas ha suscitado en Jesús esta exclamación de gozo. En efecto, con la llegada de los enviados a la misión y la alegría de ver cómo la semilla ha comenzado a prender y echar raíces en el corazón de los sencillos, los pequeños, que son precisamente sus preferidos. Aquello que todos excluyen son los que abren la tierra de sus corazones a las semillas de la Palabra de Dios. Esta exclamación de gozo y alegría del Señor ¿No será una llamada de atención para todos y también para la Iglesia? Dar el valor real a la gente que dio cabida a la palabra de Dios. Todos damos gran importancia a las ideas de los sabios, de los grandes entendidos que es otro problema de hoy, pero escuchamos muy poco la sabiduría de la gente sencilla.  Todos consultamos a los grandes, a los intelectuales, a los teólogos, ¿cuándo será que escuchemos a la madre y al padre de familia que cada día luchan por el pan de sus hijos y que hasta pudiera darse que no sepan ni leer ni escribir, pero tienen un corazón lleno de Dios y lleno de la sabiduría de Dios? Además hay un segundo mensaje que me parece importantísimo: Jesús nos invita a cuantos estamos cansados, agobiados, nerviosos y preocupados a buscar en él un poco de descanso. Algo que nosotros ya no sabemos hacer, ¿verdad? ¿Quién sabe descansar hoy día que andamos como locos mirando siempre al reloj? Somos como Marta: "Jesús entró en el pueblo, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el servicio? Dile que me ayude. Pero el Señor le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada" (Lc 10,38-42).

Hay algo a lo que solemos dar poca importancia. Es que también nosotros leemos del Evangelio lo que nos conviene. Jesús nos dice que Él no ha venido a imponernos cargas pesadas, al contrario, ha venido a regalarnos el don de la libertad. Nos vino a liberar de las esclavitudes. La fidelidad al Evangelio no es hacer insoportables las cosas, sino hacerlas ligeras y llevaderas. Aquí todos tenemos mucho que aprender. La primera expresa la ternura de la relación de Jesús con el Padre, como en la casa la relación entre hijo y papá. Aquí es Jesús que acude a la oración lleno de gozo a contarle al Padre lo que está sucediendo con el anuncio del Reino (Mt 11,25-26). Yo no sé si alguna vez hemos hablado con Dios para contarle algún acontecimiento que hemos visto o nos ha sucedido. ¿No es nuestro Padre? ¿Por qué no tener esa libertad de espíritu y esa confianza para hablarle a Dios de las cosas que nos suceden cada día?. Por ejemplo, cuanto tenemos que aprender de los pobres como el ciego que ha sido curado por Jesús y luego le pregunto:"¿Crees en el Hijo del hombre? Él respondió: ¿Quién es, Señor, para que crea en él?. Jesús le dijo: "lo estás viendo: es el que te está hablando". Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se arrodilló y lo adoró” (Jn 9,35-38).

Jesús dialoga con el Padre, Jesús le manifiesta y la confía su alegría por la reacción de la gente sencilla, la gente del pueblo. Jesús tiene una preferencia especial por los sencillos y los pobres y disfruta de la respuesta que esta gente sencilla da al Evangelio. Su alegría es tal que no puede quedarse con ella y va a contárselo al Padre. Además, le da las gracias porque también esas mismas son las preferencias de Dios. Jesús no se mueve entre los sabios, ni los grandes intelectuales que aplastan al resto con su saber y su ciencia y son los que se creen dueños de la verdad. Jesús prefiera a los ignorantes, a los que se sienten poca cosa, y tienen un corazón simple y abierto al amor del Padre y al anuncio del reino. La pregunta está ahí mismo y no podemos desviarla para no sentirnos mal. ¿Cuáles son nuestras preferencias? ¿Con quién solemos andar? ¿A quién invitamos? ¿Con quién nos sentimos más a gusto? ¿Tendremos las preferencias de Jesús o tendremos las preferencias del mundo? No podemos tomar en serio a Dios y tomar luego a bromas a los pobres. ¿Cómo sería el mundo si nuestras preferencias fuesen los pobres? Esta frase la consagró la pastoral latinoamericana desde Medellín: “Opción preferencia por los pobre”. Y es el eco eficiente del clamor del mismo Señor: "Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos” (Mt 5,3). 

sábado, 28 de junio de 2014

SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO - A (29 de Junio del 2014)


SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO - A (29 de Junio del 2014)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo: 16, 13-19

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?" Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas". "Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?" Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz Bien.

El evangelio se divide en dos partes: a) La revelación de la identidad del Mesías. b) La identidad de la iglesia

a). La identidad del Mesías: En Cesarea de Filipo, un lugar alejado de Jerusalén y reconocido abiertamente como región pagana es el lugar concreto donde Jesús es reconocido por los suyos como “el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Hasta este momento en el Evangelio, han sido los otros quienes continuamente se preguntaban sobre la Persona de Jesús: Juan Bautista manda a sus discípulos que preguntasen a Jesús: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?" (Lc 7,19); otros, “¿Quién es éste a quien el viento y la mar obedecen?” (Mt 8,27),  “¿Quién es este que hasta perdona pecados?” (Mc 2,7;  Mt 9,3). Ahora Jesús pregunta a los suyos: ¿Quién dicen la gente que soy yo?: Ellos le dijeron: unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o algunos de los profetas” (Mt 7,14).

Las actitudes de Jesús acompañadas por signos, sus denuncias ante las autoridades religiosas y el rechazo a su Persona y a su mensaje, han dado motivos suficientes para que la gente lo considere como un profeta. ¿Quién dicen la que es el hijo del hombre? (Mt 16,13) Con estas palabras Jesús se aplica a sí mismo el título de Hijo del hombre.

El maestro interroga a los discípulos, pedagógicamente, en dos momentos sucesivos. Primera pregunta: “¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre?” (Mt 16,13). Fíjense que Jesús se da un título discreto: “Hijo del hombre” es el título que más frecuentemente se aplica a sí mismo. Jesús prefiere siempre este título que el del Mesías, porque está más relacionado con el del  “Siervo de Dios” Esto aclaración es fundamental para entender la misión del Mesías. “El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mt 20,26-28; 23, 11; Mc 9, 35; 10, 43-44; Lc 22, 26).

La segunda pregunta que el Maestro plantea es la más difícil: ¿Uds quien dicen que soy yo? La respuesta de Pedro: “Tu eres el Mesías” Esta respuesta es correcta pero, como de todo judío no el Mesías que tanto se esperan; es diverso con lo del Hijo del hombre que tiene que padecer y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Por eso, Pedro al saber esto lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo a Jesús, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no te sucederá. Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 1621-23). “Pero ustedes”, ustedes que escuchan mi palabra, ustedes que han creído en mí, que viven conmigo, ustedes que son mi comunidad, ¿qué dicen de mí? Pedro, responde en nombre de todos. “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo” (16). La profesión de fe de Pedro es la profesión de nuestra fe cristiana. Jesús es el Cristo, el único Cristo, el Hijo de Dios, el Hijo amado del Padre, enviado al mundo para que en el tengamos la vida (Jn 3,16). Pedro ha sido, en este momento, admitido a participar en el secreto de Dios. La fe comienza justamente cuando dejamos de cuestionar al Señor y permitimos que sea Él quien nos cuestione, nuestra respuesta será entonces la expresión viva de nuestra fe, una fe que brota de una experiencia de vida.

Entrando en el misterio del discípulo, después de la respuesta de Pedro, Jesús hace caer en cuenta que ésta no proviene de la lógica o de la comprensión humana; es una respuesta sugerida en el corazón por el Padre: “Dichoso tú, Simón hijo de Juan por que no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (16,17). Pedro ha sido el primero en recibir la revelación del misterio escondido a los sabios y a los inteligentes (Mt 11, 25-27), si bien después tendrá que reconocer que Jesús no era el Cristo que él pensaba y tendrá que aceptar, a pesar de su resistencia, que Él se revela como tal, justamente, en lo que el menos el esperaba: la muerte y muerte de cruz.

Cuando Jesús pregunta qué dicen los demás sobre Él, todos responden a coro. Pero cuando Jesús concreta más la pregunta: ¿Y Uds. quién dicen que soy yo? Aquí la cosa se complica y solo responde Pedro. Aquí la pregunta va más allá de “qué decimos nosotros de Jesús”. En el fondo es una pregunta muy personal: “¿Qué soy para vosotros?” Porque decir decimos muchas cosas, pero el problema está en qué sentido tiene Jesús en nuestra vida, qué lugar ocupa en nuestra vida...

Aquí la pregunta no la hacemos nosotros, sino que es Él mismo quien la hace. Por tanto, no se trata de preguntas que podamos evadir fácilmente porque son preguntas que nos cuestionan. Sin embargo, a mí me gustaría invertir hoy la pregunta. Y que en vez de que sea Jesús quien pregunte, seamos nosotros quienes le preguntemos a Él: “Señor, qué dices tú de mí y de mi familia?” “Señor, ¿qué dices tú de tu Iglesia?” Porque si es importante saber lo que nosotros decimos de Él, mucho más importante es saber qué dice Él de la Iglesia y de nosotros.

b)   Dijo Jesús: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mt 16,18-19).

¿Será cierto que Jesús fundó varias Iglesias? Claro que no: Ahora hemos leído en el Evangelio: “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18). En otro episodio dice: “Yo soy el buen pastor que conozco las mías y las mías me conocen a mí. Tengo otras ovejas, que no son de este corral. A ellas también las llamaré y oirán mi voz: habrá UN SOLO REBAÑO, como hay un solo pastor (Jn 10,14-16). En realidad la voluntad de Cristo es muy clara: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). El que se aparta, para formar otro grupo, tiene que saber claramente que se está portando mal, poniéndose en contra de la voluntad clara de Cristo. Jesús quiere la unidad de todos los que creen en su nombre. La división viene del pecado y del demonio. Cada uno va proclamando: Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo, ¿Acaso está dividido Cristo? (1Cor 1,12-13). Hijitos míos, es la última hora, y se les dijo que tendría que llegar el Anticristo; en realidad, ya han venido varios anticristos, por donde comprobamos que ésta es la última hora. Ellos salieron de entre nosotros mismos, aunque realmente no eran de los nuestros. Si hubieran sido de los nuestros, se habrían quedado con nosotros. Al salir ellos, vimos claramente que entre nosotros  no todos eran de los nuestros (1Jn 2,18-19).

Alguna vez oíste decir: «Yo antes era católico y era borracho, ateo, no conocía a Dios; ahora ya soy hermano” Que “la religión católica es mala; los católicos son borrachos, ladrones, mentirosos...; los católicos no conocen la Palabra de Dios; a los católicos les está prohibido estudiar la Biblia...», y cosas por el estilo. A quienes dicen así, les pregunto: «¿Conocen de veras la Iglesia Católica? ¿Conocen a los verdaderos católicos?» Fíjense que en todas partes hay verdaderos católicos, que conocen y viven su fe en profundidad y tienen una vida honesta, según las enseñanzas de Cristo. Tenemos hombres santos: San Martin de Porres, Santa Rosa de Lima, San Antonio de Padua, San Francisco de Asís, Santa Clara, etc.

Y si no conocen la Iglesia Católica en sus enseñanzas y en sus mejores exponentes, ¿por qué hablan mal de la Iglesia? Te das cuenta que Juzgan sin conocer. Dijo Jesús: “No juzgues, no serás juzgado, no condenes no serás condenado, perdona se te perdonara, con la vara que midas serás medido” (Lc 6,37). Desde luego que habrá algunos malos católicos, borrachos, que no van a misa, no leen la Biblia, etc. No justificamos esas actitudes. Pero son unos cuantos, ellos y cada uno dará un día cuentas a Dios. A mí no me compete juzgar y condenar a nadie. (Stg 4,12). Así como también imagino que habrá buenos hermanos protestantes, y malos protestantes; pero que por unos cuentos buenos que sean no les da derecho decir que son de la iglesia verdadera, y más aún, me digan que ellos solo son santos y puros, no es cierto.

Cristo fundó una sola Iglesia: Antes que nada, es un hecho indiscutible que Jesús fundó una sola Iglesia. El pasaje de San Mateo es muy claro al respecto: “Tú eres Pedro, o sea Piedra, y sobre esta piedra edificaré MI IGLESIA” (Mt 16,18). Y no ha dicho “sobre esta piedra edificaré mis iglesias”. Así que Jesús ya fundó su única Iglesia hace más dos mil años. Pero que luego alguien diga que “recibí en sueños una nueva revelación” como dicen los protestantes para fundar una nueva iglesia, eso no cierto. Hay hombres santos que como san Francisco de Asís que han recibido verdaderas revelaciones de Dios, pero no por eso buscaron fundar su propia Iglesia. Hoy, Dios sigue enviando muchos santos a la Iglesia, y son para enriquecer más a la única iglesia en sus diversas formas y carismas de vida, pero es un único espíritu que obra todo en todos (I Cor 12,4)

La Iglesia que fundó Cristo llegará hasta el fin del mundo.  Algunos dicen: «Es cierto que Jesús fundó una sola Iglesia. Pero esta se acabó pronto por la mala conducta de sus miembros. Ahora “la única Iglesia verdadera” es la mía, porque el fundador de mi iglesia fue enviado por Dios mediante sueños y visiones y es santo y todos nosotros si somos santos”. Esto es falso. En realidad, Jesús no dijo que su Iglesia pronto se acabaría o durará hasta cuando sus miembros se porten bien, sino que dijo: “Los poderes del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16,18). Que habrá problemas, dificultades, traiciones si; Jesús mismo tuvo problemas y por eso dijo: “Si el mundo les odia, sepan que a mí me ha odiado antes que a Uds” (Jn 15,18) “Uds en el mundo serán perseguidos por mí, pero sean valientes, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33) pero nadie ni nada logrará destruir esta Iglesia fundada por Cristo: ni el judaísmo, ni el paganismo del imperio romano, ni los falsos discípulos de Cristo, ni los gobiernos, ni los ateos, ni la masonería, ni las sectas, ni Satanás. La Iglesia que fundó Cristo, llegará hasta el fin del mundo: “Yo estaré con ustedes, TODOS LOS DÍAS, hasta que termine este mundo” (Mt 28,20). No dijo Jesús: «Si se portan bien, estaré con ustedes; pero si se portan mal, los voy a abandonar y fundaré otras Iglesias mucho mejores, mediante sueños y visiones». Nada de esto dijo. Jesús fundó una sola Iglesia y esta llegará hasta el fin del mundo. Si otro quiere fundar otra Iglesia, que lo haga; pero no vaya diciendo que es la Iglesia de Cristo.

Hoy, ante la proliferación de gran cantidad de SECTAS que se consideran «Iglesias de Cristo», la pregunta es: ¿Cuál es la verdadera Iglesia? La que fundó Cristo, Jesús personalmente, cuando vivió en este mundo, y que cuenta con todos los poderes que Cristo entregó a Pedro las llaves para que lo administre (Mt 16,19); Pero “me amas más que estos? Pedro: Si Señor, sabes que te amo. Pastorea mis ovejas (Jn 21,15-17). Y a los apóstoles: “Así como el Padre me envió, los envió a Uds, y reciban el don del Espíritu Santo” (Jn 19,21-22)

¿Por qué Iglesia Católica, si en la Biblia no hay esa palabra?  Iglesia Católica porque Dijo Jesús: “Que todos los pueblos seas mis discípulos” (Mt 28,19); Sobre esta piedra edifico mi Iglesia (Mt 16,18); Uds serán mis testigos… hasta los confines del mundo” (Hch 1,8). Católico viene del griego: Kathòlikus, Katha= a través de; Olos= Todo; atreves del todo= Universal; Iglesia Universal=Iglesia Católica. “Que todos los pueblos seas mis discípulos” (Mt 28,19). “Si Uds. perseveran en mis palabras, serán mis verdaderos discípulos, y conocerán la verdad” (Jn 8,31-32). “Yo soy la verdad y camino” (Jn 14,6) Solamente la Iglesia Católica posee la plenitud de la verdad y de los medios de santificación (I Tm 3,15).

Una Iglesia visible: Para la mayoría de los evangélicos, «la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, no se puede identificar con ninguna entidad eclesiástica en particular, sino que se compone de todos los que hayan puesto su fe en nuestro Señor Jesucristo». Para nosotros católicos, la Iglesia que funda Jesús es precisamente la Iglesia Católica. En realidad, entre todas las iglesias que existen actualmente, es la única que llega hasta Cristo. Las demás tuvieron otros fundadores. La Iglesia es inseparable de Cristo, porque Él mismo la fundó sobre los Doce apóstoles, poniendo a Pedro como cabeza (Jn 21,15-17). No se puede aceptar a Cristo y rechazar la Iglesia. Dijo Jesús: “El que recibe a ustedes, a mí me recibe, y el que me recibe a mí, recibe al que me envió (Mt 10,40). Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes (Jn 20,22). Si no oyere a la Iglesia, tenle por gentil y publicano (Mt 18,17).

La preeminencia de Pedro en el mensaje de Pascua se ratifica por el anuncio del ángel a las mujeres: «... id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ellos a Galilea. Allí lo verán, como les había dicho» (Mc 16,7par; cf. Jn 21,1-2). En Galilea, pues, Pedro experimenta a Jesús resucitado y éste le confirma una primacía que se entronca en las promesas que le había hecho en su ministerio: «Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta Piedra construiré mi iglesia, y el imperio de la Muerte no la vencerá» (Mt 16,18), y en las nuevas recomendaciones nacidas del encuentro con el Resucitado: «Pedro [...], apacienta mis corderos [...] apacienta mis ovejas [...] apacienta mis ovejas» (Jn 21,15-17). Este encuentro con el Resucitado le empuja a congregar de nuevo a los discípulos más cercanos y a encabezar la proclamación de la salvación ofrecida por Dios en Jesús, cuya experiencia de creerlo vivo desplaza, en cuanto lo incluye, el mensaje del Reino de Jesús. Entonces la voz común de las comunidades primeras proclama: «Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón» (Lc 24,34).

Pedro y los Once, incorporado Matías (Hech 1,15-26), forman el núcleo histórico sobre el que recae la proclamación de la resurrección, y se constituyen en los protagonistas de la rápida difusión de la noticia y de la experiencia. Que Pedro contagie la visión a los demás discípulos (Lc 22,31-32), o que Jesús se deje ver a todos, es decir, a los Once (Mc 16,14), a los quinientos (1Cor 15,6), a María Magdalena (Jn 20,11-18) y a las mujeres (Mc 16,1), como se afirma en las tradiciones o elaboraciones, queda en segundo término. Lo que está en juego en estas noticias son dos cosas fundamentales: La inesperada acción de Dios en Jesús y la autoridad con la que reviste la comunidad a los que se les aparece Jesús y se convierten en creyentes de dicho acontecimiento divino. No existe interés alguno, quizás porque no se pueda y no se sepa, por explicar la experiencia y el encuentro con el Resucitado y su condición como Resucitado.

sábado, 21 de junio de 2014

DOMINGO DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO - (22 de Junio del 2014)



DOMINGO DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO - A (22 de Junio del 2014)

Proclamación del Evangelio según San Juan 651-58:

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". Los judíos discutían entre sí: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?" Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el señor Paz y Bien.

Recuerdan Uds. aquella escena en que Juan muy bien lo define: “La palabra de Dios se hizo carme” (Jn 1,14).  Y Cuando Jesús nació y los reyes venidos del medio oriente preguntaron “Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo. Herodes y todo Jerusalén al oír esta noticia se alborotó” ( Mt 2,2-3). U Otro episodio cuando mismo Jesús dijo: “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad” (Jn 6,38). Todos quedaron escandalizados y dijeron: “pero si conocemos a la mamá, al papá, si este es Jesús! Entonces qué está hablando este” (Mt 13,55). Hoy nos encontramos con otra resistencia. Cuando Jesús dijo “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo” (Jn 6,51). Inmediatamente la gente se pregunta: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). La gente no entendió aquella palabra que el Ángel dijo a Marìa: “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37)

Jesús mismo nos ha dicho: “Todo es posible para Dios” (Mt 19,26). Y así un día convirtió el agua en vino: Jesús dijo a los sirvientes: "Llenen de agua estas tinajas". Y las llenaron hasta el borde. "Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete". Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: "Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento". Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. (Jn 27-11). Así pues, la omnipotencia de Dios hizo posible que su Palabra se hiciera carne, que esa Palabra que es su Hijo, tiene el poder de convertir el agua en vino, hoy convierte ante nuestros ojos el Pan en su cuerpo y el vino en su sangre al decir: "Tomen y coman que esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Tomen y beban todos de él, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza que será derramada por Uds para el perdón de los pecados, y hagan esto en conmemoración mía” (Mt 26,26-29). Pero el evangelio de este domingo en la fiesta del corpus Christi es tomado según San Juan que tiene los siguientes detalles.

El evangelio de este domingo (Jn 6,51-58) contiene siete afirmaciones de invitación a COMER. ¿Què significa comer? significa asimilar, significa saber decir el Amén eucarístico, significa hacer verdaderamente la comunión. No un Jesús al cual contemplamos a distancia. Un Jesús al cual ahora nosotros encarnamos. Con quien nosotros nos hacemos una sola cosa. Pero ni una sola afirmación comer se repite al pie de la letra. Siempre hay una variante, siempre hay una nueva luz, siempre se abre una nueva ventana para que comprendamos la profundidad del misterio de la comunión:

La primera es una afirmación que comienza en negativo, en condicional. “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en Uds” (Jn 6,53).

La segunda, por el contrario es positiva: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54).

Enseguida en la tercera vuelve a insistir: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”(Jn 6,55).

La cuarta afirmación vuelve sobre el mismo concepto con una proposición bellísima que habla ahora de la alianza. “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mi y yo en él”(Jn 6,56).

La quinta se basa en una comparación: “Así como el Padre que me ha enviado posee la vida y yo vivo por Él, así también el que me coma vivirá por mi”(Jn 6,57). La naturaleza de la alianza entre el discípulo y el Maestro viene de la comunión del Padre y del Hijo porque comulgar es hacer viva alianza con Cristo y en Él con la Trinidad.

La sexta afirmación es otra afirmación impositiva, muy bonita. Jesús dice lo que ocurre enseguida: “Este es el pan que ha bajado del cielo, no como el pan que comieron vuestros antepasados,  ellos murieron”(Jn 6,58).

Séptima afirmación, la última, la más vibrante, termina haciendo una distinción del pan material y el pan de la vida eterna: “Ellos murieron al comer el mana, pero, “el que coma de este pan vivirá para siempre”(Jn 6,51).

Como ya hemos dicho, las siete afirmaciones repiten una sola idea. Jesús es el verdadero pan, el pan que da la vida, la vida eterna, vivimos de Él. Cada vez que comulgamos nosotros estamos invitados a asimilar el pan; Cristo. Usted no puede decir que desayunó simplemente colocando el pan sobre la mesa, mirándolo un par de minutos y pensando que ya desayunó. No Usted tiene que coger el pancito y tiene que comerlo. Pues bien, esa analogía explica la comunión. A Jesús hay que comerlo. ¿Qué quiere decir eso? No basta únicamente con mirarlo y mirarla. Hay que encarnarlo. Y lo que nosotros encarnamos, asimilamos, lo hacemos una sola cosa con nosotros. No podemos comulgar en la Eucaristía y regresar a la casa egoístas. No puede ser. Cuando comulgamos hacemos alianza con Cristo, nos hacemos uno con Él: ‘Él en mí y yo en Él’. Con razón dice San Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20).

En definitiva, Jesús quiere subrayarnos que el hombre: nosotros, ustedes y yo, estamos llamados a alimentarnos del Verbo hecho carne, alimentarnos de Él como Palabra en la que hay que creer, como ejemplo que hay que seguir, como víctima propiciatoria a la que hay que adherirse. Adherirse místicamente, profundamente en un acto sacramental. En términos más sencillos y más pobres, Jesús es la vida del hombre. El hombre está hecho para vivir en, con, por, e inclusive de Jesús. Vivir de Él mediante la fe que escucha su Palabra. Que le recibe como un Hijo de Dios, que cree que Él es el Hijo de Dios encarnado, el Hijo de Dios que ha dado su vida por mí. Comulgar es encarnar el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, el acto salvífico por excelencia. Es traer a mí todo el poder y la fuerza de la cruz y hacerme uno con el crucificado mediante la comunión misteriosa con su sacrificio, su muerte, su cuerpo y su sangre benditos, entregados por nosotros en la cruz. Nosotros estamos destinados a vivir de Jesús. A encontrar en Cristo la plenitud de nosotros mismos y a realizar su destino en la comunión y en la identificación con Él. Comulgamos con sus opciones, con sus actitudes, con sus comportamientos, con todo el evangelio. Y comulgamos con la mayor de todas sus opciones, la de dar la vida por los demás.


Dios es amor (IJn 4,8) y en el domingo anterior se nos ha dicho: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para todo el que cree en Él tenga vida eterna” (Jn 3,16).  Jesús mismo nos ha dicho: “Si alguien me ama, guardará mis palabras y mi padre lo amara y vendremos y haremos morada en el èl” (Jn 14,23). Por eso, pienso que fue la mejor definición que dio de sí el Hijo al decirnos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Al menos en su relación con nosotros es Jesús quien se dona en la Eucaristía. Convertirse en pan sin necesidad de panaderos porque de ello hace el Espíritu santo y darse a comer como pan y carne. Todo ello, ¿qué significa sino que Jesús no vive para sí sino que vive para que todos tengamos vida eterna. Pero pensar que Dios se hace pan y se hace carne para que podamos comerlo, realmente es todo un exceso de amor y de entrega. El pan no sirve para nada si no es para que lo comamos. El pan no es para sí mismo ni para guardarlo. El pan es siempre para los otros. La carne no es para sí misma, es para que otros puedan alimentarse.

Los judíos que escuchaban a Jesús se escandalizaron y disputaban entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (Jn 6,52). Dios siempre ha sido escandaloso para los hombres porque es tan creativo que hace cosas que ni se nos ocurre pensarlas. Esa es la Eucaristía. Algo tan sencillo como es comulgar y algo tan misterioso que es comernos a Dios entero. Algo tan misterioso que Dios en su loco amor por nosotros se hace vida en nuestra vida. Por eso, no cabe duda que, la Eucaristía es uno de los mayores milagros del amor de Dios. Por tanto, debiera ser también una de las experiencias más maravillosas de los hombres. Sin embargo, uno siente cierta sensación de insatisfacción. ¿No la habremos devaluado demasiado? Y no porque no comulguemos, sino porque es posible que no le demos el verdadero sentido a la Comunión que es comunión con el mismo Hijo que nació de las entrañas de María la virgen y con el mismo Jesús crucificado y resucitado. Es comunión con el pan glorificado.

Dios buscó el camino fácil y lo más sencillo posible para nuestro encuentro. Y a nosotros pareciera que lo fácil no nos va, como que preferimos lo complicado y difícil. Una de las maneras de deformar la Eucaristía es no vivir lo que en realidad significa. En la segunda lectura, Pablo nos dice: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.” Somos muchos y somos diferentes. Somos muchos y pensamos distinto. Sin embargo, todos juntos formamos un solo cuerpo, una sola comunidad, una sola Iglesia, una sola familia. ¿Por qué? Sencillamente porque “todos comemos del mismo pan”. Por tanto, comulgar significa unidad, sentirnos un mismo cuerpo, una misma familia. De modo que no podemos comulgar “del mismo pan” y salir luego de la Iglesia tan divididos como entramos.

No olvidemos que la Eucaristía es mucho más que un acto piadoso individualista, es el Sacramento de la Iglesia. Es el Sacramento del amor de Dios que nos ama a todos. Es el Sacramento de la unidad, donde por encima de nuestras diferencias, todos nos sentimos miembros de un mismo cuerpo que es Jesús, que es la Iglesia. Por eso San Pablo nos habla desde su experiencia. Las primeras divisiones en la Iglesia nacieron de la celebración de la Eucaristía. Todos participaban en la misma celebración, pero mientras unos comían bien, los otros pasaban hambre. Pablo les dice enérgicamente: “Esto no es celebrar la Cena del Señor”. No se puede comulgar a Cristo si a la vez no comulgo con mi hermano. No se puede recibir el pan de la unidad, si vivimos divididos. Por eso decimos que “la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace a la Iglesia”. “Aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan.” El fruto de nuestras Eucaristías tendría que ser “la espiritualidad de unidad y de la comunión fraterna”.

Por lo que significa esta unión con Dios en la sagrada comunión, hay requisitos que cumplir, por eso cualquiera no comulga sino el que está en gracia de Dios. Así es como lo describe San Pablo: “Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía". De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza  que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía". Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva. Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (I Cor 11,23-29).  También hay citas que diversas que resalta la importancia de la Eucaristía: Éxodo 24, 8; Jeremías 31, 31;  Matero 26, 28;  Marcos 14, 24;  Lucas 22, 20; 2 Corintios 3, 6;  Hebreos 8, 8;  Hebreos 10, 29.

sábado, 14 de junio de 2014

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD - A (15 de Junio del 2014)



SANTÍSIMA TRINIDAD - A (15 de Junio del 2014)

Proclamamos del Evangelio de Jesucristo según San Juan 3,16-18:

Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz  Bien.

Con el domingo de Pentecostés que celebramos el domingo anterior terminamos con la manifestación completa de Dios. Presumo que aún nos quedan muchas cosas de Dios por entender, prueba de ello es que ya a más de dos mil años, aún hay muchas personas y culturas que no conocen a Dios o no quieren simplemente saber nada de Dios porque no conocen al Hijo de Dios. Pero de esta conjetura se encarga el Espíritu Santo, es esa su función tal como ya nos dijo mismo Jesús: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes” (Jn 16,12-14). Gracias al don del Espíritu santo las cosas de Dios no son cosas de historia sino tan actuales.

Hoy celebramos la Fiesta de la Santísima Trinidad. Y este misterio no es sino la coronación completa de la gloria de Dios. Jesús  en su ascensión nos  ha anunciado tanto el envió del Espíritu santo, y el misterio de la trinidad: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes” (Jn 14,15-17). Fíjese que es el Hijo quien dice, yo rogare al Padre, que les envíe otro defensor, el espíritu paráclito. Pero, aún es más enfático en otro episodio:

Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, (Mc16, 14-18; Jn 20, 19-23; Hch1, 8) bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20). El Señor con esa autoridad que ha recibido del Padre nos manda por el mundo “Que todos los pueblos sea mis discípulos”. De este mandato nace el carácter de la Iglesia Universal (Católica) y se es parte de esta Iglesia por el sacramento del bautismo que se ha de administrar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo.

Todos los bautizados en el nombre  del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo somos parte de esta Iglesia universal, que se llama católica y en ella profesamos por nuestro bautismo al Dios de la Santísima Trinidad. ¿Quién es ese Dios en quién creemos, el Dios de la Santísima Trinidad? En el credo de nuestra Fe católica profesamos y decimos: Creo en el Padre, creo en el Hijo y creo en el Espíritu Santo. No son tres dioses, sino un único Dios que se revela de tres modos distintos: En el Padre como creador, en el Hijo como Redentor, el Espíritu Santo el que santifica (Concilio de Nicea 325, Constantinopla 381). Estas tres divinas personas están unidas en el amor divino del que hoy se nos hace referencia el Evangelio:

“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).
Jesús declaró antes de su ascensión reiteró a sus apóstoles este misterio: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, (Mc 16, 14-18; Jn 20, 19-23; Hch 1, 8) bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20).

Todo lo que podemos decir algo sobre Dios es en referencia a este misterio de la Trinidad y de este misterio para saber algo tenemos que preguntar todo al Hijo, solo podemos decir lo que Él dijo de sí mismo y lo que Jesús nos contó sobre Él y la razón es muy sencilla. Dios está tan más allá de nuestra razón que nunca se le podrá conocer como es en su intimidad. Pero lo que la razón no puede explicar, y esto es lo bello de Dios, lo puede sentir el corazón y el corazón entiende sobre el amor porque es su fuente. Es decir todo cuanto queremos experimentar de Dios empecemos a entender que Dios está ceñida en nuestro corazón: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rm 5,5).

Cada uno tiene propia experiencia de Dios, porque Él se manifiesta a cada uno, mediante la acción del Espíritu Santo. Por eso las experiencias pueden ser diferentes. Será siempre el mismo, pero cada uno lo siente de un modo distinto. Lo mejor que Dios nos dijo de sí mismo, a través de Jesús, es que Él es Padre, que Él es amor (I Jn 4,8). Es vida (Jn 14,6), verdad y amor. Todos sabemos muchas cosas del amor, pero de qué nos sirve saber definir el amor si luego no somos capaces de amar (Mr 12,28). Más conoce el amor el que es amado y ama  que cuantos se gastan los sesos dando explicaciones técnicas y escriben libros sobre el amor y, sin embargo, nunca han amado de verdad.

Es posible que muchos se imaginen que nada de lo que nos pase a través de la cabeza tiene valor. Yo prefiero aquello que pasa a través del corazón. No basta saber que Dios es amor, tenemos que experimentar su amor y su salvación y solo experimenta ese amor de Dios quien se siente amado por Dios y el amor de Dios tiene que cumplir su función, cual es de amarnos unos a otros, porque así dispuso Dios en su Hijo: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. (Jn 15, 12; 15, 17; 1 Jn 3, 11; 3, 23; 2 Jn 5) Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35).

Decir que yo no creo en Dios porque no lo he visto es afirmación de los que no se sienten a amados por Dios. Es como el que niega el azúcar disuelto en la leche porque ya está disuelto y no se le ve. No se le ve, pero uno siente que la leche está dulce. ¿Negará por eso que no existe el azúcar? Hasta el que está ciego y nunca a ha visto el azúcar siente su dulzura cuando toma su leche. Yo prefiero que me hablen de Dios los que lo sienten y viven en su corazón que los que lo tienen en la cabeza. Porque de nada sirve saber maravillas de Dios y no saber ser amado por Dios. Y el ser amado por Dios tiene que reflejarse en el amor al hermano.

El que dice: "Amo a Dios", y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (1 Jn 4,20-21). ¿Cuál es tu experiencia de Dios? ¿Cómo lo sientes y vives en tu corazón? Está bien enseñar doctrinas de Dios a los niños, pero mejor enseñarles que Dios los ama y que tienen que amarlo. Los niños son buenos para vivir la experiencia de Dios. Pero mucho mejor es enseñándoles amándolos como Dios nos ha amado.

Por tanto: si queremos llegar a Dios, no nos compliquemos con la vida porque no llegaremos a nada más que a conjeturas. A Dios solo podremos llegar con el corazón. El camino para conocer a Dios es el amor. Muchos creen que solo la inteligencia entiende y conoce las cosas. Sin embargo, mucho más conocemos amando que “entendiendo”. El Evangelio de hoy lo dice claramente: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su hijo al mundo para juzgar a mundo sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3,16). Dios no se reveló describiéndose en un libro e teología. Dios se reveló “amándonos”, “enviándonos a su Hijo”, “para que nadie se pierda y todos se salven”. Juan nos dirá que “Dios es amor”(I Jn 4,8). El amor solo se entiende con el amor. Se puede pensar mucho sobre el amor, se pueden escribir libros del amor, pero al amor solo lo entiende el amor.

Por eso en la segunda lectura de hoy nos dice Pablo: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros” (II Cor 13,13). El mismo Jesús no escribió largos capítulos describiendo y revelando a Dios, pero nos dijo que Dios era Padre, que Dios nos amaba, que Dios hacía fiesta cada vez que volvíamos a casa. Solo podremos hablar de Dios si hablamos del amor. Sólo podremos hablar de Dios cuando nos sentimos amados por Él y cuando le amamos a Él. Podemos ser grandes intelectuales y no entender nada de Dios. Podemos ser analfabetos y experimentarnos amados por Él y saber mucho de Él. El indicativo del amor autentico es saberse amado por Dios, y amar al hermano como Dios nos amó (I Jn 4,20)

La única  forma de llegar al cielo es saber amarnos como Él nos amó: “La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos. Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. El mandamiento del amor. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como loe he amado” (Jn15,8-12; 13, 34; 15, 17;1 Jn 3, 11; 1 Jn 3, 23).