martes, 16 de septiembre de 2014

DOMINGO XXIV - A (14 de Setiembre del 2014)


DOMINGO XXIV – A (14 De Setiembre del 2014)

Proclamación del santo evangelio según San Juan 3,13-17:

En aquel tiempo dijo Jesús a Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.

Porque Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. PALABRA DEL SEÑOR.

Paz y Bien el Señor.

Hoy, en la fiesta de la exaltación de la cruz hemos de preguntarnos ¿Qué valor tiene para nosotros, los creyentes la Cruz? ¿Por qué es sagrada y bendita la Santa cruz? En el Credo decimos: “POR NUESTRA CAUSA JESUCRISTO FUE CRUCIFICADO EN TIEMPOS  DE PONCIO PILATO PADECIÓ, Y FUE SEPULTADO Y AL TERCER DÍA RESUCITÓ SEGÚN LAS ESCRITURAS” (I Cor 15,3-4). Y el mismo Señor nos ha dicho: “De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario” que el Hijo del hombre sea levantado en alto (Jn 3,14; Núm 21, 9, 2; Re 18, 4). Y este hecho, que es el misterio central de la redención es gesto del amor de Dios a toda la humanidad: “Porque Dios tanto amó al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Jn 3,16).

En el Nuevo Catecismo se nos dice: El Misterio Pascual de la cruz y de la resurrección de Cristo está en el centro de la Buena Nueva que los Apóstoles, y la Iglesia a continuación de ellos, deben anunciar al mundo. El designio salvador de Dios se ha cumplido de "una vez por todas" (Hb 9, 26) por la muerte redentora de su Hijo Jesucristo. La Iglesia permanece fiel a "la interpretación de todas las Escrituras" dada por Jesús mismo, tanto antes como después de su Pascua ((Lc 24, 27. 44-45): "¿No era necesario que Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?" (Lc 24, 26). Los padecimientos de Jesús han tomado una forma histórica concreta por el hecho de haber sido "reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas" (Mc 8, 31), que lo "entregaron a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y crucificarle" (Mt 20, 19).

¿Qué razones llevaron a Jesús a la cruz?: Desde los comienzos del ministerio público de Jesús, fariseos y partidarios de Herodes, junto con sacerdotes y escribas, se pusieron de acuerdo para eliminarle (Mc 3, 6). Por algunas de sus obras (expulsión de demonios, Mt 12, 24; perdón de los pecados, Mc 2, 7; curaciones en sábado, Mc 3, 1-6; interpretación original de los preceptos de pureza de la Ley, Mc 7, 14-23; familiaridad con los publicanos y los pecadores públicos, (Mc 2, 14-17), Jesús apareció a algunos malintencionados sospechoso de posesión diabólica (cf. Mc 3, 22; Jn 8, 48; 10, 20). Se le acusa de blasfemo (Mc 2, 7; Jn 5,18; 10, 33) y de falso profetismo (Jn 7, 12; 7, 52), crímenes religiosos que la Ley castigaba con pena de muerte a pedradas (Jn 8, 59; 10, 31).

Muchas de las obras y de las palabras de Jesús han sido, un "signo de contradicción" (Lc 2, 34) para las autoridades religiosas de Jerusalén, aquéllas a las que el Evangelio de san Juan denomina con frecuencia "los judíos" (Jn 1, 19; 5, 10; 7, 13; 9, 22; 18, 12; 19, 38; 20, 19), más incluso que a la generalidad del pueblo de Dios (Jn 7, 48-49). Ciertamente, sus relaciones con los fariseos no fueron solamente polémicas. Fueron unos fariseos los que le previnieron del peligro que corría (Lc 13, 31). Jesús alaba a alguno de ellos como al escriba de Mc 12, 34 y come varias veces en casa de fariseos (Lc 7, 36; 14, 1). Jesús confirma doctrinas sostenidas por esta élite religiosa del pueblo de Dios: la resurrección de los muertos (Mt 22, 23-34; Lc 20, 39), las formas de piedad (limosna, ayuno y oración, Mt 6, 18) y la costumbre de dirigirse a Dios como Padre, carácter central del mandamiento de amor a Dios y al prójimo (Mc 12, 28-34). A los ojos de muchos en Israel, Jesús parece actuar contra las instituciones esenciales del Pueblo elegido: Contra la sumisión a la Ley en la integridad de sus prescripciones escritas, y, para los fariseos, según la interpretación de la tradición oral. Contra el carácter central del Templo de Jerusalén como lugar santo donde Dios habita de una manera privilegiada. Contra la fe en el Dios único, cuya gloria ningún hombre puede compartir.

Al comienzo del Sermón de la Montaña, Jesús hace una advertencia solemne presentando la Ley dada por Dios en el Sinaí con ocasión de la Primera Alianza, a la luz de la gracia de la Nueva Alianza: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una "Y" o un ápice de la Ley sin que todo se haya cumplido. Por tanto, el que quebrante uno de estos mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; en cambio el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los cielos» (Mt 5, 17-19).

Cristo se ofreció a su Padre por nuestros pecados: El Hijo de Dios "bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado" (Jn 6, 38), "al entrar en este mundo, dice: “He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad”. En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 5-10). Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús "por los pecados del mundo entero" (1 Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre: "El Padre me ama porque doy mi vida" (Jn 10, 17). "El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14, 31).

Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús (Lc 12,50; 22, 15; Mt 16, 21-23) porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12, 27). "El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?" (Jn 18, 11). Y todavía en la cruz antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19, 30), dice: "Tengo sed" (Jn 19, 28).

Jesús es el cordero que quita el pecado del mundo: Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores (Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo" (Jn 1, 29; Jn 1, 36). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53, 7; Jr 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (Is 53, 12) y el cordero pascual símbolo de la redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14; Jn 19, 36; 1 Co 5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: "Servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45).

Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre: Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: "Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando Él mismo se encamina hacia la muerte (Jn 18, 4-6; Mt 26, 53).

Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre de su vida: Jesús expresó de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con los doce Apóstoles (Mt 26, 20), en "la noche en que fue entregado" (1 Co 11, 23). En la víspera de su Pasión, estando todavía libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus Apóstoles el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre (1 Cor 5, 7), por la salvación de los hombres: "Este es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros" (Lc 22, 19). "Esta es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28). La Eucaristía que instituyó en este momento será el "memorial" (1 Cor 11, 25) de su sacrificio. Jesús incluye a los Apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla (Lc 22, 19). Así Jesús instituye a sus apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza: "Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad" (Jn 17, 19).

La agonía de Getsemaní: El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (Lc 22, 20), lo acepta a continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní (Mt 26, 42) haciéndose "obediente hasta la muerte" (Flp 2, 8; Hb 5, 7-8). Jesús ora: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz..." (Mt 26, 39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (Hb 4, 15) que es la causa de la muerte (Rm 5, 12); pero sobre todo está asumida por la persona divina del "Príncipe de la Vida" (Hch 3, 15), de "el que vive", (Ap 1, 18; Jn 1, 4; 5, 26). Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre (Mt 26, 42), acepta su muerte como redentora para "llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre la cruz" (1 P 2, 24).

La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo: La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres (1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del "Cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (1 Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (Ex 24, 8) reconciliándole con Él por "la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28; Lv 16, 15-16). Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos consigo (1 Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (Jn 15, 13), ofrece su vida (Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia.

Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia: "Como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos" (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo en expiación", "cuando llevó el pecado de muchos", a quienes "justificará y cuyas culpas soportará" (Is 53, 10-12). Jesús repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados.

En la cruz, Jesús consuma su sacrificio: El "amor hasta el extremo"(Jn 13, 1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (Ga 2, 20; Ef 5, 2. 25). "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron" (2 Co 5, 14). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos. "Por su sacratísima pasión en el madero de la cruz nos mereció la justificación"), enseña el Concilio de Trento (DS, 1529) subrayando el carácter único del sacrificio de Cristo como "causa de salvación eterna" (Hb 5, 9). Y la Iglesia venera la Cruz cantando.

Nuestra participación en el sacrificio de Cristo: La Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22, 2) Él "ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida se asocien a este misterio pascual" (GS 22, 5). Él llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16, 24) porque Él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1 P 2, 21).


La misión de todo bautizado es proclamar el I kerigma anunciado por Pedro a todos los judíos: “A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los paganos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las ataduras de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él” (Hch 2,22-24). Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: "Hermanos, ¿qué debemos hacer?" Pedro les respondió: "Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo” (Hch 2,37-41). Y porque “el mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden, pero para los que se salvan —para nosotros— es fuerza de Dios. Porque está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios y rechazaré la ciencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el hombre culto? ¿Dónde el razonador sutil de este mundo? ¿Acaso Dios no ha demostrado que la sabiduría del mundo es una necedad?” (I Cor 1,8-20).

miércoles, 3 de septiembre de 2014

DOMINGO XXIII - A (07 de Setiembre del 2014)


DOMINGO XXIII – A (07 de Setiembre del 2014)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 18, 15-20

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos, si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano. Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.

También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos". PALABRA DEL SEÑOR.

Paz y Bien en el Señor:

El Evangelio de hoy trata de dos temas complementarios: La corrección como hermanos (Mt 18,15-18) y la oración en comunidad (Mt 18,19-20). Las dos partes bien pueden estar unidas a través de estas palabras de Jesús: “Porque todos ustedes son hermanos” (Mt 23,8). Y a esta comunidad de hermanos que es la Iglesia (Mt 16,18) Jesús nos ha enseñado a invocar a Dios como “Padre nuestro” (Mt 6,9). Pero, también en la misma oración del Padre nuestro nos ha enseñado a decir: “Perdona nuestras ofensas, así como también nosotros perdonamos a los que nos han ofendido” (Mt 6,12). En la parte final de su enseñanza respeto a la oración nos reitera Jesús: “Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes” (Mt 6,14-15).

1 Corrección fraterna: “Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Y si no te escucha llama a uno o dos testigos, y si tampoco hace caso, díselo a la comunidad, al final si tampoco escucha a la comunidad considéralo pagano” (Mt 18,15-18). Como es de ver, la responsabilidad como autoridad recae en la comunidad que es la iglesia y como parte de esta comunidad de hermanos que somos por el bautismo (Mt 28,19), cada uno somos responsables de la salvación o perdición de un hermano.

En esta tarea de corrección fraterna lo ideal es que lo hagamos como el Señor nos enseñó, pero no solemos hacer como debiera:

a) Saber corregirnos como el Señor nos enseña: Corregir en privado, llamar a los testigos, o a la comunidad (Mt 18,15-18). Las correcciones nacen del amor mutuo (Jn 13,34), la idea es salvar al hermano pecador porque Dios quiere eso: “Yo no deseo la muerte del pecador, sino que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). Jesús mismo lo manifiesta así: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9,12-13).

b) Generalmente actuamos al hacer la corrección motivados por egoísmo. Entonces le dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices? Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra. E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado? Ella le respondió: Nadie, Señor. Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante" (Jn 8,4-11). Y no olvidemos aquello que nos dice Jesús: “No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes" (Lc 6,37.38).

¿Qué hacer cuando nos enteramos que un hermano está en una vida de pecado? Ya tenemos suficientes pautas de cómo actuar. En el evangelio que hemos leído, lo primero que se nos recuerda a uno es que el pecador es un “hermano” y como tal hay que seguir tratándolo, por eso la repetición de la frase “tu hermano” (Mt 18,15).  Luego se describe el camino recomendado para hacer todo lo posible y recuperar de nuevo la oveja descarriada. No perdamos de vista que lo que se busca, ante todo, es su salvación: “Si te escucha, habrás ganado a tu hermano” (Mt 18,15).  Ahora bien, si todo el proceso fracasa no queda más remedio que darle el trato propio de una persona que aún no se ha convertido -como los gentiles y publicanos-, esto es: mandarlo a hacer todo el camino cristiano desde el principio.

La prudencia en las decisiones de la comunidad con relación a las personas (Mt 18,18). Deja entender que con una persona que intencionalmente persiste en su situación de pecado se puede llegar a la más dolorosa y drástica de las decisiones: la excomunión, es decir, dejará de ser considerado “hermano” en la comunidad.  Pero llama la atención que ahora Jesús pone su atención en las personas encargadas de tomar esta decisión: (1) Según este pasaje se trata de la comunidad entera la que tiene la potestad de “atar y desatar”; (2) Se les recuerda cualquier decisión que tomen es seria (lo que hagan en la tierra quedará hecho en el cielo), de ahí que no se debe tomar decisiones aceleradamente sino siempre con cautela. ¡Qué responsabilidad tan grande la que tiene una comunidad con relación a la salvación o la perdición de cada uno de sus miembros!: Jesús dijo a Pedro: “A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16,19).  Ahora dijo Jesús: “Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mt 18,18). En el primer caso se deja la responsabilidad de atar y desatar (Perdón) a Pedro, luego se resalta la delegación de atar y desatar a la comunidad. De estas enseñanzas del Señor es como nace el sacramento de la confesión.

2. La comunión en la oración como expresión de la solidaridad en todos los aspectos de la vida: “También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy presente en medio de ellos”  (18,19-20). Cuando la comunidad está bien unida y compacta en una misma fe, sucede en ella lo que el Antiguo Testamento llama la “Shekináh”, es decir, la comunidad es espacio habitado por la “gloria del Señor”, que para nuestro caso es el Señor Resucitado.  La unidad de la comunidad expresa la comunión perfecta con Jesús viviente en medio de ella.  Llama la atención que en una comunidad así, es tal la solidaridad entre los hermanos, que todos son capaces pedir lo mismo “Si se ponen de acuerdo para pedir algo”, (Mt 18,19). Renunciando a sus intereses personales, los cuales normalmente aflorarían a la hora de hacer peticiones. En una comunidad que llega a este nivel profundo de solidaridad, teniendo un mismo “sentir” profundo, pueden resonar con fuerza las palabras de Jesús: “allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). ¡Esta sí que es una verdadera comunidad!

En esta enseñanza conviene recordar aquella enseñanza de Jesús que nos dice: “Si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5,23-24). Dios nos dice por el profeta: “Cuando ustedes me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; cuando me busquen, me encontrarán, siempre que me busquen con un corazón puro y sincero” (Jer 29,12-13).

Dios escuchará nuestras plegarias, siempre que sepamos invocar con las manos limpias y si no es así, no nos escuchará, lo dice por el profeta: “Escuchen la palabra del Señor, jefes de Sodoma! ¡Presten atención a la instrucción de nuestro Dios, pueblo de Gomorra! ¿Qué me importa la multitud de sus sacrificios? —dice el Señor—. Estoy harto de holocaustos de carneros y de la grasa de animales cebados; no quiero más sangre de toros, corderos y chivos. Cuando ustedes vienen a ver mi rostro, ¿quién les ha pedido que pisen mis atrios? No me sigan trayendo vanas ofrendas… Cuando extienden sus manos, yo cierro los ojos; por más que multipliquen las plegarias, yo no escucho: ¡las manos de ustedes están llenas de sangre! ¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda!” (Is 1,10-17).

sábado, 30 de agosto de 2014

DOMINGO XXII - A (Domingo 31 de Agosto del 2014)


DOMINGO XXII – A (Domingo 31 de Agosto del 2014)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 16,21-27:

En aquel tiempo, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no te sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tu  piensas como los hombres y no como Dios".

Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?

Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.  Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

El evangelio de hoy tiene dos partes: El primer anuncio de la pasión (Mt 16,21-23). Esta primera parte tiene a su vez tres partes: (1) el anuncio de la pasión y la resurrección (en tercera persona Mt 16,21), (2) la objeción por parte de Pedro (Mt 16,22) y (3) la reprensión a Pedro por parte de Jesús (Mt 16,23). Y en la segunda parte trata el asunto de las condiciones del seguimiento y la recompensa (Mt16,24-28).

1.1. Simón Pedro había respondido a la pregunta de Jesús ¿Uds. Quién dicen que soy?: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). Respuesta que mereció por parte de Jesús: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo (Mt 16,17). Pero ahora Jesús aclara la idea del Mesías: “Él comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día“ (Mt 16,21). Es decir, la idea del Mesías que propone Jesús, lo mismo que tiene que ver con la voluntad de Dios (Jn 6,38) no concuerda en absoluto con el Mesías que los judíos esperan, incluso la de los apóstoles como Pedro.

1.2. La objeción de por parte de Pedro: “Lo llevó aparte y comenzó a reprender a Jesús, diciendo: Dios no lo permita, Señor, eso no te sucederá” (Mt 16,22). ¿Qué anda mal, quien no está en el camino correcto Jesús o Pedro? Pues veamos: Los judíos y los apóstoles son judíos como Pedro, esperan al Mesías con muchas ansias, pero esperan un mesías salvador de los judíos del yugo y sometimientos de los romanos. Recordemos que los judíos han caído en el poder de los romanos desde el año 64 aC. Los judíos tienen que pagar altos impuestos a los romanos y venerar al Cesar como su nuevo dios. Los judíos esperan que el Mesías llegará pronto y los liberara de este yugo tan pesado. En suma el judaísmo espera un mesías héroe, que debe vencer a los romanos. En esta expectativa la idea del Mesías que anuncia Jesús a sus discípulos: “Que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día“ (Mt 16,21). En este contexto de conjetura se entiende la reacción de Pedro: “Lo llevó aparte y comenzó a reprender a Jesús, diciendo: Dios no lo permita, Señor, eso no te sucederá” (Mt 16,22).

1.3. La reprensión de Jesús a Pedro: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 16,23). Estas palabras contrastan totalmente con las que elogió en anterior ocasión: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso si no mi Padre” (Mt 16,17). Pero cada una de estas respuestas son a efecto de una buena respuesta y otra mala respuesta como la de hoy: “Eso no puede pasarte a ti… “ (Mt 16,22). La gran tentación es esto precisamente, querer que Dios actúe como nosotros quisiéramos. Y desde cuando el hombre tiene autoridad sobre Dios para darle consejos de cómo tiene que actuar? Mucha razón tiene Jesús en poner las cosas en su sitio y no tiene reparos en decir las verdades a quien tiene que decir: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás!” (Mt 16,17). Y fíjense a quien lo está diciendo, a su vicario, al primer papa (Mt 16,19). Como tampoco tendrá reparos en decir a sus verdugos: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre! Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad” (Mt 23,27-28). Es que Jesús no ha venido a complacer a uno de sus apóstoles y ni siquiera a un pueblo como los judíos: “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió. La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día" (Jn 6,38-40).

La reprensión a Pedro por parte de Jesús (Mt 16,23). La reacción negativa de Pedro le da a Jesús la ocasión para afirmar de la manera más fuerte posible la necesidad del mesianismo sufriente. “Pero él, volviéndose, dijo a Pedro…”. El hecho que Jesús se voltee indica que continúa adelante su camino pasando por encima de la interposición de Pedro. La reprensión que viene es fuerte. Contiene tres frases que sacan a la luz tres contrastes:

(1) “¡Quítate de mi vista, Satanás!”.  El verdadero contraste aquí es entre Satanás y Dios. Al tratar de apartar a Jesús de su camino, Pedro se convierte en instrumento de Satanás (Mt 4,1-11). (2) “¡Escándalo eres para mí!”. El contraste aquí es entre Pedro y Jesús. Pedro es llamado, literalmente, “piedra de tropiezo” (significado del término “escándalo” en griego), esto es, la trampa tendida para hacer caer a Jesús en su camino. Jesús se refiere a él como “tentación” que hace caer (ver Sabiduría 14,11) y apartar del querer del Padre, o sea, un obstáculo para desviar del camino que conduce la cruz pasando por el Getsemaní y el Gólgota. Podría verse una relación, en el fondo una ironía, entre esta reprensión y la promesa que se le había hecho a Pedro de ser “piedra (Is 8,14). (3) “¡Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!”. El contraste aquí es entre los hombres y Dios. Se explica el “por qué” de lo anterior: “porque tú no concuerdas con los caminos de Dios (que incluyen el sufrimiento y la muerte del Mesías) sino con el punto de vista de los hombres (esperar un Mesías triunfante sin pasar por el dolor)”.

La contraposición entre los puntos de vista humanos y divinos muestra que Pedro, en su manera de comportarse, está guiado por intereses egocéntricos. No sólo priman los cálculos humanos sino sus propios intereses (Mt 12,40). Sintetizando, en términos negativos, vemos cómo Jesús –con pocas palabras- coloca a Pedro en la raya, mostrando la distancia de pensamiento que hay entre los dos; por otra parte, en términos positivos, notamos cómo Jesús le hace a Pedro una nueva invitación al seguimiento, cuando éste parece comenzar a decaer (Mt 4,19), solicitándole que aprenda lo que el discipulado implica.

Instrucción sobre la verdadera naturaleza del discipulado (Mt 16,24-27) ¿Cuál es el “pensamiento de Dios” qué Pedro y los discípulos deben aprender? El verdadero discipulado no se logra fácilmente porque es un “seguimiento” (Mt 16,24) del ejemplo del Maestro Jesús y esto tiene su precio. Es así como comienza una instrucción de Jesús, “a sus discípulos”, sobre la naturaleza del discipulado. La enseñanza tiene tres partes:

(1) El “Qué”: (una sentencia más un “porque”) Si el Maestro Jesús soporta un camino de sufrimiento y muerte (Mt 16,21-23), igualmente los discípulos están llamados a dar sus vidas y cargar la cruz (16,24). Se da la motivación fundamental para hacerlo (Mt 16,25: un paralelo que contrapone “salvar la vida” / “perder la vida”). (2) El “Argumento”: (una sentencia más un “porque”) Con dos preguntas retóricas (es decir, que traen implícita la respuesta), una positiva y una negativa, Jesús enseña que hay que “trascender”, que la vida plena no se gana en este mundo (Mt 16,26) sino en el venidero (Mt 16,27). Aquí se da una contraposición de valores: “ganar el mundo entero” / “ganar la vida”. (3) La “Verificación”: (un segundo aspecto del “porque” anterior). En la confrontación final con Jesús, quien vendrá en su gloria de “Hijo del hombre”, se verá quién ha sido verdadero discípulo a partir de un criterio fundamental: “Su conducta” (Mt 16,27).

Seguir al Maestro cargando la Cruz (Mt 16,24-25): “Si alguno quiere venir en pos de mí…”. Después de la imprudente, pero honesta, reacción de Pedro, Jesús enseña que ser discípulo significa seguirlo en el camino hacia Jerusalén, donde le espera la Cruz. Entrar en esta ruta supone una escogencia libre: “Si alguno quiere…”. En el horizonte está la Cruz de Jesús, la que Él ha tomado primero. Ante ella, e imitando al Maestro el discípulo hace tres cosas:

(1) Se “niega a sí mismo”. Negarse a sí mismo significa no anteponer nada al seguimiento, dejar de lado todo capricho personal. El valor de Jesús es tan grande que se es capaz de dejar de lado aquello que pueda ir en contradicción con Él y sus enseñanzas. (2) “Toma su propia cruz”. El estar prontos a seguir llevando la cruz implica el estar prontos a dar la vida. Puede entenderse como: (a) la radicalidad de quien está dispuesto a ir hasta el martirio por sostener su opción por Jesús; (b) la fortaleza y perseverancia frente a los sacrificios y sinsabores que la existencia cotidiana del discípulo comporta; (c) la capacidad de “amar” y de transformar la adversidad en una fuente de vida. (3) “Sigue” a Jesús. En fidelidad al Maestro, como alguna vez propuso san Francisco de Asís, el discípulo pone cada uno de sus pasos en las huellas del Maestro.

La motivación fundamental es ésta contraposición: “Porque quien quiera salvar su vida, la perderá / pero quien pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16,25). Estas dos posibilidades contrapuestas, puestas ahora en consideración, iluminan  el sentido del seguir a Jesús con la cruz partiendo de la idea de la vida. En pocas palabras: la meta del discipulado es encontrar la vida, lo cual corresponde al deseo más profundo de todo ser humano. Ahora bien, esta meta puede ser lograda o fracasada solamente de manera radical, no hay soluciones intermedias. La vida, aquí y más allá de la muerte, se consigue mediante un gesto supremo de donación de la propia vida. Hay falsas ofertas de felicidad (o “realización de la vida”) que conducen a la pérdida de la vida; la vida es siempre un don que no nos podemos dar a nosotros mismos, en cambio, siempre estamos en capacidad de darla. En esta lógica: quien pierde la propia vida por Dios y por los demás, “la encontrará”. El discipulado, bajo la perspectiva de la cruz, no es un camino de infelicidad, todo lo contrario: ¡El sentido último del seguimiento es alcanzar la vida!

Una sabia decisión que hay que tomar con base en argumentos sólidos (Mt 16,26): Enseguida Jesús plantea dos preguntas que llevan a conclusiones irrefutables. Éstas están  formuladas de tal manera que sólo pueden tener una respuesta negativa: (a) “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?”. Respuesta obvia: “De nada”. (b) “¿Qué puede dar el hombre a cambio de su vida?”. Respuesta obvia: “Nada”. Para captar lo específico de este dicho de Jesús hay que considerar la característica propia de la idea de la vida. No se habla aquí de la vida como de un valor biológico, de una vida larga y ojalá con buena salud. Se trata del sentido de la vida. La verdadera vida, la cual según la Biblia se alcanza en la comunión con Dios, se logra –en última instancia- mediante el seguimiento de Jesús. El seguimiento de Jesús es, entonces, un camino completamente orientado a la vida, a la existencia plena y realizada.

Ésta se pone en riesgo cuando se vive de manera equivocada, cuando se construye sobre falsas seguridades. Al referirse a gente que quiere “ganar (=conquistar) el mundo entero”, Jesús denuncia la falsa confianza puesta en propiedades y riquezas. A esto se había referido ya el relato de las tentaciones de Jesús: la búsqueda y apego al poder, al prestigio, a lo terreno, como caminos de felicidad o como metas de vida. Nadie puede darse a sí mismo la vida y su sentido. Por lo tanto, un serio peligro amenaza a quien quiere desaforadamente “ganar” el mundo entero apoyándose en imágenes de felicidad que parecieran convertirse en fines en sí mismos, entre ellos la carrera, el prestigio o el orgullo por los propios logros. El verbo en futuro, en la expresión “¿de qué le servirá al hombre?”, invita a poner la mirada en el tiempo final, en el cual cada uno verificará si ha logrado o no el objetivo de su vida.

“Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta” (Mt 16,27). Finalmente, y extendiendo más aún la mirada hacia el futuro, Jesús hace referencia al tiempo final de la venida del Hijo del Hombre: donde se valora la vida como un todo. La valoración está en manos del Hijo del hombre; los ángeles aparecen formando su corte. La expresión “en la gloria de su Padre” indica a Jesús como Hijo de Dios. El “Hijo del hombre”, quien –habiendo pasado por la humillación y el rechazo- culmina su camino triunfante, es, en última instancia, el “Hijo de Dios”; el mismo a quien Pedro –sin captar todas las implicaciones- había confesado como tal un poco antes. Y frente al “Hijo” por excelencia se desvela la verdad de todo hombre.

En este momento de revelación final, cada hombre debe responder por su vida. Este es un pensamiento bíblico bien afirmado (Slm 62,13; Prov 24,12; Rm 14,12; 1 Cor 4,5; 2 Cor 5,10). La síntesis del criterio de juicio sobre el obrar humano no es lo que haya dicho o prometido hacer (Mt 7,21-23) sino su “hacer” real: “Pagará a cada uno según su conducta”. En el Sermón de la montaña, Jesús había dicho: “el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7,21) y también “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16); también en la parábola del rey: “cuanto hicisteis… cuanto dejasteis de hacer” (Mt 25,40.45).


No son los que me dicen: "Señor, Señor", los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?". Entonces yo les manifestaré: "Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal" (Mt 7,21-23). Es decir, no es suficiente hablar bellísimas confesiones de fe de boca, como vimos hace una semana. El discipulado es moldear la vida entera en la dinámica del seguimiento del que fue camino a la Cruz para recibir allí, del Padre, la vida resucitada. La Cruz no sólo es para ser contemplada sino para hacerla realidad en todas las circunstancias de la vida. De esta manera el discípulo reconoce y asume el destino de su Maestro en el propio. El discipulado es un camino de vida, una verdadera vida que vale la pena descubrir. Y es para todos, no sólo para los apóstoles. Esta es la lección fundamental. Seguiremos los próximos domingos un curso de discipulado, a la manera del evangelista Mateo.

sábado, 16 de agosto de 2014

DOMINGO XX - A (17 de Agosto del 2014)



DOMINGO XX - A (17 de Agosto del 2014)

Proclamación del Santo Evangelio Según San Mateo 15,21-28:

En aquel tiempo, Jesús se dirigió hacia el país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que salió de aquella región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos".

Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel". Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!" Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los perros". Ella respondió: "¡Tienes razón, Señor, pero los perro también comen las migas que caen de la mesa de sus amos!"

Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla conforme has creído!" Y en ese momento su hija quedó curada. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

El evangelio de hoy complementa la enseñanza del domingo anterior respecto a la importancia de la fe y la oración:

En el domingo anterior, después que Jesús despidió a la gente y embarcó a sus discípulos, “subió a la montaña para orar a solas” (Mt 14,23). De madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua; los discípulos, al verlo se asustaron y gritaron porque crían que era un fantasma. Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no tengan miedo" (Mt 14,25-27). Pero, Pedro busca comprobar si es cierto que le permita caminar también sobre el agua; caminó, se hundió y gritó: "Señor, sálvame". (Mt 14,30). Jesús lo salvó increpándolo: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?" Al ver lo ocurrido todos los apóstoles se postraron diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios" (Mt 14,33). Hoy, clama como Pedro la ayuda de Jesús, no un judío ni conocido, sino una mujer pagana: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio" (Mt 15,22). Jesús atendió sin mayor demora el pedido porque la mujer tiene fe: “Que grande es tu fe, que te suceda conforme has creído” (Mt 15, 28).

Hemos dicho que, la fe autentica no nace de un milagro como Pedro quiso experimentar. La fe es la que puede suscitar el milagro, dependiendo cuanto de fe tenemos Y es que la fe no es como la ciencia que busca experimentar para afirmar una hipótesis de verdad. La fe es un don gratuito de Dios, por eso hemos de reiterar que la fe es lo que puede suscita milagros como lo descrito en este episodio: “Que grande es tu fe, que te suceda conforme has creído”. Y en ese momento su hija quedó curada (Mt 15, 28). Y si la fe es débil como el de Pedro del domingo anterior, pues por eso se hundió (Mt 14,30).

Antes de entrar en los detalles del evangelio de hoy; en el evangelio constatamos que hay muchos episodios, actitudes auténticas de fe: En Caná de Galilea, donde Jesús había convertido el agua en vino. “Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a su casa a curar a su hijo que agoniza. Jesús le dijo: "Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen". El funcionario le respondió: "Señor, baja antes que mi hijo se muera". "Vuelve a tu casa, tu hijo vive", le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. "Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre", le respondieron. El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: "Tu hijo vive". Y entonces creyó él y toda su familia” (Jn 4,47-53). Fe de una mujer que padecía flujo de sangre que solo le tocó el fleco del manto y se sanó: “Jesús se volvió y, al verla, le dijo: Animo, hija, tu fe te ha sanado” (Mt 9, 22). Fe de los amigos de un paralítico: Dijo al paralítico: Tus pecados te son perdonados (...). Mt 9, 2; Lc 5, 20.

Fe de un centurión: “Cafarnaúm había un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor. Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: "El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga". Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: "Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo —que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes— cuando digo a uno: "Ve", él va; y a otro: "Ven", él viene; y cuando digo a mi sirviente: "¡Tienes que hacer esto!", él lo hace". Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe". Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano (Lc 7,2-10). Los apóstoles le dijeron: “Señor, auméntanos la fe. El Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza diríais a este sicomoro: "Arráncate y échate al mar", y les obedecería. Nada es imposible para quien cree y tiene fe” (Lc 17, 5). Los discípulos preguntaron: “Señor ¿Por qué no pudimos echar ese demonio? Les respondió: porque tienen muy poca fe. Yo os aseguro que si tuvieran fe como un grano de mostaza, dirían a este monte (...) y nada les será imposible. (Mt 17, 20).

En el evangelio de hoy, y en resumidas palabras ¿Qué nos ha querido decir Jesús con todo esto en su enseñanza? Dos cosas fundamentales y que como en el domingo anterior destacamos la importancia de la fe y la oración porque son dos elementos fundamentales de la vida espiritual: En primer lugar, una lección de auténtica y verdadera fe, incluso tratándose de una mujer pagana. Acababa de criticar a Pedro por su falto de fe: “Que poca fe tienes” (Mt 14,31).  Ahora viene esta mujer que no es creyente, sino pagana, y Jesús termina reconociendo que es una profunda creyente. “¡Mujer, qué grande es tu fe!” (Mt 15,28).

En segundo lugar,  nos da toda una lección de la auténtica y verdadera oración. Una oración constante, persistente y perseverante que no se echa atrás por más que sienta primero el silencio de Dios porque pareciera que no nos escuchase. Recuerden aquel pedido de los apóstoles: “Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".  Él les dijo entonces: "Cuando oren, digan así: Padre nuestro… (Lc 17,1-4). Luego, Jesús agrega la actitud perseverante que uno debe asumir en la oración: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle", y desde adentro él le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos". Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario” (Lc 11,5-8).

¿Cómo haces tu oración? Tanto en la vida consagrada como en el matrimonio solemos caminar muy atareados en tantas cosas y dejar de lado las cosas de la vida espiritual, somos como Martha que: Andaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude". Pero el Señor le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada" (Lc 10,38-42). A veces solemos quejarnos que rezamos y Dios no nos escucha. Entonces tiramos la toalla y lo peor es que tiramos también a Dios de nuestras vidas. Le pedí y no me hizo caso. ¿Para qué me sirve Dios y para qué me sirve pedir? Estamos acostumbrados a hacer de nuestra oración una especie de “tocar el timbre” y que alguien nos responda de inmediato. Sería bueno volver a preguntarnos: ¿Cómo, cuándo, con qué medios hago mi oración? ¿Será cierto que Dios no nos escucha? El evangelio de hoy nos comprueba que Dios si escucha y sin mayores demoras.

Dios nos escucha siempre que lo pidamos con fe pero con un corazón sincero: “Cuando ustedes me busquen, me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé;  pero siempre que me invoquen con un corazón puro y sincero” (Jer 29,112). Por el profeta Isaías dice Dios: “Cuando extienden sus manos, yo cierro los ojos; por más que multipliquen las plegarias, yo no escucho: ¡las manos de ustedes están llenas de sangre! ¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda! Vengan, y discutamos —dice el Señor—: Aunque sus pecados sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, serán como la lana. Si están dispuestos a escuchar, comerán los bienes del país; pero si rehúsan hacerlo y se rebelan, serán devorados por la espada, porque ha hablado la boca del Señor“ (Is 1,15-20).

En el evangelio de hoy, esta pobre mujer cananea refleja y reúne estos dos elementos como es la: Fe y la oración autentica y pureza de corazón. A veces Jesús toma actitudes que son como una lección para nosotros. La mujer grita detrás de Él y Él se hace como quien no escucha. Era tan insistente su grito que hasta los discípulos le piden que la atienda porque ya resulta molesta (Mt 15,22-23). Jesús tiene una frase que hasta pareciera sonar mal en sus labios y peor aún en su corazón, en el fondo la compara con los perros. “No está bien echar a los perros el pan de los hijos.” (Mt 15,26) ¿Verdad que diera la impresión de ser un Jesús diferente al que estamos acostumbrados? De repente, su actitud cambia y termina elogiando la fe de esta mujer: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas” (Mt 15,28).

Como es de ver, la oración tiene que expresar la insistencia de nuestro corazón y de nuestra confianza. Luego, la oración tiene que ser insistente aun cuando sintamos que Dios está sordo y no nos escucha. Nosotros desistimos demasiado fácilmente, nos cansamos de pedir. Ese cansancio significa que no pedimos con verdadera confianza y con verdadera fe. Es preciso pedir sin cansarnos ni desalentarnos, incluso si sentimos que "Dios no nos escucha". Nosotros tenemos que seguir orando. No porque Dios nos escuche por nuestra insistencia, sino porque la insistencia implica que tenemos fe y confianza, incluso a pesar de su silencio. No es que la oración sea mejor porque oramos gritando, no se trata de volumen de voz: “Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan” (Mt 6,5-8).

Muchas veces nuestra oración resulta siendo un fracaso porque nos cansamos, porque no seguimos insistiendo, porque creemos que molestamos a los demás con nuestros gritos salidos del corazón. ¿Cuántas veces hemos orado a gritos? ¿Cuántas veces hemos orado, incluso sintiendo el silencio de Dios que no nos responde? Jesús no la alaba por sus gritos, pero sí por su constancia y por su fe. ”Mujer, qué grande es tu fe” (Mt 15,28). Nuestra oración no se mide por las palabras que decimos, sino por la fe de nuestro corazón. Si quieres medir la eficacia de tu oración, no te preguntes cuánto pides sino cómo pides y con qué fe pides. ¿Pides con una fe capaz de perforar el silencio y el aparente rechazo de Dios? Tenemos que orar hasta cansarnos, porque sólo así se expresa nuestra confianza en Él que nos lo dará tarde o temprano, pero ¿Qué pedimos? Tenemos que pedir que nos enseñe a orar (Lc 11,1).

Jesús mismo nos dice: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre de ustedes que está en el cielo dará cosas buenas a aquellos que se las pidan! (Mt 7,7-11). Y este detalle es lo que hoy constatamos en el evangelio: Se trata de una mujer pagana en diálogo de fe con Jesús. Luego, un Jesús que quiere poner a prueba la fe de esta mujer, como había puesto a prueba la fe de Pedro (Mt 14,32). Con la diferencia de que Pedro “tenía poca fe y comenzó a titubear”, mientras que esta mujer pagana demostró más fe (Mt 15,28) que el mismo Pedro que es cabeza de la Iglesia. ¿Cómo esta nuestra fe? ¿Podrá Jesús decirnos a nosotros hoy: qué grande es tu fe? Nuestra oración, ¿será así de constante y perseverancia que logremos cansar a Dios y al fin tenga que escucharnos?

sábado, 9 de agosto de 2014

DOMINGO XIX - A (10 de Agosto del 2014)


DOMINGO XIX – A (10 de agosto del 2014)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo: 14,22-33

En aquel tiempo Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra.

A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman". Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?" En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.  Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

En el domingo anterior hemos meditado aquel episodio de la multiplicación delos panes (Mt 14,13-21). Con 5 panes y 2 peces que los apóstoles prestaron, Jesús alimentó a más de 5 mil hombres y sobró 12 canastas de pan. Episodio que sirve para cuñar la idea más trascendente: del hambre del pan material, pasar al hambre de la vida espiritual: “Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: Maestro, ¿cuándo llegaste? Jesús les respondió: Les aseguro que ustedes me buscan, no porque entendieron los signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento que dura un día, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,24-27). Luego, Jesús es más enfático al decirnos haciendo referencia a la santa Eucaristía: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo" (Jn 6,51). El tema de reflexión de este domingo es sin duda el tema de la fe y la oración teniendo en cuenta que la oración de oraciones es la Santa Misa porque en cada Misa Jesús multiplica el pan de la vida espiritual al decirnos: “Tomen y coman que esto es mi cuerpo… tomen y beban que este el es cáliz de mi sangre…” (Mt 26,26).

El texto de hoy lo dividimos en 4 partes:

1) El enlace con la multiplicación de los panes del domingo anterior con los actos de fe: “Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí en oración” (Mt 14,22-23).

2) Jesús camina sobre las aguas. Acto que solo corresponde a Dios (Causa de nuestra vida): “La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Ánimo!, soy yo; no tengan miedo” (Mt 14,24-27).

3) El episodio de Pedro. La gran tentación del hombre, ser igual que Dios (Solo somos efecto de la obra creadora de Dios): “Pedro le respondió: Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti caminando sobre las aguas. ¡Ven!, le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: ¡Señor, sálvame!. Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? Subieron a la barca y amainó el viento” (Mt 14,28-32).

4) La profesión de fe de la comunidad (Barca = Iglesia): “Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios” (Mt 14,33).

En la primera parte, fíjense que Jesús ora: En la soledad y en la noche (Mt 14,23; Mc 1,35; Lc 5,16), a la hora de las comidas (Mt 14,19; 15,36; 26,26-27). Con ocasión de los acontecimientos más importantes: el bautismo: (Lc 3,21), antes de escoger a los doce (Lc 6,12), antes de enseñar a orar (Lc 11,1; Mt 6,5), antes de la confesión de Cesarea (Lc 9,18), en la Transfiguración (Lc 9,28-29), en el Getsemaní (Mt 26,36-44), sobre la cruz (Mt 27,46; Lc 23,46). Ruega por sus verdugos (Lc 23,34), por Pedro (Lc 22,32), por sus discípulos y por los que le seguirán (Jn 17,9-24). Ruega también por sí mismo (Mt 26,39; Jn 17,1-5; Heb 5,7). Enseña a orar (Mt 6,5), manifiesta una relación permanente con el Padre (Mt 11,25-27), seguro que no lo dejará nunca solo (Jn 8,29) y lo escuchará siempre (Jn 11,22.42; Mt 26,53). Ha prometido (Jn 14,16) continuar intercediendo en la gloria (Rm 8, 34; Heb 7,25; 1 Jn 2,1). Y es que la oración es el alimento de la vida espiritual. asi, cono el pan material es la fuente de energía par el cuerpo, la oración es el pan de la vida espiritual.

En la segunda parte se suscita el encuentro entre los discípulos y Jesús: “Ellos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. Es un fantasma, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: Tranquilícense, soy yo; no teman" (Mt 14,26-27): El miedo, el pánico no es sino manifestación de la falta de fe y nos hace ver fantasmas. El relato del Evangelio de hoy, nos presenta una de las realidades de la vida personal, familiar o eclesial. Como paso a los discípulos, no siempre el viento está a su favor y, con frecuencia, encuentra muchos vientos en contra. Es ahí cuando pensamos estar solos, cuando en realidad Jesús está con nosotros, pero nuestro miedo nos impide reconocerle y somos capaces de ver fantasmas donde deberíamos ver que Él viene a echarnos una mano. Pero casi siempre olvidamos lo que ya nos había dicho: “Yo estaré con uds. todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

En tercer lugar: “Pedro le respondió: Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua. Jesús le dijo ven. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: Señor, sálvame. Jesús le tendió la mano increpándolo: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? (Mt 14,28-32). Pedro, en vez de fiarse de la Palabra de Jesús, le exige de prueba un milagro. Poder acercarse a Él, ir hacia Él, caminando como Él sobre las aguas. Es la gran tentación de muchos de nosotros que, en vez de creer en la Palabra de Jesús, le exigimos a Dios milagros para creer. La fe no nace de los milagros; al contrario, cuando Jesús quería hacer algún milagro pregunta si tenían fe, por eso les decía: “Tu fe te ha salvado” (Mc 5,34). Pedro siente que se está hundiendo. Es que una fe que pide milagros es una fe demasiado débil y a las primeras dificultades, el miedo nos invade y nos hundimos fácilmente. Pero es entonces que Pedro reconoce al Señor y le grita: “¡Sálvame!”. Fíjense qué actitud de Jesús, que está al tanto de nosotros, como un papá que cuida del hijo que empieza a caminar, que ni bien tropezamos nos tiende la mano de auxilio. Pero mientras no clamemos su ayuda, no intervendrá porque respeta la libertad del hombre. Ese clamor tiene que nacer de nuestra fe.

En cuarto lugar: “Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". (Mt 14,33). Cuando Jesús amaina la tormenta, solo entonces todos se postran en una confesión comunitaria diciendo: “Realmente eres el Hijo de Dios.” Los momentos más difíciles ponen a prueba nuestra fe. Muchos confiesan que tienen dudas de fe, dudas en la Iglesia, dudas en los sacerdotes dudas de sí. En alguna medida la duda es buena, porque la duda siempre es el comienzo de una fe más sólida. Donde sí hay que despertar nuestra preocupación es cuando no se tiene dudas respecto a nuestra fe, porque o es señal de que hemos perdido por completo la fe o tenemos certezas de la fe, si es así, que bien y si no es así, hay que pedírselo al Señor como los apóstoles: “Los Apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe. Él respondió: Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa montaña: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", ella les obedecería” (Lc 17,5-6). Pero hay que hacerla mediante la oración: Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos.  Él les dijo entonces: Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino…” (Lc 11,1-4).

¿Quién, en algún momento de su vida, no ha pasado por la prueba de la duda? Sólo no duda el que no cree, porque quien no cree de verdad, no tiene por qué dudar. No se duda de aquello que no se cree. Muchos se imaginan que están perdiendo la fe porque han comenzado a tener dudas, cuando en realidad, sus dudas pueden manifestar la verdad de su fe. Las dudas pueden nacer de uno mismo o pueden proceder del entorno en el que se vive y de las mismas verdades en que se cree. De uno mismo, porque la fe no es simplemente un conjunto de verdades que uno tiene en la cabeza, la fe es un estilo de vida y de vivir. Y cuando uno comienza a vivir al margen de su fe, es lógico que comience a poner en dudo sus propias creencias.

Ojala que nuestra fe, no tiemble a los vientos contrarios que la vida nos ofrece. Solo unidos en una fe autentica en Jesús podemos ir por el camino correcto y por eso El mismo nos ha insistido mucho:  “Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán” (Jn 15,4-7).



sábado, 2 de agosto de 2014

DOMINGO XVIII - A (03 de Agosto del 2014)



DOMINGO XVIII - A (03 de Agosto del 2014)

Proclamación del santo Evangelio según San Mateo 14,13-21:


En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista se embarcó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: "Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos". Pero Jesús les dijo: "No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos".  Ellos respondieron: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados". "Tráiganmelos aquí", les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, Mateo 16, 9 sin contar las mujeres y los niños. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Las parábolas de Mt 13: 1) El sembrador (Mt 13,1-9), parábola del tesoro escondido 2) El trigo y la cizaña (Mt 13,24-30). 3) El grano de mostaza (Mt 13,31-32). 4) La levadura (Mt 13,33). 5) El tesoro escondido en el campo (Mt 13,44). 6) La perla del mercader (Mt 13,45-46). 7) La pesca en la red que atrapa todo (13,47-50). Finalmente encontramos conclusión igualmente breve (Mt 13,51-52). Nos han situado ante el reino d los cielos y nuestra vida terrenal. Nos han puesto de manifiesto la contrariedades y las oposiciones que el Reino debía encontrar. Ahora en Mt 14 ya hallamos una de esas contrariedades y como amenaza, la de Herodes. La muerte de Juan Bautista es un anuncio y una amenaza de muerte para Jesús. Jesús se marcha a un lugar desierto.

"Al saberlo la gente, lo siguió... Al desembarcar vio Jesús el gentío..." (Mt 14,13-14): Jesús amenazado por el poder, por Herodes, pero rodeado por el gentío. Con todo, al escuchar anteriormente las parábolas, el gentío no había demostrado una especial comprensión del Reino. Aunque falte esta respuesta profunda de la fe, a Jesús "le dio lástima y curó a los enfermos" (Mt 14,14). Jesús, perseguido e incomprendido, reúne con amor a los hombres, los cura y los alimenta.

Los apóstoles hace un pedido al Señor: “Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos" (Mt 14,15). Aun los apóstoles no han comprendido aquello que Jesús les había dicho: "El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4). Jesús constata que hay hambre de la palabra de Dios, desde una familia: “María sentada a los pies de Jesús escuchaba y Martha se multiplicaba… le dijo Martha, Martha andas inquieta en tantas cosas, solo una es necesaria, Maira escogió la mejor parte” (Lc 10,42). Hasta toda el pueblo: “Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para su cosecha" (Mt 9,36-38). Sentir el hambre de Dios es lo más importante, porque lo demás como el hambre del pan material, es efecto de este don: “No se inquieten diciendo: "¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos? Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6,31-33).

Fíjense que el Señor suscitó en la gente el hambre de la palabra de Dios. En seguida acude a satisfacer la necesidad del hambre material y aquí hallamos una de las seis narraciones de la multiplicación de los panes y peces que hay en los evangelios. En un despoblado, como el pueblo de Israel en el desierto fue alimentado por el maná (Ex 16,15-18), ahora el nuevo pueblo de Dios, formado por gente dispersa y heterogénea, será alimentado por Jesús. Notamos en el texto las oposiciones entre la propuesta de los discípulos: "que vayan a las aldeas y se compren de comer" (Mt 14,15) y la propuesta de Jesús: "No hace falta que se vayan, denles ustedes de comer" (Mt 14,16) y entre el hecho palpable del gentío y la escasez de lo que hay para dar: "no tenemos más que cinco panes y dos peces" (Mt 14,17) Con todo, las siete piezas ya nos indican un número de plenitud. Les dijo: “Tráiganmelos los 5 panes y los dos peces” (Mt 14,18). Presentaron de ofrenda todo lo que tenían, señal que algunos han captado el mensaje de la caridad, equivalente a aquella escena: Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir" (Mc 12,41-44).

Jesús recibió los 5 panes y los 2 peces: "Alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente" (Mt 14, 19): Al igual que el jefe de la familia judía decía en el empiezo de toda la cena la acción de gracias sobre el pan y lo repartía para cada miembro de la familia, igualmente lo hace Jesús, y a través de los discípulos da el alimento al pueblo congregado por él. No podemos desunir la lectura de este hecho, de la imagen de Jesús como Pan de vida que hallamos en el evangelio de Juan 6,51 y de la referencia clara que hay, en el vocabulario, a la Eucaristía, signo del don total de Jesús a los hombres. Todos los evangelistas relatan la multiplicación de los panes. Mientras Lucas y Juan no narran nada más que una sola multiplicación de los panes (Lc 9, 10-17; Jn 6,1-13), Marcos y Mateo hacen referencia a dos multiplicaciones (Mc 6,30-44; 8, 1-10; Mt 14,13-21; 15, 32-39). Parece que las dos narraciones tanto en Mateo como en Marcos tienen origen de un solo suceso de la multiplicación de los panes, pero que ha sido transmitido en dos versiones según tradiciones diversas. Además la narración de Mateo 14,13-21 y Mc 6, 30-44 parecen ser las redacciones más antiguas.

Reitero, el texto nos presenta a Jesús, que habiendo oído la noticia de la muerte del Bautista a manos de Herodes (Mt 14,12), se retira a otra parte “en un lugar desierto” (Mt 14,13). Muchas veces en los evangelios, Jesús se nos presenta como aquél que se retira a un lugar apartado. Aunque no siempre es así, generalmente en este retirarse quiere demostrar un Jesús inmerso en la oración, intima unión con el Padre (Jn 11,41). He aquí algunos ejemplos: “Despedida la gente, subió al monte solo, a orar. Llegada la noche Él estaba todavía solo, arriba” (Mt 1,23); “En la mañana se levantó cuando todavía estaba obscuro y salido de casa, se retiró aun lugar desierto y allá oraba” (Mc 1,35); “Jesús se retiraba a lugares solitarios para orar” (Lc 5,16); “conducido por el Espíritu” Jesús se retira después de su bautismo al desierto para ser tentado por el diablo venciendo sus seducciones con la fuerza de la palabra de Dios (Mt 4,1-11; Mc 1,12-13; Lc 4,1-13) Otras veces Jesús llama consigo a sus discípulos: “Vengan a un lugar desierto y apartado a descansar un poco” (Mc 6,31). En este pasaje, Jesús reza antes de la multiplicación de los panes. Los evangelios demuestran que a Jesús le gustaba orar antes de acontecimientos importantes en el curso de su ministerio, como el bautismo, la transfiguración, la pasión (Jn 17,21).

Esta vez, como ya mencionamos, la gente lo sigue al desierto (Mt 14,13) y Jesús siente compasión por ellos, curando a los enfermos (Mt 14,14). En Jesús se asoma una compasión por los que le siguen (Mt 15,32). El Maestro se conmueve porque ellos “eran como ovejas sin pastor”(Mc 6,34). Jesús en efecto es el buen pastor que alimenta a su pueblo como ha hecho el profeta Eliseo (2 Re 4, 1-7, 42-44) y Moisés en el desierto (Ex 16; Num 11). En el evangelio de Juan, Jesús con el discurso sobre el pan de la vida (Jn 6,55). Explica el significado del signo de la multiplicación de los panes. Este prodigio es una preparación al pan que será dado en la Eucaristía. Los gestos realizados por Jesús antes de la multiplicación de los panes, en todos los evangelios nos recuerdan el rito de partir el pan, la eucaristía.

Los gestos son: a) toma el pan, b) alza “los ojos al cielo”, c) pronuncia “la bendición”, d) parte el pan, e) hace distribuir a los discípulos (Mt 14,19). Estos gestos se encuentran en la narración de la última cena de Jesús (Mt 26,26; Lc 22,19-20; Mc 14,22). Escenas que pueden muy bien resumir este episodio: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo… Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6,51-56).

Todos comen y se sacian de este pan. Sobran doce cestas de los restos de pan (Mt 14,20). Jesús es aquél que sacia al pueblo elegido de Dios: Israel, compuesto por las doce tribus. Pero sacia también a los paganos en la segunda multiplicación (Mt 15,32-39), simbolizados esta vez por siete panecillos, el número de las naciones de Canaán (Hch 13,19) y también el número de los diáconos helenistas (Hch 6,5; 21,8) que tenían el deber de proveer a la distribución cotidiana de las mesas. La comunidad recogida en torno a Jesús, primicia del Reino de los Cielos, acoge en sí Hebreos y Gentiles, todos son llamados a aceptar la invitación de participar de la mesa con el Señor. Jesús hace ver esto incluso con su gesto de sentarse a la mesa con publicanos y pecadores y con su enseñanza en las parábolas de los banquetes, donde “muchos vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (Mt 8,11; Mt 2,34; Lc 14, 16-24).

Preguntas para nuestra meditación personal: ¿Qué te ha llamado más la atención en este texto? ¿Cuál de los gestos de Jesús te gustan más en este texto? ¿Te has parado a reflexionar alguna vez sobre las emociones de Jesús? Este texto se fija en la compasión. ¿Puedes encontrar otros en los evangelios? ¿Qué crees que Dios quiera comunicarte con este relato sobre la multiplicación de los panes? Jesús provee de alimento en abundancia. ¿Te confías a la providencia del Señor? ¿Qué significa para ti confiar a la providencia de Dios? ¿Alguna vez has pensado en la Eucaristía como un sentarse a la mesa con el Señor? ¿Quiénes son los invitados a esta mesa?

 CONTEMPLACIÓN

No podemos hacernos ilusiones: por el amor mutuo y, en particular, por la atención a los necesitados porque, se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo (Jn 13,35; Mt 25,31-46) por nuestros frutos (Mt 7,16). En base a este criterio se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas, en las que Cristo se nos da como pan, alimento de nuestra vida espiritual (Jn 6,51), en tanto nosotros también nos ofrezcamos como medio de salvación para los demás, transmitiendo mensajes de vida.

Los apóstoles sólo pudieron recolectar 5 panes  y 2 peces (dos números que no tienen un significado importante en la simbología, sin embargo si sumamos los panes y peces nos dan 7 el número de la plenitud, de la perfección). Con  siete alimentos consiguió que sobrase comida, doce cestos (otro número simbólico: doce eran las tribus de Israel).  Jesús primero se pone en oración con el Padre, bendice la comida y reparte, pero ¿cómo pudo sobrar tanta comida? Simplemente porque cuando se comparte motivado por el amor, por poco que tengamos, recordemos la viuda que dio lo único que poseía: una moneda,  todos tienen, todos sacian su hambre y al final sobra.

No podemos decir que lo solucionen sus familiares, que los ricos les den que para eso tienen más, que lo arreglen los gobiernos, sino que es competencia de todos, cada uno según su poder, pero todos, todos sin excepción, podemos contribuir para que el mundo sea cada vez más equitativo, más solidario y sobre todo no haya estas diferencias tan enorme: unos tiramos la comida a los contenedores, mientras otros mueren porque no tienen nada que llevarse a la boca. Así han de ser los apóstoles de hoy, en ningún caso indiferente a las necesidades de los demás, siempre dispuestos a atender y acudir en la ayuda de los necesitados, con generosidad y sin pensar muchas veces en el descanso, porque esto se hace por el amor a Cristo, por amor al Padre Bueno y a todos sus hermanos. Los apóstoles le ofrecieron a Jesús todo lo que tenían: 5 panes y 2 peces, fruto del trabajo y del esfuerzo, solo cinco panes y Jesús hizo todo los demás. El Evangelio continúa: Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que habían sobrado se llenaron doce canastos. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños. El milagro fue tan abundante, que todos se saciaron y luego recogieron doce canastos sobrantes. Era uso judío recoger, después de las comidas, los trozos de comida caídos a tierra. El milagro se constataba bien: las sobras eran más que la materia de cinco panes para el milagro.

La esperanza de las gentes que habían seguido a Jesús, no quedo fallida, ellos recibieron lo que necesitaban, llegaron enfermos y fueron curados, para saciar su hambre les proporcionó pan, para saciar su espíritu, Él les entrego su la Palabra. El que sigue resueltamente a Jesucristo, encuentra todo lo que necesita para sí, en esta vida terrenal y luego en la vida eterna. Nuestro amado Padre Bueno, ya nos ha regalo su amor. En Cristo nos ha dado todo, se ha dado a sí mismo. ¿Qué otro poder será más fuerte que este amor generoso y apasionado que el Padre manifestó en Jesús? Este amor nos sostiene en medio de toda circunstancia adversa. Así lo comprendió también San Pablo; ¿Quién podrá separamos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? (Rom 8, 35).
Así como Pablo, que convencido de que en el amor de Cristo tiene la fortaleza para vencer cualquier dificultad, así también sea para nosotros el mismo convencimiento. Así como las gentes dejaron todo por seguir al Señor hasta el desierto, y sin importarle el hambre no se apartaron de El,  que ninguna adversidad nos contenga para seguirle. Así como el Señor pone en nuestras manos muchos bienes, pongamos en manos de los demás compartiendo solidariamente lo que tenemos, para que le demos a otros nosotros mismos.