DOMINGO XX - A (17 de Agosto del 2014)
Proclamación del Santo Evangelio Según San Mateo 15,21-28:
En aquel tiempo, Jesús se dirigió hacia el país de Tiro y de
Sidón. Entonces una mujer cananea, que salió de aquella región, comenzó a
gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente
atormentada por un demonio". Pero él no le respondió nada. Sus discípulos
se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus
gritos".
Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las
ovejas perdidas del pueblo de Israel". Pero la mujer fue a postrarse ante
él y le dijo: "¡Señor, socórreme!" Jesús le dijo: "No está bien
tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los perros". Ella respondió:
"¡Tienes razón, Señor, pero los perro también comen las migas que caen de
la mesa de sus amos!"
Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe!
¡Que se cumpla conforme has creído!" Y en ese momento su hija quedó
curada. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.
El evangelio de hoy complementa la enseñanza del domingo
anterior respecto a la importancia de la fe y la oración:
En el domingo anterior, después que Jesús despidió a la
gente y embarcó a sus discípulos, “subió a la montaña para orar a solas” (Mt 14,23).
De madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua; los discípulos,
al verlo se asustaron y gritaron porque crían que era un fantasma. Pero Jesús
les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no tengan miedo" (Mt 14,25-27).
Pero, Pedro busca comprobar si es cierto que le permita caminar también sobre
el agua; caminó, se hundió y gritó: "Señor, sálvame". (Mt 14,30). Jesús
lo salvó increpándolo: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?" Al ver
lo ocurrido todos los apóstoles se postraron diciendo: "Verdaderamente, tú
eres el Hijo de Dios" (Mt 14,33). Hoy, clama como Pedro la ayuda de Jesús,
no un judío ni conocido, sino una mujer pagana: "¡Señor, Hijo de David,
ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio"
(Mt 15,22). Jesús atendió sin mayor demora el pedido porque la mujer tiene fe: “Que
grande es tu fe, que te suceda conforme has creído” (Mt 15, 28).
Hemos dicho que, la fe autentica no nace de un milagro como Pedro
quiso experimentar. La fe es la que puede suscitar el milagro, dependiendo cuanto de fe tenemos Y es que la fe no es como la ciencia que busca experimentar para afirmar
una hipótesis de verdad. La fe es un don gratuito de Dios, por eso hemos de
reiterar que la fe es lo que puede suscita milagros como lo descrito en este
episodio: “Que grande es tu fe, que te suceda conforme has creído”. Y en ese
momento su hija quedó curada (Mt 15, 28). Y si la fe es débil como el de Pedro del domingo anterior, pues por eso se hundió (Mt 14,30).
Antes de entrar en los detalles del evangelio de hoy; en el
evangelio constatamos que hay muchos episodios, actitudes auténticas de fe: En Caná
de Galilea, donde Jesús había convertido el agua en vino. “Había allí un
funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún. Cuando supo que Jesús
había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que
bajara a su casa a curar a su hijo que agoniza. Jesús le dijo: "Si no ven
signos y prodigios, ustedes no creen". El funcionario le respondió:
"Señor, baja antes que mi hijo se muera". "Vuelve a tu casa, tu
hijo vive", le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había
dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus
servidores y le anunciaron que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado
la mejoría. "Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre", le
respondieron. El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había
dicho: "Tu hijo vive". Y entonces creyó él y toda su familia” (Jn
4,47-53). Fe de una mujer que padecía flujo de sangre que solo le tocó el fleco
del manto y se sanó: “Jesús se volvió y, al verla, le dijo: Animo, hija, tu fe
te ha sanado” (Mt 9, 22). Fe de los amigos de un paralítico: Dijo al
paralítico: Tus pecados te son perdonados (...). Mt 9, 2; Lc 5, 20.
Fe de un centurión: “Cafarnaúm había un centurión que tenía
un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído
hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar
a su servidor. Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia,
diciéndole: "El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra
nación y nos ha construido la sinagoga". Jesús fue con ellos, y cuando ya
estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos:
"Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por
eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra
y mi sirviente se sanará. Porque yo —que no soy más que un oficial subalterno,
pero tengo soldados a mis órdenes— cuando digo a uno: "Ve", él va; y
a otro: "Ven", él viene; y cuando digo a mi sirviente: "¡Tienes que
hacer esto!", él lo hace". Al oír estas palabras, Jesús se admiró de
él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que
ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe". Cuando los enviados
regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano (Lc 7,2-10).
Los apóstoles le dijeron: “Señor, auméntanos la fe. El Señor dijo: Si tuvierais
fe como un grano de mostaza diríais a este sicomoro: "Arráncate y échate
al mar", y les obedecería. Nada es imposible para quien cree y tiene fe” (Lc
17, 5). Los discípulos preguntaron: “Señor ¿Por qué no pudimos echar ese
demonio? Les respondió: porque tienen muy poca fe. Yo os aseguro que si
tuvieran fe como un grano de mostaza, dirían a este monte (...) y nada les será
imposible. (Mt 17, 20).
En el evangelio de hoy, y en resumidas palabras ¿Qué nos ha
querido decir Jesús con todo esto en su enseñanza? Dos cosas fundamentales y
que como en el domingo anterior destacamos la importancia de la fe y la oración
porque son dos elementos fundamentales de la vida espiritual: En primer lugar,
una lección de auténtica y verdadera fe, incluso tratándose de una mujer
pagana. Acababa de criticar a Pedro por su falto de fe: “Que poca fe tienes”
(Mt 14,31). Ahora viene esta mujer que
no es creyente, sino pagana, y Jesús termina reconociendo que es una profunda
creyente. “¡Mujer, qué grande es tu fe!” (Mt 15,28).
En segundo lugar, nos
da toda una lección de la auténtica y verdadera oración. Una oración constante,
persistente y perseverante que no se echa atrás por más que sienta primero el
silencio de Dios porque pareciera que no nos escuchase. Recuerden aquel pedido
de los apóstoles: “Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando
terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como
Juan enseñó a sus discípulos". Él
les dijo entonces: "Cuando oren, digan así: Padre nuestro… (Lc 17,1-4). Luego,
Jesús agrega la actitud perseverante que uno debe asumir en la oración:
"Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a
medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis
amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle", y desde adentro él
le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y
yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos". Yo les aseguro
que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al
menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario” (Lc 11,5-8).
¿Cómo haces tu oración? Tanto en la vida consagrada como en
el matrimonio solemos caminar muy atareados en tantas cosas y dejar de lado las
cosas de la vida espiritual, somos como Martha que: Andaba muy ocupada con los
quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana
me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude". Pero el Señor le
respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin
embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será
quitada" (Lc 10,38-42). A veces solemos quejarnos que rezamos y Dios no
nos escucha. Entonces tiramos la toalla y lo peor es que tiramos también a Dios
de nuestras vidas. Le pedí y no me hizo caso. ¿Para qué me sirve Dios y para
qué me sirve pedir? Estamos acostumbrados a hacer de nuestra oración una
especie de “tocar el timbre” y que alguien nos responda de inmediato. Sería
bueno volver a preguntarnos: ¿Cómo, cuándo, con qué medios hago mi oración? ¿Será
cierto que Dios no nos escucha? El evangelio de hoy nos comprueba que Dios si
escucha y sin mayores demoras.
Dios nos escucha siempre que lo pidamos con fe pero con un corazón
sincero: “Cuando ustedes me busquen, me invoquen y vengan a suplicarme, yo los
escucharé; pero siempre que me invoquen
con un corazón puro y sincero” (Jer 29,112). Por el profeta Isaías dice Dios: “Cuando
extienden sus manos, yo cierro los ojos; por más que multipliquen las
plegarias, yo no escucho: ¡las manos de ustedes están llenas de sangre! ¡Lávense,
purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el
mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan
justicia al huérfano, defiendan a la viuda! Vengan, y discutamos —dice el
Señor—: Aunque sus pecados sean como la escarlata, se volverán blancos como la
nieve; aunque sean rojos como la púrpura, serán como la lana. Si están
dispuestos a escuchar, comerán los bienes del país; pero si rehúsan hacerlo y
se rebelan, serán devorados por la espada, porque ha hablado la boca del Señor“
(Is 1,15-20).
En el evangelio de hoy, esta pobre mujer cananea refleja y reúne
estos dos elementos como es la: Fe y la oración autentica y pureza de corazón.
A veces Jesús toma actitudes que son como una lección para nosotros. La mujer
grita detrás de Él y Él se hace como quien no escucha. Era tan insistente su
grito que hasta los discípulos le piden que la atienda porque ya resulta
molesta (Mt 15,22-23). Jesús tiene una frase que hasta pareciera sonar mal en
sus labios y peor aún en su corazón, en el fondo la compara con los perros. “No
está bien echar a los perros el pan de los hijos.” (Mt 15,26) ¿Verdad que diera
la impresión de ser un Jesús diferente al que estamos acostumbrados? De
repente, su actitud cambia y termina elogiando la fe de esta mujer: “Mujer, qué
grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas” (Mt 15,28).
Como es de ver, la oración tiene que expresar la insistencia
de nuestro corazón y de nuestra confianza. Luego, la oración tiene que ser insistente
aun cuando sintamos que Dios está sordo y no nos escucha. Nosotros desistimos
demasiado fácilmente, nos cansamos de pedir. Ese cansancio significa que no
pedimos con verdadera confianza y con verdadera fe. Es preciso pedir sin
cansarnos ni desalentarnos, incluso si sentimos que "Dios no nos escucha".
Nosotros tenemos que seguir orando. No porque Dios nos escuche por nuestra
insistencia, sino porque la insistencia implica que tenemos fe y confianza, incluso
a pesar de su silencio. No es que la oración sea mejor porque oramos gritando,
no se trata de volumen de voz: “Cuando ustedes oren, no hagan como los
hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de
las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú,
en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora
a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará. Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen
que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que
está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo
pidan” (Mt 6,5-8).
Muchas veces nuestra oración resulta siendo un fracaso
porque nos cansamos, porque no seguimos insistiendo, porque creemos que molestamos
a los demás con nuestros gritos salidos del corazón. ¿Cuántas veces hemos orado
a gritos? ¿Cuántas veces hemos orado, incluso sintiendo el silencio de Dios que
no nos responde? Jesús no la alaba por sus gritos, pero sí por su constancia y
por su fe. ”Mujer, qué grande es tu fe” (Mt 15,28). Nuestra oración no se mide
por las palabras que decimos, sino por la fe de nuestro corazón. Si quieres
medir la eficacia de tu oración, no te preguntes cuánto pides sino cómo pides y
con qué fe pides. ¿Pides con una fe capaz de perforar el silencio y el aparente
rechazo de Dios? Tenemos que orar hasta cansarnos, porque sólo así se expresa
nuestra confianza en Él que nos lo dará tarde o temprano, pero ¿Qué pedimos? Tenemos
que pedir que nos enseñe a orar (Lc 11,1).
Jesús mismo nos dice: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán;
llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra;
y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le
da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son
malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre de ustedes que
está en el cielo dará cosas buenas a aquellos que se las pidan! (Mt 7,7-11). Y
este detalle es lo que hoy constatamos en el evangelio: Se trata de una mujer
pagana en diálogo de fe con Jesús. Luego, un Jesús que quiere poner a prueba la
fe de esta mujer, como había puesto a prueba la fe de Pedro (Mt 14,32). Con la
diferencia de que Pedro “tenía poca fe y comenzó a titubear”, mientras que esta
mujer pagana demostró más fe (Mt 15,28) que el mismo Pedro que es cabeza de la
Iglesia. ¿Cómo esta nuestra fe? ¿Podrá Jesús decirnos a nosotros hoy: qué
grande es tu fe? Nuestra oración, ¿será así de constante y perseverancia que
logremos cansar a Dios y al fin tenga que escucharnos?
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