sábado, 17 de enero de 2015

DOMINGO II - B (18 de Enero del 2015)


DOMINGO II - B (18 de Enero del 2015)

Proclamación del Evangelio según San Juan 1,35 - 42:

Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: “He ahí el Cordero de Dios”. Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús.  Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: “¿Qué buscan?” Ellos le respondieron: “Rabbí- que quiere decir, Maestro - ¿dónde vives?” Les respondió: “Vengan y lo verán»” Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima.

Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído y habían seguido a Jesús. Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: “Hemos encontrado al Mesías” - que quiere decir, ‘Cristo’. Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas” - que quiere decir, ‘Piedra’  PALABRA DEL SEÑOR.


Estimados(as) amigos(as) en el Señor paz y Bien.

Este episodio del Evangelio de Juan 1,35-42 constituye el verdadero comienzo de la narración evangélica, porque es ahora cuando Aquel que ha sido presentado como el “verbo hecho carne” (Jn 1,14) comienza a hablar.  Por eso el relato, contenido en Juan 1,35-42 también podría denominarse: “Jesús, el Maestro que inicia su misión”. Pues,  asistimos a las primeras palabras de Jesús en el Evangelio, que son pocas pero significativas y ocupan un lugar central en cada escena (Jn 1,38.39.42.43.47.48). Éstas están dirigidas exclusivamente a aquellos con los cuales sostendrá la relación más estrecha, es decir a sus discípulos, los mismos que experimentarán y comprenderán su misterio y se convertirán luego en sus testigos.

Características del encuentro con Jesús: Un dato significativo, que anotamos para comenzar, es que mientras los sinópticos (tres evangelios: Mt, Mc, Lc) describen el llamado de los discípulos de manera breve (excepto Lc 5,1-10) y concisa en torno al significado del imperativo “Sígueme”, el evangelio de Juan prefiere describir con todo su colorido la manera como se comienza a tejer la relación profunda entre el maestro y sus discípulos, mostrándonos otro ángulo de lo que significa el “seguir” a Jesús. Si pudiéramos sintetizarlo todo en pocas palabras podríamos decir que todo encuentro con Jesús es: Personal, Original, Intenso, Significativo, Transformador, Provocador de nuevos encuentros. Sobre esta base el evangelista Juan nos describe una serie de escenas, cada una con sus propias particularidades, permitiéndonos así descubrir lo maravilloso que es encontrarse con Jesús y todas las consecuencias que se derivan del encuentro. Veamos los rasgos característicos en las dos primeras escenas del encuentro con Jesús de Nazareth.

Alguien tiene que dar el primer paso para que los demás se pongan en camino. “Yo soy camino verdad y vida, nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14,6), pero antes de esta enseñanza, Dios mismo es quien da el primer paso al enviarnos a su Hijo (Jn 3,16). Luego, alguien tiene que ser el primero en ver para que los demás se den cuenta. Primero, es Juan quien reconoce a Jesús (Jn 1,29.36) Y Juan lo comparte con sus dos discípulos, estos siguen a Jesús. Y luego es Andrés que va y se lo comunica a su hermano Simón (Jn 1,41) y lo lleva a Jesús. Como ven toda una cadena. Una cadena que comenzó en una simple frase de Juan y que llega luego de una larga cadena de seguidores hasta nosotros, cuando nos configuramos con jesus en el bautismo al recibir su luz y la unción (Gal 3,27).

Si recuerdan en la Vigila Pascual es el sacerdote el que primero enciende el Cirio pascual que simboliza al Señor resucitado. Luego en ese Cirio encienden sus velas los que acompañan a los sacerdotes o ministros, para luego encenderse todas las velas de la Comunidad que participa. Pero este cirio pascual es también el que da luz al recién bautizado en cada bautismo que se celebra en la iglesia. Por esta razón tiene mucho significado cuando Jesús dice: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida" (Jn 8,12).

El encuentro de Jesús con Andrés y su compañero: “Juan estaba con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: Este es el Cordero de Dios.  Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscan? Ellos le respondieron: Rabbí —que traducido significa Maestro—¿dónde vives? Vengan y lo verán", les dijo. Fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él ese día. Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro” (Jn 1,35-40).

Los elementos más importantes de este encuentro se pueden esquematizar así: Testimonio acerca de Jesús (1,35-36); Escucha y respuesta al testimonio (1,37); Caminar en el seguimiento/búsqueda de Jesús (1,38); Ir y ver por sí mismo (1,39a); Permanecer con Jesús (1,39b). Este esquema se sintetiza al final en dos acciones básicas y dinámicas que van del “escuchar” al “seguir” (Jn 1,40). El resultado es el seguimiento y éste se presenta como un “estar con Jesús”. Y ¿Por qué es importante estar con Jesús? Porque Jesús esta con Dios Padre (Jn 14,8-10).

El testimonio acerca de Jesús: “Juan, Fijándose en Jesús que pasaba, dice: He ahí el Cordero de Dios. Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús”. (Jn 1,36-37). Dos discípulos se cambian de escuela. Andrés y su otro compañero (Jn 1,40) escuchan el testimonio de Juan Bautista, de quien se dice son “dos de sus discípulos” (Jn 1,35), y comienzan a seguir a Jesús (Jn1,37). El primer impulso para el encuentro lo da la voz del testigo.  Juan Bautista cumple esta función, dada desde el prólogo (Jn 1,7) y ejercida ya por primera vez, el día anterior, ante las autoridades de Israel (Jn 1,19-34). A diferencia del día anterior, Jesús no “viene hacia él” (Jn 1,29) sino que “pasa”, “sigue su camino”, “traza una ruta hacia adelante” (Jn 1,35). Juan Bautista lo nota bien y sabe poner a sus propios discípulos en ese camino. El cumplimiento de su misión, implica para Juan la pérdida de sus discípulos, por eso está a la altura de su vocación: “Es preciso que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30). De hecho él “no era la Luz sino que es el que da testimonio de la Luz” (Jn 1,8). Juan Bautista es un maestro que sabe reconocer al verdadero maestro, no retiene a los discípulos para sí, sabe desprenderse porque conoce quién es el verdaderamente importante.

Escucha y respuesta al testimonio: Jesús viendo que lo seguían dijo "¿Qué buscan?" Ellos le respondieron: "Rabbí —que significa Maestro—¿dónde vives?" (Jn 1,38). El testimonio de Juan Bautista conduce hacia Jesús a dos de sus discípulos: “Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús” (Jn 1,37). Observando el comportamiento de los discípulos descrito en los dos verbos “oir” y “seguir”, podemos comprobar cómo en el discipulado la escucha es importante pero el seguimiento es decisivo. Más adelante por eso dirá el Señor: “Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida” (Jn 5,24). Lo que atrae a los discípulos no es nada externo de la persona Jesús, ni siquiera un cúmulo de conocimientos acerca de él. Lo que atrae es el significado de su persona: la transformación que él puede obrar en mi vida a partir del don de su perdón (Col 3,11). El seguimiento es decisivo: “siguieron a Jesús”(Jn 1,37). No basta saber algo acerca de Jesús, el conocimiento pide dar un paso, un ponerse en movimiento hacia el encuentro con él.  Con el testimonio se hace una primera idea de Jesús, con el encuentro se vive la experiencia de la transformación.

¿Qué buscan? (Jn 1,38). La pregunta de Jesús pone al descubierto el corazón de los discípulos, ellos son: Hombres en búsqueda: ciertamente “buscadores”, pero no siempre es claro de qué. Hombres que no se han quedado paralizados sino que se han puesto en camino: en Jesús hay  una luz para sus inquietudes. Nos recuerda aquella luz de la estrella: Los reyes magos  preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo" (Mt 2,2). Es claro que la luz es la fe. Aquí, Jesús no los ha recibido con una larga enseñanza acerca de Dios o de sus propósitos misioneros o sobre los objetivos del seguimiento o sobre lo que él ve en el corazón de los hombres. Jesús suscita un diálogo, un diálogo profundo que permite exponer los motivos del corazón, allí donde se dan los compromisos. Es curioso que los discípulos no le responden qué buscan, a lo mejor todavía no lo pueden expresar con palabras.  Una característica de la pedagogía de Jesús en este evangelio es que educa a sus interlocutores para que sepan hablar expresando sus motivos más profundos.  Los discípulos le responden con otra pregunta: “Maestro, ¿dónde vives?” (Jn 1,38b). Equivale para un discípulo al “¿Dónde está tu escuela?”. Donde la intención de fondo es pedir la prolongación del diálogo.  Lo que los discípulos buscan no se puede explicar a las carreras en medio de la calle.  Los discípulos piden tiempo, desean hablar en paz con su nuevo “Maestro”. Jesús acepta. Les dice: “Vengan y lo verán” (Jn 1,39).

“Vieron dónde vivía y se quedaron con él (a partir de) aquel día” (Jn 1,39ª).  Así como la escucha del testimonio los condujo al seguimiento de Jesús, ahora los dos discípulos no sólo ven dónde habita el Maestro sino que “se quedan” con él. Se trata de un “entrar” en el mundo de Jesús y entablar con él relaciones basadas en la confianza mutua.  Además, el encuentro no queda como un hecho ocasional sino como una experiencia de vida; es el inicio de una verdadera amistad.  Sus vidas respiran en una nueva atmósfera de relaciones y de vivencias que durará no mucho, sino una eternidad (Jn 5,24). Por eso es tan importante en la vida del creyente saber buscar a Dios.

Respecto a la búsqueda de Dios, Jesús nos dice: “El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró” (Mt 13,44-46). Lo mismo, hoy nos pregunta Jesús a cada uno: “¿Qué buscan?” (Jn 1,37). Si buscamos a Dios, es bueno saber ¿Dónde, cuándo, cómo, con qué y para qué lo buscamos? Y si hallamos el tesoro que es Dios, gritemos como san Pablo: “Para mi Cristo lo es todo” (Col 3,11). Luego, decir: “A causa del Señor nada tiene valor para mí, todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8).

sábado, 10 de enero de 2015

EVANGELIO VIVIENTE: DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR - B (11 de Enero de...

EVANGELIO VIVIENTE: DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR - B (11 de Enero de...: BAUTISMO DEL SEÑOR - B (11 de Enero del 2015) Proclamación del santo Evangelio según san Marcos 1,7-11: En aquel tiempo Juan ...

DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR - B (11 de Enero del 2015)



BAUTISMO DEL SEÑOR - B (11 de Enero del 2015)

Proclamación del santo Evangelio según san Marcos 1,7-11:

En aquel tiempo Juan proclamaba: Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os eh bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo. Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

En el domingo anterior hemos celebrado y meditado la actitud reverente de los reyes magos, quienes guiados por la luz de la estrella dieron con la casa, encontraron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra” (Mt 2,11). Es eso precisamente lo que hacemos en cada misa o el domingo que guiados por la luz de la fe, hallamos a Jesús en el altar cuando ante nuestros ojos toma carne (Jn 1,14). Y recordemos lo que el mismo Señor nos dice: “El que me envió está conmigo y nunca me ha dejado solo” (Jn 8,29). Y es más contundente aun al decir: “El que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn 14,9). Luego dice en la última cena: “Tomen y coman que esto es mi cuerpo, tomen y beban, este es el cáliz de mi sangre” (Mt 26.26). Así, en cada santa misa caemos de rodillas y lo adoramos. Hoy celebramos otro gesto amoroso del Padre que nos envió a su Hijo al mundo por el amor que nos tiene (Jn 3,16) con el siguiente tenor:

1. En este domingo celebramos la coronación de la gloria del Hijo por parte del Padre: El Bautismo de Jesús. Y esta fiesta grandiosa cierra el ciclo de navidad, y por lo mismo abre el tiempo ordinario que seguirá hasta el inicio de la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza, que este año cae el día 18 de febrero. Recordemos que el tiempo ordinario es el tiempo más largo que abarca el ciclo litúrgico y tiene dos partes, la primera que es más corto: del lunes que sigue al domingo del bautismo del Señor hasta el miércoles de ceniza. Luego se hace un alto y la cuaresma nos prepara para la semana santa, después del tiempo de pascua, retomaremos el tiempo ordinario hasta el domingo XXXIV en que celebraremos la fiesta de Jesucristo rey del universo.

2.- “Por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán” (Jn 1,9). El Bautismo del Señor, no es un episodio fortuito en la cadena de su vida porque Dios no hace nada de improviso. El Bautismo es un acontecimiento que parte la vida de Jesús en dos: la vida oculta (Infancia) y la vida pública del Señor. De aquí arranca definitivamente esa trayectoria que describen los Evangelios como la vida del Salvador. Del bautismo irá al desierto (Mc 1,12-13); del desierto a la predicación itinerante por sinagogas y aldeas. La predicación de Jesús crea una comunidad, la comunidad de discípulos (Mc 3,13), que es la comunidad mesiánica del Reino, y en esta comunidad están los Doce elegidos, los Apóstoles. El final fue la Cruz (Mc 10,33) y la Resurrección (Lc 24,6), y de la Resurrección de Jesús esa comunidad de discípulos suyos, que somos sus testigos en el mundo (Mc 16,15-16). Todo arrancó de aquel momento en que Jesús, por decisión propia inició su camino con una Bautismo. Jesús pidió a Juan que lo bautizara: "Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo". Y Juan se lo permitió” (Mt 3,15).

3. Jesús dijo. “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió” (Jn 6,38).  Según ello, el Bautismo de Jesús está dentro de la vocación de Jesús y es el acto inicial de su misión. El Evangelio de hoy enlaza el bautismo de Jesús con la predicación de Juan: “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle al correa de sus sandalias. Yo os eh bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo” (Jn 1,8). Jesús va a bautizar con Espíritu Santo. Nadie había bautizado con Espíritu Santo. Y Juan tampoco. Juan reconoce que empieza la hora definitiva de Dios. En esta hora de Dios, se rasgan (abre) los cielos. Vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma (Mc 1,10).

4. Entonces se “oyó una voz desde los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11). El Bautismo es la primera teofanía que acontece en la misión de Jesús. Hoy se rasgan los cielos. Se están cumpliendo aquello que pedía el profeta: “¡Ojalá rasgases los cielos y descendieses!” (Is 63.19). San Marcos, el evangelista que nos da el testimonio más antiguo, nos dice que en aquella experiencia – que ninguno de nosotros podrá ni comprender ni explicar – vio y oyó. Todo su ser, que había bajado a lo profundo del pecado del hombre, solidarizándose con él, al subir del agua, entró en trance: vio y escuchó (Mc 1,10). ¿Qué es lo que vio? Vio que el Espíritu baja sobre él en forma de paloma; era alguien real ante sus ojos. Y escuchó. No hablaba la Paloma, sino aquel que enviaba a la Paloma: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11). Cuando Jesús oye la palabra “Tu eres mi Hijo” lo oye del Padre y es la conformación de lo que el ángel había dicho a la virgen María: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). Por otro lado fíjense que el Dios lejano que pregonaban los profetas en el A.T. se nos ha manifestado como “Padre”. Es decir en el Hijo hecha carne (Jn 1,14), Dios se nos ha acercado lo más que puede como “Papá” en el Hijo único. San Pablo lo describe así: “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abbá!, es decir, ¡Padre!” (Gal 4,4-6).

5. “Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,10-11). Sin duda, estamos ante el misterio insondable de la Trinidad vivido por Jesús como constitutivo de su ser: Él era el Hijo. El Padre le hablaba. El Espíritu le invadía. ¿Qué le decía el Padre?  En ti me complazco. Al final de su misión, Jesús nos dejará esta tarea: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles (Evangelio) a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Por otro lado resaltamos que Jesús no era un pecador: “Él fue probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Heb 4,15).  El Bautismo se administraba en relación con el pecado. Pero Jesús no era un pecador, como yo lo siento de mí mismo. Jesús había nacido de la santidad de Dios (Lc1,35), y era capaz de transmitir el Espíritu de Dios que él mismo recibía del Padre.

6. El misterio del bautismo de Jesús (Mc 1,9) es la primera forma en que se revela el misterio de la Trinidad que ha de culminar en la resurrección de Jesús (Mt 28,6). Desde ahora ya no se podrá ver  a Jesús sino como el consagrado por Dios para la misión divina del Reino (Jn 6,38). Por eso es impresionante la frase siguiente que escribe el evangelista para iniciar la vida de Jesús. Dice. “A continuación, el Espíritu lo empujó al desierto” (Mc 1, 12). Jesús lleva dentro una fuerza divina que no le ha de abandonar en ningún instante de su vida. Jesús no podrá hacer nada que no esté inspirado por el Espíritu, que no esté en obediencia amorosa a la voluntad del Padre. Lo que ocurre en el bautismo es la revelación total de su persona: El Hijo con el Padre y el Padre con el Hijo (Jn 10,30), unidos en el Espíritu.

7. Los judíos preguntaron a Jesús: ¿Quién eres tú? (Jn 8,25). ¿Quién es realmente Jesús, Jesús infante, que lo acabamos de contemplar en su nacimiento, Jesús niño, Jesús joven, Jesús adulto…? “Jesús, al empezar, tenía unos treinta años” (Lc 3,23), escribirá Lucas justamente cuando acaba de narrar el Bautismo. Anterior al bautismo solo se menciona en una oportunidad: Discutiendo con los maestros en la sinagoga, y cuando fue hallado su madre le dijo: “Hijo porque nos tratas así, yo y tu padre te buscamos angustiados. Jesús respondió: ¿No sabían que debían ocuparme de los asuntos de mi Padre? (Lc 2,49). En el bautismo, a los treinta años una persona ya ha dado la orientación definitiva de su vida. ¿Quién puede aclararnos el silencia de esta vida que se hunde en la intimidad de Dios? Justamente acabamos de pronunciar la palabra clave, a intimidad con Dios. De aquellos treinta años de silencio apenas emerge un episodio: “En los asuntos de mi Padre”(Lc 2,49). La figura de Jesús es esta: el que vive dedicado en los asuntos de Dios. De él no sabemos nada sino esto: que vivía con Dios (Jn 10,30). Precisamente esa vida con Dios es la que le lleva al Bautismo. Jesús quiere estar donde nosotros, en las raíces de nuestro ser, allí donde bulle nuestro pecado, del cual él nos ha liberado (Jn 10,17).

8. Y finalmente hemos de preguntarnos: ¿Si soy bautizado, qué hago de mi bautismo, vivo como consagrado a Dios? El señor nos dice: “El que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Ustedes tienen que renacer de lo alto. El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu" (Jn 3,5-8). El bautizado debe tener esta meta que muy bien lo resumen San Pablo: “Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2,29-20). Porque: “Todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús” (Gal 3,27-28).

sábado, 3 de enero de 2015

DOMINGO DE LA EPIFANÍA - (4 de Enero del 2015)


DOMINGO DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR - B (4 de Enero del 2015)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo: 2,1-12

Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo". Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. "En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta:

Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel". Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: "Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje".

Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

El domingo anterior hemos celebrado la fiesta de la sagrada familia y en ella hemos reflexionado entre otros puntos el parecer de Simeón que exclamó: "Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste ente todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,29-32). Además, agregó y dijo a María: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos"(Lc 2,34-35).

Hoy celebramos la manifestación o la Epifanía del Señor, pero que también es la manifestación o la epifanía de la fe de la humanidad representado en los reyes magos. Porque los tres Reyes representan a la humanidad que busca a Dios, y  su vez es el símbolo del hombre que no puede vivir sin la experiencia de Dios; dado que, sin fe el hombre es simplemente un “don nadie” y su vida sin sentido (Jn 15,5).

Como vemos la enseñanza tiene complemento con lo del domingo pasado y hoy en sentido de que Simeón dijo al tomar al niño en sus brazos: “Es luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel” (Lc, 2,32) y su vez dijo que: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción” (Lc 2,34). Y el evangelio de hoy complementamos a estas ideas de modo siguiente: Los reyes magos preguntaron "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo"(Mt 2,2). Después que Herodes hizo el “papelón” con los reyes al oír semejante noticia. “A los reyes, la estrella que habían visto en Oriente los guía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra” (Mt 2,9-11).

Los reyes se dejan guiar por “La estrella que habían visto” (Mt 2.9). Esta luz tiene connotación particular respecto a la fe. No podemos vivir sin la fe. Porque la vida necesita de un sentido, de un horizonte que le marque el camino y le señale la mate por alcanzar. Estos tres personajes han descubierto señales de Dios, pero ¿solo señales?, Claro que no. Ahora quieren encontrar la propia fuente de luz: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo" (Mt 2,2). La fe, no es un razonamiento. La fe es un encuentro, es una experiencia personal de encontrarnos con Él: “El Rey de los Judíos”. La fe autentica nos tiene que poner a todos en camino siguiendo las señales de la luz de la estrella (Mt ,2.9). Lo malo es cuando las señales se oscurecen y nos quedamos en la oscuridad. Hay momentos en los que no sabemos a dónde ir porque han desaparecido las señales. Y es cuando empieza el camino de tropiezo para el hombre sin la luz de la fe: “Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén” (Mt 2,3). Asì, sucede hoy, ¿Cuántos Herodes modernos que se despojan de la luz de la fe y buscan guiar al pueblo?: “Herodes los envió a Belén, diciéndoles: "Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje" (Mt 2,8). ¿Cuántas autoridades han hecho de la mentira una verdad para hacer daño al pueblo religioso?: “Son ciegos que guían a otros ciegos. Pero si un ciego guía a otro, los dos caerán en un pozo" (Mt 15,14) Con esto, razón tuvo Jesús al reiterarnos.

Los reyes magos: “Al ver la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra” (Mt 2,10-11). Necesitamos creyentes que hayan encontrado la luz de la fe y cuya vida nos marque el camino. Cada uno de nosotros es testigos de ellos. Comenzamos a creer porque la vela de nuestra fe se enciende en la vela de la fe de nuestros padres (Mt 12,33). El mundo de hoy trata de apagar esas estrellas (Mt 2,8). Por eso, son muchos los que pierden el rumbo del camino. Sin embargo, esos momentos de oscuridad no borran la presencia de Dios. El Niño sigue en el pesebre, solo que ellos no encuentran el camino del pesebre porque buscan por caminos diversos a la voluntad de Dios: Razón. Herodes no era el mejor testigo para llegar a Belén; sin embargo, quien luego querrá matar a Dios para que no estorbe sus planes y proyectos y no ponga en riesgo su ansia de poder, termina siendo el que señale el camino que él no anduvo (Mt 2,8). Es que Dios se manifiesta en todo y en todos, incluso en aquellos que se dicen ateos. Muchos creen que cuando todo se oscurece en sus vidas han perdido la fe. No la han perdido, sencillamente que se ha oscurecido en sus vidas. La fe necesita testigos (Hch 1,8). La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida (Hch 22,6-10). La fe de cada uno es capaz de despertar la fe de los demás.

“La fe es la certeza de lo que no se ven y convicción de lo que se espera;” (Heb 11,1). Así, pues, la fe no se transmite por bonitas ideas, por libros, o teorías; se transmite con el contacto entre las personas y transmitiendo experiencia de vida. Puede que muchos quieran apagar nuestra fe con teorías y racionalismos, como sucede en la cultura secular de hoy y con frecuencia en los Centros Educativos, pero mientras haya testigos en la sociedad, en el colegio, que siguen creyendo habrá posibilidad de que otros descubran su fe.

Después de resaltar la luz de la fe que guió a los reyes magos, conviene que se resalte la actitud de los reyes magos ente el Rey de los Judíos: “Guiados por la estrella y muy alegres dieron con la casa, encontraron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas, le adoraron. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra” (Mt 2,10-11). Uno de los gestos que suele pasar como desapercibido es lo que nos dice el Evangelio de Mateo: “Cayendo de rodillas, le adoraron. Luego abriendo sus cofres le ofrecieron oro, incienso y mirra. Subrayamos la actitud: “Cayendo de rodillas, le adoraron” La adoración como la auténtica actitud del hombre frente a Dios que es una actitud de complemento al abajamiento de Dios, (Enmauel Is. 7,14). A Dios le rezamos mucho, e incluso nuestros rezos a menudo pueden recibir el calificativo; cuando Jesús dijo a los Fariseos: ¡Hipócritas, que bien saben justificar sus apariencias! Bien profetizó de ustedes el profeta al decir: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos” (Mt 15,7-9).

Solemos adorar poco o casi nada. A Dios le pedimos muchas cosas, pero le adoramos poco. Dos gestos que ponen de manifiesto la auténtica relación entre el hombre y Dios: “ponernos de rodillas delante de Él” y “adorarlo” (Mt.2,10-11). Y lo más resaltante: adorar a Dios contemplando tan solo en un niño como cualquier otro niño del pueblo. Un niño nacido en la pobreza de un pesebre (Lc 2,6). La adoración significa admiración, rendimiento, maravillarse ante el misterio. Un misterio que solo podremos aceptar de rodillas. Es posible que este sea para muchos de nosotros el problema de nuestra fe. Nos ponemos de rodillas, pero adoramos poco. Guardamos poco silencio en el corazón para contemplar el misterio. Los Magos no hablan, no dicen palabra, adoran en el silencio. Luego en actitud de donación los magos orecen lo que trajeron (Mt 2,11).

Como los reyes magos se hacen parte de la luz, parte del niño por las ofrendas, ¿Cómo nosotros podemos ser parte del niño o parte de la luz? Pues, ¿No crees que podemos ser el cuarto rey mago, para convertirnos en el testigo de la luz? San Francisco en la oración de la Paz quiso ser testigo fiel de esa luz y así se refleja en la Oración por la Paz: ¡”Oh Señor haced de mi un instrumento de tu paz, que donde haya odio, ponga yo tu amor; que ahí donde haya ofensa, ponga yo tu perdón, que ahí donde haya tinieblas ponga yo tu luz...”

De esta actitud de los Reyes magos que se sienten comprometidos con el sentir del niño, de ese cuarto rey mago requiere nuestra Iglesia hoy para cumplir con la misión de anunciar el evangelio por el mundo (Mt 28,19-20).  La educación o la catequesis desde nuestros colegios o parroquias ofrecen amplias posibilidades. Pero lo que falta es tener criterios de experiencia de vida cristiana. Porque la religión cristiana no es una ciencia abstracta de conocimientos sino un conocimiento existencial de Cristo, una relación personal con Dios que es amor (IJn 4,8). Hoy más que nunca es sumamente necesario insistir en la formación de acuñar una experiencia de vida en relación. Porque Dios nos ha manifestado en el nacimiento de su hijo una experiencia de su amor hacia la humanidad: “Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).

Pero, hoy hemos reducido demasiado la educación o la catequesis a conocimientos. Sabemos que son necesarios, pero los conocimientos no nos hacen cristianos, las ideas no nos hacen cristianos, las ideas no son medios adecuados para escalar el cielo. Uno puede sacar sobresaliente en religión y no ser religioso, uno puede ser teólogo y no creer en Jesús. Todo es puede o pasa porque nuestra labor educativa o catequesis, son de poca o casi nada de experiencia de Dios. Y una educación o una catequesis sin experiencia de Dios, no hacen cristianos, no salvan al hombre. La prueba la tenemos en la experiencia: ¿cuántos jóvenes de confirmación o niños de primera comunión se comprometen de verdad con su fe? ¿Cuántos  alumnos de Colegios Católicos son luego practicantes de su fe? Seguramente habrá honrosas excepciones, pero en la mayoría de los trabajos desplegados en nuestra Iglesia han dado muy pocos resultados y ¿por qué? Jesús nos dice muy claro refiriéndose a los fariseos: “Ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les enseñen, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que enseñan. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo” (Mt 23,3-4).

La religión no es cuestión meramente de saber sino también de sentir, de experimentar, de vivir. Es cuestión de experimentar a Dios, de sentir a Dios de vivir a Dios. Las ideas quedan en la cabeza, pero con frecuencia no llegan al corazón. Lo mejor es una educación o de catequesis “como relación” personal con Dios y relación con el prójimo. Recordemos lo que Jesús respondió a una pregunta: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley? respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profeta” (Mt 22,36-40). Y esto vale para educación y la catequesis tanto parroquiales o educativas.


¿Estaremos aun a tiempo para asumir una actitud del encuentro de los reyes magos con el Hijo de Dios hecho hombre? (Jn 1,14). Claro que si, todavía estamos a tiempo para cambiar nuestra actitud y pasar de una fe pasivo a una fe activa y de compromiso, de ser personas en relación a Dios y al prójimo pero eso será posible cuando hagamos lo que Dios nos dice por el profeta: “Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,26-28). Todo dependerá si permitimos que Dios opere en nuestras vidas y transforme nuestras vidas. Todavía estamos a tiempo para que Dios nos quite este corazón de piedra que llevamos y nos de otro corazón de carne, capaz de amar de verdad.

sábado, 27 de diciembre de 2014

DOMINGO I DE T DE NAVIDAD (28 de dic del 2014)


SAGRADA FAMILIA - B (28 de diciembre del 2014)

Proclamamos el Evangelio según San Lucas Capítulo 2, versículos del 22 al 40

En aquel tiempo, cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: "Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".

Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos". Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.  Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor paz y bien.

Juan en el evangelio nos dice: “Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Este episodio bien puede resumir lo que estamos celebrando: La fiesta de la Navidad, que como bien el profeta mayor nos ha dicho: “El Señor mismo dará una señal: Miren, la virgen está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emmanuel” (Is 7,14) que significa "Dios con nosotros" (Mt 1, 23).

Hoy el evangelio (Lc 2, 22-40) nos ilustra el misterio de la sagrada familia y que tiene diferentes escenas: La presentación del Niño Jesús en el templo (Lc 2,22-24); el cántico de Simeón (Lc 2,25-32); la profecía de Simeón (Lc 2,33-35);la profecía de Ana (Lc 2,36-38); la infancia de Jesús en el cuidado de María y José (L2,39-40). Como vemos, en el centro del relato está la sagrada familia y por la sencilla razón: el Angel anunció a los pastores: “Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,11-12). Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: "Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado" (Lc 2,15). Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre” (Lc 2,16).

Fue querer de Dios Padre, (I divina persona) quien en su libertad quiso que su Hijo, Jesús (II Divina persona) viniera a este mundo para “que el mundo se salve por él” (Jn 3,17) y quiso que viniera de una familia: San José y la Virgen María (Lc 2,16).

La familia en el plan de Dios

En el catecismo de la Iglesia se dice que la familia es la comunidad conyugal que está establecida sobre el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos. El amor de los esposos y la generación de los hijos establecen entre los miembros de una familia relaciones personales y responsabilidades primordiales. Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia. Esta disposición es anterior a todo reconocimiento por la autoridad pública; se impone a ella. Se la considerará como la referencia normal en función de la cual deben ser apreciadas las diversas formas de parentesco (NCI 2202).

Al crear al hombre y a la mujer, Dios instituyó la familia humana y la dotó de su constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales en dignidad. Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes. La familia no es sino el efecto de una causal, la cual es el matrimonio. Y Jesús instituyó el matrimonio cuando dijo: “Ya no son dos sino una sola carme. Por eso lo que Dios ha unido que no solo separe el hombre” (Mt 19,6).

La familia, hoy por hoy es signo de muchos gozos y “tropiezo” por sus problemas y dificultades. La misma sagrada familia no está exenta de dificultades. El Evangelio nos presenta hoy a la familia de Jesús en el templo de Jerusalén cumpliendo con el ritual de la ley, sometida a la ley (Lc 2,22-24). Además nos relata este encuentro tan simple y tan maravilloso de María y José con el viejo Simeón, quien tiene la dicha de ser el único de quien se dice que “tomó en sus brazos” al Niño Jesús (Lc 2, 28). Para él fue como poder ver la aurora o el amanecer de las promesas de Dios cumplidas y realizadas. Pero también Simeón se convierte en el profeta que anuncia desde el primer momento que el futuro del niño y de la madre no será nada fácil: Jesús será puesto para caída elevación de muchos en Israel, pero también como signo de contradicción (Lc 2,34), que el alma de su madre será atravesada por una espada (Lc 2,35). En el fondo el anuncio de la Pasión del Hijo y la Pasión de la madre (Jn 19,26).

La familia no es una instancia exenta de la vida social y cultural. Por eso no pretendamos que hoy que nuestras familias vivan al margen de la cultura del momento, que vivan al margen de las realidades sociales y económicas. Maridos sin trabajo, esposas sin trabajo, hijos sin trabajo. Familias que tienen que vivir en casas muy poco dignas de las personas que las habitan. Es ahí donde las familias necesitan contar con otra fuerza que las haga más fuertes y más estables. Necesitan de la gracia del sacramento. Necesitan de la gracia de la oración. Necesitan de la Palabra de Dios. No porque todo esto les solucione los problemas, pero sí les ayudará a ser más que sus problemas. No les dará trabajo porque Dios no tiene agencias de empleos, pero sí tendrán fuerza para seguir luchando y buscando. Pero, muchas familias se han apartado de Dios y una familia sin fe es una familia en ruinas o recordemos lo que dijo el Señor: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5).

La Sagrada Familia se hizo fuerte por la fe de María y José y la presencia del Niño Jesús. En ningún momento vemos la desesperación de Jesús, sino siempre obediente a las palabras del Ángel que le iba marcando el camino. La Sagrada Familia fue grande por la experiencia de la fe en la Palabra de Dios, pero siguió siendo una familia normal y con los problemas, a veces mayores, como el resto de familias. ¿Qué haríamos nosotros si la madre tiene que dar a luz nada menos que al Hijo de Dios en un pesebre? Nació en una familia sin casa, mejor dicho, en un corral en compañía de los animales.  ¿Ninguno de nosotros nació en un corral verdad? ¿Qué haríamos si se nos dice que alguien quiere matar a nuestro hijo recién nacido? San José está en este apuro ahora: “El Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo" (Mt 2,13) ¿Tendría siempre trabajo José en su carpintería? No la mistifiquemos para que nuestras familias encuentren un modelo de familia. Hemos de convencernos de algo, los problemas de la familia no se solucionan abriendo el camino fácil del divorcio, los problemas de la familia se solucionan ayudando a la familia a ser cada día más fuerte en sí misma.

Como en toda familia, en la sagrada familia hay problemas pero también hay mucha ternura de los padres hacia el niño Jesús y como hoy se menciona en el evangelio al abuelo: “Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,28-32). El símbolo de los viejos abuelos con sus nietos, es el encuentro entre el ayer y el presente en un mismo abrazo. ¿Hay algo más bello que ver cómo los viejos reciben con gozo en sus brazos a lo nuevo? Aquí los viejos se sienten felices de ver retoñar lo nuevo.

Si quieres tener una familia feliz, una familia como primera escuela de valores entonces cumple con los deberes familiares como san Pablo dice: “Mujeres, sean dóciles a su marido, como corresponde a los discípulos del Señor. Maridos, amen a su mujer, y no le amarguen la vida. Hijos, obedezcan siempre a sus padres, porque esto es agradable al Señor. Padres, no exasperen a sus hijos, para que ellos no se desanimen” (Col 3,18-21).

1.- El amor y el respeto a los padres (Mc 10,19)

En esta fiesta de la Sagrada Familia, la Iglesia nos invita a contemplar la vida doméstica de Jesús, María y José. Dios hecho hombre quiso nacer, vivir y ser educado en una familia. La familia es el primer ámbito educativo y de integración en la sociedad. El “Enmanuel, Dios con nosotros” (Is 7,14) quiso también vivir la experiencia de la vida familiar. La primera lectura, del Eclesiástico, es un bello comentario al cuarto mandamiento: «honrarás a tu padre y a tu madre». Dios bendice al que honra a sus padres, y escucha sus oraciones. El libro del Eclesiástico nos dice cómo Dios bendice al que honra y respeta a su padre y a su madre. Sin este respeto no es posible la educación. Con la autoridad que Dios les ha confiado, los padres deben asumir su grave responsabilidad educativa. A veces deberán contradecir los caprichos de sus hijos para que aprendan el sacrificio, la renuncia, el dominio propio, el respeto. Sin valores como estos, la convivencia familiar y social se deteriora gravemente. En cambio, como dice el Salmo, quien teme al Señor será bendecido con la prosperidad.

2.- Las virtudes domésticas (Col 3,14)

San Pablo habla de las virtudes domésticas y de la unión en el amor que deben caracterizar la vida de la familia cristiana: misericordia, bondad, humildad, dulzura, comprensión. El amor mutuo es el que debe presidir todas las relaciones familiares. Nos habla también de la oración de la familia, invitándonos a cantar a Dios, darle gracias de corazón con salmos y cantos. San Pablo retoma el tema del cuarto mandamiento, «honrarás a tu padre y a tu madre», como fundamento de las relaciones familiares: “Maridos, amad a vuestras mujeres… Hijos, obedeced a vuestros padres en todo»( Col 3,18-19). De este amor y respeto mutuo brotan las bellas relaciones que san Pablo enumera: la humildad, la comprensión, la dulzura, el perdón.

3.- Anticipo de la misión de Jesús. (Lc 2,34)

En el Evangelio se narra la Presentación del Niño Jesús en el Templo de Jerusalén. El interés del relato no está ni en el rescate del Hijo Primogénito ni en el rito de purificación de María, sino en la Plegaria-Himno y en las Palabras Proféticas del Anciano Simeón y también las palabras elogiosas de la Profetisa Ana. El anciano Simeón, iluminado por el Espíritu Santo, reconoce en el Niño Jesús al "Mesías del Señor", al "Salvador", "Gloria de Israel" y "Luz, para iluminar a todas las naciones" (Lc 2,28-32). Al narrar los episodios en tomo a la Infancia de Jesús a San Lucas le interesa sobre todo anticiparnos lo que iremos comprobando a lo largo del relato evangélico: lo que el Señor hará, y le pasará, en su Ministerio Mesiánico. Las palabras proféticas de Simeón sobre el Niño Jesús recuerdan aquellas otras del Señor: "No he venido a traer paz, sino división". La actividad mesiánica de Jesús, marcada por el signo de la Cruz, afectará a María su madre: "A ti una espada te traspasará el alma".


4.- Es difícil, más que nunca la educación de los hijos, pero hay que predicar con el ejemplo (Mt 7,16). Es una tarea hermosa, pero de una gran responsabilidad. Ante todo, los padres son los primeros educadores de sus hijos y deben ir con el ejemplo por delante. Es muy importante transmitir valores positivos. Esto lo que nos dice esta reflexión: Los niños aprenden lo que viven. Si los niños viven con crítica, aprenden a condenar. Si los niños viven con hostilidad, aprenden a pelear. Si los niños viven con miedo, aprenden a ser aprensivos. Pero, si los niños viven en un hogar lleno de ternura, amor, estímulo, aprenden a ser amoroso, tiernos llenos de confianza. Y más aún, si los niños tienen padres que viven en honestidad, sinceridad, respeto, transparencia, justicia entonces los niños aprenden serán sinceros, transparentes y justos.

sábado, 20 de diciembre de 2014

DOMINGO IV DE ADVIENTO - B (21 de diciembre del 2014)



DOMINGO IV DE ADVIENTO – B (21 de diciembre del 2014)

Proclamación del Santo Evangelio, según san Lucas 1,26-38).

En aquel tiempo, al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la Virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se asustó por estas palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.» María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue”. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor que viene a salvarnos, Paz y Bien.

En las vísperas de la fiesta más grande de la humanidad como es la Navidad, que es la fiesta del encuentro entre Dios y la humanidad; Dios se humanizó en el Hijo. Quiero recordar el mensaje del domingo anterior, el domingo de gaudete: Juan Bautista dijo “Yo no soy el Mesías” (Jn 1,20), “Yo soy testigo de la luz” (Jn 1,8). En este domingo cuarto de adviento el mensaje está centrado propiamente en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios (Lc 1,26-38).

En el inicio resalto la primera palabra del Ángel que dice a María: “Alégrate” ¿Por qué María tiene que alegrarse? Porque está colmada de gracia o favor de Dios, o sea el mismo Señor esta con María (Lc 1,28). María da una respuesta a Dios pero después de un proceso de discernimiento cuando exclama: “Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava” (Lc 1,47-28). Y el mismo Señor nos advierte a la alegría: “Estén alegres y muy contentos, porque su recompensa será  grande en el reino de los cielos” (Mt 5,12). Y propio San Pablo nos invita a la alegría: “Alégrense siempre en el Señor. Se los repito, alégrense. Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres. El Señor está cerca” (Flp 4,4-5). O aquella otra exhortación la alegría: “Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús” (I Tes 5,16-18). Y es que el estar con Dios es alegría y gozo, no hay motivo por estar tristes y saben ¿por qué? Porque:

“Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores? ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a condenarlos? ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros? ¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Como dice la Escritura: Por tu causa somos entregados continuamente a la muerte; se nos considera como a ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales,  ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,31.39).

Además de la alegría que primera parte del tema de la anunciación  resaltamos tres anuncios por parte del ángel Gabriel: 1) el saludo, 2) el anuncio del hijo de David, y 3) el anuncio del Hijo de Dios. Todo el mensaje se apoya en un único signo: la fecundidad (biológicamente imposible) de la anciana Isabel. Pero además de estos tres elementos, en el relato de la anunciación no perder de vista las tres reacciones por parte de María: 1) una emoción, una reacción de “temor” (ante el saludo), 2) una pregunta, y 3) un acto de obediencia de una generosa donación o entrega.

1) El saludo: El ángel entrando en su presencia: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (L 1,28). Lo primero que destaca el relato es que la vocación de María se apoya en el querer y la voluntad de Dios. En cada una de las tres palabras del saludo del Ángel  “Alégrate”, “llena de gracia”, “el Señor está contigo” hallamos un contenido profundo en el que se delinea lo que Dios hace en ella (Lc 1,28):

1.1 “¡Alégrate!” El Ángel le anticipa a María que el anuncio será para ella motivo de inmensa alegría, que la palabra del Señor va a tocar lo más íntimo de su ser y que su reacción al final no podrá ser otra que la exultación. Es de notar que la alegría de María no es inmediata sino que comienza, a partir de ahora, un camino interior que culmina en el canto feliz del “Magníficat”: “mi espíritu se alegra en Dios mi salvador” (Lc 1,47). Se podría decir que la alegría caracteriza una auténtica vocación.

1.2 La plenitud de la gracia divina: “¡Llena eres de gracia!” Este es el motivo de la alegría, Dios le hace conocer la inmensidad de su amor predilecto por ella, ¿cómo ha puesto Dios sus ojos en María?, colmándola de su favor y de su complacencia. Su amor es definitivo e irrevocable. Esta afirmación es tan importante que el Ángel se la va a repetir: “No temas María, porque has hallado gracia delante de Dios” (Lc 1,30) y ¿en qué consiste esa gracia?: “Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús” Lc 1,31). Es decir, la confianza que se necesita para poder responderle al Señor cuando nos llama viene de la certeza de su amor.

1.3 La ayuda fiel de Dios: “¡El Señor está contigo!” (Lc 1,28). Porque Dios ama entrañablemente a María se pone a su lado y se compromete a ayudarla de manera concreta en su misión. Dios le hizo esta promesa también a los principales personajes del A.T: Jacob, Moisés, Josué, Gedeón, David, Jeremías...
Lo que se anuncia en (Lc 1,28) se complementa con: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”  (Lc 1,35), aquí se dice cómo es que Dios ayudará a María. Con su potencia vivificante, creadora, Dios hace capaz a María de colocarse al servicio de la existencia de Jesús. La acción del Espíritu nos remite a Génesis 1,1: “El espíritu de Dios revoloteaba sobre la faz de la tierra” Por lo tanto María es el lugar donde se posa el Espíritu de Dios y se cumple la acción poderosa del Dios creador. Jesús es el nuevo comienzo, en quien se ofrecerá esta vida plena que viene de Dios y se realiza en Dios. Con esta promesa María es interpelada: “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37), que traducimos literalmente y un signo de ello es lo que ha hecho en Isabel, la mujer que no podía dar vida. Todo el anuncio del Ángel se apoya en este signo de fecundidad de la mujer anciana. Lo mismo hará Dios con una virgen.

2. La misión concreta de María con la persona del Mesías: “Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús…” (Lc 1,30-33)

María es llamada para colocarse completamente al servicio de Jesús dándole existencia humana a partir de su capacidad natural de mujer: “Vas a concebir y dar a luz un hijo” (Lc 1,31). Pero su misión no se limita sólo dar a luz, Dios le pide también que le dé un “nombre” al niño, “y le pondrás por nombre Jesús”. En esta frase Dios le está solicitando que se ocupe de su desarrollo plenamente humano del Hijo de Dios, que lo cuide y eduque. Así, el servicio de María implica entrega total en el don de todo su ser, de todo su tiempo, de su feminidad, de sus intereses, de todas sus capacidades, de su proyecto de vida al servicio de Dios.

3. La operación creadora del Espíritu Santo en el vientre de María: se engendra al Hijo de Dios (Lc 1,34-35). Cuando María le pregunta al Ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1,34), el Ángel le responde con el anuncio de la acción del Espíritu Santo que fecunda su vientre virginal (Lc 1,35).

3.1 “El Espíritu Santo sobrevendrá sobre ti y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1,35a).
El profeta Isaías había anunciado que el Espíritu Santo debía “reposar” de manera especial sobre el Mesías (Is 11,1-6). La frase nos recuerda la acción creadora de Dios en (Gn 1,1-2): el Espíritu de Dios genera vida. El Señor decía: “La semilla en tierra, por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha"(Mc 4,28-29).

2.2 “El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1,35b). En esta frase tan importante tenemos el mensaje de la novedad de la virginidad fecunda. La acción eficaz de Dios pone a María  “bajo su sombra”.  Esta frase  nos remite a  Éxodo 40,35, en el que aparece la imagen bíblica de la “shekiná”, que es la gloria de Dios que desciende para habitar en medio de su pueblo en la “Tienda del Encuentro” o “Tienda de las citas divinas”.  Se trata de una imagen muy significativa: la nube que “cubre” la Tienda del Encuentro significaba la presencia de Dios en medio de su pueblo. Pues bien, ahora el seno de María “cubierto por la sombra” es el lugar de la presencia divina. Retomando lo esencial de estas dos expresiones puestas juntas, “el Espíritu vendrá sobre ti” y “el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”, podemos decir que la acción del Espíritu en María es la expresión concreta:
a) del auxilio de Dios en la misión que debe cumplir: ser madre del Salvador,
b) del poder de Dios creador,
c) del tipo de relación que Dios quiere establecer con ella y con la humanidad: una cercanía casi total, un abrazo amoroso que le da plenitud a su existencia al sumergirla en su propia gloria.

2.3 “Por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35c).
En la Biblia, la santidad es el atributo esencial de Dios. En la visión de Isaías, lo serafines cantaban: “Santo, Santo, Santo, el Señor, Dios del universo” (Is. 6,3). La santidad hará de Jesús un “Hijo de Dios” diferente de los reyes de Israel quienes se consideraban “hijos adoptivos de Dios” cuando ascendían al trono. El niño que va a nacer tendrá un punto en común con los reyes de Israel: será rey. Pero también una gran diferencia: “reinará para siempre sobre la casa de Jacob”. Curiosamente su reinado se ejercerá en la pobreza, en la humildad y en la misericordia. Jesús es quien está revestido de la santidad del Padre, así lo dispuso Dios: “Yo soy Yahveh, el Dios que os ha subido de la tierra de Egipto, para ser vuestro Dios. Sed, pues, santos porque yo soy santo” (Lev 11,45).

2.4. Ante la duda de María: El ángel acude y pone a su Prima Isabel como garante (1,36-37)
El Ángel le da a María esta garantía: “Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque nada es imposible para Dios”(Lc 1,36-37). En este punto se cruzan las dos escenas de anunciación, la que recibió Zacarías y la que recibió María: se anuncian nacimientos en circunstancias prácticamente imposibles. Una pareja estéril y una pareja que no ha tenido relaciones conyugales no pueden dar vida. Por tanto: “Todo es posible para Dios” (Mt 19,26) El Ángel, citando las palabras de Dios a Abraham en Mambré que le dijo cuando Sara se rió ante el increíble anuncio del nacimiento de Isaac (Gn 18,14). El anciano Zacarías dudó y pidió un signo. Dios le concedió uno, quizás no el que esperaba: se quedó mudo. El Ángel lo reprendió ante su falta de fe (Lc 1,20). María, por el contrario no tiene dudas, ella no pide un signo, simplemente una aclaración (Lc 1,34). Con todo, sin que se haya pedido, María es remitida al signo del vientre fecundo de la estéril.

2.5. María acepta la anunciación. “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1,38). Todo lo que el Espíritu hace en María está en función de Jesús: el Mesías entra en la historia humana por medio de la acción del Espíritu creador de Dios en María.  De esta manera el relato de la vocación de María ilumina nuestra comprensión del misterio del Hijo que toma carne en la naturaleza humana. Dios se ha humanizado en las entrañas la Virgen María. Todo se hace posible gracias al “sí” de María: “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,28). Entonces María entra en el proyecto de Dios. Con sus mismas palabras se da el título más bello del Evangelio: “servidora”. Jesús en la última cena se hará llamar de la misma manera: “Yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lc 22,27). Al ponerse al servicio de Dios, con entrega total como la de una esclava, María se convierte en modelo de los discípulos y en modelo de toda la Iglesia. Acogerá al Señor en su seno, pero no se lo guardará para ella: primero lo llevará hasta la casa de Zacarías e Isabel, donde María recibirá la confirmación por boca de su prima Isabel quien exclama ante el saludo de María: “¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Dichosa tú por haber creído porque se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor" (Lc 1,43-45). Y la virgen ahora si explota de gozo al decir: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz” (Lc 1,46-48).

sábado, 13 de diciembre de 2014

DOMINGO III DE ADVIENTO - B (14 de Diciembre del 2014)



DOMINGO III  DE ADVIENTO - B (14 de diciembre del 2014)

Proclamamos el Evangelio de Jesucristo según San  Juan en el Capítulo 1, versículos del 6 al 8 y del 19-al 28:

Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz.

Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: ¿Quién eres tú? Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: "Yo no soy el Mesías".  "¿Quién eres, entonces?", le preguntaron: "¿Eres Elías?" Juan dijo: "No". "¿Eres el Profeta?" "Tampoco", respondió. Ellos insistieron: "¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?" Y él les dijo: "Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías".

Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: "¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?" Juan respondió: "Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen:  él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia". Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba" PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Estamos ya celebrando el III domingo del tiempo de adviento. En el I domingo hemos hecho referencia a Mc 13,33 donde Jesús nos decía: “Estén despiertos y vigilantes porque Uds. no saben cuándo será el día y la hora en que llegue el dueño de casa”. En el II domingo hemos hecho referencia a Mc 1,3 e el que Juan Bautista nos ha dicho “ Yo soy la voz que clama en el desierto, preparen el camino del Señor” (Is 40,3). Hoy, en el III domingo se nos hacer referencia a dos temas: Juan Bautista no es la luz sino testigo de la luz (Jn 1,8); y luego sobre la identidad de Juan: “¿Tu, quién eres?” (Jn 1,19).

1Juan Bautista no es la luz, sino testigo de la luz (Jn 1,8). Mejor aún, se presenta como testigo del que es la luz. Uno de los títulos más bellos que le hemos dado a la Iglesia es la de ser “luz de las gentes”, porque dijo el Señor “Uds. son la luz del mundo” (Mt 5,14). Sin embargo, creo que hubiese sido mejor llamarla “testigo de la luz” porque la Iglesia no es la luz, sino Jesús que vive en ella (Gal 2,20) Porque la Iglesia se conforma por cada uno de los bautizados (Gal 3,27). Porque dijo bien el Señor: “Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá luz y vida” (Jn 8,12). Pero los que no conocen a Dios son los hijos de las tinieblas (Ef 5,5). Felizmente vivimos unos momentos en los que la Iglesia tiene mejores testigos de la luz. ¿Quién negará, por ejemplo que el Papa Francisco no está siendo el gran testigo de la luz para el mundo? ¿Qué decir de los santos que brillaron y brillan por siempre por su santidad? (Mt 22,12): San Francisco de Asís, San Antonio de Padua, Santa Clara; santa Rosa de Lima, San Martin de Porres, San Francisco Solano etc.

Dijo Jesús: “Yo soy la luz del mundo” (Mt 8,12). Y Juan lo reconoce: la luz es Él, yo soy simple testigo de la luz (Jn 1,7). Esa es también la misión de cada cristiano. No es él la luz, pero él vive iluminado por la luz de Jesús y del Evangelio y nos convertimos también nosotros en “testigos de la luz” (Jn 1,8): Somos testigos de la luz, cuando vivimos iluminados por Jesús, cuando vivimos en la verdad del Evangelio, cuando vemos a los demás como hermanos, cuando defendemos la dignidad de los hermanos, cuando amamos a los demás como a nosotros mismos y como Dios los ama (Mt 22,36). Somos testigos de la luz, cuando somos sensibles a las necesidades de los demás, cuando los demás pueden reconocer a Dios en nuestras vidas, cuando los demás se sienten iluminados en su camino. Seamos la lámpara en la que arde la mecha del Evangelio y de Jesús (Mt 5,14). Seamos testigos de la luz dejando que nuestra vida sea una Navidad. Un principio de esperanza para sí y los demás.

2) El Evangelio de hoy nos plantea una pregunta directa y personal a la que, de ordinario, no queremos responder. “¿Quién eres tú?” “¿Qué dices de ti mismo?”(Jn 1,19). Todos sabemos muy bien quiénes son los demás, todos sabemos muchas cosas de los otros, lo difícil es cuando alguien nos pregunta: ¿Y tú quién eres? ¿Qué dices de ti mismo? Es una pregunta que muy pocos son capaces de hacerse porque es preguntarse por su propia identidad, por su propio ser y ¿Quién se conoce realmente a sí mismo?

Respecto a la identidad, Hay Varios pasajes o citas en las que se hace referencia al tema, así tenemos por ejemplo: Los judíos lo rodearon a Jesús y le preguntaron: "¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente. Jesús les respondió: Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,24-27). Los discípulos de Juan el Bautista preguntaron a Jesús ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias, y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos. Y les respondió: Digan a Juan lo que han visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!” (Lc 7,20-23). Pero la inquietud más importante de la identidad es:

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es? Ellos le respondieron: Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas. Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy? Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella” (Mt 16,13-18;  Mc 8, 29; Lc 9, 20; Jn 6, 68-69). Y la afirmación contundente de la nueva identidad lo trae san Pablo al afirmar: “En virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. La vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20).

 Así pues, nosotros mismos, cuando un día tengamos que presentarnos en el cielo, nos pedirá nuestra identidad, el Justo Juez que es Cristo Jesús (Hch 10,42): ¿Usted quién es? Si le decimos, mire yo soy el ingeniero... Él nos dirá: Yo no le he preguntado por el oficio, sino quién es. Yo ayudé a construir muchas Iglesia. Yo no le preguntado qué ha construido sino quién es usted. Soy un padre de familia. Por favor, Señor, yo no le he preguntado si tiene hijos, sino quién es. No se enfade, Señor, pero a decir verdad es lo único que sé de mí mismo.


Esto es lo que le pasó a Juan cuando los interlocutores le preguntaron: “¿Quién eres, que dices de ti mismo?” (Jn 1,19). Juan dijo: Yo no soy Elías, ni soy el profeta, yo no soy el Mesías. Pero, ¿quién demonios es usted? Yo soy el que bautiza y abre caminos al que está por venir porque en medio de vosotros hay uno a quien no conocen y al que no soy digno de desatarle la corre de sus sandalias (Jn 1,25-27). Yo no soy yo, sino que soy en relación al otro. ¿Quién soy yo? La respuesta nos la da Pablo: “Ya no soy yo, sino Cristo que vive en mí.” (Gal 2,20) Eso es ser cristianos comprometidos con la misión de anunciar el evangelio (I Cor 9,16).