sábado, 13 de junio de 2015

DOMINGO XI - B (14 de junio del 2015)


DOMINGO XI – B (14 de junio del 2014)

Proclamación del evangelio según San Marcos 4,26-34:

En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra, sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha".

También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra".

Con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Todo lo explicaba Jesús a la gente por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas (Mt 13,34). Así hoy, Jesús nos plantea dos parábolas sobre el Reino de Dios (Mc 4,26-34): La parábola de la semilla que crece por sí sola (Mc 4,26-29) y la parábola del grano de mostaza (Mc 4,30-32)

Les decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra… la tierra por sí misma produce (Mc 4,26-28).  Así es, la semilla hace su trabajo sola, quien la planta se acuesta a dormir y de la noche a la mañana, la semilla ha germinado y la planta va creciendo sola, sin que éste sepa cómo sucede este crecimiento.

En otro episodio dice Jesús: “No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? (Mt 6,25-27). Y vamos comprendiendo que en efecto no todo depende del hombre, hay cosas que no están a nuestro control, por ejemplo: Como bien nos dice el Señor: La vida no depende de nosotros, pues nosotros no sabemos cuándo terminaremos nuestra existencia en este mundo.

Así. el Reino de Dios crece de manera escondida, como la semilla escondida bajo la tierra.  Nadie se da cuenta, pero eso de tan pequeñito como la semilla tiene una vitalidad y una fuerza de expansión inigualable. Efectivamente, el Reino de Dios va creciendo en las personas que se hacen terreno fértil para el crecimiento de la semilla.  Y a veces ni nos damos cuenta, igual como le sucede al labrador que sembró, sólo se da cuenta cuando ve el brote que sale de la tierra. Hacernos terreno fértil es requisito para dejar que Dios penetre en nuestra alma para que, El haga germinar su Gracia dentro de nosotros.  Así, la semilla del Reino va germinando y creciendo secretamente dentro de cada uno.

Venga a nosotros tu Reino (Mt 6,10), rezamos en el Padre Nuestro.  ¿Cómo viene ese Reino?  Con la siguiente frase del mismo Padre Nuestro: Hágase tu Voluntad El Reino va creciendo en nosotros, secretamente, pero con la fuerza vital de la semilla, cuando buscamos y hacemos la Voluntad de Dios en nuestra vida, tratando de que aquí en la tierra se cumpla la voluntad divina como ya se cumple en el Cielo:  Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo (Mt 6,10b).Y ese crecimiento del Reino de Dios es obra del Mismo Señor que hace crecer como la planta, haciendo que primero la semilla se abra, luego vaya formando su raíz debajo de la tierra, para luego dar paso a las ramas, las hojas y el fruto. 

Observar cómo crece la planta nos recuerda también que los frutos de santidad, de buenas obras, de logros que podamos tener en nuestra vida espiritual, no son nuestros…aunque podamos erróneamente pensar que somos nosotros mismos los que auto-crecemos en santidad. Si imaginamos a la semilla germinando dentro de la tierra … ¿se creerá que es ella la que se hace crecer a sí misma?  ¿Podemos creer los seres humanos que nuestro crecimiento físico desde que estamos en el vientre materno hasta la edad adulta lo hacemos nosotros mismos? De igual modo resulta en la vida espiritual.  Ese crecimiento es obra de Dios.  No nos podemos envanecer pensando que si alguna mejora espiritual tenemos, la debemos a nuestro esfuerzo.  Aunque tengamos que esforzarnos,  debemos tener en cuenta que todo es obra de Dios –como en la semilla. Cierto que tenemos que disponernos a que El haga su labor de germinación y de crecimiento de nuestra vida espiritual, pero el resultado es de Dios.  ¿No nos damos cuenta que hasta la capacidad de disponernos y de esforzarnos nos viene de Dios?

Si tenemos en cuenta, el crecimiento de una planta desde su estado de semilla, veremos que este proceso se sucede bien lentamente.  ¿Qué más nos quiere decir el Señor con esta comparación? Esta parábola es también un llamado a la paciencia.  No podemos decepcionarnos o impacientarnos en nuestro crecimiento espiritual.  El Señor lo va haciendo, y nos va podando dónde y cuándo El considere que es necesario, pero Él sabe hacerlo a su ritmo, que es el que más nos conviene. Hay que perseverar en el esfuerzo hasta el final –es la gracia de la perseverancia final- pero confiando en Dios, no en uno mismo, porque sólo Él puede hacer eficaces nuestros esfuerzos y nuestras acciones.

Conviene también subrayar otro elemento importante como es el fruto: “Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán” (Mt 7,15-20). Y, para dar buenos frutos conviene lo que el mismo Señor nos dice: “Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán” (Jn 15,4-7).

El Reino de Dios no crece aquí en la tierra como un relámpago.  Cuando sea el fin, sí que será como un relámpago.  Jesús mismo lo dijo: “Como el relámpago brilla en un punto del cielo y resplandece hasta el otro, así sucederá con el Hijo del Hombre cuando llegue su día”. (Lc. 17, 24). Pero mientras el Reino de Dios va creciendo en la tierra, no lo hace de manera espectacular, ni abrupta.  Dios tiene su ritmo.  Y para seguirlo necesitamos tener paciencia porque el momento de Dios se hace esperar.

En la segunda parte respecto al reino de los cielos nos dice el Señor: “Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas” (Mr 4,31-32). El granito de mostaza es la semilla mas pequeñita, pero la planta crece más que otras hortalizas, porque es un arbusto, en donde hasta hacen nido los pájaros. Lo del grano y el árbol de mostaza pareciera más bien referido a la Iglesia.  ¿Quién hubiera pensado que aquel grupo pequeño de 12 hombres podía resultar en lo que es la Iglesia Católica hoy?

Sólo Dios mismo podía hacer germinar esa semilla desde aquel  pequeño núcleo que comenzó hace 2000 años en Palestina y se expandió por el mundo entero. ¿Quién fue el artífice de ese crecimiento?  El mismo Dios.  Los seres humanos ponemos un granito de arena y El hace el resto.  No fue la elocuencia de los Apóstoles, ni su inteligencia, lo que hizo germinar la Iglesia.  Ellos fueron terrenos fértiles para que el Espíritu Santo hiciera su trabajo de expansión de la Iglesia a todos los rincones de la tierra. ¿Cómo pudieron conquistar un imperio tan poderoso como el Imperio Romano?  ¿Cómo pudieron convencer a los paganos de ir dejando el culto a los ídolos que el poderío romano imponía?  ¿Cómo creció la Iglesia a pesar de la cantidad de cristianos muertos por el martirio?

La expansión de la Iglesia ante la opresión y la persecución de los romanos es una muestra de cómo Dios la hacía germinar igual que al árbol de mostaza.  Y cómo también hacía que en la Iglesia pudieran ir anidando todos los que han querido formar parte de ella. Hoy también la Iglesia parece acosada desde muchos ángulos.  Dios también es atacado y negado.  Siguen habiendo ídolos y culto a los ídolos.  Los nuevos ateos nos atacan y acusan a los creyentes de ser lunáticos y tontos. Pero las parábolas de este Domingo nos recuerdan que Dios sigue estando al mando.  Que aunque parezca que estamos perdiendo la partida, sabemos Quién gana y, si hacemos la Voluntad de Dios,  de que ganamos, ganamos. Igual sucedió en Israel durante el Antiguo Testamento.  Es lo que nos dice la Primera Lectura (Ez 17, 22-24) En este caso nos habla el Señor a través del Profeta Ezequiel, no de una semilla, sino de la siembra de una rama, la rama de un cedro.  Y dice que lo plantará en la montaña más alta de Israel y allí también anidarán aves. Es lo mismo que luego recuerda Jesús con su parábola sobre el grano de mostaza:  allí anidarán los pájaros.  Ezequiel pre-anuncia el Reino de Cristo que es la Iglesia; Cristo la describe de manera similar.

También Ezequiel nos dice:  “Y todos los árboles silvestres sabrán que Yo soy el Señor, que humilla los árboles altos y ensalza los árboles humildes, que seca los árboles lozanos y hace florecer los árboles secos”. ¿No recuerda esto las palabras del Magnificatderriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos? ¿A qué nos llaman el Magnificat y la profecía de Ezequiel?  A la humildad:  los que se creen grandes serán derribados, pero los humildes –los que se saben pequeños- serán ensalzados y florecerán.  ¡Y Dios tiene sus maneras de derribar y de humillar y de hacer saber que El es el Señor!

La Segunda Lectura de San Pablo  (2 Cor 5, 6-10) nos habla del final: Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho en esta vida.  Las lecturas sobre las semillas también nos hablan del final, cuando mencionan el momento de la siega. Notemos que se nos habla de dos opciones: De premio o castigo según lo que hayamos hecho en esta vida.  No se nos habla sólo de premio, como muchos hoy en día tienden a pensar.  Muchos dicen: “Es que Dios es infinitamente Misericordioso”. Y eso es cierto.  Pero esa misericordia tiene límites y es la justicia de Dios, para permitir que nos portemos de manera contraria a sus designios y a su Voluntad.  Eso no es lo que rezamos en el Padre Nuestro.

Dios Misericordioso pero también es Justo.  De hecho, según Santo Tomás de Aquino, su Justicia viene primero y su Misericordia es una extensión de su Justicia.  Dios es Misericordioso para hacer crecer nuestra semilla de santidad dándonos todas las gracias que necesitamos. Y es Justo para actuar en consonancia con nuestro comportamiento. Debemos esforzarnos por lograr el premio a la perseverancia final, pues la otra opción es el castigo.  Y el castigo existe.  Dios es infinitamente Misericordioso, por eso nos da todas las gracias para que la semilla que fue sembrada en nuestro Bautismo crezca como un árbol frondoso de santidad.  Pero para crecer hay que permitir que Dios haga su labor en nuestra alma.  De lo contrario nos queda la otra opción -el castigo- porque Dios también es infinitamente Justo.

¿Qué vamos a escoger?  ¿A ser árboles frondosos que florecen?  ¿O árboles secos que se queman? En el Salmo 91 hemos rezado El justo crecerá como la palmera, se alzará como cedro del Líbano; plantado en la casa del Señor.  En la vejez seguirá dando frutos y estará lozano y frondoso; para proclamar que el Señor es justo.  Y por todo esto hemos recitado: Es bueno dar gracias al Señor.
Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (Mt 8, 11; 28, 19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús: «La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega» (LG 5).

El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir, a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para "anunciar la Buena Nueva a los pobres" (Lc 4, 18). Los declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5, 3); a los "pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes (Mt 11, 25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el hambre (Mc 2, 23-26; Mt 21,18), la sed (Jn 4,6-7; 19,28) y la privación (Lc 9, 58). Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino (Mt 25, 31-46). (NC 544).

Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino (Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (Mt 13, 44-45); las palabras no bastan, hacen falta obras (Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo enigmático (Mt 13, 10-15). (NC 546).

sábado, 6 de junio de 2015

DOMINGO DEL CORPUS CHRISTI - B (07 de junio del 2015)



SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 14,12-16.22-26:

El primer día de la fiesta de los panes Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?" Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: "¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?" Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario". Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.

Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen, esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: "Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios". Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

Jesús al ver que mucha gente lo buscaba les dijo: "Ustedes me buscan, no porque entendieron el signo, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). Aquí, el Señor nos distingue dos tipos de alimento: el alimento del pan material que perece, y el alimento que perdura hasta la vida eterna y el pan celestial, el pan de la vida espiritual (Eucaristía).

En el evangelio de Juan todo el capítulo 6 nos habla sobre el sentido y el valor real de la eucaristía, así por ejemplo nos dice: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de esta pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Inmediatamente la gente se pregunta: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). La gente no entendió, y hasta hoy todavía hay muchos que no quieren entender aquella palabra que el Ángel dijo a Marìa: “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37) Jesús mismo nos ha dicho: “Todo es posible para Dios” (Mt 19,26). Y así un día convirtió el agua en vino: Al decir a los sirvientes: "Llenen de agua estas tinajas". Y las llenaron hasta el borde. "Saquen ahora, -agregó Jesús- y lleven al encargado del banquete". Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: "Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento" (Jn 2,3ss). Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. (Jn 27-11). Así pues, la omnipotencia de Dios hizo posible que su Palabra se hiciera carne (Jn 1,14), que esa Palabra que es su Hijo, tiene el poder de convertir el agua en vino, hoy convierte ante nuestros ojos el Pan en su cuerpo y el vino en su sangre al decir: "Tomen y coman que esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Tomen y beban todos de él, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza que será derramada por Uds para el perdón de los pecados, y hagan esto en conmemoración mía” (Mc 14,22).

En la oración del Padre Nuestro pedimos: “Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt. 6, 11),. Sin embargo, ese alimento diario, que pedimos y que Dios nos proporciona a través de su Divina Providencia, no es sólo el pan material, sino también -muy especialmente- el Pan Espiritual, el Pan de Vida. No podemos estar pendientes solamente del alimento material. El pan material es necesario para la vida del cuerpo, pero el Pan Espiritual es indispensable para la vida del alma. Dios nos provee ambos.

Jesucristo murió, resucitó (Lc 24,6) y subió a los Cielos, y está sentado a la derecha de Dios Padre (Credo). Pero también permanece en la Hostia Consagrada (Mt 26,26), en todos los sagrarios del mundo. Y allí está vivo, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; es decir: con todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios, para ser ese alimento que nuestra vida espiritual requiere. Es este gran misterio lo que conmemoramos en la Fiesta de Corpus Christi. El Jueves Santo Jesucristo instituyó el Sacramento de la Eucaristía, pero la alegría de este Regalo tan inmenso que nos dejó el Señor antes de partir, se ve opacada por tantos otros sucesos de ese día, por los mensajes importantísimos que nos dejó en su Cena de despedida, y sobre todo, por la tristeza de su inminente Pasión y Muerte.

Por eso la Iglesia, con gran sabiduría, ha instituido esta festividad en esta época en que ya hemos superado la tristeza de su Pasión y Muerte, hemos disfrutado la alegría de su Resurrección, hemos también sentido la nostalgia de su Ascensión al Cielo y posteriormente hemos sido consolados y fortalecidos con la Venida del Espíritu Santo en Pentecostés (Jn 20,21-22).

En el domingo anterior se nos dijo: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Lo mismo: “No les dejare huérfanos” (Jn 14,18). Y saben por qué; porque como Juan dice: Dios es amor (IJn 4,8). “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para todo el que cree en Él tenga vida eterna” (Jn 3,16).  Jesús mismo nos ha dicho: “Si alguien me ama, guardará mis palabras y mi padre lo amara y vendremos y haremos morada en el èl” (Jn 14,23). Por eso, pienso que fue la mejor definición que dio de sí el Hijo al decirnos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Al menos en su relación con nosotros es Jesús quien se dona en la Eucaristía. Convertirse en pan sin necesidad de panaderos porque de ello hace el Espíritu santo y darse a comer como pan y carne. Todo ello, ¿qué significa sino que Jesús no vive para sí sino que vive para que todos tengamos vida eterna. Pero pensar que Dios se hace pan y se hace carne para que podamos comerlo, realmente es todo un exceso de amor y de entrega. El pan no sirve para nada si no es para que lo comamos. El pan no es para sí mismo ni para guardarlo. El pan es siempre para los otros. La carne no es para sí misma, es para que otros puedan alimentarse.

Los judíos que escuchaban a Jesús se escandalizaron y disputaban entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (Jn 6,52). Dios siempre ha sido escandaloso para los hombres porque es tan creativo que hace cosas que ni se nos ocurre pensarlas. Esa es la Eucaristía. Algo tan sencillo como es comulgar y algo tan misterioso que es comernos a Dios entero. Algo tan misterioso que Dios en su loco amor por nosotros se hace vida en nuestra vida. Por eso, no cabe duda que, la Eucaristía es uno de los mayores milagros del amor de Dios. Por tanto, debiera ser también una de las experiencias más maravillosas de los hombres. Sin embargo, uno siente cierta sensación de insatisfacción. ¿No la habremos devaluado demasiado? Y no porque no comulguemos, sino porque es posible que no le demos el verdadero sentido a la Comunión que es comunión con el mismo Hijo que nació de las entrañas de María la virgen y con el mismo Jesús crucificado y resucitado. Es comunión con el pan glorificado.

Dios buscó el camino fácil y lo más sencillo posible para nuestro encuentro. Y a nosotros pareciera que lo fácil no nos va, como que preferimos lo complicado y difícil. Una de las maneras de deformar la Eucaristía es no vivir lo que en realidad significa. En la segunda lectura, Pablo nos dice: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.” Somos muchos y somos diferentes. Somos muchos y pensamos distinto. Sin embargo, todos juntos formamos un solo cuerpo, una sola comunidad, una sola Iglesia, una sola familia. ¿Por qué? Sencillamente porque “todos comemos del mismo pan”. Por tanto, comulgar significa unidad, sentirnos un mismo cuerpo, una misma familia. De modo que no podemos comulgar “del mismo pan” y salir luego de la Iglesia tan divididos como entramos.

No olvidemos que la Eucaristía es mucho más que un acto piadoso individualista, es el Sacramento de la Iglesia. Es el Sacramento del amor de Dios que nos ama a todos. Es el Sacramento de la unidad, donde por encima de nuestras diferencias, todos nos sentimos miembros de un mismo cuerpo que es Jesús, que es la Iglesia. Por eso San Pablo nos habla desde su experiencia. Las primeras divisiones en la Iglesia nacieron de la celebración de la Eucaristía. Todos participaban en la misma celebración, pero mientras unos comían bien, los otros pasaban hambre. Pablo les dice enérgicamente: “Esto no es celebrar la Cena del Señor”. No se puede comulgar a Cristo si a la vez no comulgo con mi hermano. No se puede recibir el pan de la unidad, si vivimos divididos. Por eso decimos que “la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace a la Iglesia”. “Aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan.” El fruto de nuestras Eucaristías tendría que ser “la espiritualidad de unidad y de la comunión fraterna”.


Por lo que significa esta unión con Dios en la sagrada comunión, hay requisitos que cumplir, por eso cualquiera no comulga sino el que está en gracia de Dios. Así es como lo describe San Pablo: “Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía". De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza  que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía". Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva. Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (I Cor 11,23-29).  También hay citas que diversas que resalta la importancia de la Eucaristía: Éxodo 24, 8; Jeremías 31, 31;  Matero 26, 28;  Marcos 14, 24;  Lucas 22, 20; 2 Corintios 3, 6;  Hebreos 8, 8;  Hebreos 10, 29.

lunes, 1 de junio de 2015

DOMINGO DE LA TRINIDAD (31 de Mayo del 2015)

SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD
Proclamación del santo evangelio según San Mateo 28,16-20: 
En aquel tiempo, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y he aquí que yo estoy con Uds. todos los días hasta el fin del mundo”. PALABRA DEL SEÑOR.
Amigos en el Señor Paz y Bien.
Este episodio tiene un complemento con: “Id y enseñad y el evangelio a toda la ceración, quien crea y se bautice se salvara, quien se resiste en creer será condenado” (Mc 16,15). Y también con el episodio: “Paz a Uds. como el Padre me envió así les envío a Uds. Y dicho esto soplo sobre ellos y les dijo reciban el Espíritu Santo, a quien les perdonen les quedan perdonados, a quienes se los retengan les queda retenidos” (Jn 20,21-22). Pero en el evangelio de Mateo se advierte algunas particularidades: 1) El pasaje se compone de una parte narrativa (Mt 28,16-18ª) y de una parte discursiva (Mt 28,18b-20).  2) La parte narrativa cuenta en pocas palabras el único encuentro de Jesús resucitado con su comunidad. Se trata, por tanto, de un momento solemne en el cual convergen los acontecimientos pascuales. Sobre este encuentro ya se había despertado expectativa desde la última cena y en la mañana de la Pascua. 
(3) Dentro de la parte discursiva notamos que en sólo cinco versículos se repite cuatro veces el término “Todo” (que alguno compara con los cuatro puntos cardinales): “Todo” poder (Mt 28,18b): la totalidad del poder está en Jesús. “Todas” las gentes (Mt 28,19ª): la totalidad de la humanidad será evangelizada. “Todo” lo que Jesús enseñó (Mt 28,20ª): la totalidad de la enseñanza será aprendida. “Todos” los días (Mt 28,20b): la totalidad de la historia será abarcada por la presencia del Resucitado.
 El acento del texto recae sobre esta última parte, donde Jesús: 1) declara su victoria definitiva sobre el mal y la muerte (“Me ha sido dado todo poder…”), 2) les confiere a los discípulos un mandato (“Id, pues, y haced discípulos”) y, 3) les hace la promesa de su asistencia continua (“Yo estaré con Uds…”). Todo esto tendrá valor hasta el fin del mundo, y este enunciado nos advierte el tiempo del: 
Pasado. El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos nos remite al comienzo del evangelio, cuando comenzó el discipulado a la orilla del lago a partir de la vocación (Mt 4,18-22). Un largo camino han recorrido juntos, en él la relación se fue estrechando cada vez más en cuanto el Maestro los insertaba en su ministerio, haciéndolos los primeros destinatarios de su obra, y los atraía para una relación aún más profunda con Él mediante el seguimiento. Jesús los devuelve al punto de partida. 
Presente. Ahora los discípulos van a “Galilea”, y allí, a una “Montaña”: 1) Ellos van a Galilea, que como “Galilea de los gentiles”, ha sido destinada por Dios como campo de misión de Jesús (Mt 4,12-16). Allí habían sido llamados (Mt  4,18-22) y allí fueron testigos de misericordia de Jesús con enfermos y pecadores (ver 8-9), donde la multitud andaba “vejada y abatida como ovejas sin pastor” (Mt 9,35).   2) La Montaña a la que van nos recuerda el lugar donde Jesús pronunció su primera y fundamental instrucción, el Sermón de la Montaña, la Ley esencial de la vida cristiana que comienza con las bienaventuranzas (Mt 5,1-7,29) y configura la existencia entera según “el Reino y la Justicia” (Mt 6,33). 
Futuro. En este ambiente, el Resucitado se le aparece a los discípulos. Vuelven a la relación que tenían antes y a todo lo que vivieron juntos. Ahora les dice qué es lo que va a determinar en el futuro la relación con él: “Se acercó a ellos y les habló así…” (Mt 28,18ª).  Lo que Jesús aquí les dice será determinante y así permanecerá “hasta el fin del mundo”, hasta cuando Jesús venga por segunda vez con la plenitud de su poder y su definitiva revelación (Mt 24,3).  
Un encuentro que cura la herida (misericordia): El grupo que ha sido convocado en Galilea tiene una herida producida por la traición y la muerte de Judas: ya no son “Doce” (Mt 10,2.5; 26,20), sino “Once” (“Los once discípulos marcharon a Galilea…”).  Esta herida recuerda que todos han sido probados en su fidelidad a Jesús. Ellos se han encontrado con su propia fragilidad. Cuando comenzó la pasión de Jesús, todos los discípulos interrumpieron el seguimiento: la traición de Judas (26,47-50), la triple negación de Pedro (Mt 26,69-75) y la fuga despavorida de los otros diez (Mt 26,56). Con todo, Jesús sana la herida provocada por la ruptura del seguimiento. No llama a otros discípulos, sino a los mismos que le fallaron en la prueba de la pasión.   
Jesús cumple una promesa. 
•  La última noche había anunciado que los precedería en Galilea: “Todos vosotros vais a escandalizaros de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Mas después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea” (Mt 26,31-32). 
• En la mañana del día de la resurrección, el Ángel, junto a la tumba, les confió a las mujeres la tarea de recordarles a los discípulos estas palabras: “Id enseguida a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis” Ya os lo he dicho” (28,7). 
• Enseguida el Resucitado en persona les confirmó la tarea: “No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (28,10).
Los discípulos llegan a Galilea cargando sobre sus espaldas toda la historia dolorosa de la deslealtad. Pero la confianza del Maestro se muestra mayor que la fragilidad de sus discípulos. Jesús sí cumple sus promesas hechas durante la última cena.  
Es bello notar que en este encuentro con el Maestro después de la dolorosa historia de traición, negación y fuga, no escuchan ni una sola palabra de reclamo por parte de Jesús. Más bien todo lo contrario: cuando los manda llamar a través de las mujeres, los denomina por primera vez “mis hermanos” (Mt 28,10).  
La reacción ante el Resucitado: El narrador continúa diciéndonos que los discípulos “al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron” (28,17). 
Así como lo había prometido (Mt 28,7.10), ellos ven al Resucitado. La primera reacción es que se arroja por tierra en un gesto de adoración que nos recuerda el comienzo del evangelio (cuando los magos “vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron”; Mt 2,11). También en medio del evangelio habíamos visto un gesto similar por parte de los discípulos: “Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: "Verdaderamente eres Hijo de Dios?" (Mt 14,33). En este momento cumbre del evangelio, los discípulos reconocen a Jesús resucitado como el Señor. Pero Mateo hace notar que algunos todavía “dudan”. No debe extrañarnos. Reconocimiento y duda pueden estar juntos, como lo muestra la petición: “Creo. Ayúdame en mi incredulidad” (Mc 9,24).  
 “Jesús se acercó a ellos y les habló así: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,18-20). Estas palabras de Jesús tienen tres elementos: 1) El anuncio del Señorío del Resucitado (Mt 28,18b) 2) El envío misionero de sus discípulos (Mt 28,19-20ª) 3) La promesa de su permanencia fiel en medio de los discípulos (Mt 28,20b)  
“Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). Al postrarse, los discípulos reconocen que él es el Señor, el Señor sin límites, el Señor por excelencia.  Ante ellos, Jesús afirma que el Padre, el Señor del cielo y de la tierra (Mt 11,25), le ha dado todo poder en todo ámbito: en el cielo y sobre la tierra.  Ya desde el comienzo del evangelio el mensaje de Jesús se refirió a este “poder” cuando anunció la cercanía del “Reino de los Cielos” (ver 4,17). A lo largo de su ministerio Jesús ofreció los dones de este Reino (“Bienaventurados… porque de ellos es el Reino”; Mt 5,3.10). 
La obra de Jesús fue continuamente experimentada como una “obra con poder” (ver 7,29; 8,8s; 21,23). Con este “poder” venció a Satanás y levantó al hombre postrado en sus sufrimientos y marginaciones. Ahora, una vez que su ministerio ha llegado a su culmen, el Resucitado se revela a sus discípulos como el que posee toda autoridad, es decir, un poder absoluto sobre todo.  Una vez que ha vencido al mal definitivamente en su Cruz, Jesús se presenta vivo y victorioso ante sus discípulos: el Señor del cielo y de la tierra. Y con base en esta posición real, Jesús les entrega ahora la misión, prometiéndoles su asistencia continua y poderosa. 
 “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28.19-20). Con esta autoridad suprema de Jesús sobre el cielo y la tierra, los discípulos reciben el envío a la misión. Notemos las diversas afirmaciones que Jesús hace a partir del imperativo: “Vayan”. 
1) El contenido de la misión: “Id, pues, y haced discípulos” La tarea fundamental es hacer discípulos a todas las gentes. Por medio de ellos el Señor resucitado quiere  acoger a toda la humanidad en la comunión con Él. Hasta ahora ellos han sido los únicos discípulos. Jesús los llamó y los formó mediante un proceso de discipulado. En este momento los discípulos son enviados para dar en el tiempo post-pascual lo que recibieron en el tiempo pre-pascual. Hacer “discípulos” es iniciar a otros en el “seguimiento”. De la misma manera que Jesús los llamó a su seguimiento y a través de ella los hizo pescadores de hombres (Mt 4,19), también los misioneros deben atraer a todos los hombres al seguimiento de Jesús, con el cual vivieron y continúan viviendo.  
“Seguimiento” quiere decir configurar el propio proyecto de vida en la propuesta de Jesús, entablar una cercana amistad con la persona de Jesús, entrar en comunión de vida con Él. El “discipulado” supone la docilidad: aceptar que es Jesús quien orienta el camino de la vida, quien determina la forma y la orientación de vida. El “discipulado” lleva a abandonarse completamente en Jesús, porque sólo Él conoce el camino y la meta y nos conduce con firmeza y seguridad hacia ella. Este camino y esta meta se han revelado a lo largo del evangelio. Entonces, la esencia de la misión de los discípulos es conducir a toda la humanidad a la persona del Señor, a su seguimiento. De la misma manera como Jesús los llamó, sin forzarlos sino seduciendo su corazón y apelando a la libre decisión de cada uno, así ellos deben hacer discípulos a todos los pueblos de la tierra.  
2) Los destinatarios: “…A todas las gentes”  Puesto que se le ha puesto en sus manos el mundo entero y es superior al tiempo y al espacio, Jesús los manda todos los pueblos de la tierra. Recordemos que en la primera misión la tarea apostólica se limitaba explícitamente a las “ovejas perdidas de la casa de Israel” (10,6; ver 15,24). Ahora la misión no conoce restricciones: a todos los hombres, y podríamos agregar “al hombre todo” (con todas sus dimensiones).  
3)  “…Bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”  En el bautismo se realiza la plena acogida de los discípulos de Jesús en el ámbito de la salvación y en su nueva familia. El presupuesto de la fe. El Bautismo “en el nombre del Padre y del Hijo y de Espíritu Santo” presupone el anuncio de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la fe en este Dios. El “nombre”  de Dios está puesto en relación con el conocimiento de Él. Como se evidencia a lo largo del Evangelio: • Dios manifiesta su amor para que nosotros podamos conocerlo y así entrar en relación con Él.  • Es a través de Jesús que Dios ha sido conocido como Padre, Hijo y Espíritu Santo. 
Jesús predicó sobre Dios de una manera que no se conocía en el Antiguo Testamento. Allí se conocía al Dios en cuanto creador del cielo y de la tierra, pero al mismo tiempo se afirmó –y con razón- la enorme distancia entre el Creador y su criatura, lo cual hacía pensar en la infinita soledad de Dios. Jesús anunció que Dios no está solo sino que vive en comunión. Frente al Padre está el Hijo, ambos están unidos entre sí, se conocen, se comprenden y se aman recíprocamente (Mt 11,25) en la plenitud y perfección divina por medio del Espíritu Santo. Los discípulos deben bautizar en el “nombre” de este Dios, del Dios que así fue anunciado y creído.
 Al interior de la familia trinitaria. El bautismo:
Nos sumerge en el ámbito poderoso de este Dios y obra el paso hacia Él. Nos pone bajo su protección y su poder. Nos posibilita la comunión con Él, que en sí mismo es comunión. Nos hace Hijos del Padre, quien está unido con un amor ardiente a su Hijo. Nos hace hermanos y hermanas del Hijo que, con todo lo que Él es, está ante el Padre. Nos da el Espíritu Santo, quien nos une al Padre y al Hijo, nos abre a su benéfico influjo y nos hace vivir la comunión con ellos.
Si es verdad que el seguimiento nos introduce en el ámbito de vida de Jesús, también es verdad que esta vida es su comunión con el Padre en el Espíritu Santo. El bautismo sella nuestra acogida en esta adorable comunión.  
4) El enseñar a poner en práctica las enseñanzas de Jesús: el discipulado como un nuevo estilo de vida. La comunión con este Dios, determinada por el seguimiento y sellada por el bautismo. Exige a los discípulos un estilo de vida que esté a la altura de ese don. Notamos una gran continuidad entra la misión de Jesús y la de sus apóstoles:
• De muchas maneras, desde las bienaventuranzas (5,3-12) hasta la visión del juicio final (25,31-46), Jesús instruyó a sus discípulos. A lo largo del evangelio distinguimos cinco grandes discursos de Jesús. Ahora los apóstoles deben transmitírselas a los nuevos discípulos atraídos por ellos. Las enseñanzas de Jesús no son opcionales. 
• Hasta el presente fue Jesús quien llamó discípulos y los educó en una existencia según la voluntad de Dios. Ahora son ellos los que, por encargo suyo, deben llamar a todos los hombres como discípulos y educarlos en una vida recta. En otras palabras, todo lo que los discípulos recibieron del Maestro debe ser transmitido en la misión.  
El Resucitado muestra el significado pleno de su nombre “Emmanuel”, “Dios-con-nosotros” (Mt 28,20b) “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” 
Durante su ministerio terreno, la relación de Jesús con sus discípulos estuvo caracterizada por su presencia visible y viva en medio de ellos. A partir de la Pascua esta presencia no termina sino que adquiere una nueva modalidad. Jesús utiliza una expresión conocida en la Biblia. En el Antiguo Testamento la expresión “El Señor está contigo”, le aseguraba a la persona que tenía una misión particular que Dios lo asistiría con poder y eficacia en su tarea. Con ello se quería decir que Dios no abandona al hombre a sus propias fuerzas, sino más bien que a la tarea que Dios le encomienda se le suma su presencia y su ayuda. 
Jesús, a quien se le ha dado todo poder, habla con la potestad divina, asegurando su presencia y su ayuda a la Iglesia misionera. Quien al principio fue anunciado como el “Emmanuel”, el “Dios con nosotros” (Mt 1,23), muestra ahora la verdad de esta expresión: Él es la fidelidad viviente del Dios de la Alianza (“Dios-con-nosotros” es una expresión referida al “Yo soy vuestro Dios y vosotros mi pueblo”) que permanece al lado de sus discípulos con todo su poder, con su vivo interés y con su poderosa asistencia a lo largo de toda la historia.

En fin… La celebración de la Ascensión nos coloca ante estas palabras de Jesús, quien la plenitud de su potestad toma determinaciones hacia el futuro. Él, ya no estará de forma visible en medio de sus discípulos, pero sí garantiza su presencia poderosa en medio de los suyos. Así permanecerá “hasta el fin del mundo”, hasta que no ocurra con su venida el cumplimiento, y con él la plena e inmediata comunión de vida con la Trinidad Santa.

sábado, 23 de mayo de 2015

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTES - B (24 de mayo del 2015)


DOMINGO DE PENTECOSTES – B (24 DE MAYO DEL 2015)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 20,19-23:

En aquel tiempo, al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan». PALABRA DEL SEÑOR.

Queridos(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Hoy es la solemnidad de Pentecostés, porque es el último día de la Pascua, el día del Espíritu Santo. En efecto, hoy celebramos el último día de la Pascua. Hoy llegan a su término los cincuenta días en honor de Jesucristo resucitado y glorificado, los cincuenta días de la alegría por la vida nueva de nuestro Señor crucificado. Y este final de la Pascua, es el día del Espíritu. El Espíritu de Dios que se cernía sobre la nada y hacía nacer la vida: “Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente” (Gn 2,7). Hoy, celebramos en su plenitud la efusión del Espíritu sobre la comunidad nueva que nace (Iglesia, Mt.16,18): “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban al Espíritu Santo” (Jn 20,21-22).

La primera lectura nos habla de la venida del Espíritu Santo: “De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse” (Hch 2,2-4). La segunda lectura centra nuestra atención en la múltiple acción del Espíritu Santo que se expande en carismas, ministerios y servicios: “Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común”  (1 Cor 12,4-7). Para san Pablo los auténticos carismas son un signo de la presencia del Espíritu. La variedad de ministerios y de carismas y la unidad de la Iglesia con considerados por él como frutos de la acción del Espíritu Santo. En el evangelio se describe el cumplimiento de la promesa de Dios al Pueblo de Israel:”Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces (El Mesías Is 7,14). Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor” (Is 11,1-2).

Jesús reafirma la promesa de Dios hecha al pueblo: “El Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección» (Lc 3,22). Luego el mismo Señor dirá con autoridad: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor… Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír” (Lc 4,18-21).

Jesús siendo fiel al Padre nos promete interceder por nosotros:“Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad” (Jn 14,15-17). Y nos recomiendo actuar bajo su custodio: “Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26). Ya antes de su ascensión fue consolando a sus discípulos en estos términos: “Les digo la verdad. Les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré. Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio. El pecado está en no haber creído en mí” (Jn 16,7-9).

El Señor con mucha antelación nos presenta el espíritu como el maestro que guiará a la Iglesia: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes” (Jn 16,12-13).

Esta promesa grandiosa, hoy se cumple, cuando El mismo Señor, sin reserva alguna dijo: “La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban al Espíritu Santo” (Jn 20,21-22). En este gesto el Señor transmite a los discípulos el gozo y la paz , la misión que él había recibido del Padre y el don del Espíritu Santo. Y este don del Espíritu está en relación con el poder de perdonar los pecados (Jn 20,23). De ese modo el sacramento de la penitencia aparece como fruto del triunfo de Cristo resucitado sobre el pecado y el mal.

San Pablo dice al respecto: “Los fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está demás, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos. Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él” (Gal 5,22-25). “El nos ha capacitado para que seamos los ministros de una Nueva Alianza, que no reside en la letra, sino en el Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida” (II Cor 3,6).

Para nuestra catequesis:

1. Con la exaltación de Cristo por medio de la Resurrección, la era de Jesucristo se convierte en la era del Espíritu Santo. El Resucitado obra en su Comunidad de creyentes por la fuerza y la eficacia del Espíritu. La acción del Espíritu (Hch 2, 1-11) manifiesta al mundo la legitimación de la misión recibida por parte de Cristo. El Espíritu Santo hace que la tímida comunidad cristiana salga al público y continúe su misión.

2. La paz que Jesús da a los discípulos (Jn 20, 19-23) es más que un saludo. Como Jesús fue enviado por el Padre, así también Cristo envía a sus apóstoles: recibid el Espíritu Santo. Con Pentecostés comienza la Iglesia. El Señor sopló sobre los discípulos, como Dios sopló en la creación del hombre (Gén 2, 7), y les comunicó el don de vida que Dios había comunicado al hombre. Pentecostés constituye el origen de una nueva humanidad, de una nueva creación.

3. El don del Espíritu Santo es comunicado contra el pecado. El poder de perdonar los pecados debía provenir de Cristo. El envío de los apóstoles al mundo es prolongación del envío que el Padre hizo de su Hijo (Jn 17, 18). Los apóstoles, con la venida del Espíritu Santo, están habilitados para llevar adelante la obra que Cristo inició en su vida terrena (Jn 17, 11).

4. Los carismas , en los que abundaba la Iglesia primitiva (como lo vemos por la Iglesia de Corinto, 1Cor 12), presentaban sus peligros, como el de confundir la fe con los signos externos. De ahí que san Pablo nos ofrezca los criterios a seguir para distinguir los verdaderos carismas de los falsos. Primer criterio de discernimiento o distinción del auténtico carisma es su contribución a reforzar la fe en Cristo. Segundo criterio, la colaboración de los diversos carismas al único designio de Dios (1Cor 12, 4-6). Siendo Dios la única fuente de carismas, entre estos no puede haber oposición.

SI nos dejamos guiar popr el Espíritu, todo servicio es en bien común y promueve la unidad del cuerpo (1Cor 12, 7ss). Todos los carismas tienen que dar vitalidad al cuerpo místico que es la Iglesia. Es la verdad que Él irá descubriéndonos poco a poco hasta que lleguemos a la verdad plena. Pero no solo eso, nos “anunciará lo que está por venir”. Quiere decir que no todo está terminado, que la obra de Dios sigue y nos compromete continuar con su obra en la historia de la Iglesia. Nos empuja hacia hacia delante. Cada día damos un paso, pero cada día tenemos que descubrir lo que “aún está por venir”, lo que está por suceder, nos pone en un proceso de desarrollo constante y un vivir al día con los avances y el caminar de los hombres. Nos recordará el pasado, pero mirando hacia el futuro. El pasado es lo que ya hemos hecho. El futuro es lo que aún tenemos que hacer. Por eso el Evangelio se va escribiendo día a día en nuestra historia. Dios y el Evangelio y Jesús se van actualizando cada día.

En otras palabras, la misión del Espíritu Santo en la Iglesia es: El que suscita cambios y la conversión de los corazones a las exigencias y verdades del Evangelio. Sin esta transformación de los corazones seriamos de una cultura religiosa sin visión ni misión y la Iglesia seria mera comunidad de historia pasada. El que empuja, anima y guía a la Iglesia en su fidelidad al Evangelio y a Jesús, y en su fidelidad a los hombres de todos los tiempos. El que congrega y suscita la comunidad. Es cierto que a la comunidad la dota de una serie de servicios y carismas, pero la verdad de la Iglesia es “todo el pueblo de Dios” y no un grupo especializado dentro del Pueblo de Dios. Por eso mismo, el Espíritu guía y gobierna a la Iglesia regalando los dones necesarios a cada uno, según la misión que cada uno tiene dentro de la comunidad. Tenemos que decir, que el Espíritu Santo guía a la Iglesia desde las cabezas que la gobiernan, pero también desde la vida y la fidelidad de cada uno de nosotros.
El primer don del Espíritu a su Iglesia es el don de la comunión, el sentirnos uno, en la unidad de la mente y del corazón, la unidad en la verdad y en la caridad. Donde no hay verdad del Evangelio no está el Espíritu, donde no hay comunión y comunidad fraterna, tampoco está el Espíritu. Por eso, la ruptura en la verdad la llamamos “herejía” y la ruptura en la comunión y unidad la llamamos “cisma”.

Recordemos los dones del espíritu santo:
El Don de Sabiduría. Es el don que nos capacita para descubrir el misterio insondable de Dios y de Cristo, relativizando o poniendo en su verdadero lugar, las cosas y a las personas.
El Don de Inteligencia. Nos hace comprender las riquezas y maravillas de la fe. Nos descubre la importancia de la fe en nosotros.
El Don de Ciencia. Nos ayuda a ver la verdad de las cosas, a valorarlas adecuadamente y a situarnos en la libertad de Hijos de Dios frente a las cosas.
El Don de Consejo. Nos muestra los verdaderos caminos de Dios, los caminos de la santidad y, sobre todo, nos ayuda a discernir con sentido de fe en los casos en que debemos tomar decisiones.
El Don de Fortaleza. Nos hace capaces de enfrentar las dificultades y los momentos difíciles de nuestra fe. Es el don que nos hace fuertes en las tentaciones.
El Don de Piedad. Es el don de la filiación divina. Nos revela el misterio de la paternidad divina y nuestra condición de hijos. Marca nuestras relaciones filiales con Dios Padre.
El Don de Temor de Dios. No es el temor servil, sino el temor amoroso de hijos. Nos da fuerza para no ceder a la tentación y evitar todo aquello que pudiera apartarnos de Dios.
 De los siete dones, tres se refieren al conocimiento: El don de inteligencia, el don de ciencia, el don de sabiduría. Todos ellos relacionados con la verdad.


sábado, 16 de mayo de 2015

DOMINGO DE LA ASCENSION - B (17 de mayo del 2015)



DOMINGO DE LA ASCENSIÓN – B (17 de mayo del 2015)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 16,15-20:

En aquel tiempo se apareció Jesús a los once y les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas;  podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán".

Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban. PALABRA DEL SEÑOR.
                                      
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

La Fiesta de la Ascensión de Jesucristo al Cielo es resumido por el mismo Señor de modo siguiente: "Salí del Padre,vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre" (Jn 16,28). Esta fiesta Hace y evoca sentimientos encontrados de nostalgia y de alegría.  De nostalgia, por la partida de Cristo, Quien regresa a la gloria que comparte desde toda la eternidad con el Padre y con el Espíritu Santo.  De alegría, pues hacia esa gloria conduce a la humanidad por El redimida. El mismo Señor nos muestra esos sentimientos las veces que en el Evangelio hace el anuncio de su ida al Padre.  “He deseado muchísimo celebrar esta Pascua con vosotros... porque ya no la volveré a celebrar hasta...” (Lc.22, 15-16). “Me voy y esta palabra los llena de tristeza” (Jn. 16, 6).

En cada uno de los anuncios de su partida, Jesús trataba de consolar a los Apóstoles: “Ahora me toca irme al Padre... pero si me piden algo en mi nombre, Yo lo haré”  (Jn. 14,12 y 14).  Inclusive trató de convencerlos acerca de la conveniencia de su vuelta al Padre: “En verdad, les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no podrá venir a ustedes el Consolador.  Pero si me voy, se los enviaré... les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que Yo les he dicho” (Jn. 16, 7 - 14, 26). Con estas y muchas palabras de consolación el Señor preparó a sus discípulos para este momento de despedida, tal es por ejemplo este: les digo la verdad: “Les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré. Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio” (Jn 16,7-8).

Con mucha antelación también, el Señor ya había dicho: “Si les hablo de las cosas terrenales, y no creen, ¿cómo creerán si les hablo de las celestiales? Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, es decir, el Hijo del Hombre que está en el cielo” (Jn 3,12-13). Hoy en la fiesta de la ascensión hace lo que ya nos lo dijo: “El Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios” (Mc 16,19). Al respecto en otro episodio se nos dice: “Les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: Así estaba escrito, el Mesías sufrirá y resucitará de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre se predicará a todas las naciones la conversión y el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto. Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo” (Lc 24,45-51).

El pasaje central de hoy: “El Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios” (Mc 16,19). Tiene otro complemento que nos hace más entendible, cuando Jesús dice asus discípulos: “El padre los ama, porque Uds. me aman y han creído que yo vengo de Dios. Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre". Sus discípulos le dijeron: "Por fin hablas claro y sin parábolas” (Jn 16,27-29). Ahora si también comprendemos nosotros por qué dijo el Señor enfáticamente: “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió” (Jn 6,38). E incluso viene bien citar este episodio cuando los judíos preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?" Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado" (Jn 6,28-29).

En la primera lectura que hemos leído se nos dice: “Uds. recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra. Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos. Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir" (Hch 1,8-11).

Ahora tenemos una gran misión que cumplir, porque el Señor nos ha delegado en estos términos esa sagrada misión: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" Mc 16,15-18). Como verán, al igual que los que corren en el pista suelen cambiar de “testigo” o “posta”, la Ascensión es el cambio de “posta de Jesús a nosotros”. Hasta ahora todo dependía de Él, desde la Ascensión todo depende de nosotros. “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.”

El Señor se va, pero nos deja a nosotros. Él se va, pero aun así será nuestro compañero. Él inició la predicación del reino, pero a nosotros nos toca llevar como el viento las semillas por todo el mundo. Con la única diferencia de que ahora la responsabilidad recae sobre todos. El Papa Francisco lo dijo muy claro: La evangelización es tarea de la Iglesia. Porque tiene que ver con la salvación que realiza Dios y anuncia gozosamente la Iglesia, es para todos y Dios ha elegido un camino para unirse a cada uno de los seres humanos de todos los tiempos. Jesús se va, pero deja la Iglesia. Jesús vuelve al Padre, pero deja la Iglesia entre los hombres y para los hombres. Era necesaria la Ascensión como el triunfo de Jesús. Pero era necesaria para que nosotros comenzásemos a crecer asumiendo nuestras responsabilidades. La Iglesia no podía quedarse en el grupo de los Once, tenía que abrirse al mundo. No podía seguir bajo las alas de Jesús, tenía que llegar la hora de volar por sí misma. Tenía que llegar la hora de dar el examen de su fe y comenzar a anunciar a todos los hombres. Como Él también la Iglesia tenía que abrirse a buenos y malos. A los de dentro, pero también a los de fuera. Por eso hoy es el triunfo de Jesús, pero es el comienzo del camino que nos lleva a todos y a todos los hombres.

Pero no nos envía con las manos vacías pues fíjense que nos dejó bajo la custodia de otro defensor. El señor glorificado les dijo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20, 21-23).

Es más, Jesús nos recomienda dejarnos guiar por el Espíritu Santo: “En adelante, el Paráclito, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: "Me voy y volveré a ustedes". Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean” (Jn 14,26-29).

La tarea y misión que ahora nos toca es aquello que nos dice hoy: “Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-10). Ahora no nos toca quedarnos plantados como los galileos mirando el cielo (Hc 1,11). Sino trabajar, porque el mismo Señor que subió volverá a pedirnos cuentas (Mt 25,19). Y recompensara a cada uno según su trabajo (Mt 16,27). Esa recompensa es estar con Él en el cielo para siempre (Jn 14,1-3).

Recordemos que Jesucristo había resucitado después de su muerte, una muerte que fue ¡tan traumática! -traumática para El por los sufrimientos intensísimos a que fue sometido- ... y traumática también para sus seguidores, para sus Apóstoles y discípulos, que quedaron estupefactos ante lo sucedido el Viernes Santo.

Luego viene para ellos la sorpresa de la Resurrección.  Al principio no creyeron lo que les dijeron las mujeres, luego el mismo Señor Resucitado se les apareció en cuerpo glorioso, y entonces recordaron y creyeron lo que El les había anunciado.  Pero la verdad es que los Apóstoles no entendían bien a Jesús cuando les anunciaba todo lo que iba a suceder:  lo de su muerte, su posterior resurrección y luego también lo de su Ascensión al Cielo. Para fortalecerles la Fe, después de su Resurrección, el Señor pasa unos cuarenta días apareciéndose en la tierra a sus discípulos, a sus Apóstoles, a su Madre.

Es lo que nos refiere la Primera Lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles: “Se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios.  Un día, les mandó: ‘No se alejen de Jerusalén.  Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que ya les he hablado... Dentro de pocos días serán bautizados con el Espíritu Santo.’”   La promesa del Padre era el Espíritu Santo, el Consolador, que vendría unos días después en Pentecostés.
Y luego de esos cuarenta días, llegó el momento de su partida.  Entonces, los llevó a un sitio fuera y luego de darles las últimas instrucciones y bendecirlos, se fue elevando al Cielo a la vista de todos los presentes.

¡Cómo sería la Ascensión de Jesús al Cielo!  Jesús, el Sol de Justicia (Mal 3, 20), ascendiendo radiantísimo a la vista de los presentes.  El impacto fue tan grande que, aún después de haber desaparecido Jesús, ocultado por una nube, los Apóstoles y discípulos seguían mirando fijamente al Cielo.  ¡Estaban en éxtasis!  Fue, entonces, cuando dos Ángeles los interrumpieron y los “despertaron”:  “¿Qué hacen ahí  mirando al cielo?  Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al Cielo, volverá como lo han visto alejarse” (Hech. 1,11).    

Hay que tomar nota de estas palabras.  Es de suma importancia recordar ese anuncio profético de los Ángeles sobre la Segunda Venida de Jesucristo.  Nos dicen que volverá de igual manera a como partió:  en gloria y desde el Cielo.  Jesucristo vendrá, entonces, como Juez a establecer su reinado definitivo.  Así lo reconocemos cada vez que rezamos el Credo: de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin. Estamos hablando de la Segunda Venida de Cristo.  Pero para saber cómo será y cómo no será la Segunda Venida de Cristo, debemos detallar bien cómo fue la Ascensión de Jesucristo al Cielo.  ¿Cómo lo vieron subir?  Con todo el poder de su divinidad, glorioso, fulgurante y, ascendiendo, desapareció entre las nubes.  Entonces … ¿cómo vendrá?

El anuncio de los Ángeles es clarísimo y corrobora anuncios previos hechos por Jesús mismo.  Al responder a Caifás en el momento de su injustísimo juicio antes del su Pasión y Muerte dijo lo siguiente:  “Verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Dios Poderoso y viniendo sobre las nubes” (Mt. 26, 64)
Ya anteriormente lo había anunciado a sus discípulos:  “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre. Verán al Hijo del Hombre viniendo en las nubes del cielo, con el Poder Divino y la plenitud de la Gloria.  Mandará a sus Ángeles, los cuales tocarán la trompeta y reunirán a los elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del mundo” (Mt. 24, 30-31). Sin embargo han habido, hay y habrá muchos que querrán hacerse pasar por Cristo.  Y hay uno en especial, el Anticristo, que hará creer que él es Cristo.  Entonces hay que estar precavidos, pues Cristo vendrá glorioso con todo el poder de su divinidad, como los Apóstoles Lo vieron irse.

Tengamos en cuenta que el Anticristo será un hombre que se dará a conocer como Cristo y con la ayuda de Satanás realizará milagros y prodigios, y engañará a muchos, pues desplegará un gran poder de seducción.  He aquí la descripción que nos hace San Pablo: “Entonces aparecerá el hombre del pecado, instrumento de las fuerzas de perdición, el rebelde que ha de levantarse contra todo lo que lleva el nombre de Dios o merece respeto, llegando hasta poner su trono en el Templo de Dios y haciéndose pasar por Dios ... Al presentarse este Sin-Ley, con el poder de Satanás, hará milagros, señales y prodigios al servicio de la mentira.  Y usará todos los engaños de la maldad en perjuicio de aquéllos que han de perderse, porque no acogieron el amor de la Verdad que los llevaba a la salvación ... así llegarán hasta la condenación todos aquéllos que no quisieron creer en la Verdad y prefirieron quedarse en la maldad ” (2 Tes. 2, 3-11).

Entonces, ¿qué hacer?  Siguiendo, el consejo de la Sagrada Escritura, no debemos dejarnos engañar.  Los datos sobre la Segunda Venida de Cristo son muy claros:  Cristo vendrá en gloria.   El Anticristo no.  Hará grandes prodigios, pero no puede presentarse como tenemos anunciado que vendrá Cristo en su Segunda Venida.  De allí que Jesús nos advierta: “Llegará un tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de los días del Hijo del Hombre, pero no lo verán.  Entonces les dirán:  está aquí, está allá.  No vayan, no corran.  En efecto, como el relámpago brilla en un punto del cielo y resplandece hasta el otro, así sucederá con el Hijo del Hombre cuando llegue su día”. (Lc. 17, 22-24)
Esto es tan importante que el Señor nos lo dijo en otras ocasiones. Jesús nos advierte clarísimamente y nos explica con más detalle aún cómo será de sorpresiva y deslumbrante su Segunda Venida:

“Si en este tiempo alguien les dice:  Aquí o allí está el Mesías, no lo crean.  Porque se presentarán falsos cristos y falsos profetas, que harán cosas maravillosas y prodigios capaces de engañar, si fuera posible, aun a los elegidos de Dios.  ¡Miren que se los he advertido de antemano!  Por tanto, si alguien les dice:  En el desierto está.  No vayan.  Si dicen:  Está en un lugar retirado.  No lo crean.  En efecto, cuando venga el Hijo del Hombre, será como relámpago que parte del oriente y brilla hasta el poniente” (Mt. 24, 23-28). 

Pero por encima de la nostalgia de su partida, por encima de la advertencia de cómo será su Segunda Venida, para que nadie nos engañe, el misterio de la Ascensión de Jesucristo es un misterio de fe y esperanza en la Vida Eterna. La misma forma física en que se despidió el Señor, la cual resalta San Pablo en la Segunda Lectura (Ef. 4, 1-13):  subiendo al Cielo- nos muestra nuestra meta, ese lugar donde El está, al que hemos sido invitados todos, para estar con El. Ya nos lo había dicho al anunciar su partida: “En la Casa de mi Padre hay muchas mansiones, y voy allá a prepararles un lugar ... Volveré y los llevaré junto a mí, para que donde yo estoy, estén también ustedes” (Jn. 14,2-3). El derecho al Cielo ya nos ha sido adquirido por Jesucristo. El nos ha preparado un lugar a cada uno de nosotros:  nos toca a nosotros vivir en esta vida de tal forma que merezcamos ocupar ese lugar.  .  ¡No dejemos nuestro lugar vacío!

Ahora bien, a pesar de todos estos anuncios, los Apóstoles y discípulos no alcanzaban a entender la trascendencia de lo anunciado.  La Santísima Virgen María seguramente fue preparada por su Hijo para el momento de su partida, con gracias especiales para poder consolar y animar a los Apóstoles. Jesucristo estaba dejando a Pedro como cabeza de la Iglesia y como su Representante.  Pero también estaba dejando a su Madre como Madre de su Iglesia, ya que siendo Ella Madre de Cristo, era también Madre de su Cuerpo Místico.  Por eso Ella los reunió y los animó, orando con ellos en espera del Espíritu Santo.

La Ascensión, entonces, nos invita a estar en la tierra, haciendo lo que aquí tengamos que hacer, todo dentro de la Voluntad de Dios.  Pero debemos estar en la tierra sin perder de vista el Cielo, la Casa del Padre, a donde nos va llevando Cristo por medio del Espíritu Santo, Quien nos recuerda todo lo que Cristo nos enseñó. Y nos recuerda también lo que debemos enseñar a otros, pues debemos llevar la Palabra de Dios a todo el que desee escucharla.  Es el llamado de Cristo que nos trae la Aclamación antes del Evangelio:  “Vayan y enseñen a todas las naciones, dice el Señor.  Y sepan que Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 19-20). Los mandó –y nos manda a nosotros- a ir, a partir.  “Jesús parte hacia el Padre y manda a los discípulos que partan hacia el mundo… Es un mandato preciso, ¡no es facultativo!” (Papa Francisco 1-6-2014). Es el llamado a la Nueva Evangelización, a la que insistentemente nos llama la Iglesia.

Para cumplir con esto, San Pablo nos recuerda en la Segunda Lectura (Ef. 4. 1-13) lo siguiente: “El que subió fue quien concedió a unos ser apóstoles;  a otros ser profetas;  a otros ser evangelizadores;  a otros ser pastores y maestros. Y esto para capacitar a los fieles, a fin de que, desempeñando debidamente su tarea, construyan el Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a estar unidos en la Fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, y lleguemos a ser hombres perfectos, que alcancemos en todas sus dimensiones la plenitud de Cristo”.   
 

En suma, la Fiesta de la Ascensión de Jesucristo al Cielo: Despierta el anhelo de Cielo, la esperanza de nuestra futura inmortalidad, en cuerpo y alma gloriosos, como El, para disfrutar con El y en El de una felicidad completa, perfecta y para siempre. Advierte cómo será la Segunda Venida de Cristo, para que no seamos engañados por el Anticristo. Nos invita a llevar la Palabra de Dios a todos, seguros de que el Espíritu Santo, Quien es el verdadero protagonista de la Evangelización, nos capacita para responder a este llamado.  Así contribuimos a construir el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, en esta época en que hay que realizar la Nueva Evangelización, atrayendo a la Iglesia a aquéllos que se han alejado.