DOMINGO DE PENTECOSTES – B (24 DE MAYO
DEL 2015)
Proclamación
del Santo Evangelio según San Juan 20,19-23:
En aquel tiempo, al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana,
estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por
temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La
paz esté con ustedes!». Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado.
Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de
nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los
envío a ustedes» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al
Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen,
y serán retenidos a los que ustedes se los retengan». PALABRA DEL SEÑOR.
Queridos(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Hoy es la solemnidad de Pentecostés, porque es el último día de la
Pascua, el día del Espíritu Santo. En efecto, hoy celebramos el último día de
la Pascua. Hoy llegan a su término los cincuenta días en honor de Jesucristo
resucitado y glorificado, los cincuenta días de la alegría por la vida nueva de
nuestro Señor crucificado. Y este final de la Pascua, es el día del Espíritu.
El Espíritu de Dios que se cernía sobre la nada y hacía nacer la vida: “Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en
su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente” (Gn
2,7). Hoy, celebramos en su plenitud la efusión del Espíritu sobre la
comunidad nueva que nace (Iglesia, Mt.16,18): “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a
ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban al Espíritu
Santo” (Jn 20,21-22).
La
primera lectura nos habla de la venida del Espíritu Santo: “De pronto, vino del cielo un ruido,
semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se
encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que
descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del
Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu
les permitía expresarse” (Hch 2,2-4). La segunda lectura centra nuestra atención en la múltiple acción
del Espíritu Santo que se expande en carismas, ministerios y servicios: “Ciertamente, hay diversidad de dones,
pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un
solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza
todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común” (1 Cor 12,4-7). Para san Pablo los auténticos carismas son
un signo de la presencia del Espíritu. La variedad de ministerios y de carismas
y la unidad de la Iglesia con considerados por él como frutos de la acción del
Espíritu Santo. En el evangelio se describe el cumplimiento de la promesa de
Dios al Pueblo de Israel:”Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces (El
Mesías Is 7,14). Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría
y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de
temor del Señor” (Is 11,1-2).
Jesús reafirma la
promesa de Dios hecha al pueblo: “El Espíritu Santo descendió sobre él en forma
corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo
muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección» (Lc 3,22). Luego el
mismo Señor dirá con autoridad: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la
unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la
liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los
oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor… Hoy se ha cumplido este
pasaje de la Escritura que acaban de oír” (Lc 4,18-21).
Jesús siendo fiel al
Padre nos promete interceder por nosotros:“Si ustedes me aman, cumplirán mis
mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté
siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad” (Jn 14,15-17). Y nos recomiendo
actuar bajo su custodio: “Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el
Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he
dicho” (Jn 14,26). Ya antes de su ascensión fue consolando a sus discípulos en estos términos:
“Les digo la verdad. Les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el
Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré. Y cuando él
venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es
el juicio. El pecado está en no haber creído en mí” (Jn 16,7-9).
El Señor con mucha antelación nos presenta el espíritu como el maestro
que guiará a la Iglesia: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes
no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los
introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo
que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. El me glorificará, porque
recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes” (Jn 16,12-13).
Esta promesa
grandiosa, hoy se cumple, cuando El mismo Señor, sin reserva alguna dijo: “La
paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a
ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban al Espíritu
Santo” (Jn 20,21-22). En este gesto el Señor transmite a los discípulos el gozo y la paz
, la misión que él había recibido del Padre y el don del Espíritu Santo. Y este
don del Espíritu está en relación con el poder de perdonar los pecados (Jn
20,23). De ese modo el sacramento de la penitencia aparece como fruto del
triunfo de Cristo resucitado sobre el pecado y el mal.
San
Pablo dice al respecto: “Los fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad,
afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas
cosas, la Ley está demás, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han
crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos. Si vivimos animados
por el Espíritu, dejémonos conducir también por él” (Gal 5,22-25). “El nos
ha capacitado para que seamos los ministros de una Nueva Alianza, que no reside
en la letra, sino en el Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida”
(II Cor 3,6).
Para nuestra
catequesis:
1. Con la exaltación de Cristo
por medio de la Resurrección, la era de Jesucristo se convierte en la era del
Espíritu Santo. El Resucitado obra en su Comunidad de creyentes por la fuerza y
la eficacia del Espíritu. La acción del Espíritu (Hch 2, 1-11) manifiesta al
mundo la legitimación de la misión recibida por parte de Cristo. El Espíritu
Santo hace que la tímida comunidad cristiana salga al público y continúe su
misión.
2. La paz que Jesús da a los
discípulos (Jn 20, 19-23) es más que un saludo. Como Jesús fue enviado por el
Padre, así también Cristo envía a sus apóstoles: recibid el Espíritu Santo. Con
Pentecostés comienza la Iglesia. El Señor sopló sobre los discípulos, como Dios
sopló en la creación del hombre (Gén 2, 7), y les comunicó el don de vida que
Dios había comunicado al hombre. Pentecostés constituye el origen de una nueva
humanidad, de una nueva creación.
3. El don del Espíritu Santo es
comunicado contra el pecado. El poder de perdonar los pecados debía provenir de
Cristo. El envío de los apóstoles al mundo es prolongación del envío que el
Padre hizo de su Hijo (Jn 17, 18). Los apóstoles, con la venida del Espíritu
Santo, están habilitados para llevar adelante la obra que Cristo inició en su
vida terrena (Jn 17, 11).
4. Los carismas , en los que
abundaba la Iglesia primitiva (como lo vemos por la Iglesia de Corinto, 1Cor
12), presentaban sus peligros, como el de confundir la fe con los signos
externos. De ahí que san Pablo nos ofrezca los criterios a seguir para
distinguir los verdaderos carismas de los falsos. Primer criterio de
discernimiento o distinción del auténtico carisma es su contribución a reforzar
la fe en Cristo. Segundo criterio, la colaboración de los diversos carismas al
único designio de Dios (1Cor 12, 4-6). Siendo Dios la única fuente de carismas,
entre estos no puede haber oposición.
SI nos dejamos guiar popr el
Espíritu, todo servicio es en bien común y promueve la unidad del cuerpo (1Cor
12, 7ss). Todos los carismas tienen que dar vitalidad al cuerpo místico que es
la Iglesia. Es la verdad que Él irá descubriéndonos poco a poco hasta que
lleguemos a la verdad plena. Pero no solo eso, nos “anunciará lo que está por
venir”. Quiere decir que no todo está terminado, que la obra de Dios sigue y nos
compromete continuar con su obra en la historia de la Iglesia. Nos empuja hacia
hacia delante. Cada día damos un paso, pero cada día tenemos que descubrir lo
que “aún está por venir”, lo que está por suceder, nos pone en un proceso de
desarrollo constante y un vivir al día con los avances y el caminar de los
hombres. Nos recordará el pasado, pero mirando hacia el futuro. El pasado es lo
que ya hemos hecho. El futuro es lo que aún tenemos que hacer. Por eso el
Evangelio se va escribiendo día a día en nuestra historia. Dios y el Evangelio
y Jesús se van actualizando cada día.
En otras palabras, la misión del Espíritu Santo en
la Iglesia es: El que
suscita cambios y la conversión de los corazones a las exigencias y verdades
del Evangelio. Sin esta transformación de los corazones seriamos de una cultura
religiosa sin visión ni misión y la Iglesia seria mera comunidad de historia
pasada. El que empuja, anima y
guía a la Iglesia en su fidelidad al Evangelio y a Jesús, y en su fidelidad a
los hombres de todos los tiempos. El
que congrega y suscita la comunidad. Es cierto que a la comunidad la
dota de una serie de servicios y carismas, pero la verdad de la Iglesia es
“todo el pueblo de Dios” y no un grupo especializado dentro del Pueblo de Dios.
Por eso mismo, el Espíritu guía y gobierna a la Iglesia regalando los dones
necesarios a cada uno, según la misión que cada uno tiene dentro de la
comunidad. Tenemos que decir, que el Espíritu Santo guía a la Iglesia desde las
cabezas que la gobiernan, pero también desde la vida y la fidelidad de cada uno
de nosotros.
El primer don del Espíritu a su Iglesia es el don de la comunión, el
sentirnos uno, en la unidad de la mente y del corazón, la unidad en la verdad y
en la caridad. Donde no hay verdad del Evangelio no está el Espíritu, donde no
hay comunión y comunidad fraterna, tampoco está el Espíritu. Por eso, la
ruptura en la verdad la llamamos “herejía” y la ruptura en la comunión y unidad
la llamamos “cisma”.
Recordemos los dones del espíritu santo:
El Don de Sabiduría. Es el don que nos capacita para
descubrir el misterio insondable de Dios y de Cristo, relativizando o poniendo
en su verdadero lugar, las cosas y a las personas.
El Don de Inteligencia. Nos hace comprender las riquezas
y maravillas de la fe. Nos descubre la importancia de la fe en nosotros.
El Don de Ciencia. Nos ayuda a ver la verdad de las
cosas, a valorarlas adecuadamente y a situarnos en la libertad de Hijos de Dios
frente a las cosas.
El Don de Consejo. Nos muestra los verdaderos
caminos de Dios, los caminos de la santidad y, sobre todo, nos ayuda a
discernir con sentido de fe en los casos en que debemos tomar decisiones.
El Don de Fortaleza. Nos hace capaces de enfrentar las
dificultades y los momentos difíciles de nuestra fe. Es el don que nos hace
fuertes en las tentaciones.
El Don de Piedad. Es el don de la filiación divina.
Nos revela el misterio de la paternidad divina y nuestra condición de hijos.
Marca nuestras relaciones filiales con Dios Padre.
El Don de Temor de Dios. No es el temor servil, sino el
temor amoroso de hijos. Nos da fuerza para no ceder a la tentación y evitar
todo aquello que pudiera apartarnos de Dios.
De los
siete dones, tres se refieren al conocimiento: El don de inteligencia, el don
de ciencia, el don de sabiduría. Todos ellos relacionados con la verdad.
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