viernes, 15 de julio de 2016

DOMINGO XVI – C (17 de julio de 2016)


DOMINGO XVI – C (17 de julio de 2016)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 10,38-42:

En aquel tiempo, Jesús yendo de camino entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude". Pero el Señor le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada" PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

Si antes de actuar no entramos en sinfonía con nuestra conciencia donde Dios nos habla, puede pasarnos como al sacerdote o levita del domingo anterior que no actuaron en la voluntad de Dios (Lc 10, 30-32); si no nos abrimos al consejo de Jesús puede pasarnos lo mismo que a los pescadores. “Simón dijo a Jesús: Maestro hemos trabajado toda la noche y no hemos sacado nada de peces, pero si tú lo dices, echaré las redes" (Lc 5,5); si no escuchamos a Dios, puede pasarnos lo mismo que a Pedro que dijo a Jesús: “Dios no lo permita, Señor, eso no te sucederá. Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: ¡Apártate de mi vista satanás! Porque tú piensas  como los hombres y no como Dios" (Mt 16,22-23). ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? (Mt 16,26); “porque sin mi nada podrán hacer” (Jn 15,5).

El evangelio de este domingo nos reporta varias ideas: Jesús entra en casa de unos amigos donde pareciera que no viven sino dos hermanas (Jn 11,1), hecho que nos sugiere un ámbito familiar. En segundo lugar, trae a colación la idea de la dignidad de la mujer; en aquel entonces las mujeres estaban prohibidas de sentarse a escuchar a los maestros. En tercer lugar, acuña idea de la ternura de Jesús para con la mujer; ningún hombre de aquel tiempo respondería con la ternura y suavidad de Jesús a Marta que se queja: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude."(Lc 10,40). Y en cuarto lugar nos sugiere la idea de la prioridad entre el hacer y escuchar: "María ha elegido la parte buena, que no le será quitada" (Lc 10,42).

1.- Ámbito familiar: Conviene recordar aquella cita en la que Jesús se muestra como amigo fiel: “Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado (Jn 13,34). No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn 15,12-15). Y ampliando el panorama del ámbito familiar en el ámbito amical nos topamos con aquella cita: “Él les contestó: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de Dios es hermano mío y hermana y madre” (Lc 8,21). Por tanto y sabemos con qué confianza visita Jesús a la casa de Marta y María (Lc 7,37-47).

La casa de los amigos de Jesús nos sitúa en Betania (Jn 11,1): “Había un hombre enfermo llamado Lázaro, que era de Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. Esta María era la misma que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con sus cabellos (Jn 11,2). Su hermano Lázaro era el enfermo. Las dos hermanas mandaron a decir a Jesús: Señor, el que tú amas está enfermo. Al oírlo Jesús, dijo: Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para gloria de Dios, y el Hijo del Hombre será glorificado por ella. Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn 11,3-5). Por lo visto esta casa visitada por Jesús es una casa de frecuente visita, de ahí que incluso se ve a Jesús que lloró por su amigo lázaro cuando murió: “Al llegar María a donde estaba Jesús, en cuanto lo vio, cayó a sus pies y le dijo: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Al ver Jesús el llanto de María y de todos los judíos que estaban con ella, su espíritu se conmovió profundamente y se turbó. Y preguntó: ¿Dónde lo han puesto? Le contestaron: «Señor, ven a ver.»  Y Jesús lloró. Los judíos decían: ¡Miren cómo lo amaba!” (Jn 11,32-36).

2.- La dignidad de la mujer: Jesús demostrando que también la mujer tiene derecho a sentarse, a respirar, a darse un descanso y regalarse un espacio a sí misma. Recordemos el episodio de la ley que mata a pedradas solo a la mujer que comete adulterio y no dice nada del adúltero  “Los fariseos dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer es una adúltera y ha sido sorprendida en el acto. En un caso como éste la Ley de Moisés ordena matar a pedradas a la mujer. Tú ¿qué dices? Le hacían esta pregunta para ponerlo en dificultades y tener algo de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como ellos insistían en preguntarle, se enderezó y les dijo: Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le arroje la primera piedra” (Jn 8, 4-7). Y todos se retiraron avergonzados porque nadie tenía conciencia limpia y luego dijo a la mujer: “Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado? Ella contestó: Ninguno, señor. Y Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar más” (Jn 8,10-11). Como es de verse, es Jesús el primero en salir en defensa de la mujer y devolver su dignidad.

3.- Ternura de Jesús para con la mujer: "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada" (Lc. 10,42). Todos tenemos este privilegio de hallar en Jesús la fuente de esa fortaleza espiritual que tanto buscamos tanto varones y mujeres, pues Jesús nos llama a todos a acercarnos a él si estamos fatigado o cansados: “Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt 11,28-30).

Servicio y escucha son los dos ejes del Evangelio. Ambos son igualmente necesarios. Claro, que antes de hacer es preciso escuchar. Antes de hablar de Dios hay que escuchar a Dios. Antes de hablar de los hombres hay que escuchar a los hombres. No para quedarnos siempre sentados, sino para que luego vayamos a servirles. El trabajo es necesario. En el Evangelio no tienen cabida los vagos que no saben sino ver televisión y sus telenovelas. Dice San Pablo: “Quien no trabaja que no coma” (I Tes. 3,10). Pero el trabajo tiene que ser planificado. Los quehaceres nos cansan, pero no podemos caer en el nerviosismo que, como decimos hoy, nos lleva a vivir estresados, nerviosos, porque las tensiones nerviosas nos quitan la paz y además hacen difícil la convivencia.

Todos necesitamos de tiempo para trabajar (lunes a sábado), pero también necesitamos de tiempo para estar con nosotros mismos y de estar también escuchando a Dios (Domingo). De lo contrario, terminamos vaciándonos por dentro. Como alguien ha escrito: "Derecho a sentarse." Caminar, sí; pero descansar también. Quien no sabe descansar se desgasta trabajando (Mt 16,26).

4.- Prioridad entre el hacer y escuchar: Dijo Jesús: “María ha elegido la parte buena, que no le será quitada" (Lc. 10,42).  Además de eso, Jesús ya nos ha dicho: “Uds. son mis amigos, si escuchan y cumplen lo que les mando” ( Jn. 15,14). Y es más, sin la escucha a la palabra de Dios, siempre tendremos necesidades y puede pasarnos como paso en el inicio a los apóstoles: “Cuando terminó de hablar, dijo Jesús a Simón: Lleva la barca mar adentro y echen las redes para pescar. Simón respondió: Maestro, por más que lo hicimos durante toda la noche, no pescamos nada; pero, si tú lo dices, echaré las redes. Así lo hicieron, y pescaron tal cantidad de peces, que las redes casi se rompían” (Lc.5,4-6).

El domingo tiene que ser el día en que tenemos que sentarnos como María a los pies de Jesús para escuchar su palabra y en esa escucha hallaremos fuerzas para hallar el pan de cada día en el trabajo pero eso será posible para los humildes y sencillos de corazón: “En aquella ocasión Jesús exclamó: «Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado. Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer” (Mt  11,25-27).

En el evangelio de hoy, lo que Jesús corrige no es el servicio de la cocina, sino el activismo y, por tanto, la pérdida del ser. En tal sentido Jesús destaca dos cosas. Ciertamente que lo primero y más importante es "descansar y escuchar" porque sólo así podremos luego trabajar con tranquilidad y serenidad y no como sucede con frecuencia con los nervios a flor de piel. Más que de superioridades entre servicio y escuchar, lo que Jesús quiere hacernos ver es solo cuestión de prioridades. Escuchar es esencial, pero también es esencial el servicio. El hacer es importante, pero el descansar también. Esto es válido en todos los campos de la vida: como padres, como esposos, como personas, como jefes y, ¿sabes?, también como sacerdotes o religiosos.

Es tan importante el escuchar porque si no escuchas por ejemplo a tu esposa, ¿qué sabes de sus sentimientos y de qué le vas a hablar? Si no escuchas a tus hijos, sus problemas, sus necesidades, no te quejes de que luego no quieran ellos escucharte a ti. Si no conoces los problemas de la gente, ¿de qué les vamos a hablar? ¿Sólo de fútbol? Y esto es válido para todos y es esencial. Porque si yo como religioso o sacerdote no escucho primero a Dios, ¿qué les puedo decir de Dios a los fieles? Si yo no tengo tiempo para escuchar a Dios, ¿de qué lleno mi corazón y mi vocación? Si no escucho primero a Dios hablaré de mis ideas, pero no de lo que Él quiere que hable.


Hoy en día se escucha con frecuencia a la gente: "No tengo tiempo y por eso no voy a misa". Yo diría no tiene tiempo el que no quiere y como tenemos tiempo para la fiesta del amigo o vecino y la novela y luego decimos que no tenemos tiempo para ir a la Misa en el domingo. Además necesitamos vivir de prioridades, de lo contrario lo accidental y secundario termina por comernos vivos. He aprendido a disponer siempre de espacios de silencio y escucha. De lo contrario, me vacío.  Hay gente que anda sin tiempo para Dios. Luego corre a la farmacia porque sufre de hipertensión. Luego en busca de psicólogo. Por si no lo sabias, la mejor pastilla, el mejor psicólogo, el mejor amigo es Jesús.

EN SUMA:

El evangelista Lucas subraya “le recibió”. Marta le ofrece a Jesús la acogida propia de un huésped (así como también hará Zaqueo en Jericó, Lc 19,6; o los dos peregrinos en Emaús, Lc 24,29). Ella hace lo contrario de los samaritanos mencionados antes, en Lc 9,53, quienes “no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén”; y ciertamente tiene algún parecido con el “buen” samaritano que responde por la posada del hombre herido que recogió en el camino (Lc 10,34-35), si bien en el caso de Marta -como diferencia- se trata de la acogida del amigo.

Dos maneras de atender al huésped (Lc 10,39-40): La llegada del huésped altera la casa. Sus dos habitantes despliegan energías para atenderlo bien como ya se manifestó:

1. María (Escucha=domingo) (Lc 10,39): Dedica su tiempo a la persona misma de Jesús, ella se sienta frente a él “a los pies del Señor…”. El evangelista dice con precisión: “…escuchaba su Palabra” (Lc 10,39). El gesto de María frente a Jesús nos recuerda la posición de un discípulo con relación a su maestro (por ejemplo en Hch 22,3, Pablo se declara discípulo de Gamaliel con estos términos: “instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley”). La postura indica el interés por aprender recibiendo dócilmente la “Palabra” (que en Lucas es una manera de indicar la predicación y de referirse a toda la formación que Jesús les ofrece a sus discípulos).

Es interesante que Jesús anime a una mujer a aprender. Esto tiene una gran significación, puesto que los maestros judíos generalmente se oponían a que la mujer fuera a la escuela; Jesús hizo todo lo contrario (Lc 8,2-3).

2. Marta (activismo=lunes a sábado) (Lc 10,40): Por efecto de contraste, Marta aparece entonces en el trasfondo de la escena haciendo oficios: “estaba atareada en muchos quehaceres” (Lc 10,40). La frase describe a Marta absorbida por los oficios de la casa, concentrada en su deber de ama de casa y anfitriona. El relato insinúa que Marta deseaba escuchar a Jesús pero las tareas (“muchas”) que se requieren para poder ofrecer una buena acogida se lo impedían. Con la palabra “quehaceres” (diakonía) se nos deja entender en qué consiste la tarea: todo lo que es propio del servicio de la casa. Incluye la preparación del cuarto del huésped, el ambiente de la casa, pero sobre todo el servicio de la mesa: preparar y llevar los alimentos a la mesa (tenemos buenos ejemplos en Lucas 12,42; 17,8; 22,27; y otros pasajes; a Lucas le gusta el tema). En la obra de Lucas este término va designando cada vez más una realidad de fondo: lo propio del servicio eclesial, el cual genera grandes desgastes personales por el bien de los demás (Lc 22,7; Hechos 6,2).

El diálogo de Marta y Jesús (Lc 10,40-42): Una pequeña crisis se genera en la casa. La hermana mayor que se ha dado al oficio pesado por la atención del huésped expresa su protesta por haberse quedado “sola en el trabajo”. Se abre así un dialogo entre Marta y Jesús que no sólo resuelve la crisis sino que saca a la luz la enseñanza central del acontecimiento. Marta se dirige a Jesús (Lc 10,40). Probablemente Marta ya se ha dirigido primero a María para pedirle ayuda, pero ahora vemos cómo pierde la paciencia y acude a Jesús para pedirle que intervenga y mueva a la hermana perezosa.

Marta le habla a Jesús reconociéndolo como Maestro (por eso aquí usa el título “Señor”). Marta le habla a Jesús en estos términos: a) Un reclamo en forma de pregunta: “¿No te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo?”. El “¿No te importa?” tiene el sabor amargo de quien reclama para sí una mejor consideración. Marta deja entender: “¿Es que yo no te importo?”. b) Una orden: “Dile, pues, que me ayude”. Marta le dice a Jesús lo que tiene que hacer, indicándole indirectamente en qué debe instruir a su hermana María. Marta está al servicio de Jesús y quiere hacer todo lo posible por honrarlo, lo cual es altamente loable, sin embargo no parece comprender la verdadera dignidad de su invitado: él es Maestro y ha venido a su casa en esta condición.  Como se ve, Marta no le deja ser su Maestro porque no está abierta a lo que trae Jesús para ella y porque se coloca en la posición de quien da las órdenes; ella cree saber qué es lo que Jesús debe hacer.

Jesús se dirige a Marta (Lc 10,41-42): Y por fin se escucha la voz de Jesús. En sus palabras a Marta notamos: 1) Se dirige a ella por su nombre propio. La repetición del nombre indica que habla con cariño, pero también con firmeza: “Marta, Marta”. Con esta manera de hablar, Jesús la interpela desde el fondo de su identidad. Jesús va a corregir amablemente la buena voluntad de Marta y a poner sus energías en la dirección correcta. 2) Le hace caer en cuenta de su situación: “Te preocupas y te agitas por muchas cosas pero solo una es necesaria y Maria escogió la mejor opción” (Lc 10,42).

viernes, 8 de julio de 2016

DOMINGO XV – C (10 de julio 2016)


DOMINGO XV – C (10 de julio 2016)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 10,25-37                                    
En aquel tiempo, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?" Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?" Él le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo". "Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida". Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?"

Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos bandidos, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver". ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?" "El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera". PALABRA DEL SEÑOR.

Muy estimados hermanos(as) en el Señor, Paz y Bien:

El evangelio de este domingo nos trae dos enseñanzas que se complementa: a) El mandamiento principal de la ley (Lc 10,25-28). b) La parábola del buen samaritanos (Lc 10,29-37). Las dos enseñanzas bien se pueden unir con esta cita: “El que dice yo amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (I Jn 4,20-21). En la enseñanza de hoy, Jesús le dice al doctor de la ley que ponga en práctica aquello que en teoría ya conocía: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo” (Lc. 10,27-28). Después le explica quien es el prójimo con la conocida parábola del buen samaritano.

En la parte final del evangelio leído en el domingo anterior decía Jesús a sus discípulos: “No se alegren de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo" (Lc 10,20). Y nos preguntábamos ¿Cómo hacer que nuestro nombre este escrito en el cielo? ¿Por qué es importante que este escrito mi nombre en el cielo? La única forma de inscribir mi nombre en el cielo es: Anunciando el Reino de Dios (Lc 10,11). Recordemos al respecto lo que dijo Jesús: “Quien me anuncie abiertamente ante los hombres, yo lo también lo anunciaré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo lo negaré ante mi Padre que está en el cielo a aquel que me niegue ante los hombres en este mundo” (Mt 10,32-33).

Las dos enseñanzas de este domingo complementan aquella enseñanza del domingo anterior, es decir: al anunciar el Reino de Dios uno registra su nombre en el cielo, que tiene que ver con la misión, pero una misión hecha vida o vivida y no un anuncio de mera teoría. Y esa experiencia de vida es la que hoy se nos describe cuando un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?" (Lc 10,25). La respuesta es cumpliendo la ley de Dios: amor a Dios y amor al prójimo. Mejor dicho el amor a Dios pasa por el amor al prójimo. De aquí la pregunta ¿Quién es mi prójimo? (Lc 10,29).

La parábola del buen samaritano que acabamos de escuchar me trae a la memoria la experiencia de vida de San Francisco de Asís: “El santo enamorado de la perfecta humildad se fue a donde los leprosos; vivía con ellos y servía a todos por Dios con extremada delicadeza: lavaba sus cuerpos infectos y curaba sus úlceras purulentas, según él mismo lo refiere en el testamento: Como estaba en pecado, me parecía muy amargo ver leprosos; pero el Señor me condujo en medio de ellos y practiqué con ellos la misericordia” (Test 1-2). En efecto, tan repugnante le había sido la visión de los leprosos, como él decía, que en sus años de vanidades, al divisar de lejos, a unas dos millas, sus casetas, se tapaba la nariz con las manos. Mas una vez que, por gracia y virtud del Altísimo, comenzó a tener santos y provechosos pensamientos, mientras aún permanecía en el siglo, se topó cierto día con un leproso, y, superándose a sí mismo, se llegó a él y le dio un beso. Desde este momento comenzó a tenerse más y más en menos, hasta que, por la misericordia del Redentor, consiguió la total victoria sobre sí mismo. También favorecía, aun viviendo en el siglo y siguiendo sus máximas, a otros necesitados, alargándoles, a los que nada tenían, su mano generosa, y a los afligidos, el afecto de su corazón. Pero en cierta ocasión le sucedió, contra su modo habitual de ser -porque era en extremo cortés-, que despidió de malas formas a un pobre que le pedía limosna; en seguida, arrepentido, comenzó a recriminarse dentro de sí, diciendo que negar lo que se pide a quien pide en nombre de tan gran Rey, es digno de todo vituperio y de todo deshonor. Entonces tomó la determinación de no negar, en cuanto pudiese, nada a nadie que le pidiese en nombre de Dios. Lo cumplió con toda diligencia, hasta el punto de llegar a darse él mismo todo en cualquier forma, poniendo en práctica, antes de predicarlo, el consejo evangélico” (Vida I de Tomas de Celano Cap. VII, 17).

El prójimo es el indigente en el camino, apaleados por la miseria, por los ladrones del evangelio de hoy, esos leprosos en los que Jesús sigue siendo injustamente crucificados por la miseria humana y en el que San Francisco encontró a Jesús sufriente, esos heridos y golpeados por la vida y la miseria y la enfermedad con quienes nos solemos topar en la calle hoy nos tiene que interpelar si o si y preguntarnos qué actitud asumo ante la necesitad de aquel que requiere una urgente ayuda y auxilio, teniendo en cuenta que tú eres la mano de Dios desde el día de tu bautismo y te dice Dios: “Tu eres mi hijo, yo te he engendrado” (Lc.3,22). Como nos portamos ante la necesidad del prójimo? Somos como el sacerdote indiferente del evangelio? Somos como el levita también indiferente o somos como el buen samaritano del evangelio, y como el Buen pobre de Asís quien en el beso al leproso supo toparse con el mismo Jesús que sufre?

Ante cruentas realidades y las necesidades de ayuda las bonitas palabras no tienen sentido por eso Jesús presenta la verdad de nuestra fe, de nuestra religiosidad y de la misma Iglesia situada en un contexto real. Lucas dice muy finamente que por allí pasan "casualmente" un sacerdote y un levita (Lc 10,31-32), se ve que no era normalmente su camino porque su camino era el del templo, hasta es posible que viniesen del Templo. Sacerdote y levita al verlo al herido "dan un rodeo", es decir, cierran los ojos o miran a otra parte. Es una manera gráfica de expresar que el que sufre no existe para ellos. Ellos viven otra realidad, la del templo, la de la ley. Viven encerrados posiblemente en sus rezos. Viven una fe sin obras de caridad (Stg 2,17).

Un samaritano que apesta para los judíos por ser un pagano, ese está de viaje. No viene del templo, va a sus negocios o a solucionar alguno de sus problemas. Pero éste sí tiene ojos y tiene ojos en el corazón porque sintió lástima, se acercó, le vendó las heridas, lo monta en su cabalgadura y lo lleva a una posada donde puedan atenderle mejor. Mete la mano al bolsillo y paga los gastos. Aquí es donde se cumple aquello: “El Rey dirá a los de su derecha vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver. Los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento… ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte? Y el Rey les responderá: Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pobre de mis hermanos, lo hicieron conmigo" (Mt 24,34-40).

Lo del buen samaritano, es una parábola que de hecho interpela para los que viven la religión de la ley y del Templo. La gente religiosa no tiene ojos porque no tiene sensibilidad en el corazón ante el sufrimiento humano, es una religiosidad a la que no importa el dolor y el sufrimiento. Al respecto dice el apóstol Santiago: “Si alguno se cree muy religioso, pero no controla sus palabras, se engaña a sí mismo y su religión no vale. La religión verdadera y perfecta ante Dios, nuestro Padre, consiste en esto: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus necesidades y no contaminarse con la corrupción de este mundo” (Stgo. 1,26-27).

La pregunta del doctor del evangelio que pregunta a Jesús demuestra que sabe mucho de la ley, pero no sabe quién es realmente su prójimo. Sabe mucho de Dios, pero ignora quién pueda ser su prójimo. Una religiosidad de la indiferencia ante los demás. Una religiosidad que no tiene ojos para ver al que sufre. Como contraste, un samaritano, un pagano, uno que no sabe nada del Templo y de Dios tiene "entrañas de compasión". Para colmo, Jesús le dice al letrado: "que también él haga lo mismo." Que sea no como su gente del templo, sino que sea como ese pagano. ¡También fuera de la Iglesia puede haber mucho corazón, mucha solidaridad, mucha bondad! Hay que estar atentos a lo que hacemos. Pues Dios no es de bonitas palabras sino sobre todo misericordia y caridad: “la fe sin obras es una fe muerta” (Stgo 2,17).

El Maestro de la Ley, busca justificaciones y le hace a Jesús una pregunta: "¿Quién es mi prójimo?" (Lc 10,29). La pregunta puede tener sentido, ya que en aquel entonces el concepto de prójimo, hacia referencia esencialmente a los conciudadanos judíos y no a los extranjeros que se establecían en la tierra de Israel. Digamos que el concepto de prójimo estaba demarcado más por la geografía que por los sentimientos del corazón. Hoy ya es muy claro la connotación de “Mi prójimo” que es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar. El concepto de prójimo no puede ser algo abstracto y genérico. El prójimo sin rostro no es prójimo. Al prójimo hay que ponerle rostro, por eso puede "ser cualquiera y de modo especial el que tenga necesidad de mi ayuda. La idea de prójimo se universaliza, aunque siempre tiene rostro concreto.

El amor al prójimo es tan universal como el amor de Dios. El prójimo se mide y valora ante todo como persona y luego por sus necesidades. Son las necesidades las que nos hace fijarnos en él. Son las necesidades las que nos hacen detenernos en nuestras prisas para fijarnos en él. Esa es la actitud del buen Samaritano.

Hay dos rasgos fundamentales cuando hablamos del prójimo. La primera, que el mismo Jesús se identifica con él: "Tuve hambre, sed, estuve desnudo, en la cárcel, enfermo, viejo, y me visitasteis." (Mt 25,31-46) El prójimo es como la encarnación de Jesús sin nombre y anónima. La segunda, es la relación tan íntima del prójimo con Dios hasta el punto de que Jesús anuncia el primer mandamiento, pero añadiéndole el segundo del amor al prójimo (Lc 10,27). No hay amor a Dios donde no hay amor al prójimo, como tampoco hay amor al prójimo que no sea a la vez amor a Dios (I Jn 4,20). El amor a Dios sin amor al prójimo es una mentira.

Con frecuencia creemos amar a Dios, por más que no queramos saber nada con nuestro prójimo. Incluso podemos confesarnos de un montón de pecados, pero sin que nuestro corazón se reconcilie con el prójimo. El amor de Dios y el odio o resentimiento son irreconciliables. San Juan es bien explícito al respeto: "Quien dice amar a Dios y aborrece al hermano, es un mentiroso; pues no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve". (I Jn 4,20) Lo primero es primero: Dios. Es que si en mi corazón no existe el amor de Dios, difícilmente podré amar al prójimo. El amor al prójimo brota del mismo amor de Dios y es más, lo expresa.


La Caridad es una virtud que Dios nos concede. Es decir, nosotros no podemos amar por nosotros mismos, sino que Dios nos ama y con ese Amor con que Dios nos ama, podemos nosotros amar a Dios y amar también a los demás (Jn 13,34). ¿Podemos, entonces, amar a Dios, como nos pide el Evangelio de hoy: con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas y con todo nuestro ser? (Lc. 10, 25-37). Si es posible, pero así, con esa medida como Dios nos amó. Y esto no es imposible. Nos lo asegura la Primera Lectura del Libro del Deuteronomio, que explica la Ley de Dios en forma práctica. Ahí nos dice Moisés lo siguiente: “Los mandamientos no son superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu alcance... Por el contrario, todos los mandamientos están muy a tu alcance, en tu boca y en tu corazón solo hace falta que los cumplas”. (Dt. 30, 10-14)

Resumiendo con nuestra reflexión traemos en recuerdo aquella gran profecía mesiánica: “Dios dijo: Los sacaré de las naciones, los reuniré de entre los pueblos y los traeré de vuelta a su tierra. Los rociaré con un agua pura y quedarán purificados; los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus inmundos ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de ustedes un espíritu nuevo. Quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Pondré dentro de ustedes mi Espíritu y haré que caminen según mis mandamientos, que observen mis leyes y que las pongan en práctica” (Ez. 36,24-27). Esta profecía tiene su cumplimiento como acto de caridad de Dios para con toda la humanidad en su Hijo Cristo Jesús quien se ha portado como el buen samaritano al darnos una gran ayuda de auxilio en nuestra salvación. San Juan lo dice: “Tanto amó Dios al mundo le dio a su Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él” (Jn. 3,16-17).

sábado, 2 de julio de 2016

DOMINGO XIV - C (3 de Julio de 2016)


DOMINGO XIV - C  (3 de Julio de 2016)

PROCLAMACION DEL SANTO EVANGELIO SEGUN San Lucas 10,1-12.17-20:

En aquel tiempo El Señor designó a otros 72, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde Él había de ir. Y les decía: "La mies es abundante y los obreros pocos; rueguen, pues al dueño de la mies que mande obreros a su mies. Pónganse en camino! Miren que les envío como corderos en medio de lobos.

No lleven bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saluden a nadie en el camino. En la casa en que entren, digan primero: "Paz a esta casa." Y si hubiere allí un hijo de paz, su paz reposará sobre él; si no, se volverá a Uds. Permanezcan en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayan de casa en casa. En la ciudad en que entren y les reciban, coman lo que les pongan; curen los enfermos que haya en ella, y díganles: "El Reino de Dios está cerca de Uds. En la ciudad en que entren y no les reciban, salgan a sus plazas y díganles: Hasta el polvo de su ciudad que se nos ha pegado a los pies, y se los sacudimos. Pero sepan, con todo, que el Reino de Dios está cerca. Les digo que en aquel Día habrá menos rigor para Sodoma que para aquella ciudad.

Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre". Él les dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes, escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo". PALABRA DE DIOS

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y bien.

El evangelio de hoy nos sitúa en un contexto de misión: “Pónganse en camino… (Lc 10,3); anuncien que el Reino de Dios está cerca…(Lc 10,11); alégrense porque su nombre este escrito en el cielo” (Lc 10,20). Tema que complementa al mensaje del domingo anterior en que trataba el tema de seguir y estar con Jesús: “Mientras iban caminando, uno le dijo: Te seguiré adondequiera que vayas. Y Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. A otro dijo: Sígueme. Él respondió: Déjame ir primero a enterrar a mi padre. Le respondió: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios" (Lc. 9, 57-60). Y decíamos que uno no puede llamarse a sí mismo; es Jesús quien llama (Jn 15,16). Uno no puede irse al cielo por su cuenta y por eso hasta el joven rico al interesarse por el cielo preguntó: ¿Qué tengo que hacer para llegar al cielo? Jesús le dijo: “Cumple los mandamientos de la ley de Dios”. El Joven dijo: Ya cumplí con todo eso desde pequeño qué mas me falta. Y Jesús le dijo: Claro que te falta algo más: Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres y vente conmigo” (Mc10,17).

Como vemos, el tema de hoy es el ser enviado a una misión, pero para ser enviado hay que estar antes con el maestro. El buen apóstol es el que antes es un buen discípulo. Quien ha escuchado la llamada, comprenderá esta preocupación: “La mies es mucha, los obreros son pocos” (Lc. 10,2). Los hombres y mujeres que necesita a Dios y que quieren conocer la verdad son muchos, pero los comprometidos  con el Evangelio son pocos. Esta vez, Jesús no manda solo a los Doce, manda a setenta y dos, es decir manda a todos los discípulos de dos en dos (sentido eclesial y comunitario).

La segunda preocupación del misionero es precisamente esta advertencia: “Sepan que los envío como corderos en medio de lobos” (Lc 10,3). La misión no será nada fácil. Con razón ya había dicho Jesús a los que se movían por meras ilusiones: “Te seguiré adondequiera que vayas. Y Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. A otro dijo: Sígueme. Él respondió: Déjame ir primero a enterrar a mi padre. Le respondió: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios" (Lc. 9, 57-60). La misión es para los sabios, decididos, arriesgados, valientes, pero para los humildes de corazón (Mt 11,28).

La misión que les encarga es el Reino de los cielos y su propagación: “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Por tanto para tal misión no hace falta “llevar monedero, ni bolsón, ni sandalias, ni se detengan a visitar a conocidos. Al entrar en cualquier casa, bendíganla antes diciendo: La paz sea en esta casa” (Lc 10,5).
Nada de quedar sentados calentando las bancas de la Iglesia. El verdadero lugar del que lleva el evangelio de Jesús es el camino, no la tranquilidad de la casa. Es el camino y no la tranquilidad de instalarnos cómodamente en la Iglesia preocupados de que esté siempre limpia. El Evangelio de hoy nos pide a todo bautizado tener no zapatos lustrados, sino pies sucios por el polvo del camino. Nos invita ser parte de Iglesia en misión.

Al respecto este año, estamos en el año de la misericordia por tanto estamos en la tarea de ser misericordiosos con nosotros mismos al comprometernos en la misión, para ello es indispensable fortalecernos en la fe, con el único propósito de decir: “hemos visto el Señor” (Jn 20,25). Porque de este encuentro con el Señor nace una autentica misión. Benedicto XVI lo expresó muy bien cuando dijo: "La Iglesia no está ahí para ella misma, sino para la humanidad." Y el Papa actual ha dicho reiteradas veces que “tenemos que ser pastores con olor de ovejas”. Esta tare nos compromete desde el bautismo:"¡Id y haced discípulos a todos los pueblos!" (Mt. 28,19-20)- de esta noble misión depende nuestra salvación cuando el mismo Señor nos lo dice: “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,26-27).

El último aspecto a tenerse encuentra en el evangelio de hoy es esto: “Sanen a los enfermos y digan a la gente: El Reino de Dios ha venido a ustedes. Pero si entran en una ciudad y no quieren recibirles, vayan a sus plazas y digan: Nos sacudimos y les dejamos hasta el polvo de su ciudad que se ha pegado a nuestros pies. Con todo, sépanlo bien: el Reino de Dios ha venido a ustedes” (Lc. 10,9-11). Jesús les pide que anuncien, pero haciendo signos que hagan creíble la buena Noticia. "Curen enfermos." Demostrando que Dios se preocupa del bienestar y la salud integral del hombre.

Esta misión del envió a los 72 no es sino un anticipo lo que luego y en definitiva será cuando se consuma la redención, es decir la pasión, muerte de nuestro Señor y su resurrección. Después de su resurrección, el Señor Jesús se presentó muchas veces a los apóstoles, reforzando su fe y preparándolos para el inicio de una gran misión evangelizadora, que les confió de modo definitivo en el momento de su ascensión al cielo. Es entonces cuando el Señor dirigió a sus apóstoles este mandato: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc. 16,15-16). De este momento el Evangelista San Mateo recoge también estas otras palabras del Señor: “Id y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28,19-20). El del Señor hace un llamado a ponerse en marcha, un envío con su poder para continuar su propia misión reconciliadora y proclamar el Evangelio a todas las culturas de todos los tiempos para transformar a modo de fermento el mundo entero.

CON LA FUERZA DE SU ESPÍRITU

El Señor había mandado anteriormente a los discípulos a que esperaran en Jerusalén la venida del Espíritu. Les había dicho: “Serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días”(Hch1,8). Siguiendo aquellas indicaciones volvieron al cenáculo y allí perseveraban en la oración en compañía de María, preparándose de esta manera sus corazones para recibir el Don prometido (Hch. 1,14).

Cincuenta días después de la resurrección del Señor sucedió aquél imponente derroche del Espíritu sobre María y los apóstoles: “De repente, un ruido del cielo, como de un viento impetuoso, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería” (Hch 2,2-12). El Espíritu fortaleció interiormente a los hasta entonces temerosos apóstoles y los lanzó al anuncio incontenible, ardoroso, valiente y audaz del Evangelio, con el fin de encender el mundo entero: “Todos estaban asombrados y perplejos, y se preguntaban unos a otros qué querría significar todo aquello. Pero algunos se reían y decían: ¡Están borrachos! Entonces Pedro, con los Once a su lado, se puso de pie, alzó la voz y se dirigió a ellos diciendo: Amigos judíos y todos los que se encuentran en Jerusalén, escúchenme, pues tengo algo que enseñarles. No se les ocurra pensar que estamos borrachos, pues son apenas las nueve de la mañana, sino que se está cumpliendo lo que anunció el profeta Joel: Escuchen lo que sucederá en los últimos días, dice Dios: derramaré mi Espíritu sobre cualesquiera que sean los mortales. Sus hijos e hijas profetizarán, los jóvenes tendrán visiones y los ancianos tendrán sueños proféticos. En aquellos días derramaré mi Espíritu sobre mis siervos y mis siervas y ellos profetizarán. Haré prodigios arriba en el cielo y señales milagrosas abajo en la tierra. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre antes de que llegue el Día grande del Señor. Y todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará. Israelitas, escuchen mis palabras: Dios acreditó entre ustedes a Jesús de Nazaret. Hizo que realizara entre ustedes milagros, prodigios y señales que ya conocen. Ustedes, sin embargo, lo entregaron a los paganos para ser crucificado y morir en la cruz, y con esto se cumplió el plan que Dios tenía dispuesto. Pero Dios lo libró de los dolores de la muerte y lo resucitó, pues no era posible que quedase bajo el poder de la muerte” (Hch 2,12-24).

Hoy como ayer, el Espíritu Santo es el protagonista de la evangelización. Este Don divino comunicado a hombres y mujeres frágiles y débiles como nosotros es, al mismo tiempo, luz y fuerza: luz, para anunciar el Evangelio, la verdad plenamente revelada por Dios en Jesucristo; fuerza, ardor y vitalidad para proclamar e irradiar el Evangelio a todos los seres humanos, para dar testimonio de la fe venciendo todo miedo, complejo o limitación. De este modo se cumplía y se cumple también hoy lo que el Señor había anunciado ya anteriormente a sus discípulos: “Recibieran la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre Uds. y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch. 1,8).

“ID POR TODO EL MUNDO Y ENSEÑAD EL EVANGELIO” (Mc 16,15)

Jesús les volvió al decir: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los envío yo también.” Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos” (Jn 20,21-23).

Dios nos ha llamado a cada uno por nuestro nombre, nos ha ungido y nos ha enviado, haciéndonos partícipes de la misión de su Hijo amado. Tenemos también hoy en nosotros la fuerza del Espíritu y experimentamos el dinamismo expansivo de la Buena Nueva: ¡no podemos contener su anuncio! Arde en nuestro corazón un fuego que necesita comunicarse (Jer. 20,9) y expandirse encendiendo otros corazones con el anuncio del Evangelio, buscando ganarlos para el Señor con el testimonio de una vida que llevando al Señor muy dentro lo irradia con su sola presencia. Eso no puede sino expresarse en la creciente coherencia con que en la vida cotidiana vivimos el Evangelio que predicamos. Por ello la semilla de la Buena Nueva espera y necesita ser acogida por nosotros mismos cada día, pues está llamada a germinar y dar frutos de conversión y santidad en mí, para que de ese modo pueda anunciarla de modo creíble y convincente a todas las personas.

Jamás podemos olvidar que la evangelización del mundo entero pasa a través de nuestra propia santidad, posible sólo en la medida en que cada uno sepa acoger el Espíritu divino en sí dejándose transformar por su dinamismo de amor. No olvidemos que nadie da lo que no tiene: ninguno de nosotros podrá transmitir el Señor si no lo lleva dentro, si cada día no le abre la puerta de su corazón y se encuentra con Él. Si no arde el fuego del amor del Señor en nuestros corazones (Lc. 24,32), ¿cómo podremos encender otros corazones, cómo podremos encender el mundo entero? Al respecto y con mucha razón San Pablo nos advierte: “Ahora vivo yo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20) Pero también exclamó lleno de gozo: ¡Pobre de mí si no anuncio el Evangelio! (I Cor 9,16).

LA MISIÓN DE LOS APÓSTOLES ES LA MISIÓN DE LA IGLESIA QUE ES UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA (Según NCI 858-865).

Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, "llamó a los que él quiso y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3, 13-14). Desde entonces, serán sus "enviados" [es lo que significa la palabra griega apóstoloi. En ellos continúa su propia misión: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21; Jn 13, 20; 17, 18). Por tanto su ministerio es la continuación de la misión de Cristo: "Quien a vosotros recibe, a mí me recibe", dice a los Doce (Mt 10, 40; Lc 10, 16).

Jesús los asocia a su misión recibida del Padre: como "el Hijo no puede hacer nada por su cuenta" (Jn 5, 19.30), sino que todo lo recibe del Padre que le ha enviado, así, aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin Él (Jn 15, 5) de quien reciben el encargo de la misión y el poder para cumplirla. Los Apóstoles de Cristo saben por tanto que están calificados por Dios como "ministros de una nueva alianza" (2 Co 3, 6), "ministros de Dios" (2 Co 6, 4), "embajadores de Cristo" (2 Co 5, 20), "servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1 Co 4, 1).

En el encargo dado a los Apóstoles hay un aspecto intransmisible: ser los testigos elegidos de la Resurrección del Señor y los fundamentos de la Iglesia. Pero hay también un aspecto permanente de su misión. Cristo les ha prometido permanecer con ellos hasta el fin de los tiempos (Mt 28, 20). "Esta misión divina confiada por Cristo a los Apóstoles tiene que durar hasta el fin del mundo, pues el Evangelio que tienen que transmitir es el principio de toda la vida de la Iglesia. Por eso los Apóstoles se preocuparon de instituir [...] sucesores" (LG 20).

Los obispos sucesores de los Apóstoles: "Para que continuase después de su muerte la misión a ellos confiada, [los Apóstoles] encargaron mediante una especie de testamento a sus colaboradores más inmediatos que terminaran y consolidaran la obra que ellos empezaron. Les encomendaron que cuidaran de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les había puesto para ser los pastores de la Iglesia de Dios. Nombraron, por tanto, de esta manera a algunos varones y luego dispusieron que, después de su muerte, otros hombres probados les sucedieran en el ministerio" (LG 20).

 "Así como permanece el ministerio confiado personalmente por el Señor a Pedro, ministerio que debía ser transmitido a sus sucesores, de la misma manera permanece el ministerio de los Apóstoles de apacentar la Iglesia, que debe ser ejercido perennemente por el orden sagrado de los obispos". Por eso, la Iglesia enseña que "por institución divina los obispos han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha, escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que lo envió" (LG 20).

El apostolado: Toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de San Pedro y de los Apóstoles, en comunión de fe y de vida con su origen. Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es "enviada" al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. "La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado". Se llama "apostolado" a "toda la actividad del Cuerpo Místico" que tiende a "propagar el Reino de Cristo por toda la tierra" (AA 2).

 "Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen del apostolado de la Iglesia", es evidente que la fecundidad del apostolado, tanto el de los ministros ordenados como el de los laicos, depende de su unión vital con Cristo (AA 4; cf. Jn 15, 5). Según sean las vocaciones, las interpretaciones de los tiempos, los dones variados del Espíritu Santo, el apostolado toma las formas más diversas. Pero la caridad, conseguida sobre todo en la Eucaristía, "siempre es como el alma de todo apostolado" (AA 3).


La Iglesia es una, santa, católica y apostólica en su identidad profunda y última, porque en ella existe ya y será consumado al fin de los tiempos "el Reino de los cielos", "el Reino de Dios" (cf. Ap 19, 6), que ha venido en la persona de Cristo y que crece misteriosamente en el corazón de los que le son incorporados hasta su plena manifestación escatológica. Entonces todos los hombres rescatados por él, hechos en él "santos e inmaculados en presencia de Dios en el Amor" (Ef 1, 4), serán reunidos como el único Pueblo de Dios, "la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9), "la Ciudad Santa que baja del Cielo de junto a Dios y tiene la gloria de Dios" (Ap 21, 10-11); y "la muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce Apóstoles del Cordero" (Ap 21, 14).

sábado, 25 de junio de 2016

DOMINGO XIII – C (26 de Junio 2016)


DOMINGO XIII – C  (26 de Junio 2016)

Proclamación del Santo evangelio según San Lucas. 9,51-62:

En aquel tiempo, sucedió que como se iban cumpliendo los días de su ascensión, Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: "Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?" Pero volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo.

Mientras iban caminando, uno le dijo: "Te seguiré adondequiera que vayas." Jesús le dijo: "Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza." A otro dijo: "Sígueme." Él respondió: "Déjame ir primero a enterrar a mi padre." Le respondió: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios." También otro le dijo: "Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa." Le dijo Jesús: "Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios." PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÒN­:

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

El evangelio de hoy nos habla de dos temas: Violencia y seguimiento, el deseo del hombre y el deseo de Dios. La siguiente cita puede servirnos como hipótesis al tema de reflexión: ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según sus obras” (Mt 16,26-27).

¿Nos sentimos aludidos con el Evangelio de hoy o somos de los que son indiferentes a quienes les da lo mismo estar con Dios o con el demonio? Dice la Biblia que Dios quiere el corazón del hombre sincero: “Cuando me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; y cuando me busquen me encontrarán, siempre que me imploren con un corazón puro y sincero” (Jer 29,12-13). Bien, presumo que se dieron cuenta de que el relato del Evangelio de hoy tiene dos partes pero que en el fondo son el complemento de una sola realidad: el estar con Dios, ya de camino, ya en la alegría, o en la tristeza y en toda circunstancia. Al respecto Pedro dijo: “Maestro, ¡qué bueno que estemos aquí! Levantemos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Pero no sabía lo que decía. Estaba todavía hablando, cuando se formó una nube que los cubrió con su sombra, y al quedar envueltos en la nube se atemorizaron. Pero de la nube llegó una voz que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo” (Lc 9,33-35).

En la primera escena es de advertirse que los apóstoles reflejan el lado humano, una reacción violenta de los discípulos que quieren pedir fuego para quemar vivos a aquellos samaritanos que no quieren dar alojamiento a Jesús por la sencilla razón que va camino de los judíos (Lc. 9,53). Los discípulos llevaban fuego más que amor. Ante el rechazo de Jesús por los samaritanos, tratan de solucionar el problema "pidiendo fuego para que acabe con ellos". La gran tentación de hoy es esto precisamente, hacer las cosas como se nos parezca. Estar con Dios, pero hacer como nosotros queremos.

Ya había advertido Jesús a los apóstoles: “No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará... Porque con la medida que ustedes midan, serán medidos ustedes” (Lc 6,36). Las revoluciones necesitan sangre, pero es el criterio humano. Por eso todas las revoluciones terminan dividiendo: vencedores y vencidos. Comprométete en una revolución en la que todos terminemos siendo más hermanos. Las revoluciones se hacen con violencia, pero tú puedes hacer una revolución diferente: la revolución del amor. La revolución del amor no necesita sangre, le basta el amor (Jn 13,34).

El reto nuestro es esto: Si queremos un  mundo distinto, no esperemos el cambio de los demás, comencemos a cambiar nosotros mismo. El mundo comienza a ser distinto cuando tú has cambiado. No pretendas cambiar el mundo con el sacrificio de los demás eso no es querer de Dios. Jesús también quiso cambiar el mundo, pero para ello comenzó por ofrecerse a sí mismo hasta la muerte. Cuando alguien es capaz de morir por el otro, el otro comienza a ser diferente. Recordemos aquella cita: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando” (Jn 15,13-14). Si anhelamos una sociedad más justa, comencemos por ser justo con los demás: “Traten a los demás como quieren que ellos les traten a ustedes” (Lc 6,31). Así pues, se justo con tu esposa, con tu esposo. Justo con tus hijos. Justo con tus padres y tus hermanos. Justo con todos. Ahí comienza la justicia del mundo.

No exijas porque encontrarás resistencias. Ofrece y verás cómo los corazones se te abren y se hacen más blandos. No pidas, no reclames. Haz de tu vida un ofrecimiento y un regalo, verás que alguien comenzará ya diciéndote: gracias. Cuando alguien te dice gracias, algo está cambiando dentro de su corazón. ¿No creen ustedes que todos llevamos dentro también mucha violencia (fuego) contra todos, pero sobretodo contra aquellos que atacan a la Iglesia, hablan más de la Iglesia o atacan a la Iglesia o incluso a nuestras ideas políticas? Habría que mirar bien dentro de nosotros. Es posible no seamos tan mansos como parecemos. Jesús había dicho: “El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: "Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?" El les contestó: "Algún enemigo ha hecho esto." Le dice los siervos: "¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?" Les dice: "No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquen a la vez el trigo. Déjenlo que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recojan primero la cizaña y atenla en gavillas para quemarla, y el trigo recojan en mi granero" (Mt 13,24-30).

Como complemento de lo tratado, en la parte segunda se nos plantea el problema fundamental de nuestra fe y nuestra relación con Jesús. Con frecuencia, damos mucha importancia a nuestras devociones, sobretodo, aquellas que nos ofrecen seguridad, pero nos olvidamos que lo esencial del cristiano es el "seguimiento de Jesús". Esto es lo serio del Evangelio, de ahí que nos encontremos con tres situaciones que, de alguna manera nos marcan el camino y el sentido de lo que significa "seguir a Jesús". Digamos que aquí hay algo más que estampitas bonitas con bonitas oraciones. Aquí hay decisiones radicales donde el sí es sí y el no es no (Mt 5,36). Jesús no anda con medias tintas. Ni el cristiano está llamado a "vivir a la moda" o según soplan los vientos. Ello presupone renunciar radicalmente a los peros que en decir verdad vienen de nuestros caprichitos. Y es que nos gusta engreírnos y Dios como nos gustaría o quisiéramos que nos engría. Pero mucho cuidado, estas cositas personales no tienen nada que ver con el querer de Dios o sino recordemos aquel caprichito de Pedro:

Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?» Jesús le contestó: «Tú no puedes comprender ahora lo que estoy haciendo. Lo comprenderás más tarde.» Pedro replicó: «Jamás me lavarás los pies.» Jesús le respondió: «Si no te lavo, no podrás tener parte conmigo.» Entonces Pedro le dijo: «Señor, lávame no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.» Jesús le dijo: «El que se ha bañado, está completamente limpio y le basta lavarse los pies. Y ustedes están limpios, aunque no todos.» (Jn 13,6-10).  O recordemos aquella cita: “Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprender a Jesus, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no te sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 16,22-23).

Hay un radicalismo donde se trata de nadar contra corriente, muchas veces, ni se trata de agarrarnos al pasado. El seguimiento es siempre un camino que hay que andar y que constantemente nos desinstala de nuestras seguridades. El seguimiento de Jesús no nos asegura contra nada sino que nos sitúa frente al desafío con frecuencia de la imprevisible.

El Evangelio de hoy nos plantea un problema al que posiblemente le estamos dando poca importancia. Se habla aquí de tres pretensiones de seguimiento y de tres respuestas que pueden sonarnos algo extrañas. Jesús que pone dificultades a quien, sin ser llamado, pretende seguirle. A otro lo invita a seguirle, no se niega, pero pone condiciones que en sí parecen razonables, pero que Jesús no acepta. Un tercero que también se ofrece, pero con ciertas condiciones. Total que ninguno de los tres termina siguiendo a Jesús. El seguimiento es ante todo una llamada y nuestra condición de cristianos es la de "seguidores de Jesús", pero aquí surgen serios problemas. Seguir a Jesús no es nada fácil porque seguirle es andar su propio camino y es correr los mismos riesgos que Él. Seguir a Jesús no puede quedarse en simple buena voluntad ni en simples actos de piedad, seguir a Jesús es poner en riesgo lo que somos y lo que tenemos, nuestro presente y nuestro futuro. Seguir a Jesús requiere un convencimiento radical por el que estamos dispuestos a no tener donde reclinar la cabeza, no tener una cama para descansar tranquilo, sino vivir constantemente a impulsos del Espíritu.

Pero, además, cuando decimos seguirle asumimos la decisión de romper con todo y comprometernos con la libertad del Reino por encima de todos los demás intereses. Tendríamos que preguntarnos la razón por la que somos cristianos y tendríamos que preguntarnos si nuestro ser cristiano nos lleva realmente a jugarnos enteros porque Dios en su Hijo se jugó todo por el hombre y su salvación (Jn 3,16).

Puede que muchos seamos cristianos para asegurarnos la benevolencia de Dios y estar seguros de que Dios no nos fallará. Puede que le sigamos para asegurarnos la salvación. Cumplimos para salvarnos. En el fondo, decidimos ser cristianos como quien quiere asegurar su futuro y su salvación. Es un precio que tenemos que pagar. En tanto que cuando hablamos de seguimiento implica que hemos descubierto de verdad el tesoro que es Jesús y que estamos dispuestos a vivir en la inseguridad, porque cada día la ponemos en riesgo por fidelidad al Evangelio. La religión no puede ser ni una caja de seguridad, ni tampoco pensar que con ello Dios está obligado a escucharnos y sacarnos de nuestras dificultades. Pero eso sí, quede muy claro, quien sigue sin peros a Jesús tendrá su recompensa: “Pedro dijo a Jesús: Nosotros lo hemos dejado todo para seguirte. Y Jesús contestó: En verdad les digo: Ninguno que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos por mi causa y por el Evangelio quedará sin recompensa. Pues, aun con persecuciones, recibirá cien veces más en la presente vida en casas, hermanos, hermanas, hijos y campos, y en el mundo venidero la vida eterna” (Mc. 10,28).

Terminamos nuestra reflexión con la misma cita con la que Jesús terminaba en el domingo anterior: “El Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho y ser rechazado por las autoridades judías, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley. Lo condenarán a muerte, pero tres días después resucitará. También Jesús decía a toda la gente: Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y que me siga. Les digo: el que quiera salvarse a sí mismo se perderá, y el que pierda su vida por causa mía, se salvará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde o se disminuye a sí mismo? Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria y en la gloria de su Padre con los ángeles santos  (Lc. 9,22-26).

 Por tanto vale la pena seguir a Jesús porque él es todo en todo y así lo dicen San Pablo: “Den gracias al Padre que nos preparó para recibir nuestra parte en la herencia reservada a los santos en su reino de luz. Él nos arrancó del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino de su Hijo amado Cristo Jesús. En él nos encontramos liberados y perdonados. Porque él es la imagen del Dios que no se puede ver, y para toda criatura es el Primogénito, porque en él fueron creadas todas las cosas, en el cielo y en la tierra, el universo visible y el invisible, Tronos, Gobiernos, Autoridades, Poderes. Todo fue hecho por medio de él y para él. El existía antes que todos, y todo se mantiene en él. Y él es la cabeza del cuerpo, es decir, de la Iglesia, él que renació primero de entre los muertos, para que estuviera en el primer lugar en todo. Así quiso Dios que «el todo» se encontrara en él y gracias a él fuera reconciliado con Dios, porque la sangre de su cruz ha restablecido la paz tanto sobre la tierra como en el mundo de arriba… Pero con su muerte Cristo los reconcilió y los integró a su mismo ser humano mortal, de modo que ahora son santos, sin culpa ni mancha ante él” (Col 1,12-22). Así, Jesús es modelo de vida a seguir para toda la humanidad, por eso san Pablo mismo exclamó de gozo: “Más aún, todo lo considero al presente como peso muerto, en comparación con eso tan extraordinario que es conocer a Cristo Jesús, mi Señor. A causa de él ya nada tiene valor para mí, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8).

sábado, 18 de junio de 2016

DOMINGO XII – CICLO C (19 de Junio de 2016)


XII DOMINGO  – CICLO C   (19 de Junio de 2016)

Proclamación del santo Evangelio según San Lucas 9,18 - 24:

En aquel tiempo sucedió que mientras Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?" Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado". "Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?" Pedro, tomando la palabra, respondió: "Tú eres el Mesías de Dios". Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. "El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día".

Después dijo a todos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

El Evangelio nos presenta tres escenas: La profesión de fe de Pedro (Lc 9,18-21). El primer anuncio de la Pasión (Lc 9,22). Y las condiciones para seguir a Jesús (Lc 9,23-24):

La profesión de fe de Pedro: Jesús les preguntó, “¿Uds. quién dicen que soy yo? Pedro, tomando la palabra, respondió: Tú eres el Mesías de Dios” (Lc 9,20). En el relato paralelo de Mateo, Jesús agrega y dice: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella” (Mt 16,17-18). Y algo más, dijo también san Pablo: “Les aseguro que, nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no está impulsado por el Espíritu Santo. (I Cor 12,3). “Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado” (Rm 10,9).

Como vemos, en el evangelio leído hoy, Pedro da una respuesta muy solemne a la pregunta de Jesús. En efecto, Pedro como nosotros, ve mucho más su aspecto divino que su aspecto humano. Es fácil reconocer a Jesús como el Mesías. Lo difícil es reconocer que la verdad de Jesús tiene que pasar por la realidad humana de ser juzgado, rechazado, condenado y crucificado.

El primer anuncio de la Pasión: "El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día" (Lc 9,22). El evangelio de Mateo se dice: “Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.  Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 16,21-23).

La espera del Mesías, el Cristo está muy latente por la comunidad judía. Pero la escena después de la respuesta correcta de Pedro que pone en tela de juicio es aquello que Jesús mismo pone: “El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser muerto y resucitar al tercer día" (Lc 9,22). La aclaración muy precisa que hace Jesús sobre la concepción del Mesías que el pueblo judío espera no está en concordancia con el Mesías que Dios envía por eso el descontento a esta: “Jesús hablaba de esto con mucha seguridad. Pedro, pues, lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo (que esto de la derrota en manos de tus enemigo no puede pasarte, lo evitaremos). Pero Jesús, dándose la vuelta, vio muy cerca a sus discípulos. Entonces reprendió a Pedro y le dijo: “¡Pasa detrás de mí, Satanás! Tus ambiciones no son las de Dios, sino de los hombres” (Mc 8,32-33).

Condiciones para seguir a Jesús: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará” (Lc 9,23-24).

Pero no solo suscita discordias esta corrección al modo de pensar respecto al Mesías, sino también el modo como tienen que seguir, quienes quieren seguir: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará" (Lc. 9,23). Este precio lo pone Jesús, es el precio del cielo, no es nada barato, ahí que nos topamos con este episodio: “Al escucharlo, cierto número de discípulos de Jesús dijeron: “¡Este lenguaje es muy duro! ¿Quién querrá escucharlo? Jesús se dio cuenta de que sus discípulos criticaban su discurso y les dijo: “¿Les desconcierta lo que he dicho? ¿Qué será, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir al lugar donde estaba antes? El espíritu es el que da vida, la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu, y son vida… A partir de entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y dejaron de seguirle. Jesús preguntó a los Doce: “¿Quieren marcharse también ustedes?” Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,60-70).

Pero, curiosamente gente que no es de la cultura judía son los que sin poner peros aceptan y descubren a Dios en Jesús: La mujer samaritana dijo a Jesús: “Yo sé que el Mesías, (que es el Cristo), está por venir; cuando venga, nos enseñará todo.” Jesús le dijo: “Ese soy yo, el que habla contigo” (Jn 4,25). Y la mujer convoca al pueblo para que se acerquen a ver a Jesús: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cristo?” Salieron, pues, del pueblo y fueron a verlo (Jn 4,29-30). Luego es el mismo pueblo no judío que dice a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has contado. Nosotros mismos lo hemos escuchado y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn 4,42).

Como vemos, no siempre es fácil creer en Dios, quizá nos es fácil creer en un Dios Divino, pero creer en el Dios que se hizo hombre (Jn 1,14) y que se somete bajo sus leyes, no es siempre fácil. De ahí que Jesús saca una conclusión que nos lo comparte: “Ningún profeta es bien recibido en su patria” (Lc 4,24). Pero no obstante estas limitaciones, Jesús siempre fiel al proyecto de Dios: “Pues él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios es único, y único también es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre, que en el tiempo fijado dio el testimonio: se entregó para rescatar a todos” (ITm 2,4-6). Por eso Jesús al Padre por ser tan fiel porque sabe que este proyecto no es suyo sino de Dios padre: “Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado. Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer” (Mt 11,25-27).

Hoy, mis estimados hermanos, también Cristo, el señor nos pide una respuesta a cada uno de nosotros, pero esa respuesta tiene que nacer de nuestra propia convicción porque si nos movemos bajo parámetros culturales o sociales, es posible que tengamos problemas como las tuvo los apóstoles. Porque resulta que, hay cristianos que todo lo dan por hecho y nunca se les ocurre preguntarse, cuestionarse. Y una de las preguntas que debiéramos hacernos constantemente es: "Yo creo en Dios", pero ¿qué es Dios para mí?" "Yo creo en Jesús, pero, ¿qué es Jesús para mí?" "Yo tengo fe, pero ¿qué es la fe para mí?" Quizá, incluso y antes de ensayar estas preguntas convendría hacernos consigo mismo: ¿Quién soy yo para? ¿Quién quisiera que yo fuera para la gente? ¿Qué quisiera que la gente pensara en mí? ¿Qué ofrezco yo para que las cosas cambien? ¿Qué hago para que esto quede desmentido si no me gusta lo que piensan de mí? ¿Qué hago para reafirmar lo que piensan de mí?.

Estas preguntas de introspección tienen el propósito de saber qué rumbo toma nuestra vida. Porque tanto en la vida cristiana, como en la vida ordinaria de cada día, en la vida de matrimonio o, incluso, en la vida sacerdotal, uno de los mayores peligros suele ser la rutina, el acostumbrarnos. Eso por una razón muy sencilla. Una pareja que no se pregunta y cuestiona con frecuencia sobre el amor es posible que termine en una especie de aburrimiento, de un amor apagado o que se va apagando. Es que tanto el amor, como también la fe, es preciso renovarlos constantemente, es preciso someterlos a autocrítica con frecuencia, si es que queremos mantenerlos vivos y actualizados las motivaciones que permitieron llegar a donde estamos o que faltan aún llegar a aquello que soñamos alcanzar.

Porque no basta decir que creemos en Dios. La pregunta clave es qué significa Dios hoy en mi vida. Porque no basta decir que creemos en Jesús. La pregunta clave es qué significa Jesús hoy en mi vida. No basta decir que estamos bautizados. La pregunta clave es qué significa mi bautismo hoy en mi vida. Y dichas respuestas deben comprometernos a apostar por lo que creemos alcanzar porque en ella se juega nuestra propia vida, y si así no lo vemos, entonces perdemos tiempo en cosas que no van con nosotros.


Como tampoco basta con decir "yo estoy casado", sino qué significa el matrimonio y mi esposa en mi vida. Por eso Jesús pone las condiciones para quien quiera seguirle. Primero, se define a sí mismo como el rechazado de los hombres, y luego quien quiera seguirle tendrá jugársela entera. Porque Dios aposto del todo por ti en su Hijo quien vino a revelarnos cuanto Dios nos ama y así lo explica a Nicodemo: ”Tanto amó Dios al mundo, que le dio al Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él” (Jn 3,16-17).