sábado, 22 de abril de 2017

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA – A (23 de Abril del 2017)

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA – A (23 de Abril del 2017)

Proclamación del santo Evangelio según San Juan 20, 19 – 31:

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz con vosotros." Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.

Jesús les dijo otra vez: "La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío." Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos."

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré."

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: "La paz con vosotros." Luego dice a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente. Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío." Le dice Jesús: "Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.

Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre. PALABRA DEL SEÑOR.

 REFLEXIÓN:

Estimados hermanos(as) en el Señor Glorificado y Resucitado Paz y Bien.

El evangelio tiene dos parte:

1) El cumplimiento de las promesas: (Jn 20,19-23). El Señor resucitado cumple la promesa de regresar con sus discípulos (Jn 14,18; Jn 16,16). Y enviarles el espíritu Santo (Jn 14,26). Es que la situación de los discípulos encerrados por miedo a los judíos, refleja la actitud de toda la comunidad Juanica, que temerosos ante un mundo enemigo, vive la tentación de refugiarse en su propio circulo. Jesús sin embargo los envía al mundo para que sean testigos suyos y del padre con un soplo vida: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22).  Esta escena es fundamental para la nueva Iglesia que nace: Porque es aquí donde los discípulos pasan a ser apóstoles del Señor glorificado. Ahora serán los que haces apostolado como testigos del Señor Glorificado:

Pedro dijo sin temor ahora: “Israelitas, escúchenme: A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo mataron, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las atadura de la muerte, porque no era dable que ella tuviera dominio sobre él” (Hc 2,22-24).

El despliegue de la identidad del crucificado y el resucitado (Jn 20,24-29): La escena de Tomas tiene la intención de ilustrarnos la identidad entre el crucificado y el resucitado que es el mismo. El mismo que fue crucificado esta ahora resucitado:

Jesús dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo que aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino creyente. Tomás respondió: ¡Señor mío y Dios mío!" (Jn 20,27-28). Ante la exclamación del Incrédulo se disipa toda duda (“que no murió, que robaron el cuerpo de la tumba, que vieron fantasma”). Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes. Atónitos y llenos de temor, creían ver un fantasma, pero Jesús les preguntó: ¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un fantasma no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies” (Lc 24,36-40).

Además, conviene ser más detallistas en la actitud de los apóstoles porque se trata también de nuestra actitud en adelante:

Detalles por ejemplo que nos dice San Marcos: “Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios. Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban. Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron. Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado. Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron.” (Mc 16,9-13). Cuando dice San marcos que luego se apareció a dos que caminaban al campo, nos cuenta San Lucas:

“Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!». «¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron” (Lc 24,15-20). Jesús le fue explicando de toda la Escritura a cerca de êl. Al anochecer de aquel día primero, estos amigos de Emaús suplican a este amigo extraño que se quede en casa… Jesús dice que se sentó en la mesa, pronuncio la bendición y se los dio el pan, pero Él ya había desaparecido (Lc 24,25-32). Esta aparición del señor glorificado es ya la segunda que sucedió casi a media tarde. Y el evangelio que hoy dimos lectura según San Juan nos pone de manifiesto la tercera aparición de aquel día I (domingo) del Señor glorificado a sus discípulos y ahora en grupo.

Todo parecía que había llegado a su fin con la muerte del Señor, todo parecía que con la muerte de Jesús las cosas marcharían tal como los hombres quisieran que fuese, tal pareciera que la muerte triunfó, pero no (Mt 27,62-66). Pues, se equivocaron completamente. La tumba está vacía (Mt 28,5-7). Ya no se puede pretender tapar con un dedo el sol. Jesús resucitó (Lc 24,34) con lo que queda demostrado que el hombre jamás tendrá la razón ante las verdades eternas que viene de Dios (Jn 18,37). Con su resurrección Jesús demuestra y desenmascara la hipocresía del hombre (judíos, fariseos, romanos). Donde está tu muerte, donde tu victoria?(Icor 15,55). Ahora que otros argumento tramarán los verdugos para justificar su ironía e hipocresía? (Mt 28,11-15). Las cosas de Dios son así. El hombre crea o no, Dios sigue con su proyecto de vida y amor (I Tm 2,4).

Los apóstoles están que se mueren de miedo a los judíos, para no ser descubiertos su filiación con el Jesús (Jn 20,19). Pues aun no salen del asombro, no aceptan que la noche ya paso… mayor sorpresa aun… Dios olvida, no tiene en cuenta lo falto de fe de los apóstoles, olvida lo que Pedro le negó (Mt 26,69-75), olvida que todos los discípulos lo dejaron solo en la cruz… lejos de echar en cara esos desatinos tan nefastos, entra a tallar la misericordia de Dios. La primera palabra del señor glorificado es: Paz a ustedes (Jn 20,19-21). Que palabra de consuelo y ternura. Jesús sigue apostando por los hombres y es que Dios es amor (I Jn 4,8). Y como si fuera poco, el señor glorificado les concede el don del Espíritu Santo (Jn 20,22). Ahora, les confía una nueva misión, ser sus testigos: Así como el padre me envió les envió  a Uds” (Jn 20,21). Pero una cosa es muy clara. Los apóstoles reciben la fuerza del Espíritu Santo.

Ya El Señor los había anticipado: “En adelante, el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará y les recordará todo lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni tengan miedo!” (Jn 14,26-27). Ahora pasan de hombres temerosos a hombres valientes; porque han sido resucitados por el mismo señor glorificado. Se abren las puertas, desaparece todo temor, cobardía; ya no hay temor a que los persigan o les crucifiquen igual que a su maestro. De eso ya han recibido con mucha anticipación del propio Señor: “Se levantará nación contra nación y reino contra reino. En muchas partes, habrá terremotos y hambre. Este será el comienzo de los dolores del parto. Estén atentos: los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas, y por mi causa serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos. Pero antes, la Buena Noticia será proclamada a todas las naciones. Cuando los entreguen, no se preocupen por lo que van a decir: digan lo que se les enseñe en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino el Espíritu Santo” (Mc 13,8-11). Y los apóstoles anuncian a los cuatro vientos: ¡Que, Jesús resucitó!.

Queda claro también que para esto es necesario la convicción firme de la fe, para eso el mismo Señor glorificado se encargó de reavivar la fe sus apóstoles y vio necesario aparecerse para cambiar el corazón incrédulo por ejemplo de Tomas (Jn 20,27) en un hombre lleno de fe… Y Tomas grito Señor mío, Dios mío (Jn 20,28). Hoy en cada bautizado, en cada creyente, actúa o debería de actuar el mismo espíritu de DIOS que nos lleva a profesar nuestra fe en el Dios uno y trino (Lc 3,22) principio de fe de nuestra Iglesia Católica, solo así seremos merecedores de aquella promesa de Jesús: donde estoy también estarán ustedes, gozarán la Vida eterna (Jn 14,1-3).



Permítanme terminar la reflexión de este domingo de la divina Misericordia con esta cita de San Mateo que nos dice a cada bautizado como una misión que cumplir: “Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,16-20).

viernes, 21 de abril de 2017

DOMINGO DE LA PASCUA DE RESURRECCIÓN - A (16 de abril del 2017)

DOMINGO DE LA PASCUA DE RESURRECCIÓN

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 20, 1-9:

El primer día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio que la piedra que cerraba la entrada del sepulcro había sido removida. Fue corriendo en busca de Simón Pedro y del otro discípulo a quien Jesús amaba y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Pedro y el otro discípulo salieron para el sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Como se inclinara, vio los lienzos tumbados, pero no entró. Pedro llegó detrás, entró en el sepulcro y vio también los lienzos tumbados. El sudario con que le habían cubierto la cabeza no se había caído como los lienzos, sino que se mantenía enrollado en su lugar. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero, vio y creyó. Pues no habían entendido todavía la Escritura: ¡él "debía" resucitar de entre los muertos! PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

“Salúdense los unos a los otros con el santo beso. De nuestra parte les saludamos así: La gracia de Cristo Jesús, el Señor (Resucitado), el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes” (II Cor. 13,12-14). Queridos amigos(as), hoy les saludamos con esta invocación solemne, deseándoles una feliz pascua de resurrección del Señor.

El Evangelio leído en esta fiesta de las fiestas podemos titular con este anuncio: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí. Resucitó. Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía estaba en Galilea: el Hijo del Hombre debe ser entregado en manos de los pecadores y ser crucificado, y al tercer día resucitará.” (Lc 24,5-7).

La experiencia pascual que significa: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de salir de este mundo para ir al Padre, como había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Y sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos y que había salido de Dios y que a Dios volvía” (Jn 13,1;3). Es la puesta en práctica de todo lo que dijo e hizo.

“Salí del Padre y vine al mundo… Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre” (Jn 16,28) ¿Por qué vino y a qué vino Jesús? Vino porque Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (Ez 33,11). El hijo tiene la misión de inculcarnos al amor de Dios: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo Único, para que quien cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque, Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16). Por eso Jesús siempre ha dicho: “Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia. Yo soy el buen Pastor que da su vida por las ovejas" (Jn 10,11). En el afán de cumplir su misión Jesús dio su vida: “Así como Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también el Hijo del hombre será levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna” (Jn 3,14). “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,29-29).
 En este Domingo de la pascua de resurrección conviene reflexionar con detalles este episodio de (Jn. 20, 1-9).

 En primer lugar: María Magdalena descubre que la tumba está vacía (Jn 20,1-2).Notemos los movimientos de María Magdalena destacando la figura de la mujer en el anuncio de la Buena Noticia (La tumba vacía, Jesús resucitado): María muy madrugada: “Va al sepulcro cuando todavía estaba oscuro” (Jn 20,1).  Esta acción es signo evidente de que su corazón latía fuertemente por aquel que vio morir en la cruz. Pero también es cierto que la hora de la mañana y los nuevos acontecimientos tienen correspondencia: de madrugada muchos detalles anuncian un gran y radical cambio, la noche se aleja, el horizonte se aclara y bajo la luz todas las cosas van dando poco a poco su forma.  Así sucederá con la fe en el Resucitado: habrá signos que anuncian algo grande, pero sólo en el encuentro personal y comunitario con el Resucitado todo será claro, el nuevo sol se habrá levantado e irradiará la gloria de su vida inmortal.

María una vez descubierta la puerta movida “corre” enseguida porque presupone que el cuerpo del señor no está porque no entró a la tumba y va a informarles a los discípulos más autorizados, apenas se percata que el sepulcro del Maestro está vacío (Jn 20,2a). Esta carrera insinúa el amor de María por el Señor. Lo seguirá demostrando en su llanto junto a la tumba vacía (Jn 20,11). Así María se presenta ante Pedro y el Discípulo Amado como símbolo y modelo del auténtico discípulo del Señor Jesús, que debe ser siempre movido por un amor vivo por el Hijo de Dios.

Nótese que María confiesa a Jesús como “Señor”: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (Jn 20,2b). A pesar de no haberlo descubierto vivo, para ella Jesús es el “Señor” (Kýrios), el Dios de la gloria y por lo tanto inmortal (lo seguirá diciendo: (Jn 20,13.10). Ella está animada por una fe vivísima en el Señor Jesús y personifica así a todos los discípulos de Cristo, que reconocen en el Crucificado al Hijo de Dios y viven para Él. He aquí un ejemplo para imitar en las diversas circunstancias y expresiones de la existencia, sobre todo en los momentos de dificultad y aún en las tragedias de la vida. Para la fe y el corazón de esta mujer la muerte en Cruz de Jesús y su sepultura, con todo su amor por el Señor se ha revelado “más fuerte que la muerte” (Cantar 8,6).

 En segundo lugar: Los dos discípulos corren hacia tumba vacía fuente de información de la Buena noticia (Jn 20,3-10). Según el evangelista Juan los dos seguidores más cercanos a Jesús se impresionan con la noticia e inmediatamente se ponen en movimiento, ellos no permanecen indiferentes ni inertes sino que toman en serio un anuncio. Notemos cómo las acciones de los dos discípulos se entrecruzan entre sí y superan cada vez más las primeras observaciones de María Magdalena. “Se encaminaron al sepulcro” (Jn 20,3). La mención de los dos discípulos no es casual, ambos gozan de amplio prestigio en la comunidad y la representan. Se distingue en primer lugar a Pedro, a quien Jesús llamó “Kefas” (Roca; 1,42), quien confiesa la fe en nombre de todos (Jn 6,68-69), dialoga con Jesús en la cena (13,6-10.36-38) y al final del evangelio recibe el encargo de pastorear a sus hermanos (Jn 21,15-17).  Por su parte el Discípulo Amado es el modelo del “amado” por el Señor, pero también del que “ama” al Señor (13,23; 19,26; 21,7.20).

“El otro discípulo llegó primero al sepulcro” (20,4). El Discípulo Amado corre más rápido que Pedro (Jn 20,4). Esto parece aludir a su juventud, pero también a un amor mayor. ¿No es verdad que correr es propio de quien ama? “Se inclinó, vio las vendas en el suelo, pero no entró” (Jn 20,5) El discípulo amado llega primero a la tumba, pero no entra, respeta el rol de Pedro. Se limita a inclinarse y ver las vendas tiradas en la tierra. Él ve un poco más que María, quien sólo vio la piedra quitada del sepulcro.

“Simón Pedro entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte” (Jn 20,6-7). Al principio Pedro ve lo mismo que vio el Discipulado Amado, pero luego ve un poco más: ve que también el sudario que estaba sobre la cabeza de Jesús, estaba doblado aparte en un solo lugar (Jn 20,7).  Este detalle quiere indicar que el cadáver del Maestro no ha sido robado, ya que lo más probable es que los ladrones no se hubieran tomado tanto trabajo y darse el tiempo para dejar en orden las cosas.  Por lo tanto Jesús se ha liberado a sí mismo de los lienzos y del sudario que lo envolvían, a diferencia de Lázaro, que debió ser desenvuelto o ayudado por otros (Jn.11,42-44). Lo que significa a diferencia de la resurrección de Lázaro, Jesús rompió las ataduras de la muerte.

Desde luego que la tumba vacía y las vendas no son una prueba de la resurrección, son simplemente un signo de que Jesús ha vencido la muerte. Sin embargo Pedro no comprende el signo. En cambio el discípulo amado “Entró... vio y creyó” (Jn 20,8) “...que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20,9). El Discípulo Amado ahora entra en la tumba, ve todo lo que vio Pedro y da el nuevo paso que éste no dio: cree en la resurrección de Jesús. La constatación de simples detalles despierta la fe del Discípulo Amado en la resurrección de Jesús, el orden que reinaba dentro de la tumba para él fue suficiente. No necesitó más para creer, como sí necesitó Tomás. A él se le aplica el dicho de Jesús: “dichosos los que creen sin haber visto” (Jn 20,29).

Pero ¡atención! El Discípulo Amado “vio” y “creyó” en la Escritura que anunciaba la resurrección de Jesús. Esto ya se había anunciado en Juan 2,22.  Aquí el evangelista no cita ningún pasaje particular del Antiguo Testamento, tampoco ningún anuncio por parte de Jesús.  Pero queda claro que la ignorancia de la Escritura por parte de los discípulos implica una cierta dosis de incredulidad por cuanto el Señor ya los anticipó del hecho (Jn. 1,26; 7,28; 8,14). Así pues, la asociación entre el “ver” y el “creer” (Jn 20,8) formará en adelante uno de los temas centrales del resto del capítulo, donde se describen las apariciones del resucitado a los discípulos, para terminar diciendo: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído” (Jn 20,29). Nosotros los lectores, hacemos el camino del Discípulo Amado mediante de los “signos” testimoniados por él en el Evangelio (Jn 20,30-31).

En tercer Lugar: En la pascua Jesús se convierte en el centro de la vida y de todos los intereses del discípulo. En la mañana del Domingo la única preocupación de los “tres discípulos del Señor” –María, Pedro y el Discípulo Amado- es buscar al Señor, pero ¿dónde lo buscan? Buscan a Jesús muerto sobre la Cruz por amor pero resultado de entre los muertos para la salvación de toda la humanidad. El amor los mueve a buscar al Resucitado en ese estupor que sabe entrever en los signos el cumplimiento de las promesas de Dios y de las expectativas humanas. Entre todos, cada uno con su aporte, van delineando un camino de fe pascual.

La búsqueda amorosa del Señor se convierte luego en impulso misionero.  Como lo muestra el relato, se trata de una experiencia contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro. Es así como este pasaje nos enseña que el evento histórico de la resurrección de Jesús no se conoce solamente con áridas especulaciones sino con gestos contagiosos de amor gozoso y apasionado. El acto de fe brota de uno que se siente amado y que ama. Así todos nosotros, discípulos de Jesús, debiéramos amar intensamente a Jesús y buscar los signos de su presencia resucitada en la pascua de nuestra vida.

NOTA: Jesús tiene naturaleza divina como el Padre. Cristo se las da de Dios. Cristo afirma que Él es Dios: “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,28-29). Además los milagros que hacen lo demuestra que si es Dios: “Ellos quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar” (Jn 11,41-44).

La gran prueba de la divinidad de Cristo es su propia resurrección. Cristo profetizó que al tercer día resucitaría, para demostrar que era Dios (Mc 10,33). Para estar seguros de la resurrección de Cristo, primero, tenemos que estar seguros de que murió. Si no murió, no pudo resucitar. Y tenemos cuatro clases de testigos de que Cristo murió en la cruz.

1)  Para LOS VERDUGOS: JESÚS ESTA MUERTO. (Jn 19,33): Los verdugos sabían que Cristo estaba muerto, porque cuando fueron a rematarle, a partirle las piernas, no lo hicieron. A los crucificados les partían las piernas con una maza de madera o de hierro, para que al partirle las piernas, el crucificado no pueda apoyarse en el clavo de los pies, y al quedar colgado de los brazos, los brazos tiran del diafragma, el diafragma oprime los pulmones y se asfixia. Cuando van a rematar a Cristo, lo ven muerto y no le parten las piernas. En opinión de los verdugos, que estaban muy acostumbrados a crucificar, y sabían muy bien cuándo un hombre está muerto, Cristo está muerto. En opinión de los verdugos Cristo estaba muerto en la cruz.

2) Para la AUTORIDADES: Cristo estaba muerto. (Mc 15,44-45): Cuando Nicodemo y José de Arimatea van a pedirle a Pilato permiso para llevarse el cuerpo de Cristo, Pilato se extraña de que Cristo esté muerto tan pronto, y no concede el permiso sin recibir el aviso oficial de que Cristo está muerto. Así lo cuenta San Marcos. Sólo entonces, concede el permiso a Nicodemo y a José de Arimatea para que se lleven el cadáver de Cristo. Según la ley romana los familiares y amigos tenían derecho a llevarse el cadáver del ajusticiado para darle sepultura. Por lo tanto, oficialmente, Cristo está muerto.

3) Para los ENEMIGOS, Cristo estaba muerto. (Mt 27,62-66): Porque los fariseos, con el trabajo que les costó llevar a Cristo a la cruz, ¿podemos pensar que permitieran que se llevaran el cadáver sin estar seguros de que Cristo estaba muerto? Ellos sabían que Cristo había profetizado que al tercer día iba a resucitar (Mc 10,33). Para evitar que nadie se llevara el cadáver y simulara una resurrección, pusieron una guardia a la puerta del sepulcro (Mt 27,63-65).
¿Cómo los fariseos iban a dejar que bajaran a Cristo de la cruz todavía vivo, para que se curara y volver a empezar la historia? ¡Con el trabajo que les costó que Pilato les permitiera crucificar a Cristo, después de que repetidas veces manifestó que Cristo era inocente y que no encontraba culpa en Él! Por fin ellos lograron atemorizarle amenazándole con denunciarle al César, pues Cristo era un revolucionario que sublevaba al pueblo. Al fin, Pilato, sin estar convencido de la culpabilidad de Cristo, les permite que lo lleven a la cruz. Los fariseos no podían permitir que la historia volviera a empezar. Los fariseos tuvieron mucho cuidado de que a Cristo no le descolgaran hasta que estuviera totalmente muerto. Cuando los fariseos permiten que bajen a Cristo de la cruz y lo entierren, es porque los fariseos sabían que Cristo estaba muerto. Allí no había nada que hacer, porque Cristo estaba muerto. En opinión de los fariseos, Cristo estaba muerto.


 4) Para los AMIGOS, Jesús está muerto (Mc 15,47): ¿Cómo es posible pensar que María Santísima dejara a Cristo en el sepulcro y se fuera, si hubiera advertido en Él la más mínima esperanza de vida? Cuando María Santísima, José de Arimatea y Nicodemo dejan a Cristo en la tumba y se van, es porque estaban seguros de que estaba muerto. Porque si hubieran observado la más mínima esperanza de recuperación, ¿iban a dejarlo en la tumba y marcharse? María Santísima, José de Arimatea, Nicodemo y San Juan estaban seguros de que Cristo estaba muerto. Por eso lo dejaron en la tumba y se fueron. Y después de la fiesta volverían las mujeres a terminar de hacer todas las ceremonias de la sepultura. En opinión de los verdugos, en opinión de las autoridades, en opinión de los enemigos y en opinión de los amigos, Cristo estaba totalmente muerto en la cruz.


¿Por qué es importante que Jesús muriese de verdad? La muerte de Jesús en la cruz tiene connotaciones trascendentales para nuestra fe: Si Jesús murió de verdad, entonces es hombre de verdad y sufrió de verdad y su murió de  verdad, entonces resucitó de verdad. Porque si no ha muerto Jesús entonces no puede haber resurrección, solo si Jesús murió entonces resucitó. Y Jesús si resucitó. Por tanto se comprueba que todo lo que dijo Jesús es verdadero: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18, 37).

viernes, 7 de abril de 2017

DOMINGO DE RAMOS – A (09 de Abril del 2017)

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR – A (09 de Abril del 2017)

Anuncio del Evangelio de San Mateo: 26,14-27.66

El primer día de los ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?». El respondió: «Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: «El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos».  Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará». Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: «¿Seré yo, Señor?». El respondió: «El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar.

El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!». Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: «¿Seré yo, Maestro?». «Tú lo has dicho», le respondió Jesús.

Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados. Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre»…

Cuando se hubieron burlado de Él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y le llevaron a crucificarle. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón, y le obligaron a llevar su cruz.  Llegados a un lugar llamado Gólgota, esto es, “Calvario”, le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero él, después de probarlo, no quiso beberlo.

Una vez que le crucificaron, se repartieron sus vestidos, echando a suertes.  Y se quedaron sentados allí para custodiarle. Los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: “Tú que destruyes el Templo y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!”  Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Si es el Rey de Israel que baje ahora de la cruz, y creeremos en él.

Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: "Soy Hijo de Dios." De la misma manera le injuriaban también los salteadores crucificados con Él.  Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona.  Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”  Pero Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu. Por su parte, el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios.” PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Se han dado cuenta que desde el saludo, hoy pareciera ser un domingo distinto? Pues, claro que sí, es el domingo de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, hecho que muchos siglos antes ya se anunció: “Esto es lo que el Señor hace oír hasta el extremo de la tierra: «Digan a la hija de Sión: Ahí llega tu Salvador; el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede” (Is 62,11). O con mayores detalles: “¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno. El suprimirá los carros de Efraím y los caballos de Jerusalén; el arco de guerra será suprimido y proclamará la paz a las naciones. Su dominio se extenderá de un mar hasta el otro, y desde el Río hasta los confines de la tierra” (Zac 9,9-10).

Las palmas benditas que hoy se recogen simbolizan que con ellas proclamamos a Jesús como Rey de Cielos y Tierra, pero -sobre todo- que lo proclamemos como Rey de nuestro corazón. ¡Jesús, Rey y Dueño de nuestra vida! Sin embargo, si bien con las palmas benditas hemos aclamado a Cristo como Rey, las lecturas de la Misa de hoy son todas referidas a la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo (Jn 12,12).

En la Primera Lectura, el Profeta Isaías (Is. 50, 4-7) nos anuncia cómo iba a ser la actitud de Jesús ante las afrentas y los sufrimientos de su Pasión: no opuso la más mínima resistencia a todo lo que le hacían. “No he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos.” Pero aún tenemos mayores detalles de esta semana santa ya descrito por el profeta en este episodio:

“Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada. Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestra dolencia, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. El fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no habría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca” (Is 53,3-9).

En el Salmo (Sal. 21) repetiremos las palabras de Cristo en la cruz, justo antes de expirar: Dios mío, Dios mío. ¿Por qué me has abandonado? ... Jesús cargó con todo el peso de nuestros pecados, al punto de sentir el abandono de Dios en que nos encontramos cuando pecamos y damos la espalda a Dios. Nunca, salvo en su entrada triunfal a Jerusalén, Jesús quiso dejarse tratar como Rey ... Siempre lo evitó ... Como nos dice San Pablo en la Segunda Lectura (Flp. 2, 6-11): Cristo nunca hizo alarde de su categoría de Dios, sino que más bien se humilló hasta parecer uno de nosotros. Y -como si fuera poco- se dejó matar como un malhechor.

En la lectura de la pasión de  Nuestro Señor tomado según el Evangelista San mateo Mt. 26, 14 – 27, hemos oído la Pasión que no es sino acto de puro amor de Dios hacia cada uno de nosotros (IJn 4,8). La lectura de la Pasión nos invita en este Domingo de Ramos, en el inicio de la Semana Santa, a acompañar a Jesús en su sufrimiento, en las torturas a las que fue sometido, para darle gracias por redimirnos, por rescatarnos, por salvarnos y abrirnos las puertas del Cielo.

Pero volvamos al tema de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén a pocos días de su Pasión y Muerte, el cual nos invita a reflexionar sobre si Jesús es Rey, y si lo es ¿qué clase de Rey es? Porque ... ¿no es extraño un Rey montado en un burrito? ¿Por qué no vino sentado en una carroza o cabalgando un caballo blanco bien aperado? (Zac 9,9). La verdad es que Jesús, aun siendo el Mesías, siempre huyó de la idea que la gran mayoría del pueblo de Israel tenía del Mesías: ellos esperaban un Mesías poderoso, de acuerdo a criterios humanos y políticos, que los libertara del dominio romano. Jesús, por el contrario, va dejando bien claro que su misión es diferente. Por ejemplo, cuando después del milagro de la multiplicación de los panes, la multitud quiere aclamarlo como rey, ¿qué hace? Sencillamente desaparece.

Sin embargo, sólo en la ocasión de su entrada a Jerusalén se deja aclamar como Mesías y como Rey de Israel, como “el Rey que viene en nombre del Señor” (Lc. 19, 38). Pero entonces observamos la paradoja del Rey montado en un burrito, con lo que se cumple lo anunciado por el Profeta Zacarías (9,9): “He aquí que tu Rey viene a ti, apacible y montado en un burro, en un burrito”. Lo del burrito nos indica la profunda humildad de ese Rey, que -como nos dice la Segunda Lectura (Flp. 2, 6-11) de la Carta de San Pablo a los Filipenses- nunca quiso hacer alarde de su categoría de Rey, ni de su condición de Dios, sino que más bien se humilló hasta hacerse uno como cualquiera de nosotros ... y menos aún, pues se consideró y actuó como servidor obediente, llegando a la mayor deshonra y al mayor sufrimiento posible: morir torturado y crucificado como malhechor y -por si fuera poco- como blasfemo:

“El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte  y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: Jesucristo es el Señor”. (Flp 2, 6-11).

Cuando ya comienza el proceso que terminaría en su Pasión y Muerte, Jesús, interrogado por Pilatos “¿Eres el Rey de los Judíos?”, no niega que lo sea, pero precisa: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn. 18, 36). Ya lo había dicho antes a sus seguidores: “Mi Reino está en medio de Ustedes”(Lc.17, 21). Y es así, pues el Reino de Cristo va calando paulatinamente en medio de aquéllos -y dentro de aquéllos- que acogen la Buena Nueva. Y ¿cuál es esa Buena Nueva?  Es el mensaje de salvación –no de los Romanos- sino de una opresión mucho peor que ésa:  la del Enemigo de Dios y de todos nosotros, el propio Satanás.

Pero si el Reino de Cristo no es de este mundo ¿de qué mundo es?  ¿Cuándo se instaurará?  Ya lo había anunciado Jesús mismo en el momento en que fuera juzgado por Caifás: “Verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Dios Poderoso y viniendo sobre las nubes” (Mt. 26, 64). El Reino de Cristo, aunque ya comienza a estar dentro de cada uno de los que siguen la Voluntad de Dios, se establecerá definitivamente con el advenimiento del Rey a la tierra, en ese momento que el mismo Jesús anunció durante su juicio;  es decir, en la Parusía (al final de los tiempos) cuando Cristo venga a establecer los cielos nuevos y la tierra nueva, cuando venza definitivamente todo mal y venza al Maligno.

Para nuestra reflexión de la semana: Aquí no vale culpar a otros. Aquí no vale lavarse las manos. Aquí no vale decir yo no fui. ¿Alguien se siente libre e inocente?: “Quien esté sin pecados que tire la primera piedra” (Jn 8,7). No se nos ocurra lavarnos manos como Pilatos (Mt 27,24). Mejor será decir “Oh Señor ten piedad de mí que soy un pecador” (Lc 18,13). Porque con nuestras pecados claro que estamos actuando como el mismo fariseo, el sanedrín, quienes crucifican al Señor.

Frente a la Pasión de Jesús tenemos muchas preguntas: ¿La muerte de Jesús fue realmente un fracaso? ¿Fracaso de Dios o fracaso de los hombres? Frente la Pasión y a la muerte de Jesús se pueden hacer infinidad de interrogantes. La podremos explicar racionalmente como un crimen político o religioso, pero su verdadero sentido sólo será posible desde nuestra experiencia de fe. Hay cosas que sólo se entienden con el corazón. La Pasión y la Muerte de Jesús solo podremos entenderla metiéndonos en el corazón de Dios y en el corazón de Jesús. Por eso San Pablo nos dijo: “Tengan los mismos sentimientos que Cristo” (Flp 2,5).

Es “Domingo de Ramos en la Pasión del Señor”, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Nada de preparaciones, nada de comisión de preparación de la fiesta. Todo se debe a la espontaneidad del pueblo sencillo y como tal, tampoco nada de grandes solemnidades, nada de grandes arreglos y manifestaciones. A Jesús le basta un burrito. El resto lo puso espontáneamente la gente. Mantos echados como alfombra por el suelo. Ramas de olivo y palmas. El resto salía de dentro, el canto, el grito de alabanza, los vivas, los aplausos. El pueblo sencillo hace las cosas sencillamente, pero que resultan simpáticas. Por lo demás, Jesús tampoco necesitaba de más.

Jesús no quiere entrar en Jerusalén como los conquistadores, sino como el hombre sencillo, como el Salvador sencillo. Porque para Jesús era una entrada que quería ser como una nueva oferta de la salvación y la salvación no se ofrece con títulos de grandeza, pero eso sí se ofrece con cantos, con bailes con alegría. Jesús quiere que descubran la novedad del Evangelio con gozo y con sentido festivo. La entrada de Ramos termina en rechazo. La entrada de esta Semana termina en la alegría de la Pascua. Hoy, a nosotros Jesús viene en el Evangelio, y más aún estoy seguro que llega a través de la Cruz.

¿Dónde estará Dios? Todos, ricos y pobres, autoridades y súbditos. Hoy clamamos todos con Jesús y decimos: "Dios mío, Dios Mío, por qué me has abandona” (Slm 21). ¿Dónde está Dios en estos terribles momentos y horas nuestra pasión Pasión? Pareciera brillar por su ausencia. Jesús lo llama varias veces y Dios responde con el silencio. La respuesta es clara: Dios está en la Pasión misma del hijo y está identificado con su Hijo Jesús. No. Dios no es un ausente en estas horas de dolor. Es la presencia de todo su ser en su propio Hijo, con razón ya nos había dicho: Quien me ve, ve a quien me envió, yo estoy en el Padre y el Padre en mi” (Jn 14,8-10). Esa es la gran lección de Dios en la Pasión para cada uno de nosotros, que quisiéramos ver a Dios en nuestras oscuridades, ver a Dios en nuestros sufrimientos.


Sería bueno unirnos a los sentimientos de grandes santo como San Pablo que exclamó rebosante de fe: “Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy crucificado para el mundo. Estar circuncidado o no estarlo, no tiene ninguna importancia: lo que importa es ser una nueva criatura. Que todos los que practican esta norma tengan paz y misericordia, lo mismo que el Israel de Dios.  Que nadie me moleste en adelante: yo llevo en mi cuerpo las huellas de Jesús crucificado. Hermanos, que la gracia de nuestro Señor Jesucristo permanezca con ustedes. Amén” (Gal 6,14-18).

viernes, 31 de marzo de 2017

V DOMINGO DE CUARESMA - A (02 de abril del 2017)

V DOMINGO DE CUARESMA - A (02 de abril del 2017)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 11,1-45:

En aquel tiempo, había un hombre enfermo llamado Lázaro, que era de Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. Esta María era la misma que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el enfermo. Las dos hermanas mandaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas está enfermo.» Al oírlo Jesús, dijo: «Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para gloria de Dios, y el Hijo del Hombre será glorificado por ella.»

Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, permaneció aún dos días más en el lugar donde se encontraba. Sólo después dijo a sus discípulos: «Volvamos de nuevo a Judea.» Le replicaron: «Maestro, hace poco querían apedrearte los judíos, ¿y tú quieres volver allá?» Jesús les contestó: «No hay jornada mientras no se han cumplido las doce horas. El que camina de día no tropezará, porque ve la luz de este mundo; pero el que camina de noche tropezará; ése es un hombre que no tiene en sí mismo la luz.»

Después les dijo: «Nuestro amigo Lázaro se ha dormido y voy a despertarlo.» Los discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, recuperará la salud.» En realidad Jesús quería decirles que Lázaro estaba muerto, pero los discípulos entendieron que se trataba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo claramente: «Lázaro ha muerto, pero yo me alegro por ustedes de no haber estado allá, pues así ustedes creerán. Vamos a verlo.» Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él.»

Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania está a unos tres kilómetros de Jerusalén, y muchos judíos habían ido a la casa de Marta y de María para consolarlas por la muerte de su hermano. Apenas Marta supo que Jesús llegaba, salió a su encuentro, mientras María permanecía en casa. Marta dijo a Jesús: «Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero aun así, yo sé que puedes pedir a Dios cualquier cosa, y Dios te lo concederá.» Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Marta respondió: «Ya sé que será resucitado en la resurrección de los muertos, en el último día.» Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección (y la vida). El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»

Después Marta fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: «El Maestro está aquí y te llama.» Apenas lo oyó, María se levantó rápidamente y fue a donde él. Jesús no había entrado aún en el pueblo, sino que seguía en el mismo lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en la casa consolándola, al ver que se levantaba a prisa y salía, pensaron que iba a llorar al sepulcro y la siguieron. Al llegar María a donde estaba Jesús, en cuanto lo vio, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.» Al ver Jesús el llanto de María y de todos los judíos que estaban con ella, su espíritu se conmovió profundamente y se turbó. Y preguntó: «¿Dónde lo han puesto?» Le contestaron: «Señor, ven a ver.» Y Jesús lloró. Los judíos decían: «¡Miren cómo lo amaba!»

Pero algunos dijeron: «Si pudo abrir los ojos al ciego, ¿no podía haber hecho algo para que éste no muriera?» Jesús, conmovido de nuevo en su interior, se acercó al sepulcro. Era una cueva cerrada con una piedra. Jesús ordenó: «Quiten la piedra.» Marta, hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya tiene mal olor, pues lleva cuatro días.» Jesús le respondió: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Y quitaron la piedra. Jesús levantó los ojos al cielo y exclamó: «Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas; pero lo he dicho por esta gente, para que crean que tú me has enviado.» Al decir esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!» Y salió el muerto. Tenía las manos y los pies atados con vendas y la cabeza cubierta con un velo. Jesús les dijo: «Desátenlo y déjenlo caminar.» Muchos judíos que habían ido a casa de María creyeron en Jesús al ver lo que había hecho. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos amigos en el Señor Paz y Bien.

Recuerdan aquella cita que meditamos el miércoles de ceniza con el que iniciamos el tiempo de cuaresma: “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Y con esta exhortación se nos impuso la ceniza. ¿Cómo has vivido este tiempo de cuaresma? Porque hoy celebramos el último domingo de cuaresma y el próximo celebraremos ya el domingo de ramos con el que comenzamos la Semana Santa, semana de tinieblas y de la pasión y muerte de nuestro Señor. Pero amaneceremos en un nuevo tiempo con el domingo de la Resurrección. Esa es la meta de nuestro peregrinar. Y la resurrección de Lázaro de este domingo quiere ser un ensayo de esa escena (Jn 11,1-45).

Jesús dijo: "Quiten la piedra. Marta, le respondió: Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto" (Jn 11,39). “Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Mt 16,39). No es lo mismo resucitar al cuarto día (Lázaro) y resucitar al tercer día (Jesús). Resucitar al cuarto día, es resucitar en el mismo cuerpo, el problema es que luego volverá a morir. Resucitar al tercer día, es la resurrección en el estado glorioso, ya no vuelve a morir. Estar en estado glorioso: Jesús se transfiguró en el monte Tabor (Mt 17,2-7). Jesús se dejó ver unos segundos en el estado glorioso por sus apastles: “Pedro dijo que bien se esta aquí”.

El principio de la fe de nuestra Iglesia Católica se edifica en el Credo Niceno-Constinopolitano: “Creo en un solo Dios Padre todo poderoso… Creo en Jesucristo Hijo único de Dios… Creo en el espíritu Santo…” Es decir creemos en un solo Dios que se revela en 3 personas. Uno de ello, en el Hijo, Dios nos ha visitado. Asumió la naturaleza humana: Es Dios verdadero y Hombre verdadero. Como hombre verdadero nació de la virgen María porque es la llena de Gracia (Lc 1,28). Por eso damos a la virgen María el culto en el segundo grado: Culto de Hiperdulía (Máxima veneración). El nacimiento de Jesús lo hemos festejado en la navidad y nos preparamos 4 domingo previos, llamados tiempo de adviento. Luego hemos celebrados unos domingos del tiempo ordinario y este tiempo ordinario lo hemos suspendido momentáneamente para prepararnos a otra fiesta: la Pascua de resurrección del Señor. Para ello nos preparamos desde el miércoles de ceniza, llamado tiempo de cuaresma. 

El primer domingo de la cuaresma meditamos sobre la verdadera humanidad de Jesús: las tentaciones (Mt 4,1-11). Jesús nos enseñó cómo afrontar y superar las tentaciones del enemigo. En el segundo domingo, meditamos sobre la verdadera divinidad del Señor, la transfiguración en el monte Tabor (Mt 17,1-9). En el tercer domingo meditamos sobre la gracia de Dios en su connotación del agua viva que es Cristo (Jn 4,5-42). En el cuarto domingo también meditamos sobre la gracia de Dios bajo la connotación de la luz (Jn 9,1-41). Y en este quinto domingo, para terminar la Cuaresma con el triunfo de la vida sobre la muerte.  Meditamos sobre el misterio de la vida que es un don de la gracia de Dios (Jn 11,1-45). En suma un maravilloso camino de conversión de nuestra fe: Centrada en Cristo: verdadero Hombre y verdadero Dios; gracia: Tabor, el agua, la luz y la vida.

La reflexión de este domingo centrada sobre la vida, mismo Jesús nos puede resumir en este episodio: “El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, vive de vida eterna; ya no habrá juicio para él, porque ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5,24). Pero también en la misma línea lo dice el gran San Pablo: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor. Tanto en la vida como en la muerte pertenecemos al Señor. Por esta razón Cristo experimentó la muerte y la vida, para ser Señor de los muertos y de los que viven” (Rm 14,7-9).

La Cuaresma (nuestra vida terrenal) termina con el triunfo de la vida sobre la muerte que es querer y deseo de Dios. Así nos lo muestra en su Hijo Cristo Jesús: “Así como el Padre tiene vida en así también ha dado al Hijo tener vida en si” (Jn 5,26). Y claro está que Dios en su Hijo quiere salvarnos a todos, quiere que todos participemos de este triunfo sobre la muerte (ITm 2,4). Pero no todos serán parte de este triunfo porque no todos escuchan su palabra (Jn 5,24). “Los que obraron el bien resucitarán para la vida, pero los que obraron el mal irán a la condenación. Yo no puedo hacer nada por mi cuenta, sino que juzgo conforme a lo que escucho; así mi juicio es recto, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió” (Jn 5,29-30).

Jesús dice: “Quien escucha mi palabra, ya vive de la vida eterna… ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5,24). Pero también nos dice: “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no las escuchan es porque no son de Dios” (Jn 8, 47). Es decir, quien no escucha la palabra de Dios camina en tinieblas, permanece en la tumba (Jn 11,10). Pero el que escucha la palabra de Dios ya está de día, ya salió de la tumba (Jn 11,9). Es mas enfático Jesús al decir que incluso: “Sepan que viene la hora, y ya estamos en ella, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la escuchen vivirán” (Jn 5,25).  Conviene reiterar con un pero: “Los que obraron el bien resucitarán para la vida eterna, y los que obraron el mal irán a la condenación eterna. (Y está claro esto hará Jesús como juez justo porque esa disposición recibió del Padre): Yo no puedo hacer nada por mi cuenta, sino que juzgo conforme a lo que escucho; así mi juicio es recto, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió” (Jn 5,29-30).

En el evangelio de hoy hay muchos puntos que comentar: En primer lugar, demostrar que Él es el dueño, que tiene poder sobre la muerte y de la vida. En  segundo lugar, que él es capaz de vencer y sacarnos de la muerte y quitarnos la vida. Finalmente, en tercer lugar, es como una manera de dar gloria a Dios todos los sucesos de la vida como las sanciones, la muerte o resurrección.

En efecto, solo Dios tiene poder de darnos la vida o la muerte: “Marta dijo a Jesús: «Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero aun así, yo sé que puedes pedir a Dios cualquier cosa, y Dios te lo concederá.» Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Marta respondió: «Ya sé que será resucitado en la resurrección de los muertos, en el último día.» Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.” (Jn 11,21-27). Pero también él tiene poder de quitarnos la vida: “Al regresar a la ciudad, muy de mañana, Jesús sintió hambre. Divisando una higuera cerca del camino, se acercó, pero no encontró más que hojas. Entonces dijo a la higuera: «¡Nunca jamás volverás a dar fruto!» Y al instante la higuera se secó. Al ver esto, los discípulos se maravillaron: «¿Cómo pudo secarse la higuera, y tan rápido?” (Mt 21,18-20).

Pero Jesús también es capaz de sacarnos de la muerte a la vida: Jesús ordenó: «Quiten la piedra.» Marta, hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya tiene mal olor, pues lleva cuatro días enterrado.» Jesús le respondió: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Y quitaron la piedra. Jesús levantó los ojos al cielo y exclamó: «Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas; pero lo he dicho por esta gente, para que crean que tú me has enviado.» Al decir esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!» Y salió el muerto. Tenía las manos y los pies atados con vendas y la cabeza cubierta con un velo. Jesús les dijo: «Desátenlo y déjenlo caminar.” (Jn 11,39-44).

Pero también, en tercer lugar, es una manera de dar gloria a Dios todos los sucesos de la vida como las sanciones, la muerte o resurrección: Así por ejemplo: Jesús, dijo: «Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para gloria de Dios, y el Hijo del Hombre será glorificado por ella” (Jn 11,4). En otro momento sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado para que esté ciego: él o sus padres?» Jesús respondió: «Esta cosa no es por haber pecado él o sus padres, sino para que nació así para que la gloria de Dios se manifieste en él, y en forma clarísima” (Jn 9,2-3). La misma muerte es una gran prueba para que se manifieste la gloria de Dios: “Lázaro está dormido le voy a despertar” (Jn 11,11)

Jesús no estaba cuando su amigo Lázaro murió, que tarda y no camina según nuestra lógica. Pero que, al final, nos regala el don de la vida triunfando sobre la muerte. Claro que las hermanas de Lázaro no lo entienden y, hasta cierto punto, le hacen culpable de la muerte del hermano: “Si hubieses estado aquí no hubiese muerto mi hermano.” (Jn 11,21) Es cierto, pero tampoco hubiésemos visto el poder de Jesús sobre la muerte.  Hay cosas que nos cuesta entender; sin embargo, como dice el mismo Jesús “si crees verás la gloria de Dios” (Jn 11,40). A veces pensamos que todo se acabó; sin embargo, ahí comienza el poder de Dios. A veces pensamos que Dios es el responsable de nuestras desgracias (Jn 11,21); sin embargo, ahí mismo Dios manifiesta que la fe y la gracia van más allá de nuestras penas.

Jesús nos ha dicho: “La carne no sirve de nada, es el Espíritu quien da la vida. Y las palabras que le he dicho son espíritu y vida” (Jn 6,63). Dios es vida, en Él está la fuente de vida: “Yo soy la vida” (Jn 14,6). Pero, eso sí, siempre exige de nosotros la fe (Lc 17,5). Dios no puede hacer nada en nosotros si no tenemos fe. Cuando la fe es viva, todo se hace vida, incluso la misma muerte se convierte en vida. Lázaro no murió por causa de Jesús, ni Jesús quiso que Lázaro muriese. Lo que Jesús quiere es manifestar que quien puede impedir que alguien muera, también es capaz de que vuelva a florecer la vida: Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Marta contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (Jn 11,25-27).

Dios no nos da siempre lo que pedimos, a veces incluso calla. Pero nos da mucho más de lo que le pedimos. Y por eso como Marta y María nos quejamos: “Si hubieras estado aquí mi hermano no hubiera muerte” (Jn 11,21.32) Pero Jesús no interviene en nuestra plegaria porque no cree oportuno que tal o cual pedido nuestro sea oportuno: “El Señor ya sabe de tus necesidades antes que se lo pidas” (Mt 6,8). En el reclamo de Marta (Jn 11,21): ¿Qué es más importante, sanar a un enfermo o devolverlo a la vida cuando ha muerto?  ¿Qué es más importante, que Dios sane a un ser querido o que lo resucite y lo lleve consigo al cielo? No conviene ser egoístas al aferrarnos a lo suyo.  Jesús les regaló el milagro de sacarlo del sepulcro donde ya estaba en putrefacción y se los devolvió vivo. La muerte de Jesús está cercana, pero antes quiere anticipar que su muerte terminará en resurrección. Dios, Jesús no estuvo a tiempo para que Lázaro no muriese, pero llegó a tiempo para devolverle la vida, por más que ya llevase cuatro días y ya olía mal.


Estamos terminando la cuaresma anunciando la muerte de Jesús, pero también el triunfo de su Resurrección. Sería bueno meditar sobre las diferencias entre: creer y no creer, tener fe y no tener fe, vivir de noche y vivir de día, la muerte corporal y muerte espiritual, la resurrección de Lázaro y la resurrección de Jesús.

jueves, 23 de marzo de 2017

IV DOMINGO DE CUARESMA - A (26 de Marzo del 2017)

IV DOMINGO DE CUARESMA - A (26 de Marzo del 2017)

PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO Según San Juan 9,1-41:

En aquel tiempo Jesús al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?». «Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él la gloria de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo»

Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: «¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?». Unos opinaban: «Es el mismo». «No, respondían otros, es uno que se le parece». El decía: «Soy realmente yo». Ellos le dijeron: «¿Cómo se te han abierto los ojos?». El respondió: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: «Ve a lavarte a Siloé». Yo fui, me lavé y vi». Ellos le preguntaron: «¿Dónde está?». El respondió: «No lo sé».

El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?». Y se produjo una división entre ellos.

Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?». El hombre respondió: «Es un profeta». Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: «¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?». Sus padres respondieron: «Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta». Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: «Tiene bastante edad, pregúntenle a él».

Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». «Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo». Ellos le preguntaron: «¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?». El les respondió: «Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?». Ellos lo injuriaron y le dijeron: «¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es este». El hombre les respondió: «Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero si al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada». Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?». Y lo echaron.

Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?».  El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando». Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él. Después Jesús agregó: «He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven». Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «¿Acaso también nosotros somos ciegos?». Jesús les respondió: «Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su pecado permanece». PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Querido amigos(as) Paz y Bien en el Señor.

El pasado domingo en su enseñanza, el Señor nos hizo ver: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna». (La Samaritana): «Señor, -le dijo- dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla» (Jn 4,13-15). En este domingo se nos ilustra sobre la importancia de la luz. Y El evangelio de hoy, (Jn 9,1-41) Jesús lo resume en esta frase: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida» (Jn 8,12).

La inquietud de sus discípulos: «Maestro, ¿quién ha pecado, para que naciera ciego él o sus padres?». Jesús respondió: «Ni él ni sus padres; nació así para que se manifieste en él la gloria de Dios” (Jn 9,2-3).  Y es que según la mentalidad antigua, el bienestar y la desgracia eran fruto de una conducta moral buena o mala. Los discípulos de Jesús, hijos de su tiempo son participes de esta realidad. En este caso la ceguera  es vista como efecto del pecado. Pero Jesús revierte este paradigma cuando califica: “Nació ciego para que gloria de Dios se manifieste en él”. Y ¿Cómo así se manifiesta la gloria de Dios?: “Escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego” (Jn 9,6). Ahora, quienes aceptan y reconocen que en Jesús actúa el poder de Dios, como el ciego, queda con la luz y es hijo de la Luz, quienes no aceptan esta manifestación de la gloria de Dios en el Hijo quedan ciegos, pues al final dice Jesús: "He venido para un juicio. Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven" (Jn 9,39). En este caso los doctores de la ley o los fariseos quedan ciegos porque no creen en la gloria de Dios que se manifiesta en el Hijo.

Después de untarle los ojos le dice: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé, que significa Enviado. El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía” (Jn 9,7). Jesús dice a Nicodemo: "Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu” (Jn 3,5-6). Es una clara referencia al sacramento del bautismo  en el que el neófito queda iluminado con la luz de la gracia de Dios y deja de ser ciego. Luego somos invitados a ser portadores de esa luz. Jesús dijo: “Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mt 5,14-16). “Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios" (Jn 3,20-21).

En la Segunda Lectura, tomada de la Carta de San Pablo a los Efesios, podemos ver el significado espiritual de la ceguera y de la recuperación de la vista: “Antes, ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz. Ahora bien, el fruto de la luz es la bondad, la justicia y la verdad. Sepan discernir lo que agrada al Señor, y no participen de las obras estériles de las tinieblas; al contrario, pónganlas en evidencia” (Ef 5,8-11).

En otro tiempo – dice San Pablo- estaban en la oscuridad, pero ahora, unidos al Señor, son luz. En efecto, la oscuridad en que vivía el ciego representa las tinieblas del pecado, la oscuridad causada por la ausencia de la gracia de Dios. Y la luz que entra en la vista del ciego recién sanado por el Señor es la vida de Dios en nosotros; es decir, la gracia manifestada en su Hijo Cristo Jesús, que en el domingo anterior tenía connotación de agua (Jn 4, 5-42) y hoy tiene connotación de la luz (Jn 9,1-41).

Los milagros Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina. Juan fue informado de todo esto por sus discípulos y, llamando a dos de ellos, los envió a decir al Señor: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?». Cuando se presentaron ante él, le dijeron: «Juan el Bautista nos envía a preguntarte: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?"». En esa ocasión, Jesús curó mucha gente de sus enfermedades, de sus dolencias y de los malos espíritus, y devolvió la vista a muchos ciegos. Entonces respondió a los enviados: «Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de escándalo!». (Lc 7,17-23). Todo esto vale para decir que el Señor sabe situarse en el contexto. Es decir, él escoge el modo más adecuado para hacer su labor. Lo que sí es común a todas las curaciones hechas por Jesús es que lo más importante era la sanación que ocurría en el alma del enfermo su curación tenía una profunda consecuencia espiritual. El Señor no hace una sanación física, sin tocar profundamente el alma. Y cuando el Señor sana directamente es para que se manifieste en la persona la gloria y el poder de Dios. Y sana no sólo para que el enfermo sanado crea en Dios y cambie, sino también las personas a su alrededor.

Sabemos que, no todo enfermo es sanado. ¿Significa que la enfermedad es muy superior a la fuerza de curación del Señor? Claro que no. Todo depende cuanta fe se tiene en el Señor. Mientras dure el mundo presente, seguirán habiendo enfermedades, las cuales -ciertamente- son una de las consecuencias del pecado original de nuestros primeros progenitores (Gn 2,16). Pero Jesús, con su Pasión, Muerte y Resurrección, le dio valor redentor a las enfermedades –y también a todo tipo de sufrimiento. Es decir, el sufrimiento bien llevado, aceptado en Cristo, sirve para santificarnos y para ayudar a otros a santificarse (Lv 11,45). No es que sean fáciles de llevar las enfermedades -sobre todo algunas de ellas- pero son oportunidades para unir ese sufrimiento a los sufrimientos de Cristo y darles así valor redentor. Y ¿qué es eso de “valor redentor”? Nuestros sufrimientos, unidos a los de Cristo, pueden servir para nuestra propia santificación o para la santificación de otras personas, incluyendo nuestros seres queridos.

Es por ello que después de Cristo, ya los enfermos no son considerados como personas malditas por el pecado propio o de sus padres, como sucedía antes de la venida del Señor. De allí la pregunta de los Apóstoles al encontrarse al ciego: “Quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?”, a lo que Jesús responde: “Ni él pecó ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios” (Jn 9,2-3).

Las enfermedades más graves no son las del cuerpo, sino las del alma. Por eso decíamos que la sanación fundamental es la sanación interior. Esta puede darse, habiéndose sanado el cuerpo o no. ¡Cuántos enfermos ha habido que se han santificado en su enfermedad! ¡Cuántos santos no hay que se han hecho santos a raíz de una enfermedad o durante una larga enfermedad! En el caso del ciego de nacimiento del Evangelio de hoy, vemos que este hombre fue de los que ni siquiera pidió ser sanado, sino que viéndolo Jesús pasar, se detiene y, haciendo barro con saliva y tierra del suelo, lo colocó en sus ojos, ordenándole que luego se bañara en la piscina de Siloé (Jn 9,7). Efectivamente, el hombre comienza a ver al salir del agua. Pero notemos que el cambio más importante se realiza en su alma. Y esa voluntad de obediencia con la que actúa el ciego al recibir el mandato de Jesús y obediencia no son sino actitudes auténticas de fe.

Veamos cómo se comporta al ser interrogado por los enemigos de Jesús. Sus respuestas las da con mucha convicción y con tal simplicidad e inocencia, que por la precisión y la lógica que hay en ellas, deja perplejos a quienes con mala intención tratan de hacer ver que Jesús no venía de Dios, pues lo había curado en Sábado, día en que los judíos no podían hacer ningún tipo de trabajo. Ellos le dijeron: «¿Cómo se te han abierto los ojos?». El respondió: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: «Ve a lavarte a Siloé». Yo fui, me lavé y veo»… El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos” (Jn 9,10-14).

Resulta refrescante oír la respuesta del ciego que ya no lo es, cuando los fariseos lo obligan a decir que Jesús es un pecador. Responde el ciego, primero inocentemente: “Si es pecador, yo no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo”. Continúa luego con mucha “claridad” y convicción: “Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero al que lo teme y hace su voluntad, a ése sí lo escucha... Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder” (Jn 9, 31.33). Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?». El hombre respondió: «Es un profeta» (Jn 9,17).

Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?». Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando». Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él”(Jn 9,34-38). El ciego echado de la sinagoga termina postrándose ante Jesús, reconociéndolo como el Hijo de Dios, en cuanto Jesús le revela Quién es El. Como decíamos, lo más importante es la gracia que acompaña a todo contacto con Cristo. El ciego, que ya no lo es, cree en Jesús y confía en El. Y cuando Jesús se le revela como el Hijo del hombre, es decir, el Mesías esperado, el ciego que ahora ve cree lo que el Señor le dice y, postrándose, lo adoró.

Concluye el Evangelio con una advertencia del Jesús para todos aquéllos que, como los Fariseos, creemos que vemos y que no necesitamos que Jesús nos cure nuestra ceguera: “Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”. Preguntaron entonces si estaban ciegos. Y Jesús les dice: “Si estuvieran ciegos” (es decir, si se dieran cuenta de su ceguera) “no tuvieran pecado. Pero como dicen que ven, siguen en su pecado” (Jn 9,39-41). El Señor habla de “definición de campos”. ¿Cuáles son esos campos? Luz y tinieblas. Dios y demonio. Gracia y pecado. Y San Pablo nos dice que, “unidos al Señor, podemos ser luz”. Y nos habla de los frutos de la Luz: “bondad, santidad, verdad”. Cristo se identifica así: “Yo soy la Luz del mundo ... El que me sigue, no camina en tinieblas” (Jn 8,12).

Seguir a Cristo es no sólo creer en El, sino actuar como El; es decir, en total acuerdo con la Voluntad del Padre. Así, haciendo sólo lo que es la Voluntad de Dios, pasaremos de la oscuridad de nuestra ceguera a la Luz de Cristo, para ser nosotros también luz en este mundo tan oscuro de las cosas de Dios y tan ciego para verlas. Las enfermedades más graves no son las del cuerpo, sino las del alma. Más aún, las enfermedades peores no son las que sufre una persona, sino las que sufre toda una población. Nuestra sociedad vive sumergida en las tinieblas y está enferma. ¡Y bien enferma! Porque vive envuelta en violencia, agresividad, maledicencia, ocultismo, esoterismo, idolatría, satanismo. Sí, eso mismo: culto al demonio -para ser más precisos. Por eso requerimos sanación. Una sanación que sólo Dios nos puede dar. Porque la sanación fundamental es la sanación interior. Y ésa es la que estamos necesitando. El ciego de nacimiento que mencionábamos termina por postrarse ante Jesús, reconociéndolo como Dios. Cuando comenzó a ver, el ciego cree lo que el Señor le dice y, postrándose, Lo adoró. (Jn 9, 38)

¿Se dan cuenta de lo que significa vivir en la oscuridad de quien no es capaz de reconocerse a si mismo, no ver nunca su verdad, y no haber descubierto nunca a Dios en su vida? ¿Lo es sentirnos a gusto sin ver más allá de nuestra propia sombra, acostumbrarnos a vivir sin la experiencia de Dios en nuestras vidas? ¿Acostumbrarnos a vivir encerrados sobre nosotros mismos, nuestros placeres e intereses personales inmediatos? Hay muchos que son ciegos de nacimiento porque nadie les ha hablado de Dios. Hay muchos que son ciegos que, aún después de haber visto, prefieren no ver, eso que alguien llamó acertadamente el “ateísmo de la insinceridad”. Muchos piensan que el Evangelio es duro. Yo diría que es exigente, sobre todo para con los necesitados. Hay algo que ha de quedar claro. Dar la vista a un ciego en un sábado es declarar al hombre más importante que el sábado mismo. El hombre es más importante que la religión misma porque Dios está más presente en el hombre que en los ritos, porque es imagen y semejanza de Dios (Gn 2,16). Pero si el hombre no se quiere dar cuenta de esa gran dignidad o si se dio cuenta pero no quiere aceptarlo, entonces seguirá siendo ciego e hijo de las tinieblas y eso es precisamente el infierno.

Este tiempo de cuaresma es propicia para que entendamos que el hombre tiene que terminar como el ciego que deja de ser ciego y luego confiesa su fe y lo pone en práctica: Jesús preguntó al que había sido ciego: “¿Crees en el Hijo del hombre? Él respondió: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: Tú lo has visto: es el que te está hablando. Entonces él exclamó: Creo, Señor, y se arrodilló y lo adoró” (Jn 9,35-38).